lunes, 13 de septiembre de 2021

Mi hermana y yo



Nunca había pensado hacer pública la relación tan apasionante que tuvo lugar entre mi hermana y yo, pero al ver que también otras personas han tenido experiencias parecidas he decidido compartir y a la vez recordar agradablemente lo que pasó hace ya bastante tiempo en nuestra niñez y juventud, ya que a estas alturas rondamos los cuarenta.

No voy a dar muchos datos de mi familia, como comprenderán, y algunos, los daré un poco cambiados para que sigamos estando en el anonimato, aunque la verdad es que no me importa mucho.

Todo empezó cuando nacimos, ya que ambos somos mellizos, sólo que uno salió chico y la otra chica, por ello fuimos creciendo día a día íntimamente unidos el uno al otro. Ella nació unos minutos antes que yo, por ello siempre estuvo en los primeros años por delante de mí en desarrollo y en dominio, pues yo tenía que hacer siempre lo que ella quería, ello creó en mi una gran dependencia y a la vez admiración hacia mi hermana.


Lo más lejano que recuerdo en el aspecto del sexo, es que nos cambiaban y nos bañaban a la vez y que nos acostaban juntos en una pequeña cama. No es de extrañar entonces que viéramos como una situación normal nuestros cuerpos desnudos.

Como en la parte baja de la casa sólo había dos habitaciones, recuerdo que compartimos la cama hasta los siete u ocho años y luego la habitación hasta por lo menos los doce.

De la etapa de los siete u ocho años, recuerdo bien entre los innumerables entretenimientos que teníamos, la afición de mi hermana para tirarme del pene cosa que me dolía y le costó algún bofetón por mi parte. A mí entonces no me atraía mucho su rajita, la consideraba fea y creía que le faltaba allí algo que yo sí tenía.

De la segunda etapa desde los ocho hasta alrededor de los trece años, ya recuerdo una mayor atracción hacia el sexo. Como nos entreteníamos mucho jugando los dos solos, pasábamos mucho tiempo en la habitación con libros o juguetes, después del horario escolar así que muchas veces el juego terminaba en vernos los órganos sexuales. Ella, como todas las niñas empezó a desarrollarse antes que yo y ambos observábamos los inicios de su vello púbico, primero pelillos transparentes y rubitos que luego se fueron volviendo más negros y fuertes. Todos los días los mirábamos para ver si crecían o iban siendo más abundantes, y yo, para buscar los míos que no aparecían todavía.

Lo que seguía atrayendo entonces a mi hermana era mi pene, no ya para pellizcarme o hacerme daño como antes, ya que cuando se dio cuenta que al tocarlo crecía y se ponía duro, era una auténtica diversión para ella que la hacía partirse de risa y a mí acababa por molestarme.

Luego recuerdo que me decía, mira, ya tengo tetas, al ver que sus pezoncitos se iban inflamando. Ahora el que se reía era yo y le decía:

– ¿A eso llamas tetas? Si casi que tengo yo más. – (Es que en esta época, yo estaba un poquitín más gordo que ella).

Al llegar a la edad de los doce o trece años y viendo que mi hermana empezaba a desarrollarse, nuestros padres decidieron separar nuestros cuartos, por lo que nos instalamos en la planta de arriba que era más espaciosa, en dos habitaciones contiguas, que nos servirían de lugar de estudio y dormitorio. Pero claro, a estas alturas ya estábamos demasiado unidos para separarnos, por lo que continuamos juntándonos en la habitación de ella o en la mía para estudiar, jugar o simplemente para estar allí pasando los ratos libres.

Ella era un poco miedica, así que en cuanto oía algún tipo de ruido o simplemente el viento, la lluvia o alguna tormenta, si estaba sola en su habitación, se venía rápidamente a la mía para estar en compañía, o se metía en mi cama si yo estaba ya acostado y así nos dormíamos contándonos historias de todo tipo, especialmente de miedo porque se asustaba más y no se separaba de mí.

