jueves, 22 de febrero de 2024

El sexo en el Amazonas


En los últimos años he conocido a varios hombres que por motivos de trabajo tuvieron que pasar una temporada en diversas zonas de la selva amazónica, que es como estar en otro mundo, en contacto con los diversos pueblos indígenas que la habitan, que parecen venidos de la Prehistoria.
En mis conversaciones con ellos, todos coincidían en el impacto que había supuesto para ellos ese cambio tan brusco que se produce al pasar de una ciudad moderna, con sus costumbres, normas y forma de vida a unas tierras donde todo es nuevo y donde la mentalidad de sus habitantes es totalmente distinta a la nuestra.

Después de que ellos me contaran todas esas sensaciones, a veces difíciles de explicar, porque es algo que sobrepasa tus sentidos, he querido contar en un relato todas esas experiencias que me iban contando, algunas de ellas realmente llamativas, y que me gustaría que conocierais a través de las propias palabras de uno de sus protagonistas que encarna perfectamente lo que un hombre puede sentir y como puede cambiar su vida, cuando se ve inmerso en una situación así:


“Cuando mi empresa me envió a la selva amazónica, a una zona correspondiente a Perú, para supervisar unos trabajos forestales, no imaginé como ese acontecimiento iba a cambiar mi vida y dar un vuelco a una serie de pensamientos preconcebidos que las sociedades modernas nos van metiendo en la cabeza.

Antes de ir allí, otros compañeros que ya habían estado, me avisaron de lo que iba a encontrarme al llegar; un territorio virgen donde las normas y leyes que nos rigen en el “mundo civilizado”, allí tienen poco valor y son difícilmente aplicables, ya que las tribus indígenas que pueblan esos territorios tienen las suyas propias, adaptadas al medio en el que tienen que sobrevivir, y que aparte de las ideas preconcebidas que puedas tener y de lo más llamativo que te dice todo el mundo, hay que estar ahí y vivirlo para darse cuenta de la magnitud de esas diferencias.

Lo primero que te llama la atención nada más pisar esas tierras, aparte de la exuberancia del medio, es ver a toda la gente desnuda a tu alrededor a poco que te adentres en algún poblado indígena, alguna que otra niña o adolescente que parecían estar embarazadas, aunque también podría ser por su constitución, pero todo contribuía a dar una imagen que a pesar de todo lo que te hayan contado, no deja de sorprenderte y no puedes evitar fijarte en los cuerpos y ciertos actos de todos los que se van poniendo a tu vista.

En esa zona a la que tenía que ir yo, más adentrada en la selva que los poblados que se montan para los trabajadores de las distintas empresas que van a explotar los abundantes recursos que ofrecen esas tierras, tan solo podía hospedarme en alguno de los campamentos de esas comunidades indígenas que van salpicando ese territorio, llevándome un guía hasta una cabaña que amablemente me habían cedido para pasar las noches.

Al poco de instalarme allí, volvió a aparecer el guía con una chica jovencita, que me dijo que iba a pasar la noche conmigo. Yo me sorprendí bastante ante eso, sin entender muy bien a lo que se debía, pero el guía me dijo que no la rechazara, porque ellos lo considerarían como una ofensa y ante mi extrañeza, siguió diciéndome que podía hacer lo que quisiera con ella, incluso tener sexo.

El atractivo físico de estos indígenas no suele adaptarse al canon de belleza establecido por nuestra cultura, ya que son de estatura baja, piel cobriza y tanto los hombres como las mujeres parecen envejecer bastante pronto, por lo que sólo muestran esa belleza que pueda atraer a los hombres occidentales, las adolescentes y niñas que se desarrollan precozmente.

A mí, dentro de mis gustos femeninos, nunca me habían atraído especialmente las jovencitas y quizás sólo me habría fijado por la calle en alguna adolescente especialmente llamativa vestida provocativamente, pero en aquél lugar apartado de todo, aquella niña-mujer desnuda que me ofrecían, de la que me veía incapaz de adivinar su edad, aunque podría andar sobre los 13 años, me pareció especialmente bella, y a pesar de que pasaría la noche con ella con libertad para hacer lo que quisiera, en principio ni se me pasó por la cabeza  que pudiera haber algo sexual entre nosotros.

Nos acostamos en una especie de lecho de hierbas, que resultó bastante cómodo para dormir y al poco rato, sentí como ella se pegaba a mi cuerpo también semidesnudo a causa del pegajoso calor que había en esa zona, abrazándome y haciéndome sentir su piel caliente y sus formas de mujer sobre el mío, lo que provocó mi inmediata erección para alegría de ella, que mostró su satisfacción por el efecto conseguido en mí.

