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viernes, 13 de noviembre de 2020

Tocata y Fuga


A mis 40 años, mi familia la componían una preciosa hija de 16 y un marido de 42. Éste no había desarrollado ninguna habilidad por el trabajo, es decir, no sabía hacer nada que pudiera considerarse como tal. Así que muy pronto, más o menos cuando nos casamos él sacó la conclusión de que en la vida hay cosas más importantes que trabajar, y desde luego, nunca le conocí ninguna actividad remunerada. Así que yo, como muchas mujeres en Perú, era quien se ocupaba de todo: conseguir dinero, ocuparme de la casa, sacar adelante a la familia. La hostelería y la relación con los turistas siempre se me dio bien. Así que fui progresando hasta empezar a trabajar en un pequeño hotel, en el pequeño pero encantador pueblecito de Máncora. 

La dueña, una limeña, se lo había comprado dos años antes a su anterior propietario, que se había arruinado tontamente. Me contrató porque en Máncora tampoco hay tantas personas para elegir y porque yo trabajaba en un hotelito cercano y tenía experiencia. Al principio trabajaba en la limpieza del hotel y las habitaciones, pero en poco tiempo la dueña me convenció para que me hiciera cargo de toda la limpieza del hotel y del personal encargado de ella. Después también me hice cargo del pequeño restaurante, y por último, también de la recepción. Cuando doña Alicia confió plenamente en mi honradez y entendió que me podía hacer cargo de todo, empezó a ir y venir a Lima. Cada vez pasaba más tiempo en Lima y menos en el hotel. Entonces me hizo una oferta que no pude rechazar: me subía el sueldo casi al doble y nos proporcionaba una pequeña parte del hotel que podíamos convertir en nuestra casa (con lo que mi marido, mi hija y yo nos ahorrábamos el alquiler de la vivienda que ocupábamos) . Era un buen trato para ambas: el hotel daba más que suficiente para pagar mi sueldo y generaba unos beneficios muy interesantes para Doña Alicia.


La verdad, yo trabajaba todo el día y toda mi vida era el hotel. No tenía vacaciones de ningún tipo y mis jornadas pasaban de las 16 horas diarias. Pero me gustaba mi trabajo. Me gustaba ver como el pequeño hotel iba subiendo poco a poco, y ya conseguíamos tenerlo siempre completo. El restaurante también iba muy bien. En pocos meses, conseguimos aparecer recomendados en varias guías de viaje internacionales muy prestigiosas.

Mi marido era, y seguramente lo seguirá siendo, un pendejo y un vago. Yo me mataba a trabajar, pero él no hacía nada. Su vida consistía en levantarse tarde, jugar sus partidas en el bar, y buscar ostras, aunque nunca vi ninguna. El guapo chico moreno que me enamoró y me encandiló con sus ademanes refinados y con su palabrería fácil, se había convertido en un todavía guapo vago que debía considerar que el trabajo, y cualquier cosa que se hiciera por obligación (la educación de una hija, la limpieza de nuestra zona del hotel, la preparación de la comida, traer dinero a casa) eran obligaciones exclusivamente femeninas. Quitando ese detalle marital, mi vida funcionaba bien: yo estaba ilusionada, no nos faltaba dinero, tenía un marido guapo, aunque vago, y una hija de 14 años guapísima, trabajadora, obediente y buena estudiante.

Conseguí convencer a la señora para que ampliáramos un poco el hotel. No sería caro. Podíamos arreglar una vieja casona que utilizábamos como trastero, como almacén de cosas inútiles, y convertirlo en 6 habitaciones más. Había hablado ya con unos albañiles que podían ocuparse de los trabajos, y que nos permitirían pagarles a plazos. Podíamos comprar muebles viejos y restaurarlos. Y todo, se podría pagar de los beneficios que daba el hotel, sin que la señora tuviera que invertir o adelantar ni un solo sol.

Se presentó en el hotel una mañana, como solía hacer siempre a final de mes, para recoger los beneficios y para que le contara los detalles. Normalmente, llegaba temprano, daba cuatro órdenes estúpidas al personal (órdenes que después yo debía corregir), como para que no se olvidaran de quien era la dueña, y se iba por la noche. Pero en esa ocasión se quedó tres días. Yo pensé que era porque mi proyecto de ampliación y las obras habían conseguido ilusionarla. A partir de entonces, en cada viaje se quedaba dos o tres días, incluso después de que la obra acabara y consiguiéramos llenar también de forma habitual las nuevas habitaciones.

Una tarde, quise buscarla para contarle como podríamos ampliar el restaurante. Subí a su habitación y toqué ligeramente en su puerta. Nadie respondía. Probé a abrirla, y vi que no estaba cerrada con llave. Abrí solo con la intención de echar el pestillo y cerrar la habitación, para evitar que nadie pudiera entrar, pero oí ruido en el interior. Entré con cuidado para ver que pasaba, y lo que ví me sorprendió: mi marido estaba en la cama con Doña Alicia

Me quedé con la puerta entreabierta, mirando lo que ocurría en la mejor habitación del hotel. Alicia estaba tumbada en la cama, desnuda, con las piernas abiertas, y mi marido, también desnudo, le comía todo

Él tenía su miembro completamente tieso, enorme, dispuesto a perforarla en cualquier momento. Se lo comía con auténtica dedicación, con gula, sin apenas respirar

Ella sujetaba la cabeza de mi marido, apretándola contra su vagina, con los ojos cerrados y la boca abierta, disfrutando cada lengüetazo que mi marido daba. Yo, como una tonta, miraba desde la puerta, asombrada, sin saber muy bien que hacer. Yo era consciente de que no podía montar ninguna escena, porque toda la estabilidad y prosperidad de mi vida dependía de aquella mujer. Si me despedía, me veía en la calle, con las escasas posibilidades de encontrar trabajo que ofrece un pequeño pueblo como Máncora. Con una hija de 16 años, y un marido vago, no podía arriesgar mi prosperidad. Pero es que esa mujer tenía su vagina en la boca de mi marido, así que no podía marcharme sin más. Así que allí estaba yo, debatiéndome entre tolerar aquella situación y garantizar mi bienestar o saltar sobre aquel desgraciado y molerle a palos.