En la época del buen tiempo, cuando estábamos solos en casa, nos encontrábamos más cómodos en ropa interior y así estábamos sin ningún pudor ni ella ni yo.

De esta manera vimos con gran alegría el nacimiento de mis pelos, y cómo sus tetas ahora sí que eran algo digno de ver, ya que se le habían puesto bien gorditas.

Todo lo que ocurría a nuestro alrededor lo compartíamos sin secretos, como cuando más pequeños y lo veíamos tan natural que parecíamos una misma persona y asumíamos los cambios de cada uno como nuestros, por eso ninguno nos ocultábamos del otro a la hora de ducharnos, o cambiarnos de ropa cosa que hacíamos tranquilamente uno al lado del otro.

Igualmente nos pasábamos ratos interminables tumbados uno al lado de otro observando nuestros cuerpos medio desnudos o vestidos, yo, especialmente el suyo, ya que me encantaba mirarla, tanto, que conocía perfectamente cada lunar que tenía, en fin, cada centímetro cuadrado de su cuerpo.

A veces me decía:

– ¿Es que no te cansas de mirarme?

Lo bueno llegó cuando descubrí la masturbación.

Me faltó tiempo para decírselo a ella, y claro, aunque le conté lo que ocurría, lo quiso ver. Así que un día me quité la ropa, me senté frente a ella en un sillón y comencé mi maniobra. Cuando ella vio cómo acabó, recuerdo que lanzó un

– ¡Qué asco! – Y se marchó a su habitación sin decir nada más.

Pero al día siguiente en el momento que terminamos la tarea y nos disponíamos a ver la tele, me dijo:

– Oye, ¿por qué no vuelves a hacer aquello de ayer otra vez?

Como a mí me gustaba, no me hice mucho de rogar y empecé, ella al poco rato vino a tocarlo al verlo tan duro y yo le dije que intentara hacerlo a ver si sabía. Lo hacía fatal y se cansaba, por lo que cambiaba de mano a menudo, pero a mi me gustaba más así, por lo que no tardé en explotar y mancharla un poco. Protestó muchísimo por no haberla avisado y me llamó cerdo. Esto se repetía cada cierto tiempo. Acabamos por hacerlo desnudos, ella me la meneaba mientras yo le tocaba sus tetas.

A ambos nos causaba un gran placer, sobre todo a ella cuando le ponía los dedos pulgar y corazón de mi mano en sus pezones y los movía con rapidez, esto le gustaba tanto que casi que no era capaz de aguantarlo.

Así continuamos desde los quince a los dieciocho años. Ahora estaba estupenda, como la mayoría de las chicas a esta edad. Ella no es que fuera una belleza, pero estaba bastante bien en todo, y yo me daba cuenta de que por la calle otros la miraban.

Ahora ya pasábamos menos tiempo juntos, ya que salíamos por partes separadas, ella con otras chicas y yo con otros chicos; pero regresábamos pronto a casa parecía que nos echábamos de menos, y cuando estábamos juntos volvíamos a lo mismo, nuestros juegos, nuestros enredos, que no siempre tenían motivo sexual, a veces eran conversaciones, algo que queríamos hacer, etc.

Por entonces recuerdo nos dimos el primer beso en serio en la boca, porque piquitos y besos por toda la cara o el cuerpo nos dábamos muchos pues como digo anteriormente estábamos jugando a cada instante. Nosotros nos queríamos, nos acariciábamos por todas partes, y lógicamente nos besábamos por todos sitios, teníamos la sensación de que éramos en realidad un solo cuerpo.

Ese primer beso lo recuerdo especialmente porque surgió sin buscarlo, pues estábamos en el sofá viendo algo en la tele y empezamos a enredar molestándonos el uno al otro como otras veces, acabamos pegándonos en broma y yo quizá le di una vez demasiado fuerte sin pretenderlo.

– Tonto, me has hecho daño – me dijo y puso morritos casi para llorar.

