martes, 8 de febrero de 2022

La alegría de ser madre


Después de una ducha refrescante en esa noche bochornosa del mes de enero y absorta en los pensamientos en que la soledad la ayudaba a sumirse, se sentó al borde de la cama y luego de terminar de secarse, comenzó a aplicarse esa crema humectante y revitalizadora que tanto bien le causaba a su piel, que a los treinta y ocho años aun se conservaba lozana pero ya no con la elasticidad de la juventud y en cierta partes había plieguecitos que estaba empeñada en eliminar o por lo menos demorar en su progreso.

El análisis que efectuaba cotidianamente sobre los sucesos que en los últimos cinco años modificaran la vida de toda la familia, la mortificaban por injustos, si bien no para su marido pero sí para ella y su hijo, ya que si él merecía los años de cárcel a que lo condenaran por manejar borracho y atropellar a un ciclista, ellos habían tenido que hacerse cargo de las costas judiciales y, acostumbrados a una vida de holgura, tuvieron la suerte de conservar la casa pero ella y el muchacho debieron buscar trabajo de lo que pudieran para sobrevivir.


Julia no tenía ninguna experiencia laboral y gracias a su apariencia de mujer honesta, había conseguido trabajo por horas en casas de familia donde, a favor de su eficiencia y la obligada admisión de la situación familiar que no podía evadir al momento de dar referencias, la habían ido recomendando de boca en boca y en los casi cinco años que llevaba en eso, ya se había acostumbrado al trabajo y el buen pago de sus patronos les permitía mantenerse con relativa tranquilidad, especialmente desde que Víctor consiguiera trabajo de cadete una vez terminado el secundario.

Mientras sobaba concienzudamente sus senos con la crema evanescente, recapituló con amargura los veinte años de matrimonio en los que ella fuera una verdadera privilegiada por su relación con Marcial, ya que aparte de ser un buen marido y mejor padre, había resultado ser una especie de semental en la cama y, a pesar de que ella antes de su noviazgo conociera íntimamente a otros hombres, sus técnicas sexuales y lo bien dotado que estaba le habían proporcionado quince años de un disfrute inigualable.
Inconscientemente y merced a esos pensamientos y las imágenes que se sucedían en su mente con vívida claridad, los dedos ya no se conformaban con estirar la crema sobre la piel sino que se concentraban en rascar las aureolas y restregar entre ellos los largos pezones en la prosecución de un círculo vicioso en el que la mente estimulaba al cuerpo y este la retroalimentaba con la renovación de las caricias; mordiéndose los labios por el goce y sabiendo que aquello iniciaría una de esas largas noches en que se estimularía hasta el desenfreno para obtener esos cada vez más violentos y caudalosos orgasmos que la larga abstinencia multiplicaba, dejó que lo otra mano escurriera hacia la entrepierna para buscar la excrecencia del postergado clítoris.

Con las piernas abiertas y la boca abierta en un sordo ronquido de angustia, se dejó ir hacia adelante y pronto los dedos retorcían implacables los pezones al tiempo que los otros escarbaban exigentes en la fruncida abundancia de los labios menores de la concha; como si fuera autista, comenzó un vaivén adelante y atrás al tiempo que se alentaba sí misma con ahogados gemidos hasta que la histérica necesidad la llevó a dejarse caer de espaldas sobre el lecho y retrepando por él, se acomodó en el centro.

Esa prometía ser una de las tantas noches de masturbación con que se regalaba más a menudo a causa de sus necesidades cada vez más imperiosas y a las cuales no deseaba saciar buscando alguien que la satisficiera; ya inmersa en la masturbación y con las imágenes de Marcial alimentando su incontinencia, se dedicó a sobar con meticulosidad las consistentes tetas, palpando la carne que cedía a sus dedos con gelatinosa morbidez, escarbando en esa arruga que su peso formaba sobre el abdomen y que irritaba el corpiño pero que ante las yemas adquiría calidad de excitante picor.

