martes, 26 de abril de 2022

Mis hijos con mi hija


Capítulo 1

Vi a mi esposa a los ojos y le juré que no la engañaba con nadie. Mis razones para pedirle el divorcio era que ya no aguantaba su actitud tan manipuladora, nada más. La muy desgraciada se enfureció y se fue de la casa, no sin antes amenazar con quitarme todo mi dinero, la casa y el auto. Cuando se escuchó el portazo de su salida, mi hija por fin salió de su habitación.

Dieciséis años, cabello castaño lacio y ojos grandes y adorables. Su piel era clara y sus labios grandes y carnosos. Salió desnuda, dejando caer su bata de baño para gozar de sus tetitas, sus hermosas piernas torneadas y su culo redondo. Era perfecta, o lo era de no ver su vientre ligeramente abultado por su incipiente embarazo. Con una blusa suelta no se notaba, pero ante mí no se podía esconder.


-Por fin se fue nena. – dije.

-Entonces celebremos.

Hace cuatro meses habíamos prometido no hacerlo de nuevo. Ella estaba triste porque su novio la dejó por una chica mayor y yo estaba frustrado por varios meses sin sexo. Ella me preguntó si era linda y yo le dije que era la mayor de las bellezas. Se desnudó y me preguntó si cualquier hombre tendría interés en ella y yo, con la leche acumulada nublando mi cordura, llevé mi boca a sus pezones. Mis dedos se abrieron paso entre su juvenal y apretada rajita y ella gimió con deseo, desesperación y lujuria. Nos besamos un poco más y luego me pidió ya no meterle los dedos. Al disculparme por haberlo hecho, ella me corrigió. Ya no quería que le metiera los dedos, pero sí quería ser penetrada. Con manos dulces abrió mi pantalón y sacó la enorme verga que guardaba y la condujo a su coñito dulce y apretado.

Desde entonces aprovechaba cada momento a solas para follarla, siempre con la promesa de no volver a hacerlo y continuar nuestra vida como sólo padre e hija. Me venía dentro de ella sin piedad. Ella así lo quería aunque me dijera que no lo hiciera. Mientras decía no, no, no, me apretaba contra ella con las piernas y se venía al mismo tiempo que yo. Al sacarle la verga, ella se metía los dedos para sacar mi leche y llevársela a la boca. Incluso, en algunas ocasiones me pedía ponérsela en la boca para limpiársela. En la escuela aprendió que la saliva era un buen antiseptico.

Mi hija acudía a una escuela católica muy estricta. Así que cuando supieron de su embarazo la echaron a la calle. La llevé a una escuela publica, donde nadie hizo ningún escandalo por una chica embarazada. Su mamá aun no se enteraba.

-No te preocupes hija. – le dije – haré todo para que no nos separen.

No era millonario, pero sí tenía una buena cantidad de dinero en el banco. Usé una cuantiosa cantidad de dinero para asegurar la custodia de mi niña, aunque al final todo se redujo a un acuerdo en el que mi niña le dijo a su madre que prefería quedarse conmigo. Su argumento fue: “Es un desastre sin una mujer cerca”. Esa misma noche la llevé a la cama y me la cogí como nadie lo había hecho antes. Mientras la tenía en cuatro, metí un dedo en su agujerito y aunque se asustó, no me detuve. Dilaté su ano y cuando por fin entraba y salía mi dedo sin problemas, saqué mi verga de su coñito dulce y lo puse en su ano.

-Por fin eres mi mujer. – le dije. – Eres toda mía.

La taladré con fuerza, pero con mucho cariño. Se la metía y se la sacaba al ritmo de sus gemidos y chillidos, pero sabía que estaba feliz. Me pedía más y que no me detuviera. En una revista leí que los orgasmos eran buenos para los bebés, y el que tenía en su interior debía estar feliz porque mi pequeña casi se convulsionó de lo fuerte que se vino.

-Te amo papá. No te detengas.

