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lunes, 29 de junio de 2020

I Like to Play Games



Cuando Michael está buscando una chica con la que "jugar", aparece en escena Suzanne, una chica capaz de tomar sus propias decisiones.

Inglés


* Los subtítulos pueden no estar sincronizados

Sex o No Sex, Comix





El Mirón


Capítulo 1

El que busque en esta historia una relación incestuosa padre e hija al uso que se olvide: jamás he ansiado copular con  Gabriela.

Desde que su madre murió, siendo  mi hija todavía un bebé, la he criado yo solo y por supuesto que la he tocado pero jamás lo he hecho con intención sexual alguna. Lo crean o no les aseguro que nunca he deseado obtener placer carnal de ella de forma directa: ni cuando he limpiado su sexo, ni cuando he aplicado cualquier tipo de crema sobre su cuerpo, ni cuando he tenido que aplicarle algún medicamento por vía rectal.

Nunca.

Jamás.

Ni tan siquiera he tenido el más mínimo deseo libidinoso hacia mi princesa cuando nos bañábamos juntos desnudos y alguna parte de su cuerpo rozaba mi pene por descuido, o cuando le enjabonaba los senos o el resto de sus partes íntimas durante el aseo: ni cuando era un bebé ni ahora que ya es toda una mujer.  Cuando llegó su menarquía, los primeros tampones se los coloqué yo mismo y eso no supuso ni para ella ni para mí trauma alguno. 


Me tocó hacer de padre  y madre al mismo tiempo y me defendí bastante bien dadas las circunstancias.

Con estos antecedentes, es fácil  comprender que la desnudez en nuestra casa jamás ha supuesto un problema para alguno de los dos. No es que vayamos todo el día como nuestra madre nos trajo al mundo pero compartimos el baño sin problemas, por poner un ejemplo.  Es más, recuerdo la primera vez la niña me vio el pene erecto. Con su natural candidez lo único que llegó a preguntarme fue que si me dolía. Intenté explicarle lo más sencillamente posible lo que me sucedía y decirle que no se preocupara, que era algo natural y que simplemente  que aquella hinchazón se bajaría sola. Y como eso fue exactamente lo que pasó ya no le dio mayor importancia.

Permítanme que les ponga en antecedentes de nuestra historia aun temiendo hacerme pesado. La cosa viene de lejos, de cuando yo no era más que un adolescente  de unos trece o catorce años, con las hormonas a cien y la cara llena de acné. Me enamoré perdidamente de Silvia, una chica de mi edad que estaba muy por encima de mis posibilidades.  Era una niña rubia y esbelta, con ojos color miel,  cuerpo de bailarina, eterna sonrisa, entrepierna caliente y corazón de hielo y yo un chicarrón grande, algo entradito en carnes e inocente como un cervatillo. Resumiendo: ella era la diosa y yo el friki.

La reina de mi corazón tenía una hermana mayor de la que aprendió muchas cosas y casi todas malas.  Era la abeja reina alrededor de la cual revoloteaban un enjambre tanto de chicas como de chicos. Ellas deseaban ser las amigas de la chica más popular del instituto y ellos suspiraban por bajarle las bragas. 

Tanto las unas como los otros conseguían su objetivo con facilidad.

Era tan fácil llevársela a la cama que incluso yo lo hice sin dificultad al primer intento. Aquella noche sin luna, en la que los dos retozamos sin descanso en su cama  de sus padres aprovechando que éstos habían ido a visitar a su hermana al centro de desintoxicación  ha sido una de las mejores experiencias de  mi vida.

Yo era un chico  bisoño y primerizo, ella tenía experiencia sobrada por los dos así que sólo tuve que dejarme llevar y disfrutar. Ni siquiera perdió el tiempo en preliminares, me abrió la puerta de su casa vistiendo la camisa del uniforme del instituto desabrochada.  Dejaba ver sus largas piernas, sus bonitas tetas y una vulva tan impoluta como popular en el barrio. Apenas entré en aquella casa, me llevó a la habitación de sus progenitores, me empujó sobre la cama y se me tiró a pelo, sin importarle lo más mínimo que yo fuese un novato. A Silvia el sexo, como el resto de las cosas, le gustaba a su modo.  Dirigió la cópula a su gusto, dominándome igual que hacía con la chusma de salidos que la rodeaba y a los que ordeñaba sin descanso.  Me cabalgó como lo que era, como una amazona experta;  sacó de mí hasta el último aliento, me llevó hasta el mismísimo cielo para después tirarme a la basura cuando terminó conmigo.

Con el poco resuello que me quedaba le juré amor eterno mientras me montaba y ella se limitó a reírse en mi cara.  Me echó de su casa a patadas apenas exploté en su vientre, por lo visto esperaba a otro galán al que trajinarse esa misma noche. Me lo dijo bien clarito, no tenía por qué ocultarme nada:

-          El polvo ha estado bien Pedro pero no creo que a mi novio le haga mucha gracia verte por aquí. Mejor será que te largues, tiene muy malas pulgas y más cabreado que se va a poner: voy a dejarle esta noche, me aburren los chicos celosos…

 No tuve que esperar ni cinco minutos oculto en la penumbra del patio.  Vi llegar un coche  de alta gama que aparcó frente a la puerta de mi amada. Reconocí el vehículo de inmediato: era el del mejor amigo de mi hermano mayor. El cornudo tendría por entonces diecinueve años y por lo visto le gustaban la carne fresca ya que, como ya les he contado, Silvia no pasaba de los catorce cuando sucedió todo aquello.  Me quedé petrificado, pensé que se iba a montar una gorda cuando la chica mandase a paseo al musculitos.

Pero no fue así, el silencio era absoluto, hasta que al agudizar el oído pude escuchar unos gemidos, y no de dolor precisamente.  Rodeé la casa hasta llegar a la ventana de su cuarto y entonces contemplé una escena que me fue tremendamente familiar. De hecho, acababa de protagonizar una exactamente igual.

Lo que vi a través de aquel ventanal me cambió para siempre. Comprobé que es rigurosamente cierto que en la cama las diferencias de edad se acortan hasta hacerse imperceptibles.  Era imposible distinguir cuál de los dos era el adulto y cuál la adolescente. La estampa de Silvia con la camisa cayéndole por los hombros, sudorosa y empitonada, moviendo la cadera de forma frenética, exprimiéndole el jugo a la verga de aquel hijo de puta caló en mi tan hondo que ha marcado el devenir de mi vida desde entonces; parecía un ángel caído del cielo pecando como si no hubiese mañana. Era lo más hermoso que había visto en mi vida.

Había descubierto algo que me gustaba incluso más que la propia Silvia: verla follar... con otro.

Mecánicamente y sin ser consciente de que podía ser descubierto pegué mi cara al ventanal, me bajé la bragueta y actué en consecuencia. Comencé a regalarme una paja mirando al amor de mi vida teniendo sexo con un tercero. Fue entonces cuando ella me vio. Era imposible que no lo hiciera, entre ella y yo no nos separaría más de dos o tres metros y la estancia estaba lo suficientemente iluminada como para poder distinguir con claridad a cualquier mirón que espiase a través de los cristales tal y como era mi caso.

Esperé que ella gritara como una loca y que yo huyese de allí despavorido pero no ocurrió ni lo uno ni lo otro. Ella me sonrió dulcemente por primera vez desde que la conocía. No me miró con su desprecio habitual, ni siquiera con la más absoluta indiferencia, se agarró las tetas con firmeza y siguió con lo suyo. Sin duda estaba gozando del polvo y no parecía nada molesta por tener un espectador furtivo masturbándose a su salud.

Quiero pensar que parte de culpa de tan extraña actitud fue su inminente orgasmo ya que, casi de inmediato, cerró los ojos,  liberó sus tetas, clavó sus uñas en el pecho de tan despreciable tipejo y terminó con él con una andanada de sacudidas pélvicas secas y profundas. El tipo aullaba como un lobo y no era para menos. Silvia era una auténtica fiera, tanto en la cama como fuera de ella.

Yo alcancé mi cénit casi a la par de los dos amantes, desparramando el esperma por mi mano. No fue mucho, el coño de Silvia me había dejado los testículos como uvas pasas, pero sí lo suficiente como para que se formase un pequeño charquito en el alfeizar de la ventana.

Salí de mi trance en el momento justo, Silvia me hacía gestos ostensibles con la mirada para que me esfumara. Me agaché aun con la verga colgando en el preciso instante en el que al musculitos le apeteció cambiar de postura. Permanecí quieto durante el segundo asalto, intentando no delatar mi presencia. Por lo que escuché de la cópula el semental coloco a mi amada a cuatro patas y disfrutó del ano que esta le ofreció para distraerlo como le vino en gana. En aquel momento hubiese dado una mano por verlo pero tuve que conformarme con los gritos de Silvia que, a modo de locutora de sucesos, me iba narrando de forma más o menos explícita lo que su amante de turno le estaba haciendo en el trasero. 

La chica no me mintió, mandó a paseo a aquel buen mozo esa misma noche. Tras el consiguiente portazo y la sarta de improperios contra la joven el tipo se largó a ahogar sus penas en alcohol pero eso sí, con la escopeta totalmente descargada.  

-          Levántate, mirón. – Dijo Silvia después de abrir la ventana de su cuarto. De nuevo la camisita sin cerrar era lo único que cubría su cuerpo -. ¿En qué coño estabas pensando? Si llega a pillarte ese animal te destroza…

-          Lo… lo siento.

-          Me ha dejado el trasero hecho unos zorros por tu culpa…

-          Lo siento, de verdad.

-          Tranquilo, no ha sido la primera vez – dijo mientras se encendía un cigarrillo -. A ese cabrón le gusta romperme el culo. Ha sido divertido hacerlo contigo delante. Es…

Tragué saliva y le volví a repetir mi ofrecimiento, aun con el esperma de otro todavía goteándole del ojete:

-          ¿Quieres salir conmigo?

Su rostro cambió de nuevo, parecía molesta.

-          ¡Otra vez con eso!

-          No soy celoso.

-          ¿Cómo dices?

-          Que… que yo no soy celoso.

-          ¡Lárgate a dormir! Mañana tenemos clase en el instituto…

En mi desesperación continué humillándome:

-          No me importa que te lo hagas con otros si estás conmigo, por favor…

-          ¿Pero qué chorradas dices? – Dijo bastante molesta.

-          Lo que oyes. No me importa que tengas sexo con otros, siempre que estemos juntos. Incluso puedes hacerlo delante de mí, si es lo que quieres. No… no me importa, de verdad. Yo… te quiero…

Aquella declaración abierta y sincera en lugar de agradarle todavía la enfureció más.

-          ¡Tú no estás bien! ¿Te estás escuchando? ¿Qué lo haga delante de ti con otros? ¡Joder! Tú has tomado algo…

-          ¡No, no!  No me molesta… de verdad…

-          Eso lo decís todos, pero a la hora de la verdad…  os cabreáis como un mono...

-          ¡No, te lo juro! Ponme a prueba.

-          No juegues con fuego, Pedro. Es divertido al principio pero después te va a doler…

-          Ponme a prueba, ya verás…

Con un “lo pensaré” me fui a casa la mar de contento.

Para mi sorpresa esa posibilidad se transformó en certeza:

-          Vale, tú ganas. – Me dijo al día siguiente sin darle la menor importancia.

 A los ojos de la gente yo podría parecer un pringado pero yo era el chaval más feliz del mundo: salía con la chica más popular del instituto.

La noticia fue un auténtico bombazo cuando unos días después se confirmó. No hizo falta ni redes sociales  y la tecnología que hay ahora, bastó con que me diese un tremendo beso de tornillo en medio del patio del recreo.  El jefe de estudios nos llamó al orden pero eso sólo hizo que el asunto tuviese más impacto. Silvia fue mi primera novia, y última. Jamás he amado a otra mujer que no fuese ella.

No tardó ni veinticuatro horas en ponerme a prueba. Durante la última hora de clase ya me expresó claramente sus intenciones:

-          Esta noche voy a montar una fiestecita casa. He quedado  sobre las once, papá trabaja y a mamá ya le habrán hecho efecto los somníferos.  Dejaré la ventana abierta. Tú no estás invitado. Sólo mira, si es que tienes estómago… cariño.

-          Vale… - le contesté temblando de emoción.

Ese día aprendí que el término “fiestecita” tratándose de Silvia significa que son varios los hombres los que gozan de su cuerpo por turnos o de manera simultánea.  Lo cierto es que no se anduvo por las ramas y me echó un órdago a las primeras de cambio: uno de los tres sementales a los que se cepilló aquella noche no era otro que mi propio hermano y los otros dos mis primos carnales.  El tiro le salió por la culata, nunca mejor dicho: mi excitación se multiplicó por mil al conocer la identidad de los amantes de mi novia.

El hecho de que los propietarios de las barras de carne que entraban y salían de su cuerpo fuesen de mi misma sangre no restó carga erótica a la cosa, es más, la elevó al infinito. No dejé de masturbarme como un mandril conforme mis allegados iban gozando de mi amada por todos sus agujeros. Ellos pusieron todo de su parte pero Silvia salió victoriosa, pudo con los tres cipotes dejándolos inertes y satisfechos aun cuando su cara quedó cubierta de esperma y su ano muy dilatado.

Cuando todo terminó y los chicos se marcharon ella salió a la ventana exultante. Yo creo que pensaba que por fin iba a librarse de mí cuando me preguntó:

-          ¿Qué te ha parecido?

-          ¡Genial!  - Contesté con total franqueza.

-          ¿Genial? ¿Cómo que genial? ¿No has visto quién eran?

-          Si, ¿y qué?

Mi actitud pusilánime la irritó hasta el infinito.

-          ¡Lárgate, no quiero volver a verte más! – Me dijo cerrando la ventana con tal virulencia que el cristal se hizo añicos.

Estuvo varios días sin hablarme hasta que un día me asaltó en el patio y me dijo:

-          Está bien. Si es así como quieres llevar esto me parece perfecto.  Pero sólo me tocarás cuando a mí me dé la gana. O lo tomas o lo dejas.

Y así reanudamos nuestra peculiar relación.  Los dos estábamos encantados con ella: Silvia  tenía como novio a un pelele como yo, un monigote al que humillaba y mangoneaba en público  y al que le ponía los cuernos un día sí y otro día también y yo tenía como novia a la chica de mis sueños. No tenía sexo con ella ni falta que me hacía,  me bastaba con saltar la verja de su jardín para consumar mis fantasías eróticas de verla fornicar con otros hombres.

Yo sólo quería verla follar. Era todo un espectáculo.

Al resto de la gente, en especial mi familia, mi actitud para con ella les parecía del todo incomprensible. Concretamente mi hermano no lo asumía. Cuando cumplí los dieciocho se hartó de verme ir de aquí para allá como alma en pena, espiando a Silvia y sus incesantes correrías sexuales:

-          No entiendo como sigues con esa guarra. Se la folla cualquiera. Yo mismo me la he tirado un montón de veces y lo sabes. Me canso de repetírtelo: ella está en otra liga,  no es para ti, pequeño… déjala…

-          No te metas en mi vida. – Le repetía una y otra vez.

-          Juré que no te lo diría pero…

-          Pero ¿qué?

-          Joder. Hasta papá se la folla en casa cuando mamá trabaja… no te enteras de nada.

Cuando fui a Silvia con el cuento, ella no lo negó en absoluto.  Sólo me preguntó acerca de la identidad de mi informante y  se mostró bastante molesta cuando se la dije.

-          Ese imbécil no vuelve a ponerme una mano encima en su puta vida. 

Después de un rato muda hizo la pregunta que yo estaba esperando:

-          ¿Te molesta?

-          No. – Respondí de inmediato aunque mi tono no resultó del todo convincente.

De repente, comprendió el porqué de mi falta de entusiasmo.

-          ¡Espera, espera, espera! ¡A ti no te jode que me haya tirado a tu padre! – Dijo cada vez más encendida - ¡A ti lo que te jode es… no haberlo visto! ¡Quieres ver cómo me tiro a tu padre, ¿no?!

Simplemente di la callada por respuesta. Su reacción fue tan terrible como imprevisible:

-          ¡Pues entérate, pervertido de mierda! ¡No vas a verme follar con tu padre ni con nadie más en tu puta vida!, ¿Lo entiendes? ¡Estás enfermo… enfermo! ¡Llamaré a la policía si vuelves a acercarte a mí! ¡Vete de mi vista, pervertido de mierda!

Y se largó, dejándome el corazón resquebrajado. Lo que terminó de rompérmelo fue el que una semana más tarde su mamá abandonase a su papá  llevándosela al otro lado del país.

-          Es lo mejor – me decía mi hermano -. Estaba muy buena pero es una puta…

-          ¿Una puta? – le dije realmente molesto.- ¿Por qué es una puta? ¿porque le gusta follar? ¿por eso es una puta? Si fuese un chico sería un tío guay, un ligón, un triunfador, pero como es una chica es una golfa, una guarra y una puta… ¿no es eso?

En el fondo mi hermano es una buena persona pero también más simple que el mecanismo de un tenedor así que contestó lo que pensaba en realidad:

-          Pues… básicamente… así es… ¿no?

Le di un puñetazo tan fuerte que le rompí la nariz y me largué de casa. Busqué a Silvia por todos los lados pero parecía que se la había tragado la tierra. Derrotado, volví  al hogar familiar aunque jamás he llegado a perdonar a mi hermano, me centré en mis estudios, aprobé una oposición y pasé a formar parte del monótono funcionariado del Estado. Me emancipé de mis padres pero no volví a mantener relación con ninguna chica. De hecho sólo he tenido relaciones sexuales completas de manera voluntaria dos veces en mi vida: la primera, el día en que Silvia de desvirgó en su cama y la última aquella tarde de otoño en la que apareció en mi puerta en día de mi vigesimoquinto aniversario.

-          ¡Felicidades! – Me dijo sin más cuando abrí la puerta de mi apartamento.

No pude hablar de la emoción.

-          ¿Te acuerdas de mí? – Me dijo algo indecisa -. Me dijeron que podría encontrarte aquí.

Por supuesto que me acordaba de ella. No había dejado de pensar en ella desde el día en el que la conocí. No tenía muy buena cara, estaba pálida y con unas ojeras considerables. Vestía ropas amplias y su aspecto, sin ser desaliñado, denotaba algo de dejadez. Aun así seguía conservando parte  de esa belleza felina de cuando era adolescente y esos ojos vivarachos que nunca podré olvidar.

-          ¡Silvia!

-          Hola. ¿Puedo pasar? He traído un par de pasteles y una botella de bourbon…

-          Por supuesto.

Yo tenía un montón de cosas que preguntarle pero ella no tenía ni la más mínima intención de contestarlas. Entre copa y copa intenté sonsacarle información pero en lugar de hablar se acercó y calló mis labios con un beso. Y a ese beso le siguieron un montón más que formaron una senda de baldosas amarillas que nos llevaron hasta mi cama.

Volvió a hacerme el amor con la misma fogosidad que la primera vez para después abrazarla con ternura. Con ella entre mis brazos fui feliz y, entre besos y caricias, le juré que nunca la dejaría ir. Para mi desgracia  el alcohol y yo no congeniamos demasiado bien y caí en un sueño muy profundo del que no me desperté hasta bien entrada la mañana siguiente. Comprobé, con todo el dolor de mi corazón, que mi mariposa había volado una vez más.

Ya no la volví a ver.

Un año después recibí la llamada del Departamento de Servicios Sociales, me dijeron que Silvia había muerto y que si quería hacerme cargo de mi hija Gabriela. No sé cuál de las dos noticias me dejaron más impactado: saber que el amor de mi vida había muerto o que era padre.

 Tras el funeral y antes de asumir la paternidad de la pequeña, estudié la documentación de la misma llegando a la conclusión de que era poco probable que yo fuese el padre de la criatura: entre el encuentro sexual con Silvia y el nacimiento de la niña apenas pasaron cinco meses.  Estaba claro que,  cuando Silvia y yo hicimos el amor, ella ya estaba embarazada.

Aun así  acogí a Gabriela como hija mía sin vacilar y le partiré la cara como hice con mi hermano a quien se atreva a ponerlo en duda.

Capítulo 2

Los primeros años de Gabriela transcurrieron de forma más o menos normal, siempre teniendo en cuenta que la ausencia de una mamá marca mucho. Mi hija era algo retraída, poco habladora y bastante vergonzosa;  todo lo contrario de su madre. Sin embargo, en lo referente al físico, eran como dos gotas de agua.  A veces me quedaba embobado viéndola y a menudo cambiaba su nombre por el de Silvia de tan parecidas que eran. A pesar de ello, me reitero en mis afirmaciones iniciales: no sentía el menor deseo carnal hacia mi niña, ni siquiera cuando las tetitas comenzaron a marcársele y los primeros pelitos rubios aparecieron en su sexo. Nuestra vida era todo lo normal que puede ser cuando una madre falta.