 

De repente Doña Alicia, abrió los ojos y me miró. Me vio allí, junto al quicio de la puerta, y me miró sonriente, mientras mi marido, que no se daba cuenta de nada, continuaba con su faena. Después de un rato mirándome, mi hizo una seña con la mano, para que me uniera a ellos

-Fíjate, no me lo imaginaba –dije yo cínicamente, que ya había acertado dos de dos -¿Y qué hiciste tú?

-Yo miré a la puerta, pensando en salir corriendo. Entonces ella, adivinando mis pensamientos, dijo: "si te vas ahora, puedes recoger tus cosas y largarte de aquí". En ese momento mi marido se volvió y me miró, haciendo un leve e hipócrita gesto con los hombros, como diciendo "no he podido hacer otra cosa que lo que me pedía". Fui hacia ellos. Le aparté del sexo de Alicia, me arrodillé y mi cara quedó a tan solo diez escasos centímetros de sus labios vaginales. Mi marido entonces arrimó su pene a la boca de Alicia, que se la metió entera y la engulló sin más contemplaciones, con absoluta dedicación. Yo podía elegir entre el espectáculo nada agradable para mi de ver la polla de mi marido entrando y saliendo de la boca de la puta de mi jefa o hundirme en su sexo y olvidarme de lo que estaba haciendo. Y...bueno...elegí lo segundo. Nunca hasta ese momento había estado con otra mujer, ni siquiera había pensado en la posibilidad de hacerlo. Pero empecé a comerme ese coño con pasión, como el hambriento que debora una fruta fresca, sin pensar en lo que hacía. Sólo quería mirar a otro lado, para evitar la mamada que le estaban propinando a mi estúpido marido.

Fue ella la primera en correrse, de forma sonora, sin importarle para nada nuestros huéspedes. A continuación, solo unos segundos después se derramó mi esposo en su boca

Después, Alicia me quitó la ropa y se colocó debajo de mi en la postura que llaman del 69 y empezó a comérmelo. Mi marido, mientras, nos miraba y se tocaba su pene morcillón, todavía manchado de semen. Alicia me lamía completamente, metiendo incluso varios dedos en mi vagina. Al cabo de un rato metiendo y sacando sus dedos y comiéndome el clítoris, yo ya estaba tan excitada que también tuve mi orgasmo, en una mezcla extraña de excitación, rabia y humillación.

A partir de ese momento empezó a venir a Máncora más a menudo. Se apropió totalmente de mi marido, que ya no hacía el amor conmigo: siempre estaba Alicia delante. Cada vez que venía, se quedaba dos o tres días, en los que follaba, comía, bebía y descansaba. Dejó de importarle en absoluto la marcha del hotel, que por cierto, cada vez funcionaba mejor. Así, formando un triángulo de sexo en el que yo jugaba un papel casi secundario, transcurrieron dos meses, hasta que ella quiso más...

Era noviembre, y me llamó para que subiera a su habitación. Imaginé que querría hacer algo conmigo a solas, así que subí sin ropa interior. De esa forma no perdíamos tiempo: me subía la falda y podía hacerme lo que ella quisiera en mi sexo, sin necesidad de desnudarme. Así, podía incorporarme cuanto antes a mis obligaciones en el hotel. Me acerqué hasta la ventana, me arrodillé, subí su falda, aparté sus braguitas y empecé a comérselo, sin necesidad de cruzar ni una sola palabra. Pero a pesar de que ella apretó mi cabeza contra su sexo, ella no dejaba de mirar por la ventana. Me levanté, llevada por la curiosidad, y seguí besándola y acariciándola con la mano. "¿Qué edad tiene tu hija?" me preguntó. "Dieciséis", contesté yo.

Miré por la ventana y allí estaba mi niña, en la piscina, en bikini. Es toda una mujercita. Tiene el pecho muy desarrollado. Es delgada, morena, con unos ojos preciosos, y una mirada penetrante. Es pequeña de estatura, 1,50 nada más, pero es una chiquilla cariñosa, fogosa y ardiente.

-Un día tienes que subir a mi habitación con ella. Lo pasaríamos muy bien las tres

-Es muy joven, Alicia- le dije yo -por favor, no meta a la niña en esto. Yo hago todo lo que usted quiera, pero por favor, no la meta en esto. Ya nos tiene a mi marido y a mi.

-Sube con ella mañana, y aprovecha esta tarde para enseñarle cuatro cosas que tú ya sabes hacer muy bien- dijo, bajándose la falda y dando por terminada nuestra sesión de sexo y nuestra conversación

Así que después de comer me llevé a la niña a la habitación para hablar con ella del asunto. Le pregunté que si tenía novio, y me dijo que ahora no, pero que tuvo uno. Le pregunté si se había acostado con él, si lo habían hecho, pero no me respondió. Recuerdo que se puso muy colorada. La abracé y le di un beso en la mejilla. Le dije que no pasaba nada, que teniendo las precauciones adecuadas el sexo es para eso, para disfrutarlo. Claro, que le iba a decir yo a la niña, después de lo que le iba a proponer.