No lo hice. Al contrario, aumenté la velocidad hasta que inundé su intestino con leche. Pero mi verga no perdía rigidez. Se la saqué y la introduje en su coñito. Ella gimió con fuerza cuando lo hice y para callar sus quejas le di un par de nalgadas fuertes. La tomé del culo y comencé a ganar velocidad. La montaba como la puta que era, una de esas chiquillas que separan parejas. Cogérmela era lo mejor de mi vida y para seguirlo haciendo estaba dispuesto a gastar mi dinero, divorciarme e incluso a cambiarme de ciudad si era necesario. Ese pequeño y apretado coño era una bendición y yo quería seguirlo utilizando hasta el fin de mis días.

Ella se vino otra vez.

-AHHHH Papi me vengo. AHHHH más fuerte. – gritaba.

La embestí con todas mis fuerzas mientras venía los chorros saliendo de su vaginita. Lo que más me gustaba de esa vista era su culo rojo y abierto con mi leche chorreándole hasta el coño. Salpicaba conforme la golpeaba contra mi cadera con más y más fuerza. Me iba a correr dentro de ella de nuevo. No podía evitarlo, ni dios podía.

Una buena carga de mi semen quedó en su interior. Si fuese posible, la habría embarazado de nuevo. Mi perrita hermosa. Cargaba a mi bebé con orgullo y calma. No le importaba qué dijeran de ella, estaba feliz por tener un bebé de su propio padre. Sólo me preocupaba su boca. Si la persona equivocada la escuchaba, yo iría a la cárcel.

-Te amo hija.

-Y yo te amo a ti papi.

Saqué mi verga de su interior y me acosté a su lado. Ella trataba de respirar, pero la adrenalina no se lo permitía. Igual la veía feliz. Me sonreía con su rostro sudoroso.

-Te ves deliciosa hija. Cuando des a luz, te haré otro bebé para que sigas igual de hermosa.

-Sí papi. Sólo espero que mamá no se enoje.

-Sólo di que fue un chico de la escuela o un vecino. O no le digas nada.

-¿Por qué no debo decirle? Estoy feliz de ser la madre de tus hijos. Quisiera decírselo a todo el mundo. Estoy enamorada de ti y te daré muchos bebés.

Le acaricié la cara con ternura. Debí ser más estricto, pero esa carita de ángel me impedía reprenderla. Sonaba tan inocente, que no preví los problemas que llegarían más adelante.

Llegó diciembre y mi pequeña Angela dio a luz a Angelica. Nos pareció adecuada la secuencia de nombres. Las fechas nos permitieron pasar navidad juntos los tres por primera vez. Sin ir a la escuela, mi hija podía cuidar a la bebé todo el tiempo que quisiera. Éramos una familia feliz, al menos hasta que acabasen la vacaciones.

Seguimos follando sin descanso. Mi pequeña no pasaba día sin que le llenara el coñito con mi leche. Después de su primera menstruación posparto, la monté frente a la cuna de nuestra niña. Fue su primera lección de sexo. Los días posteriores lo hacíamos junto a ella. En ocasiones, mientras la amamantaba, yo le ponía la verga en la boca a Angela. Mis dos hijas tomaban leche al mismo tiempo. Uno de los mejores placeres de la vida.

Fue entonces que mi niña volvió a la escuela. Una vecina cuidaba a nuestra bebé, así que podía ir a la escuela con tranquilidad y yo a trabajar. Esa mañana me llamaron al trabajo. Acudí y me enteré de que mi hija se había desmayado. Un paramédico me reveló que todo se debía a que estaba embarazada.

La noticia me puso feliz, aunque debí disimular. Mi hija, al despertar, también se enteró. Y frente al paramédico dijo

-Serás papá otra vez.

Y así fue como todo se arruinó. La escuela se enteró. Llamaron a su madre y luego la policía fue por mí. No tuve forma de defenderme. Consensuado o no, era un delito. Mi hija me pidió perdón, pero nunca negó nada. Ante todo, estaba orgullosa de ser la madre de mis hijos.

Pasaron catorce años para que saliera de la cárcel. Mi hermano, también divorciado me dejó quedarme en su departamento. Podía quedarme en el sillón o en la habitación que usaban sus hijas cuando se quedaban con él, lo cual era cada vez menos frecuente porque eran adolescentes y porque no le agradaba a mi ex cuñada. No la culpo, fue mucho tiempo y nadie quiere a un exconvicto cerca de sus hijas. Para no incomodar, yo salía todo el fin de semana en el que ellas se quedaban.