Pero un día sucedió algo que lo cambió todo.

El tráfico de la ciudad es imposible así que, cuando la niña ya fue algo mayorcita, decidí utilizar transporte público para llevarla y traerla a casa desde su colegio. Jamás tuvimos incidencia alguna hasta aquella tarde con el metro atestado de gente. 

Tendría Gabriela unos diez años y los cambios en su cuerpo comenzaban a hacerse patentes. Marcaba ya las curvas que de adulta tiene, tanto en sus caderas como en su pecho. No recuerdo el motivo exacto por el cual  mi princesita llevaba puestas ropas deportivas aquel día en lugar del uniforme colegial. Las mallas oscuras, algo cortas de talla, se soldaban como un guante a su anatomía pero el resultado no era nada fuera de lo habitual para una chiquilla de su edad.  No le perfilaban en absoluto el sexo aunque quizás realzaban su culito carnoso de forma algo excesiva pero para nada obscena.

El viaje transcurría como siempre cuando un movimiento brusco del ferrocarril subterráneo provocó que un desconocido se interpusiera entre mi hija y yo.  No dije nada ya que tenía perfectamente controlada a mi pequeña y tan solo faltaban un par de paradas para llegar a nuestro destino.

Casi de inmediato me percaté de que a Gabriela le cambiaba el semblante. Iba a preguntarle el motivo cuando bajé la mirada, descubriéndolo por mí mismo lo que sucedía: aquel tipo le estaba tocando el culo.

No se trataba de un roce fortuito, ni siquiera de un toqueteo clandestino: era una metida de mano en toda regla.  Con la palma abierta apretaba los glúteos de mi niña una y otra vez por encima de la ropa.  Cuando se cansaba de sobar una nalga se pasaba a la otra  para luego tomar el camino de vuelta. En su ir y venir introducía uno de los dedos por el canalito que los separaba los glúteos. Yo creo que llegó  incluso a explorar el comienzo de su vulva hurgando por la parte de abajo. El hombre se estaba dando un homenaje y ella no decía nada. Podría interpretarse que estaba paralizada por el miedo  y yo… yo comenzaba a sentir cosas que creía olvidadas: un cosquilleo en mi adormecida verga al ver a mi dulce Gabriela sobada por otro hombre.

Exactamente igual que me sucedió años atrás con su mamá.

El desconocido, envalentonado al ver que sus actos no tenían consecuencias,  fue un poco más allá  y, juntando dos de sus dedos,  los introdujo entre las piernas de mi niña. No era descabellado pensar que, de esta forma, llegaba a tocar completo el sexo de la pequeña a través de la fina tela. Recuerdo que  eso casi me hace eyacular allí mismo. 

El último tramo del trayecto transcurrió como un suspiro contemplando como aquel tipo jugueteaba con los pliegues de mi princesa mientras ella cerraba los ojos y se dejaba hacer.  Se me caía la baba al verlo.

A pesar de que yo deseaba que aquello no terminase nunca el tren llegó a su destino demasiado pronto  y, en cuanto se abrió la puerta automática, mi pequeña salió despavorida como alma que lleva al diablo fuera del vagón como si estuviese haciendo algo malo. No tuve más remedio que seguirla, intentando mal que bien disimular mi erección a los viajero. Cuando pasé al lado de aquel pervertido aún tuvo la osadía de llevarse los dedos a la nariz para recrearse con sus efluvios y me pareció escuchar de sus labios un murmullo insolente que decía:

-          ¡Qué putita tan caliente! Está pidiendo verga a gritos.

Cierto o no lo que sí sé es que mi pantalón se manchó tras ese comentario tan sucio hacia mi única hija.

Cuando salimos del suburbano ninguno de los dos hicimos comentario alguno sobre lo acontecido. Al llegar a casa recuerdo que varié el orden establecido para tomar el baño y fui yo el primero que se introdujo en la tina. El agua estaba calentita pero yo aún más evocando lo sucedido aquella tarde.  Volví a empalmarme recordando la furtiva metida de mano; desde mis aventuras sexuales con Silvia no me sentía tan excitado. Volví a mis viejas costumbres onanistas y allí, en medio de la bañera, me masturbé lentamente  mientras me parecía estar viendo todavía aquella manaza estrujando el culito de mi Gabriela. Apenas mi simiente se confundió con la espuma entró mi niña en el cuarto de baño con una enorme sonrisa en la cara. Parecía que por ella nada malo hubiese ocurrido, era la pureza hecha carne.

-          ¿Me haces un hueco? – me preguntó mientras se desnudaba.

Yo todavía estaba erecto y nada me apetecía menos que sentir el candor de su cuerpo cerca del mío pero no acerté a buscar una excusa coherente así que accedí. Tuve que tragar saliva al ver su culito a un palmo de mi cara justo antes de que se sentase entre mis piernas. Lo había contemplado mil veces y jamás hasta entonces había sentido algo parecido; sin duda el haberlo visto sobado  por otro hombre cambió mi perspectiva acerca de él.

Por fortuna para mí cuando Gabriela tomó asiento lo hizo de forma que no hubo contacto alguno entre mi sexo y su espalda.  No quise arriesgarme y me incorporé para no correr riesgos.

-          ¿Ya te vas?

-          Tengo que hacer la cena, princesa.

-          Vale. –Dijo sin más aparentemente conforme.

Intenté disimular mi erección pero me fue imposible.  Mi cipote quedó a apenas un palmo de la cara de Gabriela que lo miró un instante para después centrarse en enjabonar su cuerpo como si nada. Salí del baño secándome con la toalla como alma que lleva al Diablo.

La cena transcurrió tranquila, hablando de cosas intranscendentes como siempre, pero al arroparla en la cama no pude resistirlo y saqué el tema de lo sucedido en el metro.

-          ¡Papi, lo siento! – dijo muy alterada al verse descubierta. Pese a la escasez de iluminación pude ver sus ojos azules humedecerse y temblar -. ¡No sabía qué hacer! Aquel señor comenzó a tocarme y… todo estaba lleno de gente y… yo… yo…

-          Tranquila, tranquila… no pasa nada. – Intenté tranquilizarla dándole unos besitos en la frente.

-          Sé que estuvo mal, que debería haberte dicho algo pero…

La pobre niña estaba tan alterada y era tan inocente que no cayó en la cuenta de que yo era incluso más responsable que ella de lo sucedido. Al fin y al cabo se supone que un padre debe velar por la integridad de su hija y yo no había movido ni un dedo por auxiliarla al verla en manos de aquel desalmado.

-          No pasa nada, no pasa nada… -  repetía yo una y otra vez más intentando convencerme a mí que a ella -. Lo… lo hiciste… lo hiciste bien.

Ella se quedó muda, supongo que no esperaba esa respuesta. De hecho ni yo mismo podía creer lo que acababa de salir por mi boca; era algo completamente opuesto a lo diría cualquier padre responsable a su hija.

Pero no contento con eso expresé con mayor claridad mi deseo:

-          Gabriela, si algún hombre vuelve a tocarte en el metro o en cualquier otro sitio como hizo ese señor… -dije tragando saliva -…  deja que lo haga, ¿entendido?

Ella siguió callada intentando asimilar una orden tan desconcertante.

-          Haz siempre lo que esos hombres mayores te pidan, no te niegues a nada, ¿comprendes?

Ella se limitó a asentir, creo firmemente que no entendía una palabra de lo que yo le decía.

-          Déjate hacer o haz todo lo que te digan pero luego, cuando estemos a solas, me lo cuentas, ¿vale?

Tras un instante de duda ella respondió:

-          Sí… sí papi.

Tras aquella inapropiada conversación salí atropelladamente de su cuarto, avergonzado por mi propuesta. Tardé mucho en dormirme aquella noche reflexionando sobre todo lo ocurrido.  Al final llegué a la conclusión de que había hecho mal y quise decírselo a Gabriela. Cuando me dirigí a su habitación creí oírla llorar pero al acercarme más comprobé que no eran llantos lo que escuchaba salir de su boca a través de la puerta sino ahogados gemidos… ahogados gemidos de placer preadolescente.

Sin duda los toqueteos de aquel desconocido habían tenido su efecto: mi niña, mi pequeña princesa, mi dulce Gabriela ya se había hecho mayor y había aprendido a tocarse a mis espaldas. 

Me di media vuelta y dejé que disfrutase de su cuerpo a solas.

A partir de aquel día la forma de tratar a Gabriela cambió diametralmente.  Los primeros días, cuando salíamos del colegio, solía cambiarla de ropa en cualquier establecimiento cercano a su centro educativo.  La obligaba a utilizar el tipo de indumentaria que yo entendía como provocativa para los hombres maduros: minifaldas cortas, mallas ajustadas, camisetas de tirantes  y cosas así.  Combinaba esa ropa con un ligero maquillaje y  tuvieron un efecto relativo a la hora de incitar a los pervertidos: muchos la miraban pero pocos se decidían a ir más allá. Cuando nos metíamos en el metro y me separaba de su lado enseguida la veía rodeada de hombres.  Para mi desgracia la mayoría se contentaban con admirar su belleza. Los más osados sí que utilizaban el dorso de la mano para darle toquecitos en el culito más o menos intensos pero la mayoría de veces se trataba de roces debidos a las apreturas propias del medio de transporte.

Aquellos tocamientos no estaba mal pero mi vicio era tal que me parecían poco; yo quería que fuesen más allá con ella. Mi grado de necesidad era tal que insté a Gaby para que buscase el contacto  pero le daba vergüenza así que decidí no insistir con el tema; al fin y al cabo era sólo una niña.

Sorpresivamente fue el destino el que cambió el rumbo de  los acontecimientos. Uno de esos días, no recuerdo con exactitud el motivo,  no pude hacerle el cambio de indumentaria y entramos en el metro justo en la hora que los ejecutivos terminan sus quehaceres.  Tomamos una línea distinta a la habitual pero aun así decidí probar suerte pese a que aquellos señores trajeados no me dieron muchas esperanza: yo solía colocar a mi niña entre la gente más modesta,  trabajadores, inmigrantes y personas de perfil bajo. Perdónenme mi perjuicio pero yo pensaba que aquellos tipos estarían más dispuestos  a toquetear a la chiquilla que señores aparentemente respetables. En cuanto me separé de ella  vestida con el uniforme escolar pude comprobar lo equivocado que estaba. Lo que pasó aquel día en el suburbano fue todo un espectáculo.

Aquellos señores trajeados, con toda probabilidad gente con estudios y buen sueldo, actuaron como lobos: olieron la carne fresca y echaron mano al trasero de la niña de inmediato. Y no fue sólo uno sino varios los que acudieron junto a ella como moscas a la miel. Pude observar hasta tres tipos distintos magreando su culito, piernas  y espalda por turnos. Incluso uno a veces interrumpía al otro atropelladamente pero ni aun así dejaban de meterle mano. Busqué el ángulo que me permitió ver la cara de Gaby y estaba roja como un tomate. Actuó como una buena chica, obedeció mi mandato permaneciendo callada mientras aquellos extraños palpaban su cuerpo de manera obscena. No dijo nada, ni siquiera cuando uno de aquellos tipos deslizó la manaza bajo su axila para acariciarle el bultito que salía de su pecho preadolescente. 

Supongo que no habrá que apuntar que llegados a este punto yo tenía una erección de caballo. No pude evitarlo, transcurrido el tiempo y pensándolo fríamente fue una auténtica locura lo que hice, me metí la mano en el bolsillo y comencé a tocarme. Yo creo que una señora que estaba a mi lado se dio cuenta de mis maniobras pero no dijo nada, ni siquiera cuando el olor a esperma se hizo más que evidente a varios metros a la redonda.

Cuando aquellos tipos abandonaron el tren otros ocuparon su puesto  y siguió la fiesta. Al llegar al final de la línea fueron por lo menos una docena los que habían recorrido de cabo a rabo la anatomía de mi princesa de manera impune.  Hicimos el trayecto de ida y vuelta varias veces,  hasta que terminó la hora punta; perdí la cuenta de los hombres que tocaron a la niña ni las veces que mi verga expulsó sus babas aquel día. 

Al llegar a casa, durante el baño y sentada entre mis piernas  cumplió  mi deseo contándome los detalles de lo sucedido:

-          Un señor me tocó el culo… - me dijo mientras hacía un montoncito jugando con la espuma.

-          Fueron varios…

-          No, no – dijo negando con la cabeza -. Uno  me tocó el culo de verdad… por debajo de la braguita… sobre la carne.

Tal revelación me pareció desconcertante ya que se me había pasado por completo aquel detalle tan extraordinario.

-          ¿Ah, sí? ¿cuándo?

-          Cuando entró tanta gente de golpe.  Se agachó un poco, levantó mi faldita y me tocó…  por detrás.

-          Vaya…

-          Sólo fue un ratito…

-          Entiendo.

-          También… también me dijo algo…

-          ¿El qué?

-          Que… que otro día no me pusiera bragas… ¿por qué crees que lo hizo, papi?

No supe qué decir. Decidí en ese instante adoptar la  propuesta de ese extraño: a partir de ese momento Gabriela dejó de llevar ropa interior durante nuestras excursiones por el suburbano por si algún aventurado quería transgredir los límites otra vez.

Medio sumergida en agua noté que Gaby se balanceaba más de lo acostumbrado sin articular palabra. Era su forma de expresar que algo la inquietaba.  Las mejillas rosadas y los pezones empitonados dejaban bien a las claras cuáles eran sus necesidades en aquel momento pero supongo que mi presencia la cohibía. Al ver que no se decidía a dar el siguiente paso le ayudé un poquito; agarré su brazo por la muñeca y bastó con acercársela a su entrepierna para que ella hiciese el resto.  Fue la primera vez que me demostró ser digna heredera de su madre: sin importarle mi presencia, se regaló una soberana paja a la salud de todos los desconocidos que la habían sobado. Estaba tan caliente que quise pensar que se los hubiese follado a todos de haberlos tenido allí en ese momento.

Yo por mi parte cerré los ojos e imaginé que aquellos sonidos guturales eran producidos por mi pequeña entregándose  a todos esos hombres sin descanso. La evoqué sudorosa, con una enorme verga taladrando su ano mientras otra utilizaba su boca para darse placer.   Me agarré el cipote y me uní a ella en sus maniobras onanistas pero no obtuve el resultado deseado.

Imaginarla no era lo mismo que verla.

El fin de semana descansábamos. Para ser honesto hice alguna intentona de exponerla pero resultó peligrosa. El metropolitano va menos ocupado esos días y es más sencillo ser descubierto así que me limitaba a regalar a Gabriela durante la semana.  El cambio de indumentaria y de recorrido resultó un éxito; cuanto mejor era el barrio más pervertidos había.  Los toqueteos y metidas de mano a la niña eran constantes y yo no dejaba masturbarme al verlos, pese a que eso estuvo a punto de costarme más de un disgusto.  Verla convertida en el objeto del deseo de otros era como una droga, no podía controlarme. Era todo un vicio, tal y como me sucedió antes con su madre.

Como buena droga, pronto comencé a requerir dosis más altas e intensas. Estaban muy bien los magreos y las metidas de mano colectivas pero quería ir más allá, quería verla de verdad en manos de otro hombre: lo quería todo. 

Decidí contemplar las distintas opciones, todas tenían pros y contras así que opté por la que intuí menos arriesgada: aprovechar la experiencia adquirida en el metro y darle una vuelta de tuerca.

Tras repetir trazado, horario y vagón una y otra vez comencé a reconocer a algunos “habituales” del metro. Supongo que se salía de lo normal que una chiquilla tan pequeña se dejase tocar como lo hacía Gabriela así que, en cuanto la reconocían, se agolpaban a su lado como buitres a la carnaza. Había uno especialmente recurrente y vicioso, según me contó la niña fue el primero que se aventuró a meterle la puntita del dedo a través del ojete.  Les describiría su aspecto pero lo creo irrelevante, lo que sí que puedo decirles que era como un reloj suizo; entraba y salía del vagón siempre en las mismas estaciones y a la misma hora, con el efluvio del ano de Gaby perfumando sus falanges.

Estuve tentado de contarle mi plan a Gabriela pero no lo hice. Por una parte no  deseaba asustarla pero por otra quería ver si su semejanza con Silvia se limitaba iba más allá de su aspecto físico. En realidad anhelaba descubrir si aquella actitud frágil y retraída de la niña enmascaraba el furor uterino heredado de su mamá.

Hacía calor el día primaveral en el que decidí dar el salto sin red. En cuanto lo vi entrar en el vagón me coloqué junto él y Gaby haciendo más que evidente mi presencia pero a aquel tipo le trajo sin cuidado; o no se dio cuenta o no le dio la más mínima importancia. Fue a lo suyo rápidamente.   Con la impunidad que da la manada no tardó ni un minuto en deslizar su manaza bajo la faldita de cuadros y comenzar a dedear  con rudeza el orto a medio hacer de Gabriela. No era muy alto y mi hija es esbelta así que no le resultó difícil ejecutar la maniobra de perforación. Penas tuvo que recostarse un poco. Gabriela, acostumbrada ya a ser tratada de ese modo por los hombres que la acosaban día tras día, apenas se movía mientras aquel tipo jugueteaba con su ano. Inclusive abría levemente las piernas para facilitarle las cosas al pervertido.

Todo transcurría como de costumbre pero la cosa cambió cuando agarré la mano de la lolita justo en el momento en el que aquel desconocido se dispuso a abandonar el tren con una sonrisa de oreja a oreja.

-          ¡Venga, sígueme! – Le ordené-. ¡Vamos!

 Aquel mandato la pillo de improviso, cosa que nos retrasó un poco. Maldije unas cuantas veces mi torpeza dando saltitos en el andén intentando divisar al tipo. Lo descubrí unos metros delante, en dirección a la salida más próxima. Tirando de Gabriela procedí a seguirle como un poseso. La pobre niña tuvo que agarrarse la faldita para que esta no se le subiese más de lo debido y enseñase su secreto a todo el mundo. Cuando subimos las escaleras que llevaban a la calle de dos en dos a punto estuvo de caer varias veces. Una vez fuera del suburbano me fue más sencillo localizarlo. Discretamente seguimos sus pasos hasta un edificio de oficinas. Se puso lívido cuando nos vio entrar en su mismo ascensor. Mi hija por el contrario volvió a ruborizarse al reconocerlo.  Fue divertido ver sus rostros esquivándose mientras el elevador subía. Por desgracia no estábamos solos, de hecho intentó escabullirse cuando en mensajero que nos acompañaba hizo el amago de salir pero se lo impedí discretamente. En cuanto cerraron las puertas y estuvimos los tres a solas, explotó:

-          ¡Qué cojones quieres, cabrón! Soy abogado y tengo buenos contactos. No intentes joderme con esa putita, te lo advierto. Puedo arruinarte la vida con sólo una llamada…

-          Sólo quiero hablar…

-          ¡Tampoco te daré dinero! No sacarás de mí ni un céntimo, lo juro por tu puta madre… No tienes pruebas de nada…

-          No quiero tu dinero…

Yo intentaba  adoptar un tono conciliador pero cada vez el hombre iba poniéndose más nervioso así que corté por lo sano y le dije claramente lo que quería. Al escucharme, se quedó mudo, creo que por primera vez en su vida ya se veía a la legua que era un charlatán de mucho cuidado. Gabriela tembló como un flan cuando escuchó cómo yo ofrecía su cuerpo abiertamente a un desconocido pero eso no me detuvo.

-          Espera, espera, espera… ¿dónde está el truco? ¿llevas un micro? ¿el teléfono móvil grabando o algo así? ¿es una jugada de la arpía de mi ex mujer?

No pude reprimir una sonrisa y tampoco evitar pensar que aquel tipo había visto demasiada televisión.

-          Puedes comprobarlo si vas a sentirte más tranquilo. No llevamos nada ni ella ni yo.

Resultó cómico verle palpar mi tórax intentando descubrir algún micrófono. También hizo algo similar con Gabriela pero cuando llegó a sus tetitas sobre la camisa no pudo despegar las manos de ahí. Supongo que al tocarla y ver que ninguno de los dos hacíamos algo al respecto le tranquilizó.

-          ¿Y… quieres que yo… ya sabes? – Dijo dando ligeros apretones a las manzanitas de mi pequeña - ¿quieres…  que lo haga con tu hija?

-          Correcto… quiero, quiero que te la folles.

-          ¿Y no quieres nada a cambio?

-          Ya te  he dicho lo que quiero.

-          ¿Mirar y nada más?

-          Eso es…

El hombre se tomó su tiempo magreando a mi nena a manos llenas.

-          ¡No me pegará alguna enfermedad de esas!

-          Tranquilo. Es su primera vez.

-          ¡No jodas!

-          Es virgen… y está sana, no hay problema.

Aquello fue demoledor para minar su tenue resistencia.

-          Y ella qué opina.

-          ¿Ella? Ella no pondrá problemas. Hará todo lo que tú quieras.

