Aquí puedes buscar dentro de imagenobscura, si no encuentras lo que necesitas pídelo en el chat

viernes, 26 de febrero de 2021

Haunting Desires


Un joven conductor es encontrado muerto en su automóvil con reveladoras heridas punzantes en el cuello, y una astuta reportera Jill Conner (Beverly Lynne) cree que la muerte fue el resultado de un juego sucio. La investigación de Jill sobre el asesinato la lleva a un club privado que se especializa en satisfacer los deseos sexuales. Aunque tentada a aprovechar esta jugosa oportunidad, Jill tiene que asegurarse de no terminar como otra víctima de un inframundo peligroso.

Magnet Link
Inglés

Noches perdidas, Comix




Violé a mi padre


Esta historia, cuyo final aún no ha llegado, pretendo rememorarla para asegurarme que, en mi memoria, aún permanecen inalterables aquellos acontecimientos pues, con el paso del tiempo, éstos tienden a transformarse y cambiar la realidad tal y como se produjo. Aquellos acontecimientos desembocaron en la situación actual, acontecimientos que supusieron una auténtica convulsión emocional y afectiva que me hizo variar, de por vida, mi escala de valores éticos.

La historia comienza hace ahora 12 años, cuando yo aún tenía 16. Mi madre, por desgracia, falleció entonces de una enfermedad incurable y mi padre y yo, hija única, quedamos del todo desconsolados. Ella contaba con tan solo 35 años y mi padre 38.

En casa cambió mi vida por completo; ahora ya no tenía a mi madre que me hacía todo y yo me ocupaba, hasta donde sabía y podía, de atender un poco la casa, comprar, mas que hacer, la comida, así como del cuidado de la ropa mía y de mi padre pues, aunque él tambien ayudaba, su trabajo y, sobre todo, su depresión por los acontecimientos, no le permitían hacer mucho mas de lo que hacía.


Ciñéndome al suceso que pretendo relatar, comenzaré indicando que mi padre era, y sigue siendo, un hombre atractivo, de complexión atlética y deportista y muy educado, lo que le convertía en el modelo de hombre al que yo aspiraba, no encontrando en mi entorno social nada parecido, especialmente después de haber tenido una experiencia afectiva con un chico del colegio, que me llenó de animadversión hacia todos los chicos, por su estupidez y perversidad. La verdad es que yo comencé a hacerme ilusiones con él y me defraudó completamente cuando comenzó a salir con otra chica, mi gran amiga, sin darme siquiera una explicación ninguno de ellos. En fin, experiencias de colegiales, como hoy lo veo, pero que en aquel momento de mi vida, rectificó mi conducta con el resto de chicos y chicas de mi edad, a los que evité desde aquel momento, pues se me metió en la cabeza la sospecha de que se había urdido un complot contra mí y que el ridículo que había sufrido era causa de burla por mi grupo de amigos. Supongo que nada de aquello fue cierto, pero así fue como sucedió. Cuando acabó aquel curso y con mis estudios secundarios terminados, dejé de acudir al instituto y ceñí mi vida a mi casa, en donde me encontraba muy cómoda conviviendo tan solo con mi padre. El, carente de empuje por el trauma sufrido, no me insistió demasiado cuando le dije que dejaba los estudios, con la excusa de dedicarme a nuestra casa. Supongo que él también deseaba un poco de orden en su vida. También él dejó casi totalmente abandonada su activa vida social que compartía con mi madre. Ahora se sentaba largos ratos en su sillón del salón de casa a leer y pasaba horas sin abrir la boca. Eso sí, continuaba haciendo deporte, especialmente con su motocicleta que usaba todos los días para desplazarse a cualquier sitio.

Así transcurría nuestra vida, cuando mi sexualidad estaba despertando a los sentidos y con mis 17 o 18 años, comencé a aficionarme a las películas eróticas o incluso pornográficas que ponían en televisión y siempre a escondidas de mi padre, claro, actividad que me resultaba muy excitante, pero no podía evitar el involucrar a mi padre en mis fantasías eróticas, algo que mi moral rechazaba por pecaminoso, pero mis pensamientos parecían autónomos y, en ocasiones, me masturbaba con aquellas fantasías y ayudada por las imágenes de una revista o de la televisión.

Con estos preludios cuya evolución era progresiva y empeorando, yo comencé, inconsciente o conscientemente, a crear situaciones de cierta provocación, intentando atraer la atención de mi padre hacia mí, algo que distaba mucho de conseguir. Así, me solía poner ropa que dejase ver parte de mi anatomía, tales como escotes mas que provocativos, ropa ancha para que en determinadas posturas se viese mi interior, ropa semitransparante que mostrase la ropa interior que, a su vez, era del todo provocativa, batas que dejaba abiertas hasta prácticamente la braga, …etc. Pues bien, nada de esto parecía atraer la atención de mi padre quien, en ocasiones, me llamaba la atención, de forma indiferente, indicándome que me abrochase los botones o que me subiese alguna cremallera intencionadamente dejada abierta para mostrar su interior. En una ocasión, incluso, me fui al baño a ducharme y dejé abierto el pestillo de la puerta, para esperar a que mi padre tuviese necesidad de acudir al baño y, al abrir la puerta, se encontrase de frente con mi cuerpo desnudo bajo la ducha, algo que efectivamente sucedió y puso de manifiesto el desinterés que mi padre tenía en mi físico, al pedir perdón y salir dejando la puerta cerrada tras él. No hizo alusión alguna a mi descuido en cerrar la puerta.

En otra ocasión, incluso, le solicité ayuda para que me diese su opinión acerca de un supuesto dolor que tenía en la parte inferior de mi abdomen, rogándole que me palpase la zona para comprobar si notaba algo anormal. Innecesario es añadir que me había quitado previamente la braga y al subir mi camisón, dejé al descubierto mi vagina húmeda de deseo, aunque mi pudor consiguió enrojecerme al mostrarme así ante mi padre. Tampoco dio el resultado previsto, mostrando él su parte mas tierna y comprensiva al tranquilizarme diciéndome que no debía avergonzarme ante mi padre. Pues bien, tras palpar cuidadosamente la zona, incluido mi pubis a requerimiento mío, me dio su dictamen asegurándome que no veía anormalidad alguna, por lo que sería aconsejable llamar al médico. Yo, claro, le dije que no, pues ya me encontraba mucho mejor después de su "masaje", esperando se ofreciese a continuarlo, pero no fue así.

Estos episodios, narrados en dos párrafos, se distanciaron a lo lardo de casi un mes, un día con una cosa y otro con otra, pero, ya digo, los resultados, nulos.

Transcurría un día normal, cuando la hora en que regresaba mi padre habitualmente, se había pasado notablemente, hasta el punto de llegar a preocuparme y llamar a la oficina tratando de averiguar su paradero. De allí solo pudieron decirme que había salido a su hora normal, es decir, a las 1800h.

Eran ya las 2200h cuando sonó el teléfono y yo, nerviosa, me apresuré a atender la llamada, pues me imaginaba que sería mi padre diciéndome que se había retrasado por algún motivo, como efectivamente así fue, pero la razón del retraso me causó preocupación, pues me decía mi padre que había tenido un pequeño accidente con la moto y le habían tenido que escayolar pues tenía un par de huesos rotos en ambos brazos, aunque me insistía en que el asunto carecía de gravedad. Me dijo que cogiese un taxi y me acercase a recogerle al hospital, pues no podía valerse por sí solo, aunque seguía insistiendo, que estaba perfectamente y así me lo pareció por su tono de voz, completamente normal.

Me apresuré a vestirme para salir a buscarle y cuando le vi me asusté un poco, pues tenía ambos antebrazos escayolados hasta la mano pues, según me contó después, el peso de su cuerpo cayó sobre sus manos que se apoyaron en el suelo para protegerse de la caída. Al no tener guantes, las manos habían sufrido, además de la rotura de algunos huesos, diversas contusiones y quemaduras, así como su cara que, en el pómulo derecho tenía un cardenal que le llegaba al ojo y en la cadera derecha tambien había sufrido un fuerte golpe.

Nos fuimos ya tarde a casa y en el taxi, de camino, mi padre me pidió disculpas por no haberme llamado antes y por el trabajo adicional que me daría su accidente, así como los cuidados que durante los días de escayola, tendría que dispensarle, tales como su aseo personal y ayudarle en sus necesidades fisiológicas. Yo no pude evitar un pensamiento malvado y considerar que el demonio había puesto a mi alcance aquella oportunidad que me ofrecería la posibilidad de aprovecharme y hacer realidad mis mas oscuros y perversos pensamientos. Realmente me veía, en aquel viaje inolvidable, como una auténtica pervertida, pero incapaz de dominar racionalmente mis instintos mas bajos. Se me ocurrieron mil ideas y a cual mas perversa.

Llegados a casa, mi padre me pidió que le acostase lo antes posible, pues tenía todo el cuerpo dolorido. No quiso comer ni ir al lavabo –algo que lamenté-, así es que tras quitarle los pantalones y la camisa y chaqueta que habían quedado destrozadas con el golpe, le puse su pijama y con un analgésico y un antinflamatorio, se durmió sin más. Yo aproveché para husmear en sus interioridades y conocer que ropa interior utilizaba, siendo sus calzoncillos de estilo de slips-pantalón corto y que, como estaban relativamente bien, no quiso cambiarse, igual que de camiseta. Yo no pude pegar ojo en toda la noche esperando su llamada y cabilando sobre la forma de acceder a mis deseos aprovechando su incapacidad física. Imaginé muchas formas de lograr mi objetivo, pero todas pasaban por una parte de abuso violento, pues mi padre había dado muestras sobradas de estar completamente alejado de mis deseos, no viéndome para nada como la mujer que ya era a mis diez y ocho años aproximadamente.

El primer día de convalecencia de mi padre en casa fue el mas apasionante para mí, pues era de esperar que sus necesidades acudiesen a él desde primera hora de la mañana, siendo del todo necesaria mi colaboración para ayudarle, así es que me levanté temprano y esperé que se despertase, lo que sucedió aproximadamente a las 0800h de la mañana. Sentí que mi padre me llamó y tras indicarme que se encontraba totalmente dolorido y sin capacidad para moverse, me pidió que le incorporase y le llevase al aseo, ayudándole yo de inmediato. Había llegado el momento ansiado, así es que me pidió que le despojase de su ropa inferior y le ayudase a situarse sobre el inodoro, algo que no tardé en realizar con toda diligencia, evitando que notase mi "interés" por verle en aquella violenta situación. La camisa del pijama evitó parcialmente que tuviese una visión completa de su sexo, pero lo que alcancé a ver me llenó de excitación y deseo de asaltarle allí mismo, pero mi conciencia controló mi pasión y valoré la necesidad de esperar a que hubiese otra ocasión mas asequible y, sobre todo, esperar a que su dolorido cuerpo comenzase a recuperarse; podrían ser dos o tres días, supuse y luego ya veríamos. Durante ese tiempo debía ganarme su total confianza mostrando un control propio de un adulto responsable y que mi padre se mostrase sin reparos ante mí. Así, con la guardia baja, le tendría mas a mi alcance.