Era increíble como esa molestia que se acentuaba en elverano, se convertía en una zona erógena tan sensible como los pezones o el mismo clítoris y con la boca abierta en un leve jadeo, se esmeró con los dedos en estimularlas hasta que ya sin poderse controlar, llevó los dedos a apretar entre ellos la granulada superficie de las aureolas; con las piernas abiertas y los pies asentados firmemente en la cama, alzaba el cuerpo sostenido sólo por sus hombros y cabeza en una instintiva cogida y asiendo entre los dedos uno de los pezones para comenzar a retorcerlo con avieso placer, envió decididamente la otra mano no sólo a restregar las húmedas carnes de la concha sino que dos de ellos se internaron perentorios en la vagina provocando el murmullo de su gratificada aquiescencia

Ya metida de lleno en la masturbación y deseosa de obtener una primera eyaculación para luego dedicarse con moroso placer a un segundo sexo manual que la llevaría al final y espectacular orgasmo como los que conseguía obtener de esa manera desde hacía más de tres años, combinó los movimientos de ambas manos y en tanto una estimulaba la parte externa del sexo, desde la mismas ingles hasta la comba saliente de la vulva, la otra exploraba en su interior, relevando las fruncidas carnosidades de los labios menores, verificando la sensibilidad del agujerito de la uretra o simplemente escarbando debajo de la capucha dérmica para estimular la puntita del clítoris

Por los tirones que voraces lobos daban a sus músculos como si quisieran separarlos de los huesos para arrastrarlos al caldero hirviente que eran sus entrañas, sabía que si se esmeraba, alcanzaría pronto ese primer alivio y dándose vuelta para quedar arrodillada boca abajo, aplastó el cuerpo contra las sábanas y sostenida sólo por su cabeza y hombros, con la cara de lado y en tanto restregaba fieramente las tetas contra la tela, condujo una mano hacia la entrepierna para buscar la vagina y hundiendo en ella tres dedos, se masturbó reciamente; el deseo era acuciante y ya sin control de sí misma, acrecentó el ritmo de la mano en el sexo para después enviar la otra hacia su espalda y superando las nalgas, buscó en la hendidura con el dedo mayor el agujero anal para ir introduciéndolo lentamente hasta que los nudillos le impidieron ir más allá.

Entonces sí, separando cuanto podía las rodillas para alcanzar mejor a culo y concha, meneando locamente la pelvis arriba y abajo, se masturbó largamente, acompañando la revolución que experimentaba en sus entrañas con ayes, gemidos y bramidos de placer y cuando ya experimentaba la aproximación de la marea líquida en que estallaría su sexo, sintió como dos manos la aferraban por las caderas y una verga poderosa suplantaba a sus dedos en ruda penetración.

La sorpresa, el espanto y la certeza de que era su hijo quien la estaba sometiendo, la inmovilizaron y crispada como no lo estuviera nunca, se maldijo por su ceguera al no ver el constante crecimiento del muchacho que ya a los dieciocho años era un hombre hecho y derecho, permitiéndose el desahogo sexual que se procuraba a sí misma con la misma desaprensión que si viviera sola; recién caía en la cuenta que desde que su marido cayera preso, ella exhibía la contundencia de sus formas en ese cuerpo todavía ágil y delgado como si el muchachito no existiera y deambulaba de cuarto en cuarto sólo vestida con ropa interior o utilizando como prácticos camisones a largas camisetas debajo de las cuales solía no usar nada,

Muerta de rabia y vergüenza, iba a increpar a Víctor cuando el transito de la verga en la vagina le hizo ver que ya era tarde para evitar la penetración y por otra parte, ese viejo y exquisito placer del que no disfrutaba hacía ya más de tres años, volvía a instalarse en ella con una contundencia que la hacía ignorar quien era el que la sometía y sollozando en medio de ahogados jadeos, con voz quebrada por la emoción y el deseo, sólo le pidió a su hijo que no la lastimara.

