lunes, 6 de mayo de 2024

Hijas Emprendedoras


Gerardo era un hombre con suerte, lo sabía muy bien, tenía una esposa guapa, trabajadora y buena administradora, un hogar al cual podía mantener con el esfuerzo de su trabajo y el de su abnegada mujer. ¡Ah!, y en ese momento, sentado en el sofá con las piernas abiertas, tenía a una de sus hijas dándole un exquisito placer con su boquita.

Llevaban años con sus juegos nocturnos, turnándose una noche una y una noche otra para dejarse ser usadas por su papito. Al llegar a casa, cansado y oliendo a grasa y sudor, se lavaba las manos, daba un beso a su esposa y al sentarse en el sofá, la preciosa Carolina, de 17 años, le quitaba los zapatos y le hacía un masaje, como el resto de “sus mujeres” llevaba ropa cortita y reveladora, una faldita o una blusita por lo general bastaban para dejarle notar que no llevaban ropa interior y estaban mojaditas; Carolina era como una perrita que siempre buscaba complacer a sus padres y con él se esmeraba mucho más, masajeándole, trayéndole algo de beber mientras estaba la cena, dándole el control de la TV para que viese su partido de soccer…


Cenaban como una familia normal, hablaban sobre el trabajo, la escuela y el día en general, pero al llegar la obscura noche, se escabullía hacia la habitación de sus nenas y despertaba a la que estuviese de “turno”. La llevaba de la mano hasta la sala, a obscuras y las trataba de acuerdo a sus temperamentos: Carolina era una princesita delicada y estilizada, le deslizaba la batita en silencio y la sentaba a horcajadas sobre sus piernas desnudas, debía besarle despacio y con ternura mientras le magreaba sus pequeños y alzados glúteos, le daba besos en su largo y delgado cuello y le decía al oído «mi princesita preciosa», «me encanta tu coñito apretado y tu boquita de zorrita», «¿Vas a hacer feliz a tu papito?» La nena, desnuda se arrodillaba en silencio y comenzaba su buen trabajo.

Esa noche, la tenía recostada boca abajo en el sofá con el rostro hundido en su vello púbico, atragantándola para entrenarla en una garganta profunda, era la última que faltaba dominar ese arte, las demás ya lo habían aprendido bien. Con cuidado le daba espacio para respirar y él para contener la corrida unos momentos más.

—Te amo, papito, ¿lo estoy haciendo bien? —preguntaba ella, estaba perdidamente enamorada de su padre. Para él era casi imposible ya no cogérsela, pero se había prometido que esperaría que fuesen mayores todas para cogerlas, sin saber que algunas ya tenían tanta experiencia con la puta de su madre.

—Sí, preciosa, lo haces bien, ya no te dio arcadas con el lubricante, ¿verdad?

—No, papito —respondía ella, pajeando su verga babosa de su propia saliva, volviéndola a meter en su boca y a chuparla como un biberón, había descubierto que le gustaba tener cosas en la boca, y era la que más disfrutaba de chupar un pene y tragar semen, en especial si le hablaba y le decía lo buena niña que era, que lo hacía muy bien, y la acariciaba en la espalda con la yema de los dedos, eso hizo, hasta llegar a la división de sus duritos glúteos, donde metió la mano para sentir el húmedo coño, abierto como una flor. Cerró los ojos, metiéndole un dedo dentro de ese apretadito y lampiño coño.

—Mmm… —gimió la adolescente, levantando sus glúteos para que su papito le metiese su dedito un poco más profundo, le gustaban las manos que la exploraban, aunque estuvieran callosas y resecas, ella las humedecía con la saliva de sus labios.

—Traga, mi princesita, trágatelo todo —decía, mientras le metía un dedo en el coñito y empujaba su nuca con la otra mano para ensartar su verga dentro de su boquita y sujetarla, podía sentir la resistencia que ella ofrecía luego de unos segundos, pero él la mantenía allí, apretando firmemente su verga con su garganta, atragantándose y babeando—. Eso es, buena niña —añadía, viéndola tomar aire. Ella volvió a chupar, escupiendo la saliva que abundaba en su boquita de mamadora, Gerardo reclinó su cabeza hacia atrás, dedeando a su nena despacio con el ritmo mismo con que ella le mamaba su verga dura.

—Quiero que me hagas el amor, papito.

Gerardo abrió los ojos en la obscuridad y la vio, tenía los ojos abiertos y sus bonitas pestañas generaban sombras obscuras, su glande en su boca, chupando con parsimonia, inocente y putita a la vez.

—Sabes que no puedo, princesita.

—Pero ya casi tengo 18, como María y Jaz —continuó susurrando, al igual que él, para no despertar a nadie más—. Quiero que mi primera vez sea contigo porque te amo.

—Yo también te amo, mi preciosa, pero no puedo aún, tienes que esperar —respondía acariciándole la mejilla con la misma húmeda mano con que le había hecho un dedo, dejando un rastro de sus jugos, con la ternura de la que sólo era capaz con ella; ni la menor, Sandrita, era tan tierna y tímida, pero a Carolina le gustaba ser tratada como a una niña. Esa niña se levantó y se volvió a sentar a horcajadas sobre él, su verga erecta rozaba sus piernas y apuntaba hacia su húmedo sexo.

—¿Estás seguro, papito? Yo te amo, y te quiero dentro de mí, ahora. Sólo la puntita, ¿sí?