Mi abogado fue quien más me ayudó. No sólo porque aseguraba que se había hecho rico con el dinero que yo le pagué en su momento sino porque decía que le caía bien. Él y su sobrina tuvieron una relación por varios años hasta que la terminaron porque ella se iría a estudiar a otro lugar y luego se casó. Dijo que, si hubiese tenido más valor, habría huido con ella y se habrían casado en otro lugar. Por desgracia no lo hicieron y ahora vivía lamentándose por ese amor perdido. Me contrató como ayudante y chofer de su despacho. No podía ser guardaespaldas porque eso significaría usar armas y yo no podía hacer eso por mis antecedentes penales. Aunque sí golpeé a un par de clientes inconformes. Eso y el dinero me alegraban un poco la vida.

Pasaron un par de años. Mi sobrina Rosaura me pidió que la llevara a una tienda en mi día libre. Su papá no podía por el trabajo y su madre tenía que llevar a su hermana a clases de piano. Yo fui la única opción.

-¿Por qué te metieron a la cárcel? – dijo de la nada.

-No puedo decirte.

-Mamá dijo que abusaste de tu hija.

-Eso no es cierto.

-Ya lo sé.

Llegamos al centro comercial y la chiquilla se bajó. Yo la esperaría en el auto hasta que llegara como si fuera su guardaespaldas. Tenía diecisiete y creía que no me di cuenta de que no se metió a la tienda, sino que siguió caminando. Lo extraño era que no había nada de interés adelante más que un motel a unos cincuenta metros. Estaba por encender el auto para seguirla cuando alguien llamó la atención en mi ventanilla. Dando unos golpecitos con los nudillos, una mujer delgada, embarazada y de cabello castaño me sonreía desde el otro lado.

-Dios mío. – Grité.

-Hola papá.

Abrí la puerta para salir y la abracé. Tuve que hacerlo con cuidado porque de otra forma habría aplastado su panza gestante. Igual lloré al tenerla frente a mí. Era uno de los mayores tesoros de mi vida y ahora tenía la increíble fortuna de encontrármela en una plaza comercial.

-Angela, mi vida. ¿Cómo estás? ¿Qué haces aquí? Dios te bendiga.

Ella también lloraba de felicidad.

-Necesitaba verte y tu abogado me dijo que te quedabas con mi tío. – dijo limpiándose los ojos con la mano. – Hicimos este plan para verte y funcionó muy bien.

-¿Plan? ¿Cuál plan?

Miré hacia el rubo que había tomado mi sobrina Rosaura. Había un par de chicos caminando hacia allá. Mi hija los señaló para decirme sus nombres.

-Esa es Angelica y ese de allá es Ángel.

-Son enormes – dije.

-Te sorprendería.

Fijé mi mirada en su vientre abultado. Tenía treinta y dos años y lucía perfecta. Sus pequeñas tetas se habían convertido en dos perfectas ubres dadoras de leche y de nuevo servirían para amamantar.

-No me lo tomes a mal hija, y aunque ha pasado mucho tiempo, tengo celos de quien te hizo esto. ¿Estás casada? ¿Qué has hecho con tu vida? – le puse la mano sobre el embarazo.

Fuimos a la plaza comercial y en una de las cafeterías del interior nos sentamos a tomar café y pastel. Ella, por supuesto, prefirió un té.

-Dicen que este es mi primer bebé de adulta. Eso me parece graciosa porque cuando cogíamos yo ya me consideraba mujer.

-¿No vas a responderme?

Dejó su pastel sobre la mesa y me miró.

-No te enfades papi. Sé que no la pasaste bien en la cárcel, pero yo tampoco estuve bien. Mamá me gritaba todo el tiempo y quería que abortara a nuestro segundo bebé. Yo estaba feliz por ser tu mujer y ella me golpeaba cada vez que lo decía. Terminé mis estudios, comencé a trabajar y todo criando con orgullo a mis hijos… nuestros hijos. Pero esos pequeños no iban a ser pequeños por siempre. – se calló cuando pasó una pareja cerca de nosotros. Se inclinó hacia mí, cuidando su panza y habló más bajo – Un día los encontré follando. No estaban experimentando, no estaban jugando y explorándose. Ellos sabían lo que hacían y cómo les gustaba. Angelica estaba de perrito frente a Ángel y la cogía mientras le decía ¿te gusta puta? Y le daba nalgadas. Por lo menos tuvo la decencia de no venirse dentro.