En ese momento, yo no sabía muy bien que hacer, si dejarme llevar por esas sensuales sensaciones, quizás también provocadas por una especie de infusión de hierbas que me dieron para cenar y que solían tomar todos los hombres para tener una ardiente noche con las varias esposas que tenían a su disposición y poder satisfacerlas a todas, o dejar que se impusiera la razón y mi sentido de la moral, anulando el deseo que estaba sintiendo por ese cuerpo que yo veía como el de una niña, pero dotada de unos turgentes pechos, un carnoso culito y una carita que no había perdido todavía esa belleza que pronto se marchitaría debido a las duras condiciones de vida que tenían.

El caso es que antes de que mi conciencia pudiera tomar una decisión, la chica ya había empezado a dar los primeros lametones a mi pene, que lo sentía más hinchado que nunca y veía como ella lo disfrutaba, girando con agilidad su cuerpo sobre mí para poner su coño al alcance de mi boca, lo que me permitió saborear la jugosa vagina de una adolescente, algo inimaginable para mí hasta ese momento.

Ella tenía una curiosa forma de chupar una polla, pero igualmente era placentero para mí y podría haberme corrido perfectamente en su boca, algo que solo de pensarlo casi dispara mi semen, porque mi esposa pocas veces me había permitido hacer algo así. No obstante, preferí aguantarme para alargar ese mágico momento que estaba viviendo y mi único objetivo era ya poder penetrarla y follarme a una criatura como esa, olvidando totalmente mis prejuicios.

Algo que me excitaba especialmente de esa situación, era la facilidad con la que yo podía manejar su pequeño cuerpo, poniéndola en una posición u otra, así que en principio la coloqué sobre mí, para que ella cabalgara como una niña sobre su caballito, pero una vez introducida mi polla en su coño, ella permanecía quieta, sin hacer nada; algo que achaqué en un principio a su posible inexperiencia al ser prácticamente una niña, pero luego  me pude enterar de que es su forma de follar, ya que las enseñan a quedarse quietas sobre el pene del hombre para alargar ese momento lo máximo posible y sentir todas esas sensaciones placenteras durante largo tiempo.

De todas formas, yo estaba tan excitado, que necesitaba más acción y la cambié de posición, poniéndome yo sobre ella para empezar un rítmico mete-saca que arrancó sus gemidos cada vez más fuertes hasta que tuvo su orgasmo y yo igualmente me corrí dentro de su coño, sin importarme en ese momento las posibles consecuencias para ella, ya que mi desconexión de la realidad a la que me estaba acostumbrando era ya casi total, a pesar del poco tiempo que llevaba allí y en mi cabeza, supuse que ellos tendrían sus propios métodos anticonceptivos si tan fácilmente entregaban a sus hijas a sus invitados.

Desde luego, esa infusión que me habían dado, hacía sus efectos y mi erección era permanente a pesar de las corridas, así que la volví a cambiar de posición y la puse a cuatro patas para metérsela por detrás. Al ver su culo tan apetitoso, sentí la tentación de penetrarla analmente, pero acabé decidiéndome por continuar follándole ese coño que encontraba especialmente caliente y apretado muy diferente al de mi mujer o al de las pocas mujeres con las que había follado, dentro de esa visión conservadora del matrimonio en la que me habían educado.

Aquella cría nuevamente me estaba haciendo correrme y al sacarla y ver todo su culo lleno de semen, mi polla resbalaba suavemente sobre su ano, hasta que me pareció que ofrecía poca resistencia a mi presión sobre él y no sé si por esa lubricación extra que tenía o porque lo tenía ya dilatado de anteriores penetraciones, lo pude introducir poco a poco hasta que lo hundí completamente en él, empezando a follarla por el culo, algo que tampoco nunca me había permitido mi conservadora mujer, aunque yo siempre había tenido la curiosidad por hacerlo alguna vez.

Como no podía ser menos, me corrí nuevamente en ella, totalmente desatado y siendo consciente de que estaba haciendo todo lo que quería con aquella cría sin sentir ninguna culpabilidad por ello, ya que percibía que ella lo estaba gozando igualmente, dentro de como las mujeres concebían el sexo en su cultura.

Finalmente, y como mi erección no se bajaba, volví a ponérmela encima, con el pene metido en su vagina y allí se quedó inmóvil, tan solo con unos pequeños movimientos que me hacían sentir su calor, hasta que los dos nos quedamos dormidos en esa posición.