No obstante la contracción nerviosa que sumía a su estómago y órganos con aleatorias y espasmódicas convulsiones, el ciclo de la eyaculación no se había interrumpido y retornando a los corcovos en que sacudía el cuerpo todo, tuvo la satisfacción de sentir al falo restregando sin piedad los músculos agarrotados, resbalando en la alfombra de mucosas lubricantes que tendía el alivio del útero y entre los sonoros chasquidos de los sexos estrellándose, proclamó a los gritos el estallido de la eyaculación.
Víctor parecía estar contento por la aquiescente actitud de su madre y fascinado por ese cuerpo al que conocía de memoria y deseaba desde que era tan sólo un niño, espiándola dentro del bañó por estratégicos agujeritos que practicara en el bisel de los tableros de la puerta o por la noches en que por el ojo de la cerradura era afiebrado testigo de sus frenéticas masturbaciones; ahora, sentía toda la rígida fortaleza de su verga socavándola y el calor de la estrecha vagina lo convencía de la fidelidad de Julia hacia su padre, pero no era momento de pensar en él sino en lo que disfrutarían de ese momento en adelante de permitirle su madre poseerla cómo el quería hacerlo.

Entusiasmado por esa secreción uterina que le permitiría aprovechar esos momentos de lasitud en que él sabía ella caía después de acabar, se inclinó sobre la mujer que se sacudía temblorosa y asiendo las poderosas tetas que se columpiaban al compás de sus rempujones, fue amainando en estos a la vez que se regodeaba sobando la exquisita piel y buscando con las yemas las codiciadas aureolas que rascó sin misericordia en medio de jubilosas exclamaciones de Julia y encerró entre sus pulgares e índices los largos pezones para someterlos a inacabables retorcimientos.

Eso y el lerdo hamacarse de su hijo que hacía a la verga recorrer perezosa la vagina que ahora se adaptaba a su forma para disfrutarla plenamente luego de tanta abstinencia no querida, completaron el período de la eyaculación que generaran sus manos y sintiéndose ir a través de los jugos vaginales, tuvo una reacción tan espontánea como desesperada y saliendo forzadamente de entre sus brazos, se dio vuelta para encarar al estupefacto muchacho al abalanzarse adonde la verga se erguía enhiesta y chorreante de sus jugos, para ceñirla con la tenaza de índice y pulgar que después fue recorriéndola hacia la testa, empujando hacia ella la espesa y olorosa capa de mucosas mientras rodeaba con toda la boca al glande y degustaba la acumulación de caldos uterinos que se hizo abundante con el arribo de los dedos y lambeteándola furiosamente, lo despojó de cualquier excedente.

Ya la pasión contenida por tanto tiempo la excedía y avasallaba cualquier prurito de moral, recato y decencia que pudiera haberle provocado la actitud del muchacho y por otra parte ya era tarde para lágrimas toda vez que la verga de su hijo la había penetrado sin consideración alguna, dándole un goce que la hacía dudar si su propio marido lo hubiera conseguido; de cualquier manera, lo hecho, hecho estaba, y decidida a seguir adelante con aquello que cualquier mujer hubiera considerado una monstruosidad pero que a ella se le antojaba exquisitamente placentero, sometiendo a la inflamada testa con un movimiento envolvente de los dedos, fue descendiendo por el tronco entre lengüetazos y chupones y al llegar al arrugado escroto casi desprovisto de vello, encontrándolo mojado por el golpeteo anterior contra su sexo, fue succionándolo con avidez de naufrago.

Un nuevo picor que la acuciaba en lo profundo de sus entrañas la hizo mantener un suave movimiento masturbatorio de los dedos pero su boca subió apremiante por sobre los musculosos abdominales del muchacho hasta tropezar con los pectorales donde se ensañó en las tetillas y golosa como una adolescente, sojuzgó la boca de su hijo; jamás había cruzado por su mente ni la mínima referencia a ese respecto pero la bien delineada boca del muchacho de labios gruesos y fuertes la tentaba hasta la locura y dejándose llevar por la semi penumbra del cuarto, imaginó que era Marcial a quien besaba.

