miércoles, 10 de junio de 2020

Líos de familia


Capitulo 1

El verano de ese año fue especialmente caluroso, aunque la sombra de los arboles que poblaban el patio de nuestra casa quinta nos brindaban unas tardes de siestas bajo la parra o la higuera que nos aislaban tanto de la temperatura ambiente como de la actividad reinante en las calles.

En esa época vivíamos en esa casa mi madre, separada desde hacía unos cinco años, y mis dos hermanas mayores, Claudia y Teresa.

Al lado nuestro vivía Patricia, una bella mujer de 30 años, casada hacia poco, de cabello rubio, ojos chispeantes y sonrisa siempre presente en sus labios finos y carnosos. Tenía un cuerpo escultural, que hacia resaltar con unos pantalones apretados que dibujaban los bellos contornos de sus piernas largas y bien formadas y de su trasero parado que al verla de perfil parecía aun más enhiesto.

Sus senos eran fuera de serie: siempre altivos, insinuando una dureza que invitaba a apretarlos. Ella estaba consciente de lo hermoso de su busto, que resaltaba con unas blusas tan apegadas a su cuerpo como los pantalones a sus piernas. Y por encima del escote se insinuaban dos masas que pugnaban por salir a la libertad, lo que hacia difícil apartar la vista de ellos. y Patricia lucía sus senos con una naturalidad que la hacia mas apetecible aun.


Aun cuando desde el primer momento me sentí atraído por los encantos de nuestra vecina, cosa que estaba seguro ella había captado, nunca tuvo un gesto, una mirada o una palabra de denotara molestia o complacencia. Su actitud en todo momento era abierta, alegre, sin dejo de segundas intenciones.

Yo había cumplido recién los 18 años y siempre que ella venía a nuestra casa, cosa que sucedía casi todas las tardes, buscaba cualquier pretexto para estar cerca de donde ella se encontrara, con mi madre o alguna de mis hermanas mayores.

Ellas acostumbraban a conversar en el living de la casa, mientras yo me dedicaba a revisar discos, resolver puzzles o leer, por lo general tirado en el suelo, aparentando que estaba sumido en mis cosas, pero pendiente de Patricia, de sus gestos, de sus piernas, de su risa, de sus palabras.

Todo no habría pasado de ser una atracción juvenil sin mayores consecuencias posteriores si no hubiese sido por el hecho de que un día Patricia empezó a ir con minifalda, aduciendo para ello que el calor era mucho para usar pantalones. Al ver por primera vez sus piernas libres del encierro de los pantalones, casi pierdo el aliento: eran llenitas aunque no gordas, delgadas aunque no flacas. tenían lo justo que deben tener unas piernas para despertar los apetitos de un hombre. Y sus muslos insinuaban una región que invitaba a conocerla, con curvas que presagiaban placeres sin limites y que despertaron mis mayores fantasías.

La tarde en que sucedieron los hechos que motivan este relato la conversación se había centrado en la minifalda de Patricia y en lo bien que le sentaba, por lo que mis miradas ardientes a sus bellas y deseadas piernas pasaron desapercibidas a mis hermanas, aunque no a mi vecina, que en un momento dado me miró con una mirada que me dejó helado, pues me clavó sus verdes ojos intensamente, calladamente. No sabía si estaba molesta, curiosa o halagada por el deseo que reflejaban mis miradas a sus piernas, lo cierto es que me miró durante unos segundos que se me hicieron eternos y que me turbaron completamente, lo que me obligó a desviar mi mirada mientras mi rostro se cubría de un rosado intenso, producto mas de la vergüenza que del calor ambiente.

No podía seguir cerca de ellas, pues la mirada de Patricia me había desarmado completamente y sabía que ahora estaba advertida de que era objeto de mis deseos. ¡que duda podría caber después de que me sorprendió viendo sus piernas con la mirada de lujuria que tenía cuando clavó sus ojos en mí!

Me fui apresuradamente del lado de las mujeres y esa tarde la pasé bajo la parra, acostado en la hamaca, sin dejar de pensar en las piernas de Patricia, en sus muslos tentadores, que invitaban a tocarlos y a recorrerlos hasta alcanzar el tesoro que se escondía al final de sus piernas. Me imaginaba que usaba bikinis blancos y que estos protegían una mata de pelos abundantes y rizados y una grieta de labios gruesos, rosados, frescos y húmedos.

