miércoles, 12 de julio de 2023

Reminiscencias, Parte 1


Recuerdo mis primeras experiencias con mi hermana Carla. La única mujer que había visto desnuda era ella, pero no me llamaba la atención, era mi hermana, era flaca, no tenía senos ni curvas como las fotos de las revistas de papá, con todas esas modelos de cuerpos exuberantes, grandes tetas, algunas con un coño peludo y otras sin pelo, pero ¡¡mi hermana!! Ella ni siquiera tenía pelitos allí abajo, no sabía si ella tenía algo más allí entre sus piernas flacas. ¡¡Tal vez no tenía nada!!


Carla tenía diez años y yo doce, desde hacía un par de años ya no dormíamos en el mismo cuarto, para mi fue un alivio, ya que ella era una parlanchina, nunca estaba callada y hasta tardas horas de la noche transmitía sus soliloquios jugando con los duendes mágicos o sus muñecas. Además, yo había descubierto que mi pene me podía dar mucho placer en la soledad y tranquilidad de mi cuarto y no quería que una hermana fisgona me viniera a importunar mis momentos de niño grande. Mis sueños eróticos estaban plagados de mujeres despampanantes con inmensos pechos, grandes culos redondos y apetitosos, coños gordos y frondosos con vellos todo alrededor, otros sin pelos con gruesos labios colgantes y siempre empapados de fluidos. Mi hermana jamás podría competir con eso. O eso pensaba yo.

Estábamos alrededor de la piscina de casa, papá y mamá estaban en sus trabajos. En esa ocasión vi a Carla quitarse su traje de baño y zambullirse desnuda en la piscina:

—¿Acaso estas loca? … podría venir alguien …

Dije en tono preocupado.

—¿Quién va a venir? … papá y mamá no volverán hasta esta noche … ven … ven a bañarte conmigo …

—No … no desnudo como tú …

—¿Acaso tienes miedo, niño grande? … ¡Eres una gallina! … ¡Miedoso! …

Siendo yo el mayor no podía soportar de que me tratara de ese modo, así que me quité mi bañador y me zambullí en la piscina dando largas brazadas hacia ella. Carla rápidamente subió las escaleras y se volvió a zambullir alejándose de mí. El agua templada acariciaba todos mis poros y lugares sensibles de mi piel. Mi escroto parecía haberse contraído y mis cojones parecían apretados en una pequeña bolsa rugosa, mi pene se despertó y comenzó a crecer, simplemente tuve una formidable erección.

Carla me miraba sonriendo juguetona desde la orilla opuesta. Me lancé otra vez en persecución a ella y ella nadó velozmente hacia el centro de la piscina. Ahí donde el agua es más profunda la alcance y la atrapé. Ella se reía como loca e intentaba saltar sobre mi cabeza para hundirme. En ese preciso momento toda mi vida iba a cambiar, aún cuando no tenía conciencia de ello. Mi erección rozo su cadera. Miró hacia abajo y con una maliciosa sonrisa en su rostro me dijo:

—¡Guau! … lo tienes duro …

Se reía sin quitarme los ojos de encima. Avergonzado y ruborizado la empujé y me alejé nadando. Carla nadó tras de mí:

—¡Vamos, Mauro! … déjame verlo, por favor …

—No … ni por nada al mundo …

—¿Por qué no? … mamá dice que eso es natural en los muchachos …

Salí del agua prestamente y me cubrí con la toalla:

—¿Y cuando te dijo eso? …

—Cuando comencé a menstruar y me hablo de sexo … de chicos y chicas … me dijo sobre el pito de los chicos que a veces se pone duro … ¡Ya, Mauro! … nunca he visto uno … muéstramelo …

Todavía avergonzado, respiré hondo y me quité la toalla. Fue otro momento decisivo.    Ahí estaba yo con una esplendente erección mostrándosela a mi hermana menor. Ya no la vi con ojos de hermanos. Miré su cuerpo grácil y desnudo. Ella era todo lo contrario de mis fantasías eróticas, su pecho no tenía tetas, solo unas delicadas protuberancias casi inobservables con areolas claras y diminutos pezones. Su cuerpo no tenía curvas, sus cabellos oscuros y enmarañados le daban un aire de salvaje, solo sus ojos de un profundo color zafiro hacían resaltar su rostro de niña.