A la mañana siguiente, la niña ya no estaba conmigo y al salir, los habitantes del poblado me saludaban sonrientes, como felicitándose por haberme agasajado de una forma tan satisfactoria, ya que seguramente porque la niña ya habría contado todo lo que habíamos hecho durante la noche.

Toda esta situación, me tenía bastante desorientado, como se puede suponer, y pedí a mi guía que me explicara más cosas sobre las costumbres sexuales de esa gente:

— Mira, aquí el sexo es algo natural para ellos. Lo ven desde niños en sus familias y participan de él a corta edad, cuando los padres lo ven conveniente. Muchas veces, es algo público y no se esconden para practicarlo entre los propios críos que se ponen a imitar lo que ven hacer a sus padres.

— Entonces, la niña que me llevaste estaba ya iniciada por su propia familia.

— Sí, tú mismo podrías comprobarlo. Aquí pocas llegan vírgenes a esas edades y aunque sus madres intenten protegerlas, si no se lo hacen en su propia familia, se las folla cualquiera en un descuido cuando las encuentran solas por ahí, o cuando se bañan en el río aprovechan los juegos con las crías para follárselas también sin que se note mucho,  por lo que a la mayoría las acaban casando de jovencitas para que un hombre tenga más control sobre ellas y no se conviertan en “ahuiani”, que significa “puta” o “mujer de todos”.

Con mucha atención y curiosidad, seguí escuchando todo lo que ese hombre me decía:

—Y las que acaban considerando ahuaini son las que se acaban marchando a los poblados de los trabajadores para ejercer la prostitución y ganar dinero. Te habrás fijado también en que hay bastantes embarazadas, pero muchas acaban perdiendo a sus hijos o porque abortan, sobre todo las niñas que todavía no están casadas.

— Si, se la veía suelta a la niña de ayer, pero ¿estaba casada ya?

— Sí, hace unos meses la casaron con un chico poco mayor que ella. Fue él mismo el que me la entregó y le permitió venir contigo para que tuviera más experiencia y aprendiera del sexo con alguien de fuera. Es algo parecido a cuando vosotros enviáis a los hijos a una Universidad extranjera, para que aprendan nuevas culturas.

— Sí, entiendo, es muy curioso, la verdad. Pero hubo una cosa que me llamó la atención  y es que la cría se quedaba quieta sobre mí, cuando la tenía metida.

— Es su forma de hacerlo. Lo aprenden así, porque tienen esa costumbre de sentir el pene del hombre dentro de ellas durante toda la noche. Los hombres si acaban corriéndose, pero ellas, aunque sea placentero, pocas veces consiguen llegar a un orgasmo pleno, como las mujeres que puedas conocer.

— ¿No disfrutan del sexo entonces?

— Sí, claro que lo disfrutan, pero de una forma diferente a las mujeres de la ciudad. Aunque ahora las mujeres de aquí están descubriendo esos orgasmos más fuertes, porque follan con hombres como tú que las hacen llegar, así que no te extrañe si todas quieren hacerlo contigo.

— ¿Cómo? ¿Es que todas las noches voy a tener compañía?

— Sí, jaja, podrás estar con quien quieras, y con varias en una noche si lo prefieres. Esta noche seguro que recibes la visita de la mamá de la cría que te follaste anoche, después de todo lo que le contaría ella.

— No me lo puedo creer. ¿La mamá es guapa?

— Bueno, ya la verás. Seguro que prefieres a la hija, pero tendrás que hacerlo con ella para que no se ofenda.

Después de esa conversación que me dejó tan intrigado, me fui a trabajar, donde algunos compañeros me preguntaron que tal había pasado la noche, con esa sonrisa pícara, al saber que yo era nuevo allí. Evidentemente, la mayoría había pasado por lo mismo y sabían lo que sucedía allí.

Al volver en la noche al poblado, me invitaron a pasar la velada con ellos, cenando y tomando esa especie de infusiones junto a los demás, viendo como al cabo de un rato, cuando algún hombre empezaba a masturbarse delante de todos, las madres acercaban a sus hijos (niños y niñas indistintamente), a su polla para que les echara en su boca el semen que iban expulsando, poniéndoles luego directamente a mamar de los penes de los hombres.

Esa escena me volvió a dejar muy sorprendido, pero el guía me explicó que eso lo hacían porque consideraban que el semen tenía poderes mágicos que haría crecer a sus hijos más sanos y fuertes, ya que para ellos el semen es como fuente de vida, al tener el poder de ser el causante del nacimiento de sus hijos.