Muy luego estaba recorriendo con mi imaginación ese par de columnas, que se abrían a mis caricias, hasta alcanzar la anhelada meta, húmeda de deseo. En tanto exploraba el precioso bulto, mis labios besaban sus senos por sobre la blusa, provocando suspiros de deseo por parte de Patricia.

Mientras mi imaginación lograba todo lo que deseaba de mi complaciente vecina, mi mano se internaba en mi pantalón para intentar un alivio a mi instrumento viril.

Un ruido de voces y pasos interrumpió mi fantasía y tuve que retirar apresuradamente mi mano del interior de mi pantalón y me acomodé lo mejor que pude para ocultar mi estado de excitación. Las que llegaban eran Patricia y mi hermana Claudia, enfrascadas en animada conversación, que interrumpieron cuando se dieron cuenta de mi presencia. una mirada de mi hermana me dio a entender que mis afanes de ocultar mis actividades solitarias no habían tenido todo el éxito que yo esperaba, lo que me llenó de vergüenza, pues mi erección era evidente. Patricia pareció no darse cuenta, pues siguió conversando con mi hermana como si nada pasara.

Ellas se retiraron a otro rincón del huerto, dejándome solo y frustrado, ya que ni me había satisfecho ni había logrado ocultar mi lujuria a los ojos de Claudia. Al rato me llegaron las risas ahogadas de ambas compartiendo quizás que secreto.

Algunas horas después, cuando Patricia ya se había retirado a su casa a esperar la llegada de su esposo del trabajo, yo continuaba en la hamaca, rumiando mi rabia y frustración por el papelón hecho, que me había puesto en evidencia primero con Patricia y después con mi hermana Claudia. Me levanté dispuesto a entrar a la casa cuando un ruido llamó mi atención. Me dirigí al lugar de donde me parecía que venía el sonido, que era una higuera ubicada al fondo del huerto, a la cual era difícil llegar, por lo escondida que estaba.

En la semi penumbra del atardecer pude distinguir a mi hermana Claudia sentada en el suelo y apoyando la espalda contra el tronco de la higuera, con la cabeza levantada y sus ojos cerrados, en tanto una de sus manos desaparecía entre los pliegues de su falda y se movía frenéticamente. Su otra mano se había perdido por el escote de su blusa y masajeaba uno de sus senos, al mismo compás del ritmo de las caricias bajo su falda. El ruido que había escuchado eran los suspiros de mi hermanita que subían de tono en la medida que aumentaba el ritmo de su masaje entre sus piernas.

La sorpresa de sorprender a Claudia masturbándose pronto fue cambiada por el deseo que me provocó ver sus piernas al aire y uno de sus senos que se mostraba impúdico fuera de su prisión, mientras los suspiros se hacían cada vez mas profundos y el masaje mas frenético.

Claudia, de 20 años, era una mujer muy bien formada y sus piernas eran dignas de ser admiradas, al igual que sus senos, los que tenía ante mi vista para poder opinar con sobrado conocimiento. Sin darme cuenta, mi instrumento había alcanzado una dimensión de proporciones. Cuando sentí la molestia que me producía la presión de mi pene en el pantalón, pugnando por salir, casi como en éxtasis lo saqué y empecé a darle masajes lentos, profundos, intensos, mientras devoraba con la vista el paisaje que mi hermana me ofrecía.

Con la vista fija en las piernas de Claudia, intentando ver lo que ocultaba al final de las mismas, seguí masturbándome lentamente, como haciendo durar lo más posible el gozo que me estaba dando el espectáculo y el masaje de mi hermana. De pronto mi hermana dejó de masajearse y al subir la vista desde sus piernas a su rostro me encuentro con su mirada puesta en mi instrumento. No había sorpresa en sus ojos, solamente deseo, de eso estaba seguro. Me miró fijamente, con la boca semi abierta y su lengua asomándose, como si estuviera lamiéndose de deseo. La miré esperando algún gesto de parte de ella y ella asintió, invitándome con sus ojos mientras se recostaba en el suelo con una sonrisa en los labios.