Sin embargo, más abajo, Carla tenía una hendidura casi invisible y sin pelos, como un monte pequeñito que sobresalía. Su rajita era imperceptible ahí abajo, su intimidad estaba bien escondida, imaginé su piel clara y suave. Por primera vez estaba viendo un coño real, verdadero, con o sin pelos, lo encontré bastante estimulante y erótico. En forma involuntaria mi polla se movió; Carla dio un respingo:

—¡Oh!, mira … se movió … tu cosa se mueve …

Carla se acercó con su mano estirada.

—¡No! …

Le espeté resuelto y aparté su mano.

—¿Por qué no? … ¡Ya! … ¡Vamos! … déjame sentirlo …

—¡No! …

Me di la vuelta y con el cuerpo aún mojado, me puse el bañador y comencé a enrollar mi toalla. Carla se encogió de hombros hizo una mueca de desaprobación y se giró para vestirse, exponiendo su pequeño trasero para mí. Lo observe con la mayor atención. Las nalgas eran pequeñas, pero bien redondeadas, comenzaba a tener formas de mujer, se hinchaban con un marcado surco entre ellas. Cuando se agachó para ponerse el traje de baño vislumbre fugazmente su pequeño y estrecho coño desde atrás. Metí la mano en mi bañador y acomodé mi polla que comenzaba a entiesarse otra vez y me puse una camiseta que ocultara mi erección.

Carla al parecer había dado por superado y olvidado todo el incidente, volvió a parlotear sin descanso mientras nos dirigíamos a la casa. Esa noche mientras me masturbaba, por primera vez no me sirvieron las revistas de papá. Mi mente estaba colmada de imágenes del cuerpo inmaduro y adolescente de mi hermana. Para mí, ella era mucho más sexy que cualquiera de las modelos de las revistas.

Tal vez porque la conocía y me entretenía su chachara continua, o su personalidad abierta y social, no lo sé el porqué. Quizás porque fue la primera mujer que se paró frente a mí totalmente desnuda, había visto con claridad su cuerpo de mujer sin remilgos ni maldad. Pero ahora con los ojos cerrados imagine su cuerpo esbelto y delicado acariciando mi cuerpo, imaginé su hermoso trasero y su increíble coño si vellos y me corrí, el semen volando por los aires, chorreando con fuerza, aterrizando en mi estómago y mí pecho, mi polla palpitando desbocada. Mi orgasmo fue pleno y satisfactorio. Luego fui invadido por un sentimiento de culpa, me dio vergüenza y mi placer desapareció. Amaba a mi hermana y sentía de haberla mancillado, de alguna manera la había degradado, me avergonzaba de haberme corrido pensando en ella.

Al día siguiente Carla no entendía porque estaba siendo tan cortante con ella. No estaba para nada feliz, era como si hubiera perdido su mejor amigo. Yo me sentí aún peor por desquitarme con ella, luego trate de repensar el todo y mentalmente traté de reconciliarme con ella y ser más amable. En su mundo todo estaba bien. En mi mundo todo estaba desconfigurado.

Durante los días siguientes Carla trató de convencerme a bañarme desnudo con ella, pero me resistí, a sabiendas de que podía volver a tener erecciones y quizás volvería a masturbarme con sus imágenes. Solo que ella es cómo un cocodrilo, cuando aferra su presa jamás la suelta. Incluso mamá se dio cuenta:

—Mauro … ¿por qué no te llevas bien con tu hermana? … parece que la evitas … ¿te hizo alguna cosa? … no seas egoísta con ella …

¿Cómo podía decirle a mamá que mi hermanita menor me provocaba unas tremendas erecciones?  Así que tuve que escuchar las criticas de mamá y accedí a bañarme con ella. Esta vez sin quitarme el bañador, pero a mi hermana no le importaba nada, a sabiendas de que estábamos nosotros solos en la casa, se desvistió completamente y dando saltitos de loca y, muerta de la risa, se zambulló en las tibias aguas de la piscina, asomó la cabeza chorreando agua y me gritó:

—¡No seas bebé! … ¡Quítate el traje de baño y ven a bañarte! …

—¡A mí nadie me llama bebé! … ¿Qué te crees? …

Di un salto me quité el traje de baño y me zambullí en el agua. Durante un buen rato chapoteamos, nos tiramos agua, nos perseguimos y nos divertimos. Carla tiene una risa maravillosa, desinhibida y contagiante, me hizo sonreír de verdad, esta vez no la pude alcanzar o quizás no quise. Carla me dijo que iría a por unos panecillos y dio unas brazadas hacia la escalera. Cansado y sediento la seguí afuera planeando de comer algo. Pero al ver su pequeño y redondo culo desnudo moverse con gracia y ondulando ante mis ojos, vislumbre la estrecha rajita de su coño e inevitablemente mi pija se puso dura, Carla se volteó y me vio:

—¡Oh! … lo tienes tieso otra vez … ¿puedo tocarlo? …

—¡No! …

—¡Está bien! …

Carla se dirigió a la casa y volvió con una bandeja con jugo y bocadillos de jamón. Por un rato comimos en silencio, pero sus ojos no abandonaban mi erección. Conversando sin tema definido, ella dijo:

—Mamá me dijo que tengo un agujero aquí abajo …

Y apunto con su dedo a su coño:

—… ella dijo que se llama vagina y que es ahí donde los hombres ponen su pene …

Tomó un sorbo de jugo de naranjas y prosiguió:

—… creo que ella se equivoca … tu pene parece demasiado grande para caber en mi pequeño agujerito …

Me reí ante su ingenua inocencia:

—Eso porque eres solo una niña … ya crecerás y entonces encajará todo … te lo puedo asegurar …

Me miró con cierto asombro, nunca tímida me informó:

—¡Ah! … y también tengo un botoncito aquí por arribita … y se siente muy bien cuando juego con él …

—Ese es tú clítoris y se llama masturbación lo que haces …

—¡Ya lo sé! … ¡Ya lo sé! … mamá me lo dijo … ¿Y tú? … ¿Juegas con tu pene? …

—Sí … lo acaricio o lo froto cuando estoy solo en mi cama …

Respondí en modo sincero, sin darme cuenta de que ya no sentía vergüenza.

—¿Y te sale semen? … eso es lo que fertiliza el ovulo de la mujer, me dijo mamá … ¿Cuánto semen te sale? …

Me encogí de hombros, jamás había medido la cantidad de semen que me salía, algunas veces era poco y otras veces era mucho, entonces ella agregó:

—Quiero ver … muéstrame …

Sus ojos azules brillaban con una extraña excitación.

—¿Estás loca? … ¡No! …

Esos inmensos ojos zafirinos destellaban rayos enceguecedores, me sonrió diciendo:

—Podríamos hacerlo juntos … te mostraré cómo lo hago yo … y tú me mostrarás como lo haces tú … ¿Quieres? …

Me sentí terriblemente excitado y como nunca había visto un coño de cerca, le dije:

—Primero tienes que mostrarme tu coño …

—Bueno … pero promete que después tú también me lo mostraras, ¿te va? …

Nervioso y caliente, asentí rápidamente. Carla rodó sobre su espalda, levantó las rodillas con los pies bien separados. Me acerqué a mirar de cerca entre sus piernas. Sus dedos presionaron sus labios separándolos ligeramente, vi el capuchón de pliegues que cubrían su clítoris y el ápice de su botoncito que emergía apenas entre esos delicados pliegues; después sus labios menores rodeados de otros pliegues como de un fuelle rosado; luego su interior de piel suave, casi vidriosa, brillante por la humedad y luego un agujero que se perdía en su profundidad oscura y rosada.

—Este es mi botoncito … mas abajo esta mi vagina …

Comenzó a frotar su clítoris con su dedos del medio, luego deslizó su dedo a su coño introduciéndolo hasta el primer nudillo:

—¿Lo ves? … aquí en este pequeño agujero debería entrar un pene …

Mi erección se transformó en casi dolorosa y fuertes pulsaciones hicieron vibrar toda mi polla, entonces le sugerí:

—Muéstrame como te masturbas …

—¡Vale! … pero juntos …

De rodillas frente a ella agarré mi pija y lo acaricié. El dedo de Carla comenzó a moverse en círculos sobre su botoncito lustroso y flexible. Por unos minutos nos masturbamos juntos. Luego ella hundió su dedo, se penetró y lo saco brillante de fluidos que espalmó sobre su clítoris. Mi polla pulso y se hinchó. Lo acaricie más rápido mirándola fascinado y excitado más allá de lo que nunca había estado, me parecía increíble que mi polla estuviera tan dura, parecía que se iba a reventar, era la primera vez que veía a una chica masturbarse.