Eso sí: me tracé mentalmente un límite. Si yo hablaba abiertamente con ella y ella respondía que no, no la obligaría ni trataría de convencerla, pasara lo que pasara.

Así que le pregunté si había estado con una chica alguna vez, y me miró sorprendida. No sabía muy bien a qué me refería. Tuve que aclararle que lo que quería saber es si había estado alguna vez con una chica en...la cama. "No mamá, nunca" fue su respuesta dubitativa. Qué difícil. Hubiera preferido que, como tantas de su edad, alguna vez hubiera tenido un roce, una caricia, un beso.

-Mira hija, no pasa nada por eso. Puedes estar con una chico, pero estar con una chica no es nada malo, es otra posibilidad. Es diferente, simplemente. Nunca has tenido la tentación, ni siquiera, de estar con alguna amiguita tuya, tocaros, besaros, algo así?

Se quedó callada. Al cabo de unos segundos, respondió.

-Sólo una vez, con Laura –fue su respuesta, que sonaba sincera. Mucho mejor, eso lo hacía algo más fácil.

-¿Os habéis besado en la boca? – ella no respondió. Eso significaba que sí –¿Os habéis tocado? –tampoco respondió - ¿Os habéis desnudado juntas?

-No mamá, eso no.

Bueno, ya teníamos algo por donde empezar. Le pedí que se desnudara, y yo hice lo mismo. No había problema. Lo habíamos hecho muchas veces. La senté así, desnuda, encima de mis rodillas, separé un poco sus piernas, chupé uno de mis dedos y empecé a acariciar su clítoris.

-Mamá –protestó, con un tono escandalizado pero excitado - ¿Qué haces?

-Confía en mi –dije, mientras continuaba tocándola

Poco a poco se fue relajando. Toqué su pecho, y empecé a saborear su pezón mientras acariciaba su vagina, primero recorriéndola con el dedo, después jugando con su clítoris, y alguna vez, introduciendo uno o varios dedos en su cuevecita. Notaba como eso la gustaba. Cada vez que los introducía se estremecía. Sus pezones aumentaban su rigidez. Tiene un pecho precioso, firme, bien proporcionado, un poco grande para su edad. Ella no se atrevía a mirarme. Estaba mitad avergonzada, mitad excitada. Pero su cuerpo no tenía dudas: aquel juego le gustaba. Al cabo de unos minutos, que aunque a ambas nos parecieron eternos no debieron ser más de cinco, tuvo un orgasmo discreto, silencioso, pero indudablemente intenso.

Claro, que no era eso lo que yo tenía que enseñarla. Quería que aprendiera a hacérselo a otra mujer: a hacerse un dedo y correrse, seguro que ya había aprendido sola. Alicia era un ser egoísta, y seguro que le importaba un pimiento si la niña llegaba a correrse o no. Así que la tumbé en la cama y le pedí que observara atentamente lo que yo hacía. Mis labios bajaron por su ombligo, deteniéndome allí un rato. Besé su monte de venus, y su vello claro y poco poblado. Después me entretuve jugando entre sus muslos. Ella estaba muy excitada, y cuando la impaciencia aceleraba su pulso agarró mi cabeza con las manos y la dirigió a su coño: eso era lo que yo buscaba. Quería que se percatara del efecto que tiene rondar el sexo de la chica a la que se lo vas a comer sin llegar a él, hasta que la excitación y el deseo sean muy poderosos y suplique que se lo comas, que arrimes tu lengua a su parte más sensible. Jugué entonces con su clítoris, recorriendo toda su raja y trabajándome el interior de su vagina. Tres minutos. Eso es lo que aguantó hasta tener su segundo orgasmo. Solo que esta vez fue intenso, gritaba y gemía, se doblaba de gusto. Estaba aprendiendo la lección.

Tuve la tentación de preguntar si aquello le había gustado, pero me contuve. Mejor no hablar, seguro que todavía no había superado su timidez. Ahora tendría que comérmelo ella a mi. Me tumbé a su lado y le dije:

-Ahora tú

Se colocó encima de mi y empezó a besarme el cuello. Se entretuvo en mis pezones, bajó hasta mi ombligo y permaneció allí besando y lamiendo un buen rato. Aprendía bien. Bajó hasta mi pubis y lo besó lentamente. Después continuó con la cara interna de mis muslos, cerca de mi coño, terriblemente cerca. Qué bien lo hacía. Y por fin, descargó su lengua sobre clítoris. Al principio, lo hizo con timidez, seguramente extrañada por el sabor, pero después empezó a ponerle pasión. Que comidita más buena. Con ternura, con sensualidad, con un puntito de inexperiencia muy sabroso y muy excitante. Y tenía iniciativa. Me metió dos dedos en la vagina (yo no recordaba haberlo hecho) mientras me comía mi botoncito. Y claro, con eso ya no pude más y me corrí toda. Grité, porque estaba terriblemente excitada, pero también porque quería que mi hija aprendiera que no hay ninguna razón para reprimir un buen grito de placer si el orgasmo lo merece.

-¿Te ha gustado lo que has hecho?- pregunté

-No – fue su respuesta, aunque esa era su forma de decir que, aunque le había encantado no tenía claro si aquello estaba bien o mal.