Me acerqué y puse mi mano donde ella la había tenido recién, encontrando el lugar húmedo de deseo. No encontré ninguna prenda intima que se interpusiera en el camino de mis deseos, por lo que abrí sus piernas y poniéndome encima de ella le puse mi verga a la entrada de su vagina, sin atreverme a penetrarla. Entonces Claudia se aferró a mis nalgas, subiendo las piernas, apretándolas tras mi espalda, y me atrajo mientras subía su cuerpo, logrando que mi instrumento la penetrara hasta la mitad.

Un suspiro prolongado me indicó que ella estaba feliz con mi herramienta en su interior, por lo que terminé de hundirle mi cosa hasta el fondo, para a continuación dedicarme a meterla y sacarla repetidamente, hasta que ella logró un orgasmo prolongado que fue seguido inmediatamente por otro mío.

Me quedé con mi verga hundida en la entrada de su gruta, intentando recuperar el aliento, en tanto ella suspiraba quedo y seguía aferrada a mis nalgas, con los pies cruzados sobre mi espalda y mirándome profundamente a los ojos. Al cabo de un rato, cuando nuestras respiraciones se aquietaron, empezó a moverse lentamente, en forma circular, mientras me besaba el cuello con un beso largo y quedo, suave e intenso. Empecé a moverme nuevamente en el interior de mi hermanita, ahora mas calmadamente, con la intención de disfrutar mejor el incesto.

Pero Claudia tenía otros planes, pues demasiado pronto para mi gusto aumentó el ritmo de sus movimientos y los fue acelerando en tanto daba grititos callados

"Más, más, más"

Me besaba el cuello dejándome manchas rojas en el mismo. Pronto sus grititos cambiaron y aumentaron de volumen.

"Rico, m’hijito, rico, ¡ yaaaaaa! "

Y terminó acabando intensamente mientras se apretaba a mi hundiendo sus uñas en mis costados.

"Qué rico, m’hijito, qué riiiiiiicooooo "

Las expresiones de mi hermana me excitaron a tal punto que no pude contenerme y sentí que el torrente de vida que había en mi interior pugnaba por salir y derramarse en su interior, cosa que sucedió cuando se apagaban los quejidos de gozo de Claudia. Me hundí en ella con todo mi cuerpo y acabé mientras mi rostro se perdía entre los senos de mi hermanita.

" Ya, m’hijita, ya, ahi va. riiiiicooooo. ¡yaaaaaa! "

Y ahí quedamos ambos, fundidos en un abrazo, sudorosos y agotados, pero expectantes por lo que ahora vendría, cuando debiéramos mirarnos a los ojos una vez pasado el momento de lujuria e incesto. No soporté la espera y me levanté un poco para mirar a mi hermana a los ojos. Le dije "¿que me dices?", esperando una escena de llanto de su parte que disfrazara el momento de debilidad que había tenido, pero, para mi sorpresa, respondió: "estuvo exquisito, ¿no crees?".

"¿No estas arrepentida?"

"No, para nada. al contrario"

"Eres rica, me hiciste gozar como loco"

"Tu también. tienes un instrumento rico"

"¿Te gustó?"

"Me gustó desde que te ví masturbándote"

"¿Me viste?"

"Si. Entonces supe que debíamos hacerlo"

"¿Te estabas masturbando pensando en mí?"

"Si y no"

"¿Como?"

"Tenía que llamar tu atención hacia donde yo estaba y lograr que te excitaras. por eso me estaba masajeando mi cosita, para que me vieras y te calentaras, pero me dejé llevar por el entusiasmo"

"Bandida!"

"Pero dió resultado, ¿no?"

Y diciendo esto ultimo, mi hermanita se aferró a mi instrumento y empezó a darle masajes, moviendo el cuero lentamente de adelante hacia atrás, con una destreza que denotaba su experiencia en estas lides. Con su mano libre tomó mis bolas, que acarició suavemente, llevándome a un nivel de excitación increíble. Cuando mi verga alcanzó dimensiones respetables, me hizo sentar a su lado y se inclinó para llevar mi pedazo de carne la a su boca, el que tragó completamente, moviendo sus labios en toda la extensión de mi barra, para terminar chupando acompasadamente hasta lograr su objetivo. Mi esperma salió rauda y la inundó completamente, pero ella se apresuró a tragar todo lo posible de mis líquidos, hasta dejar mi herramienta completamente limpia.