Inmediatamente me coloqué encima de ella haciéndole cariños, besándola en la cara, en la cabeza pidiéndole perdón. Lo hacía con vehemencia porque sentía haberla lastimado, entonces le sujeté un poco la cabeza, la atraje hacia a mi y le besé con sentimiento los labios, ella se dejó hacer sin decir nada y casi sin colaborar. Yo sentí un cariño muy fuerte hacia ella, y sin despegar los labios la besé ya con pasión. Ahora ella sí se entregó y colaboró en el beso apretándome y quejándose con muestras de que le gustaba, yo sentía ese calor de sus labios Luego lo hicimos con la lengua como habíamos visto en las películas y mordiéndonos los labios tanto que después nos dolían. Al acabar nos abrazamos durante mucho rato, y sin pensarlo me salió esta frase:

– ¡Siempre te voy a querer, siempre serás mi amor!

Estaba tan emocionado que no recuerdo si ella dijo algo.

Así abrazados permanecimos durante mucho tiempo.

Este cariño ya no era un cariño de hermanos, era algo más, un amor mayor quizás que muchos matrimonios.

La única que nos pilló alguna vez fue otra hermana bastante mayor que nosotros, pero que no solía pasar mucho tiempo en casa porque estaba trabajando fuera.

Una de las veces mi melliza, (entre nosotros, yo le decía Lala,) estaba tomado el sol en un pequeño patio interior de la casa, era a principios de verano y quería ponerse morena por lo que se quitó la parte de arriba, ya que allí no podía verla nadie. Yo por supuesto estaba con ella. Al asomarse la otra hermana y verla así, le montó una bronca tremenda y se enzarzaron los dos en una buena pelea. Ambos nos llevábamos bastante mal con ella, aunque a mí me soportaba mejor.

Lala, le decía:

– Me da la gana, es mi hermano y está harto de verme. Y si quiero me lo quito todo, chillaba haciendo como que iba a bajarse la parte de abajo del bikini.

Yo entonces me volví de espaldas a la mayor, me bajé los pantalones y le enseñé el culo, lo que se llama “ hacerle un calvo”

Entonces nuestra hermana amenazó con decírselo a mamá, pero Lala le dijo:

– Y yo le diré a papá que tú haces esto en la playa delante de mucha gente que te he oído contárselo a tu amiga

Entonces la otra dio un portazo y se marchó. Gracias a que la casa está un poco aislada y no hay muchos vecinos cerca, no se enteró nadie de la pelea porque fue buena.

Otra vez más que recuerdo, estábamos en mi habitación, en aquella ocasión vestidos, pero tirados en el suelo jugando a inmovilizarnos con las manos el uno al otro. Yo estaba tumbado de espaldas y Lala acostada en el suelo de lado junto a mí, pero me tenía sujeta la cabeza con sus brazos y me estaba mordiendo en una oreja haciéndome bastante daño por cierto, entonces justo entró la hermana mayor, yo no sé que pensaría, (bueno, es fácil adivinarlo), y enseguida empezó a chillar:

– “Vosotros sois unos guarros”, “Siempre estáis igual, cerdos”.

Lala, como siempre para incordiarla más, se me puso ahora completamente encima simulando hacer el amor, y le dijo:

– ¿Te gusta más así?

Nuestra hermana mayor empezó a pegarla y tirarle del pelo y ahora sí que tuvimos que inmovilizarla a ella entre los dos, sujetándola sobre el suelo. Yo que la tenía por la parte de arriba le decía:

– ¿Qué tiene de malo esto? – ¡Juega con nosotros!

Pero ella continuó:

– Ahora sí que no os escapáis, de esta vais a mamá y os llevarán internos.

Entonces me acerqué a su cara y le di un besito, al fin y al cabo también era mi hermana, y sentí lástima por ella, al ver que no la queríamos tanto, mientras, le decía:

– No seas tan mala hermanita.

Ella me apartó diciendo:

– ¡Quita de ahí. Yo no soy como vosotros.

