lunes, 13 de febrero de 2023

¡¡Espero tanto que sí!!


Soy profesora de Inglés, mi nombre es Magdalena, tengo 29 años y bajo mi manto de seriedad y aptitud académica intachable, nadie jamás sospecharía que llevo masturbando a mi hija desde que era una bebita. Todo empezó en forma inocente a la hora del baño antes de acostarla a dormir. Cuando la limpiaba entre las piernas se quedaba quietecita y tenía algunos temblorcillos y mostraba una sonrisa divertida en su adorable rostro de nenita.


Una tarde, cuando apenas había terminado de limpiarla ahí abajo, me dijo:

—Mami, hazlo otra vez …

En ese momento me di cuenta de que estaba aprovechando esa parte del baño más de lo debido. No debí consentirla, pero lo hice. De ahí a poco, deje de usar la toallita para limpiar su coñito y lo hice con mi mano y mis dedos durante más tiempo del que una madre decente hubiera hecho. A veces con sus ojitos cerrados me tomaba la mano y me susurraba con esa vocecita suya:

—No pares, mamá …

Pude engañarme por un montón de tiempo de que no era lo que en realidad era, hasta cuando a sus siete años vino una noche y se acurrucó en mi regazo, tomo mi mano y la puso en su coño.

Esto ocurrió hace unos meses, ya tiene edad suficiente para bañarse sola, pero parecía que le faltaban esos momentos nuestros tan íntimos y que yo también añoraba. No pude resistirme a darle a mi dulce niña el toque cariñoso que ansiaba. Siguió creciendo y continuó viniendo a mi para que sobara su conchita. Al principio lo hacíamos por sobre el pijama, luego sobre su piel tibia y desnuda.  Con el tiempo se desnudaba y metía su coño cerca para que yo la dedeara y le hiciera esos inapropiados masajes. Sabía que no podía hacerlo delante de su padre, pero después de mi divorcio ella venía todos los días.

En mi yo interno esperaba que una vez que llegara a la pubertad dejaría de hacerlo, pero no fue así, nuestros encuentros se hicieron cada vez más frecuentes. Pude experimentar como ninguna otra madre como mi hija se convertía en mujer, su primera menstruación, el crecimiento de sus globitos con diminutos pezones y sentí entre mis dedos el crecimiento de sus primeros vellos púbicos. A sus once años experimento el primer orgasmo genuino con abundante producción de fluidos. Me quedé sorprendida cuando ella se corrió abrazada a mi brazo, moviendo su pelvis alocadamente. Pensé que eso pondría fin a todo, pero no ella quiso que lo hiciésemos más seguido y con mayor urgencia.

Lo hacíamos prácticamente a diario y más de una vez al día, yo anhelaba esos momentos con ella tanto como ella. El día que me pidió que me quitara la ropa y me desnudara mientras la masturbaba. Fue un día largamente esperado. Aún recuerdo como si fuese ayer la primera vez que la abracé contra mi piel desnuda y sentí sus duros senos, presionarse contra mis pechos maternales exuberantes, sentí como restregaba sus pezones contra mis tetas al momento de correrse, se corrió en mis brazos.   Me pareció una traición el no decirle que ella se podía correr sola. Que la masturbación era autoerotismo y ella no dependía de mí. Tuve miedo de que ella se hubiera dado cuenta, no sé si lo hizo o no, pero continuamos a encontrarnos y ella me demostraba que eso aumentaba la conciencia de su sexualidad y también la mía.

Había veces que se masturbaba frente a mí solo para su deleite y el mío, le encantaba que yo la mirara, su desenvoltura, su exhibicionismo y desinhibición eran un placer a la vista. A veces me pedía que yo lo hiciera para ella y terminábamos masturbándonos juntas, era un placer infinito jugar con ella.

Nunca hablábamos de lo que hacíamos. Nunca nadie se enteró. Para el mundo exterior éramos como cualquier madre e hija, solo que jamás peleábamos. Me dio una alegría infinita el día que me pidió que le afeitara su coño. Era como volver a tener a mi niña. A la semana siguiente me pidió que afeitara mi chocho. Cuando lo hice estábamos las dos en la vasca de baño, yo todavía con espuma de barba y mi piel recién afeitada, descolorida y pálida. Se metió en medio a mis piernas, me botó agua con la ducha portátil mientras se masturbaba hasta correrse más de una vez mirando mi coño con adoración. Esa fue la única y primera vez que me corrí sin tocarme.

Nunca quise presionarla a hacer cosas diferentes de lo que hacíamos, quería ser su refugio, un lugar seguro donde ella se pudiese asilar en caso de una depresión, un stress, una desilusión o simplemente cuando se sintiera cachonda. Las cosas se pusieron un poco más densas cuando se fue a la universidad con los inevitables novios. A pesar de todo seguía viniendo a sentarse en mi regazo con los pantalones abajo o en vestido y sin bragas y me dejaba que la tratara con ternura. Me parecía disfrutar más masturbando a mi hija que masturbándome yo misma. Y por los abrazos y besos que me daba después, sé que a ella también le gustaba.

La mayoría de sus amigas se habían ido a universidades lejanas, en cambio, ella eligió una local.   Sospeché que no quería alejarse de mí. Me hizo sentir un poco culpable por un tiempo, el que ella hubiera valorado más nuestra relación que su futuro pedagógico, pero lo cierto es que no quería pasar largos meses sin poder abrazarla y sentirla estremecerse en mis brazos hasta exhalar un último gemido de satisfacción.

Quizás un día ella decidirá que basta esta historia de madre e hija. Si es por mí, yo espero que eso nunca suceda. ¿Seguirá queriendo que su madre la masturbe después de que se case? ¿O cuándo quede embarazada?   ¡¡Dios, santo!! Espero tanto que sí …

luisa_luisa4634@yahoo.com

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