Cuando logré recuperarme algo, abrí sus piernas y me situé entre ellas de manera de alcanzar su gruta de amor, que empecé a besar suavemente, para ir intensificando el ritmo de mis caricias, hasta introducir mi lengua en busca de su clítoris, que alcancé justo cuando mi hermanita estiraba sus piernas al aire, arqueaba su espalda y me llenaba la cara con sus jugos vaginales, entre suspiros de desahogo.

La vagina de mi hermana aún goteaba su precioso liquido cuando nuevamente me subí sobre ella y le ensarté mi espada, dedicándonos a continuación a movernos ambos en silencio un largo rato, dedicados a lograr nuestra propia satisfacción, como si el otro no existiera, satisfacción que queríamos hacer durar lo mas posible. Ese mismo silencio y la dedicación que cada uno ponía en moverse rítmicamente, suavemente, nos hizo excitarnos a límites increíbles y pronto estabamos galopando desenfrenadamente al otro, con el cuerpo sudoroso y apretándonos a los costados, hundiendo nuestras uñas en el cuerpo del otro, emitiendo quejidos de placer.

De pronto nos llegó el orgasmo casi al unísono y nos apretamos, nos hundimos uno en el otro, como queriendo fundir nuestros cuerpos, mientras nos regalábamos nuestros jugos en un intercambio de placer que agotó nuestras fuerzas. y acabamos entre besos, mordiscos y promesas de amor y deseo.

"¿Te parece que volvamos a hacerlo mañana, a la misma hora, aquí mismo?"

Le dije cuando hube recuperado el aliento, a lo que ella respondió afirmativamente y dándome un beso apasionado, metiendo su lengua en mi boca, se despidió rápidamente para perderse en las sombras de la noche que caía.

Me quedé cavilando sobre lo sucedido: empecé masturbándome a nombre de la vecina Patricia y terminé en los ardientes brazos de mi hermana Claudia.

Lo que no sabía en ese momento era que esta historia tendría vueltas inesperadas, que colmarían todos mis deseos.

Capitulo 2

Ese verano mi hermana Claudia y yo acostumbrábamos encontrarnos al caer la tarde en el fondo de la huerta que había en el patio de la casa y nos dedicábamos a satisfacer nuestras mutuas ansias de sexo. Ella era notablemente fogosa y siempre estaba buscándome para tener nuestros juegos íntimos, a los que yo estaba invariablemente dispuesto.

Los veinte años de Claudia y mis dieciocho se complementaban perfectamente en la aventura de descubrir el sexo entre adultos. Y disfrutábamos plenamente de nuestros cuerpos que se entregaban a nuestros jugueteos amorosos con la fogosidad propia de nuestra edad.

Nuestra hermana Teresa, un año mayor que Claudia, parecía no darse cuenta de nuestras escapadas frecuentes al patio de atrás y nunca hizo ningún comentario ni vimos una mirada en ella que delatara nuestro secreto. Con nuestra madre no sucedió lo mismo y ello se debió a un error de mi parte.

Al volver después de una ardiente sesión de sexo, despedí a mi hermana con un apretón a sus nalgas mientras ella se alejaba corriendo, sin percatarme que nuestra madre nos miraba desde el segundo piso de la casa. Sin darnos cuenta, ella empezó a espiar nuestros movimientos y pudo hacerse un itinerario de nuestros encuentros furtivos, por lo que no le fue difícil encontrar un lugar seguro para espiarnos y así poder pillarnos in fraganti.

Y sucedió una tarde en que el frescor invadía el ambiente cuando nuestra madre se ocultó de manera que no pudiéramos verla y esperó a que aparecieran los hermanos amantes, cosa que sucedió al poco rato. Primero llegó mi hermana y tras ella aparecí desabrochándome los pantalones que dejé tirados en el suelo para desnudarme totalmente y exhibir a mi hermana y a mi madre mi verga en toda su extensión.

Mi madre, escondida tras unos arbustos, quedó sorprendida con el tamaño de mi instrumento y la invadió una desazón que recorrió todo su cuerpo. No podía apartar la vista de ese aparato que se exhibía impúdico, lleno de venas colmadas de vitalidad, de un tamaño que la sobrecogió, en parte porque mi sexo es más grande que lo normal y en parte porque hacía muchos años que no veía uno. La curiosidad fue más fuerte en ella y en lugar de salir a enrostrarnos nuestro proceder siguió callada observando mi herramienta que se aprestaba a trabajar.

