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lunes, 27 de julio de 2020

Mi hermano, el primero


A primeros de ese año mis amigas me descubrieron cómo jugar con el coño. No es que me enseñaran nada que no hiciese ya intuitivamente o que no supiese que se podía hacer, es que gráficamente explicado por las más avispadas de nosotras, el conocimiento de las distintas posibilidades y tomar consciencia de que nada me impedía hacer lo podía hacer, hizo que fuese imposible dejar de tocarme en todo el invierno. Pero llegó la primavera y tras ella el verano... y la autosatisfacción desenfrenada se había instalado como un vicio incontrolado. Solía frotarme el clítoris frenéticamente en cuanto me veía sola, incluso en los aseos de clase. Otras veces, pocas, me deleitaba usando objetos con cierta forma fálica. Jugando con un pato de goma acabé rompiéndome el himen, dándome tal susto que estuve casi una semana sin tocarme. Me dio tal gusto tras ese período de descanso, que me pase el día entero encerrada en mi cuarto, en la cama simulando una indigestión. Pensé que con el tiempo se me quitaría el calentón, deseaba que así fuese. No podía hablar con mis amigas de eso porque no confiaba en su discreción, pero al final del día, cuando atendía por tercera o cuarta vez al reclamo de mi irritado coño, me sentía un poco culpable.

Lo que tenía que ocurrir alguna vez, ocurrió, y en verano me pillaron con la mano metida dentro del bañador. Fue en casa, en el trastero, muerta de calor y envuelta en un sudor que me caía por los brazos, haciendo que los dedos resbalaran maravillosamente por mis labios menores y el clítoris. Estaba en plena faena cuando mi prima abrió la puerta. Me di un susto tremendo y ella reaccionó saliendo al instante, pero se lo pensó antes de alejarse y volvió a entrar. Empezamos a hablar, con humor, sin dramas. Me dijo con cierto apuro que me había visto en otra ocasión en la misma actividad, recomendándome a continuación que intentara ser más discreta. Estuvimos hablando muchísimo sobre sexo en general y la masturbación en particular. En ese espacio tan cerrado y con el olor de mi coño de fondo, al fin pude desahogarme con alguien.


Mi prima había llegado ese verano hecha una mujer súper sexy. Nandi nunca había hecho buenas migas con mi hermana la segunda, pero sí con Tomás, el mayor. Mi otro hermano, Alberto, iba a lo suyo, como siempre. Ese año ella fue el centro de atención de propios y extraños. Me di cuenta de que mi padre y Alberto le miraban el culo en cuanto podían. Me resultó difícil asimilar la sexualidad desnuda de los miembros de mi familia, sobre todo por mi padre. A Alberto lo llegué a ver tocándose disimuladamente el pene en la playa mientras ella estaba a cuatro acomodándose en la toalla. Lo de mi padre sí que me sorprendió más, sobre todo por los comentarios tan poco sutiles que intercambiaba con mi tío a cerca de si Nandi tenía novio, noviete o amiguete, usando expresiones que ellos creían sutilmente picantes pero que realidad eran burdas obscenidades. Tomás, en cambio, estaba totalmente absorbido por Nandi y no se daba cuenta de que no era el único que bebía los vientos por ella. Y ahora esa Nandi, la Mujer, se abría ante mí y se volvió como una especie de mentora, resolviendo dudas y preguntas que rondaban por mi cabeza.

No censuró mi vicio, al contrario, le pareció divertido. De vez en cuando me daba pistas sobre cómo ampliar horizontes, como por ejemplo orinar en la ducha mientras me masturbaba, algo que se convirtió en costumbre. Empecé a ver normal que los amigos de siempre y que los hombres de la casa mirasen a mi prima de esa forma tan sexual.

Después de aquella primera charla con ella, había observado que Nandi y Tomás desaparecían en la casa durante mucho tiempo, y en cuanto tuve la oportunidad le pregunté al respecto. Al principio no me dio alguna respuesta satisfactoria, pero acabó confesando que realmente se escondían y que mi hermano se tocaba delante de ella. Aquello me pareció asqueroso y muy friki. Ella se puso a la defensiva y empezó a contarme detalles escabrosos para hacerme cómplice de sus perversas travesuras. Me contó que le insinuaba las tetas, incluso el coño, y que para ella era muy morboso tener la polla de Tomás al alcance de la mano, una bonita verga bien proporcionada. Fue adornando tan bien sus encuentros que acabé mojando la braguita, haciendo que desde entonces pensara en el pene de Tomás como un objeto que podía usar en mi imaginario sexual. Por sus detalladas descripciones no me quedó claro si había habido contacto entre ellos o no.