Entonces sus ojos se entrecerraron, todavía mirando fijamente a mi polla. Empezó a respirar con más fuerza y afanosamente, sus dientes rechinaron, sus dedos atacaron su botoncito cual, si fuera la cuerda de una guitarra, furiosamente rasgueaban sobre el minúsculo apéndice. Mi erección pulsaba, el placer fluía a través de mis venas, esto era demasiado excitante.

Carla arrugó su ceño e hizo una mueca de agonizante placer y, se corrió, sus piernas se abrían y cerraban, intentaba de apretar sus muslos que temblaban ligeramente, las caderas corcoveaban hacia arriba y hacia abajo, trataba de respirar, pero sus jadeos se lo impedían. Cuando finalmente se relajó, dejó caer sus rodillas a los lados exponiendo su coño ahora enrojecido, su clítoris prominente, pude ver el estrecho agujero de su vagina que se contraía, al igual que el apretado orificio de su culo. Me pregunté cómo se sentiría mi pene siendo presionado de esa placentera manera. No pude resistir más; con un gruñido me corrí, el semen brotó en una larga hebra y salpicó su coño y su vientre, otros hilos de esperma alcanzaron sus inexistentes pechos, el semen blanquecino se deslizó alrededor de sus pezones. Carla me miró un poco estupefacta y me sonrió sintiéndose bañada por mi esperma, los borbotones siguieron esparciéndose por su cuerpo y ella feliz.

—¡Te chorreaste sobre mí! … ¡Deberías haber visto tu cara! … ¡Lo encontré genial! …

Agotado y sin un rastro de vergüenza, le sonreí:

—¿Y tú? … ¡Deberías haber visto tu cara! … ¡Ceño fruncido y una exquisita agonía! …

Sin darnos cuenta habíamos superado otro limite. De repente, la intimidad no era vergonzosa entre nosotros. Nadamos y jugamos por el resto de la tarde, finalmente nos refugiamos en casa. No se hablaba nada de lo que habíamos hecho entre nosotros, era un secreto, nuestro secreto más emocionante y recóndito.

Dos días de lluvia nos mantuvieron encerrados en casa, ninguno de nos dos hizo ningún avance ni sugerencia de ningún tipo. Al tercer día volvió a brillar el sol y Carla me dijo que iría a bañarse en la piscina, yo le dije que me reuniría con ella a la brevedad. Esa mañana mamá antes de irse al trabajo me había dicho:

—Hijo … es bueno ver que te llevas bien con tu hermana …

La miré y le sonreí sin delatar mis pensamientos: “Si solo ella supiera”.

Cuando llegué a la piscina, ni siquiera me pregunte si ella estaría con o sin traje de baño, simplemente me desnudé y me zambullí de un piquero. Ambos estábamos desnudos y nadamos jugando a perseguirnos y chapotear en el agua cristalina. La risa de Carla llenaba todos los espacios. Me gustaba estar con ella. La depresión no existía estando a su lado. Extasiaba hasta mi espíritu con su alegría. Cuando nos cansamos y refrescamos del calor agobiante, nos acostamos bajo la sombra del inmenso algarrobo y Carla saco de su mochila algunos panecillos y latas de bebidas Cola.   No me importaba tener una erección.Se sentía bien estar desnudo con mi hermana. Lo ilícito y lo prohibido se transformaba en algo excitante y emocionante. Estábamos terminando de comer nuestros bocadillos y ella se giró con esa bella sonrisa en sus labios:

—¿Te gustaría que volviéramos a hacerlo? …

Yo quería hacerlo, pero mi mente quería un poco más. Nunca había sentido un coño. Parecía algo tan hermoso. Esa piel blanca y estirada con esa hendidura apenas visible, cómo a esconder un tesoro precioso. Un fruto delicado y maduro. Entonces le pregunté:

—¿Me dejas tocarte? …

—Sí … pero también tú me tienes que dejar que te toque …

Dijo Carla con sus hermosos ojos azules brillando de emoción y transmitiéndome sus deseos y anhelos.

—Me parece justo … pero yo primero …

—¡Okay! …

Carla rodo sobre su espalda, levantó sus rodillas, con los pies en el suelo y bien separados. Me acerqué y otra vez observé su pequeño coño. Su sexo era tan sexy y fascinante. Incluso con las rodillas separadas su rajita permaneció cerrada casi herméticamente. Sus nalgas redondas y pequeñas se aplanaban en contacto con el césped. Extendí mi mano vacilante, no sabía que podía hacerme sentir.