Realmente esa vez se lo dijo a mamá, pero ella no le prestó atención, pensando como realmente eran, juegos de dos chicos que están todo el día juntos, sólo que de dos sexos opuestos.

Cuando acabamos los estudios del instituto marchamos a la ciudad a la universidad.

Fuimos a la misma facultad, ya que cada vez nos costaba más separarnos. Por ello alquilamos un pisito con dos habitaciones. Nuestros padres en realidad no se preocupaban demasiado de nosotros, más o menos lo justo, porque nosotros éramos bastante autónomos y ellos trabajaban los dos, por eso nuestra unión fue mayor.

En la ciudad, nuestra vida transcurría como la de un matrimonio, íbamos a clase juntos, íbamos a comprar y regresábamos a casa. No hicimos mucha amistad con nadie. Especialmente, nuestras relaciones con los demás eran de compañeros, cuando salíamos lo hacíamos juntos, por lo que aquellos que no nos conocieran se pensarían que éramos novios. Algunas veces paseando por la calle o en el cine, nos besábamos fugazmente y nos cogíamos de la mano, cosa que nos encantaba, o yo la llevaba cogida por el brazo junto a su hombro y apretándola junto a mí.

Lo único que nos faltaba por consumar era el acto sexual y no lo habíamos hecho simplemente porque no surgió, nos bastaban las caricias por nuestros cuerpos desnudos, nuestros besos y abrazos. Ya he dicho antes que conocía con los ojos cerrados cada centímetro de su cuerpo y ella el del mío, si me apetecía ver una teta, se la sacaba y ya está y lo mismo a ella su gran afición a ponérmela dura y dejármela que se enfriase para volver a ponerla dura. Me encantaba levantarle la falda al pasar junto a ella, cuando estaba realizando cualquier cosa. Otras veces le palmeaba o acariciaba el culo al pasar o le daba un beso. Y si acaso pasaba junto a ella entretenido con algo y no le decía nada, al rato venía hacia mí y poniéndose delante solía decirme:

– ¿Es que no vas a darme un beso?

En casa, ella solía ponerse más cómoda vistiéndose con una camiseta hasta medio muslo, así que cada movimiento o cuando se sentaba se le veían las braguitas y a mí eso me encantaba.

Ella se encargaba también de comprar la ropa, me traía las prendas que le gustaban. Y cuando se compraba algo, se lo probaba para que yo se lo viera, aunque fuese ropa interior, recuerdo un modelo de braguitas que eran como un triángulo pequeñito por delante y otro por detrás unidos por unas finas cintas que se ataban a ambos lados de las caderas, algo parecido a las actuales tangas, cuando me las enseñó no pude reprimir darle un tirón con lo que uno de los tirantitos se rompió y casi se le caen y parece que la estoy viendo intentando sujetárselas.

También estaba preciosa con un pantaloncito cortito y ceñido que le hacía lucir las piernas tan bien formadas que tenía y el culito tan apretado.

He dicho ya que ella era muy miedosa, la mayor parte de las noches dormíamos en la misma cama y en verano, como en la parte alta de la casa solía hacer calor ella sólo con las bragas y yo con el calzoncillo, pues entonces no teníamos aire acondicionado, sólo teníamos un ventilador. A pesar del calor siempre nos gustaba tener una pierna del uno encima de las del otro, pues no podíamos dormir sin rozar algo nuestra piel.

Uno de los días que no teníamos que levantarnos temprano, por ser sábado o domingo, me desperté como suele pasar muchas veces con la polla completamente tiesa, ella me daba la espalda durmiendo y se me ocurrió ponerme por detrás hacia su culo acercándosela sin sacarla. Pronto se despertó y me gritó:

– ¿Que haces?

– Mira que contento está éste, – le dije yo.

– ¿Y a qué viene eso? – me dijo

– No sé, me habré soñado – le respondí.