Claudia también se había desnudado y tirada en le hierba esperaba a su amado visitante, que no tardó en complacerla hundiéndose completamente en su lujuriosa cavidad. Después de un par de metidas y sacadas, saqué mi espada del interior de mi hermana y se la exhibí a la altura de su boca, con la evidente intención de que ella me pegara una mamada.

Mi madre se sintió poseída por una curiosidad insana ante la presencia de mi trozo de carne y lo que mi hermana le haría con su boca. No era posible que pudiera introducirse todo ese aparato en la boca, que no le cabría. Tal vez si contuviera el aliento y abriera los labios lo suficientemente como para que la cabeza del intruso llegara hasta su laringe se podría lograr, pensó.

¿Pero que estaba pensando? Se sorprendió al verse que estaba viendo las posibilidades de lograr meterse la verga de su hijo en la boca, en lugar de Claudia. No era en la boca de Claudia en la que estaba deseando introducir ese pedazo de carne palpitante sino en la suya propia. Cuando se percató del rumbo que estaban tomando sus pensamientos se sobresaltó pero le agradó la idea de continuar escondida y ver en qué terminaba esto.

Y cuando Claudia tomó mi verga y la llevó a su boca, que se abrió para recibir al visitante, no pudo evitar llevar una mano entre sus piernas, apretando a la altura de su propio sexo.

Tomé la cabeza de mi hermana y la atraje a mí, de manera de meter mi verga en su boca hasta donde fuera posible. Cuando ella se revolvió como intentando zafarse de mi aparato, comprendí que había llegado al límite de su garganta, aunque aún quedaba afuera un buen par de centímetros. Y empecé a bombear suavemente mientras mi hermana chupaba mi aparato para apurar el instante de gozo que se avecinaba.

Y cuando el momento llegó, Claudia apartó la cara y mi verga comenzó a lanzar semen sobre su pecho y estómago, en grandes cantidades, que ella distribuía con sus dedos en su piel, para finalmente llevar sus dedos empapados de mi líquido seminal a sus labios, donde los saboreó a gusto.

Mi madre había visto esto con los ojos enormemente abiertos y con su mano hundida bajo el vestido, masajeando su sexo por encima de su braga.

Después de acabar, me dediqué a chupar los senos de mi hermana y de ahí pasé a su vulva, en que introduje mi lengua hasta tocar su clítoris. Al sólo contacto, su interior estalló en una explosión de gozo y Claudia se derramó en mi boca mientras apretaba mi rostro a su vagina.

Mi madre continuaba con su masaje casi sin darse cuenta, atenta solamente a lo lujurioso de la escena que tenía ante ella e impresionada con las dimensiones de mi pedazo de carne y venas que nuevamente tomaba el tamaño que tanto le llamó la atención.

Puse a mi hermana en cuatro pies y lentamente le introduje mi espada en la vulva que aún goteaba por mi mamada anterior, para continuar con un un frenético mete y saca mientras me aferraba a sus senos y los masajeaba fuertemente. Mi hermana se movía de atrás hacia delante al compás de mis embestidas y por el deseo de tener dentro de sí el mayor pedazo de carne posible.

Ver mi verga saliendo y entrando de mi hermana que la recibía tan a gusto produjo en mi madre una excitación increíble y apartando su braga metió uno de sus dedos en su vagina y comenzó a meterlo y sacarlo hasta lograr un orgasmo al mismo tiempo nuestro.

Ya calmada, se retiró silenciosamente, sin que nos diéramos cuenta.

En la casa, recostada en su dormitorio, no lograba apartar de su mente la imagen de mi verga entrando y saliendo de la vulva de su hija y no podía dejar de imaginar que podría ser su propia vagina la invadida por tan regio visitante.

A la hora de la cena todo fue normal, por lo que Claudia y yo creímos que todo seguía sin novedades, sin sospechar que nuestra madre había sido inoculada por un virus peligroso: el virus del sexo. Y ya estaba haciendo sus propios planes conmigo.

Después de cenar, nos sentamos en la sala a ver televisión. Mi madre se arrellanó en un sillón, con las piernas subidas y apoyada en un costado, en actitud de dormitar. Mis hermanas pronto se aburrieron y fueron a dormir, por lo que quedamos solos los dos viendo la película, cada uno en cada extremo del sillón.