Su chocho era verdaderamente pequeño, su montículo suave y acolchado, la convergencia de sus piernas eran el camino a ese tesoro, se estrechaban justo ahí y formaban este surco carnoso, su vulva abultada y excitante. Cuidadosamente toqué su monte de venus y presione mi mano contra su tibia piel, amando lo tersa y aterciopelada que se sentía bajo las yemas de mis dedos. Con mi dedo medio dibujé ese surco apretado de su coño y mi pija dio un respingo que casi me hace eyacular y se elevó duro apuntando hacia ella.

Ahora me sentía obscenamente caliente, separé esos labiecitos sin vello, vi su largo capuchón del clítoris con el ápice elevado y brillante, luego estaba esa cavernosa, vidriosa y húmeda cuevita que se perdía en su interior de un color rosa intenso.

Usando la yema de mi dedo pulgar, comencé a acariciar ese botoncito enhiesto, caliente y húmedo:

—¡Ooohhh! … ¡Ssiii! … ¡Asiii! …

Carla comenzó a gemir y a guiarme en como tocarla. Durante varios minutos masturbé a mi hermana que comenzó a respirar con afano y profundamente; sus ojos estaban fijos en mi erección. Mi líquido preseminal comenzó a chorrear por mi pene.

En un momento dado, inhalo rápidamente y dejo escapar un chillido muy sexy con gemidos silenciosos y una risa loca, sus muslos se cerraron mientras sus piernas temblaban con tiritones convulsivos, todo su cuerpo temblaba ligeramente cayendo en un potentísimo orgasmo y mi polla bramaba por ser tocada. Carla acaricio sus pechos casi planos y hundió esos chiquiticos pezones con sus dedos antes de abrir los ojos y sonreírme:

—¡Guau! … ¡eso estuvo genial! …

Miró mi pija que brillaba pulsante y dura, se acercó velozmente a mí y dijo:

—¡Ahora es mi turno! …

Arrodillándose frente a mí, estiró su mano y envolvió mi pija, su mano parecía pequeña. Imitó mis movimientos y comenzó a masturbarme, con su mano libre limpió y desparramó el líquido preseminal que salía de mi pene, luego tomó mi verga con sus dos manos y siguió masturbándome un poco rudamente. Estaba ya tan caliente, que viéndola concentradísima acariciando mi polla con sus dos manitas, que comencé a sentir la sensación de correrme.

Mis glúteos se contrajeron, mis piernas se pusieron rígidas, una tremenda presión creció en mis bolas, mi pija se hinchó aún más y el semen escurrió desde dentro de mí explotando contra sus pechos. Mi hermana soltó una risotada de regocijo y me masturbó más rápido mientras yo me corría mojando con mi esperma su vientre y sus muslos, sintiendo un infinito placer.

Mi orgasmo poco a poco pasó. Recuperé mi respiración. Carla estaba con sus manos en el aire llenas de semen. Se miraba a si misma y me miraba a mí con esos profundos ojos azules. Me preguntaba qué cosas estarán pasando por su cabeza. Improvisamente se alzó saltando y dijo:

—¡Vamos! … ¡Vamos a nadar! …

Habíamos superado otra fase en nuestra exploración de tocar nuestros cuerpos. Juntos habíamos saltado una valla más. En los días siguientes ella me hizo correrme una infinidad de veces y yo acaricie su coño pequeñito hasta verla revolcarse sobre el césped. Nos masturbábamos hasta dentro de la piscina y ella estaba fascinada de ver como las hebras de blanco esperma flotaban cuando me corría. La piscina nos unió aún más e hizo cambiar las cosas decisivamente.

Uno de esos días mientras chapoteábamos y nos perseguíamos en el agua.    Su trasero pequeño y redondo me puso caliente. La atrapé y ella se giró para mirarme, su contagiosa risa de niña loca se detuvo y su tierno cuerpo se pegó al mío. Carla sintió mi erección y colgándose de mi cuello levanto su ingle hasta colocar su coño en contacto con mi pija endurecida. Sin dejar de mirarme con sus ojos ensoñadores color zafiro, me beso en los labios. Fue solo una rápida presión en mi boca. No entendí en ese instante por que una caricia tan simple como esa, se sentía mucho más íntima de todo lo que habíamos hecho hasta ahora. Pero así fue.