Al día siguiente, muy temprano por la mañana, salí de mi cuarto para orinar. Me encontré a mi padre masturbándose mientras miraba a través de la ranura de la puerta donde dormían mis primas. Con la mano dentro de los calzoncillos, llegué a tiempo de presenciar las últimas sacudidas, y unas gotas de semen cayeron al suelo sin que él se diese cuenta del rastro que estaba dejando. Sin percatarse de mi presencia, se alejó al cuarto de baño. Entonces me acerqué a la puerta y me asomé también. Mis primas dormían plácidamente, pero Nandi estaba boca arriba, con los brazos en cruz y las piernas un tanto abiertas. Sus pechos se desparramaban en la camiseta de tirantes blanca, de forma que uno de ellos se había salido por una axila. Dormida, acarició ligeramente con un dedo su sexo y, en cuanto arrancó un gemido, volvió a reposar la mano. Me alejé antes de que me viese mi padre a su regreso. Me acordé de la gota de semen en el suelo y la busqué. Me mojé los dedos en ella y limpié el resto con mi propia camiseta. En mi habitación todo me daba vueltas. Había visto eyacular a mi padre, aún tenía su semen en mis dedos. Lo olí, lo probé. Acabó lubricando mi primera paja de la mañana. Nandi, y su hermana, eran como unas hijas para mi padre, una hermana para Tomás y nosotros. Terminé corriéndome comprendiendo que tenía carta blanca a la hora de focalizar mi deseo, pues en mi fantasía era la lengua de Nandi la que lamía con furia mi coño, mientras ella era penetrada por Tomás y mi padre, que la follaban violentamente mientras los tres miraban cómo me retorcía de placer.

Horas después, cuando me levanté, me pasé el resto del día espiando a mi hermano y a mi prima. Estaba muy excitada, deseando participar en sus juegos. Al fin los pillé. Estaban en uno de los cuartos que nos sirve de almacén. Abrí la puerta en silencio y me asomé, estando ellos tan ensimismados que no se dieron ni cuenta. Mi hermano se masturbaba frente a Nandi y ésta estaba sentada en una posición realmente sensual. Sin mostrar nada, se podía recorrer perfectamente su cuerpo y sus bonitos atributos. Entré y al fin me vieron. Mi hermano se tapó rápidamente con una toalla. Yo cerré tras de mí y me senté junto a Nandi. Sabía lo que estaban haciendo, pero quería que me lo contaran para que no tuvieran alguna razón para echarme. Tomás estaba visiblemente incómodo, con ganas de irse o de que me fuese. Empezó a molestarme aquello, me sentía como una imbécil al haber pensado que podía ser una más en el juego. Si Nandi podía, ¿por qué yo no? Empecé a decir estupideces que no hacían más que empeorar la situación.

Nandi nos calmó a todos. Tenía esa habilidad. Me susurró al oído que si me hacía la invisible podía quedarme, que no me preocupase. Su aliento en mi oreja me había erizado la piel y no quería que dejara de hablarme. Mientras, la polla de Tomás se movía bajo la toalla, pero no era su mano la causante. Nandi pidió a Tomás que continuase. El retiró la toalla y vi su pene empalmado. Los nervios hicieron que se me escapara una risa que me avergonzó al momento. Era una polla hermosa, como me había dicho Nandi. Mi prima me hablaba de ella al oído y no sólo me volvió a erizar la piel, sino también los pezones. Busqué el contacto de sus carnosos labios, me mojé mientras mi hermano jugaba con la piel de su polla, llevándola arriba y abajo. En un momento dado, Nandi se bajó los tirantes para mostrar sus grandes y puntiagudos pechos, haciendo que Tomás abriese totalmente los ojos. Nandi pegó una teta a mi brazo, haciendo que sintiera su pezón aplastado en mi piel. Yo me derretía por momentos y mi hermano empezó a masturbarse frenéticamente.