Mi madre se acomoda en su lado y estira una pierna, la que queda al aire mientras la otra sigue recogida. Andaba vestida con un delantal abierto por delante y la posición en que se encontraba hacía que a través de las aberturas delanteras, entre botón y botón, se vislumbraran pedazos de piel de uno de sus muslos y del estómago.

Cuando fijo la vista en su vestido me percato que también se ve un pedazo de uno de sus senos, pues anda sin sostén. La vista de estos trozos de la piel de mi madre me excitó y aunque intentaba ver la película no podía evitar volver la vista a sus piernas y a las pequeñas ventanitas de su vestido.

Mi madre se acuesta en su lado y queda de espalda, aparentando dormir, con sus dos piernas semi abiertas frenta a mí, presagiando un espectáculo lujurioso para mis ojos. Y así es, pues poco a poco sus piernas se abren y descubren toda la dimensión de sus muslos y al fondo de estos su braga que cubre en parte su sexo, mostrando algunos pelos que hacen más excitante el espectáculo.

Aún cuando pienso que ella está durmiendo y lo que muestra lo hace sin intención, no logro apartar mi vista de su braga, sus muslos, sus piernas. Y sin pensarlo mucho, llevo una de mis manos a su pierna y la recorro con suavidad hasta acercarme a la parte superior, cerca de su sexo. La dejo ahí, gozando de la tibieza y blandura de su piel.

Ella se revuelve inquieta, por lo que saco mi mano, asustado.

Saco mi verga y empiezo a masturbarme con la vista fija en la vulva escondida.

¿Te ayudo?

La voz de mi madre me sorprende, pues la creía dormida. Pero ella nunca lo estuvo y lo que había hecho era manejar la situación para llegar a este punto. La pregunta misma no daba lugar a dudas. Ella quería jugar este juego y yo tenía el instrumento que ella deseaba.

¿Me permites?

Sin esperar respuesta se apodera de mi verga y empieza una lenta masturbación, cuyo objetivo es volver a familiarizarse con ese bello objeto, después de tantos años de abstinencia. Después de un par de masajes se levanta, se arrodilla frente a mí y se mete todo mi pedazo de carne en la boca, lo que logra sin dificultades. Bueno, de algo le sirvió ver a Claudia intentarlo sin conseguirlo.

Siento que la leche me viene y tomo su cabeza con mis dos manos. Ella siente que me viene el líquido seminal y se apronta a recibirlo. Deja en la boca solamente la cabeza de mi verga y aprieta los labios sobre esta, que expele gran cantidad de semen que ella traga con cierta dificultad.

Después de esta sensacional acabada, empieza a masturbarme con suavidad y muy pronto mi aparato vuelve a adoptar las dimensiones que tenía antes de su mamada. Se quita el vestido y queda totalmente desnuda ante mí. Se recuesta de espalda en la alfombra, abre sus piernas y me hace señas para que vaya donde está, orden que no me hago repetir y me coloco entre sus piernas, con mi verga entre las manos y la introduzco en su sexo que presta cierta resistencia. Pero ella no se amilana y pone sus piernas sobre mis espaldas y aprieta mientras su vagina aprisiona mi pedazo de carne hasta lograr que entre totalmente.

"Rico, m´hijito, rico"

Bombeo sobre ella repetidamente, logrando que acabe en dos oportunidades.

"Ayyyyyyy, qué rico, qué rico"

Siento que viene mi turno y apresuro las metidas y sacada hasta que un torrente de semen inunda la caverna de mi madre, lo que la hace acabar por tercera vez.

"Huuuuuuuy, rrrrrrrricooooooo, rrrrrrrricoooooo"

Y quedamos tendidos en la alfombra, ella completamente desnuda, con mi verga aún metida en su sexo.

Ella me toma el rostro y me regala un beso lleno de pasión. Se levanta y sin decir palabra se viste y se aleja a su habitación.

Capitulo 3

Salí al jardín y me tumbé en la hierba a disfrutar de la sombra que nos daban los árboles nos proporcionaban frescor en los tórridos días de ese verano.

La tarde era particularmente calurosa y tenía un sopor tan grande que no lograba reunir fuerzas para hundirme en el agua tibia de la piscina y preferí dejarme llevar por la modorra e intentar una siesta al fresco.