Tras pedirme pudorosamente, que saliese del baño mientras evacuaba, me requirió nuevamente para ayudarle a limpiarse, lo que hice con gran espíritu de colaboración y que fuese evidente para él que podría contar conmigo con total confianza. Después de esto, se dio la vuelta y me solicitó ayuda para desnudarse, pues deseaba ducharse; le quité la camisa de su pijama y le ayudé a acomodarse en la bañera, aunque siempre de espaldas. Yo lamenté su pudor y traté de asearle sin ponerle en aprietos, aunque sintiendo sobre mi mano sus genitales en dos o tres ocasiones cuando le pasaba la esponja por esa zona y procurando recrearme en ella. Me sentía roja de pasión y me preocupaba que mi padre lo notase, pero su honestidad personal no le hubiera permitido entender lo que a mí me sucedía.

Ese primer día transcurrió entre los medicamentos y alguna que otra queja de mi padre sobre su mala suerte. Pronto llegaría el segundo y los siguientes, a los cuales me referiré a continuación.

Con el transcurso de los tres o cuatro días siguientes, mi padre fue perdiendo ese pudor inicial y mostrándose mas confiado en mis cuidados, permitiéndome que le limpiase todo su cuerpo sin reparar en si yo le miraba mas o menos. Yo, lejos de acomodarme a la situación, cada día sentía mas necesidad de gozar del sexo con él, esperando la ocasión de hacerlo; suponía que en algún momento y tras mi frotación de sus genitales, su pene debía entrar en erección y ese sería un buen momento para poder crear el ambiente propicio. Por mi parte, me iba aligerando de ropa cada día en el momento de su baño, y con la excusa de no mojarme excesivamente, pues la ducha me salpicaba y ponía el suelo perdido de agua, al tener que mantener la cortina del baño abierta mientras le lavaba.

Por fin, aquel domingo que pensábamos salir a pasear, se levantó mi padre un poco pronto, requiriéndome para su ducha diaria, algo que me apresuré a cumplir. Me sorprendió que en aquella ocasión me diese de nuevo la espalda, pero no quise hacer ningún comentario al respecto, simplemente aproveché para quitándome el pijama, meterme en la ducha con él, con la consabida excusa de no mojarme yo ni el baño con las salpicaduras de agua, aunque apenas pude articular palabra debido a mi excesiva excitación. El habitual flujo vaginal me manchó enseguida mi braguita blanca, aunque con el agua de la ducha se disimulaba sin problemas.

Su repentino pudor me brindó la ocasión, pues simplemente con la braga-tanga que me venía poniendo ya habitualmente y esperando este momento, me colé en la ducha a pesar de sus muestras de disconformidad.

Comencé a frotarle la espalda y rápidamente y a pesar de sus quejas por mi iniciativa, le pedí que se girase hacia mí para frotarle por delante, pero se negó; me pidió que lo hiciese así, por lo que casi en un abrazo y con ambas manos, le comencé a frotar su pecho... vientre y, por fin, su pene, esta vez completamente erecto y de unas dimensiones desconocidas para mí; rápidamente pensé en salirme de la ducha, pues mi nerviosismo me impedía mantener un control de movimientos coherente y, por otra parte, reconozco que me asusté de las consecuencias de la penetración con las dimensiones de aquel miembro erecto. Mi padre, sorprendentemente, me pidió disculpas por esta situación que no podía evitar, tratando de explicarme que eso era normal en ocasiones en los hombres, viéndome yo en la necesidad de explicarle también y tranquilizándole, que yo ya era una mujer adulta y que estaba perfectamente informada de la sexualidad de los hombres y, siendo su hija, no debía tener vergüenza alguna de mostrarse en su estado natural, así es que podía darse la vuelta. El, agradeciendo mis palabras, me preguntó evidentemente violento con la situación, si yo estaba desnuda, respondiéndole enseguida que por supuesto que no y tratando de tranquilizarle, así es que con los ojos bajos se giró mostrándome su parte delantera y, con sus brazos escayolados, trataba de cubrirse sus genitales, algo que por supuesto no conseguía, pero que era irrelevante en relación con la sorpresa que se llevó al verme casi totalmente desnuda, con mis pechos descubiertos y mi tanga blanco y mojado, dejando ver al trasluz mi vello púbico apenas cubierto por su escaso material.

Mi padre, sin casi poder articular palabra, me reprendió por mi iniciativa indicándome lo inadecuado de la situación, lo violento que le había puesto con esta idea mía y por mi desnudez, impropia de una mujercita que ya era su hija. Yo traté de tranquilizarle, sin poder contener mi propia intranquilidad al ver y sentir el pene de mi padre a escasos centímetros de mi vagina y con un deseo irreprimible de apretarle contra mí, pero mantuve un control mínimo y le pedí que procurase verme como yo a él, como mi padre y sin ruborizarme por ello. Era evidente que ni yo misma me lo creía, pero mi padre trató de mantener su compostura y, ahora sí pude apreciarlo claramente, sin poder evitar llevar sus ojos a mis pechos y mi entrepierna, se dejó llevar por mi iniciativa y comencé a frotarle su pecho, cuello, vientre, ... su pene erecto, sus testículos endurecidos por la larga abstinencia, sus piernas... etc. .. en fin, cuando recuerdo esta escena aún siento escalofríos. Era mi primera experiencia.

Yo procuraba aparentar normalidad y autocontrol, incluso indiferencia, sin manosear excesivamente sus genitales y mi padre, en ocasiones, cerraba los ojos, supongo que escondiendo su vergüenza.

No pasó de aquí la cosa, aunque para mí había sido algo estremecedor. No fui capaz de llegar mas adelante, pero esta experiencia habría de ser el preludio de la espléndida relación que aún hoy y espero que por muchos años, mantengo con mi padre.

Después de aquello, efectivamente dimos un paseo por el parque cercano. Era el primer día que mi padre salía de casa después del accidente y ambos nos encontrábamos felices de sus progresos. Al menos ya no tenía dolores, aunque la escayola habría de durar aún algún tiempo... por suerte!.

Durante este paseo me preguntó mi padre si me había resultado muy violento verle desnudo y en "esas condiciones" y yo, haciendo un alarde de madurez, le dije que en absoluto, todo lo contrario, pues empezaba a ver que mi padre me mostraba la confianza que se merece una hija solícita que le atiende gustosa en una necesidad de su vida, algo que él habría hecho conmigo igualmente, pues para eso está la familia. Lo que lamentaba era haberle violentado yo a él, al meterme en la bañera para poder lavarle mejor, explicándome él que lo que ocurría era que creía que estaba desnuda y no le parecía bien esa especie de exhibición ante él, que era mi padre. No pasó de ahí la conversación y me alegré de comprobar que mi padre estaba totalmente convencido de mis "buenas intenciones", por lo que las siguientes duchas habrían de ser parecidas y, en cuanto me fuese posible, mejores aún.

Después de una bonita mañana y tras el paseo, nos fuimos al bar de la esquina de nuestra manzana, a tomar el aperitivo, algo que hacía antes con mi madre. Allí tomamos dos o tres riojas –yo también, a solicitud de mi padre, quien me dijo que ya era una mujer hecha y derecha-, y los pinchos habituales, alcanzando por mi parte un nivel de euforia desconocido pues, a decir verdad, era la primera vez que bebía y no quería quedar mal ante mi padre. Tambien a él se le veía contento y saludando a sus amigos a quienes hacía tiempo no veía.

Presumía ante sus amigos de su hija y enfermera que tan bien le atendía y decía que cada día le recordaba mas a mi madre. Yo estaba francamente mareada y me ponía nerviosa perder un control que hasta ahora me había llevado a tan buenos resultados.

El día transcurrió sin novedad.

A la mañana siguiente, nuevamente mi padre me pide que le duche y nuevamente yo me dispongo a la labor, preparando todo. Este día ya no aprecio reparo alguno en su disposición para seguir mis instrucciones, dejándose desnudar por completo y subiendo a la ducha él mismo. Me decepcioné al comprobar que su pene mostraba un aspecto triste y de mirada "baja". Llegué a pensar ayer que yo era el motivo de su animación, pero hoy no parecía lo mismo. En fin, decidida a seguir con mi plan, yo tambien me quité mi camisón y, tan solo con un tanga negro que llevaba debajo, me metí con mi padre en la bañera, y le pedí que se sentase, para bañarnos en lugar de darnos la ducha de siempre, pues es mas relajante y no teníamos prisa ninguna. Yo esperaba conseguir mejores posturas para "acercar posiciones", de modo que me situé de rodillas sobre él, que quedó debajo de mí y comencé a pasarle la esponja por todo su cuerpo y cuando llegué a sus genitales, dejé la esponja y con la mano, comencé a manosearle suavemente, notando como poco a poco aumentaba de tamaño, algo que me tranquilizó, al comprobar que todo iba según lo previsto. Con cierto nerviosismo me dijo que ya estaba bien y que deseaba salir de la bañera, rogándole yo que esperase un momento, pues yo iba tambien a aprovechar para asearme. Casi en la misma horizontal su pene semierecto y mi vagina, y sin darle tiempo a reaccionar, metí mi mano aún caliente de sus testículos, bajo mi braga y comencé a frotarme y descubriéndome en parte ante su mirada asombrada. Tratando de evitar una alarma innecesaria, seguí frotándome el resto de mi cuerpo y haciendo especialmente paradas en mis pechos y mi sexo. Mi padre seguía sin reaccionar, aunque su pene sí lo había hecho.

Yo, decidida a terminar con aquel sufrimiento mío, me quité el tanga tratando de aparentar normalidad y evitar actuaciones anormales y de tensión y puesta a horcajadas sobre él, esta vez desnuda, comencé a lavarme la cabeza, dejando caer el jabón sobre mis ojos, lo que me permitió ausentarme de aquella tensa situación y permitiendo a mi padre que disfrutase libremente de sus miradas y de sus actos, si es que se decidía. Yo había puesto todo lo necesario para que él, casi con un leve esfuerzo, y hasta casi sin él dadas las dimensiones de su pene, pudiese ponerlo en contacto con mi vagina, y era lo que yo esperaba, tanto si era decisión suya como si la madre naturaleza ayudaba un poco alargando lo necesario el pene de mi padre.

Tras un par de minutos de espera, sin que mi padre dijese ni una palabra ni yo tampoco y viendo que el suceso no acontecía, comencé a agacharme suavemente buscando el encuentro deseado, algo que se produjo al instante, aunque sin mucha precisión, ya que no conseguí que la punta de su pene tocase al menos, las puertas abiertas de par en par de mi vagina húmeda. No mostré ninguna alarma por el "pequeño accidente" y, sin reacción alguna de mi padre, me propuse otro intento, esta vez mas acertado, pues pude notar, con toda mi sensibilidad a flor de piel, ese ansiado contacto, ese pene erecto y tan deseado, tocando a las puertas de mi pasión. Ya no me era posible mantener la normalidad, pues comenzaba a fluir el jugo lubricante de mi interior a raudales, cayendo sobre el pene de mi padre que, esta vez sí lo notaba, iba penetrando lentamente dentro de mí y por su propia iniciativa, o la de mi padre, pues yo no miraba ni quería estropear el momento.

Con un temblor descontrolado y escalofríos por todo mi cuerpo, dejé caer mi peso sobre el firme pilar que mi padre había puesto entre mis piernas, pues éstas ya no me sostenían. Solté las manos de mi cabellera y las apoyé sobre el pecho de mi padre, dejándome caer sobre él y sintiendo una pequeña resistencia en mi interior que no llegó a suponer dolor alguno, pero sentí mi cuerpo lleno del miembro de mi padre, a quien oía jadear y notaba un suave movimiento de sus caderas subiendo y bajando rítmicamente y proporcionándome un placer muy intenso. Para mí era la primera vez, de modo es que apenas sabía lo que tenía que hacer, pero la madre naturaleza nos dotó de un instinto básico y no tuve problema alguno para adaptarme al ritmo que marcaba mi padre.