Todo eso les causaba gran excitación sexual a ellos, y veía como muchas mujeres se tocaban la vagina como masturbándose igualmente, dejándose llevar por la sensualidad del ambiente creado entre ellos. Al comentarlo con mi guía, me seguía dando las explicaciones:

— Como puedes ver, el tabú no existe para ellos, el sexo es muchas veces público y forma parte de sus vidas desde su nacimiento, por lo que son muy activos sexualmente sin límite de edades. Por eso, suelen venir muchos turistas y trabajadores como tú buscando sexo fácil porque ven a las mujeres indígenas como muy calientes, siempre dispuestas para el sexo, y eso incluye a las niñas y adolescentes, que ya sabes que son las más buscadas aquí para tener sexo con ellas con total libertad sin nada que se lo impida.

— Sí, cuando supe que iba a venir aquí, era de lo que más me comentaban, pero nunca me imaginé que fuera a ser de esta manera.

— En cada tribu tienen sus costumbres. Hay una cerca de aquí, en la que cuando las niñas tienen su primera menstruación, celebran una fiesta que termina con una especie de orgía con ellas, y tienen un ritual en el que pueden elegir a todos los hombres que quieran para tener sexo.

Al retirarme a mi cabaña a dormir, efectivamente recibí la visita de una mujer, que supuse que sería la madre de la niña de la noche anterior, tal como me había dicho el guía. Aunque no era excesivamente mayor, si se notaba ese paso del tiempo acelerado por ella. Tenía unos grandes pechos que le colgaban, pero con unos gruesos pezones oscuros que me llamaron la atención.

Luego, fijándome en su cuerpo, me di cuenta de que estaba embarazada, algo no tan extraño entre las mujeres del poblado, y eso alimentó mi morbo por follar con ella. Ella se montó sobre mí y me ofreció sus pechos, invitándome a sorber la leche que ella misma se sacaba.

La situación era extrañamente morbosa para mí, con esa mujer sobre mí dándome de mamar apretándome entre sus tetas mientras le movía el culo sobre mi polla, por lo que no tardé en correrme, quizás antes de lo que hubiera querido, pero esa mujer sabía cómo exprimirme con esa sabiduría de las muchas noches de sexo tenidas ya con su marido y otros hombres del poblado y supongo que con el aprendizaje extra de otros trabajadores como yo, a los que hospedaban entre ellos.

La verdad es que yo, con esas hierbas que me daban todas las noches, me sentía como nunca en el aspecto sexual, pero en este caso, ella se movía sobre mí, como seguramente le habrían enseñado otros hombres como yo con los que pudo follar, consiguiendo disfrutar de esta mujer que me hizo correrme en varias ocasiones, a la vez que ella también llegaba a esos orgasmos, a los que parecía ser que no estaba tan acostumbrada con los hombres del lugar, según lo que me había comentado el guía.

Así fueron pasando varias noches más, con la compañía de otras tantas chicas jovencitas de todas clases, tetonas, con poco pecho, delgadas, gorditas y alguna adulta también, que aprovechaba la noche para colarse en mi cabaña, y  aunque como decía antes, no todas eran especialmente agraciadas, en medio de la selva y en esas condiciones, todas eran bienvenidas, ya que además, para poder seguir teniendo sexo con las crías, intentaba atenderlas igualmente.

Yo les preguntaba si a sus maridos no les importaba que ellas fueran conmigo, a lo que me respondían, que no, que ellos no tenían ese concepto de “propiedad sexual” que tenemos nosotros y que en muchas ocasiones, los hombres cedían a sus mujeres a otros hombres del poblado que no tenían esposa, o que habían muerto, y a chicos jovencitos sin experiencia para que pudieran disfrutar del sexo, siendo para ellos una costumbre habitual, porque lo disfrutaban en sociedad.

Una noche apareció una mujer con una niña que supuse que sería su hija, algo menor que las otras de los días anteriores, ya que me pareció que podría tener sobre los 10 años, lo que me extrañó un poco, porque aunque otras veces habían venido dos chicas jovencitas, era la primera vez que venía una mujer mayor con una niña.

En ese tiempo ya iba comprendiendo un poco sus costumbres sexuales y cuando la mujer me dijo que se había quedado viuda hace poco con esa niña, me imaginé que lo que quería era que su hija nos viera como teníamos sexo, algo que habitualmente estaría viendo si su padre siguiera con ellas, así que me puse con ella mientras la niña nos miraba, lo que a mí me causaba un morbo especial, sobre todo cuando se acercó a nosotros y se puso a nuestro lado, por lo que pregunté a su madre si podía tocar a la niña a lo que ella me dijo:

— Sí, claro, para eso la traje, para que la inicies.