Hundiendo los dedos bajo la melena del muchacho, presionó su cabeza y casi enfurecida, inició una batalla de lengua y labios que Víctor no tardó en aceptar y al tiempo que sentía sus manos aprisionando las tetas para someterlas a agradabilísimos estrujamientos, condujo con la otra mano la verga que masturbaba a tomar contacto con su entrepierna y aplastándose contra el muchacho, fue descendiendo morosa para ir penetrándose con el falo; plenamente consciente, era glorioso sentir el paso de esa verga que debía de enorgullecer a su hijo y mientras alternaba chupones y lengüeteos con sucias referencias a si le gustaba cogérsela tanto como ella a él, fue haciéndole recostar el torso y en esa posición, reacomodó las piernas para quedar acuclillada.

Asiéndolo de las manos para conservar el equilibrio y casi con reluctancia, fue levantando el cuerpo hasta que la verga casi escapó de la concha para luego ir descendiendo con la misma lentitud; experimentando una sensibilidad que ya creía definitivamente perdida, el tránsito del falo se convertía en exquisito y más aun cuando comenzó a menear la pelvis de distintas maneras, adelante y atrás, arriba y abajo, de lado o rotando, para sentirlo raspando en regiones ávidas e ignaras de disfrute alguno.

Semejantes esfuerzo terminó por agotarla y morigerando los movimientos, continuó por unos minutos con el acople hasta que finalmente se dejó caer hacia atrás y alzando las piernas encogidas por los muslos con sus manos, le suplicó a Víctor que se la mamara; viendo cómo su sueño se cumplía y con creces, perdido ya el miedo a una violenta negativa de su madre que se le ofrecía desprejuiciadamente, como si el hecho de mantener una relación edípica con ella fuera lo habitual y corriente, Víctor decidió llegar hasta dónde Julia se lo permitiera y más aun, si era posible; acostándose frente al triángulo virtuoso de la entrepierna, aspiró con fruición aquellos aromas que imaginara siempre y comprobó la peculiar manera en que su madre demostraba la fidelidad a Marcial, por el descuido casi grosero de su mata púbica que el viera ir creciendo durante estos años desde la rasuración total hasta las actuales verdaderas greñas con que el vello se enrulaba salvaje.

Fascinado por el conjunto, imaginó su boca degustando los sabores que semejante pelambre acumularía pero también la acidez que le proporcionaría el haz oscuramente rosáceo del culo; posando sus manos en los glúteos que lo asombraron por su firmeza, forzó a la mujer a levantar aun más la grupa y separando con los pulgares los cantos de las nalgas, envió la punta tremolante de la lengua a escarbar sobre el mínimo pulsar del culo.

Sabiendo cuanto disfrutaba Julia con esas mínimas sodomías de un solo dedo, saboreó la mezcla de lo que ella misma extrajera de la tripa con restos de jugos vaginales que escurrieran hacia atrás y esta le parecía tan excelsa que puso la lengua a tremolar con exigente urgencia al tiempo que presionaba con la punta sobre el centro de la oscura depresión; liberada ya de pudor alguno, su madre llenaba el aire del cuarto con sus eufóricos asentimientos y anticipándose a su deseo, hundió tres dedos en la maraña pilosa del pubis para estimular en morosos círculos al inflamado clítoris.

Su voyeurismo de años lo había convertido en un experto teórico y practicándolo con las muchachas con quienes conseguía acostarse para llevarlas a un nuevo mundo de asombro sexual, tenía a los dieciocho años, la pericia necesaria como para satisfacer a una mujer adulta y ducha en esos menesteres como lo era su madre; una vez conseguido su objetivo de penetrar los esfínteres, aventuró la lengua un par de centímetros con lo que Julia envió su dedo mayor a lo largo de los festoneados labios menores hasta casi introducirse en la vagina para luego subir morosamente hacia el clítoris desde donde, después de excitarlo brevemente, reanudaba el agradabilísimo periplo del dedo.