Medio dormida me lo acarició introduciendo la mano por dentro del slip, así que pronto no hubo tela para recogerlo y el miembro asomó su cabecita, entonces ella fue y me lo besó, en la punta, en los testículos por todo él, y me vio en la cara la satisfacción que me producía. No tardó mucho en introducirlo en su boca, cosa que no habíamos hecho nunca y empezó a chupar y hacerme cosquillas con dientes y lengua, yo no paraba de decirle que me gustaba mucho y pedirle más y más, pero a ella al cabo de un rato le dolía la boca, dejó de chupar y acabó de satisfacerme con la mano. El placer fue intensísimo y ella se dio cuenta. Así que cuando me recuperé un poco, me fui hacia ella, la puse de espaldas, le bajé la braguita y se la empecé a chupar. Como tampoco lo habíamos hecho nunca, yo me limitaba a lamerle toda la hendidura con la lengua y morderle los labios, pero ella poco a poco me fue llevando con sus manos a la parte de arriba de su sexo y me decía:

– Aquí, me gusta más.

Así fui lamiendo y lamiendo llenándolo todo de saliva y aumentando el ritmo, pronto empecé a notar que su cuerpo se arqueaba, me acercaba más su dulce sexo y apretaba las piernas cogiendo el ritmo que marcaba yo chupando. Entonces lanzó un quejido y me apretó tanto la cabeza que no me dejaba seguir. Había tenido un gran orgasmo. Luego me dijo que ahora le dolía y se fue a lavar no sin darme un gran beso y achucharme.

Cuando llegó, me dijo:

– Tito, (ella me llamaba así cariñosamente), ¿Crees que estamos actuando mal al hacer estas cosas?

– No lo sé – dije yo. – Pero no lo hacemos forzados sino con gran cariño, nada puede haber malo en eso.

Como la pasión iba en aumento, llegó un momento en que hablamos de realizar el acto sexual, ya que hasta entonces no se nos había ocurrido hacerlo, ni entre nosotros ni con otro u otra. Realmente no teníamos prisa, ya que siempre estábamos juntos, simplemente no había llegado la ocasión. Lo que sí teníamos claro que la primera vez lo haríamos entre nosotros. Ella me había dicho muchas veces que no sabía con quién tendría relaciones, pero sí tenía una cosa clara, la primera vez sería conmigo.

Pues bien, ese momento llegó una noche de primavera, lo recuerdo bien.

Nos acostamos como otras noches, yo a su espalda y la mano se me fue como siempre hasta su pecho, de allí la baje por su tripita hasta el borde de la braguita, me entró gana de besarla y así lo hice. Empecé a darle masajes y acariciarle todo el cuerpo, ella se dejaba hacer complacida con los ojos casi cerrados. Le daba la vuelta poniéndola boca abajo y le acariciaba la espalda bajando hasta las nalgas y así estaba un buen rato, luego la ponía otra vez tumbada sobre la espalda y la besaba desde arriba hasta abajo. Después le tocaba a ella hacer lo mismo conmigo. No teníamos prisa. Llegó un momento en que no teníamos ninguna ropa puesta. Ambos estábamos bien excitados, de mi pene brotaba una sustancia pegajosa, y ella estaba también muy húmeda. Cuando estaba sobre ella besándola en la boca, noté que la punta de mi miembro tocaba su rinconcito más preciado y noté lo áspero de su vello y el calor de sus labios vaginales, entonces sentí que lo quería meter dentro. Ella no decía nada. Sin tocarlo presioné un poco como buscando la puerta de entrada y lo noté resbalar sin encontrar el camino adecuado, entonces ella lo cogió con una mano y se lo puso entre los labios y dijo:

– Empuja ahora.

Enseguida entró suavemente un poco hasta encontrar un pequeño impedimento, ella gimió un poco como de dolor. Entonces yo me detuve y le pregunté:

– ¿Quieres que lo dejemos cariño? Ya sabes que este momento se recuerda siempre.

¿Estás segura que quieres que sea conmigo?

– Si no hubiese estada decidida no habríamos llegado a esto – me contestó. – Ahora sólo quiero tenerlo dentro y que me quieras mucho.