Yo me quedé más sorprendido todavía, y me detuve un momento para decirle:

— Pero es pequeña todavía ¿no?

— No, ya está preparada —me contestó ella muy segura.

Con algo de dudas, atraje a su hija hacia mí y empecé a besarla, como hacía con su madre, acariciando ese lindo cuerpo en el que apenas empezaban a brotar sus pezones, pero que parecieron hincharse más con mis caricias aumentando de tamaño y al meter mi mano entre sus piernas, palpé su vagina completamente humedecida, lo que acabó por decidirme  del todo, dejando a un lado mis primeros pensamientos y disfrutando de esa ocasión que se me presentaba.

Dejé a la madre a un lado y me centré en su hija, llamándome la atención sus gruesos labios vaginales que eran toda una tentación para saborearlos con mi boca, pasando mi lengua por su rajita y mordiéndolos ligeramente, haciendo estremecer a la niña de placer.

Luego le ofrecí mi polla para que la lamiera, indicándole cómo hacerlo, llegándosela a meter hasta la mitad en su boca, lo que aumentó mi morbo y me dio ganas de follarme esa pequeña boca como si se tratara de un coño, pero me contuve para no asustarla demasiado.

Yo miraba de vez en cuando a su madre, como buscando la aprobación de todo lo que iba haciendo con su hija y ella me sonreía satisfecha de lo que estaba disfrutando la cría, hasta que ella me agarró el pene indicándome que se lo metiera.

Animado por su madre, le abrí las piernas y me situé entre ellas para acercar mi polla a su vagina, pasándola por su abertura arriba y abajo para ir abriéndola poco a poco, hasta poder introducir mi glande en ella.

La imagen no podía ser más perturbadora para mí y lo que deseaba era metérsela de una vez, pero estando su madre delante, tuve que contener mis impulsos, ir despacio y seguir las indicaciones de su propia madre para que todo fuera bien, de modo que cuando se la introducía un poco, ella me mandaba detenerme y quedarme así quieto para que su hija se  acostumbrara a tenerla dentro, de la misma forma que ellas lo hacían  de adultas para alargar el placer.

Estaba claro que esa mujer sabía cómo debía iniciarse  a una niña de esa edad en el sexo, seguramente porque lo habría visto muchísimas veces anteriormente con otras niñas del poblado y quién sabe si ella misma lo experimentó así también.

Así fueron pasando los días hasta que finalmente, terminé mi trabajo en esa zona y tuve que regresar a mi casa, muy a mi pesar, porque a pesar de las condiciones de vida que tenía allí, era feliz y mi vida era otra totalmente distinta a la que estaba acostumbrado.

Antes de volver a mi ciudad, tuve que hacer una noche en uno de esos poblados montados al efecto para los trabajadores de la zona, donde el ambiente era totalmente distinto, era más parecido a las ciudades a las que estamos acostumbrados, con muchos bares y lugares de ocio para el divertimento de los que tenían que vivir allí largas temporadas.

Mis compañeros me llevaron a un sitio de esos, que en realidad era una especie de prostíbulo, con muchas mujeres a nuestro alrededor, a la mayoría se las veía de raza indígena, pero también las había con otros rasgos, seguramente llevadas allí a la vista del negocio y  del dinero que corría por la zona.

A mí no me apetecía mucho pagar a ninguna de estas mujeres, porque estaba un poco saturado de sexo, después de haber estado haciéndolo gratis todas las noches, cuando un compañero me dijo:

— ¿No te apetece ninguna?

Ante mi negativa, él me dijo:

— ¡Ah!, ya sé lo que te pasa. Que en la selva te has acostumbrado ya a las niñitas que te follarías allí.

Al notar él que me quedaba un poco avergonzado, continuó:

— No te preocupes, hombre, si todos lo hacemos. Lo que pasa que a ellas no las dejan entrar en estos locales, pero si quieres follártelas, las tienes por la calle, te las facilitan o se ofrecen ellas mismas.

Yo seguía sintiéndome incómodo teniendo que reconocer como habían cambiado mis gustos sexuales y prefería dejar el tema a un lado, pero mi compañero, que llevaba tiempo allí, sabía perfectamente lo que me pasaba e insistió:

— Vámonos de aquí, buscaremos algo que te guste más.