Las soeces frases entrecortadas con las que la mujer lo calificaba, descalificándose a sí misma como madre virtuosa y la insistencia para que la hiciera feliz después de tanta abstinencia pero con las palabras más groseras que jamás él le escuchara, lo indujeron a poner sus labios como una ventosa sobre todo el culo y chupándolo tan intensamente como cuando provocaba oscuros hematomas a las chicas en íntimas regiones que sólo ellas verían, hizo que Julia incrementara la fortaleza con que se masturbaba y complaciendo la angustia que necesariamente debería sentir, tras degustar las pálidas mucosas intestinales fue añadiendo a los labios la presencia de la punta de un pulgar al que fue introduciendo al recto en medio de festivos grititos de su madre.

Cuando todo el gran dedo gordo estuvo dentro, inició una mínima pero intensa sodomía y atento a los histéricos pedidos de la mujer, llevó la lengua a ascender hasta la boca alienígena de la vagina que saturaban fluidos internos a los que enjugó brevemente con la punta y más tarde, gracias a que ella misma mantenía separados los labios mayores con índice y mayor, se permitió acceder al fantástico interior de la vulva donde los labios menores formaban una especie de puntilla fruncida que ocultaba totalmente el hueco del óvalo; deslumbrado por aquello que entreviera de lejos, no daba crédito a esa profusión y poniendo a trabajar conjuntamente a labios y lengua, fue lamiéndolos y chupando alternativamente a todo lo largo del sexo en medio de los asentimientos furibundos de su madre que le exigía aun más.

Julia estaba totalmente sacada, imaginando en su obnubilación que era su marido quien la estaba sometiendo de manera tan entusiasta y poniendo sus manos por detrás de las rodillas, encogió las piernas hasta el mismo sufrimiento para entonces hamacarse y ofrecer generosamente a la boca del hombre toda su dilatada zona erógena; apartando con sus dedos la maravilla de los frunces, Víctor recorrió curioso el profundo óvalo para luego de hurgar en el agujero de la uretra, subir a la búsqueda de esa puntita rosada que se proyectaba a través de una membrana traslúcida, excediendo al capuchón que lo protegía.

Desde que practicaba el sexo oral a las mujeres, siempre su ilusión había sido que aquellas conchas pertenecían a su madre y ahora tenía la recompensa anhelada entre sus labios; después de fustigar reciamente la punta aguda como el miembro de un gato y aplastarla contra los dientes provocando en Julia exageradas exclamaciones de contento, envolvió al ahora crecido clítoris entre los labios para someterlo a cortos e intensísimos chupones mientras con dos dedos superaba el vestíbulo de la vagina para encorvarlos y con ellos rastrear la cara anterior a la búsqueda del punto G que en su madre se manifestaba como una abultada media nuez.

Exaltada hasta la desesperación, Julia se mesaba los cabellos con la cabeza echada hacia atrás o martirizaba sus tetas con sañudos apretujones al tiempo que entre quejumbrosas palabras de pasión le pedía que la socavara más y más; sumando los dientes al trabajo de los labios, agregó otro dedo más a la vagina para darle un movimiento semicircular a la muñeca con lo que las uñas raspaban casi todo el canal de parto y movido por el vigor con que la mujer corcoveaba como buscando sentir mejor la bestial masturbación, subió con la boca más allá de la olorosa mata de vello y. sin dejar de penetrarla con los dedos, alcanzó la comba pronunciada de las tetas para treparla impetuoso, alojando la boca sobre un pezón al que comenzó a mamar con la misma hambruna de cuando era un bebé.

Radiante por el comportamiento de su hijo y en tanto lo alentaba a más, Julia extendió una mano y buscando a tientas la verga colgante entre sus piernas, la apresó entre los dedos para incrementar su incipiente erección; Víctor se afanaba con la boca en los pezones y los dedos en la vagina hasta que, una vez conseguido su propósito de endurecerlo, su madre condujo la pija hacia la dilatada vagina y desplazando prepotente a los dedos por el simple acto de introducir al glande, proyectó la pelvis para que el miembro la penetrara por entero; como si obedecieran a un ensayado ballet, él colocó ambas manos sobre la cama a cada lado del cuerpo de la mujer y esta, una vez que Víctor estiró las piernas para conseguir mejor envión, envolvió los muslos del muchacho con las suyas y haciendo presión con los talones, se impulsó para cogerse a sí misma.

