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viernes, 11 de septiembre de 2020

Despertares



Este relato está basado en una confidencia que me realizó una buena amiga. A ella va dedicado.

Existen en la vida momentos que guardamos en la memoria como preciados tesoros. Son momentos de los que nos valemos cuando necesitamos reconfortarnos ante la dura y fría realidad.

Uno de mis más preciados recuerdos ( y al que suelo recurrir ) sucedió en el verano del 94.

Por aquel tiempo, mi familia solía pasar las vacaciones de verano en casa de mis tíos. Una visita al pueblo de mi padre que servía de excusa para pasar unos días de playa.

Por las tardes salían las dos familias a tomar algo por los chiringuitos. Así que me veía arrastrada por mis padres a acompañarlos (a diferencia de mis primos y hermanos mayores).

Sin embargo, cierta tarde, cuando mis padres y mis tíos se disponían a salir a su acostumbrado paseo, comencé a encontrarme mal. Un repentino malestar que me obligó a permanecer en cama. De modo que me quedé sola en la casa.

Me encontraba medio adormilada en mi cuarto, cuando de repente oí un ruido que me sobresaltó. Todos habían salido, estaba indefensa ante cualquier extraño. Sin embargo me tranquilice al momento, pues reconocí la voz de mi primo Marcos hablando con su pandilla de amigos.

Daban muchos gritos y hacían ruido. Empecé a enfadarme por su falta de consideración hacia mi estado, y entonces caí en la cuenta. Creían estar solos, no sabían que a última hora yo no había acompañado a los padres.

Me levanté de la cama para poder oírles mejor a través de la puerta ( lo reconozco, soy algo cotilla ). Al parecer se disponían a ver una película que habían traído.

Pero lo único que escuchaba eran jadeos y gemidos mezclados con toda clase de guarrerías y bravuconadas por parte de los amigos de mi primo. ¡Estaban viendo una peli porno! El corazón se me disparó.

Lentamente giré el picaporte de la puerta. La entreabrí sin apenas hacer ruido ( aunque no creo que hubieran sentido nada en aquellos momentos ).

Al fin, me atreví a echar un vistazo. Estaban sentados en el sofá, de modo que me daban la espalda. Prácticamente sólo veía sus cabezas y media pantalla del televisor ( recuerdo que proyectaba un primer plano de una felación - que cosas tiene la memoria - ). Se estaban masturbando, no me lo podía creer.

De pronto, mi primo se levantó para ir al cuarto de baño a descargar a gusto, según me pareció oírle decir. El resto de la pandilla le metía prisa. Así se fueron turnando hasta pasar varias veces cada uno por el servicio.

Por fin el miedo a ser descubierta pudo más que la curiosidad, de modo que sigilosamente volví a mi cuarto. Desde allí, escuché como terminaban de visionar el video y se marchaban a dar una vuelta por la playa.

No había logrado ver casi nada, sin embargo estaba agitada. Volví a la cama para intentar dormir, pero al cerrar los ojos iban apareciendo en mi mente de forma muy clara los nabos de todos ellos. Me sentía excitada y caliente.

Era un calor que no había experimentado antes. Me quedé desnuda entre las sábanas, era una sensación indescriptible como si cada centímetro de mi piel hubiera despertado de repente. Empecé a imaginarme recibiendo a los amigos de mi primo, que en vez de al servicio acudían a mi cuarto con sus hinchadas pollas en mano, agitándolas frenéticamente.

De repente me sorprendí acariciándome el interior de los muslos, y esto me chocó. Me detuve al instante, no estaba segura si quería experimentar esas sensaciones.

Pero era inútil, no lograba conciliar el sueño y mi imaginación no se daba por vencida.

Ahora era Marcos quien ponía su tieso miembro a mi disposición. Su mano subía y bajaba a lo largo de su verga. Casi podía ver como su sexo se erguía orgullosamente entre sus muslos.

Aunque intentaba controlarme, mis manos volvían una y otra vez al mismo sitio. Al tiempo que acariciaba mis muslos desnudos, me manoseaba las tetas. Dibujé con la punta de los dedos su suave aureola. Rocé los pezones y los desperté. Se endurecieron al instante.

Me sentía húmeda. Mis incipientes pechos subían y bajaban al ritmo de mi turbada y entrecortada respiración. Pellizcaba sus pequeñas puntas, estirándolas hasta dar una longitud inhabitual a mis senos.

Irrefrenablemente continué acariciando mi entrepierna. Tras rozar los pelitos cortos del pubis, entreabrí los labios grandes y sedosos de mi vulva. Entonces lancé un pequeño gemido. Mis dedos se deslizaban suavemente entre los labios abiertos de mi rosada y ardiente gruta. Finalmente introduje el dedo índice en mi hendidura, aunque sólo hasta la primera falange.

Mis piernas empezaron a agitarse y mi espalda se arqueó incorporándome del colchón. Aunque nunca había tenido hasta entonces la necesidad o caído en la tentación de tocarme, creía que podía dominar mis impulsos. Pero ahora había llegado demasiado lejos, y no podía, no quería parar de explorar mi cuerpo. Me aproximaba al éxtasis sin remedio.

Eché la cabeza hacia atrás, doble las rodillas y recogí los talones bajo el trasero. Y entonces hundí más profundamente el dedo en mi interior. Ahora, con las piernas bien separadas, mis inquietos dedos actuaban con mayor libertad sobre mi húmeda rajita.

Si al principio mi pulgar presionaba suavemente el clítoris, ahora su movimiento se acentuaba, masajeando más fuerte.

Y ya eran dos los febriles dedos ( índice y corazón ) que se introducían en mi sexo.

Sacudía la cabeza a derecha e izquierda. Mi cuerpo se veía agitado por las contracciones. Y entonces, mi pelvis se proyectó hacia adelante y lancé un largo gemido de placer, ... me abandoné al orgasmo. Los ojos casi se me salieron de las órbitas. En esos momentos me había quedado muda. Fue tan intenso que incluso después de los espasmos me continuaban temblado las piernas y jadeaba exhausta.

También empecé a experimentar un ligero sentimiento de culpabilidad, pero estaba tan relajada que me dormí enseguida.

A la mañana siguiente me vino mi primera regla. Estaba claro que las hormonas iban a transformar no sólo mi cuerpo, sino todo mi comportamiento ( como ya había comprobado ). Mi madre, que ya sospechaba algo por mis síntomas, se alegró mucho. Me dijo que ya era una mujercita. ¡Y tanto! Lo vivido aquella tarde me había cambiado para siempre. Para empezar despertó mi interés por ver de cerca un pene, pero eso es otra historia que tal vez cuente algún día.

Por Mano Negra

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