Me gusto esa sensación nueva para mí y le devolví el beso, esta vez presionando mis labios contra los suyos. Carla suspiró, se apretó a mí y presionó su coño contra mi erección, con toda naturalidad mis manos aferraron sus redondos y maravillosos glúteos. Empezó a hacer movimientos de follar, frotando su coño estrecho contra mi polla. La estreché aún más a mí y volví a besarla intensamente, Carla se sobresaltó repentinamente, sorprendida y con los ojos muy abiertos rompió el beso y me preguntó.

—¿Qué hiciste? …

—Nada … solo te besé …

—¡Pero me metiste tu lengua! …

—¡Pues es así como los novios besan a sus novias! …

Su preciosos ojos color cielo zafirino se agrandaron y me preguntó:

—¿Entonces soy tu novia? …

El momento me pareció sublime y genial, con una amplia sonrisa le respondí:

—¡Pues sí! … ¿Por qué no? …

Ella se apretó aún más a mí y me dijo contenta:

—Entonces … bésame otra vez …

Carla aprendió muy rápido y yo aprendí con ella. Muy pronto nos pasábamos horas besándonos y jugando con nuestras lenguas con provocativas lamidas y luego a seguir besándonos, normalmente ella se estrechaba a mí y restregaba su coño sobre mi pija. Yo agarraba su pequeño trasero y la hacía deslizar sobre mi polla que se endurecía cada vez más. El buen sol calentaba nuestros rostros y el agua refrescaba nuestros cuerpos desnudos. Entonces un día ella se colgó de mí con sus brazos bien estrechos a mi cuello, sentía sus jadeos en mi oreja, movía su vientre como una serpiente y se quejaba, luego mordió mi cuello como una vampira y se estremeció en mis brazos:

—¡Ooohhh! … Mauro … ¡Está sucediendo! … ¡Me estoy corriendo con tu pija dura! …

La excitación era sublime, tenía estrecha a mi un cuerpo femenino real, desnuda y se estaba corriendo; mí erección no dejaba de crecer, mi pija se hinchaba como nunca, su coño continuaba a frotarse por toda la longitud de mi pene. Sosteniendo a mi hermana de diez años, me corrí maravillosamente, mi polla comenzó a escupir semen, la dulce liberación de esperma a borbotones, largas hebras blanquecinas comenzaron a emerger y flotar a nuestro alrededor. Estaba fascinado corriéndome junto a mi hermana menor. Me encantaban sus chillidos y gemidos y se apretaba con fuerza contra mi cuerpo. Yo lanzaba gruñidos de alegría sujetando su delicado cuerpo que se estremecía en mis brazos. Fue un orgasmo inolvidable.

Esta vez fue diferente, especial. Cuando salimos del agua y me acomodé de espalda sobre la toalla, Carla se acostó a mi lado ligeramente sobre mí, la abracé y la mantuve pegada a mí. No nos dijimos nada, éramos felices.Todo había cambiado.

Nuestra exploración sexual continuó por semanas. Todas las veces que podíamos escaparnos a nadar lo hacíamos. Primero terminábamos nuestros deberes académicos, yo la ayudaba con sus tareas y luego ella me ayudaba a mí para terminar rápido. Luego nos íbamos a la piscina. A veces Carla me acariciaba hasta llevarme a un orgasmo, después era mi turno de devolverle los momentos de placer. Los besos se convirtieron en una parte importante de nuestros juegos incestuosos ilícitos. No nos besábamos solo en la piscina, sino también en casa cuando nuestros padres estaban ocupados en sus quehaceres. Tanto yo como ella nos excitábamos por hacer algo prohibido a espalda de mamá y papá.

Entonces el mal tiempo nos encerró en la casa. Un sábado cualquiera, con un temporal desatado y molestos truenos acompañados de enceguecedores relámpagos; nuestros padres decidieron ir al supermercado a comprar las cosas para la quincena. Para utilizar el máximo de espacio del vehículo, decidieron no llevarnos y a nosotros tampoco nos importaba mucho ir con ellos, así nos quedamos solos en casa.