Una suave presión más y mi pito estuvo completamente dentro, lo toqué por detrás y no quedaba nada fuera. Aunque no lo habíamos hecho nunca, el instinto nos hizo caer en un suave y lento balanceo que nos resultaba muy agradable. Ella ya no se quejaba, recuerdo que cada vez que yo empujaba ella sólo susurraba muy bajito:

– “Mama”, “mama”, – o algo así en su voz se apreciaba que eran quejidos de gusto.

Cuando vi que ya no iba a aguantar más la eyaculación, la saqué y lo vertí fuera. Acabamos abrazados desnudos y así nos dormimos.

Si antes la quería, ahora la adoraba pues había estado completamente dentro de ella

Al día siguiente hablamos algo del tema y coincidimos en que había sido maravilloso, lo habíamos hecho con delicadeza, con amor, sin prisas y había resultado muy agradable.

Pasados bastantes días lo repetimos haciendo las posturas del kamasutra según una revista que teníamos, también habíamos comprado algún libro de sexualidad donde se comentaban métodos anticonceptivos ya que por entonces no era muy fácil comprar condones, aunque ya los vendían algunas farmacias, nosotros utilizábamos la “marcha atrás” y haciéndolo en los días no fértiles basándonos en su regla. Ahora sí que éramos un auténtico matrimonio y qué difícil era disimularlo en los períodos de vacaciones en que regresábamos a casa.

En alguna ocasión nos fuimos los dos solos en verano a la playa unos días por estar más tiempo juntos. Era maravilloso. Algunas veces en las comidas o en alguna tienda a ella le gustaba llamarme marido y le decía a los empleados o camareros, tráigale a mi marido esto o lo otro y luego al salir se reía cuando yo le decía que no hiciera eso, que me quedaba cortado. Su única respuesta era abrazarme o colgarse de mí.

Al cumplir los veintitrés años, más o menos nos pusimos una tarde a hablar de nuestra situación, yo comprendía y así se lo dije, que no podíamos seguir de esta manera, alguna vez alguien iba a descubrir lo nuestro, ya que era una relación que no se aceptaba por la sociedad. A mi me dolería mucho que ella sufriera por mi culpa y seguro que íbamos a sufrir. Así que después de mucho hablar decidimos que lo mejor sería separarnos. Estuvimos toda la noche hablando del tema abrazados y llorando. Los días que pasaron hasta que me fui definitivamente fueron un infierno para los dos, no quiero extenderme mucho en el tema porque por otra parte no pasó nada de importancia, nos limitábamos a ser simplemente hermanos y no estar solos ya este era que era el peligro que teníamos que superar. Yo veía su cara y sabía que sufría pero la animaba a que saliera mucho de casa y conociera gente. Evitábamos cualquier muestra de cariño. Afortunadamente por entonces ella encontró trabajo cerca, y muy pronto me marché bastante lejos. Ella entonces se cambió a la habitación de abajo, la que teníamos de pequeños, a pesar de que era menos espaciosa.

Yo venía a casa muy poco, aunque no por falta de ganas; tampoco llamaba mucho, pues no había móviles y sobre todo hablé pocas veces con ella. A veces mi madre me decía que llamase algo a mi hermana pues sufría mucho al no tener noticias mías a causa de mi pereza. Así pasaron al menos tres años. No volvimos a tener nada íntimo tan solo las pocas veces que vine algún beso en la cara de la que me costaba separar los labios.

Una de esas veces, me contó que había conocido a un chico muy majo y que estaba bastante animada. Yo me puse muy contento por fuera y logré decirle:

– No sabes cuanto me alegro, – pero por dentro algo en mí se hizo pedazos, pues ni la había olvidado ni hacía nada por olvidarla.

– ¿Y tú no tienes nada en concreto? – me preguntó con voz entrecortada.

– Sí. – (le mentí) – ya sabes que yo soy muy lanzado.

Ciertamente había iniciado al menos tres relaciones distintas pero habían durado muy poco, no podía estar con otra mujer por el momento.