-          ¿Seguro?

-          Seguro.

Aquel era el momento clave de todo aquel embrollo, el momento en el que Gabriela debía demostrarme si era digna hija de su madre.

Gabriela me demostró que la sangre de Silvia corría por sus venas y, venciendo su vergüenza,  alzó sus ojos azules y clavó su mirada impoluta en aquel tipejo. De sus labios no brotó  una palabra, pese a que habíamos ensayado ese momento infinidad de veces. En lugar de eso se levantó la falda de cuadros y le mostró a aquel malnacido su delicado secreto. Por si eso fuera poco utilizó sus dedos para abrirse la  vulva y comenzó a masturbarse delante de él.

No hizo falta que dijese nada. Era obvio que la niña estaba de acuerdo con mi proposición indecente.

Les juro que fue un momento mágico, posiblemente uno de los más excitantes de mi vida. Me pareció ver a la mismísima Silvia ofreciendo su sexo en aquel instante. Se me puso la polla dura como una piedra en pocos segundos al ver como aquel extraño la devoraba con la mirada.

-          Margarita, puedes irte a casa ya… - le dijo el hombre a su secretaria apenas irrumpimos en el mugriento bufete.

-          Pe… pero…

-          Cierra la puerta al salir. No quiero que nada me moleste esta tarde. Tengo entre manos un caso muy importante.

-          Pe… pe…

-          ¡Largo, joder! No quiero volver a verte hasta mañana…   - Le gritó maleducado.

-          Bien, vale. Pero…

-          ¡Fuera, fuera, fueraaaaaaa!

A la pobre mujer apenas le dio tiempo a coger su bolso y largarse como alma que lleva al diablo. Que su malhumorado jefe le dejase ir a casa antes de tiempo era algo tan inusual que no era cuestión de ponerle reparos.  En cuanto la empleada se marchó, el pervertido centró sus atenciones en Gabriela.

-          Pasa por aquí, tesoro. Voy a echarte un polvo que no olvidarás en tu vida. – Le dijo agarrándola por el talle para conducirla a su despacho.

Enseguida le levantó la falda, echándole mano a la carne del culo directamente.

-          Veo que eres una buena chica – continuó -. Buena y obediente a lo que le ordena su papi, no como las mías que son tan brujas como su madre.

Mi intuición me decía que aquel tipejo era un puerco  vicioso y no me equivoqué en absoluto. Fue delicado como un mandril con mi princesa.  Después me sentí culpable por haber sometido a mi hija a una iniciación tan poco romántica pero mi situación no me permitía elegir un amante más apropiado para estrenarla. En cuanto entramos en el despacho y sin dejar de manosearla  a conciencia, le estampó un beso en los morros que casi la deja sin aire. Después, ni siquiera tuvo la precaución de apartar los papeles que abarrotaban su mesa, así que recostó a Gabriela sobre ellos y se lanzó a tumba abierta a saciar sus  más bajos instintos. Su estado de excitación era tal que se las vio y se las deseó para desabrocharle los botones de la camisa escolar. Creo que estuvo a punto de correrse al ver sus pechitos libres de trabas, empitonados y duros, apuntándole desafiantes.

-          ¡Qué buena estás, putita! – Exclamó entre lametones cada vez más intensos a los pezones -.  Voy a darte lo que andas buscando, niñita…

Gaby no dejó de mirarme mientras el abogado le hacía un  sostén de babas. A veces ella entornaba los párpados, sobre todo cuando a él le desbordaba la lujuria y le mordisqueaba los senos con  virulencia, pero no decía nada.  Me quedé embelesado mirándola allí inerte como una estatua. Abierta de piernas, servil y sumisa, dejó que su desconocido amante le subiese la falda por completo, formando con ella una especie de franja alrededor de su vientre plano. Pude ver el estado de su sexo,  rezumaba flujos a diestro y siniestro. Brillaba como el lucero del alba: estaba lista para su primer polvo.

Casi me faltó el aire al contemplarla en esa pose tan lasciva y explícita; era la viva imagen de su madre  ya muerta.

Me bajé la cremallera y actué en consecuencia.  Creo que no hace falta que les cuente lo que hice mientras aquel extraño arrebató  el virgo a mi pequeña Gabriela.

Ella chilló cuando su himen estalló en mil pedazos, aquel tipejo fue de todo menos cuidadoso iniciándola.  Apenas sus pantalones le llegaron a los tobillos se agarró el balano por el entronque y, con su gorda cabeza, llamó a la puerta de la vulva infantiloide que tenía a su entera disposición.  La excitación de Gaby era grande y su lubricación generosa, aunque no lo suficientemente  como  para aliviarle el mal trago. Al chanchullero letrado le trajo sin cuidado que se tratase de poco más que una niña y le endosó una estocada barriobajera de una única trayectoria que hizo estragos en  la pueril anatomía de la potrilla.  No dejó de apretar la angosta entrada, jurando y bufando como un camionero, hasta que logró clavársela lo más adentro que pudo. Después, cuando las paredes de la vagina se relajaron lo suficiente,  se la folló como un perro salido, con movimientos  secos  y espasmódicos  mientras los papeles caían al suelo por todos los lados mientras Gabriela gritaba una y otra vez.

Sin dejar de tocarme, busqué el mejor de los ángulos para recrearme, aquel que me permitió observar la ensartada en primer plano. El movimiento de aquellas pelotas peludas acompañando a la verga en su ir y venir en el interior de Gabriela es algo que no olvidaré en la vida. Tampoco el hilito de sangre que aquel intenso tratamiento originaba a su paso. La niña se retorcía como una anguila, sin duda aquella serpiente la estaba destrozando por dentro.

 Aquel animal eyaculamos casi al mismo tiempo: él en la vagina de mi hija y yo sobre la moqueta de su sucio despacho. La enorme mancha que dejé en ella así lo atestigua.

-          ¡Joder, qué bueno!  - Dijo el abogado con voz entrecortada una vez se quedó sin munición. Lo había dado todo, el muy salido.

Sonriente y lleno de gozo ante tal inesperado regalo recibido por mi parte dejó de aplastar a mi hija y tomando asiento en su vetusto sillón de cuero intentó recobrar el aliento. La niña no dejó de llorar e intentó aliviarse  encogiéndose como un ovillo y agarrándose las piernas pero el hombre tenía otros planes así que acarició las piernas de Gabriela,  abriéndolas  de nuevo lo que le permitió ver un primer plano del atentado cometido.  Ella  no dejaba de gimotear visiblemente dolorida pero eso a él le trajo sin cuidado. Quería algo más: lo quería todo… como yo.

-          Pues no mentías, hijoputa. Era virgen de verdad tu niña. Hacía mucho tiempo que no me follaba a una zorrita tan tierna… demasiado diría yo.

Fue entonces cuando me miró y descubrió mi mano sobre mi cipote toda cubierta de lefa. Tampoco me será fácil olvidar su risa socarrona al verme  de aquel modo:

-          ¿Te ha gustado lo que le he hecho a tu putita? ¿estás satisfecho, papi?

-          S… sí. – Tuve que admitir.

-          Es una pena hacerse viejo, joder. Hace unos años la hubiese puesto mirando a Cuenca para partirle el culo como Dios manda. Tráemela mañana y veré lo que puedo hacer.

No me dio tiempo a replicar.

-          Ahora estaría bien  hacerle unas fotos para inmortalizar el momento. No sé dónde coño he metido la cámara… no te vistas, princesa… que vas a posar para mí…

Confieso que yo no estaba preparado para aquella circunstancia así que mi reacción fue negativa.

-          No. Eso no. Ya es suficiente por hoy.

-          ¿Pero qué dices? Venga, ¿cuál es el problema? Seguro que tú tienes un montón de esta putita en pelotas. No seas borde y deja que le haga unas pocas, es un diamante en bruto…

-          He dicho que no.

-          ¡No me jodas! ¡Te pagaré lo que quieras! – Dijo mientras amagaba con incorporarse.

Aquella obsesión por ofrecerme dinero terminó de agotar mi paciencia así que la siguiente vez que hizo amago de abrir la boca le reventé la nariz tal y como años atrás había hecho  con mi propio hermano. No me considero un hombre violento pero sé utilizar los puños cuando es necesario y además aquel tío era poca cosa.  Se desplomó contra el sillón como un saco de patatas.

Mientras lloriqueaba como un niño Gabriela y yo nos fuimos de allí a toda prisa. Ella se compuso un poco la vestimenta durante el trayecto en el ascensor.

Cuando llegamos a casa me invadió la culpa y tuve el enésimo arrebato de arrepentimiento. Quedó en caldo de borrajas cuando Gabriela volvió a masturbarse en mi presencia durante el baño. Aquel hecho me demostró dos cosas: la primera que, sin duda, se había quedado con lo bueno de todo lo ocurrido y la segunda y más reveladora… que un solo hombre era poco para ella.

Capítulo 3

Después del encuentro con el apestoso abogado me replanteé nuestra situación. Pese a que la experiencia no había resultado del todo mala decidí dejar el asunto del metro por algún tiempo. Las clases de Gaby prácticamente habían terminado, llevar el uniforme ya no tenía razón de ser y, con la llegada del verano, el suburbano estaba menos concurrido con lo que nuestros juegos se tornaban más peligrosos.  También temía la volver a encontrarnos con aquel indeseable a pesar de que no suponía amenaza alguna: tenía tanto que callar como nosotros.

La verdadera razón era que yo quería algo más… y mi mente calenturienta me hacía pensar que mi niña  también aunque tenía una razón objetiva que lo justificase: Gabriela se tocaba cada vez más.

Conforme pasaban los días llegué a desesperarme; no sabía qué hacer. Veía masturbarse a Gabriela a diario. Mi pequeña no se escondía, lo hacía delante de mí sin reparos  pero aquello no me motivaba lo suficiente, no me excitaba  por sí sola si no estaba en compañía de otro hombre.

Mi memoria era buena  pero poco a poco los detalles del primer encuentro sexual de Gabriela  se iban difuminando en mi cabeza. Fue entonces cuando recordé las palabras de aquel tipo sobre el asunto de las fotografías.  Tras mucho pensar llegué a la conclusión de que el siguiente paso tenía que inmortalizarlo de algún modo para poder recrearlo ante mis ojos y no depender de la capacidad retentiva de mi mente. 

Como hacer fotografías me pareció un recurso algo pobre, al salir del trabajo compré una cámara de vídeo gama alta, de esas tan pequeñitas que apenas ocupan la palma de la mano.  Un día, a la vuelta del trabajo, me dirigí hacia casa por una ruta diferente a la habitual, pasé bajo un puente. Me percaté de un detalle de esos que uno está tan acostumbrado a ver que pasa desapercibido;  fue entonces cuando se me ocurrió una idea. Era algo descabellado y del todo despreciable pero mi grado de desesperación era tal que en aquel contexto me pareció la solución ideal a todos nuestros problemas.  Visto con la perspectiva que da el tiempo, es una de las pocas cosas de las que realmente me arrepiento de aquellos días. Podría haberle sucedido algo realmente grave a mi pequeña  y no me lo hubiese perdonado nunca.

Creo que cuando Gabriela me vio llegar sudoroso a casa notó algo distinto. Me conocía lo suficiente como para saber que sólo había una cosa que me ponía así de nervioso.  Despaché a la niñera dándole una generosa propina y, en cuanto se fue, la niña me siguió hasta su cuarto como un perrito. Saqué de su armario un vestido de tirantes con algo de vuelo y muy corto, el tono azul conjugaba con el color de sus pupilas.

-          ¡Póntelo!  - Le dije muy nervioso.

Ella accedió sin decir nada pese a que la gasa era tan fina que se le transparentaban  algo los pezones.  Le hice que se maquillase más de lo acostumbrado, en tonos más vivos y rojizos.  Se calzó sus sandalias recién estrenadas y la mejor de sus sonrisas.  Las braguitas se quedaron en el cajón… como siempre que salíamos de caza.

Estaba preciosa, parecía como si fuese a asistir a una boda aunque en realidad su destino no podía ser más distinto.

Minutos después ella  miraba distraída a través de la ventanilla de mi auto. El frescor del aire acondicionado  apuntaba directamente su vulva. Tal era su entrega que apenas se retorció un poco en el asiento al ver el lugar al cual le llevaba.  El despacho del abogado era un palacio a comparación de aquello.

En uno de los arcos ciegos del puente de la autopista dormitaban varios bultos sospechosos. No sé si aquellos hombres estaban  borrachos o colocados o sencillamente dormían, lo que sí sé es que ni siquiera se dieron cuenta de nuestra presencia.  En cuanto intuí que nadie nos veía desde la carretera encendí la cámara, enfoqué a Gabriela y le dije:

-          Ve con ellos.

Ella vaciló, como es lógico.

-          ¿Con ellos?

-          Sí.

-          Y… y qué hago…

-          Lo que ellos quieran. – Murmuré sin poder mirarle a la cara.

Como es lógico la niña dudó.

-          ¿Todo?

-          Sí. – Dije tras un momento de vacilación-. Todo.

La acompañé un poco en su viacrucis pero pronto solté su mano y me dediqué a manipulara la cámara.  La escena resultó antológica. Gabriela tuvo que sortear varias botellas vacías  hasta que por fin llegó junto a uno de aquellos tipos.  Se quedó pétrea como una estatua. Estuve tentado de dirigirla pero no quise quitarle espontaneidad a todo aquello.

-          “¡Venga, hazlo, joder! – Murmuré para mis adentros -. ¡Tíratelos!”

La puse a prueba por segunda vez y tampoco me decepcionó.

Cuando comenzó a darle pataditas en el costado a uno de aquellos despojos humanos casi me revienta la cremallera del pantalón, y más aún al ver a aquel tipo desperezarse poco a poco.

-          ¡Qué carajo…! – Dijo el indigente viendo turbado su sueño etílico aún con el sol en lo alto.

Al  descubrirse pude ver el rostro del  Romeo. No estaba mal dadas las circunstancias aunque, por la cara de Gabriela, intuí que ella pensaba todo lo contrario. Era un tipo relativamente joven, de rasgos sudamericanos y algo menudo.   Supongo que se trataba de un inmigrante sin papeles que se buscaba la vida deambulando de un lado para otro aunque los detalles de su existencia no me interesaban en absoluto. Yo de él requería otra cosa.

Y Gabriela también.

-          ¡Qué quieres, niña! ¡Lárgate, este no es sitio para vos!  - Le dijo bajando el tono, como si no quisiese despertar al resto de sus compañeros.

Iba a seguir hablando pero se quedó con la boca abierta cuando los tirantes del vestidito de mi niña resbalaron por sus hombros y este cayó al suelo.  Para él no hubo más que el cuerpo desnudo de Gabriela ya que ni siquiera me miró cuando me acerqué cámara en ristre.

-          ¡Ven, ven aquí bonita! – Exclamó separando por completo la manta bajo la cual dormitaba y ofreciendo a la niña su improvisado colchón de cartón.

La verga me dolía tanto  mientras ella se agachaba que peleé con mi pantalón hasta que logré sacarla. Me costó más de lo acostumbrado,  es difícil maniobrar tan solo con una mano.

El tipo alargó la mano y tomó la de la niña atrayéndola hacia él. Visiblemente nervioso, la ayudó a tenderse boca arriba mientras sus manos ya comenzaban a explorar la tierna anatomía de mi pequeña.  No sabía con qué quedarse primero si con sus pequeñas manzanitas, con sus lánguidas caderas o con su lampiño sexo. Movía  las manos de un lado para otro como temiendo que todo aquellos fuese solamente un sueño del que iba a despertarse de un momento a otro.  

Gabriela aguantaba impasible, mirando a la cámara fijamente.  Así permaneció incluso cuando el indigente le abrió las piernas y enterró su rostro  entre sus muslos.  Su estoicismo se quebró apenas la lengua de aquel tipo hizo de las suyas en su vulva infantiloide.  Comenzó a derretirse como una vela, se llevó el puño a la boca intentando mitigar sus gemidos pero no podía disimular lo evidente: estaba encantada con lo que aquel desconocido le estaba haciendo sentir entre sus piernas.

El hombre le comió el coñito como si no hubiese mañana. Le succionó la vulva intensamente y se bebió cuantos flujos salieron del interior de mi pequeña.  Él  le levantó las piernas para degustarlo más profundamente, introduciéndole la lengua todo lo adentro que pudo mientras Gabriela no dejaba de suspirar. Estaba preciosa, parecía un ángel, ruborizada al máximo y completamente entregada a los lujuriosos mensajes que le enviaba su cuerpo a medio hacer.  Incluso se abrió de  piernas más todavía al sentir que el mancho dejaba de chuparla, sabía lo que iba a suceder después.

-          “Muy bien, pequeña, muy bien. Ábrete más.” – Pensaba yo dándome al manubrio mientras lo grababa todo.

En cuanto Gabriela sintió su segunda punzada se enroscó a su amante como una enredadera. Gimió y lo abrazó con fuerza. La verga entró muy dentro, pero  todo lo que él le daba era poco para ella. En tipo la folló con muchas ganas, supuse que debido al tiempo que llevaría sin catar una hembra por el ímpetu que ponía. Comenzó a gritar como un loco mientras la montaba.

-          ¡Toma verga, pichula…! ¡Ábrete toda, que me vengo!

No duró mucho la pelea, apenas un par de minutos. Tras una sucesión de bufidos e improperios el extranjero eyaculó en la entraña de mi princesa, derrumbándose sobre ella intentando recuperar el aliento tras el acto. Ella permaneció inmóvil, aplastada hasta que él se echó a un lado, buscando aire. La jovencita  había pasado un buen rato pero, tal y como me confesó después, no había alcanzado el cénit durante el coito. A diferencia de su primera vez, no había llegado al orgasmo y eso la confundió.

Fue entonces y sólo entonces cuando me di cuenta de que el polvo había tenido otros espectadores. Los gritos y gimoteos de los amantes habían despertado a otros dos de los inquilinos de aquel improvisado albergue que miraban incrédulos lo que acontecía ante sus ojos.

Ni siquiera les dejé reaccionar.

-          ¿A qué esperáis? Es vuestro turno. – Les dije señalando  el cuerpo de mi hija que continuaba abierta de piernas.

-          ¿Seguro, míster?

-          Pues claro… es toda vuestra.

Envalentonados por mi propuesta  no se hicieron de rogar y, acercándose a la niña, comenzaron a desvestirse.  Su aspecto no era muy diferente de los del primer  semental, aunque me di cuenta de que uno de ellos estaba bastante bien dotado.  Fue el que llevó la voz cantante, el que colocó a Gabriela a cuatro patas y el que  ordenó al otro para que se colocase en la posición que él deseaba:

-          ¡Métesela por la boca mientras yo se la ensarto a perrito, wey!  - Le dijo.

La pobre Gabriela desconocía por completo aquella variante del sexo. No sabía que sus mullidos labios podían utilizarse para otra cosa distinta que dar besos más o menos húmedos. Así que, cuando aquel  tiparraco le acercó la verga a la cara, instintivamente echó el rostro hacia otro lado, gesto que me molestó un poco.  No era lo acordado, debía someterse sin reservas y eso me dolía. Me había desobedecido pero pensé que, al fin y al cabo, era sólo una niña y todo aquello verdaderamente le sobrepasaba.

Afortunadamente para mí el buen señor no se conformó ante la negativa y la agarró firmemente de la cabeza, golpeándole la cara con el cipote.

-          Venga, bonita, ábrela para mí. Te gustará…

Pero Gabriela  no parecía muy dispuesta a cooperar y cerró los labios a cal y canto.  Tanto se preocupaba de defender su boca que desguarneció sus partes bajas y esa fue su perdición. El tercero de los hombres aprovechó su momento ensartándole la verga en la vagina completamente a placer.  Mi niña lazó un alarido, hecho que aprovechó el que acosaba su rostro para meterle la polla por la boca. Hice un primer plano antológico del rostro de la niña llenándose de carne, hinchado como un globo. Tenía una cara de asco terrible,  a duras penas podía contener la arcada mientras él  le follaban la boca. Las lágrimas no tardaron en aparecer en sus pupilas azules.

Visto con perspectiva  no me extraña, aquellos tipos no eran precisamente el paradigma de la limpieza y una sucia verga no es el mejor inicio en el arte de la felación para nadie y menos para una niña.

-          ¡Eso es, chiquita!

-          ¡Dale duro, Juan! – Les jaleaba el otro desde el suelo.

Les costó algo coordinarse a la pareja de sudamericanos pero cuando lo hicieron el espectáculo valió la pena.  Gabriela apretaba los puños mientras los otros dos gozaban de su cuerpo sin mesura. Lloraba como una Magdalena  y de su boca  brotaban espumarajos de babas pero aguantó el envite bastante bien, dadas las circunstancias.  No lo debía hacer nada mal a pesar de su inexperiencia porque, pasados unos minutos, el galán que gozaba su boca se vino en ella. Lo supe de inmediato ya que la regada de nuevo sorprendió a la chiquilla llenándole de proteína masculina.  Suerte tuvo él semental de andarse con ojo y sacársela a toda prisa, ya que, de no haberlo hecho de ese modo, la dentellada que hubiera recibido hubiese sido de órdago.