¿Qué podía hacer? Tenía a su hijita a horcajadas sobre él, dejándose caer despacio sobre su verga, dándose puntazos ella solita, excitada y mojada como un sirena, su almejita se abría al recibir su glande, lo frotaba contra su clítoris y su entrada: Se dejó hacer, las manos extendidas a lo largo del sofá, mientras ella experimentaba con el cuerpo de ambos. Ella suspiraba y soltaba quejiditos sobre su hombro, su nenita de calificaciones perfectas, la mejor portada, la que no bebía alcohol ni salía de fiestas, estaba allí pidiéndole verga, rogándole, casi llorando por el permiso de clavarse su verga erecta.

—Por favor, papito, sólo la puntita, por favor, por favor —rogaba con sus labios muy cerca de los suyos cubiertos de vello facial, meciéndose de adelante hacia atrás sobre su verga que como el cuchillo caliente en la mantequilla separaba sus labios babosos a la mitad, pidiendo más y más placer. La tomó de la cintura para detenerla y solamente asintió. La carita inocente de su bebé se iluminó en medio de la obscuridad. Sujetó la verga con su pequeña mano y la apuntó a su agujero, se dejó caer suavecito, con cuidado, viendo hacia abajo—. Aprieta, ¡ay!

Sintieron ambos la presión de los sexos luchando por prevalecer, pero ella estaba decidida a perder su virginidad esa misma noche, en ese sofá viejo, y dejó que el peso de su cuerpo hiciera lo que ella no, y se dejó caer con más fuerza; Gerardo no pudo detenerla, se ensartó en su falo y arqueó la espalda, él le cubrió la boca para que no gritara. Podía sentir su coñito apretando su verga y aunque no podía ver muy bien, sentía un pequeño hilo de flujo deslizándose por su falo. La abrazó y acarició en la espalda como cuando era niña, haciéndole “arañitas” para tranquilizarla, era tan pequeña en sus brazos, tan frágil.

—Ya, princesita, va a dejar de doler en un momento, tranquila —susurraba mientras ella temblaba. Comenzó a besarle el cuello de seda, lo lamió y acarició con su nariz y barba rasposa ella temblaba, bajó sus besos hasta llegar a sus pechos pequeños y erguidos como limones, deslizó una mano hacia su clítoris y se esforzó por darle placer. Pasaron unos minutos cortos y ella solita reinició el movimiento, apoyándose sobre el pecho de su papito y deslizándose sobre su falo mientras él le ofrecía masajes clitorianos, esas piernas delgaditas estaban muy abiertas y su coñito apretado recibía una verga por primera vez, enterrándolo hasta el fondo y volviendo a sacarlo despacio. Después de desvirgar a sus otras dos hijas mayores, Gerardo ya sabía como tratarlas, así que la tomó y recostó en el sofá antes de que quedase exhausta y se echó sobre ella, penetrándola con movimientos de cadera lentos y sensuales, le tomó una de sus manos y le dijo: —Tócate mientras te hago el amor, preciosa, siente lo rico que es esto, mi zorrita.

La nena obedeció, como siempre, a su papito, y él la pudo coger con un poco más de fuerza y ritmo, viendo a su carita de porcelana en un alto contraste con su piel morena, dejándose llevar poco a poco hasta que el animal dentro de él salió y comenzó a dar golpes de cadera más fuertes.

—Papito… —susurró ella, pero él se incorporó para cubrirle la boca y sujetarla de la cintura, cogiéndola al punto de que podía escucharse en la silenciosa noche el choque de sus sexos, ella seguía tocándose y no podía moverse, su papito estaba haciéndole el amor como ella había pedido, la tomaba y hacía suya, su piel de porcelana brillaba por una delgada capa de sudor, su almejita abierta recibiendo tremenda verga adulta, era una belleza verla abierta y sumisa.

La adolescente, imposibilitada de hablar y de moverse, siendo cogida, por fin, por su papito, se dejó llenar el coño con esa verga que la partía en mitad, la misma que le había dado la vida y le había dado su primera leche. Quería que ésta vez esa lechita entrara en su útero y la embarazara, era la cúspide de su amor: darle un hijo a su papito, o una niña, para que, como a ella, le diera su amor, quiso decírselo, pero estaba amordazada por una mano inmensa, así que cerró los ojos y dejó que el orgasmo corriera por su cuerpo cuando su mayor fantasía se volvía realidad y su papito soltaba su leche en lo profundo de su útero, púbis con púbis, había recibido toda una verga adulta dentro en su primera noche.

Gerardo, satisfecho, la habría dejado allí una vez le hubiese acabado dentro, pero era su princesita, así que la cargó como la delicada rosa que era a sus ojos y la llevó al baño para limpiarla. La puso en pie sobre la ducha, apenas y podía sostenerse así que la hizo apoyarse en la loza, de espaldas a él, ese culito blanco resplandecía como perlas, abrió sus nalgas con ambas manos.

—Puja —ordenó en susurro y pudo ver ese coñito y ano contraerse y aflojarse, liberando sangre y semen sobre esas piernas. Casi tuvo otra erección, pero se conformó con lavarla rápidamente con el mango de la ducha, luego él mismo se deshizo de los restos de sangre y lubricación de su falo. La secó y ayudó a caminar de regreso a su recámara, esperó a que se durmiera, su princesita estaba tan agotada que no tardó mucho en hacerlo. La vio dormir unos minutos, con los brazos cruzados y la verga colgando entre sus muslos firmes. «Bueno, ahora que todas están desvirgadas, ya es hora de hacerlas trabajar» se dijo.

Por EMMA REY REY

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