-¿Qué hiciste? – dije. Mi verga inevitablemente se comenzó a poner dura.

-¿Qué podía hacer? Se la cogía en toda regla y llevaban años haciéndolo. Logré revisar sus chats con sus amigas y Angelica le contaba a sus amigas de la prepa que follaba con alguien desde hace tiempo pero que no podía decir quien era. No podía evitarlo.

-Pero… ¿ellos saben que yo soy su padre?

-Sabían que su padre estaba en la cárcel y que no era posible visitarlo. Un día, hace como dos años, después de encontrar una prueba de embarazo negativa escondida entre las cosas de la escuela de Angelica, decidí hablar con ellos. Les dije toda la verdad. Les dije que su padre también es el mío y que estaba en la cárcel porque no me pude quedar callada. Les dije que sabía que entre ellos follaban y también lo de la prueba entre sus cosas. Así que compré varias cajas de condones y lo tenemos en la casa para siempre que los necesiten.

-Pero eso no explica lo de ese bebé en tu estómago. – dije.

-Cierto, lo olvidaba. Tanto sexo y hormonas en la casa me tenía totalmente cachonda. Traté de ser fiel a ti papi, pero mi hambre era más fuerte. Un día que Angelica iría al cine con unas amigas y con su prima, recibí a Ángel como lo hacía contigo, con una bata de baño y sin nada debajo. Él al principio se negó, pero ya sabes que no es posible negarse a estas – se levantó aquellas tetas llenas de leche. – Le bajé los pantalones y le di la mamada de su vida. No sé si su hermana sabe lo mucho que le gustó, pero casi se vino en mi boca. Luego hice que se sentara en el sillón y me subí sobre él, metiendo su verga dentro de mí. Se nota que es tu hijo porque, no me lo vas a creer, la tiene enorme y sabe moverlo muy bien. Cogimos por varias horas hasta que llegó Angelica, pero ya era tarde. Ya le había sacado toda su leche y yo estaba en mis días de fertilidad.

-Te preñó tu hijo.

-Y tú preñaste a tu hija.

Mi verga estaba totalmente dura y esperaba que nadie lo notara. Quería que se arrodillara ahí mismo y me hiciera venirme dentro de su boca. Alimentaría a mi nieto con mi leche.

-Demasiado incesto. – dije

-Pero no es el suficiente. ¿Sabes por qué Laura se divorció de mi tío? Porque encontró cuentos de su hija Rosaura donde ella se cogía a su papá. No lo quiso cerca para que eso se hiciera realidad, así que se separaron. Los únicos que lo saben son Angelica y Ángel y para calmar el calor en el coño de la pequeña Rosaura se reúnen para follar en nuestra casa. Sólo no me les he unido porque no quiero asustarlos.

-Qué barbaridad.

-Tuve que llevar a abortar en secreto a la pequeña Rosaura. – continuó mi hija. – Les dije a sus padres que salimos de campamento, pero la realidad era que Ángel puso un bebé como el mío en ella. Pienso en eso cada vez que lo monto. Mi pequeño semental…

Se quedó callada de repente. Miraba su tasa de té pensativa.

-¿Estamos haciendo algo malo papá? – preguntó después de unos segundos.

-Pues sí hija, pero el amor es el amor. Sólo tengan cuidado y no se quejen si hay algún problema en los bebés. Sé que no es tan grave como lo hacen sonar, pero hay que tener cuidado.

Volvió a quedarse en silenció. Habló después de unos segundos.

-¿Estás enojado porque no te fui fiel?

-La verdad es que creí que habías cambiado y recapacitado. Pensé que si te volvería a ver me dirías que fue un error haber follado conmigo. Yo sé que no fue lo mejor, pero atesoro nuestro tiempo juntos. Me habría gustado criar a tus hijos contigo. Era lo único en lo que pensaba en la cárcel.

-¿Te molesta que Ángel me haya embarazado?

-Ángel y Angela, dos hijos míos cogiendo entre ellos y teniendo hijos. No me molesta, pero me hace querer follarte por el culo mientras él lo hace por el coño. Hablando de eso, ¿tú coñito sigue siendo tan dulce?