-          ¡Uf, qué bueno! – Dijo el hombre al eyacular en  la garganta de mi niña.

Ella agachó la cabeza y el esperma brotó como un geiser de su boca, entre tosidos y convulsiones. Se formó bajo Gaby un charquito blancuzco que enseguida se entremezcló con su cabello, que caía hasta el suelo totalmente alborotado mientras el tercero en discordia seguía follándola.

-          ¡Muévete, perra!  - Gritó el que disfrutaba su vagina, y no conforme con la pasividad de la chiquilla le lanzó una palmada en la nalga para que ella pusiese algo de su parte.

Gabriela acató el mandato y acompasó sus movimientos con el semental logrando que la penetración fuese más intensa.

-          ¡Eso es, putita! ¿Ves como si pones interés la cosa mejora?

Y como premio le soltó un segundo cachete que marcó su culito de un rojo tenue.

Entre tanto yo me las ingeniaba para enfocar lo mejor que podía con una mano mientras me daba placer con la otra.  Intentaba alargar mi momento lo más posible, no quería perderme detalle de la follada. En aquel momento no sabía cuándo volvería a presenciar algo semejante.  Lo que terminó de matarme fue cuando mi pequeña princesa arqueó la espalda y alzó su rostro sudoroso hacia donde yo me encontraba. Hermosa, radiante, con una media sonrisa endiabladamente sexy y la barbilla cubierta de esperma. Parecía otra, parecía Silvia en estado puro.

Apenas verla me manché los zapatos con mi propia esencia.

Ella alcanzó el clímax de manera estridente y eso motivó todavía más al macho que la cubría.  Aquel tipo buscó su orgasmo con ahínco y en lugar de contenerse lo dio todo contra el cuerpo de mi chiquilla. El espectáculo fue tremendo. Gabriela parecía una muñequita de trapo entre las garras de aquel animal. Fue tan violento que parecía querer partirla en dos.

Cuando todo terminó apenas le di tiempo a Gabriela para recuperarse. Le ayudé a colocarse el vestido rápidamente y la saqué de allí en volandas.

-          Vuelva cuando quieras, míster. Puede grabar cuanto le plazca.

-          Tráenos a la princesa de vuelta otro día.

-          Ese culito necesita mi vergota…, putita…

Conforme nos alejábamos de allí iban ahogándose sus risas e improperios.  En cuanto llegamos al coche me alejé del lugar lo más rápido que pude.  Sólo allí me di cuenta del aspecto deplorable de Gabriela.  Realmente daba pena verla.  Al detenernos en el siguiente semáforo quise limpiarle la cara de esperma pero ella rechazó la ayuda con un seco:

-          ¡No me toques!  - Me gritó apartándome la mano con firmeza.

Fue la primera vez que me gritó en su vida.

Al llegar a casa se encerró en el baño, algo que no había hecho jamás hasta entonces.  Sentado en un sillón, derrotado y abatido, esperaba yo sus reproches por lo ocurrido. Escuchaba su ir y venir del lavabo a su cuarto pero no tenía el valor suficiente para acercarme a ella. Después, se encerró en su habitación dando un portazo.  No  tuve las agallas suficientes como para pegar mi oído a su puerta como hacía otras veces por si escuchaba sus gemidos. Lo sucedido aquella tarde era tan excesivo que ni siquiera se me pasó por la cabeza que pudiera estar tocándose.

Al día siguiente huí cobardemente de mi casa, refugiándome en  mi trabajo. Ni siquiera entré a su cuarto a despedirme como acostumbraba. Me limité a gritarle desde el pasillo el menú del almuerzo y dos o tres cosas de lo más intranscendentes.

Apenas me centré en mi tarea durante la jornada laboral, mi mente daba vueltas intentando buscar algo coherente que decirle. Con una  torpeza infinita, inventé una disculpa tan débil como mi moral. La ensayé decenas de veces durante el trayecto hasta nuestra casa pero al llegar  no hubo lugar a exponerla: Gabriela se plantó ante mí  maquillada en exceso, vestida con sus botines altos, su minifalda más corta y su top más ajustado.

No hizo falta que me dijese nada, bien sabía yo lo que quería. Se limitó a lanzarme las llaves de mi coche. Nos íbamos de caza y, con ella como arma, cobrarse piezas era un juego de niños.

Noche tras noche  recorrimos durante aquel tórrido verano todos y cada uno de los callejones tanto de nuestra ciudad como de la capital cercana, a cuál más sórdido y deleznable.  Gabriela se folló a cuantos tipos se fue encontrando en ellos, sin importarle edad, raza estado físico. Y digo bien, se los tiró ella y no al revés  ya que era mi niña la que galopaba encima de aquellos desarraigados uno tras otro sin parar. Más de una noche agotaba las baterías de la cámara y hubo ocasiones en las que ni aun así tuvo suficiente mi pequeña. Más de una vez el sol de la mañana la descubrió con la cabeza metida en la bragueta de tipos a los que ni las profesionales más curtidas hubiesen tenido estómago de satisfacer.

Ni qué decir tiene que, durante aquellas madrugadas  yo me masturbaba tantas veces que nada brotaba ya de mi agotado cuerpo.  Lo normal era que me doliesen los huevos de camino a casa, con el sol rayando el horizonte.

 Recuerdo especialmente una noche en que la niña estaba tan agotada tras una intensa ración de sexo que tuve que introducirla yo mismo en su cama. Resultaba grotesco al tiempo que excitante verla dormir entre sábanas con motivos infantiles, vestida como una puta y con los restos de esperma ensuciando tanto su cabello como la comisura de los labios. La desnudé por completo y estuve mirando su plácido reposo durante un buen rato.  No negaré que verla  en aquel estado me provocó un leve cosquilleo en la entrepierna pero siempre he pensado en que aquella reacción, lógica por otra parte, se debía a más a su semejanza física con la desgraciada Silvia que por ella misma: satisfaciendo su apetito sexual, madre e hija se asemejaban la una a la otra como dos gotas de agua.

Aquel verano fue toda una locura, un antes y un después en nuestras atormentadas vidas: mientras sus compañeras de curso estaban de vacaciones en la playa o en algún campamento de verano, Gabriela realizó un máster en sexo  follando con desconocidos.

Pasados los años reconozco que fue una auténtica suerte que mi pequeña no contrajese alguna enfermedad venérea o algo peor pero también es cierto que la niña aprendió latín en relación al sexo durante aquel largo periodo estival.

Capítulo 4

El inminente comienzo de las clases me provocó tal desasosiego que  prácticamente salíamos de caza todas las noches; daba igual el día de la semana, quería aprovechar el tiempo para poder ver a mi niña en los brazos de desconocidos.  

Me costaba un mundo asumir  lo obvio: durante el periodo lectivo, el ritmo de nuestras escapadas nocturnas debía reducirse de forma irremediable de manera drástica.  Gabriela  debía  acudir al colegio a diario y ya tenía una edad en las que las tareas escolares absorbían buena parte de su tiempo libre. Resultaba inviable compaginar los estudios con el frenesí sexual en el que se habían convertido nuestras vidas hasta entonces.  Otro hándicap importante a la hora de practicar nuestro pasatiempo favorito eran las inclemencias del tiempo; las noches eran cada vez más frías y la niña se pasaba casi todo el tiempo prácticamente en pelotas y al raso.

Pero siendo todas esas cosas importantes había otra circunstancia que me obligaba, muy a mi pesar, a minimizar la frecuencia nuestras excursiones: Gabriela comenzaba a hacerse muy popular entre los “sin techo” y eso era muy pero que muy peligroso. Si nos descubrían, nuestro peculiar modo de vida sería historia.

Cada vez  me costaba más  encontrar lugares en los que el número de potenciales amantes de Gabriela no fuese  excesivo.  Aunque se me endurecía la verga imaginándomela en  el centro de una apoteósica Gang Bang, prefería peregrinar durante la noche de un lugar a otro y entregarla a dos o tres hombres como mucho a permitir que se la tirasen grupos más numerosos de hombres.  Lo hacía de ese modo por motivos de seguridad para, en la medida de lo posible, controlar los acontecimientos y que todo aquello no se desmadrase.

Lo que sucedió aquel tórrido verano es que el “boca a boca”  acerca de las andanzas de Gabriela corría como la pólvora entre aquellos machos habitualmente faltos de sexo.  Acudían en manadas a los lugares que más frecuentábamos en busca de carne fresca y gratuita.  Tal era la cantidad de sementales deseosos  por  montar a mi potrilla que se formaban verdaderos tumultos y peleas apenas nos acercábamos con el coche a los sitios de costumbre.  Como es lógico, yo tomaba las precauciones que podía para proteger nuestro anonimato: jamás repetía un mismo lugar dos días seguidos, no guardaba pauta alguna y en lugar de volver a casa directamente después de la última orgía  daba mil vueltas con el coche conduciendo de manera caótica.  Aún así  más de una vez me había dado la impresión de que alguien nos seguía y eso me ponía tremendamente nervioso.

Puedo parecer un puto pervertido pero juro por mi vida que adoro a mi hija por encima de otra cosa en el mundo y antes me arrancaría el corazón que permitir que Gabriela fuese lastimada.

Me volví paranoico, hasta tal punto que compré una vieja furgoneta  para que mi vehículo habitual no pudiera ser identificado. Fui lo más cuidadoso que pude, evité llevarla a los lugares más conflictivos pero aun así tuvimos varios sustos. Cuando  un negro gigantesco nos persiguió navaja en mano gritando que quería su culo me di cuenta de que  aquellas prácticas tan peligrosas debían terminar: antes que mi placer insano estaba por encima de todo la seguridad de Gaby.

Como la hormiga del cuento, pasé  el invierno alimentándome de lo recolectado en verano. Visionaba una y otra vez las grabaciones de Gabriela abriéndose de piernas a los mendigos pero llegó un momento en el que mi vicio era tan grande que aquellas dosis enlatadas ya no tenían efecto en mí.  Además, hacer un vídeo mientras uno se masturba no es fácil, por tanto la mayoría de las películas que rodé durante la primera temporada veraniega no tenían ni un mínimo  de calidad. En la mayoría de las ocasiones me servían más para evocar en mi mente  la escena en cuestión que para otra cosa.

Al llegar la primavera  yo andaba como un alma en pena, era poco más que un despojo humano.  Hacía semanas que no se me levantaba. Gabriela, por el contrario, estaba radiante.  Las tetitas se le habían desarrollado a un ritmo considerable y a los pezones puntiagudos del verano anterior les acompañaban ya unos graciosos bultitos que se hacían notar bajo las prendas ceñidas con las que solía vestirla. Era todo un espectáculo observar cómo a los hombres se les iban los ojos hacia los bultitos de mi niña que, libres de sostén alguno, titilaban conforme paseábamos por algún centro comercial de la capital.

Con todo, el cambio más relevante en la anatomía de mi hija se produjo en sus caderas. Quiero pensar que su costumbre de abrirse de piernas no tuvo nada que ver en su ensanchamiento pero lo cierto es que éstas  formaban una silueta seseante  que me  recordaban cada vez más a la malograda Silvia.  Tenía un culito tremendo mi Gabriela: respingón, redondito… perfecto… permeable. No había objeto de formas fálicas en nuestra casa que no tuviese acomodo en tan deliciosa vaina.

La preadolescente  seguía masturbándose  frente a mí impúdicamente, ya fuera durante nuestros largos baños de espuma o en cualquier otro momento del día.  Me consta que hacía todo lo posible para que yo pudiese excitarme y unirme a ella en su orgasmo casi perpetuo; se exhibía  y abría su vulva para que no me perdiese detalle de sus prácticas onanistas.  Inclusive un día, mientras daba brillo a su bultito,  alargó su otra mano con la firme intención de acariciarme el miembro  y darme placer tal  y  como hacía con el resto de los hombres pero la detuve antes de que  tal cosa sucediese.

-          ¡No, Gaby… eso no!

-          Pe… pero yo quiero. Quiero hacerlo, de verdad. Por favor… papá… déjame intentarlo a mí. Por favor…

Recuerdo su cara de pena al verse rechazada. No estaba acostumbrada a que algo así sucediese con un hombre.  Era demasiado pequeña para comprender que, pese a su buena intención, cualquier intento de excitarme por sí sola era perder el tiempo. Sólo había una cosa que podía lograr mi erección: verla follar con una tercera persona.

O con varias.

Jamás hablamos del  aquel asunto pero la pobre chiquilla me debió ver tan desesperado  durante los días sucesivos que  una noche de viernes actuó de una manera impropia para una niña de su edad. 

Recuerdo que yo intentaba darme placer mientras  veía en la pantalla cómo mi chiquilla cabalgaba a uno de aquellos mal nacidos a buen ritmo.  Reparé en la presencia de Gaby entrando en el salón pero eso no me detuvo; no había necesidad de ocultar mis actos, masturbarnos el uno frente al otro era algo tan habitual como desayunar o lavarnos los dientes. No fue hasta que se interpuso entre la pantalla y yo cuando me di cuenta de que algo diferente sucedía: Gabriela no llevaba puesto su pijama de corazoncitos sino que estaba lista para la batalla.  La miré embobado. La ropa sexi de la anterior campaña le quedaba todavía más ceñida y corta que entonces; el maquillaje utilizado en aquella ocasión era excesivo incluso para mi gusto pero lo que realmente me mató fue ese fuego en la mirada, tan habitual en su madre y novedoso en ella al menos hasta entonces.

Gabriela me lanzó las llaves de la furgoneta sin decir nada. Simplemente me tendió la cámara de vídeo con su mano. No hizo falta que pronunciase ni una palabra, yo sabía lo que quería: era el momento de volver a nuestras viejas costumbres.

A la furgoneta le costó arrancar. Después de tanto tiempo aparcada en el garaje era algo normal.  Una vez logré ponerla en marcha, Gabriela se sentó en el asiento delantero y nos pusimos en acción. Yo estaba tan nervioso que las manos me temblaban, incluso me saltó la marcha del auto  varias veces y cometí alguna que otra infracción de tráfico. Parecía un yonki en busca de su dosis de droga y, a decir verdad, así era.

No me anduve por las ramas, fui a lo seguro.  Conduje el auto hacia el puente de la autopista en el que la entregué a indigentes por primera vez. Se trataba de un campamento  latino casi permanente, jamás me había fallado; allí siempre había alguien.  Detuve la furgoneta a una distancia prudencial y, aprovechando los últimos rayos de sol, analice las posibilidades desde la lejanía. Para ser sincero, lo que vi no me gustó. Torciendo el gesto le dije:

-          Cre… creo que son muchos. Mejor será que busquemos otro lugar con menos gente.

-          ¡No! – Dijo Gabriela, negando con la cabeza – Por mí está bien.

-          Pe… pero… sólo desde aquí ya se ven seis, tal vez siete…  incluso más.- le advertí.

Pero Gabriela siguió meneando la cabeza. Estaba decidida a seguir adelante a toda costa.

-          Por mí está bien, papá – repitió -. Tú… sólo mira y disfruta. Es… es mi regalo de cumpleaños.

Caí en la cuenta de que era el día de mi aniversario. En aquel tiempo yo estaba tan mal que ni siquiera me había acordado de eso.

-          Gracias.

Nuestras miradas se encontraron. Todavía me parece estar viendo sentada junto a mí, con su minúsculo top palabra de honor y su minifalda negra, tan ceñida que, al sentarse, apenas daba de sí para ocultar  su coño infantil.  Estaba exultantemente bella. Sus labios teñidos de rosa brillante, su larga cabellera rubia cayendo sobre sus hombros desnudos y los zapatos de tacón completaban el puzle convirtiéndola en lugar de una niña en un arma de destrucción masiva, prácticamente irresistible para cualquier hombre que se precie. Pero lo que a mí me maravillaba era el fulgor de su mirada, el mismo que tenía su madre cuando necesitaba sexo. 

Nadie hubiese dicho que se trataba de la misma niña asustadiza que apenas soltaba prenda en el cole.   Le faltaban unas semanas para cumplir los once años pero juro que nadie lo hubiese asegurado al verla como yo la vi aquella noche.

-          ¿Lista?

-          Sí.

-          ¿Estás segura?

-          Sí, papá. Vamos allá.

Salí del coche, le abrí la puerta del auto y, tras dejar una  distancia adecuada entre nosotros,  la seguí como un corderito sigue a su mamá.  Con un suave balanceo de caderas se aproximó a la fogata central donde se concentraban sus próximos amantes, esquivando botellas, excrementos y porquería.

Cuando el primero de aquellos tipos la vio llegar le cambió la cara. Levantándose como un resorte  le dijo sonriendo:

-          ¡Vaya, vaya! Señores, miren quién viene por aquí de nuevo… nuestra putita preferida… y su papá el mirón…

Sus compadres dirigieron la vista hacia Gabriela.

-          ¡Joder! – Exclamó otro, sabedor de que aquella noche les había tocado la lotería y, golpeando a otro que dormitaba medio borracho, continuó-. ¡Ves, te dique que era cierto! ¡Es ella!

-          ¿Quién?

-          ¡Ella, la niña guarrona! ¡Te va a dejar seco, wei! Nos va a dejar secos a todos, ya lo verás. Nadie te la habrá chupado mejor que ella, te lo juro.

-          Hola, princesa. Mi verga y yo nos alegramos mucho de verte de nuevo- dijo el primer macho acariciándose el bulto de forma obscena.

Gabriela era una chica de pocas palabras. Le costaba arrancar pero, cuando lo hacía, nada ni nadie podían pararla. Antes siquiera de llegar al grupito ya lanzó por los aires su comprimido top y ya en tetas, se introdujo en el círculo de improvisadas camas que ellos habían formado alrededor del fuego.

Observó a los hombres, siete en total, y eligió al más veterano que ya tenía los el miembro viril medio desenfundado.  Se arrodilló frente a él y se paró el mundo. 

Ver a Gabriela follar siempre era  y es un espectáculo pero cuando es ella la que, en lugar de dejarse hacer, toma la iniciativa es simplemente apoteósico. Me atrevo a decir que ni siquiera la difunta Silvia puede estar a su altura.  

No tardó ni un minuto el fulano aquel en entrar en trance. Con los ojos en blanco se dejaba comer la polla por mi dulce niña.  Movía ligeramente las caderas pero en realidad era Gaby la que hacía todo el trabajo. Su cabellera rubia iba y venía a un ritmo no muy rápido pero sí constante.  Era una especie de martillo pilón  que se retorcía buscando un correcto ángulo de ataque, una estrategia infalible con la que, más pronto que tarde, terminaría derrumbando  la resistencia de aquel cipote latino utilizando profundas inserciones orales como munición.

 A Gabriela le traía sin cuidado el tamaño, la curvatura o la higiene de las vergas de los hombres, tenía muy claro que el lugar donde  alojarlas de manera adecuada era en alguno de sus agujeros, ya fuese en su boca o en su coño o incluso su ano. 

Yo me acerqué todo lo que pude, hasta prácticamente un metro de donde todo sucedía. Escuchaba cada chapoteo de la polla de aquel extraño en la boca de la niña, cada quejido, cada gruñido, cada suspiro. No quería que aquellos tipos se pusieran nerviosos así que opté por no sacar la cámara de mi bolsillo; prefería no perderme ni el más mínimo detalle con mis propios ojos.

-          ¡Mírela, papi! Mire cómo se la jala. Es una puerca su bebita…  - Dijo aquel tipo.

Sin dejar de mamar, Gaby me buscó con la mirada. Cuando vi el bulto que iba y venía en su mejilla manché mi ropa interior. No hizo falta que me tocara para llegar a ese cénit que tantas veces se me había negado durante los días previos.

-          ¡Te cambió la cara, hermano! ¡Jé, jé, jé! – Dijo uno de aquellos tíos con sorna, dirigiéndose al  mamado.

-          Es… es tremendo cómo la mama. Parece que se te vaya a meter el bóxer por el ojete…

-          Toma, putita, toma… prueba de ésta. Seguro te encanta también. Todos queremos participar.

Gabriela aceptó de buen grado el segundo estilete. Y a este  se le unió un tercero, y luego un cuarto y tras él el resto. Enseguida los hombres formaron un círculo y en medio mi pequeña se afanaba en dar placer a cuantas pollas se le ponían por delante.  Como no podía abarcarlas a todas a la vez, les regalaba cortos pero intensos tratamientos ya fuese con la boca o con alguna de sus dos manos.  En seguida las vergas estuvieron todas en pleno apogeo, incluyendo la mía. Comencé a tocarme  lentamente en busca de mi próxima corrida, quería alargar mi eyaculación todo lo posible.