En unos segundos, o al menos así me lo pareció a mí, note que mi padre daba un gran empujón hacia arriba y tuve que abrir mis ojos para ver que ocurría, viéndole con el rostro desencajado y sus dientes apretados, suspirando agitadamente y noté en mi interior, con una fuerza inesperada, una gran eyaculación y unos espasmos que acompañaban cada chorro ardiente que caía dentro de mí. Yo me asusté al ver a mi padre así, pensando si eso era o no normal, pero lo cierto es que en unos segundos volvió a la normalidad y me pidió que me levantase y le sacase de la bañera. Me resistí inicialmente y continué yo el movimiento, pero el miembro de mi padre perdió todo su vigor y cayó pesadamente sobre su pierna izquierda saliendo por completo de mi cueva palpitante aún y dejando salir una gran cantidad de semen que tambien cayó sobre los genitales de mi padre. Le protesté levemente recriminándole que se retirase sin dejarme disfrutar a mí tambien, pero no quise llevar muy lejos una discusión de ese tipo. No me es posible contar lo que no sucedió, tal y como he visto en otro relatos que me suenan a algo realmente anormal por la duración, repetición de orgasmos, dimensiones de los genitales, … en fin, creo que la realidad no es así, al menos la mía no lo fue y se quedó en lo que acabo de contar; eso sí, fue el inicio de unas experiencias mucho mejores y mas intensas, pero no tan espectaculares como las de los relatos que leo en ocasiones en las páginas de Internet que aún sigo visitando. Me gustaría contar una de esas historias en las que ambos disfrutan enloquecidamente durante horas, pero no fue así.

Yo me había quedado sin disfrutar del todo y fue una especie de decepción inicial, pero estaba muy satisfecha con el resultado de mi iniciativa y, sobre todo, el haber conseguido romper los prejuicios de nuestro parentesco, lo que me permitía suponer que la situación se prolongaría en el futuro.

Le saqué de la bañera y me pidió perdón con lágrimas en los ojos, algo que me provocó un trauma interior al comprender mi entera responsabilidad y hasta donde había forzado y doblegado la voluntad de mi padre, el cual se consideraba responsable del suceso.

Me pidió que le perdonase, que no volvería a ocurrir y que él era el único responsable por no haber previsto esta posibilidad. Que contrataría a una enfermera a partir de ahora y no volvería a suceder otra vez lo mismo. Me pidió que le llevase a un amigo suyo médico a solicitarle una receta para comprar en la farmacia una píldora anticonceptiva que debía tomar antes de 24 horas y así lo hicimos. Me sorprendió su control de la situación a pesar de la traumática experiencia, pues yo no había pensado en un posible embarazo y me tranquilizó comprobar que mi padre seguía pendiente de todo.

No hubo problema y, en cuanto a la posibilidad de un embarazo no deseado, todo estaba resuelto, pero el problema de conciencia no sería fácil de superar… para él.

Solo añadir, en éste punto, que mi padre trató de exculparme a mí del suceso y achacarse por completo la responsabilidad, insistiendo durante los 2 o 3 días siguientes casi de una manera enfermiza.

La verdad es que hubo de pasar algún tiempo hasta conseguir que mi padre volviese a dejarse seducir por mí, pero era del todo inevitable ante la situación de imposibilidad de contratar a nadie para ayudarle, pues el costo era muy elevado y su estado de necesidad de ayuda externa para valerse, le hacía totalmente dependiente de mí, así es que supe esperar, eso sí, masturbándome cada noche con el recuerdo de aquella, mi primera experiencia, algo insatisfactoria. A pesar de ello, yo ya veía a mi padre como un amante, y él, aunque se resistiese, el haber probado el fruto prohibido habría de condicionarle necesariamente.

Para ahorrar este lapso de tiempo muerto, de 20 o 30 días, entre la primera y la segunda ocasión que se me presentó, solo decir que mi padre me prohibió que me desnudase cuando le fuese a duchar, así es que tuve que diseñar una estrategia de provocación diferente. Decidí ponerme unos camisones que usaba para dormir, de tejidos y telas muy finas, sin ropa interior debajo, de tal modo que cuando se mojaba, se me adhería al cuerpo y se hacía semitransparente, mostrando mi anatomía al completo.

A mi padre ya no le era posible ignorar mi cuerpo como antes, sobre todo después de haberlo probado, de tal forma que yo veía reaccionar su pene ante mis provocaciones. No obstante cuidaba los momentos de su ducha evitando las mañanas y, además, distanció la frecuencia de su ducha diaria, de tal modo que ahora las hacía coincidir en ocasiones con la noche. Además, raramente me mostraba su frente desnudo, procurando que le asease vuelto de espaldas, aunque yo siempre le palpaba sus genitales y comprobaba su estado, a pesar de sus reticencias. Esto me excitaba lo indecible. Me estaba haciendo sufrir lo inimaginable.

Finalmente la situación se presentó, o mas bien tengo que decir que la provoqué, un día en el que mi padre me informó que tenía que ir a la clínica para ver si ya le quitaban las escayolas que llevaba y, en todo caso, para una revisión que tenía programada. Aquello me alarmó de tal forma que pensé que si llegaba a valerse por sí solo, perdería toda ocasión de repetir la experiencia, pues he de decir que mi padre tenía un control, para mí incomprensible, de modo es que tenía que actuar con rapidez, pues si lograba que me hiciese el amor de nuevo, sería definitivo, lo presentía. Aquel día me pidió que le duchase por la noche, y me decidí a no demorarlo mas, así es que, a pesar de su cuidado en controlar la situación yo, descaradamente, le manoseaba los genitales, frotando su pene y apretándome contra él por su espalda. A pesar de que amenazaba con salirse de la bañera, no podía defenderse, pues sus manos aún estaban anuladas. He de decir que a pesar de su resistencia heroica, conseguí que su pene alcanzase una erección total y ya le notaba algo menos resistente, así es que con mucha suavidad comencé a masturbarle, hasta sentir, con mi cabeza apoyada en su espalda, como su corazón se aceleraba notablemente. No me interesaba esta rapidez, así es que forcé su voluntad y le giré hacia mí y yo, agachándome, me metí su pene en mi boca ante su sorpresa y a pesar de que hizo un intento de retirarse, yo no le dejé y comencé a succionar, chupar y lamer, manoseando sus testículos a la vez.

Le oía repetir, "por favor…", "Dios mío, no puedo.." En fin, exclamaciones mas de éxtasis que de reproche, así es que continué suavemente frotando con mi boca y mi lengua su pene que ardía, hasta que sentí que sus frases se convertían en sonidos quejumbrosos y respiración agitada, por lo que paré de esta actividad y me levanté, quitándome el camisón que llevaba y pidiéndole que se sentase en la bañera, a lo que accedió sin poner reparo alguno. Yo, como era de esperar, tenía mi sexo ardiendo y deseando clavarme la estaca de mi padre hasta el fondo de mis entrañas, así es que me senté nuevamente sobre él y coloqué su pene en la puerta de mi sexo, introduciéndolo lentamente, sintiendo cada milímetro de su piel rozando las paredes interiores de mi vagina, volviéndolo a sacar para introducirlo otra vez lentamente… mi padre se dejaba llevar sin oponer resistencia alguna y yo disfrutaba cada segundo controlando como una experta la situación y aprovechándome a tope del momento. Poco a poco y con intensidad creciente, comencé a hacer flexiones rítmicas sobre mi padre, con todo su pene en mi interior, pero tratando de evitar que alcanzase el orgasmo antes que yo, aunque me pareció observar que ahora mi padre también colaboraba en este empeño, así es que cuando yo iba alcanzando una velocidad "de crucero", mi padre reaccionó y me pidió que parase un momento; creí que quería parar, pero pronto comprendí que quería tomarse un respiro para conseguir que yo alcanzase esta vez el mejor y mayor orgasmo de mi vida.

Me levanté de mi posición sintiendo un tremendo vacío en mi interior y seguí impulsiva e inconscientemente frotando mi clítoris con mi mano, pero mi padre me pidió un momento para colocarse y se tumbó sobre el fondo de la bañera, pidiéndome que me pusiese en cuclillas sobre su boca... ¡aquello era de locura!, ¡me lo pedía él!.

Pronto acerqué mi sexo a su boca y comenzó a pasarme su lengua por toda la zona mas sensible de mi cuerpo hasta centrarse en mi clítoris, que localizó sin dificultad, pues he de decir que en mi caso es bastante grande. Yo alucinaba y me parecía imposible lo que estaba viviendo, pero no quería pensar en nada y solo disfrutar de lo bien que sabía hacérmelo mi padre. Durante un rato, creo que bastante, yo gozaba sin parar, pero sin alcanzar el orgasmo pleno; creo que me lo impedía la situación tan atípica que vivía. Reconozco que sentía cierta preocupación por lo que pasaría a partir de entonces, pues conocía a mi padre y me parecía imposible que estuviese colaborando activamente en aquello. Llegué a pensar que era otro de mis sueños eróticos.

De mi vagina manaba un flujo incesante que pedía la penetración profunda que había sentido antes, pero mi padre no me soltaba y yo no tenía fuerzas para reclamar nada, pensando que podría arrepentirse, así que me mantuve en esa posición retorciéndome literalmente cuando sentía que el éxtasis se aproximaba. Recuero que en aquellos instantes me preocupaba si mi padre podría sentir repugnancia por lo que le caía sobre la boca, pero no parecía importarle.

En unos minutos, no muy cortos a decir verdad, supongo que 10 o máximo 15, alcancé el mayor placer que había sentido hasta entonces en mi vida y, sin poder contener un grito alargado y tenso, disfruté de los espasmos mas convulsos que se puedan imaginar.

Dejé pasar un rato después de correrme en la misma posición y mi padre proseguía una succión suave y placentera sobre todo mi sexo que aún sufría unas contracciones intensas, esperando que yo disfrutase de ese post-orgasmo intenso que estaba teniendo. El lo sabía y no me apresuró a terminar. Solo me dijo al levantarme :"Qué tal hija? ¿Lo has disfrutado hoy?" Creo que la expresión sonriente de mi rostro le dio la respuesta y entonces pensé que él aún no había terminado. De hecho, miré hacia atrás y vi su enorme verga aún erecta con una dureza extraordinaria. Comprendí que aún él esperaba algo, así es que me giré y me agaché sobre su pene comenzando a chuparle yo a él, con toda la delicadeza y cuidado de era capaz, pero me pidió que me sentase sobre su pene otra vez, pues lo que no quiso antes es correrse dentro de mí, para evitar embarazos indeseados, pero que ahora, durante unos minutos, podría controlar la situación, así es que podría penetrarme con cierta tranquilidad y mañana, compraría definitivamente píldoras anticonceptivas y podríamos disfrutar sin temor alguno.

Yo me alegré sobremanera comprendiendo que mi objetivo lo había logrado: por fin mi padre se había convertido en mi amante y tendríamos todo el tiempo del mundo para disfrutar de ese placer y del amor, sí, amor real que, yo al menos, sentía por él.