Se puso roja.

-Siempre seré tuya papá, pero mi vientre ahora le pertenece a mi hijo. Te mereces un coñito más joven y siempre he deseado que preñes a Angelica.

-Tu hijo puede preñar a esa prima suya. Tú y mi hija salieron de esta verga y me pertenecen. Ahora vayamos al estacionamiento a que me mames la verga. A ese bebé no le molestará recibir mi leche.

-Será una niña papá y toma leche a diario.

Terminamos nuestras bebidas y salimos corriendo al auto. Yo quería darme placer con su boca, pero ella dijo que condujera. Su casa no estaba lejos y me mostraría donde había concebido al bebé de su hijo.

-Te amo hija.

-Te amo papá.

Capítulo 2

Angela vivía en un segundo piso, justo encima de una tienda de abarrotes y debajo de otros inquilinos. Era un lugar transitado y nadie se fijó en nosotros cuando subimos. Con solo entrar a su pequeño departamento comenzó a desnudarse. Yo sólo me saqué la verga y me la empecé a jalar frente a ella.

-Papi la tienes enorme. – dijo con muchos ánimos, mi hermosa hija preñada.

Me deleité con su bellísimo cuerpo. Lucía más madura, pero sin duda era la misma chiquilla que dieciséis años atrás vi desnuda cuando mi esposa me dejó. Su enorme embarazo la delataba. Cargaba al bebé de la misma forma y sus tetas parecían pesadas y listas para ser ordeñadas.

Ella era mi hija, la misma de la que me enamoré y que preñé en su adolescencia. Supimos que tendríamos un segundo bebé y por ello su madre, las autoridades de la escuela y policiacas, nos descubrieron. Pasé años lejos de ella, en la cárcel y hospedándome con mi hermano cuando por fin salí. Estuve esperando volver a verla sólo para volverla a follar. Casi perdía la esperanza cuando mi sobrina me pidió llevarla al centro comercial, pero en realidad era un plan de mi hija para poder follarla de nuevo.

Sólo no esperaba encontrarla preñada por alguien más. Nuestro segundo hijo, Ángel no sólo se follaba a su hermana Angelica, sino también a su madre y a su prima. Soltaba su leche en el interior de esas mujeres. No podía culparlo. Era un hombre y esas chicas eran hermosas. Pero tenía un problema, su madre y su hermana no eran suyas. Eran mis mujeres y debía recordárselo a mi hija.

Tomé a Angela por el cabello y la llevé al suelo. Quedó de rodillas, con el rostro un poco desorientado y algo adolorido. Luego conduje su cara hacia mi verga, a la cual dejó entrar a su boca como si de un instinto se tratara.

-Eso es hija, mama la verga que te hizo. – le decía mientras su boca se movía de arriba hacia abajo mi enorme falo. Por lo que veía, se había olvidado del tamaño que yo manejaba. – Soy tu papi y tú eres mi mujer, ¿entiendes?

Se sacó la verga de la boca sólo para decir:

-Claro papi, lo que tú digas. – y por su propia cuenta volvió a mamar.

Parecía saborear. Se deleitaba con el salado sabor de mi hombría. Ponía los ojos en blanco como si estuviese saboreando un manjar. Sólo se cubría la panza con las manos. Con cada movimiento de adelante a hacia atrás, su vientre pegaba con mis piernas. Eso era aun más excitante, mucho más conmovedor y al mismo tiempo me hacía desear llenarle la boca de semen.

Pero debía resistir. Debía reclamar su coñito, recuperarlo para mí. Me enojaba pensar que había sido usado por alguien más, pero me calentaba saber que fue mi hijo quien le puso ese bebé. Mi hija era una puta incestuosa al servicio de la familia. Mi hijo Ángel era su hermano e hijo al mismo tiempo. La niña que en ese momento cargaba, ¿qué sería de él? ¿su hija-sobrina? ¿Y de Ángela sería su hija-nieta-sobrina?

-Levántate puta. – le ayudé a ponerse de pie y la llevé a sala.