Carla vino a mi habitación:

—Mauro … estoy aburrida …

—¿Quieres que juguemos con la Play? …

Se quedó mirándome con sus ojos zafirinos oscuros y brillantes como pensando su respuesta, luego con su sonrisa alegre y sus ojos destellando luz, me dijo:

—Nnn-no … Mejor besémonos …

Sentada al borde de mi cama, Carla se movió entre mis piernas, sus brazos envolvieron mi cuello y automáticamente mis brazos se cerraron abrazando su pequeño cuerpo. Ella sonrió feliz. Nos besamos. Una vez más sentí el poder de besar a quien amas, mi pené se despertó dentro de mis pantalones cortos.

Nuestras lenguas ya se conocían, se saludaron con toques suaves, como viejas amigas. Nuestros labios se rozaron y presionaron con pasión. Comencé a excitarme, metí mis manos dentro de los leggins de mi hermana, toqué las pequeñas bragas que cubrían sus nalgas y acaricie su pequeño y maravilloso trasero. Muy luego ella y yo estábamos gimiendo y contorsionándonos sobre mi cama, me pareció oportuno preguntar:

—¿Vamos a quitarnos la ropa? …

—¡Oh! … sí …

Dijo Carla y se separó de mí para desnudarse. Por primera vez mi hermana y yo estábamos desnudos en una cama y se sentía espléndidamente. Carla rodó sobre mí. Acaricie sus nalgas desnudas. Nos besamos y nos movimos uno contra el otro, mi erección se hacía más y más fuerte; el liquido preseminal hacía que mi polla resbalara fácilmente sobre su piel.

En un momento de respiro, Carla levantó la cabeza y mirándome a los ojos, preguntó:

—Te gustaría probar a metérmelo? …

Tenía muchos deseos de perder mi virginidad y probar el sexo de verdad. Me pareció que nadie era más apropiado que mi hermana para hacerlo. Solo con ella podía relajarme y disfrutar, sin preocuparme de no tener experiencia, o de hacer algo mal, o correrme demasiado rápido, o avergonzarme de cualquier otra cosa. Me parecía simplemente genial y respondí:

—¿Estás segura? …

—¡Oh, sí! … quiero intentarlo … ¿Cómo lo hacemos? …

Mi educación sexual eran las revistas de papá y una que otra conversación entre inexpertos chicos del colegio; así que no muy seguro de mí, le dije:

—Acuéstate sobre tu espalda …

Con Carla boca arriba y las piernas separadas, me deslicé en medio, me incliné apoyando mi cuerpo en mi brazo recto, con mi mano libre agarré mi pija. Tanto ella como yo mirábamos hacia abajo, hacia nuestros sexos. La punta de mi polla tocó la pequeña hendidura sin pelo de ella, dejando una mancha brillante de esperma. Me parecía una tarea titánica; simplemente mi verga era demasiado grande para el diminuto coño de mi hermana. Aún así, estaba tan excitado que presioné mi dura pija contra la ranurita de Carla. Al principio sus delicados labios se separaron hinchados, pero se negaron a abrirse, su coño estaba herméticamente cerrado. Inicie a moverme hacia arriba y hacia abajo, sus labios se abrieron lentamente, la punta de mi polla se paseó entre ellos hasta frotar su clítoris.  ¡Oh, Jesús!  ¡Qué emoción!  De algún modo el no tener vellos lo hacía más increíble, se podía ver todo, era fantástico.

Observé como mi glande presionaba sus pequeños labios, se estiraban elásticamente, su diminuto clítoris apretado contra la cabezota de mi pene. Mi erección palpitaba, dura y caliente. Empujé y empujé, pero no hice ningún progreso, entonces le dije:

—Creo que no encaja … estás completamente cerrada …

—Pero no estás en mi agujero … tienes que probar un poco más abajo …

Me sentí un poco estúpido, pero le hice caso. Bajé mi glande y este quedó atrapado en un agujero estrecho, mi pene palpitaba en mi mano, para estar seguro le pregunté:

—¿Allí? …

—¡A-há! … ¡Ay! …

Empujé un poco más y sentí como que algo cedió, sus labios candentes estaban cubriendo mi cabezota inflamada. Presioné un poco más fuerte. Carla se apretó a mí y lanzó un gemido profundo. Retrocedí nervioso y lo saqué:

—¿Te lastimé? …

—Solo un poquito … prueba de nuevo …

Un montón de sensaciones pasaron por mi cabeza. Probé otra vez, se sentía como si estuviera tratando de penetrar un anillo pequeñísimo y apretado. Con cada pulso de mi pija, cada empuje hacia adelante, parecía que su coño se ponía más resbaladizo y mi polla iba calando más y más profundo.