Tomás estaba llegando al límite y preguntó a Nandi si seguía o no, a lo que ella le dijo que sí. Yo no me lo pensé y tomé posesión de su polla. Era mi primer pene y lo rodee con mis manos, sacudiéndolo al mismo ritmo que lo había estado haciendo Tomás. Mi hermano me miraba como suplicándome que parara. Pero si Nandi jugaba con él, yo también tenía derecho a hacerlo. Además, Tomás sólo tenía que pedirme que lo dejase, pero era tan incapaz de pedírmelo como yo de soltarle la verga. Me acaloré y me quité la camiseta. Nandi tenía un cuerpo arrebatador, pero Tomás miraba mis pechitos. Aprendí más de sexualidad en esos minutos que en toda mi vida anterior. De pronto Tomás se tensó y tras unas primeras salpicaduras que casi me dan en la cara, empezó a brotar semen. Había mucho, no dejaba de salir, y yo seguí bombeando hasta que él me hizo parar. Cuando me di cuenta, estaba tan mojada que parecía que también me había corrido. Tras limpiarnos, salimos. Ya nada fue igual desde entonces.

Buscaba a Tomás, le metía mano en el pasillo, en el coche. A veces se dejaba manosear el pene y me interrumpía cuando iba a correrse. Lo que me molestaba era que él no me tocase, los escrúpulos que tenía conmigo. Un día le pedí ir al cuarto donde solía verse con Nandi. El se sentó en suelo, como solía hacer. Me puse en cuclillas sobre él y lo empecé a masturbar. Sabía que en ese lugar seguiríamos hasta que la aparición de su leche diese por terminado el encuentro. Lee tapé los ojos con un pañuelo y lo hice tumbar. Me situé en equilibrio sobre él, y me mojé el índice y el pulgar, haciendo después un círculo con ellos que puse sobre la gorda cabeza de su pene. Lo bajé, apretando el círculo, arrastrando la piel mientras su espalda se tensaba. Lo hice así varias veces y a continuación probé mi primera polla con la boca. El no supo exactamente qué estaba haciendo, pues el único tacto que recibía de mí era el que tenía en la verga, así que Tomás no tenía ninguna referencia ni de dónde estaba yo ni de lo que hacía. Cuando comprendió que lo estaba lamiendo con los labios y la lengua, gimió y dijo un "ufff" que me puso a cien. Su pene estaba hecho a medida para mi boca, con mi lengua ligeramente aplastada. Estaba muy mojada y tenía todo el cuerpo a flor de piel. Sujetaba firmemente con el índice y el pulgar la base de la verga mientras movía la cabeza para recorrer el tronco todo lo que podía. Lo malo es que a pesar de mi excitación, mi inexperiencia me hizo ser incapaz de replicar esas divinas mamadas que había visto tantas veces en el porno. Me sentí ridícula y desistí.

Sin soltar la base de la verga, me puse en cuclillas sobre ella, apunté y me dejé caer. Nunca había tenido nada así en la vagina. A pesar de estar tan mojada y que mi cuerpo resbalase sin resistencia, sentía su polla abriéndome en canal. Era rígida y carnosa, cálida. Nada que ver con otros objetos que mi coño había engullido. Empecé a moverme apoyada en el suelo y en mis rodillas, subiendo y bajando el culo, evitando tocarle y emitir gemidos. No tardó en darse cuenta que aquello no era ni boca ni manos y se quitó la venda. Puso sus manos en mi trasero, ayudándome en el movimiento y aguantando mi peso en el descenso. Ahora podía dejar mis manos apoyadas en sus muslos. Embelesada bombeando la polla en mi coño, no me había dado cuenta que Nandi llevaba un tiempo sentada de rodillas junto a nosotros. No sabía desde cuándo estaba allí, pero ella tenía una mano dentro del pantalón, tocándose y la otra en el muslo, así que me giré y se la cogí, pero tuve que soltarla pues me caía. Tomás empezó a apretarme las nalgas y comprendí que estaba llegando, así que aumenté el ritmo. Cuando mi hermano dejó de gemir, su pene empezó a disminuir y se salió.

Joder con mi hermano en cualquier rincón se convirtió en costumbre, varias veces al día si hacía falta. El, o yo, me lubricaba el coño con saliva y me la metía sin protocolos. A pelo. Era todo muy sucio, guarro, excitante, sin límites. Pero en la última charla que tuve con mi prima, ésta me advirtió que sería difícil de explicar si nos veía alguien jodiendo, pero más aún el que me quedase embarazada de mi propio hermano. Me dio un pánico atroz y esperé ansiosa mi siguiente menstruación, que afortunadamente llegó como un reloj. A partir de ahí Tomás usó condones y al terminar el verano ya me había convertido en una experta felatriz.

Por Zupa

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