Cuando salimos de allí, estuvo hablando con un hombre y luego me dijo:

— Ven, acompáñame, tengo una sorpresa para ti.

Salimos de la calle principal y nos dirigimos a una de las últimas casas de un callejón. Mi acompañante llamó a la puerta y nos abrió una mujer que nos mandó pasar hasta una sala donde estaban dos niñas adolescentes, una mayor que otra. Supuse que eran hermanas y que podrían ser hijas de la señora, pero preferí no preguntar.

Mi compañero me preguntó cuál me gustaba más y no supe que responderle, porque las dos eran preciosas, de aspecto trigueño, más blanquitas que las que había visto por allí hasta ahora, siendo como cualquier niña de las que andan por las calles de mi ciudad.

Aunque en ese momento me sentía realmente excitado, no supe que responderle y ante mi duda él me dijo:

— Bueno, yo me quedo con la mayor, que me  gustan más tetudas y para ti la pequeña ¿qué te parece?

Yo le mostré mi acuerdo y al ver la señora que ya nos habíamos decidido, nos dijo el precio que teníamos que pagar. Yo no tenía ni idea de lo que podría costar follarse a una criatura de estas, así que me pareció bien. Mi empresa me había pagado bastante por haberme desplazado hasta allí y no tenía problema de dinero, así que lo único que deseaba en ese momento era estar en la intimidad con esa belleza que me ofrecían.

La señora nos indicó una habitación a cada uno y entré con la que había elegido. Yo estaba un poco nervioso, porque esa niña era lo más parecido a las que yo estaba acostumbrado a ver dónde yo vivía, e incluso me recordaba a mi propia hija, aunque hasta ahora no me hubiera fijado mucho en ellas sexualmente, pero me daba cuenta del privilegio que estaba teniendo en esos momentos, por lo que me dispuse a disfrutarla como el auténtico manjar que supondría para cualquier otro hombre.

En mi interior, me preguntaba cuántos hombres habrían  ido a esa casa para follársela y desde cuándo, pero eso no me importaba ahora, era yo el que estaba con ella y la erección de mi polla me indicaba lo excitado que estaba en ese momento, así que lo primero que hice fue quitarle la poca ropa que tenía y admirar su belleza, acariciándola por todas partes, besándola, pasando mi lengua por sus pezones y dándole pequeños mordiscos en las zonas más carnosas de su cuerpo, deteniéndome expresamente entre sus piernas para saborear un coño que en ese momento me pareció el mejor bocado que había degustado en mi vida, sorbiendo el flujo que iba destilando su vagina, embriagándome con su sabor y haciéndome enloquecer de deseo, teniendo en mi mente el único objetivo de penetrarla y derramar mi semen dentro de ella.

La agarré por la cintura y atrayéndola hacia mí, puse mi pene en esa rajita sonrosada sabiendo que no iba a ser el primero en penetrarla, por lo que no haría falta que lo hiciera con el cuidado de si fuera así y lo único que iba a hacer era disfrutar de ella, de la sensaciones que me proporcionaba tener un cuerpo así a mi disposición y sin miedo, le metí toda la polla hasta que sentí que llegaba al fondo y empecé a deslizarla adentro y afuera en suaves movimientos al principio, para irlos acelerando después hasta sentir que mi corrida era ya irremediable en el momento en que sus gemidos de hembra caliente eran más intensos, pero mezclándose con los quejidos de la niña que era en realidad.

Quizás porque mi estancia en la selva me había insensibilizado o porque solo la veía como una puta por la que había pagado, simplemente me puse a servirme de ella, sin preguntarme mucho como esa cría se sentía, algo inimaginable para mí tan solo un tiempo atrás.

Al sacarle la polla, le dije que la lamiera para que extrajera los últimos restos de semen que iban saliendo e inicié en su boca los movimientos de una nueva follada que me hizo correrme nuevamente en su interior, como si los efectos de las hierbas de la selva todavía se mantuvieran en mi cuerpo, haciéndome tener ese rendimiento sexual que no recordaba ni de mis tiempos jóvenes.

A pesar de todo, yo veía que la niña realmente estaba disfrutando con todo esto, lo que me hacía sentir menos culpable y por ese motivo y por todo lo demás, mi polla seguía dura y no quise desaprovechar esos momentos, que suponía no volvería a disfrutar en mi vida, una vez de vuelta a casa.

Coloqué a la cría en cuatro, y comprobando como tenía su ano de dilatado, no dudé en intentar metérsela por ahí, para sentirme nuevamente dentro de un culito como ese y volver a  tener esas sensaciones inigualables que se experimentan, por lo que tras un primer quejido inicial de la niña, una vez iniciado mi movimiento en ella, volvieron los gemidos de mujer deseosa de sentir los mayores placeres que le brindaban.