-¿Te gustaría probar con otra mujer que no fuera yo? –ahora empezaba la parte más difícil

-Yo hago lo que tu me digas

Después de un minuto de silencio, que aproveché para tomar fuerzas y plantearse la perversión de Alicia, empecé a explicarle

-Hay una mujer, a la que tu conoces perfectamente, a quien le gusta hacerlo con mujeres. Bueno, con hombres también -dije, pensando en mi marido- Ella te ve a veces en la piscina, y tu sabes que tienes un cuerpo muy bonito y muy bien desarrollado para tu edad.

Se ruborizó ligeramente mientras yo tomaba uno de sus pechos entre mis manos y lo besaba.

-Me ha pedido que...bueno...que hable contigo para saber si te apetecería...pasar un ratito con ella

-Mamá, yo he tenido novio, y me gustan los chicos. Probar una vez, con mi amiga, está bien, o así contigo, no importa. Eres mi madre y solo estabas enseñándome cosas. Yo no quiero hacer estas cosas con nadie más.

Besé su mejilla, sonreí y la dejé marchar. Ya me había prometido a mi misma que si la niña decía que no, sería que no, pasara lo que pasara. Así que, mentalmente, empecé a hacer las maletas. Alicia nos llamaría en cualquier momento de la tarde, y tendría que explicarle que la niña no quería acostarse con ella. Una mujer demasiado orgullosa como para no ponerme de patitas en la calle de forma inmediata. Tendríamos que empezar una nueva vida, de cero otra vez, como siempre. Ahora que todo parecía marchar bien... Todo podría ser tan fácil si la niña quisiera...Pero esa era su decisión, exclusivamente suya.

Así que pasé toda la tarde con el corazón encogido esperando que la patrona llamara. Miraba el hotel, y veía como todo funcionaba perfectamente. Había conseguido convertir una pequeña chabola en un hotel recomendado en algunas guías de viajeros. Todo funcionaba: la cocina, con aquel matrimonio joven y trabajador a quienes había enseñado a cocinar un montón de cosas; el restaurante, con un servicio impecable; la nueva ampliación del hotel; hasta el bar empezaba a funcionar, después de contratar a una guapa camarera, Edith, que había conocido por casualidad en Piura. ¿Qué sería de todo aquello? Fui hasta allí, hasta el bar, pero no encontré a nadie. Había clientes esperando, pero la camarera no se había presentado. "Que raro" pensé, "es una chica de lo más formal". Me puse detrás de la barra, atendí a los clientes que había, pero se dispersaron enseguida: seguro que preferían a la guapa camarera. Tuve una sospecha y subí hasta la habitación de Alicia. Y efectivamente, mis sospechas se confirmaron.

Tras la puerta se oían tres voces, dos femeninas y una masculina. Reconocía las tres perfectamente. Edith suplicaba a mi marido que no se la metiera, que no se viniera dentro. No parecía que estuviera disfrutando. Alicia animaba a mi marido: "dale fuerte, métesela toda, y tu puta, cómemelo mientras te dan". Mi odio hacia Alicia aumentó todavía un grado más. Edith era una buena chica.

Me quedé en la barra hasta que apareció ella, una hora más tarde, con la mirada baja, despeinada, abochornada y diciendo:

-Lo siento, señora, lo siento. Siento haber llegado tan tarde.

La besé en la mejilla y abracé sus 20 años manchados por la perversión de una indeseable.

Mi hija llegó a mi cuarto por la noche. Yo estaba llorando. Me imaginaba a mi marido, bombeando la vagina de aquella pobre muchacha que no quería ser follada, que además tenía que comerle todo a Alicia. Estaba indignada, frustrada, humillada, y extrañamente excitada. Así que jugaba con mi sexo, entre lágrimas. Mi hija se tumbó a mi lado. Me besó primero en la mejilla, y después en la boca. Me abracé a ella con el naufrago que se agarra a un trozo de madera que flota. La besé con pasión y la desnudé. Quería hacerlo con ella, desahogarme con ella. Mamé sus pechos, y dejé que ella me los mamara a mí. Recorrí su cuerpo besándolo hasta llegar a su coño joven y terso. Se lo comí como una hambrienta de sexo y de cariño, hasta arrancar un primer orgasmo. Pero no bajé el ritmo de mi lengua con sus espasmos, así que a los pocos segundos se corrió de nuevo. Estaba exhausta, boca arriba. Y yo, estaba descontrolada. Así que puse su pierna entre las mías y froté mi coño desesperadamente contra ella hasta que, en esa posición tuve un orgasmo salvaje, tenso, fruto del oído que sentía hacia Alicia.

Me tumbé a su lado. Acercó su boca a mi oído y me susurró:

-Dile a tu amiga que lo haré con ella. Pero sólo si estás tú

Besé a mi hija nuevamente en la boca, y nos quedamos dormidas, abrazadas y desnudas

Yo sabía que Alicia podía haber aplazado la idea de hacérselo con mi hija al encontrar un nuevo juguete (Edith, la camarera), pero olvidarse de la idea, nunca. La pobre y guapa Edith había sido un entretenimiento puntual, pero para Alicia poseer a mi hija Paula era dominarme. Imposible que se le hubiera olvidado.

Era cerca del mediodía cuando la patrona me mandó llamar. Mi corazón latía con fuerza subiendo la escalera. Sabía de sobra lo que quería.

-Después de comer súbete con Paula. Vamos a ver qué sabe hacer. Esa niña tiene que ser buena en la cama, lo lleva en los genes.