Me dispuse a darle un poco mas de actividad a mi sensible vagina y esta vez, ya mas tranquila con mi pasión satisfecha, me centré en devolverle a mi padre todo el placer que él me había dado a mí minutos antes, así es que suavemente comencé a introducir su pene en mi vagina y a subir y bajar con lentitud. Pronto comprendí que podría volver a alcanzar otro orgasmo sin dificultad, si mi padre tenía un poco de aguante y parecía que hoy iba la cosa muy bien. Al cabo de unos minutos y ya ambos sincronizados en un movimiento rítmico y sensual, yo me acoplaba totalmente sobre mi padre, viendo desaparecer totalmente dentro de mí, su magnífico ejemplar, tan dentro que sentía casi dolor interno cuando me dejaba caer por completo sobre su miembro, pero era un dolor que me hacía sentir la conciencia del tremendo placer y desconocido para mí, que estaba sintiendo. Aquello era mucho mejor que todo lo que había visto en las películas y en revistas… aquello era real!!

En esta ocasión fue distinto, pues efectivamente él controlaba la situación. Mi lívido iba subiendo nuevamente estimulada por tan placentera actividad y ya no pensaba sino en alcanzar otro orgasmo lo antes posible, sin preocuparme de las consecuencias; todo me daba igual. Ardía nuevamente de pasión y no quería, por nada del mundo, estropear el momento, pero mi padre tenía otras intenciones. Me pidió parar un momento y colocarnos de forma que pudiésemos acabar con la boca. La verdad es que me estropeó un poco la fiesta, pues no me ha gustado demasiado esas variantes, pero accedí en mi ánimo de no contrariarle y facilitarle cuanto desease, así es que nos situamos en posición adecuada y comenzamos cada uno con nuestra labor.

La penetración, para mí, es incomparable, pero he de reconocer que mi padre sabía hacer disfrutar a una mujer con el sexo oral, mejor que nadie, así es que nuevamente mi pasión me hacía arder y no creo que pudiese aguantar mucho mas. La verdad es que era incapaz de controlar lo que le hacía a mi padre, pues mi cuerpo sufría de convulsiones y espasmos y carecía de control alguno sobre mis movimientos.

Os puedo asegurar que nuevamente tuve un orgasmo tremendo, quizá con mas intensidad que el anterior, hasta el punto de que recuerdo que brotaron lágrimas de mis ojos. Al cabo de unos segundos reaccioné y traté de continuar la labor que a mí me correspondía, pues mi padre seguía armado y a la espera de su parte, aunque él seguía lamiendo mi sexo incandescente y enrojecido, mas por el placer sentido que por la frotación física.

Cuando aún sentía las contracciones de mi orgasmo, largo e intenso, sentí un borbotón de semen en mi boca que me sobresaltó y me hizo retirarme por un segundo, pero rápidamente reanudé mi actividad y procuré hacerle a él algo parecido a lo que él me había hecho a mí, así es que me aguanté ese punto de repugnancia que confieso sentí en aquel momento y le procuré todo el placer que pude. Tambien él ahora se retorcía debajo de mí y su lengua ya no controlaba los restregones que aún me daba por mi zona sensible.

Le pedí que nos fuésemos a la cama a hacer el amor tradicional, pero él, con buen criterio, me aseguró que no podría ponerse sobre mí pues no podía aguantar el peso de su cuerpo con sus brazos, y que, además, quería comprar píldoras anticonceptivas al día siguiente para poder hacerlo con toda tranquilidad. A pesar de eso, aquella primera noche que dormí con mi padre, fue algo inigualable; le abracé tiernamente y le pedí que me tomase como su amante para siempre, pues yo siempre le había deseado y no quería entregarme a ningún otro hombre. En fin, creo que sentamos las bases de una sólida relación de futuro y, por ahora, todo permanece dentro de una estabilidad absoluta. Ambos estamos completamente satisfechos y practicamos el sexo casi a diario… he de añadir que casi siempre a requerimiento mío, pues mi pasión continúa siendo como en aquellas primeras experiencias.

A pesar de lo relatado, os puedo asegurar que los día siguientes fueron tremendos: las sesiones de sexo eran a diario y aunque sin demasiadas repeticiones, al menos una o dos veces cada día disfrutábamos de nuestro amor.

Ambos aprendimos a satisfacer a nuestra pareja y ese era nuestro objetivo.

Especialmente los dos o tres días siguientes a la utilización de la píldora, fueron extraordinarios, algo que pienso relatar en otra ocasión para, al menos, mi propia satisfacción y la de aquellos a los que gusten de estas experiencias, sobre todo si son tal auténticas como la mía.

Por Fermina

jueves, 25 de febrero de 2021

La tête de Normande St-Onge (AKA Normande)


Las exigencias de su familia y el estrés de la vida diaria llevan la mente de una mujer a una fantasía permanente como una forma de afrontar la situación.

Magnet Link
Francés/Inglés


Nueva oportunidad, Comix




¿Locura?


Querida madre:

Quise escribirte, porque me urge comunicarte la gloria que vivo, pero más que eso, para decirte los enormes deseos que tengo de..., pero esto te lo expongo después.

Te escribo porque estoy confundida, y no sabría cómo contarte mi maravillosa experiencia viéndote a los ojos; sí, sé perfectamente que siempre nos hemos tenido muchísima confianza y un desmesurado amor, que la vida vivida nos hemos contado nuestras cosas, aún aquellas que significaron tanto para ti en vida de papá. Sin embargo, prefiero, por el momento, este medio; estoy segura, conforme leas me darás la razón y, tal vez en tu respuesta, por el medio que sea, podamos repetir lo que en esta epístola va.

Por principio de cuentas nunca he agradecido tanto que me hayas tenido siendo tú muy joven, en estos venturosos días en que la vida me ha dado lo que nunca esperé tener de la vida. Lo digo porque, pienso, de otra manera la extrema y profunda comunicación que mantenemos, no se hubiera dado siendo tú más añosa al tenerme. Así mismo, siguiendo tu ejemplo, jamás he tenido temores ni reservas para ejercer mi sexualidad, para contarte de mis experiencia sexuales, cosa que tú también has hecho, y ambas con lujo de detalles nos hemos relatado eso, nuestras vivencias sexuales.

No sé si también por seguir tu ejemplo, me embaracé apenas cumplidos mis 17 primero años. Por eso es que tengo una hermosa chiquilla ya adolescente, bien madura físicamente, creo que también en lo emocional, no solo creo, estoy segura de esto último. Así que somos una mamá y una abuela bastante jóvenes, ¿estás de acuerdo?.


Me parece que de introducción ya estuvo bueno, ¿verdad?, entonces, a lo sustancial.

Estás enterada, mi marido viaja bastante por razones de trabajo y esto, en ciertos momentos, se ha convertido en algo conflictivo entre él y yo. Hará unos cuantos meses puse el ultimátum: o me llevaba con él a sus viajes, o bien podía ir pensando en la separación. Después de discutirlo en varias ocasiones hasta airadamente, llegamos al acuerdo de que me llevaría todas las veces que eso fuera posible, y situaba aquellas previsibles causas por las que no podría acompañarlo, por ejemplo, que el pasaje fuera demasiado caro o que la estancia programada se fuera a prolongar con el consiguiente aumento en los gastos de estancia donde fuera. En fin, creí razonable lo planteado, impedimentos reales a que yo fuera con él.

Hemos estado viajando, más cuando los traslados pueden ser en nuestro auto. Claro, nuestra relación ha mejorado bastante, incluido lo sexual; estás enterada, no es nada del otro mundo, y sí algo que me mantiene insatisfecha sexualmente, y más de la institución del matrimonio.

Hará pronto dos meses que pasó. Mi marido debía ir a un seminario en el cercano Metepec. Me invitó. Le dije que me encantaba la idea y que, dado que el viaje era corto y la estancia también, podríamos llevar a la niña que estaba de vacaciones, bueno, te decía, ya no es la niña que recuerdas, es toda una mujer, y muy bella. Aceptó casi con gusto. Claro, mi querubín se entusiasmó tanto, que me dio de besos, de eso besos inacabables y muy sentido, muy alegres, muy apapachadores, hasta gritó de júbilo porque iría con nosotros. La salida era lo único incómodo: saldríamos a las cinco de la mañana porque se pensaba iniciar la actividad precisamente a las siete en punto de la mañana.

Estábamos por acostarnos, cuando su jefe le llamó por teléfono para decirle que su auto se había descompuesto y le solicitaba lo llevara a la reunión. Por supuesto mi marido aceptó; para mí no era importante que fuera o no fuera el jefe con nosotros, lo importante era que yo iba con mi marido, pero sobre todo que así podía mi hija gozar algo diferente en sus vacaciones.

Nos levantamos hasta con trabajo, la hija ya estaba lista. La vi sonrojada por la emoción, además de enfundada en su más mínima faldita, hasta me sonreí al ver sus extremidades inferiores tan bellas y tan desnudas, pero la sonrisa no era por ella, sino porque yo, vanidosa, quería mostrar mis muslos que, tú sabes, son primorosos y por eso me puse, también, un cortísimo minivestido. Mi vanidad se vio acrecentada porque, estando las dos paradas en la sala con varias luces encendidas, nos vimos mutuamente los muslos, primero los ajenos, luego los propios, yo juzgué que los míos no le pedían nada a los de ella, a pesar de ser una linda jovencita con la gran belleza de la adolescencia, belleza obviamente reflejada en sus maravillosos muslos; pero fue más exaltada mi vanidad por ella misma porque, riendo muy loca, me abrazó, pegó su rostro a mi oreja, y me dijo: "¡Que hermosa eres, qué hermosa mamá tengo, qué hermosos muslos tienes, la verdad, mucho más bellos que los míos", ya te podrás imaginar hasta donde se fue mi siempre presente súper narcisismo y mi excelsa vanidad.

Feliz de la vida, abrazada de mi retoño, salimos. En la calle hacía frío. Mi niña – no puedo dejar de llamarla así – corrió a traer una cobija liviana, para que nos tapemos durante el viaje, dijo.

Llegamos por el jefe, lo consideré el latoso cuando íbamos por él; después he agradecido al Dios Eros que lo haya puesto en nuestro auto; ahora te darás cuenta por qué lo digo. La costumbre machista, en este caso casi bendita costumbre, indica que la mujer, si hay otro acompañante masculino, debe ir en el asiento trasero del auto; así que el jefe subió al asiento delantero, y yo tuve que hacer compañía a mi hijita linda.

Al tomar la carretera, aún estaba oscuro, por tanto la iluminación dentro del carro era solo la reflejada de las luces delanteras y exteriores del propio auto; por esto, adentro, la oscuridad era casi total. Quizás por la presencia del señor intruso, mi hija estaba seria, en silencio, lo mismo que yo, mientras los machos comentaban no sé que larga sarta de estupideces, así son siempre. Habíamos caminado unos diez minutos sobre la carretera, cuando mi hija, en susurros, me dijo que tenía frío y sueño, que si podía recostarse, a lo que accedí con gusto.

Desplegó la cobijita, la colocó sobre su cuerpo, y luego, para mi agradable sorpresa, puso su cabecita, con su hermosa cabellera, sobre mis muslos desnudos, claro, por efecto del minivestido que yo tenía puesto, a más de que, sentada, esas falditas suben mucho más. No sé, pero sensaciones extrañas y desconocidas me asaltaron; sí, esa es la expresión exacta, porque fue un real asalto emocional el que me produjo, sin lugar a dudas, el contacto de la cabecita juvenil en mis muslos desnudos.

Suspiré sonriendo, no por el dicho asalto, sino por la inmenso alegría que tenía porque ni divina angelita estuviera conmigo. Entonces, con cierto arrobo, alisé el pelo de ni niña, y ella ronroneó feliz, sí, vi su sonrisa esplendorosa respondiendo a mi cálida caricia. Habían transcurrido otros diez minutos, cuando mi adorada se dio la vuelta, digo, hizo rotar su cabeza, y entonces el contacto fue de su rostro tibio con la piel desnuda de mi muslo donde ella se apoyaba.