Después de mis anteriores eyaculaciones, tardé un poco más en hacerlo, pero acabé corriéndome finalmente, dejando en su interior quizás los últimos restos de semen que quedaban en lo más profundo de mi cuerpo.

Finalmente la niña se quedó tumbada en la cama cansada, y yo también me sentía agotado, pero con la sensación de haber tenido una buena despedida de esa estancia en la selva, de la que todavía no era muy consciente de que había cambiado mi vida para siempre.

Al volver a mi casa, me sentía un poco extraño, ausente como si mi cabeza todavía no hubiera abandonado ese otro mundo que había descubierto. Mi esposa también me veía un poco raro y en esos primeros encuentros sexuales con ella, en los que se mostraba especialmente deseosa después de mi ausencia, yo no acababa de encontrar ese mismo deseo por tener sexo con ella, por lo que mis erecciones me jugaban una mala pasada y no siempre podía cumplir con sus expectativas.

Por otra parte, cuando iba por la calle, mis miradas se dirigían inevitablemente hacia esas colegiadas dirigiéndose despreocupadamente hacia la escuela, y al llegar a casa, veía a mi hija, recién empezada la adolescencia, de otra manera muy distinta a la de antes de mi marcha. Incluso, alguna vez, llegué a meterla mano al no poder refrenar esos impulsos, mirándome ella un poco desconcertada por mi comportamiento, como sin saber si tenía que dejarme tocar sus pechos o entre sus piernas o separarse de mi lado.

Mi esposa también se había dado cuenta y cada vez más alarmada por mi actitud, acabó preguntándome:

— ¿Qué estás haciendo con la niña?

Yo intenté disimular, quitándole importancia al asunto, pero la verdad es que cada vez me sentía más preocupado por mi falta de adaptación a mi vida anterior, por lo que terminé por comentárselo a un amigo, compañero de trabajo, que también había pasado largas temporadas en la selva, que intentó tranquilizarme:

— Es normal lo que te pasa, amigo. La selva te cambia. Nos ha pasado a todos. Al principio todos quieren ir allí, por todas las cosas que se cuentan de ese lugar, como poder tener sexo fácilmente con las indígenas, adolescentes y niñas, algo que aquí no lo tienen tan fácil y eso te acaba enganchando, así que cuando vuelves, te sientes perdido.

— ¿Y tú como lo has superado?

— Eso nunca te supera. Ya te dije que cambias para siempre. Es como si tuvieras un demonio dentro que se apodera de ti, convirtiéndote en otra persona desconocida para tu familia. A muchos nos cuesta el divorcio, como bien sabes. En la cabeza sólo tienes la idea de  volver a la selva y mientras eso llega, acabas vagando por la noche por lugares poco recomendables.

— ¿A la búsqueda niñas, quieres decir?

— Sí, al final las encuentras, aunque te dejes medio sueldo en ello, porque  normalmente es complicado poder follarte a alguna y lo más habitual es que alguna putilla callejera te haga una mamada, pero nada más.

— ¿Yo podría acompañarte una noche de esas?

— Sí, pero estate muy seguro de lo que vas a hacer, ¿qué le dirás a tu mujer? ¿Cómo justificarás tantos gastos?

— Bueno, mi relación con ella no está nada bien ahora. Ya me las arreglaré.

— Tú mujer acabará dándose cuenta. Te pedirá el divorcio y no te dejará volver a ver a tu hija.

— Lo de mi hija es lo que más lamentaría. Si no fuera porque mi mujer ahora está siempre vigilando para que no haga nada con ella, podría servirme para desahogarme, porque ella se ponía muy caliente cuando la toqueteaba y se la acabaría dejando meter.

— ¿No te importaría follarte a tu propia hija……? Bueno, lo entiendo, muchos acaban haciéndolo, pero eso no solucionaría tus males, tan solo te aliviaría.

— ¿Tú crees? Si mi mujer lo permitiera, sería fantástico, no buscaría a nadie más.

— Eso lo dices ahora, pero no sería así.

— Me lo dices por tú propia experiencia.

— Sí, cuando yo volví de la selva, empecé a fijarme en mi sobrina y la convencí alguna vez para chuparle el coñito, pero ahora no quiere ya.

— ¿Y eso por qué?

— Porque va haciéndose mayor y ya le da más vergüenza.

— No llegaste a follarla entonces.