-          ¿Qué te dije? Es buena, ¿eh?

-          Esta mina es fantástica.

Cuando le apeteció y no antes dejó Gaby de chupar pollas y, tras limpiarse las babas con el antebrazo, se dirigió a uno de ellos diciéndole:

-          Túmbate ahí, sobre los cartones…

-          Será un placer, princesa.

-          ¡Verás cómo se lo tira! Es toda una fiera…

Como una tigresa acecha a un cervatillo se acercó mi princesita a su próximo amante. Tras colocarse sobre él se lamió la palma de la mano, manchándola con abundantes babas, después se la pasó por el coño varias veces y, para finalizar, agarró el estilete por la base, guiándolo hacia el interior de su vulva ardiente sin la menor vacilación. Recuerdo que se la jaló lentamente, gustándose, deleitándose con cada centímetro de polla que iba ensanchándole la entraña.  Poco a poco su vulva hizo el milagro, haciendo desaparecer la espada erecta por su agujero mágico.

-          ¡Madre mía!  Se la clavó enterita…

-          ¡Dale duro, putita!

-          ¡Mátalo de gusto, perrita!

Aquellos consejos eran del todo innecesarios. Gabriela sabía muy bien lo que tenía que hacer con una polla en su interior.  Agarró de las manos al semental y tras guiarlas hasta sus bonitos pechos comenzó a cabalgarlo.

Decir que lo hizo de manera intensa es quedarse muy corto. Por decirlo en pocas palabras: lo violó.

Si el tipo se creía un amante consumado mi hija se encargó de sacarlo de su error. Con ni siquiera once años le dio toda una lección a aquel adulto sobre cómo follar.  Sin darle tiempo a reaccionar, le clavó las uñas en el pecho y, con una sucesión de movimientos pélvicos a cual más salvaje, se lo tiró a pelo con una furia desmedida.

Lo cierto es que Gaby pasaba de aquel tío, era a mí a quien miraba mientras se lo tiraba. Se esforzó para que viese cómo aquel cipote le taladraba la entraña.  Le puso ganas, corazón pero sobre todo vicio, mucho vicio y como recompensa, en apenas uno segundos de lucha desigual, obtuvo su premio en forma de chorro de esperma rellenándole el coño como un bollito de chocolate.  El tipo lanzó un berrido tremendo mientras sus babas estucaban el interior de mi pequeña princesa pero pronto quedó en nada, ahogado por el grito de placer que profirió ella al venirse también.

Yo la había visto tener sexo muchas veces pero jamás llegar al clímax de esa forma tan intensa y rápida. A fuerza de ir metiéndose pollas una tras otra era normal que, a lo largo de la noche, su cuerpecito reaccionase a tanto estímulo regalándole una o incluso varias bonitas corridas pero lo que sucedió con aquel polvo en concreto fue algo extraordinario.  Fue sexo en estado puro.

Recuerdo que  parecía una estatua, sudorosa y brillante, con los ojos cerrados y totalmente inmóvil, disfrutando de las sensaciones que su joven cuerpo le regalada, empalada por completo con la polla de aquel indeseable.

Noté el esperma resbalando por mis dedos pero no me detuve. Seguí con lo mío.

Le pregunté días después acerca de aquel primer polvo y, tras mucho insistir y muerta de vergüenza, me confesó que actuó de aquel modo sencillamente porque tenía muchísimas ganas.  Entendí entonces que mi niña ya no lo era tanto y que comenzaba a tener sus propias necesidades. Eso me turbó, y me gustó.  Si tenía algún remordimiento por instar a Gabriela a hacer lo que hacía desapareció tras aquella noche. 

Pero volviendo a lo de verdad importa, tal fue el espectáculo que montaron los dos que el resto de inmigrantes se quedaron paralizados, como temerosos de ser los siguientes.  De nuevo fue Gabriela la que tomó la iniciativa y, tras expulsar  del paraíso de una manera más o menos  amable a su primer amante, extendió su dedo hasta señalar al que iba a ser su segundo polvo de la noche.

-          Tú. Ven aquí.

Una vez aplacado su furor inicial, la niña se lo tomó con más calma.  Además, todo hay que decirlo, su segundo contrincante estaba bastante mejor armado que el primero así que lo montó de manera bastante más pausada. Aun así me extraño tanta parsimonia, yo le había visto enfrentarse a enemigos bastante más grandes.   Pronto supe el motivo de su manera de actuar. Alargó la mano, agarró la verga que tenía más próxima y, tirando de ella se la llevó a la boca. Le costó un poco coordinarse pero cuando lo hizo el resultado fue un coro de gemidos  algo desafinados.

Si se sacó el cipote de la boca no fue por asco, ni por una arcada ni nada semejante. Fue para instar a otros dos sementales a acercarse. 

-          Venid. – Les ordenó sin pestañear.

Sus deditos mágicos comenzaron a actuar, acompañando a los otros dos agujeros de su cuerpo.

Fue la primera vez que la vi satisfacer a cuatro hombres al mismo tiempo y eso me volvió loco. Alguno dirá que es el amor de padre el que habla por mí, pero puedo asegurar que fue  lo más grande que había visto hasta entonces. Ni  siquiera Silvia se había atrevido a hacer algo semejante. No  sé cómo se le ocurrió la idea.  Que yo sepa jamás había visto hasta entonces película pornográfica alguna. Lo más que había hecho fue chupar una polla mientras masturbaba otra o pajear pollas a dos manos mientras mamaba otra pero añadir una cuarta verga por el coño era algo totalmente novedoso. 

Aquella noche llegué a la conclusión de que la pasión por el sexo de Gabriela es algo hereditario; mi niña Gabriela lleva el vicio en la sangre.

Las siguientes dos horas fueron una sucesión de polvos, felaciones y pajas.  Gabriela arriba, Gabriela abajo, Gabriela a cuatro patas, Gabriela por delante, Gabriela por el culo...

Dentro de lo que cabe aquellos despojos humanos fueron amables con ella. Obedecieron sus órdenes como si fuesen sus mascotas, sabedores de que su total sumisión tenía un premio  impagable: un placer infinito.

Yo me exprimí la polla de tal forma que me produjo un intenso dolor de huevos pero eso no importaba; en el pecado está la penitencia.

A las doce de la noche la última polla lanzó el canto del cisne que se estampó en la cara de la Gabriela.  Se le veía agotada.  Le costó incorporarse  y tuve que ayudarla a caminar ya que le temblaban las piernas después de tanto mantenerlas abiertas.  Le puse la camiseta y limpié como pude las babas que ensuciaban su rostro.  Abandonamos el lugar escuchando de fondo las lindezas que aquellos desagradecidos le iban gritando:

-          Vuelve pronto, princesa. Mi vergota tiene leche  sólo para ti.

-          Te echaremos de menos, perrita.

-          Le diremos a los demás que vuelves a estar por acá. Ven mañana y seremos muchos más.

Gaby se pegó a mí buscando sin duda mi protección. La noche era fresca y noté que temblaba como un flan. Le coloqué mi cazadora de cuero sobre los hombros y la apreté a mi cuerpo intentando que el suyo entrase en calor.

-          ¿Lo he hecho bien, papi?  ¿Lo has pasado bien? – Dijo con un hilito de voz cuando llegamos a la portezuela de la furgoneta.

Que, aun en aquel estado lamentable, se preocupase por mí de aquel modo me conmovió. No pude más que besarle la frente y confesarle mi amor incondicional:

-          Sí, mi vida, sí.  Has estado fantástica.

-          ¿De verdad? ¿te gustó mi regalo?

-          Sí, tesoro. Ahora es tarde. Vayámonos a casa.

Le ayudé a ocupar su asiento. Con la luz de la furgoneta y toallitas húmedas me fue más fácil terminar de asearla.  Limpié los restos de semen que quedaban en sus muslos y en la entrada de su vulva.  Luego me centré en su cara; sin el maquillaje volvió a aparecer la niña inocente que en realidad era.  Me costó un poco deshacerme del esperma que permanecía adherido a la comisura de sus labios,  ya había comenzado a resecarse. Rápidamente ocupé mi lugar, puse en marcha el vehículo. Gabriela se cobijó bajo mi cazadora y en unos minutos su respiración se hizo más pesada y regular.

-          Duerme, pequeña, duerme – murmuré -. Te lo has ganado.

Pero el viaje duró menos de lo esperado. En medio de ninguna parte aquel viejo cacharro se quedó varado, fruto de alguna avería inoportuna.

Capítulo 5

-          Han tenido suerte jefe, si hubiese estado mi viejo de guardia en lugar de yo ni en sueños se habría acercado a ese sitio.  Se las da de duro pero es un puto gallina, aunque no me extraña, este lugar es peligroso.

-          Vaya. – Contesté sin demasiado interés.

Ya me había dado cuenta de que el conductor de la grúa era uno de esos tipos que no paraban de hablar por los codos. Era un chico joven, bastante desgarbado y muy alto, con un montón de tatuajes y piercings por la cara. Se tocaba la nariz sospechosamente pero no quise ser malpensado  y supuse que era debido a la alergia primaveral.

-          ¿Pero se puede saber qué cojones hacían ustedes por ahí a estas horas? Por allá sólo hay sudacas, yonkis y putas.

Tras mirar de reojo por enésima vez los muslos de Gabriela creo que cayó en la cuenta de que su forma de hablar no era la apropiada.

-          Usted ya sabe lo que quiero decir, jefe. –Dijo a modo de disculpa.

 Mi hija ocupaba el asiento central del camión-grúa y yo el de la ventanilla opuesta al conductor.  Con todo el jaleo de la avería, la llamada telefónica al seguro y todo lo demás la niña se había desperezado. Mientras se peleaba con un mechón rebelde de su cabellera, se esforzaba por mantener las piernas muy juntas intentando que no se le subiese la faldita ultra corta que apenas cubría su sexo.  Gabriela adoptaba una actitud vergonzosa con  aquel muchacho, algo aparentemente chocante teniendo en cuenta que momentos antes se había tirado a un puñado de desconocidos sudamericanos. Yo sabía que eso le sucedía cuando estaba cerca de un chico que le gustaba y, por la forma de retorcerse las manos y sonreír de manera estúpida, aquel imberbe le agradaba… y mucho.

-          Me perdí. – Dije sin muchas ganas.

-          El puto GPS, ¿no?

-          Exacto, el puto GPS. 

Permaneció callado uno o dos minutos pero luego volvió a la carga.

-          Tú tranquila, bonita que en seguida llegamos a tu casa…

-          Gracias. – Replicó Gabriela con una media sonrisa.

-          No hace falta que nos lleves hasta allí, de verdad… – intervine -. Podías habernos dejado en el taller.

-          ¡Pero si no es ninguna molestia! Me pilla de camino a casa. Además a estas horas es imposible encontrar un taxi. Esos “pesetos” son unos putos cabrones. Sólo van por el centro para estafar a los guiris y a los borrachos. Yo quiero ser taxista pero comprar la licencia cuesta un huevo y la mitad de otro…

Conforme viajábamos noté cómo Gabriela se iba sintiendo más cómoda; ya no se tapaba tanto y soltaba de vez en cuando alguna risita tonta al escuchar las ocurrencias de aquel joven.  

-          Toma papi, tengo calor. – Dijo quitándose mi prenda de abrigo de encima de su cuerpo.

Ese detalle me gustó. Era prácticamente una niña pero sabía cómo emplear las extraordinarias armas con las que la madre naturaleza le había obsequiado. Coqueteó con el muchacho de forma algo torpe pero divertida. Al tipo le cambió la cara al ver el espectáculo que suponían los bultos de la ninfa bajo la tela semi transparente. Casi nos salimos por la cuneta varias veces, le resultaba difícil centrarse en la carretera; no hacía más que mirar y mirar a Gabriela. La chiquilla le gustaba… como a la gran mayoría de hombres heterosexuales del universo.

-          Así que taxista, ¿eh? – Dije yo ayudándole a seguir el hilo intentando de ese modo que pusiera algo de atención a la conducción.

-          S… sí. Eso es, cuando tenga pasta yo también quiero ser un puto peseto.

Cuando llegamos a nuestro barrio me sentí bastante más tranquilo.

-          ¡Mira, ahí es. Esa es nuestra casa! – Exclamó Gaby.

-          ¡Joder, menudo palacio! Te lo dije, princesa. Con Uli al volante, ningún problema.

-          ¿Uli, de Ulises?

-          No. Uli de Ulik. Mi familia es polaca aunque yo nací aquí, ¿y tú?

-          Gaby… de Gabriela…

No pude por menos que sonreír entre dientes al escucharles. Era evidente que estaban ligando entre sí, lo que no tenía muy claro si mi hija lo hacía conscientemente o no porque  cuando el vehículo se detuvo a Gabriela le volvió la vergüenza y se quedó muda.

-          ¿Quieres entrar y tomarte algo? Tengo cosas sin alcohol, sé que tienes que conducir. –Le pregunté.

-          No, no… de verdad que no.

-          Venga, es lo menos que podemos hacer. Has sido muy amable trayéndonos hasta casa, ¿verdad Gaby?

-          Sí, así es. Muy amable.

-          Bueno… yo…

-          Entra, por favor… - Dijo mi princesa tomando la iniciativa y colocando su mano sobre el muslo del conductor, muy cerca de su paquete.

Él se retorció sobre su asiento. Supongo que no esperaba el contacto en una parte de su cuerpo tan comprometida.

-          No…  no sé… es tarde…

-          Uli, por favor, me gustaría mucho que entrases en mi... – suplicó Gabriela llevando su mano hacia la zona más caliente del chaval - … casa.

El futuro taxista tragó saliva y continuó muy turbado por la cercanía de la lolita:

-          No… no llevo mucho dinero encima…

Me costó entender  a qué se refería pero cuando comprendí que identificaba a Gabriela como una gladiadora del amor me excitó, me excitó mucho, hasta el punto de querer seguirle el juego.

-          ¿Cuánto tienes?

-          Veinte… treinta como mucho. Ya sabe… es final de mes, jefe.

Era tarde y tanto Gabriela como yo estábamos cansados así que decidí ponerlo toda la carne en el asador.

-          Cincuenta y te puedes quedar toda la noche con ella.

Si tenía alguna duda acerca de la oferta la caricia que le proporcionó Gabriela en cierta parte de su cuerpo la disipó.

-          Vale. – Dijo sin regatear más, con la mirada fija en la chiquilla.

El camino entre la furgoneta y la entrada de nuestro chalet fue apoteósico. Era Gabriela la que tiraba de la mano del muchacho y no al revés. Aún con el semen de su último amante resbalando por sus mulos ya estaba ansiosa por volver a entrar en acción. Mi princesa olvidó su cansancio en un instante, la estufita de su vulva infantil  necesitaba más madera.

Al llegar a la puerta Uli no pudo resistirlo más y magreó el trasero de mi hija a mano abierta. Tanta pasión le puso que la minifalda de la niña se subió hasta dejar a la vista casi todo su culo. Afortunadamente para todos era muy tarde y ni en nuestra calle ni en el resto de la urbanización se movía un alma porque de lo contrario hubiésemos tenido un serio problema.

-          Eso es… tócala, Uli. – Murmuré mientras me hacía paso hasta la puerta.

Sonreí para mis adentros al reflexionar sobre esa frase.

-          ¡Hey…! – Exclamó mi hija, sorprendida al verse alzada por aquellos fibrosos brazos como si fuese una pluma.

Como dos recién casados atravesaron el portal  de nuestra casa.  Gabriela  se veía todavía más niña en brazos del espigado operador de grúa.  Cuando él aproximó su rostro, ella tomó la iniciativa y comenzaron a besarse de manera intensa sin importarles lo más mínimo mi presencia. No fue un beso sucio, como los que los hombres solían darle a mi niña cuando se la follaban, sino más bien similar al de unos enamorados, embriagados por el deseo  y  eso me gustó. 

Si las babas de Gabriela contenían todavía esperma él se lo tragó todo sin problemas y si el aliento de él sabía a tabaco a la adolescente no le importó lo más mínimo.  Se compenetraron los dos al instante, lengua con lengua.

-          ¿Dónde la llevo, jefe?

La pregunta me pilló por sorpresa.

-          ¿Qué… qué quieres decir?

-          Pues que si hace falta yo se lo hago de pie pero por cincuenta pavos preferiría una cama o algo así para… ya sabe, ¿no le parece?

Tal muestra de sinceridad me pilló desprevenido pero pronto reaccioné.

-          Claro, claro. Sígueme.

Los conduje  por el pasillo  en dirección al cuarto de invitados pero justo cuando estábamos llegando se me ocurrió una alternativa mucho más morbosa. Les abrí la puerta de la que quedaba enfrente. 

-          Aquí estaréis más cómodos.

Imaginar a Gabriela teniendo sexo con alguien en mi propia cama me produjo una inyección de hormonas tremenda  aunque no hasta tal punto de ser capaz de desperezar a mi agotada verga.

-          Esperad un minuto.

Mientras los dos jóvenes seguían a lo suyo yo les preparé el nido de amor.  Dejé sólo la almohada sobre la cama, no quería sábanas ni otro tipo de obstáculos que me impidiesen  disfrutar del coito.  A excepción del día en el que el pervertido abogado la desvirgó, veía a los hombres beneficiarse a Gabriela a una distancia prudencial que no me permitía apreciar con claridad los detalles de la penetración  pero allí, en mi cuarto, sobre mi cama y con las luces encendidas por completo, estaba seguro de que el espectáculo que me esperaba iba a ser sublime.  Como mi verga no daba más de sí, en lugar de comenzar a tocarme opté por tomar mi cámara para inmortalizar el acto.

Desde aquel primer día una de las cosas que más me gustó de Uli fue su simpleza.  No se hacía pajas mentales por nada; vivía el momento y punto.  El ejemplo más claro fue aquella noche: quiso cepillarse a Gabriela y lo hizo mientras les lanzaba foto tras foto. El chico lanzó por los aires a Gabriela y ella aterrizó entre risas sobre mi colchón.  Uli tiró sus zapatos por aquí, su camisa por allá y se quitó a un tiempo el pantalón, el bóxer y los calcetines,  en un gesto acrobático que yo jamás había visto antes. No había que ser adivino para saber que tenía unas ganas locas por cabalgar a la potrilla, su miembro viril erecto era toda una declaración de intenciones.

Centré mis primeras fotos en Gabriela. Parecía una joven tigresa, expectante y a la vez ansiosa, contemplando cómo el muchacho iba acercándose.  Al fijarse en el cipote, humedeció un poco sus labios. Fue un gesto casi imperceptible al ojo humano pero no para el potente aumento de mi cámara.  Estaba claro que mi niña seguía con ganas. Por eso no me extrañó en absoluto la rapidez con la que la prenda que cubría sus pechos hizo su viaje espacial aterrizando  sobre la cómoda, dejando al descubierto el torso desnudo y lo rápido que se abrió de piernas para enseñarle al chaval su objetivo.

-          ¡Joder, qué buena estás! – Exclamó Uli  recreándose en las tetitas que tanto le habían gustado -. Te lo voy a hacer un traje de babas…

-          Espera, espera… - rió Gaby, deteniéndole con sus tacones como estoque - ayúdame a quitarme los zapatos, me duelen un montón los pies.

-          ¡Volando!

Los zapatos cayeron todavía más lejos y la falda pronto siguió el mismo camino. Sin maquillaje ni otros adornos, Gabriela estaba realmente hermosa tal y como su malograda mamá la trajo al mundo. Era un diablillo rubio, ojos azules, con el cabello alborotado y  energía desbordante. Se olvidó de un plumazo del cansancio acumulado, miraba con deseo cierta parte de la anatomía del muchacho que, más pronto que tarde, estaba segura de que iba a entrar en su pequeño cuerpo.

Pero tuvo que esperar más de la cuenta a que eso sucediese, Uli tenía otros planes. El chaval  enterró su cabeza entre las piernas de Gabriela y ésta dio un respingo al notar cómo la lengua de aquel chico recorría los pliegues de su vulva. Apenas comenzó a comérselo mi princesa dio un gritito.

-          Vaya… se te ha dado bien la noche, ¿eh?  … - dijo Uli dejando de comerle el coño con por un momento.

Jamás había visto a Gaby tan ruborizada como en ese momento, quiero pensar más por vergüenza que por los severos lengüetazos de su amante.  Tanto se sonrojó que se tapó las manos con la cara en una actitud infantiloide y divertida. Estuve a punto de decirle que no lo hiciese ya que estropeaba las fotos pero decidí mantenerme al margen. Me propuse intervenir lo menos posible, limitándome a ser un mero espectador privilegiado de los juegos sexuales de los jóvenes amantes. Opté por lanzar fotos a lo que estaba sucediendo en su entrepierna e inmortalicé la comida de coño con una claridad  nunca antes vista por mí. Uli le abría los labios vaginales por completo y su rajita se mostraba brillante y sonrosada frente a mi cámara indiscreta. Él utilizaba sus dos manos para separar los pliegues de mi niña y facilitar el trabajo a su lengua inquieta. Cada gota, cada corpúsculo, cada átomo de flujo vaginal fue recolectado por su apéndice bucal y degustado con avidez.