Hice que subiera las rodillas a uno de los sillones y me diera la espalda. Sus brazos se sostenían en el respaldo, por lo que su culo daba hacia mí, justo a la altura para tener un acceso bastante cómodo a su vagina. Pasé mis dedos por su rajita para sentir su humedad. Se los metí un poco sólo para escucharla gemir y pujar y luego deslicé mi verga por entre sus labios vaginales, pero sin penetrarla. Quería escucharla, pero, sobre todo, quería que suplicara que por fin se la metiera, justo como hacíamos cuando era pequeña.

-Por favor papi, cógeme. – gimió, pero la ignoré. Sentía cómo se mojaba más y más. – ¡Papi!

-En cuanto nazca esta niña, voy a cogerte de nuevo hasta preñarte. No eres de Ángel, eres mía. Y Angelica… esa chiquilla también aprenderá a amarme. Tú y ella me darán hijos hasta yo muera. ¿oíste?

-Sí papi, pero por favor, ¡Ya cógeme!

Y de golpe introduje mi verga en la concha de mi hija.

-Ahhhhhh – gritó.

Yo no me detuve. La tomé de la cadera con una mano y del cabello con la otra. No me detuve, ni siquiera porque ella se sostenía sólo con una mano y protegía su vientre con la otra. Cada golpe lanzaba a su bebé hacia adelante. Rogaba a Dios para que no le pasara nada a pesar del infinito placer que me daba cogerme a mi hija de esa manera. Ella gritaba y chillaba. Creo que incluso tenía lágrimas en los ojos. Era una brutalidad placentera. Le gustaba ser poseída por su padre, el hombre que la crió. Cuando era niña decía que era el único hombre al que amaría y cuando creció y pude preñarla, creí que eso sería cierto. No pensé verla con una panza hecha por su hijo. Él también tenía derecho de poseerla, porque, de una forma o de otra, esa era la vagina por la que salió.

Mi hija, una vagina con patas. Siempre al servicio de una verga de la familia. Me gustaba eso. Me importaba una mierda lo que se dijera sobre el incesto y la endogamia. Mi hija, mi coño. La tomé por las tetas y se las comencé a presionar. Seguramente nos veíamos como un caballo montando a una yegua, por como dejaba caer mi peso sobre su espalda. Le presioné los pezones para sacarle la leche, la misma que salía para alimentar a la pequeña Angelica cuando tenía menos de un año. Hice que se le derramara y cayera sobre el respaldo del sillón. Sus gritos de dolor, placer y emoción sólo me llenaban de más adrenalina y me hacían sentir como si estuviera bautizando a aquella pequeña que llevaba en el vientre con la tradición familiar. Era la mejor forma de decirle “tu mami es una puta y espero que tú también lo seas en el futuro”. Yo era su abuelo y su bisabuelo al mismo tiempo y me sentía orgulloso.

-¡TOMA PUTA! – grité al tiempo que solté toda mi leche dentro de ese coñito, apretado y hermoso como lo recordaba. Pareciera que el uso y los partos no lo hubiesen cambiado en nada.

-¡Sí PAPI! ¡DAME TU LECHE! ¡DAMELA TODAAAAA! – gritó enloquecida al tiempo que su cuerpo se contraría por el placer. Con la espalda curveada, los ojos en blanco y sin poder respirar, mi hija soltó un chorro transparente desde su coño.

Fue como si cada mililitro de liquido absorbiera un poco de su fuerza vital, porque después de venirse, la muy puta perdió fuerza en los brazos y se dejó caer. Sólo protegió el vientre, pero sólo por instinto. El resto de su cuerpo carecía de control y apenas podía hacer más que sólo respirar agitadamente.

Cuando saqué mi verga. Aquella sustancia blanquecina se desbordó de su coño. Me pareció una imagen cautivadora, magnifica. Su hubiese tenido una cámara o un teléfono como los de la actualidad, la habría retratado y la habría usado para presumir de mi fechoría con ella. Ese coño lleno de leche era un sueño por fin cumplido. Era lo único en lo que pensaba en la prisión y lo único que me hacía querer salir lo antes posible. Había otros hombres que se dedicaban a aliviar los deseos sexuales de los internos, pero yo sólo quería la vagina de mi hermosa hija.