Alicia siempre utilizaba ese tono amable pero hiriente. Nosotros éramos una familia normal, y hasta unida, hasta que ella decidió irrumpir en nuestra apacible y monótona vida sexual. Así que ese comentario de que llevábamos el puterío en las sangre sobraba.

Después de comer, le dije a la niña que me acompañara. Le contén la verdad. Le dije que era Alicia, la dueña del hotel, la que quería acostarse con ella. También le dije que yo habitualmente lo hacía, igual que su padre. Me sorprendió que la revelación no la extrañara en absoluto, y que no hiciera ninguna pregunta al respecto. Era evidente que lo sabía todo.

Cuando abrí la puerta, recé para que, al menos, no estuviera allí mi marido. Es sí habría resultado excesivo. Una cosa es que yo me lo hiciera con la niña y otra cosa muy distinta era que mi marido la penetrara o que viera como Alicia y yo jugábamos con ella. No sabría decir por qué, pero para mí era evidente que era diferente.

Alicia vestía sólo una bata que dejaba entrever que debajo de esa prenda no había otra.

-Ya estáis aquí-dijo- Estaba impaciente

Se acercó a Paula. Acarició su cara. Fue a darle un beso en la boca, pero la niña giró el rostro para evitarlo. La cogió del pelo y le dijo:

-Tienes que enseñar a esta putita a ser más obediente –y sujetando su cabeza por el pelo le plantó un largo y perverso beso en los labios.

-Y ahora vamos a ver lo que sabes hacer.

La tomó de la mano y la llevó hasta la cama. Nos sentamos las tres allí, Alicia en medio y Paula y yo a los lados. Ella se quitó la bata, quedándose completamente desnuda. MI hija, de forma mecánica, tomó uno de sus pechos con la mano y se lo llevó a la boca. Empezó a succionar de aquel pezón, tal y como había aprendido a hacérmelo a mí.

-Muy bien-dijo Alicia -¿Y que más sabe hacer esta criatura?

Con su mano, recorrió el pecho, el vientre y bajó hasta su sexo. Allí su mano se entretuvo jugando un rato, hasta que aquello estuvo suficientemente húmedo. Entonces penetró su vagina con un solo dedo, mientras con su mano libre se desprendió de su camisa. Casi nunca llevaba sujetador, a pesar del abultado tamaño de su perfecto y redondeado pecho, por lo que al desabrochar el segundo botón ya se salían de la camisa de forma amenazadora. Con las tetas al aire, Alicia contempló la hermosura de aquellos pechos jóvenes mientras se sentía penetrada por sus dedos pequeños, sensuales y más expertos de lo que correspondía a su edad.

Yo contemplaba la escena vestida, sentada al lado de Alicia. Empezaron a besarse de forma apasionada. De repente, mi hija puso fin a los besos y empezó a bajar por el cuerpo de la patrona hasta llegar a su clítoris. Empezaba el trabajo que habíamos estado ‘estudiando’ la tarde anterior.

-Madre mía, como come coño esta niña

Se lo comía todo mientras la penetraba con dos y hasta con tres dedos. Lo hacía con ritmo. Alicia se abrazó a mi y empezó a besarme, mientras se dejaba hacer. Puso su mano bajo mi falda, buscando mi coño. Mientras sentía como se lo comían, me masturbaba. Yo observaba el experto trabajo de mi hija. Parecía mentira, que forma de comer coño. Me estaba excitando muchísimo ver el espectáculo que me estaban ofreciendo, y encima, Alicia me estaba haciendo una paja como nunca. Así que, con la habilidad de aquella mujer y con la visión de mi hija mamando de aquella manera, tuve un orgasmo mientras besaba en la boca a mi odiada patrona. Ella no tardó mucho en tenerlo, quizás un minuto después, no más, sintiéndose besada por una mujer y comida por una adolescente. Paula, mi hija, se corrió sola, a continuación, fruto de la paja que se estaba haciendo mientras lamía el sexo de la otra.

-Marchaos, ya os llamaré –dijo, mientras se tumbaba desnuda y muy relajada, casi extenuada, en la cama.

Las cosas continuaron así durante casi un mes. A veces yo participaba, y a veces Paula, mi hija, subía sola. En ese mes Paula debió hacerse toda un experta en el amor entre mujeres. Cuando subía sola, yo buscaba afanosamente a mi marido, porque para mi era intolerable, inadmisible, que mi marido hiciera algo con la niña. Por suerte siempre le encontré.

Pero después de ese mes, en una ocasión en la que Alicia mi marido y yo montábamos un sincronizado trio, ella lo soltó:

-Deberías llamar a la niña. Lo pasaríamos muy bien los 4

Yo miré a mi marido, esperando que protestase. Pero se limitó a encogerse de hombros, sonriendo.

-Cariño, si ella quiere que lo hagamos los 4...

El muy cerdo no tenía suficiente con verme a mi humillada de esa forma, compartiendo a mi marido, entregando a mi hija y entregándome yo misma a los caprichos de esa mujer. Ahora quería que traspasáramos una línea sagrada, simplemente para aumentar su diversión o su morbo, y él estaba deseándolo también. Quería probar a la niña, seguro. Y probablemente, la idea habría partido de él

-Bien, mañana nos lo hacemos los 4 –dije yo, con la única intención de ganar tiempo, pues no tenía ninguna intención de ceder a ese capricho. –Podemos pasar una tarde fantástica. Pero primero, vamos a acabar lo que tenemos entre manos –añadí, comiéndole con auténtica dedicación la verga a mi marido, mientras masturbaba con la mano el coño de Alicia.

