viernes, 28 de enero de 2022

Juegos infantiles


Voy a contar parte de mis aventuras de niño, esos juegos infantiles en donde yo por ser el mayor de mis hermanos, era quién llevaba la batuta.

En el momento de la historia tendría 12 años y mi hermana menor 10, nos seguían otros cuatro hermanitos casi todos con una diferencia de dos años, pero al menos en este hecho todavía no participan los tres más chicos.


Como una familia normal de escasos recursos en mi país, mis padres salían a trabajar fuera de casa, quedándonos los más grandes al cuidado de los menores. Nos repartíamos las labores que nos asignaban, luego nos divertíamos con juegos de chicos, no faltando el típico jueguito de papá y mamá. Mi hermanita, a quién llamaré Beatriz, era la esposa y yo su marido. Desempeñábamos nuestro rol imitando lo que a diario veíamos en nuestros progenitores así como en nuestros vecinos, pues vivíamos en un mesón de tres cuartos.

He de aclarar, a esa esa edad era casi un experto en hacer llegar mis a juegos a un final sexual, aunque con la inocencia de la edad. Algún toqueteo, besos de piquito y hasta roces sin penetración a alguna de las niñas de mi edad o mi hermana. Mi cuerpo en realidad no se había desarrollado, y mi hermanita era una chiquilla que no causaba el morbo de nadie todavía. Muchas veces habíamos terminado desnudos en la cama representando la típica escena de la pareja en pleno acto sexual.

El día que sucedió lo que voy contar, Beatriz entro al cuarto donde yo estaba recién bañada, el olor de su piel mojada era agradable y casi por impulso me levante de la cama donde estaba y me coloque detrás suyo, sintiendo su piel suave y caliente. Sin decir nada empecé a tocarla, a lo cual ella no se resistió pues deduzco que pensó era el inicio de un juego. Le levante su falda y pude ver que no tenía interiores, su chochito quedó al aire y pude sentir la calentura que irradiaba. Iniciamos nuestro recital de toqueteos y segundos después la tenía completamente desnuda sobre la cama, sus piernas abiertas enseñándome en toda su plenitud esa vulvita de niña.

Nunca antes había sentido un grado de excitación igual, mi pene estaba como palo de duro y la cosita de Beatriz estaba hasta húmeda. Empecé acariciarle sus labios con los dedos y ella arqueaba su espalda y gemía, estaba diferente.

Pasaron los minutos y casi por instinto coloque mis labios en su sexo e inicie un lengüeteo lento, estaba imitando lo que había visto en alguna película porno en casa de algún adulto. Estábamos disfrutando y a cada roce de mi lengua mi venga se enduraba más, me quité mi ropa y pude percibir en mi hermana algo de satisfacción al verme como un Adán en el edén. Continúe mis caricias, ya no sólo en su cosa, sino en su cuerpo y noté que le gustaba. Ella también me rosaba sus manos en el cuerpo, palpo mi miembro y sin hablar empezó a mamarlo algo torpemente. Yo parado sobre la cama, ella sentada chupando mis huevos y el pene, esto que sentía era desconocido para mi. La coloque sobre la cama vista arriba e inicie lo que otras veces habíamos hecho (roces sin penetración), pero hoy su vulva era diferente, más excitada y a mi contacto ella colocó sus manos sobre mis caderas y me haló. Mi venga se estrelló con su cosita cerrada, pero la sensación de ricura que provocaba me impulso a seguir empujando. Lo cual le provocaba que gimiera de manera casi de suplica. Pude sentir que mi pene se abría paso y que recorría palmo a palmo su paredes vecinales, la había penetrado de completo.

Descansamos, luego comenzamos un mete y saca de mediano ritmo, ella me miraba y sin quitar las manos de mi culo se balanceada hacia mi. Estábamos cogiendo de lo lindo, nuestros cuerpos empezaron a sudar y yo de repente sentía una cosa extraña, algo que recorría mi espina dorsal y llegaba hasta mi cola y me daba un gusto exquisito. Beatriz pujaba y se contorsionaba, yo sentía su cosa dilatarse y ponerse en un estado de resequedad, luego mojado.

Pude sentir de nuevo la sensación de mi espalda, me asusté y saqué mi pene, ella casi a fuerza me tomo de los hombros y volvimos a acoplarnos. Sentí divino, mi venga se hinchó y empecé a echar chorros de algo ligoso de color blanco moco. Me fundí a ella en un abrazo y noté que su cosa se dilataba más de lo normal y se quejo con un hay que pareció más de satisfacción que de dolor.

Lo que habíamos hecho era placentero, nos quedamos un rato más en la cama, luego nos vestimos y cada cual se dedico a seguir con las tareas diarias. Ese día descubrimos que el sexo es algo sin igual, y aunque no dijimos nada habíamos dado el banderillazo de salida a una vida de placer que recorrimos durante varios años. Hicimos todo lo que se nos ocurrió ó vimos en las peli eróticas que vimos juntos.

Han pasado treinta años desde aquel día de sexo en que tuve mi primera acabada, pude incluir a mi harem a tres hermanos más y una que otra vecina curiosa de saber los juegos en donde siempre terminabamos encerrados y sudorosos. Hoy eso sólo son recuerdos y están encerrados en nuestro baul mental.

Anónimo

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