Sintiendo que verdaderamente la punta de la verga golpeaba el fondo de la vagina y como si estuviera haciendo flexiones, Víctor comenzó un lento hamacarse que complació a su madre tanto, que se abrazó desesperadamente a su cuello mientras arqueaba todo el cuerpo en una primitiva cogida que practicaron con tal entusiasmo que a los pocos minutos se detenían jadeantes pero aun tan excitados como si aquello fuera el comienzo del acople; tomando la iniciativa, Julia fue ladeando el cuerpo y encogiendo la pierna izquierda, la separó del cuerpo para pedirle al muchacho que volviera a penetrarla en esa posición.

El sabía que esa postura marcaría el inicio de algo definitivo y que su madre seguramente hacía un sacrificio al ofrecerse tan abiertamente a que la culeara; embocando la verga en la concha que quedaba totalmente desguarnecida, fue penetrándola hasta que su pelvis se estrelló chasqueante contra las mojadas carnes y levantando una pierna para apoyar firmemente el pie sobre la cama, se dio impulso incrementando el vaivén de su cuerpo haciéndolo tremendo, con lo que, a cada rempujón, la mujer expresaba su contento con un angustioso sí que el sufrimiento enronquecía.

También Víctor estaba exhausto, pero deseoso de cumplir cabalmente con su papel de semental, le pidió a la mujer que se arrodillara y esta, sabiendo lo que aquello presagiaba, se apresuró a colocarse boca abajo y con las piernas separadas formando un triángulo perfecto, se apoyó en las manos para, con los brazos flexionados, esperar anhelante la embestida de su hijo, quien, acercando el cuerpo a una distancia que le permitiera moverse cómodamente, mojó el glande en la jugosa boca vaginal para luego apoyarlo sobre el culo y empujar; aun antes del matrimonio, Marcial la había sometido a sus primeras culeadas y aunque a lo largo de todos esos años habían practicado con diversa frecuencia e intensidad el sexo anal y hasta ella lo rememoraba como culminación de sus masturbaciones, no terminaba de asimilar el sufrimiento inaugural que experimentaba con la penetración de un verdadero falo.

Ya no era su marido quien la sometería a ese martirio inicial, sino aquel hijo que engendrara sexualmente con él y que portara durante nueve meses en su panza, dándolo a luz a través de esa misma vagina en la que Víctor la satisficiera tanto; asumiendo lo irónicamente antinatural y perverso del hecho, se estremeció cuando la testa ovalada comenzó a dilatar los esfínteres y junto al agudo chillido dolorido de su garganta que se convirtió en franco llanto al ingreso del grueso tronco, sacudió impacientemente la cabeza de lado a lado hasta que, tras el choque violento de sus nalgas contra la pelvis del muchacho, este comenzó a retirar lentamente la verga y ese movimiento realizó la magia de convertir lo espantoso en sublime.

Julia sabía de sus reacciones ante una buena culeada y aquella, a juzgar por el tamaño de la verga, prometía hacerla perder la cabeza y, efectivamente, cuando Víctor la aferró por las caderas para dar a su cuerpo un arco perfecto que le permitiera la penetración al culo de un solo golpe, ella creyó enloquecer de dicha y bramando como una bestia herida, mientras sentía al maravilloso falo socavándola en medio de los líquidos chasquidos de las carnes golpeándose, flexionó sus brazos para dar al cuerpo el balanceo justo y hacer de cada embate una dichosa tortura.

Los sollozos y la risa se alternaban en su aliento al muchacho para que la hiciera acabar de esa manera pero aquel, sintiendo en sus riñones el reclamo de la eyaculación, aceleró frenético la culeada y cuando ella gritaba su alegría por el advenimiento del orgasmo, se retiró del culo para hacerla dar vuelta bruscamente y masturbándose vehemente con la mano, descargó en su cara y boca los chorros espasmódicos del esperma; sujeta de la cabeza por una mano de su hijo, trasegó con fruición el delicioso sabor almendrado del semen al tiempo que su mente perversa se regocijaba por los más de tres años en que su marido todavía permanecería en prisión.

Por Barquito

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