Mi corazón latió apresurado al identificar la fuente de las emociones, las sensaciones que te refiero, y era, nada más y nada menos, que la cabeza, y ahora el bellísimo rostro de mi amada niña, lo que me estaba produciendo esas maravillosas sensaciones. Entonces, miles, miles de sentimientos me invadieron, sentimientos por desgracia sumamente contradictorios entre sí. No obstante, mi primera decisión fue no hacer nada para suspender tan dulce contacto, contacto, insisto, que me estaba inquietando sin saber exactamente por qué.

Seguí dividida; por un lado, las ideas, los sentimientos que comento, por el otro, la amorosa sensación de comunión con mi hija expresada en el contacto inusual que teníamos. Al usar este calificativo, me dije que estaba loca, que qué tenía de inusual que mi hija y yo nos tocáramos la piel desnuda de muchas partes de nuestro cuerpo sin alteración emocional alguna. Creo que ese exaltado análisis tornó más sensible mi piel... y mi sensorio. Lo digo, porque antes de eso, no percibía el aliento caliente de mi niña sobre el muslo, aliento que empecé a sentir precisamente mientras intentaba explicar lo inexplicable.

Mi suspiro inicial, se tornó suspiros, tantos, que hasta daba pena. No era para menos. Digo, dudaba, dudaba en el qué hacer, cómo proceder... ¡Caramba!, me dije, si no está pasando nada que no sea perfectamente normal, ¿por qué tengo que alarmarme por...?, ¡estúpida!, me dije. Y ya no quise continuar analizando tonterías. Por el contrario, mi mano inició una suave caricia en el rostro tranquilo y hermoso que descansaba en mis muslos.

Al acariciarla, mis emociones se incrementaron, y mi suspiro casi fue gemido. No me lo explicaba, no podía entender la enorme emoción que me estaba envolviendo a cada segundo más y más. Estaba anonadada, muy dulcemente perpleja de lo que estaba sintiendo. Para colmo, cuando me di cuenta, mis dedos delineaban los labios finos, blandos, calientes de mi niña. Entonces sí, me alarmé. Mi alarma era porque de alguna manera las sensaciones hasta ese momento tan inexplicables, empezaron a tener explicación, una poderosa razón explicativa que venía de... ¡mi cuerpo y mi sensorio exaltado!

Preciso: en ese momento estuve clara y segura que mi exaltación provenía de un sutil asalto a mi ¡sexualidad!, caramba, pensé, ¿cómo es posible que esté sintiendo esto... porque mi niña puso su carita en mi muslo y porque yo perciba azorada su aliento excitante?. Cuando pensé en este calificativo, casi me caigo del asiento porque entonces fue más clara la que antes llamé "exaltación", ahora era, sin sutilezas ni fingimientos, "excitación", pero no una excitación cualquiera, sino una excitación admitida como sexual.

Mi mano paró el delicioso ir y venir por el rostro amado, sí amado, esa era otra realidad ineludible, además de ¡normal!. Luego, asustada, decidí que lo mejor sería no hacer nada para suspender la caricia, o hacer algo tonto que pudiera mortificar a mi nena. Por eso reanudé, no sin bochorno, la caricia suspendida.

Tiesa en el asiento, hacía hasta lo imposible por suprimir las sensaciones que el tacto traía a mi ser; no era posible; sufrí. Sin embargo, mi mano iba y venía en el rostro; conforme pasaba el tiempo, aumentaba sin duda la temperatura que era ya, caliente, no tibia. Esto fue una nueva emoción, emoción que, igual a las otras, no pude, o no quise interpretar qué era en realidad.

Confusa hasta el delirio, sentí cómo se agregaba a las sensaciones que venía sintiendo, una más, ahora, sorprendente y alarmante: mis pezones se tensaron, mi respiración se agitó, hasta me estremecí. Asustada, y temerosa, más esto que aquello, pensé en pedir a mi retoño que cambiara de posición; esto es, que pusiera su cabeza en el otro extremo del asiento alegando cansancio, o alguna otra estupidez. Pero el temor a producir algo indeseable en mi querubín, me hizo desistir de tamaña locura, locura manifestada en mis tontos y superconfusos sentimientos, y en las interpretaciones que estaba haciendo de algo que, tal vez, no debía tomar como lo estaba tomando; pero allí estaba, sin que pudiera ser negado por mi sensibilidad insensata.

Como si hubiera leído mis pensamientos, mi niña se levantó. Desconcertada, la vi; ella me vio sonriente, feliz, esa fue la interpretación que di a la fantástica mirada que ella, linda, me regaló. Luego, sin decir nada, se sentó para poder abrazarme pegando su cara a la mía, dulce tierna, frotando levemente las pieles, frotamiento que no solo me asombraba, sino que me hacía sentir más, mucho más, lo que ya venía sintiendo. No sé si por deseo, o simple reflejo, también la abracé. ¿No tienes frío?, dijo, para luego besar mi mejilla. No, le dije, por el contrario, estoy sintiendo calor, mucho calor. ¿Estás caliente?, preguntó, sin que yo, perpleja, pudiera establecer que la expresión tuviera un doble sentido, pero creo, así era... por lo que siguió.

Subió su boca hasta mi oreja y, en susurros, dijo: también estoy... acalorizada, pero, por favor, sigamos con... digo, cubiertas con la cobijita, ¿sale? No supe contestar, la miré con expresión oligofrénica, realmente pasmada. Enseguida, sin que yo recuperara la respiración ida, ella giró más, luego se recorrió para volver a poner su cara en mi muslo, porque era claro que la cara era la que llegaría a mi piel desnuda; tan pasmada estaba, que no preví que la posición que ahora llevaba el rostro amado, hacía inevitable que fuera la boca la que se uniría a mi muslo; no lo supe hasta que sentí los labios calientes, húmedos, además tocando mi piel, y la respiración agitada y febril de mi nenita.

Hice un gran esfuerzo para no brincar, y más para no gritarle que volviera a sentarse, que ese contacto era ya..., pero la boca besaba mi muslo. Mi corazón saltaba con violencia, mi respiración se agitó hasta hacerse incontable, hasta empecé a sudar en las axilas. Sentí no sé cuántos besos, sí, besos reales, tiernos, innegables besos intencionados. ¿Cuál intención?, me dije asombrada por la automática respuesta; no pude negar que la intención de los besos de mi niña en tan inusual lugar, era, sin duda, generarme estímulos eróticos, no solo, sino, seguramente, dar salida al franco erotismo de mi niña.

Con alivio y nueva sorpresa, la niña volvió a levantarse para de inmediato, sin cambiar la posición del rostro, es decir, con la boca hacia mí, besó mi mejilla, luego, continuando en los susurros, me dijo: "Eres muy bella, madre... además eres lindísima porque me dejas besarte, y porque... hueles bien rico, riquísimo. ¿por qué hueles tan rico?", dijo arrobada, francamente excitada, excitación que para mí, en ese instante, fue más que identificable. No paró allí; sostenida en sus manos puestas en mi muslo, manos que continuaban erotizándome, ya no pude, o no quise negarlo, menos evitarlo, siguió diciendo: ¿Me dejas investigar de dónde te sale tan delicioso olor?

Estuve a punto de empujarla. Pero la mirada tierna, la sonrisa amorosa, el aliento que acariciaba mi rostro lo impidieron, hasta sentí sonreír. "Eso mamá, es más bonita una sonrisa que la otra carita tan seria. Pero no contestaste si... me dejas investigar, ¿me dejas?", yo no respondía, ella insistió: "Vamos, di algo... ¿estás enojada?, ¿quieres...?, ¡no quiero que te enojes...!, ¿no estás sintiendo rico, muy rico... que estemos... como estamos?", susurrando lindamente.

Bueno, era una malvada, lo era porque me dejaba sin palabras, sin capacidad de réplica; además, mis temores de dañarla por mi negativa a continuar en su dulce juego, me obligaron a decir: No pequeña, no me enojo. Es que... me has sorprendido tanto con tu... juego, que, ¡caramba, no sé qué hacer, o qué no hacer...!; ella, sonriendo más cariñosamente, dijo: No hagas nada, solo déjame hacer a mí... ¿sale?, no pude decir nada de momento, pero luego, en susurros, le dije: ¿Por qué estás haciendo lo que... haces?, ella me miró amorosa, con su inacabable sonrisa, y dijo:

"Porque te quiero, porque te amo, porque sé que sientes rico que te bese... porque así te digo el amor que te tengo, porque eres mi madre adorada, además de una bellísima mujer a la que también amo, porque me siento feliz de darte mi amor con mis besos y con... lo que pueda hacer para, a través de lo que haga, demostrarte ese amor que estoy queriendo hacerte comprender y sentir, en especial que lo sientas en todo su esplendor.

Su larga explicación, me conmovió muchísimo, al grado que me recriminé por tantas estúpidas dudas que estaba sintiendo con las amorosas manifestaciones, inusuales y todo, que ella estaba haciéndome. No obstante, la expresión de que yo era además de su madre, una mujer a la que amaba muchísimo, me tenía perpleja, anonadada, confusa hasta la nausea. De cualquier forma, sin mi clara voluntad, mi mano acarició su rostro, nos mirábamos extasiadas; yo, más exaltada que nunca, sintiendo su amor, y mi real amor por ella, dije: ¡Has lo que quieras pequeña, lo que quieras...!, adelantó el rostro y me besó en las mejillas, muy cerca de los labios. Asustada como nunca, deseé que el beso fuera en la boca, pero ya ella estaba diciendo: ¡Te amo, mamacita divina!

Su boca regresó a mi muslo. Me estremecí con el dulce y cálido contacto, ya sin monsergas ni dudas tontas: si ella deseaba... lo que deseara, no sería yo la que me opusiera, por el contrario, haría lo que fuera para facilitar que expresara lo que quisiera expresar. Estaba pensando, cuando sentí que el beso húmedo transformaba en una sensación que no dudé en identificar ¡como lamida!; sí, ella, ¡estaba lamiendo!, cínica, lenta, dulce, ricamente lamiéndome. Mis fuertes estremecimientos fueron francos, intensos, mi excitación sexual innegable. La lengua húmeda iba de la rodilla hasta más allá del reborde de la faldita, misma que la lengua se encargaba de ir elevando más y más hasta que... ¡la lengua llegó a la ingle más próxima!

Intuyendo que la lengua deliciosa no pararía allí, me preocuparon los hombres de adelante, pero ellos estaban ajenos al drama que se desarrollaba en el asiento posterior, enfrascados en sus ortodoxas tonterías; estuve segura que incluso se habían olvidado de nosotras, allí, atrás, que viajábamos con ellos. Tranquila en relación con el riesgo de una indeseada interferencia, mis cinco sentidos pudieron concentrarse en lo que mi angelita hacía.

Ya nada me sorprendía, por eso el empuje de la manita sobre mi rodilla más lejana a su rostro, boca, lengua, fue hasta bien recibido y mi rodilla, acompañada por el muslo correspondiente, se separó tanto como fue posible del otro muslo. Enseguida, esa misma mano se colocó por debajo del muslo lejano al parecer porque le era más fácil y sencillo esa posición, para entonces moverse con claras intenciones acariciadoras, mismas que yo, ya sin la aprensión, las dudas y las intemperancias iniciales, me dediqué a disfrutar lo que mano y lengua me estaban haciendo.