Fue entonces y sólo entonces cuando se percató de que mi presencia allí no estaba justificada, que yo no encajaba en la escena.  Optó por dejar de chupar y, mientras retorcía un par de dedos en el interior de la vulva de Gabriela, preguntó lo obvio:

-          ¿Qué hace, jefe?

-          Fotos, ¿te importa?

-          Para nada. – Respondió sin más dilatando un poco más la intimidad de la niña -  ¿así se ve bien?

-          Muy bien.

-          Podemos hacérselo los dos a la vez, por mí no hay problema. Pero sin mariconadas, que quede claro.

-          No, no. Toda para ti. Yo me conformo con mirar… a mí sólo me gusta mirar.

Le confesé  mi perversión sin dejar de hacer fotos.

-          ¿Sólo mirar?

-          Sí.

-          ¿Mientras me la follo?

-          Exacto.

-          ¿Seguro que pasa de metérsela? Está súper cachonda, mire…  - dijo mostrándome el sexo brillante de Gaby.

-          Sí.  Como tú dices, “paso de metérsela”.

-          Como quiera jefe pero yo voy clavársela ya. No puedo aguantarme más.

-          ¡Uhmmm! – protestó entre espasmos Gabriela, reclamando menos conversación y más acción.

Y  por si ya no estuviesen ya claras sus necesidades físicas estiró los brazos y, aferrándose a los barrotes de mi cama, se abrió todavía más de piernas en una clara invitación a ser tomada. Él no era muy listo pero hasta eso  le llegaba, así que se encaramó sobre ella con su duro cipote amenazando.  Primero le dio un beso, un ósculo bastante tierno que me sorprendió  por su dulzura, después le lamió los pezones hasta dejarlos brillantes y empitonados y para finalizar le chupó el cuello de manera dulce y sensual.  Gabriela estaba tan a gusto con las evoluciones del muchacho que no dejaba de jadear.

La manera de realizar el acto me sorprendió.  Recuerdo que pensé que, en plena calentura aquel chaval iba a comportarse como un animal y lanzarse contra la carne fresca a tumba abierta pero no fue así.  Se tomó su tiempo, se recreó en el cuerpo de la niña y sólo cuando estuvo satisfecho con la lubricación de la lolita introdujo su verga en Gabriela, naturalmente, sin violencia ni brusquedades.

Mi princesa ronroneaba como una gatita en celo. Había follado mucho pero aquella fue la primera vez que alguien le hizo el amor en su vida.

-          ¡Grrrrrrr!

-          ¡Qué estrechito lo tienes! ¿Te duele?

-          S… sigue. – Suplicó la chiquilla.

-          Vale, pero si te duele, me lo dices…

Ese fue otro aspecto que siempre me maravilló de Uli: trató siempre a mi niña con delicadeza y cuidó de ella como si de un hermano mayor se tratase; nunca le faltó una caricia, un beso, un gesto cómplice que hacía que la cópula entre ellos se pareciera a la de dos adolescentes enamorados.

Enseguida me di cuenta de que era joven pero para nada inexperto, sabía mucho a la hora del sexo con mujeres. Empezó suave para que la potrilla se fuese acostumbrando al tamaño de su verga.  Deslizó sus manos por el costado de Gabriela hasta que llegó a sus glúteos. Después de agarrarlos con firmeza, se los abrió ligeramente, logrando de este modo una penetración mucho más intensa y placentera para ambos. Cuando notó que  el sexo de la niña estaba lo suficientemente lubricado, fue incrementando la porción de carne que le iba metiendo y aumentando el ritmo de la cópula. Parecía mágico que una cosa tan grande cupiese en una ranurita tan pequeña pero así era: empaló a Gaby muy pero que muy adentro.

Llegados a este punto Gabriela no gemía sino que directamente gritaba  al ritmo de la cogida. Los barrotes crujían de tan fuerte que los agarraba, como si quisiera arrancarlos de la cama.

-          ¡Uff! -  Exclamó Uli una y otra vez mientras taladraba la vulva de la niña.

Ni qué decir que yo lo fotografié todo, absolutamente todo: los ojos en blanco de Gabriela  instantes antes de alcanzar el clímax, el rostro desencajado de Uli dándolo todo sobre  ella, el sudor que bañaba a ambos amantes  durante el acto sexual…pero lo que de verdad me dejó extasiado fue el poder inmortalizar los genitales de los dos acoplados de manera perfecta. Nunca antes había podido hacer algo parecido. Me coloqué entre las piernas de ambos, con el objetivo a medio metro de sus sexos y les lancé ráfagas y ráfagas de fotos a sus partes más íntimas acopladas al máximo.

El aguante de Uli siempre fue extraordinario, era un amante consumado. Gracias a eso pude fotografiar con nitidez cómo su cipote se abría paso en la entraña  de mi niña y cómo los pliegues de ésta cedían ante el empuje de tan vigoroso ariete.  La calidad de la imagen era tan alta que se distinguía claramente las burbujitas de flujo entrando y saliendo de la vagina, arrastradas por el cipote. Agradecí que el chaval siguiese la moda y que estuviese depilado por completo ya que eso me permitió  inmortalizar a  sus testículos bamboleándose  de un lado para otro dentro de su escroto. 

Mi hija asimiló un buen trozo de rabo pero no todo. A pesar de la elasticidad de su coño, su ya dilatada experiencia y sus infinitas ganas era imposible que el pequeño cuerpo de mi princesa pudiese alojar  tanta cantidad de carne. Yo notaba cómo él llegaba hasta el fondo, golpeando a Gabriela en lo más profundo como un martillo pilón una y otra vez.  Los gritos acompasados de ella así me lo hacían saber.

A la hora de follar es complicado que los dos amates lleguen a la vez a la cima. En aquella ocasión fue mi hija la que ganó la carrera y lo hizo de una manera escandalosa. Yo conocía la facilidad lúbrica de Gabriela, de no ser por ella le hubiese resultado imposible aguantar las maratones de sexo pero lo que salió de su pequeño cuerpo aquella noche fue extraordinario.  En un milisegundo se le llenó el coño de babas que salieron expulsadas contra mi colchón  formando de inmediato un charquito de flujo vaginal y líquido pre seminal. 

Recuerdo que pensé que  Uli estaba listo, que se vendría en ese instante, que explotaría en la vagina infantiloide al notar la contracción contra su polla pero estaba claro que  había  subestimado la capacidad de aguante de ese chico: no sólo resistió como un campeón y siguió machacando la intimidad de Gaby mientras ella  se derretía de gusto una y otra vez.

Me preparé para el final. Quería inmortalizar los últimos espasmos del cipote y cómo los testículos se contraían durante la corrida. Quería ver cómo el esperma recién exprimido se unía a los restos que  todavía permanecían en los muslos de Gabriela y se unían a la enorme mancha sobre mi sábana.

Pero no fue así.

La alternativa tampoco me disgustó.

De repente, y sin previo aviso, Ulik se desacopló y encaramándose hasta la cara de Gaby  agarró su  cipote apuntándole:

-          ¡Ábrela! – Le dijo.

No fue un mandato, más bien una súplica. Gabriela respondió de manera automática, tenía muy bien aprendidas las lecciones que le di con respecto a obedecer a los hombres. Gracias a eso no se le llenó la cara de babas ya que éstas pasaron directamente a su boca.  Fue una corrida abundante pero, al igual que la cópula, nada violenta. El semen salía a borbotones de la punta de la polla en pequeñas bocanadas de líquido más o menos constantes que se depositaban en lo más profundo de la boca abierta.  Y allí permaneció lo suficiente como para que yo pudiese fotografiarlo, con los ojos color cielo de mi hija fijos en la lente.

Era espectacular contemplar el fondo de la garganta de Gabriela totalmente anegado de líquido blanquecino y viscoso y los restos de esperma dibujando líneas curvas en su cara.

-          ¡Joder, vaya polvo! – Exclamó Uli golpeando los labios de mi niña vertiendo en ellos las últimas gotas de su esencia.

-          Sí. – Afirmé, dándole la razón.

-          ¿Por qué no se lo traga?

-          Tal vez porque está esperando a que se lo ordenes.

-          ¿En serio?

-          Sí. 

Gabriela asintió corroborando mis palabras.

-          ¡No jodas! Pues… hazlo. Trágatelo ya, guapa. Te lo has ganado.

Mi hija actuó en consecuencia y en poco tiempo su estómago se llenó de lefa. Tragar boca arriba no es sencillo pero con su experiencia en el asunto que no le supuso mayor problema.

La velada se alargó bastante. Uli era un pozo de anécdotas no necesariamente ciertas pero sí muy divertidas. Nos reímos mucho, sobre todo Gabriela.  No estaba muy acostumbrado a verla tan contenta y me sentí muy feliz.

Después de un rato de incontinencia verbal, Uli se calló de improviso.  Supe de inmediato el motivo,  ya hacía un rato que las caricias a Gabriela eran cada vez más intensas.

-          Quieres repetir, ¿eh?

-          ¿Puedo? – Me preguntó algo cortado.

-          Por supuesto. – Apuntó la chiquilla que, olvidando su pudor, no pudo esperar a que yo contestase.

Le faltó tiempo a mi hija para volver a colocarse en posición y abrirse de piernas.  Esta vez pasé de las fotos y me di placer mientras les veía follar como conejos: mi verga había recuperado fuerzas reclamando lo suyo.

Apenas habían pasado unas horas cuando me levanté de la cama. Dejé a los dos tortolitos formando una amalgama de tetas, brazos  y piernas.  Sentado en el sofá revisé las fotografías de la noche anterior: eran magníficas, nada que ver con mis mediocres trabajos anteriores. No tardé mucho en escuchar el concertó de traqueteos de cama, gemidos y orgasmos procedentes de mi cuarto. 

Sonreí  y pensé que  realmente el chaval estaba aprovechando su dinero y hacía bien. Pasado un rato apareció por la puerta y se sobresaltó. Supongo que no esperaba que yo estuviese ahí.

-          ¿Un café?

-          No… no – balbuceó  algo avergonzado-. Tengo que irme.

Ya encaraba la salida cuando le detuve.

-          Espera Uli, espera…

-          ¿Qué pasa?

-          ¿No crees que olvidas algo?

-          ¿Olvidar? – dijo con cara de tonto - ¡Ah, claro… la pasta!

Rebuscó en sus bolsillos de su mono de trabajo. Entre papel de liar, tabaco y otras sustancias  encontró unos cuantos billetes arrugados y una tarjeta del taller de su padre.

-          Toma, los cincuenta pavos. –  Dijo alcanzándome el dinero.

Lo tomé junto con la tarjeta de visita que se le había caído al suelo.

-          ¿El teléfono es el tuyo?

-          El segundo, el primero es de mi viejo.

-          Ya veo.

-          Te…  te… tengo que irme.

-          Adiós. Encantado de haberte conocido, Uli.

-          A… adiós…

Casi a la vez que el portazo apareció Gabriela por la puerta del salón cobijada bajo una sábana. Tenía los ojos semi cerrados,  supuse que el chico se la habría tirado medio dormida pero aún así estaba bellísima.  Se tumbó a mi lado, apoyando su cabeza sobre  mi hombro.

-          ¿Han salido bien las fotos? – Murmuró.

-          ¡Geniales!

-          ¿Lo hice bien?

-          Has estado mejor que nunca, Gabriela.

Le dije acariciándole el cabello y mostrándole la foto en la que su boca aparecía llena de simiente masculina.

-          Es buena.

-          Cierto. ¿Lo pasaste bien? Hija…

-          Sí… me gustó Uli. Es muy majo.

-          A  mí también. Es bueno en la cama, ¿eh?

-          Mucho. – Reconoció la niña retorciéndose.

Permaneció un rato viendo el visor sin decir nada.

-          ¿Ese es su dinero?

-          Sí.

La conocía lo suficiente como para saber que algo le daba vueltas por su cabecita pero no quise agobiarla. Gabriela funcionaba mejor dándole su tiempo.

-          ¿Sabes si mamá lo hizo alguna vez a cambio de dinero?

Fue una de las poquísimas veces que me preguntó por su madre. Pese a no tener toda la información no dudé la respuesta:

-          No, nunca. Lo hacía… lo hacía porque le gustaba.

Reconozco que no entendí hacia dónde quería derivar la conversación así que callé.

-          No… no quiero hacerlo por dinero, papá. – Dijo por fin.

E incorporándose clavó en mí sus ojos azules y continuó con voz temblorosa:

-          A… a mí me gusta hacerlo… y también que tú me veas…

Su frase me conmovió, la bese en la frente y me sentí el hombre más afortunado del mundo por tener una hija como ella.

-          Podemos arreglarlo.

-          ¿Cómo?

-          Devolviéndole el dinero.

-          ¿Cómo?, ¿Cuándo?

-          Si quieres le llamo esta noche para que venga, tengo su tarjeta y su número.

-          ¡Siiiii! –Dijo incorporándose como un resorte con los ojos abiertos, olvidando su sueño.

-          Vale, vale – reí -. Te apetece volver a verle, ¿eh?

-          ¡Sí, por favor!

-          Por supuesto, princesa. Seguro que a él también le apetece.

Reconfortada por la perspectiva de una nueva sesión de sexo Gabriela volvió a recostarse sobre mí para ver las fotos conmigo. No pasaron ni diez  cuando noté un movimiento rítmico bajo la sábana. A partir de la veinte, los gemidos comenzaron a hacerse audibles por toda la casa.

Cuando finalizó y se quedó dormida en mi regazo le di un beso en la frente: Silvia hubiese estado orgullosa de ella.

Capítulo 6

Hubo un antes y un después con la llegada de Ulik a nuestras vidas.  Siempre me pareció un buen muchacho  con ideas algo locas que hacían reír a Gabriela y a mí tirarme de los pelos.  Había días en los que pensaba que estaba como una puta cabra y otros en los que me parecía un chico sensible y cariñoso, sobre todo con mi hija.  Sólo cambiaba de expresión cuando hablaba de Pieter, su  “viejo”.  Al principio creí que lo despreciaba pero luego comprendí que lo que realmente sentía por su padre era miedo, mucho miedo.

Y motivos no le faltaban.

Entablamos los tres lo que podría llamarse una relación abierta, como su filosofía de la vida: el placer por encima de todo.  El muchacho venía a nuestra vivienda  cuando le apetecía desahogarse con Gaby. A veces lo llamábamos para rodar alguna de nuestras sesiones pornográficas; no había rutinas ni compromisos. No hacía falta excusas para justificar sus ausencias y más de una vez tuvo que esperar en su furgoneta a que Gabriela yo volviésemos a casa tras alguna de nuestras habituales correrías  nocturnas. Conocía mi malsana afición por ver a mi hija copular con diferentes hombres y  jamás hubo ninguna mala cara ni ningún reproche por su parte.  Como él decía siempre, era nuestra vida.

-          Confío en vuestro criterio. – Repetía una y otra vez.

Su presencia se hizo habitual en nuestra casa.  No hubo rincón en nuestro dulce hogar en el que no montase a mi pequeña princesa.  Mientras tanto yo me tocaba viéndolos disfrutar de sus cuerpos. El jardín, la cocina e incluso el caótico trastero sirvieron como decorado para sus encuentros sexuales a cuál más intenso.  Jamás vi a Gabriela disfrutar más del sexo que el día en el que Ulik se lo hizo de improviso sobre el mismo suelo del pasillo apenas llegó del colegio, con el uniforme escolar todavía puesto.

El cuerpo de Gabriela se desarrolló de manera espectacular durante aquel periodo de tiempo.  Cuando cumplió los trece años era casi tan alta como yo con los tacones puestos y sus senos ya apuntaban lo mucho que iban a dar de sí.  A los catorce sus prominencias se convirtieron en un par de tetas tan contundente  y a los quince los senos de Silvia parecían de juguete comparados con las hermosas tetas de su hija. En cuanto al resto… era su viva imagen; tanto me recordaba a su malograda madre que solía llamarla Silvia. Cuando eso sucedía, me miraba dulcemente y seguía la conversación como si nada. Rara vez me preguntaba por ella.

 Yo me encargaba de que Gabriela disimulase sus curvas de infarto cuando estábamos en nuestro entorno habitual. Lo menos que nos convenía era llamar la atención y que nuestras oscuras aficiones nocturnas fueran descubiertas por los vecinos, pero en cuanto me era posible y aprovechando la relativa cercanía de nuestra localidad con la capital, la vestía con tacones, vestiditos cortos, falditas de vuelo y corpiños muy entallados y la llevaba a pasear  por  los lugares más sórdidos de la ciudad. En lugar de padre e hija parecíamos una pareja de amantes o incluso una joven prostituta y su cliente. Puedo asegurar que si la hubiese dejado sola en cualquier esquina hubiese hecho negocio gracias a ese cuerpo que Dios le había dado.

Gabriela era un cañón de mujer por fuera pero en su interior todavía era una niña. A su generosa delantera le acompañaban  sus ojos claros, su larguísima cabellera y un contoneo  de caderas que la convertían en un reclamo para todos los hombres con los que nos cruzábamos.  Raro era el macho al que no se le escapara alguna mirada furibunda hacia Gabriela y eso a mí  me excitaba. Me excitaba  mucho. Se me endurecía la polla con sólo imaginar lo que aquellos salidos serían capaces de hacerle a mi pequeña lolita de haberle podido echarle mano.

Hablar de Ulik y hablar de porros era todo uno.  No había día en el que no se liase cuatro o cinco cigarritos de la risa en nuestra presencia.  Reconozco que yo también le tomé gustito a la cosa y no hacía ascos a las caladas que él me ofrecía.  Gabriela probó la droga pero no le gustó demasiado aunque a decir verdad tampoco necesitaba fumar para disfrutar de sus efectos: nuestro salón parecía un verdadero fumadero clandestino.  

Siempre sospeché que Ulik se metía otro tipo de sustancias, se tocaba la nariz constantemente pero en nuestra relación no había reproches, moralinas ni malos rollos así que opté por no preguntárselo. Era su cuerpo, era su vida.

Una tarde de invierno, durante una sesión de fotos  de alta carga sexual en el cuarto de Gabriela, entre peluches y muñecas, sucedió algo diferente.

-          ¡Au! – Protestó la niña.

-          ¿Qué pasa? ¿te duele?

-          Un poco.

-          ¿Lo dejamos?

-          No, no… sigue pero ten cuidado.

-          Vale.

Gabriela había conseguido superar o por lo menos igualar a su mamá en todas sus perversiones  sexuales a excepción de una: el sexo anal.

La niña no lograba gozar con su entrada trasera, en cambio recuerdo que Silvia disfrutaba de ella tanto o más que por sus otras aberturas. Fiel a mis enseñanzas, la niña se dejaba penetrar por detrás cuando al macho de turno se le antojaba pero en su rostro se dibujaba un gesto de dolor y malestar cuando esto sucedía y aquel día no fue una excepción. Aun así seguíamos intentándolo una y otra vez, era ella la que insistía en ser enculada pero no había manera de que en las fotos apareciese sonriente y entregada al sexo anal tal y como era mi deseo. Decía que no le importaba sentir un poco de dolor pero la realidad era que no era capaz de disimularlo.

-          ¿Se ve bien, papá?

-          Sí, princesa.

Eran mentiras piadosas. Su culito apenas se había jalado una cuarta parte del cipote pero yo me sentía en la obligación de agradecer su tesón.

-          A mi viejo le encanta hacerlo por detrás… y  a mí también. – Apuntó Ulik cubierto de sudor por el esfuerzo percutor poco fructífero.

En un arrebato de rebeldía contra su propio cuerpo, Gabriela se abrió las carnes con sus manos consiguiendo de ese modo que un par de centímetros más de serpiente horadaran su intestino. Ulik agradeció el gesto incrementando el ritmo pero los quejidos de dolor, incluso llanto, no tardaron en aparecer en la garganta de mi niña.

-          No, no… mejor lo dejamos.- Dijo el chaval con la mejor intención al ver que aquello no funcionaba.

-          ¡Qué no! – Protestó la ninfa muy enojada consigo misma,  abriéndose los glúteos todavía más-. ¡Métemela todo lo que puedas!

-          ¿Seguro?

-          ¡Seguro! Dame todo lo duro que puedas. Encúlame  duro, por favor.

Ante tal ofrecimiento el muchacho no pudo negarse y le regaló un intenso tratamiento al orto de mi niña. Ella apretaba los puños y se retorcía de dolor pero no volvió a emitir protesta alguna: se dejó sodomizar hasta el fondo, tal y como solía hacer su mamá.

-          ¡Grrrr! – Protestó cuando ya no pudo más.