Ahora estaba frente a mí, inundada, rojiza y con un aroma intoxicante. El rostro de mi niña hermosa estaba rojo, igual que sus ojos por las lagrimas que salieron entre tanto placer. Sus tetas estaban enrojecidas e hinchadas; sus pezones ennegrecidos por el embarazo goteaban leche como si de sudor se trataba. Esa imagen de mi niña, ahora una mujer con su propio departamento para ella y sus hijos, toda una maestra del sexo para ellos, me parecía de lo más maravilloso. Estaba orgulloso de ella.

-Te amo hija.

-Te… amo… papi.

Me subí los pantalones sin darle mucha atención y salí del departamento. No me importó dejarla ahí en el suelo sin poder respirar o llena de leche. Si por mí fuera, me la cogería frente a nuestros hijos sólo para recordarles que ella es mía y que cualquier coño salido de ella también lo era.

Sin embargo, también me agradaba que mi hijo se la cogiera. Me causaba celos y lo veía como un reto a mi hombría, pero él se merecía el placer de follar a una mujer tan maravillosa. Quince años y ya era padre. Siempre que Ángela me cumpliera como mujer, él podría acceder a ella cuando quisiera.

Conduje de regreso al centro comercial. Justo en la entrada vi a la hermosa jovencita que era mi sobrina Rosaura. Me había negado a verla como hermosa por respeto a mi hermana, pero ahora con la adrenalina de haberme cogido a mi hija, no pude negarme a mirarle sus bellas piernas y ese buen culo que tenía detrás. No tenía grandes tetas, pero la chica junto a ella sí las tenía. Rosaura tenía el cabello rubio oscuro, casi castaño, mientras que la chiquilla a su lado lo tenía justo como mi hija. Ambas, acompañadas por un chico muy similar a mí en mis fotos de mi adolescencia, reían. Éste último, de cabello un poco largo, parecía muy despeinado a pesar de habérselo acomodado.

Se despidieron cuando me acerqué a la acera y pude ver como los otros chicos me miraban con una sonrisa entre tramposa y malévola. Era un nivel de picardía muy interesante. Lo mejor era que la chica, casi idéntica a su madre, se mordía el labio al verme. Me habría gustado decirles que me acababa de coger a su madre. Sólo me despedí de ellos con la mano, sabiendo que Ángel y Angelica sabían quién era yo.

Conduje con Rosaura detrás en silencio por un buen rato. Estábamos a pocos minutos de llegar al edificio donde vivía con su padre cuando por fin habló.

-¿Cómo te fue?

-Maravilloso. – respondí sabiendo que ella había sido parte del plan de reunirme con mi hija.

-¿De qué hablaron? – preguntó, disimulando su interés.

-De cómo casi quedaste embarazada de tu primo, mi hijo. – respondí ahora con una sonrisa.

-Error. No fue casi, me embarazó y tuvimos que ir a una de esas clínicas.

-Debiste tener al bebé.

-Si voy a tener un bebé incestuoso, y a esta edad, no quiero que sea de Ángel, sin ofender. Me interesa alguien más.

Recordé lo que me había dicho Ángela sobre que el divorcio de mi hermano se debió a las confesiones de Rosaura acerca del amor y lujuria que sentía por su padre.

Llegamos al edificio de mi hermano y subimos a nuestro departamento. Él mismo llegaría en cualquier momento y se llevaría a su hija con su madre, pero por el momento, yo estaría solo con ella. Eso me preocupaba bastante porque, aun sin perder la emoción del sexo con mi hija, comenzaba a ver a esa hermosa chica como sexualmente apetitosa.

Al llegar, me senté en el sillón y ella hizo lo mismo, pero frente a mí.

-¿Te gusta mi culo? – preguntó de repente. – No has dejado de verme por detrás. ¿Acaso tienes interés de cogerme como lo hace tu hijo?

-¿Desde hace cuanto que lo hacen?

Se llevó un dedo a los labios, haciendo un gesto pensativo coqueto.

-No lo sé, tal vez dos años. Yo tenía quince y él trece. Su hermana y él ya lo hacían desde hacía tiempo.

-Pasaron la pubertad juntos. – deduje.

-Por lo menos él con ella. Creo que fue Angelica quien dio el primer paso. No sé cómo lo hizo, pero el chico quedó cautivado. Fue hace poco que mi prima Ángela se nos unió, aunque ella me pide que la llame tía por ser tu esposa.

-Esa puta loca – murmuré – y dime, ¿Ángel y Angelica se aman?