Cerré lo ojos, aspiré profundo el aire que parecía faltarme, y luego sentí, más que escuchar, aspiraciones similares provenientes de la nariz, tal vez de la boca de la audaz jovencita que pretendía ir más allá con la lengua salivosa. No entendí el porqué de esas aspiraciones, pero pensé que era debido a que la niña de mis sufrimientos del principio del drama, sufrimiento que ahora era pleno goce, tenía dificultad para respirar en el sitio donde radicaban, aunque fuera por momentos, su nariz y su boca. Ella misma se encargó de aclararme por qué aspiraba con tanta fuerza y frecuencia.

Volvió a levantarse haciendo a la cobijita que cubría precariamente su cabeza, irse hasta las nalgas de la niña que estaba bocabajo; luego, igual a las ocasiones anteriores, subió la cabeza, me vio con la hermosa sonrisa ampliada, la vi con mi sonrisa más alegre, y ella susurró: ¡Ya sé de dónde salen tus olores, mamacita linda! Me estremecí, no cabía duda qué era lo que ella me estaba diciendo, esto es, los olores de mi vulva, de mis pelos, de la humedad que ya me tenía eufórica, había sido ubicados por la precoz niña. Mostré sorpresa para halagarla, mi mirada contenía una interrogante, pregunta que ella se encargó de contestar acercando su boquita deliciosa a mi oído para, en todavía más tenues, susurros, decir: ¡Qué linda y hermosa eres, mamacita!, no sabes lo qué y cómo te amo... y más desde que nos subimos al carro, la verdad... ¿sabías que tus lindos y deliciosos olores salen de tu puchita?, ¡caramba!, ¿por qué nunca me habías dicho que allí fabricas tan bellos y estimulantes olores?, ¿crees que yo también tengo olores iguales a los tuyos?, acariciando mi rostro con su manita, y luego su lengua lamió lo que la mano acariciaba.

Yo estaba paralizada por la enorme excitación sexual que casi me estaba obligando a solicitar la profundización de las caricias... vamos, de las lamidas sensacionales que la diablilla me estaba propinando. Pero fui sensata, lo único que hice fue sonreír con mayor amplitud, luego acariciar a mi vez el hermoso rostro juvenil y, para terminar ese diálogo en las alturas, dije: ¿Te gustó lo que... oliste?... ¡Claro mamacita!, no solo me gustó, sino que quiero olerte siempre, siempre... digo, cuando nos dejen, ja, ja, ja, Pero, orita lo que quiero es que..., bueno, creo que ya estamos entradas, ¿no?, ¿me dejas que te dé un beso?

Aunque ya te había dicho que nada me sorprendía, en las últimas palabras y peticiones de mi demonia, hubo sorpresas para mí. Una fue que dijo: "ya estamos entradas", que traduje: estamos de acuerdo en lo que está sucediendo, cosa que me turbó, pero fue una turbación deliciosa. La otra sorpresa fue la solicitud ¡de un beso!, beso que para mí era inevitable pensar de qué tipo de beso era el que la niña de mis sorpresas deseaba. La última fue que, sin tener clara conciencia, asentí con la cabeza sin decir nada, solo viéndola con cariño, con amor, tal como ella me veía.

¡Y me besó!, me besó, lo pensé, en la boca, con sus labios entreabiertos y húmedos, más bien llenos de saliva, luego lamió mis labios para después, sin yo poder oponerme, meter la lengua en mi boca tan adentro como pudo. Mis estremecimientos ahora fueron casi el presagio de un orgasmo, más cuando mi lengua se puso a jugar con la de la niña profundamente enclavada en mi boca. Mis pezones estaban más que tensos, casi dolorosos de tanta tensión; mientras el besó duró, la mano libre de la niña se dedicó, cínica, a acariciar, aplastándola, la chichi cercana. Restregué mi boca en la boquita presa de la bárbara excitación. Ella respondió con igual restriego, pero luego se separó, vio hacia delante, movió la cabeza diciendo que allí estaban los monigotes, y luego sonrió así los hacía desde por la mañana, llena de alegría y gozo, y ahora saturada de rojos colores.

Congruente con el señalamiento del riesgo, arrastró el cuerpecito hacia atrás para poder volver con su rostro, más bien con su lengua y boca, a donde antes encontraban. Lamió desesperada la piel tan lamida ya, ahora agregó mordiditas escalofriantes a cada paso de la lengua remolcada por la boca. Subió la boca, abrí los muslos; las manos se fueron una, al muslo lejano, la otra se metió por atrás, hasta hizo esfuerzo para meterse entre el asiento y mis nalgas, para poder llegar precisamente a mis nalgas que de inmediato disfrutaron de la rica caricia.

Aspiraciones mas sentidas que escuchadas, lamidas profusas y extendidas, mordiditas esporádicas, todo eso me tenía sumamente agitada, deseando los estímulos más profundos, más en los lugares indicados, hasta pensé en una penetración, penetración que era imposible desde luego. De nuevo, como si estuviéramos conectadas con el pensamiento, la niña, sin transición, llegó hasta m oído para susurrar, esta vez con voz entrecortada, bastante excitada, decir: Mamacita chula, mamacita de mi gloria, ¿me puedes dar la gloria de... ponerte con la espalda contra la ventana, y con tu pierna de este lado, al lado de mi cuerpo?, es que... ya sabes, así estamos pos... no puedo más que olerte lindo la verdad, pero quiero... ¡más!, ¿lo haces madrecita idolatrada?

¡Carajo con la niña!, mira que me adivinaba. Claro, deseaba lo que yo deseaba, solo que yo, tan pendeja la verdad, no había pensado en ¡cambiar de posición! Con cuidado, mirando hacia delante para estar segura que los tontos del frente seguían en lo de ellos, con la ayuda de ella que se separó tanto como pudo de mí para que yo pudiera adoptar la posición sugerida, ¿ordenada?; yo estaba feliz de satisfacer esta nueva y ahora nada sorprendente demanda de mi chiquilla precoz, ¡vaya!, era una linda precoz, trece años apenas, y mira sus locos alcances!

Antes de concluir el movimiento, movimiento que ella, arrobada, con una de sus manos en un seno, y la otra en su puchita por debajo de su pantaletita, veía mis muslos y mis pantis de encajes... comprendió, algo faltaba; acarició mis muslos totalmente abiertos; ella se colocó en medio de los dos, luego me vio, sonrió lindamente, puso la mano en la panti y la hermosa alfombra de pelos de atrás, para luego, sin decir nada, metió los dedos en el reborde superior de mis pantis y tiró hacia abajo, cosa que me sorprendió – y yo que decía que ya nada me sorprendía – porque me fue claro cuál era la intención de la chiquilla diablo. La otra mano se colocó al lado de la primera, y ambas jalaron. Yo, sonriendo con mirada, esa misma sonrisas lánguidas por le enorme excitación de ver y sentir cómo mi diablillo me estaba encuerando. Las manos jalaron y jalaron hasta que obligaron a mis muslos y piernas bien abiertos, a también ascender para facilitar la salida de la prendita tan linda y tan estorboso en lances, así te lo cuento, ¿no lo crees así madre adorada?, al terminar de quitarlas, las olió a ojos cerrados, haciendo las aspiraciones que antes escuchaba bajo la cobijita; ¡mi excitación era ya, incontenible, inmedible!. Nuestros movimientos fueron lentos, cautos, yo sin dejar de atisbar hacia los pendejos que nos obligaban a moderar nuestras ansias y deseos.

No tengo que decirte, de inmediato la cabeza con su boca y la lengua correspondiente, se precipitaron a la hermosa selva negra mojada por la catarata que tenía dentro de mi pucha. Ya te puedes imaginar, la boca besó y besó los pelitos lindos, la lengua los lamió entre beso y beso, y esa misma lengua contribuyó a inundar con su saliva mi anegada pucha, y también bebió mis dulces, mis viscosos jugos; y también hizo los fantásticos movimientos de la puntita de la lengua para llevar a mi clítoris a la locura total, total, me estremecía, movía acalorada y rítmicamente mis nalgas, suspiraba y jadeaba dentro de los límites de audición y movimiento permitidos, pero los gemidos, los jadeos y el acezar eran incontenibles, lo mismo el lento y divino movimiento de mis nalgas, movimiento que era sensacional y que, de un momento a otro, aminoró al tiempo que mis músculos de muslos, piernas y nalgas, se agarrotaban, presagio y preliminares de mi intensísimo orgasmo, el orgasmo casi me hace gritar y descubrir la maravillosa sesión de lamidas y mamadas que estaba disfrutando sintiéndolas yo, y haciéndolas ella.

Mi niña detenía, hasta donde eso era posible, mis nalgas para que su boca no perdiera contacto con la hermosa, dulce y sensacional pucha que mamaba, lamía y, de vez en cuando, besaba con pasión y deliciosas pasadas de lengua. Mi orgasmo era inacabable, verdaderamente sensacional, increíble en su gran potencia, estremecedor y estimulante para gritar y gritar; incontenible la verdad, y tanto, al prolongarse los movimientos veloces de la lengüita que se estacionó en el clítoris, me hizo casi desmayarme, y empezar a sentir toques eléctricos clásicos en mí cuando, en las ricas masturbadas, mi orgasmo y la estimulación de mis dedos se prolongaban, toques que me enardecían y hasta me dolía el clítoris. Por eso apreté los muslos sujetando con fuerza la cabeza, y con mis manos reforcé esa presión, indicándole a la propietaria de tan maravillosa lengua, que cesara sus movimientos porque poco más, ¡y me mataba de placer!

Ella entendió, suspendió los movimientos de la lengua, recorrió esta para dejar en paz el sensible apéndice, para lamer los abundantes jugos que escurrían por los lados de mi linda pelambre; saboreó, lo hizo porque escuché no solo los lengüetazos, sino también los chasquidos arrogantes, indicativos del degustar del rico sabor de mis dulces y abundante jugos. Y luego, carajo, mis sorpresas no iban a desaparecer; la niña, ¡carajo, qué niña!, lamiendo ya solo los pelos, metió un dedo a mi vagina con habilidad en verdad sorprendente, pero no satisfecha, metió otro... y otro, para luego iniciar un extraordinario y apasionante mete y saca que me regresó a la gloria del orgasmo apenas atenuado, y moví las nalgas, apreté las quijadas, cerré con fuerza los ojos, sintiendo los dedos cual vergas gordas metidas, varias, en mi adorable puchita. Nunca había movido las nalgas con tal satisfacción y agilidad, aun con la cautela necesaria, nunca había sentido tan rica una penetración y... carajo, nunca había sentido que algo, lo que fuera, ¡penetrara mi culo!. Porque eso hizo la diablilla al comprobar mi enorme excitación, tal vez al sentir cómo mis jugos bañaban literalmente mi culito, y, quizás, un dedito tocó ¡y resbaló!, hasta meterse totalmente dentro del culo. Y yo gemía de placer, sorprendida no sentí dolor, y sí lo dicho, placer y la delicia de ser penetrada por primera vez por mi estrecho y bello conducto.

Los otros dedos se mantuvieron en mi vagina, luego, sincronizados, los dedos, todos los dedos, iniciaron, más bien reiniciaron el ir y venir dentro de mis dos agujeros y, claro, mis nalgas retomaron el movimiento alucinante que tenían antes de la sorprendente penetración en mi virginal culito. Pero no solo eso, sino que la boca, y, carajo, ¡la lengua!, regresaron a los sitios bellísimos y tan sensibles de mi pucha para realizar la más fantástica mamada que había tenido en mi vida. Carajo, lamida, mamada, y con dedos en mis agujeros, era para morirse... de hecho morí de placer, jadeé cual maratonista en plena carrera, gemí igual a perra cogida, acezando como loba penetrada por la verga del lobo, contuve los gritos con la parte, mínima, de mi consciente que me ordenaba no dar al traste con tan maravillosa cogida que mi hija, ¡mi hija! Me estaba dando.