-          Sácasela un momento. – Le dije al chaval tras varios minutos de incesante martilleo -. Quiero fotografiárselo totalmente dilatado.

-          ¿Así?

-          Exacto.

Rápidamente hice varias fotografías del enorme cráter que la barra de carne formó en el culo de mi pequeña.  Yo ya no era un negado con la cámara como antaño, mi pericia a la hora de tocarme era tal que podía hacerlo a la vez que los fotografiaba.

-          Sigue. Córrete en cuanto puedas…

No quería alargar más de lo necesario el sufrimiento de Gabriela. Sabía que el semental podía demorar la eyaculación durante mucho tiempo y eso, que en otras circunstancias era toda una ventaja, se tornaba en un inconveniente mayúsculo cuando se trataba de  sodomizar a mi niña.  El chaval se apiadó de ella pero aun así alargó el coito durante diez o quince minutos más  que a la chiquilla se le debieron hacer eternos por su manera de resoplar y retorcerse.

Cuando lo consideró conveniente, Ulik terminó en las tetas de Gaby, haciendo que ella le limpiase  después todos los restos con la lengua. Posteriormente le estampó un beso en los labios como un enamorado primerizo.

-          ¡Tengo que irme! – Dijo dando un brinco.

-          ¿Ya? Creí que tu padre es el que hace la guardia esta noche. – Le dije.

-          Sí, sí. Es que tenemos un problema de narices…

-          ¿Qué sucede? – Preguntó Gabriela, intentando buscar alguna postura para sentarse que mitigase el ardor de su ojete.

-          Mi viejo, que es un broncas.  Normalmente vemos los partidos de la selección polaca con los colegas en una mierda de bar que tiene un compatriota cabrón en el centro.  Él ni se acerca, en realidad pasa del fútbol pero la última vez le dio por venir y se puso ciego con el vodka. Montó un jaleo de la hostia. Resumiendo: no podemos aparecer por allí ni en un millón de años.

-          Oh… vaya.

-          Ahora soy yo el que se come el marrón con mis colegas porque fue mi viejo el que lo fastidió todo. Encontrar sitio es fácil, lo jodido es encontrar uno que tenga conexión con la puta televisión polaca de los cojones… y que al dueño le de por poner el partido, claro.

-          ¿Y cuándo es el partido?

-          Mañana.

-          ¡Uff… es poco tiempo para encontrar un sitio!

-          ¡Ya te digo!

-          ¿Y por qué no veis aquí? – Apuntó Gabriela con su mejor sonrisa.

-          ¿Aquí?

-          ¿Nosotros tenemos televisión de pago? Seguro que podemos comprar el partido y verlo aquí, todos juntos, ¿verdad, papá?

Me quedé boquiabierto sin saber qué decir. No me esperaba aquello.

-          Vaya… creía que a ti no te gustaba el fútbol. – Apuntó Ulik.

-          Sí que me gusta.- Mintió Gaby lo mejor que supo.

-          ¿Tú qué dices? – Me preguntó el chico torciendo el gesto.

-          ¿Cuántos sois?

-          Ocho… diez como mucho.

-          ¿Todos… todos hombres? – Apunté yo.

Ulik pensó su respuesta más de lo acostumbrado.

-          Sí…

Se produjo un silencio tenso. 

-          Sabes por qué lo digo, ¿verdad? – Proseguí con severidad.

-          Sí, lo sé.

-          ¿Y no te importa que Gabriela lo haga con tus amigos?

El chico volvió a demorarse y giró la cabeza a un lado.

-          Confío en vuestro criterio, es vuestra vida, ya lo sabes... – Dijo al fin.

Pensé con la polla, no con la cabeza. Montar la orgía en nuestra vivienda era a todas luces una  mala idea pero imaginar a mi niña con tanto hombre allí en nuestra propia casa, en su propia cama… fue una tentación demasiado suculenta para mí.

-          Entonces de acuerdo. Mañana puedes venir con tus amigos.

La mañana pre-partido la pasamos haciendo los preparativos en el centro comercial. Gabriela estaba entusiasmada.  Compré comida y bebida como para un regimiento. Intenté buscar marcas polacas pero no me fue fácil.  Encontramos, eso sí, una tienda de material deportivo  donde pudimos adquirir banderas, bufandas y otros adornos como por ejemplo pintura de cara de blanco y rojo. Yo me compré una camiseta de Polonia y para Gabriela un top con los colores de esa selección, muy ajustado y dos botoncitos en su parte delantera. La dependienta me sugirió que le comprase una o dos tallas más grandes ya que, a su criterio, la prenda le quedaba muy ceñida pero hice caso omiso a sus recomendaciones: precisamente lo que buscaba era  eso, que se le marcase todo. Completé su atuendo con un mini pantalón  blanco y elástico. Se le pegaba tanto al cuerpo que se le incrustaba claramente entre sus labios vaginales.

Su apariencia era espectacular.

Una hora antes del partido Gabriela caminaba de aquí para allá, con sus sandalias de tacón y vestida con tan explícita combinación.  Las tetas bamboleaban libres de sostén y los pezones se le marcaban como diamantes bajo la fina tela y, al no llevar braguitas, el efecto del pantaloncito en su entrepierna todavía era más impactante que en la tienda en el que se lo compramos. 

Con su cabello largo y dorado y sus ojos claros daba completamente el pego: parecía una polaca adolescente.

Una calienta pollas polaca adolescente.

-          ¿Crees que vendrán muchos, papá? – Dijo tomando una patata frita del bol.

-          No lo sé hija…  eso espero.

-          ¿Crees que les gustaré?

Jamás una pregunta ha tenido una respuesta tan fácil como aquella. Mi pequeña hubiese sido capaz de fundir el mismísimo polo norte pero ella seguía viéndose como una niña insegura. La miré atentamente y me di cuenta de que la perfección todavía podía mejorarse. Después de colocarle su extensa cabellera tras los hombros le desabroché el par de botoncitos del top dejando a la vista una generosa porción del canal que formaban sus senos.

-          Les vas a volver locos.

Ella sonrió y me dio un beso en la frente, me hizo un tatuaje de carmín con sus labios.

-          ¡Gracias!

La confianza que nos teníamos me llevó a formularle una  pregunta impensable para cualquier otro padre a su hija:

-          ¿Tienes ganas de hacerlo con ellos? – Le dije.

-          Muchas. – Dijo bajando la mirada.

Aparte de sus labios no se había maquillado demasiado y por eso el rubor de sus mejillas se hizo patente. Es muy probable que, siendo más niña, Gabriela accediese a mis sucios deseos por amor hacia mí pero ya hacía tiempo que disfrutaba de verdad con el sexo en grupo y que ella gozaba tanto haciéndolo como yo viéndola.

Le subí el micro pantaloncito hasta que su sexo se le marcó todavía más, dibujando en su ingle una nítida señal de “Disponible”.

-          Les vas a encantar.- Le dije devolviéndole el beso en la frente.

Me hubiese gustado decirle que fuese ella la tomase la iniciativa y se los tirase salvajemente uno tras otro pero una ráfaga de cordura me hizo ver que era pedirle demasiado; en el fondo ella no era más que una niña.

Gabriela se había manejado bien entre  unos pocos inmigrantes asustadizos pero yo presentía que lo que aquella noche iba a suceder estaba a otro nivel y no quería alarmarla antes de hora.

Media hora antes del comienzo del partido empezó a venir gente. El primero en llegar fue  Ulik con un par de amigos de su edad. Los chavales se quedaron embobados al ver a Gabriela y su cuerpo  tan espectacular.  Me sorprendió gratamente que mi hija no sólo besase a Ulik en los labios sino que también lo hiciese con el resto de visitantes conforme iban llegando.  Más de uno aprovechó la coyuntura para acariciarle la espalda pero desgraciadamente para mí ninguno opto por tocar su culito. Supongo que mi presencia allí, mirando, les cohibía un poco.  

Comencé a ponerme nervioso. El timbre no dejaba de sonar  y lo que en principio iban a ser seis u ocho invitados se convirtieron en más de quince. El grupo era de lo más variopinto, desde casi adolescentes como Ulik a hombres con pelo en el pecho, incluidos un par de sesentones con prominentes barrigas.  Intenté no pensar en el cosquilleo de mi cipote al imaginarlos sobre Gabriela y serví  alcohol a todo el mundo, incluidos mi hija y yo.

El ambiente se fue animando conforme la hora del partido se acercaba y los vasos de licor se iban vaciando.  Los polacos hablaban entre ellos de manera animada en su idioma ininteligible y también con Gabriela, sonriéndola amablemente.  Alguno se arrimaba más de la cuenta pero nada fuera de lo normal.

La pausa publicitaria justo antes de los himnos me permitió contar a los invitados, dieciséis en total.  Gabriela jamás había follado con un grupo de machos tan amplio pero aún así la veía tan  dispuesta y decidida que sabía que daría la talla pese a su edad.

De improviso sonó el timbre de nuevo. Me di cuenta de que a Ulik le cambió la cara y que  soltó uno de los pocos insultos polacos que yo conocía. Abrí la puerta y apareció ante mí un enorme tiparraco calvo como una bola de billar que apenas cabía por la puerta. No hizo falta las presentaciones: se trataba de Pieter, el “viejo” de Ulik.

-          Cześć – Dijo con su mirada de hielo, apestaba a alcohol.

-          Hola.  – Contesté.

El comienzo del himno polaco lo precipitó todo. El hombretón entró en el salón como un elefante en una cacharrería. Comenzó a vociferar la letra y se unió al coro de salvajes que entonaron la canción con verdadero fervor en el salón de mi casa. Gabriela se había tomado la molestia de aprendérselo e intentaba seguirles con mayor o menor fortuna.  Cuando la canción terminó  el hombretón no dejó de arengar a sus paisanos. Cuando se acercó a Ulik le lanzó un puñetazo “amistoso” que a punto estuvo de tumbar al muchacho.  Se dijeron varias frases y no me parecieron para nada amables.

Cuando llegó a Gabriela su rostro cambio de manera radical. La espigada chiquilla apenas le llegaba a la mitad del pecho. La miró como un lobo mira a su presa, no se dejó ningún detalle. Observó con descaro el escote, sus tetas, su sexo  e inclusive le instó a darse una vuelta para poder regalarse la vista con el resto de sus curvas.

-          Tú debes ser Gabriela – dijo en un tono falsamente amable, con un acento extranjero muy marcado -. El idiota de mi hijo me ha hablado muchas veces de ti pero es tan torpe con la grúa como con las palabras. Se le olvidó decir que eras toda una preciosidad.

-          ¡Gr… racias! – Contestó mi niña muy impresionada por las enormes dimensiones del gigante.

-          Dziękuję… se dice así en mi lengua.

-          Dziękuję. ¿Lo dije bien?

-          Perfecto. Tú debes de ser Pedro, su padre…

-          Sí.

-          Ulik también me ha hablado mucho de ti.

Un frío cosquilleo me recorrió la espalda cuando sus helados ojos azules se clavaron en mí. Por primera vez desde que conocía a Ulik dudé de su discreción sobre nuestra peculiar relación. De hecho, cuando miré al muchacho éste giró la cabeza a un lado.

-          Y de tus aficiones… vuestras aficiones…

Tragué saliva y balbuceé lo mejor que pude:

-          Ya veo…

-          Te envidio – dijo dándome un contundente golpe en la espalda -. Ojalá yo tuviese una hija tan bonita como la tuya y no ese vago que me ha tocado.

Y pegándose  a la niña prosiguió:

-           Bonita y obediente… muy obediente por lo que me ha contado ese inútil. – Dijo pasando uno de sus brazos por detrás del cuello de Gabriela dejándola caer sobre su hombro.

Recuerdo que aquellas palabras se me quedaron en la mente ya que hasta ese momento pensaba que la relación entre el padre y el hijo era casi inexistente.

-          Toma, bebe, princesa. – Le dijo a la chiquilla acercándole una botella de alcohol.

Aprovechó la circunstancia para apartar un mechón de la cara de la niña pero en realidad lo que hizo fue acariciar descaradamente el pecho de la adolescente justo delante de mis ojos.

El pitido inicial fue una nueva inyección de adrenalina para todos.  Pieter se hizo con el sitio más privilegiado del sofá de cuero, justo enfrente de la tele y sentó a su lado a Gabriela.  Inmediatamente su muslo fue sobado por una de las manazas del hombretón mientras otra volvía a la carga jugueteando con su escote de manera descarada.

Gabriela se ruborizó pero no dijo ni hizo nada para impedir los tocamientos… ni yo tampoco. Llevábamos muchos años jugando a aquel juego y sabíamos que aquello sólo era el principio.

El partido comenzó,  casi todo el mundo estaba ensimismado en la tele pero había varias personas  a los que el fútbol nos traía sin cuidado. 

Uno de ellos era Pieter, como es obvio. Sólo tenía ojos para Gabriela… y manos.

El gigante decía alguna gracia de vez en cuando en su idioma con la que todos reían pero lo que de verdad le interesaba estaba a su lado y no el césped.  Colocó estratégicamente una de las piernas de la niña sobre la suya y la otra sobre la del tipo que estaba al otro lado del sofá, consiguiendo de este modo que su mano tuviese el camino expedito hacia el sexo de la adolescente; un sexo que se reivindicaba más aún si cabe al abrirse de piernas de forma  tan poco pudorosa. 

Un par de jugadas intranscendentes le sirvieron como excusa para llenarse la mano de muslo juvenil y sus dos dedos más osados no tardaron en acariciar los pliegues íntimos de Gabriela sobre el fino pantalón. La otra mano no se quedó atrás y pude distinguir como varios de sus dedos buceaban bajo el escote de Gaby, jugueteando con el pezón de su pecho juvenil. Era una metida de mano en toda regla delante de todo el mundo. El tipo no se cortó lo más mínimo. Incluso me miraba mientras lo hacía, asegurándose de que yo pudiese verlo todo. Puede decirse que se reía en mi cara y todos y cada uno de sus movimientos estaban calculados para que yo no me perdiese detalle de sus toqueteos.

Gabriela fingía estar absorta en el juego pero por su respiración entrecortada y el fulgor de sus mejillas estaba claro que disfrutaba como una perra siendo toqueteada por aquel extraño. Su excitación llegó a un punto  que arqueó la cadera hacia delante para facilitar el acceso hasta su coño.  Sudaba y se retorcía de gusto mientras las manos de aquel tipo recorrían su cuerpo y al hacerlo volví a ver en ella la reencarnación de Silvia, su madre: un animal ardiente nacido por y para el sexo. 

Otro de los que pasaba del deporte por completo era yo, como es lógico.

Permanecí con el gesto descompuesto,  viendo el abuso cometido sobre mi hija, con las piernas cruzada para evitar que mi erección fuese demasiado evidente. Muy a gusto me hubiese sacado la verga en ese momento para masturbarme como un mono pero supe mantener la compostura. No hacía falta ser un genio para darse cuenta de que aquello sólo era el principio y que Pieter tenía un único objetivo y no era otro que llegar hasta el final con mi pequeña princesita. Ella no movería un dedo para impedírselo… ni yo tampoco.

Para finalizar, otro de los que miraba lo que sucedía en el sofá en lugar de la tele fue Ulik. Con toda seguridad el que menos estaba disfrutando del momento.

Rabioso, el chico miraba a su padre con los puños apretados, era obvio que no aprobaba la presencia de su progenitor  en mi casa ni tampoco lo que estaba haciendo a Gabriela. No decía nada pero la procesión iba por dentro, su gesto descompuesto hablaba por él.

De repente algo sucedió. El jolgorio y la algarabía general me hicieron saber que Polonia había marcado su primer gol. Alguien tiró de Gabriela, haciéndola levantar de su asiento. Pieter torció el gesto; supongo que no le gustó nada que sus tocamientos fuesen interrumpidos de aquel modo tan brusco por algo tan estúpido como un gol.

Gabriela iba de mano en mano, regalando besos en la boca y efusivos abrazos a diestro y siniestro. Cuando llegó el turno de Ulik su padre se interpuso entre los dos y evitó el encuentro entre los dos jóvenes. En lugar de eso, la cogió en volandas  como si fuese un pajarito y, alzándola  por el culo, le metió la lengua hasta la garganta, entre vítores y aplausos de casi todos los presentes. No contento con eso, introdujo sus manazas bajo el pantalón elástico de mi niña agarrándola directamente de los glúteos mientras Gabriela, envalentonada por el alcohol, se tragaba sus babas mezcladas con vodka a escasos centímetros de un Ulik muerto de rabia.

No dio tiempo para más.  La llegada del descanso supuso una nueva ronda de bebidas, besos y tocamientos.  Gabriela también tomó  vodka y en seguida le hizo efecto.  A sus quince años era una niña experta en el sexo pero no toleraba demasiado bien el alcohol. Iba de mano en mano tambaleándose. 

Envalentonados por el alcohol los invitados iban cada vez un poco más allá con Gabriela. Las palmadas y roces iniciales dieron paso a severos magreos y apretones de trasero. Las manos se multiplicaban sobre el cuerpo de mi hija, palpándolo por completo, inclusive en las partes más íntimas aunque siempre por encima de la ropa. Ninguno se animó al extremo al que había llegado Pieter, al menos en un primer momento.

Al comenzar la segunda parte los ánimos se calmaron un poco. Todos volvieron a ocupar sus lugares respectivos pero Pieter iba a lo suyo: no dio tregua a Gabriela.

No tardó ni un minuto en volver a lanzar sus manos como flechas certeras utilizando el cuerpo de Gabriela como blanco.  Esta vez la ropa no le detuvo, introdujo su mano bajo el mini pantalón  encontrándose de inmediato con el sexo húmedo y caliente de mi niña mientras la otra mano buceaba bajo el top, colmándose de teta adolescente.  El hombretón comenzó a susurrarle cosas al oído. Supuse que serían órdenes obscenas ya que ella se abrió de piernas todavía más.

Con el camino libre de obstáculos Pieter comenzó a masturbarla lentamente delante de todo el mundo. El movimiento circular de las yemas de sus dedos en la vulva de mi pequeña no dejaba lugar a dudas.

Me retorcí en mi asiento al contemplar la escena, mi verga estuvo a punto de explotar sin ni siquiera rozarla.

Esta vez el vecino  de sofá no permaneció ajeno a los tocamientos y participó de la metida de mano cuidándose muy mucho de invadir alguna parte del cuerpo ya reclamado por Pieter. Se centró en la teta que estaba libre, agarrándose a ella como un recién nacido.

Gabriela entornó los ojos.  La mano del adulto frotaba su intimidad con una velocidad cada vez mayor. Sus tetas eran una de las partes más sensibles de si joven cuerpo con lo que los toqueteos en ellas aumentaron más si cabe su excitación. Finalmente cerró los ojos, abrió la boca en busca de aire y separó sus piernas hasta casi desencajarlas.  Yo conocía las reacciones de su cuerpo, la había visto en situaciones parecidas muchas veces, sabía que su clímax llegaría pronto.

Y así fue.

Gabriela gozó de un primer orgasmo estridente, obsceno, muy intenso, como en la más salvaje se sus orgías. Si alguno de aquellos tipos que veía el fútbol desconocía lo que estaba sucediendo justo delante de sus narices la sucesión de gemidos y chillidos que exhaló la adolescente en medio del salón  de nuestra casa les hizo ver la luz. 

Poco a poco todos se acercaron al sofá, oliendo la carne fresca. Una vez más, la violación en masa de la niña estaba en marcha. Yo me retorcía de excitación en mi asiento, mi polla estaba dura como  el acero.

 A juzgar por la cantidad de babas gelatinosas que pringaba los dedos Pieter cuando los sacó  de la intimidad de Gabriela la corrida de mi hija había sido espectacular.  El tipo las olió como si se tratase del más delicado de los perfumes, sonriéndome de forma maliciosa. Creí que iba a lamerse los dedos  pero en lugar de eso los introdujo en la boca de mi pequeña. Gabriela  los limpió uno a uno sin asco alguno, el sabor de su sexo no le era para nada desconocido. Cuando concluyó el trabajo de limpieza, Pieter me miró de nuevo y, agarrando la mano de mi princesa, se la llevó hasta el interior  de su paquete, incitándola a fuese ella la que lo tocase. Él le murmuró algo que no pude escuchar y Gabriela alargó la otra mano buscando la verga de su otro acosador,  primero por encima de la ropa, luego directamente sobre la piel. Pronto las manitas juveniles bucearon bajo las braguetas de aquellos  puercos, acariciando con soltura zonas íntimas que una niña de su edad no debería conocer.

 Las manos de Gabriela  se movían con lentitud, la dureza de los miembros viriles dificultaba su labor. Los polacos le facilitaron la tarea desabrochándose los botones de los pantalones. Gaby sabía muy bien cómo trabajarse los cipotes por parejas y utilizó sus habilidosas manitas para liberar las pollas de sus envoltorios y sacarlas a la luz. Sin necesidad de que nadie le dijese nada comenzó a masturbarlas con maestría de manera simultánea.