Lo hice saboreando cada chupada y cada movimiento de mi mano, decidiendo en ese momento que era la última vez que lo hacía. Desde luego, pensé en que mi marido me penetrara por ultima vez, pero creo que fue una buena decisión: el ultimo encuentro, una simple paja de despedida.

Al acabar todo aquello me dirigí rápidamente a mi cuarto a recoger todas mis cosas. Le conté a Paula mis intenciones y mis planes. Por la mañana tomaríamos un bus a Tumbes, y desde allí un vuelo para la capital, Lima. Allí haríamos dos cosas, antes de emprender viaje para algún lado: arreglar los pasaportes para poder ir a España (mis padres eran españoles y podría solicitar la doble nacionalidad) y ... preparar mi pequeña y dulce venganza.

Por la mañana, hicimos las maletas, solo lo indispensable, reuní todo el dinero que tenía ahorrado, pagué los salarios a todo el personal de forma anticipada (incluyendo una pequeña gratificación), ingresé el dinero restante de la caja del hotel en el bando (para que quedase constancia de que no me llevaba nada que no fuera mío) y nos marchamos del hotel que yo, con mi esfuerzo, había levantado, sin mirar atrás, dejando una parte de mi vida, quizás de las más bonitas, y a mi marido con la puta de mi patrona (de regalo). Ni una nota de despedida, sin decir a nadie nuestras intenciones. Mejor así, que nos buscaran, que se preocuparan, que se plantearan que podría haber pasado.

Una vez en Lima, fuimos hasta el apartamento de Alicia, en el barrio de Miraflores. Conocía la dirección perfectamente, ya que a pesar de no haber estado nunca en Lima le había mandado allí tanta correspondencia que escribirla en el sobre era algo puramente mecánico. Muy cerca de esa dirección había un pequeño hotel. Dejamos allí nuestro equipaje y nos pusimos ropa apropiada para la ocasión (de putón total, vamos). Entonces le conté a mi hija todo el plan.

Alicia se había estado acostando con mi marido, su padre, cuando le venía en gana. Y por supuesto, con ella presente y participando. Y sin rechistar. Ahora, yo iba a hacer lo mismo con el de ella. La verdad, la historia no sorprendió en absoluto a mi hija, que por supuesto, debía estar perfectamente al corriente de todo. No había que ser muy listo para averiguarlo. Por Dios, seguramente todo el personal del hotel debía saberlo. Ya daba igual.

Mi hija protestó:

-¿Y yo? También ha hecho cosas conmigo. Yo también quiero participar en la venganza. Además, desde hace un tiempo solo lo hago con mujeres, o contigo o con Alicia, y si va a haber rabo por medio, creo que también me lo merezco.

Vaya, mi hija se estaba emputeciendo demasiado. Pero en el fondo, muy en el fondo, tenía razón. Podría ser una buena idea. El tal Sergio, después de que yo le hiciera lo que tenía ganas de hacerle, y después de que hubiera probado un chochito joven como el de la niña, seguro que mandaba a Alicia a tomar por culo. Sería perfecto. Así que, a pesar de alguna que otra objeción, decidí que mi hija también participara en esto.

Tuvimos la suerte de que justo al lado del portal de Alicia había una tienda de fotografía. Allí compramos una pequeña cámara digital, muy pequeña pero también muy económica (unos 70 $), que no tenía las prestaciones de una buena cámara pero para lo que buscábamos (hacer algunas fotos con total discreción) era más que suficiente. Un joven dependiente, que le quitaba ojo a Paula nos atendió amablemente.

Después, cruzamos la acera hasta una cafetería que quedaba justo enfrente del portal y...esperamos. Conocía al marido de Alicia por las fotografías de su cuarto, pues nunca había viajado hasta Máncora. Entonces le vi entrar. Un madurito interesante. Unos 50 años, diez más que ella, pero bien llevados. Mejor así. Aunque lo que iba a hacer lo hubiera hecho igual si el individuo hubiera sido feo de cojones. Pero bueno, mejor así.

Pagamos y fuimos hasta el portal. Allí vimos el cartel:

Sergio Ramos

Abogado

Vaya, eso podía ser una contrariedad. Un abogado. Si hubiera sido cualquier otra cosa, quizás hubiera sido más fácil. Pero un abogado... ¿Cómo enredarle? Un médico, un psicólogo, hasta un fontanero, hubiera sido más fácil. Pero un abogado...Pero no íbamos a cancelar el plan por tan pequeño inconveniente. Así que subimos a su despacho dispuesta a demandar sus servicios.

-Así que su marido pega a la niña –dijo él, después de oír nuestra rocambolesca historia, y por supuesto, sin reconocernos.

-Si. A mi también me pega de vez en cuando, pero con la niña es terrible. Ya no podemos más

-Bueno, en realidad para presentar una demanda contra él por malos tratos sería necesario tener pruebas. ¿Tienen algún informe médico, denuncias previas o algo parecido?

-Ella tiene signos visibles de las agresiones. Ayer mismo le hizo a la niña un moratón en el pecho- dije yo, mientras desabrochaba la camisa de Paula. Y sacando uno de los preciosos y torneados pechos de Paula al aire, y ante la mirada incrédula del abogado añadí – Puede comprobarlo usted mismo

-Perdóneme – dijo, acercándose mucho al pezón, tanto que daba la impresión de que se lo iba a comer – pero no logro apreciar lo que me dice

Con el pezón amenazante tan cerca de su cara, la disimulada foto que les hice quedó preciosa. Descuadrada, desde luego, nada centrada, porque no podía encuadrar. Solo sujetarla de forma disimulada, mas o menos apuntar a la escena y disparar. Por suerte, la máquina resultó ser muy silenciosa

El abogado, marido de mi odiada Alicia, estaba visiblemente nervioso y excitado. Los pechos de mi hija pueden tener ese efecto turbador, sin duda.