— No me atreví, lo intenté una vez, pero le hacía daño. Así que preferí no arriesgarme y buscarlas por otro lado.

— Vaya, que pena. Está muy rica tu sobrina. No me imaginaba que hubieras hecho eso con ella.

El caso fue que en alguna ocasión acompañé a mi compañero por una de esas zonas a las que yo no solía ir en ciertas horas, en las que se ponen las prostitutas en la calle para buscar clientes, y al fijarme en ellas me llamó la atención que algunas eran bastante jovencitas, por lo que mi compañero me dijo:

— Están ricas ¡eh!, pero no son nuestro objetivo.

Finalmente, después de hablar con un hombre, me llevó a uno de los locales donde había prostitutas, y tras indicarnos que subiéramos al piso de arriba, uno de los vigilantes nos abrió una puerta y al entrar ya vimos a un grupo de niñas de varias edades, vestidas con lencería sexy, maquilladas y zapatos de tacón,  que nada más verlas ya produjo mi erección.

Mi amigo me dijo:

— Elige la que quieras, pagas a la señora y para la habitación a disfrutar.

Después de que ellas nos hicieran un pequeño desfile mostrándose, me fijé en una rubia, de pelo largo, ojos azules y con unas preciosas largas piernas resaltando su rico culito con el tanga de hilo que llevaba, que la hacía parecer un ángel. Mientras, mi amigo se encaprichó de una ricura morenita que parecía de las más pequeñas, y al señalarla, la señora le confirmó que era su primer día allí, y que tuviera un buen trato con ella, por lo que mi amigo, muy excitado, me dijo:

— Me estoy volviendo muy vicioso, cada vez me gustan más tiernas…….

Yo, por mi parte me llevé a mi ángel a la habitación y aunque parecía un poco temerosa, intenté tranquilizarla para que viera que no la iba a pasar nada malo.

Lo primero que hice fue besar sus tiernos labios rosados, quitándole después lo único que tapaba su desnudez, dejando a mi vista sus pequeños pechos con unos pezones y aureola rosada que destacaban en su blanca piel, los que estuve un rato saboreándolos hasta provocar sus primeros gemidos.

Luego, tras besar cada palmo de su piel, bajé hasta su vagina, cubierta lo justo por su diminuto tanga, que al quitárselo pude ver una maravillosa rajita sin un solo pelo, ya humedecida por la excitación que tenía, poniéndome a disfrutarla como un auténtico manjar que nunca me cansaría de comer.

Abierto totalmente su coño por mis lamidas, pude ver que no parecía estar tan follado como las jovencitas indígenas que me habían convertido en un adicto a estos placeres prohibidos.

Pero antes de follarla quise que me la chupara un poco y fue algo maravilloso. Se notaba que eso sí que sabía hacerlo bien, imaginándome donde lo habría aprendido, pero a pesar de la excitación, y por el tiempo que disponía para estar con ella, preferí no correrme en su boca y hacerlo cuando la estuviera follando, así que se la saqué y se la puse entre las piernas buscando su abierta vagina que me recibió caliente y mojada, lo que me hizo dar un grito de placer al sentir ese contacto tan exquisito a pesar del condón que tuve que ponerme para penetrarla por imposición de las reglas del local, follándola suavemente al principio para disfrutar de esa sensación el mayor tiempo posible controlando mi eyaculación gracias a la experiencia conseguida en la selva con niñas parecidas, pero viendo que el tiempo se acababa, aumenté el ritmo hasta que mi semen salió disparado llenando el depósito del preservativo.

Al salir me reencontré con mi amigo, que me contó lo maravillosa que había sido su experiencia con la nena, contándole yo lo de la mía, esa criatura que me había follado como si fuera un sueño lujurioso de los que podía tener hace años, pero aunque volvimos en alguna ocasión más, yo no me sentía completamente a gusto con esta forma de satisfacer mis “necesidades” y cada vez echaba más de menos la selva donde había sido tan feliz, sucediéndome lo que me había dicho mi amigo

Mi relación con mi esposa era cada vez peor, y después de volver a pillarme metiendo mano a nuestra hija, a la que estaba consiguiendo enviciar con mis toqueteos, decidió separarse de mí, lo que aproveché para pedir a mi empresa que me enviara de nuevo a ese lugar, en algún puesto de más larga duración.

Mi empresa aceptó mi petición y tengo la salida para el próximo mes, así que espero reencontrarme con ese tipo de vida que cambió la mía para siempre”.

Por VERONICCA

No hay comentarios:

Publicar un comentario