La llegada del segundo gol no supuso tregua alguna, ni el tercero  ni el cuarto. Mi niña seguía a lo suyo, ajena a la goleada, frotando con contundencia de arriba abajo  las barras de carne.  Llegados a ese punto ya nadie miraba al partido sino a  lo que sucedía sobre el sofá de mi salón y cuando Pieter, excitado por los hábiles tocamientos de Gabriela, agarró de la nuca  a la  adolescente y condujo su bonita cara hasta  la punta de su polla nadie recordaba el motivo por el cual estaban allí. Polonia podría haber metido treinta goles y ninguno de ellos le hubiese hecho el menor caso a la tele. 

Mi hija abrió la boca, comenzó a hacer magia con ella y ya no hubo vuelta atrás. Chupar pollas desde tan niña le había conferido la habilidad de jalarse enormes porciones de carne sin  problemas  y desplegó lo mejor de su repertorio para mayor gloria del descomunal extranjero.

-          Tu niña la chupa de vicio… - Me dijo el gigantón asegurándose de que no me perdiese detalle de la mamada-, es toda una zorra.

A partir de este momento todo se descontroló.  El hombretón le clavó la polla hasta casi ahogarla entre gritos y silbidos del coro que le jaleaba pero ella no protestó y siguió con su tarea. Pieter ordenó algo y alguien tiró del mantel de la mesa lanzando los restos de comida, los platos y los vasos por los aires.  Pronto fue mi pequeña la que, alzada por varios hombres a la vez, ocupó aquel lugar rodeada de machos hambrientos de sexo.  Estaba muy claro quién iba a ser el primero en disfrutar del cuerpo de Gabriela  así que los demás se echaron a un lado y  dejaron paso a Pieter. Fue él el que, completamente empalmado y ciego de sexo, le rasgó las ropas lanzándomelas a la cara hechas girones, dejándola en pelotas.

-          ¡Nos la vamos a tirar toda la noche! - Me anunció con furia -. ¡Nos la follaremos una y otra vez hasta que se haga de día, maricón de mierda!

Un tipo sacó un teléfono móvil supongo que con intención de grabar la escena. No fue una buena idea. Pieter se dio cuenta y, con los ojos inyectados en sangre, agarró el celular y lo estampó contra la pared con tal fuerza que lo hizo pedazos.  Después de golpearle en el estómago le echó tal bronca que al chaval se le quitaron las ganas de hacer fotos el resto de su vida.

Pieter agarró una botella y vertió su etílico contenido sobre el cuerpo de Gabriela. Dio una orden y la muchacha fue inmovilizada por pies y manos. Dos hombretones la abrieron de piernas pese a que ella no puso objeción alguna y, sin más preámbulos, le ensartó una estocada certera en el bajo vientre que casi la revienta.

-          ¡Agggg! – Gritó la niña al recibir la cornada, retorciéndose de dolor sobre la madera.

Por muy excitada que estuviese, por muy experta que fuese en el cuerpo a cuerpo, el tamaño y sobre todo la fiereza que utilizó Pieter para montarla superó con creces sus expectativas.  El tipo se portó con ella como un animal. Bufaba y gimoteaba mientras la empotraba contra la mesa. Su ímpetu era tan grande que arrastró a base de pollazos el mueble a lo largo del comedor y sólo detuvo su marcha cuando ésta chocó contra la pared, justo a mi lado, convirtiéndome en un testigo de excepción de la violenta monta.

Aquel animal lo dio todos mi princesa no dejó de chillar mientras Pieter la violaba cruelmente delante de mis narices.  Por fortuna para ella fue un polvo tan salvaje como breve.  Enseguida el hombretón descargó su munición en el sexo de la adolescente y, cuando se desacopló, dejó en la entrepierna de la chiquilla un enorme boquete del que manaba una cascada de lefa, sangre y jugos vaginales.  Pieter, con respiración entrecortada por el esfuerzo, la agarró de las piernas y me enseñó el destrozo.

-          ¿Contento?  Es esto lo que querías, ¿no?  – Me dijo con su acento ronco -. Seguro que te mueres por hacerle una foto así, ¿verdad?

No tuve el valor de decir nada. Estaba muy claro que Ulik no había sido capaz de guardar nuestro secreto.  Fue entonces cuando comprendí lo peligroso que podía ser todo aquello, sobre todo para Gabriela.  Pensé en hacer algo y detenerlos pero llegué a la conclusión de que si lo intentaba podría alterarlos todavía más y que todo aquello fuese peor. En realidad estaba aterrorizado por el miedo.

-          No dices nada, ¿eh? No hace falta – rió -, la mancha que tienes en el pantalón lo dice todo. Te encanta que violen a tu hija… y luego dice mi hijo que soy un mal padre. ¡Me das asco!

Y tras gritarme esto lanzó un escupitajo que me dio directamente en la cara. A su risa se le unió la de los otros hombres que ya acechaban a Gabriela. Agaché la cabeza avergonzado y pude ver entonces la enorme humedad generada en mi entrepierna.  Jamás me había sentido tan mal en mi vida.

Por primera vez no disfruté viendo cómo hombres adultos se follaban a Gabriela.  Lo que había supuesto la razón de mi existencia se convirtió en toda una tortura aquella noche. Sus gimoteos, sus chillidos, su rostro descompuesto y sus ojos en blanco cuando llegaba al orgasmo solían excitarme hasta más no poder pero en aquella ocasión se convirtieron en la mayor de mis pesadillas. De hecho, intenté escabullirme de manera cobarde pero Pieter se guardó muy mucho de que lo hiciera, obligándome a permanecer junto a Gabriela durante el abuso.

Cuando llegó el turno de Ulik cruzamos las miradas durante un instante. Después él hizo lo mismo que el resto, se folló a Gabriela de una forma mecánica e impersonal, como si no la conociese de nada. 

No le culpo por ello, tampoco soy nadie para juzgarle. En aquel asunto ninguno éramos inocentes… a excepción de Gabriela.

Acabó la primera ronda de sexo y los sementales  dieron a Gaby un respiro. Ella permaneció tendida sobre la mesa, intentando que la circulación sanguínea volviese a sus piernas. Su aspecto era deplorable, totalmente cubierta de esperma. Intentó  incorporarse y, tras varios intentos,  apenas pudo permanecer de pie.  Le busqué algo de comida pero no me dejaron acercarme a ella lo suficiente como para poder interesarme por su estado.

Algunos de los extranjeros se fueron, supongo que su sed de sexo estaba  más que saciada pero la mayoría permaneció en la casa. Iluso de mí pensé que todo aquello terminaría pronto pero nada más lejos de la realidad. Comenzaron a hablar en su dialecto indescifrable, no comprendí lo que decían pero me di cuenta de que me miraban mucho y se reían constantemente.  Ulik hablaba mucho, discutía con su padre y negaba con la cabeza. Parecía enojado, muy enojado.

En un abrir y cerrar de ojos me vi rodeado de cuatro tipos casi tan altos como yo y desde luego bastante más fuertes.  Yo estaba tan aturdido por los acontecimientos y por el vodka que tampoco pude reaccionar.  En pocos segundos me vi tumbado boca arriba en el  suelo, inmovilizado por completo, con los pantalones a la altura de los tobillos y mi  verga semi erecta a la vista de todos los presentes.

No entendía nada… hasta que colocaron a Gabriela sobre mí, con su coño rozando mi verga.

-          ¡Soltadme, cabrones! – Creo que grité recuperando un poco de mi orgullo al intuir qué pretendían.

El peor de mis temores se hizo realidad cuando aquel animal le ordenó a Gabriela:

-          ¡Fóllatelo! – Le dijo Pieter con una sonrisa.

Jamás olvidaré el gesto de terror de mi niña en aquel momento que comprendió lo que ese tipejo pretendía.

-          ¡No, eso no! ¡Ya basta!  - Grité.

-          ¿Qué pasa, niña? Tíratelo – prosiguió el cabecilla como si mis palabras no hubiesen sido pronunciadas -. Es sólo una polla más.

Gabriela no decía nada, sólo negaba con la cabeza.

-          No hagas que me enfade, zorrita.  Fóllate a tu papá o los dos lo pasaréis mal.

-          ¡No, por favor! – Supliqué.

-          ¡Hazlo! ¡Chúpasela primero y luego cabálgalo hasta dejarlo seco!   Es una verga como otra cualquiera. Eres una puta, lo haces con todo el mundo. Ulik me ha contado lo que haces por las noches, me lo ha contado todo. Venga, demuéstrale a papi lo buena que eres con la boca. Seguro que le encanta…

La niña seguía quieta, petrificada por el miedo.

-          …, si yo fuese tu papá te la metería día y noche…

Ulik intervino, demostró tener mucho más valor que yo. Lleno de ira arremetió contra su padre pero fue inútil. Él hombretón encajó el golpe en la mandíbula como si ésta fuese de granito. El gigante  lanzó un tremendo directo que impactó de lleno en la nariz del muchacho y el pobre cayó al piso como un saco de patatas. Allí permaneció inconsciente durante el resto de la noche, nadie tuvo el valor de asistirle, Pieter imponía respeto a todo el mundo.

El noble gesto de Ulik no hizo más que empeorar las cosas. Pieter, muy enojado no, paraba de vociferar a todo el mundo. De repente, agarró una botella vacía, la golpeó contra la pared y apretó  el borde del vidrio contra mi garganta y volvió a repetir la orden a Gabriela de manera muy clara, con los ojos inyectados en sangre y vodka:

-          ¡Fóllatelo… o lo mato!

Jamás he visto a mi hija tan bloqueada como en aquel momento.

-          ¡Hazlo!

Gabriela dio un respingo… y pasó a la acción. Cuando sentí su manita temblorosa agarrándome el miembro rompí a llorar.

-          No lo hagas, por  favor…

-          Tranquilo, papá… no pasa nada, – me susurró la niña mientras su cabeza iba descendiendo por mi abdomen en busca de su amargo destino - … no pasa nada…

La pobre chiquilla, en lugar de pensar en si misma se preocupó por mis sentimientos e intentó tranquilizarme. Aquel gesto entrañable, en lugar de reconfortarme, me hizo sentir el ser más despreciable del universo.

-          ¡No, no… por favor!

-          Imagina que soy mamá, imagina que es con Silvia con la que lo haces y no conmigo…

-          No… no…

-          Soy Silvia, soy Silvia… - Dijo justo antes de meterse mi miembro entre los labios.

Cuando Gabriela comenzó a chuparme la polla opté por cerrar los ojos de manera cobarde.  La había visto hacerlo  centenares de veces pero no pude soportar contemplar mi pene entrando y saliendo de su boquita.

-          Cierra los ojos Pedro, soy Silvia – Repetía una y otra vez entre chupada y chupada -. Todo está bien, mi amor…

Luché con todas mis fuerzas pero la enorme experiencia de la Gabriela jugó en este caso en mi contra. Yo la escuchaba llorar pero aún así desplegó contra mi falo lo mejor de su repertorio, lamió mis pelotas con delicadeza y lubricó con su lengua cada milímetro de piel. Muy a mi pesar  y aún habiéndome corrido ya una vez la erección de mi miembro viril no tardó en llegar.  Al final me rendí. La mezcla del alcohol, la tensión acumulada  y los susurros de mi pequeña me llevaron a imaginar realmente que era su madre la que me daba placer y no mi hija.

-          ¡Silvia! – Gemí.

-          E… estoy aquí, mi amor.

-          ¿Lo ves? Te encanta que te la chupe, como  a todos. Es jodidamente buena tu putita, amigo – me dijo aquel malnacido al oído.

Ni siquiera aquellas sucias palabras lograron romper el encanto. Sentí el cuerpo de Silvia reptando sobre el mío y de manera natural  se introdujo mi verga por la vulva, igual que la primera vez que lo hicimos cuando éramos adolescentes. Fue un acoplamiento suave, dulce, para nada traumático. Cuando mi falo tocó el fondo de su vagina permanecimos los dos quietos, unidos por nuestros sexos, recreándonos en nuestras respectivas sensaciones.

Reconozco que fue uno de los mejores momentos de mi vida: Silvia y yo juntos de nuevo.

La joven amazona comenzó la danza del vientre. Agarrando mis muñecas, logró que mis captores me soltaran, se llevó las palmas de mis manos hasta sus senos y apretándolos ligeramente contra ellos incrementó el ritmo de la monta.  El calor de su piel me llevó al pasado y eso me excitó todavía más. Mis pelotas llenas de esperma de nuevo, se endurecieron como dos bolas de billar.

-          ¡Silvia! – Suspiré mientras mi verga entraba y salía de su interior.

-          ¡Sssss! – Siseó ella  besándome en los labios.

Silvia comenzó a gemir y sus movimientos se comenzaron a descontrolar. Yo sentía sus contracciones en mi sexo y cómo su entraña lubricaba más y más hasta que explotó sobre mí encharcándome con sus jugos. La compresión en mi verga fue muy intensa.

Descargué mi simiente sin avisar, apenas tenía experiencia en un coito real y no pude contenerme. Seguí con los ojos cerrados mientras la amazona exprimía los últimos coletazos de mi verga. Me costaba respirar y tenía el pulso muy acelerado pero ni aun así mi falo dejaba de soltar babas.

-          ¡Eso es, zorrita! Mira a la cámara y sonríe. Te acabas de tirar a tu papi, eres toda una guarra…                      

Reaccioné de inmediato a esas palabras.  Horrorizado observé cómo uno de aquellos hijos de la gran puta lo estaba grabando todo con uno de los teléfonos móviles. El tipo se guardó muy mucho de mostrar al resto de los presentes, sólo enfocaba a mi hija y a mí en pleno acto.

-          ¡Pero qué cojones…! –Comencé a gritar pero cuando intenté incorporarme me vi inmovilizado  de nuevo.

-          ¡Tranquilo, papi, tranquilo! – Dijo Pieter en tono burlesco -.Es sólo nuestro seguro de vida, por si tienes la genial idea de contarle a alguien lo que ha pasado aquí esta noche.

Dejando el teléfono a un lado, prosiguió:

-          Bueno… ya es suficiente.  Es hora de continuar con la fiesta.

De improviso y con la delicadeza de un buey aquel animal empujó a Gabriela  de la nuca y la chiquilla cayó de bruces contra mi pecho con mi verga todavía en su vientre.  Él se colocó sobre la espalda de mi hija de manera que entre su cara y la mía apenas quedó un palmo.  La niña quedó aplastada entre los cuerpos de los dos machos adultos.

Hasta que Gabriela no comenzó a gritar como si estuviese pariendo yo no fui consciente de lo que sucedía. Fue entonces cuando sentí algo en mi verga, algo en el interior de la niña se estaba moviendo. Era el falo de aquel despreciable reptando por su intestino.

-          ¡Qué culito tiene tu niña!  Estrechito, estrechito… al menos hasta hoy. Se lo vamos a dejar más abierto que una estación de metro. Tardará semanas en poder sentarse, te lo aseguro. Se lo vamos a destrozar…

Pieter violó analmente a Gabriela analmente de forma salvaje mientras la niña yacía indefensa sobre mi cuerpo.  Creo que ella en algún momento perdió la consciencia y casi que lo agradezco. Lo que aquel tipo le hizo no tiene nombre. No contento con eso me contó con pelos y señales el placer que sentía  mientras se lo hacía y lo mucho que le pesaba que yo no pudiese verlo en ese momento.

A él le siguieron diez más, diez caras que no volveré a olvidar en mi vida y que veo noche tras noche en mis pesadillas.

La noche fue larga, muy larga: la más larga de mi vida. En un momento dado optaron por encerrarme en el vestidor de mi cuarto y seguir haciéndole barbaridades a Gabriela sobre mi cama. Aquella habitación donde solíamos pasar nuestros mejores ratos junto con Ulik se transformó en una cámara de torturas para mi pequeña.  Hubo sexo, mucho sexo pero también golpes y otras cosas todavía más extremas.

Fue Ulik el que me liberó cuando el sol ya estaba bien arriba. Apenas podía reconocerle, por lo visto su padre se había ensañado con él también en algún momento indeterminado de la velada.  Parecía un monstruo, todo amoratado e hinchado por la paliza. No tuvo el valor para quedarse ni yo para retenerle. Se fue para siempre sin despedirse.

Gabriela o más bien lo que quedaba de ella estaba acurrucada en un rincón de mi cuarto, abrazada a su muñeca de trapo más preciada.  Ni al peluche habían respetado aquellos animales ya que le faltaba la cabeza y parte de un brazo. 

El aspecto de mi hija era para echarse a llorar, cosa que hice nada más verla.  Si bien su cara había quedado intacta con su cuerpo sucedía todo lo contrario: era un catálogo de moratones, quemazos de cigarrillos y arañazos.  Desprendía un intenso olor a orina y alrededor de su boca todavía se podían distinguir restos de heces.   Me abalancé sobre ella y la limpié lo mejor que pude.  Después permanecimos abrazados durante un número indeterminado de horas.

-          Lo siento. – No dejaba de repetirle una y otra vez sin dejar de llorar.

Pero ella no dijo nada. De hecho tardó varios días en comer  y bastantes más en volver a articular palabra.

Anocheció de nuevo y armado con un jarrón me armé de valor para inspeccionar la casa tras acostar a mi hija en su cama. Temía encontrarme con alguno de los polacos durmiendo en algún rincón de la casa o, lo que era peor, volviendo a por Gabriela para continuar la orgía pero no fue así.  Afortunadamente allí no había nadie.

Atranqué las puertas y las ventanas lo mejor que pude.  Contemplé el estado de la casa: lo habían destrozado absolutamente todo.  En realidad era lo que menos me importaba, sólo pensaba en la integridad de Gabriela pero cuando llegué a mi despacho y vi mi caja fuerte abierta… supe que nuestra pesadilla podía ser todavía peor: aquel malnacido se lo habían llevado todo.

Y cuando digo todo no me refiero al poco dinero que guardaba en ella sino a las fotos y los videos  pornográficos de Gabriela, desde el primero hasta el último. Como es obvio no le dije nada a la niña: no quería asustarla más de lo que estaba.

En cuanto se despertó, la metí en coche y nos fuimos de lo que fue nuestro hogar hasta no volver. Alquilé un pequeño apartamento en la costa del que sólo salía para comprar comida y medicinas. Durante las siguientes semanas tuve que ejercer de improvisado enfermero, las heridas en su cuerpo y principalmente en su ano eran verdaderamente serias. Insistí en llevarle al hospital pero ella se negó. Temía que se descubriera todo y me metiesen en la cárcel.

Cuando se recuperó le propuse irnos al extranjero y aceptó. Solicité un cambio de destino a una embajada muy lejana. Nunca volvimos a hablar de lo que pasó aquella noche.

Empezamos nuestra nueva vida en otro continente, a más de diez mil kilómetros de nuestra primera casa. Gabriela hizo nuevos amigos, se adaptó al grupo y parecía feliz. Desgraciadamente no parecía interesada en el relacionarse con chicos. Aparte de eso volvió a ser la niña adorable de siempre.

Yo jamás me perdoné lo pasó, pero mi fuerza de voluntad es débil, echaba de menos nuestras antiguas costumbres.  Seguía teniendo las mismas necesidades que antaño pero me juré a mi mismo que jamás volvería a exponer a Gabriela a algo semejante.

Y lo cumplí.

Pasado unos meses descubrí en el parabrisas de mi coche la publicidad de un local de intercambios. Una vez por semana se realizaban sesiones  de “todos contra una” donde chicas amateurs se lo hacían con varios hombres a la vez.  Decidí acudir a esas sesiones, previo pago de una buena cantidad de dinero, aunque nunca participé; me limitaba a sentarme  en un rincón y a en teoría disfrutar del espectáculo.

Como metadona estaba bien pero no era lo mismo que mi droga. Las chicas eran monas, le ponían ganas pero estaban a años luz de Silvia y por supuesto de mi pequeña Gabriela.  Junto a mí había otros hombres e incluso algunas mujeres que compartían conmigo mi afición por mirar mientras otros follaban. Se masturbaban abiertamente  mientras  observaban, yo en cambio no sentía nada.

Y así languideció mi vida hasta el día de mi siguiente cumpleaños, un par de meses después de que ella cumpliese los dieciocho. Lo celebramos los dos solos, como hacíamos siempre, almorzando en un coqueto restaurante japonés que habíamos descubierto. Tras los postres mi princesa me entregó un sobre adornado con un montón de corazones de múltiples colores. Al abrirlo me quedé mudo; reconocí el logotipo del local de intercambios que aparecía en la invitación al instante.

-          Mi show comienza a las ocho…

-          Gaby…  yo…

-          ¡Psss! No digas nada, sólo pásalo bien – me susurró tapándome la boca como cuando era una niña -. Felicidades, papá.

FIN

Por Kamataruk

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