-¿No se lo nota? Pues compárelo con la otra –dije yo, terminando de quitarle la camisa y dejando ante los ojos del abogado cincuentón el agradable espectáculo de las perfectas tetas de una niña de 16 años

-Tóquelas, tóquelas –añadí – y verá como se notan mejor los moratones al tacto

El abogado tocó. Al principio con timidez, pero unos segundos después ya se le veía más suelto. Y la pequeña cámara que yo sujetaba de forma disimulada inmortalizó el momento

-Así, tocando, diría yo que sí, que la niña las tiene duritas, sí. Las dos, las dos –decía, sin apartar las manos de los pechos

-Pues si las compara con las mías apreciará mejor lo que le digo –y sin pensármelo dos veces, me saqué la blusa y el sujetador, quedándome desnuda de cintura para arriba –Toque, toque

-Pues sí, efectivamente, diría yo las suyas son más blandas y que las de la niña...pues...son más duras...sí –decía el abogado mientras palpaba alternativa los pechos de una y de otra alternativamente – Pero quiero serles franco: aunque un tribunal completo compruebe esto, que seguro que lo hacen de muy buena gana, no sé si con estas pruebas podríamos mantener un juicio contra alguien por malos tratos.

-Hija, ya ves lo que dice el señor. Desnúdate, a ver si entre los dos encontramos más marcas

Paula, muy obediente, se desnudó completamente. Ya desnuda, el abogado se dedicó a examinar sin pudor palmo a palmo a la niña, dedicando a la inspección más tiempo a unas partes que a otras, tocando aquí y allá sin ningún recato. Y yo, claro, cámara en mano, captando cada toqueteo y observación del abogado

-Pues señora, la verdad, yo no termino de encontrar ni una sola marca

-Bueno, pues entonces que la niña nos explique como la pega su padre –dije yo, confiando en las dotes de improvisación de Paula, completamente metida en su papel

-Pues me pega con su...cosa –dijo, señalando al pantalón del caballero, que mostraba una erección sin disimulos

-¿Con el... pene...? ¿Su marido pega a la niña con el pene?

La historia empezaba a ser demasiado poco verídica, pero ya estaba dicho

-Si, eso dice la niña: con el pene

-No había oído yo nada semejante, fíjese usted, que le peguen a alguien golpeándole con el...pene

-A ver, Paula, explícale al seño como te pega tu padre. Y usted, haga el favor y sáquese el pene, a ver si vamos saliendo de dudas y nos aclaramos un poco

Sin darle tiempo a reaccionar le desabroché los pantalones, se los quité y le bajé el slip, dejando al aire su pene pequeño y completamente tieso

-Mamá, es enorme, es muy grande, más grande que el de papá –dijo Paula, con grandes gestos, mientras el ego del abogado crecía y crecía con los halagos que la niña le dedicaba a sus escasos 11 cm, a los que de seguro nadie nunca había expresado tanto elogio.

-Pues mi padre hace que yo me ponga así –explicó, abriéndose de piernas colocándose de espaldas al abogado y poniendo las manos sobre la mesa – y papá se colca detrás. Entonces él me golpea con el pene en mi culito

-¿Así? –dijo el abogado, colocándose donde decía la niña y golpeando tímidamente con el pene en las nalgas de la muchacha, mientras yo inmortalizaba la escena con la pequeña cámara

-Así empieza, pero después me lo clava, ya sabe usted, más abajo

-¿Clava?

-Seguro que se lo clava –dije yo, apuntando con la verga del abogado directamente a la vagina de la niña

-Señora, no me empuje mi trasero, porque si lo hace voy a penetrar a la niña –protestó el abogado, con una voz muy poco convincente como para sonar a protesta

-Pues penetre, penetre, hombre, a ver si salimos de dudas

Y de un empujón más, el pene del abogado se abrió camino sin esfuerzo en la cuevecita de Paula que engulló sin problemas aquel miembro. Me aparté un poco, tratando de buscar un ángulo más favorable para mis sesión fotográfica

-Entonces hace que yo me mueva así – dijo, y comenzó a moverse rítmicamente, haciendo que el pene del abogado entrara y saliera del lubricado coño de la muchacha – y él, pues clava que te clava

-Señora, dígale a la niña que no se mueva de esa manera, que si no...

-Paula, no te muevas así, dice el señor

-Es que si no me muevo no lo va entender. Pero bueno, me moveré de otra forma –dijo, mientras aceleraba ligeramente el ritmo.

El abogado empezó a ponerse muy tenso

-Para, niña, para- le dio tiempo a decir justo antes de correrse completamente en la vagina de la niña, intentando sacarla lo que provocaba que una buena parte del semen vertido se derramara entre las piernas de ambas

-Mira Paula lo que has hecho. El hombre te decía que te estuvieras quieta, y tú, ni caso, os habéis manchado los dos

El abogado se había corrido de forma abundante e intensa con la surrealista historia de los malos tratos que habíamos interpretado, y ahora, le temblaban las piernas. Por lo menos una docena de fotos registraron la corrida. Pero yo me había quedado a dos velas. La idea original era que yo me lo follara, no mi hija. Eso no podía ser. Así que antes de que las cosas se enfriaran, entregué disimuladamente la cámara a la niña, tomé el pene del abogado y me lo llevé a la boca

-Voy a limpiarle, no se preocupe

-Bueno, para limpiarme, quizás con un kleenex, o un simple pañuelo...