No sabía, no me importaba además, dónde estábamos, no sentía los movimientos del auto, no podía abrir los ojos ni destrabar las mandíbulas, tampoco, mucho menos, parar mis nalgas, parar el tremendísimo orgasmo. Por supuesto, no quería que el divino y nunca experimentado orgasmo se acabara. Por desgracia todo, y todos, tenemos un límite; el mío llegó con las mismas características señaladas antes, y así, casi sin importarme hacer un movimiento descubridor de mi enorme placer, no solo apreté la cabeza de la niña mamadora, sino que, con las manos temblando de emoción, y con el placer iniciado en la pucha y reflejado en esos temblores de las manos, levanté el rostro invasor hasta ponerlo a la altura de mi boca para besarlo con pasión enorme y todavía más enorme amor. La besé con la ternura acumulada por siglos, con el amor que esa mañana deslumbrante descubrí, con el placer sentido al besarla, para luego, temblando, emocionada sin fin, con voz trémula y entrecortada, en susurros, dije: Ya, pequeña, ya... ¡me estás matando de placer!, ya, pequeñina, ya mi niña, ya... por favor, ya.

Ella sonreía; su rostro sudoroso y rojo a muerte, lánguido de excitación, lamiéndose los labios llenos de mis jugos, con los ojos expresando el amor que ella me daba, dijo: ¡No sabes lo que he gozado, mamacita linda! y... cálida, caliente caldera, con una pucha deliciosa, llena de jugos exquisitos, con pliegues arrogantes tan sensibles como los míos, digo, mis deditos me han dicho que tengo unos pliegues hermosos y sensibles... ¡no sabes cómo te amo!, y más te amo, por haberme dejado decirte mi amor con las caricias que te he dado... y más que quiero hacerte... digo, cuando tu pucha adorada diga que quiere más... en tanto, ¿no quisieras cambiar de... sitio?,

Dijo la muy diablilla proponiendo indirectamente que fuera ahora yo... la encargada de, carajo, de lamer y mamar lo de ella, lo mismo que ella había mamado y lamido en mí. Yo estaba, además de continuar gozando el orgasmo declinante, maravillosamente alucinada con la inmensa sabiduría erótica de mi retoño angelical. Además, monstruosamente deseosa de experimentar por primera vez en mi vida, hacer caricias a una mujer, sentir con manos, dedos, labios, boca entera y lengua sibilina, los encantos que una mujer tiene para disfrutar del sexo, encantos que los hombres no tienen por ningún lado, pude corroborar al final de mi... excursión experimental por el ámbito de la bellísima puchita de mi amadísima niña, mi hija que me estaba enseñando el divino arte de amar... ¡a la mujeres! Mientras pensaba en estas delicias, también decidí, luego de dar y recibir más placer, interrogar a mi divina seductora si ya tenía experiencias anteriores y, ¡con quién!, aunque ella me considerará indiscreta o metiche. Y, ¿cómo no complacer a la divina diabla?

Cuando inicié con mucho cuidado los movimientos para "cambiar de sitio", me di cuenta, ya clareaba; entonces había que apresurarlo todo, todo, so pena de ser descubiertas en el intento de... carajo, de darle satisfacción ¡sexual a mi niña de apenas trece años!, y una divinidad erótica, sáfica en verdad.

Ella se recorrió hasta tocar, en su lado, la ventana del auto; abrió muchísimo los muslos y sacó con delirantes movimientos sus calzoncitos que apenas dos días antes le había comprado y ahora lamentaba no haber asistido a verla cómo se los ponía para estrenarlos; me hice el propósito de nunca más dejar de ver la prueba de la ropa en ella... y llamarla para que viera lo mismo que yo haría con mi propia ropa.

Y, ¡chingada madre!, no puedo evitar esta expresión que implica lo máximo en todo y por todo, en este caso la hermosura que vi, esto es, los pelitos apenas nacientes, los muslos maravillosamente abiertos, la raja inundada, inundación que aún estando yo alejada, se podía ver sin dificultad. Pero más me apasionó y enardeció, la expresión de la cara en su conjunto, una expresión de sacrosanta excitación sexual, de amor colosal, grandioso en verdad, de solicitud apremiante de dar lo que esa puchita estaba deseando y apremiando recibir. Vi hacia los hombres enajenados y ajenos al drama, luego sonreí y con mis manos empecé a acariciar los muslos mórbidos, hermosos, lujuriosos, caricia formidable que sentí sensacional y que vi ella recibía con enorme placer reflejado ese placer tanto en la mirada como en la excitada sonrisa que deslumbró la claridad naciente del día.

Mis manos vagaron lo suficiente para reconocer y gozar esa piel fabulosa, para luego alisar los pelitos, sentirlos mojados, peinarlos con delicadeza erótica; el tiempo disponible era corto, por eso abrevié las caricias que me resultaban indispensables y que deseaba prolongar, pero que el buen juicio indicaba que primero que nada había que garantizar el orgasmo, los orgasmos, los miles de estallidos que ella deseaba y que yo anhelaba darle, hacerla explotar hasta que, como yo, no pudiera soportar un toque más, una leve caricia extra, nada que produjera mayor placer so pena de morir con el placer desbordado, estallante, placer de los placeres letales por el placer mismo.

Ella, mi bella y precoz niña, había indicado el camino, lo que yo debía hacer, lo que mi inexperiencia no hubiera podido poner en mi acerbo erótico; ¡nunca pensé siquiera en tener un acercamiento, hasta mínimo, con una mujer!, pero ahora lo tenía, además con la mujer menos imaginada, menos prevista, con mi única y sensacional hijita. No me importó que mis nalgas desnudas quedaran al aire porque ni siquiera pensé en cubrirlas con la cobijita cómplice, cuando con premura bajé con mi rostro y boca a la panochita de mi niña amada y que ahora iba a ser mi primera mamada.

Carajo, con lo primero que topé, fue con los deliciosos olores, olores que se convirtieron en el no menos delicioso pretexto para que ella, mi diosa del erotismo, me pidiera meter su boca, ¡y su lengua!, a la fuente misma de los olores. Esos olores, también por primera vez descubiertos por mí, aunque tú no lo creas, funcionaron como imán para que mi boca llegar a la graciosa y olorosa puchita juvenil. Carajo, ¿cómo es posible que los mojigatos prohíban tan deliciosas cosas?, digo, sentir con labios, boca y nariz los vellitos vírgenes, los olores lujuriosos, y luego los sabores y emociones proporcionados por el "tacto" de la lengua. Carajo y más carajos, ya no paré. Como glotona hambrienta, lamí y mamé lo que ella tiene allí, en esa puchita elegante y sabrosa, tan sabrosa que no quería que cesara el feliz deslizarse por los pliegues y honduras de esa puchita ni siquiera pensada antes por mí. Ella movía las nalgas, empujaba mi cabeza para que la boca presionara a su vez en los confines de la puchita, para que el placer fluyera incontenible e inacabable, a mí me había sucedido y yo estaba decidida a que ella sintiera igual que yo.

Admirada por el silencio que mi mocosa – mocosa por los ricos jugos viscosos de sus puchita – guardó aún cuando yo detecté los potentes orgasmos que estaba teniendo, corroborados por el febril movimiento de las nalgas, no nalguitas porque la divina angelita tiene unas nalgas fabulosas, que no nalgotas, pero casi. Y yo mamé, y ella se estremecía un minuto y otro también. Recordé los dedos; metí hasta donde pude uno de los míos pero no quise presionar demasiado para no desvirgarla - ¿hice bien?, le pregunté después; ella me dijo que sí, que había estado fantástico porque ella deseaba que su desvirgamiento, claro, con tus dedos, dijo, debía ser maravilloso y con mucho tiempo disponible para que fuera una desvirgada de antología, de recuerdo imperecedero, que nunca le iba a dar esa virginidad a nadie más, y mucho menos iba a permitir que una horrible verga fuera la encargada de quitarle su sello de garantía, garantía de la que ella abominaba – pero sí metí cuanto pude un dedo en el culito de mi virgen, cosa que ella agradeció, incluso de palabra, además del aumento sustancial del movimiento espeluznante que hicieron sus nalgas al percibirse penetrada por mi dedo no tan sutil y sí un tanto bárbaro y brutal.

Cuando sus muslos aprisionaron mi cabeza, supe que su límite había llegado. Por eso suspendí la mamada y los movimientos de mi lengua sobre la cabecita erguida del clítoris tierno y arrogante de mi tierna y maravillosa hija erótica. Mis dos manos acariciaron las nalguitas, sopesándolas; ella, viéndome insistente, tomó mi cabeza, la jaló, para luego sacar sus pechitos al aire y ponerlos al alcance de mi boca, y dijo: "Les toca a ellos, ¿me los mamas por favor?, vaya con la niña; la boca se me hizo agua y pensé qué cómo no se me había ocurrido esa maravillosa posibilidad erótica. Entonces, con ternura infinita, lamí primero la extensión de los bellísimos y esculturales senitos de mi escultural pequeña, para luego mamar los pezones, chuparlos con deleite, para sentirlos en su muy esplendorosa cachondez, para sentirme en la gloria por la gloria de tenerlos en mi boca. Ella gozaba tanto como cuando tenía mi boca chupando y mamando sus encantos situados en la panochita apasionante, jugosa, rica, muy rica por su sabor y sus olores, pero más por la emoción de lamer y mamar, y chupar donde los mojigatos dicen que no se deben hacer nada de eso que es la delicia inalcanzable para ellos, ¡pendejos, pendejos!.

Una ligera disminución de la velocidad del vehículo, la hizo reaccionar con susto. Apretó mi cabeza contra sus senitos, volteó azorada a ver a los pendejos de delante, comprobó que el auto se detenía, y entonces susurró en mi oído que tenía muy cerca: Cuidado, cuidado... ¡hay que terminar, mamacita de mi alma y de mi placer colosal!, y diciendo y haciendo; con sorprendente agilidad, sacó, elevándolo, el muslo, la pierna y el pie que yo tenía casi sujeto con mi cuerpo, para sentarse y dejarme con tonta viendo todavía a donde antes estaban los pelitos, la rajita, los muslos, carajo, lo más placentero que yo había visto desde hacía eones.

Claro, mi reacción correctora se retrazó apenas segundos; así que, cuando el hombre de la casa volteó, ambas estábamos tranquilamente sentadas una al lado de la otra con los rostros sudorosos y rojos, con la respiración todavía agitada y con los muslos descubiertos a totalidad incluso con pelitos y pelos míos saliendo por entre los muslos. Pero nada de esto fue detectado por él. Dijo que estábamos llegando, que sin no teníamos hambre. ¡Estúpido!, pensé y como él ya estaba con la mirada al frente, puse mi mano en la puchita verdaderamente mojada, salida de la regadera de mi boca, para sentir en esos postreros minutos la delicia de esos pelitos y de la lujuriosa humedad. Ella, volteando a verme feliz, hizo lo mismo; yo abrí los muslos para que la caricia fuera más intensa, y ella hizo lo mismo; además, previsora como pocas, tomó la cobijita para cubrir los cuatro muslos abiertos de dos en dos, cada par con una mano metida entre ellos. Los dedos no esperaron más, se pusieron a nadar en la viscosa laguna en las dos puchas llenas de pelitos y divinos pliegues. Fueron y vinieron, nadaron y nadaron, moviéndose eficaces en los clítoris que no habían dejado de estar enhiestos. Tuvimos que apretar al máximo las bocas para acallar los jadeos, los gemidos y, sobre todo, los gritos que el orgasmo mutuo y sincrónico casi nos obliga a lanzar al aire y a las orejas de los tontos del frente.

