
Escribir relatos eróticos no es lo mío, leerlos si. Si bien no me considero altamente experimentado en lo que al sexo repara, puedo presumir de ciertas experiencias deliciosas que he cursado a lo largo de mi corta vida. Actualmente mi edad es de 19 años pero mi sexualidad se inicio a temprana edad dando lugar a un sin fin de circunstancias, algunas maravillosas otras peligrosas y comprometedoras. Esta vez traigo a ustedes un recuerdo precioso al que titulé la “La brujita” y ya verán el porque es nombrado así.
Hace años que mi mente se abrió a los placeres del sexo y a todas las dudas que este alberga. Si bien no fui considerado como un niño precoz ante la sociedad, para mi mismo puedo decir que fui de lo mas prematuro en todos los aspectos mentales posibles. No presumo de un gran pene, de una belleza física extraordinaria o una gran capacidad para expresar mis emociones pero sí de una astucia con la cual me pude ganar la confianza de mas de alguna victima en mis torpes expediciones respecto al cuerpo del hombre o mujer. No me considero bisexual pero he disfrutado mamar un buen pene erecto, tocar un buen trasero de niña y sentir ese olor agridulce que se suele ocultar en medio de las piernas de la infancia. Crecí experimentando y no me arrepiento al día de hoy de a donde me han llevado todas esas travesuras que realice en compañía de mis primos y primas. Ahora todos de mayor edad.
Abriendo el baúl de mis recuerdos sitúo esta experiencia hace 5 años, cuando contaba con 14 años de edad. Por aquel entonces era un chico extremadamente flaco y alto, impopular y con notas regulares en el colegio. De tez ligeramente clara, cabello crespo rebelde y unos ojos café oscuro, mi aspecto se asemejaba a la típica imagen de un niño revoltoso y travieso que siempre está buscando problemas. Criado sin padre solo por mi madre y acompañado de mi hermano, mi mundo se veía reducido a los que haberes y responsabilidades diarios tales como asistir a la secundaria, limpiar el hogar, hacer mis tareas y trabajar en el negocio que nos llevaba el pan a la mesa día con día. Mi vida era rutinaria y cotidiana, nada fuera de otro mundo hasta cierto día en que todo eso cambio.