-¿Seguro que prefiere los pañuelos? –dije yo, sacándome por un momento el flácido pene de la boca y pasando la lengua por el glande, con el correspondiente respingo del señor

-No señora, tiene usted razón, seguro que así queda más limpio – dijo, mientras su pene empezaba muy lentamente a reaccionar ante las caricias de mi lengua y mis labios. Mi marido siempre se quejó de que no se la mamaba lo suficiente, pero la verdad, yo cuando me pongo a mamarla, me pongo.

Cuando el pene tuvo de nuevo la consistencia necesaria (y costó un rato, porque a los 50 años eso de hacerlo dos veces raramente se ve) le dije:

-Caballero, ¿por qué no me penetra a mi también, para que la niña lo vea y pueda decirnos si es esto exactamente lo que hace su padre.

-Claro, claro –acertó a decir mientras rápidamente yo me despojaba de la ropa que me quedaba.

Me abrí de piernas, me coloqué frente al escritorio y sentí como su pene se introducía dentro de mi. Que rico, sentir un pene de nuevo. Que rico comprobar como mi hija también demostraba su habilidad en el difícil arte de hacer fotos sin que se note. En ese momento recordé que hacía mucho tiempo que mi marido no me penetraba, meses quizás, y que mis únicos orgasmos habían sido con Alicia, con mi hija o tocándome sola. Así que mi venganza empezaba a hacerse realidad: Alicia se follaba a mi marido y yo me follaba al suyo. Solo que mi marido se había convertido en un vago baboso y este era todo un abogado con clase y con estilo, aunque la verdad, un poco bobo, y algo corto de herramienta. Pero la usaba bien, o me lo parecía a mi. Iba despacio, se tomaba su tiempo, No hablaba. Necesitaba concentrarse para hacer el trabajo por segunda vez. De momento, nadie disimulaba nada: el buscaba un nuevo orgasmo a su ritmo; mi hija, que se masturbaba desnuda, apoyada en el escritorio y sujetando disimuladamente la cámara con la que recogía la escena (hay que ver la cantidad de fotos que es capaz de hacer una cámara de 70$); y yo, que estaba disfrutando muchísimo de la penetración y de mi venganza. Paula tuvo su orgasmo enseguida, pues ya andaba bastante caldeadita, fruto de su habilidad con los deditos, de su excitación y de no perder detalle de lo que hacían su madre y aquel señor. Yo lo tuve bastantes minutos después, sin reprimir ni un solo suspiro. Y aunque pensé en dejarle allí sin su segundo orgasmo, ya que se había portado tan bien y era la víctima inocente de todo aquello (puro efecto colateral, que diría alguno) me volví, me arrodillé me metí aquel pene en la boca , le ayudé un poco con la mano (con la estúpida excusa de volver a limpiar aquello) y se corrió dulcemente en mi boca, mientras mi hija captaba fotográficamente cada detalle y cada gesto de su orgasmo.

Cuando en silencio nos vestimos todos, Sergio dijo:

-Miren, mañana, a esta misma hora vienen de nuevo y me vuelven a explicar con todo detalle la historia, porque hay cosas que no he visto claras

-¿Y quiere que vengamos las dos o la niña sola? –dije yo, con cierto tono irónico que él no percibió

-Las dos, las dos, que creo que entre las dos lograran que...me entere bien de todo para poder preparar mejor la demanda.

-Muy bien, pues aquí estaremos mañana a la misma hora –dije yo, sin ninguna intención de hacerlo - Y ahora, Paula, dale un beso al señor por ser tan amable – y puede tomar las últimas fotos de todo aquello.

Salimos de allí, y cuando llegamos al portal no pudimos reprimir una fuerte carcajada pensando en el pobre tipo, en el lio mental que debía tener en ese momento, y por supuesto, en Alicia.

Acudimos a la tienda de fotos cercana en la que habíamos comprado la cámara. La dejamos allí, para que el amable y joven empleado que nos había atendido anteriormente descargara las fotos digitales, nos hiciera un CD con ellas y nos imprimiera una copia en papel, para enviársela con mucho cariño y nuestros mejores deseos a Alicia. Cuando al cabo de una hora volvimos, el joven dependiente, muy sonriente y mirándonos a las dos de arriba abajo, nos dijo amablemente que eran gratis y que cuando quisiéramos copia de más fotos por favor acudiéramos allí, le buscáramos a él personalmente y con toda rapidez tendríamos las copias que necesitáramos completamente gratis. Como además, había observado que muchas de las fotos habían salido descuadradas, se ofreció personalmente a hacer él las fotos que quisiéramos. Tuvimos la seguridad inmediata de que esas fotos estarían colgadas en internet en pocas horas. Mejor.

-Que simpático . Y que guapo –dijo mi niña – Nos lo podíamos cepillar entre las dos. No creo que ponga ninguna objeción

Desde luego, la niña tenía su punto.

Escribimos la dirección del hotel y el nombre de Alicia en el sobre que iba a contener las fotos de nuestra orgía con el abogado y marido de mi detestable expatrona. Y cuando lo introdujimos en el buzón, nos miramos, sabiendo que en ese momento comenzábamos una nueva vida.

Por Gibraltar

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