La vista era surrealista, mi gruesa erección presionando el pequeño coño sin pelo de mi querida hermana.  Jamás vi nada más erótico en mi vida. Y, mientras ella jadeaba de dolor, penetré su estrecha vagina, mi glande desapareció en su agujero y quedó apretada como en una abrazadera de tornillo.

Me detuve, mi erección pulsaba y latía peligrosamente, mi corazón latía agitado. La miré a ella y tenía una mueca de dolor en su rostro:

—¡Quieres que te lo saque? …

—¡No! … no … espera … quédate quietecito por un poco …

Me quedé inmóvil sintiendo su coño estrangular mi pene.Le di un beso y le dije:

—Lo siento … también es mi primera vez …

—Sí … lo sé …

Nos quedamos quietos por casi un minuto, finalmente ella sonrió y me dijo:

—Está bien … prueba un poco más …

Con cuidado me moví temeroso de lastimarla, moví mi erección de un lado a otro, su coño me agarraba con tanta fuerza que se negaba a soltarme. Pero lentamente, con cada movimiento, mi pene rezumaba tibio líquido dentro de ella, hasta que su vagina admitió la mitad de mi pija. Nunca había sentido algo tan maravilloso. Me encantaba lo apretado que me apretaba su coño y lo cálida que se sentía su vagina.Mirando hacia abajo, todavía apoyado en mi cuerpo, la vista de mi erección penetrándola era emocionante. Sus hinchados labios sin vellos amarraban mi pija, nunca había vivido nada más libidinoso en mi vida.

Comencé a relajarme y bajé mi cuerpo sobre el de ella suavemente. Carla era muy pequeña, esbelta y excitante. Me sonrió relajada, sus maravilloso ojos brillaron como gemas y me dijo:

—¡Mira! … ¡Entró! … ¿Y ahora? …

Le sonreí, la aferré a mí y le di un beso, luego respondí:

—Ahora vamos a tener sexo …

Para confirmar mis dichos me retiré ligeramente y luego presioné mi pija contra su coño, Carla abrió más sus piernas y dijo:

—Se siente raro … pero me gusta …

Continuando a sonreír envolvió sus brazos y piernas a mi alrededor. Empecé a follarla con embestidas lentas y cuidadosas, cada embestidas era más hermosa que la otra. Con cada empuje iba más adentro de ella. El coño de carla me apretaba como una abrazadera a tornillo. Poco a poco comencé a deslizarme más fácil, hasta que finalmente toqué fondo y no pude ir más allá. Casi dos tercios de mi dura pija estaban sumergidos en su pequeño coño, era como una estrecha vaina caliente que envolvía mi pene cómodamente. ¡Estaba follando con una chica de verdad! Pero esta chica era mi hermana. Carla me apretaba y me tiraba más dentro de ella, la miré y me sonrió, entonces la besé.

Ya no me podía detener, mientras la besaba, comencé a follarla un poco más rápido, amaba su coño estrecho, me apretaba cada vez más para mantenerme dentro de ella y su chocho me acariciaba como terciopelo caliente. La aferré por los hombros y la follé; empujando enérgicamente, su cuerpo me parecía delicioso y su piel me entregaba mil sensaciones diferentes inundando todo mi ser de un intenso placer. Nada me había preparado para asumir lo fantástico que era el sexo. Nada de lo que alguien había dicho se acercaba al placer puro de follar. Era todo tan hermoso y abrumadoramente placentero que no podía aguantar más. Mi orgasmo se abalanzaba como una avalancha de goce sobre mí.

Con un grito y gruñido ahogado de placer, mi polla se infló dentro el ajustado guante que era el coño de Carla. Los borbotones subieron por mi pija y en una andanada de explosiones vertiginosas, me corrí dentro del coño de mi hermana. Chorreé las paredes vaginales de su chocho con esperma cálido y espeso. La embestí y empujé desesperado vertiéndome dentro de ella, me corrí tan fuerte que sentí calambres en mi vientre. Estaba sumergido en un paroxismo de lujuria y placer, un éxtasis jamás sentido hasta que no me quedó nada, estaba agotado y seco. Levanté mi cabeza y encontré los ojos de Carla que me miraban con infinito afecto, me sonreía:

—Sentí tu semen chorreando dentro de mí …

(Continuara …)

Por JUAN ALBERTO


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