Minutos más o menos, llegamos y desembarcamos. Ella y yo, felices de la vida, con los muslos llenos de jugos, con el placer tenido todavía danzando por entre los pelos de nuestras puchas peludas. Perdona que me ponga vulgar, pero es que la excitación que tengo con el recuerdo que escribo, de tan increíble placer que tuve... ¡y sigo teniendo!, me calienta y me hacer desear escuchar y decir obscenidades; ¿no te molesta?, si es así, házmelo saber.

No puedo continuar, estoy enfebrecida, más caliente que el sol, energúmena de excitación, babeando por las dos bocas, pensando solo en cómo hacer para bajarme la fiebre deliciosa. Bueno, ¡me masturbo, y vuelvo! Me tengo que masturbar porque mi apasionada y amorosa niña de mis placeres, no está. Si estuviera, seguramente hoy, no volvería a escribir; ahora vuelvo, espérame.

¡Ay, madre hermosa, casi muero de placer!, no cabe duda, las mujeres somos artistas en muchos sentidos, pero en el terreno de las masturbadas, somos como Miguel Ángel pintando la Sixtina. Estoy relativamente tranquila para reanudar el relato de mi extraordinaria experiencia, misma que se prolonga hasta hoy... ¡más hermosa!; bien, sigo.

Nos alojamos en una sola habitación, para mi disgusto. Deseaba como loca estar a solas con mi hija adorada, hacedora de mi placer sexual, nunca sentido en mi vida; y ¿cómo podría sentir tal placer si el pendejo de mi marido la mete, la saca, escupe, y todo acaba?, ya te podrás imaginar que mi único placer, hasta esa bendita madrugada, habían sido mis fenomenales masturbadas, mismas que desde adolescente, y casi en tu presencia, me di muchas veces, muchísimas más en mi cuarto, en el baño, en fin, donde me daba mi chingada gana.

Renegando, pensaba en la mejor manera de tener tiempo y espacio para solazarnos en el placer muto, sin ropa, sin impedimento, sensual, lujuriosamente desnudas, con nuestros maravillosos atributos femeninos dándonos mutuamente placer a la vista y al espíritu. En fin, espacio y tiempo para afinar y perfeccionar las caricias, los besos, las lamidas, las chupadas y las mamadas que hasta esa venturosa mañana supe que existían, que se podía tener placer con solo oler nuestras puchas, degustando rico el sabor rico de nuestras panochas, sobando los pelitos tiernos, los míos no tanto, sentir y dar mamadas, sentir que ella me metía los dedos y meter el mío, bueno dos dedos míos en el culito ya desvirgado de mi adorada adolescente.

La solución estaba a la vista, no la detectaba, carajo. Tan fácil de entender: teníamos todo el santo día del Señor para nosotras solas, bueno, descontando el momento de la comida en que nos reuniríamos con el señor de los escupitajos en mi vagina. Así que, esa misma mañana, poco después de desayunar, nos metimos a la recámara, y no salimos sino hasta la hora de comer.

Fui yo la que tomó la iniciativa, porque estaba que me llevaba la chingada de tan caliente, enfebrecida, parecía estar padeciendo salmonelosis; la encueré sintiendo la alegre risa de ella, y los toqueteos de sus manitas por mi cuerpo. Luego ella me encueró, sentí la gloria cuando la vi cómo lo hizo, con delicadeza, con muchísimo amor y lujuria. Disfrutando como yo disfrute despojarla de sus ropas. Nos vimos arrobadas en nuestra bella desnudez. Nos acariciamos de pie, paradas a media habitación, respirando cual yeguas después de una larga carrera, calientes como pavimento presto a ser puesto sobre la calle, acezando, gimiendo igual a condenadas en el suplicio; pasamos a la sesión de lamidas mutuas por el cuerpo, sin acuerdo pero coincidentes, sin meternos a las puchas, pero sí mamar hasta dolernos, los senos de una y de otra, mordiendo los pezones con mordiditas cachondas y altamente placenteras para, ya inundadas, con cataratas de jugos en las puchas, dedicarnos con fruición a la rica mamada mutua; fue cuando descubrimos el fabuloso 69, ¿lo conoces?, de nos ser así, te explico: es 69 porque la cabeza de una y de otra desaparece entre los muslos de la otra, esto es, como si fueran los números que grafican el 69, mamándonos simultanea y armónicamente logrando así el mutuo y sincrónico orgasmo, orgasmo incomparable, que ningún otro, así sea producido por la verga más suculenta, o la lengua más experta, nada se puede comparar con el divino orgasmo que tenemos dos mujeres cuando nos ensartamos en ese maravilloso e incomparable 69.

Ese mismo día, por la tarde, descubrimos el sublime cabalgar montadas en la chichi de la otra, o en el muslo liso y terso, duro, de la otra; nos extasiamos en el placer de empalmar nuestras dos puchas, abiertas con nuestras manos, y con estas jalando los muslos entrepiernadas, para luego mover las nalgas para que el frotamiento de las dos puchas se dé en toda su magnificencia, en su fabuloso esplendor y en su potencial productor de colosales orgasmos que casi nos hacen desfallecer, pero que, con ligero descanso de por medio, continuamos haciendo tortillas, esto es, frotándonos las conchas una contra otra de esa colosal y deliciosa manera. Gozamos el 69 aderezados con metidas de dedos, ella metiendo dos, tres dedos en mi vagina y uno o dos dedos en mi culo, por Dios, que inmenso placer sentirte penetrada por tus agujeros y al mismo tiempo sentir la mamada en tu pucha, a la vez que mamas otra pucha meter dos dedos en el culito de mi niña cachonda e incansable cogedora.

Hasta por la noche continuamos. El viejo, buen pendejo, en cuanto se durmió, murió. Entonces las bellas ninfas – yo no tanto, pero admítelo – nos fuimos a la alfombra para poder rodar y gozar como se nos dio la chingada gana, y gozamos y gozamos hasta que las fuerzas nos abandonaron. Entonces, felices, nos subimos a la cama de al lado, cama que no quisimos ocupar para tener el placer de coger en el piso, y que ahora ocupamos solo para dormir una en los brazos de la otra, con las piernas entrelazadas y los rostros muy juntos y besándose y, después, una con las nalgas puestas en el regazo de la otra, y ésta con la manos en las chichis de la de las nalgas acariciadas por los pelos de la de atrás. En fin, dormimos, pero aún así, continuamos disfrutando el placer del sexo casi dormido, pero que nos daba inmenso placer.

Eso hicimos un día y otro también, y tantos como duramos en ese balneario que ni conocimos. Hasta tuvimos que sobornar a la mucama para que se presentara tempranito a hacer el aseo de la habitación para que después no estuviera chingando y nosotras pidiéramos darnos al placer monumental, continuo, agotador de la fuerza física, pero nunca del ardor y la lujuria de las dos.

Al regreso, para nuestro enojo, no pudimos hacer lo que nuestra "primera vez" porque el puto jefe del señor se regresó con otro de sus sirvientes. Pero tan solo llegar a casa, nos dimos las mañas para que el macho estúpido permaneciera al margen de nuestro inmenso placer imperecedero y que mutuamente nos hicimos hasta que caímos rendidas... ¡una en brazos de la otra!.

Hace dos meses ya, del viaje benefactor, y seguimos igual forma a la brumosa madrugada en que mi audaz y bella chiquilla me sedujo, esto es, amándonos muchísimo y mamándonos lo mismo, mucho, muchísimo, cuanto podemos, sea de día, sea de tarde, sea de noche, a cualquier hora, habiendo oportunidad, no la desperdiciamos para darnos, por lo menos, un "rápido" orgasmo, aunque sea orgasmito cuando la premura es mucha.

¿Qué opinas, madre tan querida?, ¿no te calentaste con la lectura de esta misiva?, creo que sí, no necesitas decírmelo. De lo que no estoy segura es de si te diste dedo, bueno, si te masturbaste, sinceramente deseo que así haya sido.

Pero ahora... al objetivo central de ésta. No, no era relatarte mi dicha en la intensa relación incestuosa que tengo con mi amada, mamada y mamadora hija. No, era por eso que decidí escribirte.

La verdad... te escribo porque... carajo, no soy tan audaz como mi retoño, pero tengo que decirlo so pena de quedar como bruta, vamos, casi un macho descastado. Te decía, la verdad, el objetivo de escribirte fue para decirte que he soñado... ¡contigo!, y te he soñado, ¡seduciéndote como mi hija me sedujo!, ¿será posible?, mi corazón me dice que sí, que eres una madre... como lo soy yo, complaciente en todo y por todo con tu hija... que soy yo. Deseo ardiente y amorosamente, sentir el placer que sintió mi hija al seducir a su madre. Es decir, qué sintió en verdad, mi deliciosa hija al seducirme; para eso nada mejor que experimentar la realidad ¡seduciéndote!, solo así puedo tener claros los sentimientos, las sensaciones que tuvo mi hija la dichosa mañana en que su rostro primero, después su boca, luego su lengua, y después sus manos y todo su cuerpo me dieron, y ellas, sus lindas partes corporales, obtuvieron placer de mi cuerpo entero.

Debo decirte, te recuerdo bella, muy bella, nunca dejarás de serlo. También recuerdo el placer que tenía siempre que me admitías en el baño para bañarnos juntas... ¡cuando ya era yo, adolescente! con chichitas bellas, pelitos y sangrado mensual, ¿recuerdas?. Yo sí recuerdo que me calentaba, que sentía inmensos deseos de tocarte... pero nunca me atreví... por eso ahora me atrevo, siguiendo el preclaro y bello ejemplo de mi hija, a decirte lo que queda asentado, rogando a Safo y su sáfica corte, te anime y te convenza de darme tu boca, y tus chichis, y tus pelos lindos, y tu pucha jugosa, y tus nalgas respingadas según las recuerdo; sin dejar de considerar muslos, piernas, brazos, manos, culo y dedos de los pies para mamarlos, mi hija me enseñó, y enseñarte yo el placer que se tiene mamado los erotizantes dedos de los pies, sin descartar los de las manos que, en todo caso, se mojan deliciosamente en la boca para luego introducirlos en cualquier agujero tuyo y mío, ya sea la puchita olorosa, o el culito fruncido pero lindo.

¿Será tu amor tan grande tu amor por mí para que me des respuesta afirmativa?, así lo creo, estoy casi segura que para ti deberá ser una magnifica oportunidad para refrendar el amor que me tienes, y para volver a sentir, con creces, crecido con muchísimas manifestaciones tal vez inéditas para ti, el amor que hoy y siempre te he profesado. No puedo terminar sin decirte que siempre te he deseado... ¡como mujer!, seguro mi hija así me deseó a tan temprana edad.

Pongo mi pucha en el altar del amor sáfico en espera de tu respuesta afirmativa.

En esta extensa carta... van mis jugos, mismos que deposité en ella con mis dedos salidos de la pucha inundada, y con unción de enamorada... ¡de ti!.

Tuya en cuerpo y alma,

Tu Hija.

Por Linda