En el portal de la casa estaba sentada Teresa, mi hermana mayor, leyendo una revista de espectáculos. Andaba con una polera que dejaba al descubierto su ombligo y una falda ceñida que le llegaba a la mitad de sus bien torneados muslos. Debido a la posición en que se encontraba, casi de frente a mí, sentada sobre la escala de acceso a la casa, con las piernas ligeramente separadas y levantadas, alcanzaba a vislumbrar parte de sus muslos que se insinuaban entre la semi oscuridad del interior de su falda.

Me acomodé para ver algo más, para lo cual me moví con mucho cuidado hasta lograr quedar frente a frente con mi hermana, que seguía entretenida con su lectura, por lo que supuse que no se percató de mis movimientos, aunque en un momento miró hacia el lugar en que yo estaba. Ahora mi visión alcanzaba gran parte de lo que había bajo su falda, alcanzando con mi vista hasta la parte superior de las medias que cubrían los gruesos y al parecer suaves muslos de mi hermana que se movían de tanto en tanto, aumentando por momentos mis posibilidades de ver más adentro.

Afortunadamente estaba tras unas plantas y no me era difícil disimular mi presencia, la que no percibió Claudia, mi ardiente compañera de mis tardes de sexo filial, que llegó a sentarse junto a su hermana y empezó a charlar con ella animadamente. Aunque Claudia vestía falda también, se sentó con las piernas recogidas, por lo que no era posible obtener de ella ninguna vista de sus intimidades, que por lo demás conocía muy bien.

Al acomodarse para charlar con Claudia, Teresa abrió sus piernas un poco más y ello me permitió verle todo el resto del interior de sus piernas, hasta sus bragas transparentes. Pero la visión duró poco y nuevamente la abertura entre sus piernas se estrechó, impidiéndome el espectáculo que me había dado involuntariamente por unos fugaces instantes.

Teresa dirigió una mirada hacia los arbustos donde me encontraba escondido. Aunque sus ojos se posaron brevemente en el lugar en que estaba, sentí en mí la intensidad de su mirada, lo que me dio la impresión de que me había sorprendido espiándola. Pero volvió a la charla con Claudia y pareció no prestar atención al arbusto en que estaba escondido, lo que me devolvió la confianza y continué en el mismo lugar, sin hacer ningún movimiento que me delatara, a la espera de algún descuido de mi hermana que me permitiera continuar con mi espionaje sexual.

Al cabo de un rato, mientras las hermanas continuaban charlando, me fijé que las piernas de Teresa estaban nuevamente abiertas, mostrando parte de sus piernas hasta casi el final de sus medias. No podía creer en mi suerte: no sólo no me había visto sino que volvía a regalarme el espectáculo de sus muslos blancos enfundados en esas medias blancas que los hacían ver más seductores de lo que eran.

Estaba viendo arrobado el interior de sus piernas cuando me percato que estas continúan abriéndose, poco a poco, sin pausa, mostrando a cada instante nuevos rincones entre los grandes muslos de mi hermana, hasta que quedan completamente abiertas, casi en posición de entrega. Con el esfuerzo por abrir sus piernas la falda de Teresa se le subió a la altura de su cintura, mostrando sus bragas y parte de las nalgas desnudas que su prenda íntima no alcanzaba a cubrir.

¡Mi hermana me estaba regalando la visión de sus piernas, sus muslos, sus nalgas y su sexo cubierto por su braguita!

Repuesto de la impresión, me fijo en el rostro de mi hermana y alcanzo a vislumbrar en ellos una ligera sonrisa y miradas furtivas hacia el lugar en que me encuentro escondido, mientras escucha los comentarios de su hermana, limitándose a asentir de tanto en tanto mientras mueve sus piernas como si estuviera acomodándose, pero con la clara intensión de excitarme.

Presuroso saco mi verga y empiezo a masturbarme lentamente, mientras mi vista devora cada pedazo de los muslos de Teresa, hasta quedarse en sus bragas transparentes que tapan un gran manchón negro que se vislumbra bajo la tela.

La visión del bulto entre las piernas de mi hermana, rodeado por sus medias es más de lo que puedo resistir y apresuro las caricias sobre mi trozo de carne para conseguir el orgasmo que preciso.

El diálogo entre mis hermanas continúa, sin que al parecer Claudia se percate del jueguito de Teresa. Se conversan al oído entre risitas como compartiendo un secreto.