De nuevo apareció ese gesto pensativo coqueto.

-Yo creo que no, pero a ella le gusta coger y a Ángel le gusta tener un coño al cual follar. Puede ser mío, el de Angelica, el de Ángela o el de alguna vecina. Cuando su hermana le enseñó a follar, un mundo nuevo se abrió ante él y quedó maravillado.

-Interesante. ¿Y qué hay de ti? Ángela me dijo por qué tus padres se separaron.

Rosaura de pronto pareció incomoda, pero lo disimulo casi al instante.

-No puedes juzgarme. Te cogías a tu hija cuando tenía dieciséis y la preñaste dos veces. ¿Por qué es diferente lo que yo siento por mi padre?

-No te juzgo. Entiendo lo que es el amor no comprendido por los demás. Y, como sabes, estuve dispuesto a ir a la cárcel por ello.

Esto era en parte mentira, pues en un caso judicial como este, es casi imposible tener una defensa sólida. Menor y familiar eran igual a cárcel. El abogado sólo podía pedir condenas más amables debido a que fue consensuado.

-Amo a mi papá y quiero ser su mujer. – dijo después de meditarlo por un momento – Pero sé que nunca acepará nada. Lo amo más que a cualquier cosa en el mundo, pero como ni siquiera él lo entendería, tengo que conformarme con alguien que vagamente se le parece.

Ángel se parecía a mí y por consiguiente a mi hermano.

-¿Follaste con él hoy, cierto? – dije.

-Y tú a tu hija.

-Pero estoy seguro de que aun así estás mojada por sólo mencionar a tu padre y a lo que sientes por él. ¿Qué harías con él? ¿Cómo lo seducirías?

Se puso de pie y caminó hacia mí. Sus caderas se balanceaban de lado a lado y sus brazos se pusieron sobre mis hombros. Su rostro era deseo puro.

-Millones de veces he pensado en lo que le diría para seducirlo, pero sé que siempre se me olvidaría. – dijo. – Pero eres casi igual a él.

-¿Entonces qué esperas?

Apenas terminé la frase me besó como nunca. Metió la lengua dentro de mí como si quisiera atraparme y no dejarme ir. Mi verga, de por sí semi erecta, se endureció al instante. Ella la sintió con la mano y de inmediato se separó sólo para sonreírme con picardía.

-Es enorme. – La sacó de mi pantalón. – La quiero dentro de mí.

Se arrodilló para besármela, lamerla y acariciarla con su cara. Resoplaba de emoción y la besaba como si la adorara. La metía en su boca por unos segundos y la volvía a sacar sólo para asegurarse de que aun la tenía frente a ella. No lo podía creer.

Entonces se dio vuelta, se bajó la falda y las bragas justo frente a mi cara y tomó mi verga para guiarla hacia su pequeño y húmedo coño. Bajó con lentitud, apreciando cada segundo. Sus labios se abrieron ante el paso de algo tan masivo y toda su humedad fue necesaria para permitirle la entrada.

-¡La tienes muy grande papi! – exclamó. Llegó hasta abajo y ahí comenzó a hiperventilar. Mi querida sobrina volvió a subir. La tomé del culo para ayudarla. – ¡Me encanta papi! – dijo todavía más fuerte. Los movimientos se volvieron cada vez más rápidos y frenéticos. Ahora no sólo gritaba, sino que sollozaba y pedía más. – ¿Por qué no me amas papi?… Quiero ser tu mujer… Te daré muchos hijos… Te cogeré siempre… ahhh… ¡Fóllame papi!… ¡TE AMO PAPI! – gritó conforme sus sentones aumentaban de velocidad.

Fue entonces que se abrió la puerta del departamento. La delgada chica de diecisiete años penetrada por mí se levantó en el acto y con un rostro totalmente aterrorizado y avergonzado, miró a su padre, quien acababa de llegar con unas bolsas de comida y una total palidez.

-¡QUÉ PUTAS ESTÁ PASANDO AQUÍ! – exclamó.

Yo sólo supe que una lluvia de golpes estaba por caer sobre mí y los tenía bien merecidos. Sólo tomé aire y vi como mi sobrina Rosaura se acercaba a su padre para calmarlo. Lo único que lamenté fue no haberme venido dentro de ella.

Anónimo

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