Al año siguiente se casaron. Yo, aunque podía haber tenido más días de vacaciones, me las arreglé para estar en casa sólo el día de la boda y marcharme al día siguiente sin despedirme. ¿Cómo iba a soportar ver que se me iba para siempre ya con otro?

¡Qué bonita estaba aquel día! La miraba desde cualquier rincón con disimulo. No podía permitir que ella me viera mirarla con pena, por lo que aparenté divertirme mucho y pasarlo bien, pero sólo se me venían a la cabeza recuerdos de todo lo que habíamos vivido.

Y así fue pasando el tiempo. Iba poco por casa y llamaba menos. Me costó alguna reprimenda por parte de mamá ya que les tenía bastante preocupados la falta de noticias, especialmente a mi hermana, que vivía cerca de casa y preguntaba por mí a cada momento. Claro que ella sabía demasiado bien el porqué.

Al pasar dos años volví a casa por unos días y, tuve que ir a ver a Lala a su casa. Era la hora de la comida y estaban sentados a la mesa en la cocina. Ella al verme se puso como loca de alegría, me abrazó y no me soltaba. Yo estaba incómodo delante de su marido. Ella estaba embarazada y ya bastante gordita. Me cogió de la mano y me llevó al salón diciéndole a su marido:

– Voy a enseñarle la tripa a mi hermano.

Allí se subió el vestido y me hizo tocar y escuchar su tripa para sentir los movimientos del bebé. Estaba muy hermosa, le sentaba muy bien el embarazo. Además sus pechos habían engordado tanto que no pude resistir apartar la tela de su vestido para verle uno. Sus pezones y los alrededores estaban muy aumentados y oscuros. Ella se rió diciendo:

– ¿Te gusto?

– Estás preciosa – dije yo. – Pero vamos que tu marido se impacientará .

Regresamos a la cocina y me hicieron comer con ellos. Mi hermana me bombardeaba a preguntas para saber todo de mí y me abroncaba por mi falta de comunicación. Lo mismo decía mi cuñado que la había tenido muy preocupada al no tener apenas noticias mías.

Él era una excelente persona. La quería mucho y creo que eran felices. Les deseé lo mejor y me marché, no sin antes decirle:

– Cuídala mucho por favor .

Por no extenderme más les diré que volví a mi destino aunque ahora me comunicaba más frecuentemente con la familia y los visitaba de vez en cuando.

Una de las veces que volví a casa de mi hermana coincidió que su marido no estaba.

Tras saludarla, y hablar un ratito, me cogió de la mano y me llevó a la habitación de invitados, deteniéndose en medio para dejar caer su vestido en un instante, quedando en ropa interior. No había perdido belleza con su maternidad, estaba hecha más mujer y muy bonita. Entonces murmuró:

– Lo necesitas ¿verdad?

Mi cabeza quiso decir no, pero mis labios dijeron – Sí.

Casi que le arranqué la ropa que le quedaba, dejándola totalmente desnuda y la llevé a la cama. Allí le hice el amor con pasión, casi con rabia, como no se lo había hecho nunca. Por eso terminé muy pronto.

Ella se dejó hacer casi sin colaborar, y en sus ojos noté que parecía estar ausente.

– ¿Has pensado en él? – le pregunté después de habernos vestido.

– Creo que en cierto modo tenía miedo de que pasara esto – me dijo. – Por eso me hubiera sido imposible hacerlo en nuestro dormitorio ya que no le engañaría con nadie que no fueses tú.

– No volverá a ocurrir, te lo prometo – pude decirle, y ahora ya sabía que lo cumpliría

por su marido y por aquella criatura que dormía cerca de allí.

Así ha sido. Al día de hoy siguen unidos y él sé que la quiere mucho. Pero también sé que si un día algo entre ellos se rompe, (ojalá que no ocurra), correré a su lado y si me acepta estaré junto a ella, como amigo, como hermano o como sea pero nadie me la volverá a arrebatar.

Por Aldo

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