Claudia se levanta, apoyando su mano en el muslo de teresa para afirmarse, le da un largo beso en la mejilla y entra a la casa, al parecer sin percatarse de los movimientos de su hermana, dejando a Teresa sola, con sus piernas completamente abiertas, mientras retoma su revista como si quisiera continuar la lectura. Al cabo de un rato una de sus manos se dirige al bulto que hay al final de sus piernas y empieza a acariciarlo lentamente.

No puedo creer mi fortuna.

Siento que estoy por acabar ante la vista de la mano de Teresa acariciando su sexo y acelero el movimiento de mi mano. Y en ese instante, cuando estoy por eyacular, me doy cuenta que mi hermana me está mirando directamente, con una sonrisa en los labios, mientras continúa el masaje del bulto que oculta su diminuta braguita transparente . Esto es demasiado para mi ardiente carácter y termino de masturbarme sin control, con la vista fija en el rostro de mi hermana, que continúa sonriendo.

El semen salta a borbotones, sin recato. Me levanto a medias para que Teresa pueda ver el resultado de su juego y dejo a su vista mi verga latiendo y expeliendo los últimos jugos. Con este gesto doy por superada cualquier traba que pudiera dificultar un acercamiento entre ambos y aprovecho de mostrar mis atributos a mi hermanita por si se interesa en usar de mis servicios sexuales.

Ella cierra las piernas, se levanta y entra a la casa, no sin antes mirar con una gran sonrisa hacia donde estoy vaciando mi herramienta que continúa con sus últimos estertores.

 

Después de algunos minutos entro a la casa y me encuentro a Teresa saliendo del baño, con el pelo aún mojado y enfundada en una toalla que la cubre desde el pecho hasta la parte superior de sus muslos.

La empujo al interior del baño pidiéndole que guarde silencio, a lo que ella accede sin replicar. Ya dentro, cierro la puerta tras mío, la abrazo y le prodigo un beso apasionado hundiendo mi lengua en su boca mientras tomo la toalla que la cubre y la tiro al suelo.

Y ahí está mi hermana, completamente desnuda frente a mí, mirándome en silencio y esperando lo que haga a continuación.

No la hago esperar y me hundo entre sus senos, que beso alternadamente, pasando mi lengua por sus pezones que se ponen duros por la excitación que su dueña tiene. Y mientras beso y chupo sus grandes senos, una de mis manos se pone sobre su vulva, aprisionando su mata de pelo con mi palma que se curva sobre el monte de venus.

Teresa se deja hacer y hecha su cabeza atrás entre suspiros mientras toma mi cabeza y la aprieta a su pecho.

"Mmmhmm, huuuy"

Me desnudo rápidamente y me siento en la taza del baño previamente tapada, con mi verga orgullosamente al aire. Le hago señas y ella se acerca y se sienta sobre mi herramienta mientras me abraza y me cubre de besos.

El pedazo de carne se hunde en su interior hasta desaparecer entre los pelos de su sexo, mientras sus senos se apegan a mi pecho y su pelo cubre mi rostro entre suspiros y besos con lengua.

Tomo sus nalgas entre mis manos y las subo y bajo mientras mi instrumento entra y sale del interior de mi hermana, que empieza a acelerar el ritmo hasta convertirse en un vertiginoso sube y baja que termina de pronto con mi hermana dando apagados gritos en mi oído mientras se hunde mi instrumento totalmente en su vulva, sin que queda nada fuera de esta.

"Más, dame más. Más, más"

Acaba en silencio, en medio de apasionados besos y con nuestros pechos sudorosos unidos en un fuerte abrazo.

Viendo que yo aún no tengo mi orgasmo, se levanta y se hecha hacia atrás de manera de quedar de rodilla frente a mí y con mi verga a la altura de su rostro, la toma y se la traga completamente, para después empezar un sube y baja sobre mi instrumento que en pocos segundos logra el ansiado clímax, en medio de un borbotón de semen que la pilla sorprendida y le cae en el rostro y entre los senos.

Mientras me visto, ella vuelve a cubrirse con la toalla y después de verificar que nadie la pueda ver, sale en silencio y me lanza una sonrisa de complicidad antes de cerrar la puerta, similar a aquella que me diera en la puerta de la casa.

A estas alturas me he enredado con las tres mujeres de la casa y no sé que cosa me depara el destino. Lo mejor será dejar que las cosas sucedan naturalmente. Total, mañana es otro día.

Por Salvador

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