miércoles, 21 de septiembre de 2022

Leche familiar


Capítulo 1

Madre observaba cómo mi verga entraba en mi hermana Carolina. Nos había encontrado follando. llevábamos un par de años haciéndolo, desde que ella tenía doce y yo diez, pero por fin lo descubrió. Todo empezó conmigo viendo porno en una revista y ella me descubrió, se burló de mí y me dijo que yo era incapaz de encontrar una de verdad. Pues tú tienes una de verdad, ¿no? Entonces enséñamela, le dije. Y lo hizo. Se subió la falda a cuadros de la escuela y me mostró su lampiño coño. Comencé a tocárselo, ella me tocaba la verga como las chicas de las revistas a los hombres en ellas. No pasó mucho antes de que nuestra calentura nos llevara a descubrir que el garrote de mis piernas se introducía en el hueco entre las suyas. Mi primera eyaculación dentro de ella es uno de nuestros mejores recuerdos. Dos semanas después llegó su primer periodo.


Nos gustaba ocultarnos, sabíamos que estaba mal, pero no sabíamos por qué. Mamá no estaba en casi todo el día así que fallábamos al regresar de la escuela. Imitábamos a las de las revistas, escuchábamos a nuestros amigos mayores y evitaba eyacular dentro de ella porque le gusta que echara mi lechita fuera. Yo no sabía por qué.

Al descubrirnos mamá se puso histérica. Me golpeó con el cinturón y le dijo puta a mi hermana. No podía creer que estuviéramos haciendo algo tan malo. Estaba tan furiosa que se quedó sin palabras después de un rato. Fue entonces que recordó un castigo que su padre le había puesto cuando la encontró fumando. La hizo fumarse toda la cajetilla de una sola sentada. ¿Quieres fumar? Fúmatelos todos entonces. En este caso fue: “¿Quieren follar? Entonces follen hasta ver las consecuencias”.

Ella misma fue quien me masturbó para recuperar la erección y dedeó a mi hermana para que yo introdujera mi verga dentro. No estábamos cómodos, mucho menos en las mejores condiciones, pero poco a poco lo fuimos disfrutando.

-¡No gimas puta! – Le gritó a mi hermana en cuanto empezó a producir los ruidos que tanto me excitaban en otras condiciones. Era delgada, pálida y de cabello rubio oscuro. Las hormonas que producía al follar conmigo habían acelerado y mejorado el desarrollo de sus tetas. No eran tan grandes, pero superaba muchas de su edad. Rebotaban conforme yo la penetraba. Se tapaba la boca con la mano para no gemir ni emitir ningún ruido, pero siempre emitía algún sonido ahogado. Mamá nos seguía mirando con mirada severa.

Comencé a sentir que me vendría, traté de sacar mi verga, pero mamá lo evitó. Se puso detrás de mía y me hizo embestirla de nuevo. Mi hermana se retorcía. Sentía vergüenza, pero al mismo tiempo estaba excitada. No pudo evitar venirse y al verla apretar los parpados para intentar resistir el orgasmo, sentí más excitación que nunca. Ya estaba por venirme, pero sentir sus espasmos me hizo acelerar el acto. Solté un potente chorro de leche dentro de ella.

Mamá seguía enojada, pero ya no nos dijo nada. Sólo se dio vuelta y salió de la habitación. En los días siguientes supe muy poco de ella. Ni siquiera nos preparaba comida. Sólo llegaba a casa y se escondía en su habitación. Un día, semanas después, mi hermana trató de hablar con ella. Lo hicieron a solas, yo salí con unos amigos, dos hermanos cuya familia siempre me había querido bastante. Cuando regresé encontré a mi hermana llorando, con el rostro golpeado y la nariz rota.

-Mamá se fue- Fue lo único que dijo.

En efecto, había tomado su ropa, un par de maletas y se salió de la casa. No supe por qué. Le llamamos a la abuela y las hermanas de mamá y no sabían nada de ella, pero vinieron a ayudarnos. Nos separaron. Yo me fui con la tía Matilde y mi hermana con Josefina. Tampoco supe por qué. Estuvimos casi incomunicados. Pero estaba bien, yo pasaba más tiempo en la casa de mis amigos que en la de mi tía.

Un año después, mi tía Matilde me dijo que debíamos visitar a Josefina y a mi hermana. No pude evitar sonreír al pensarlo. La extrañaba.

Josefina tenía cuarenta años y nunca se había casado, sin embargo, en medio de su sala había una cuna y un bebé mordiendo un juguete. Me sorprendió al verlo, o debería decir verla, porque jamás escuché que mi tía estuviese embarazada.

-¿Quién es el padre? – Pregunté.

Yo era muy inocente.

-No lo sé, que te responda Carolina. No quiere decirle a nadie. – dijo Josefina.

Mi hermana se encogió de hombros y me sonrió. Esa semana habíamos visto en la escuela cómo se fecundaba un ovulo, pero nunca nos dijeron que los espermatozoides venían en el semen. La profesora era un tanto mojigata y no nos dio todos los detalles, pero uno de mis amigos dijo que a las mujeres se les embarazaba con la leche que salía de la verga. Yo no lo creía porque muchas veces había eyaculado dentro de mi hermana. Sólo no recordaba el detalle de que pocas veces lo había hecho dentro.

Esa misma noche, mi hermana entró a mi habitación, retiró las sabanas y se acostó a mi lado. Su mano se dirigió a mi entrepierna, a mi verga bajo mi pijama.

En tres años seremos sólo tú, Dolores y yo. Cumpliré 18 y viviremos juntos. ¿Te gusta la idea? – dijo con una sonrisa apenas visible en la oscuridad. Me gustaba mucho sentir su mano en mi verga, era lo mejor del mundo.

No follamos, pero sí metió mi verga en su boca. La lamió y sorbió. Me masturbaba como hacíamos hacía tres años cuando empezó todo y luego lamía con ímpetu, casi furia. No pasó mucho antes de que me viniera en su boca. No le avisé porque si abría un poco los labios gemiría de tanto placer. La sorpresa la hizo moverse hacia atrás, pero rápidamente se empezó a reír. Se tragó mi leche.

Al día siguiente nos fuimos y pasaron meses antes de ver de nuevo a mi hermana y a Dolores en una próxima reunión familiar. La pequeña bebé era presentada a todos como nuestra hermana, la tercera hija de nuestra madre. Josefina y Matilde decían a todos que nos había abandonado porque no soportó el trauma posparto de una bebé nueva. De esa manera, todo el mundo se acostumbró a vernos a Carolina y a mí con la niña.

Cuando Carolina cumplió dieciocho, me llamó a la casa de mi tía Matilde. Había huido y había conseguido trabajo por las tardes. Tenía un pequeño departamento en el otro lado de la ciudad y me pedía que viviera con ella. Tomé mis cosas y fui de inmediato.

En nuestra primera noche follamos tanto que creímos que tendríamos otro bebé. Al día siguiente pensamos lo mismo, y el tercero también. Siempre que Dolores no nos miraba, mi verga entraba en Carolina.

Un día nos visitó mi tía Josefina con rostro sombrío.

-Hola, tía. ¿cómo nos encontraste? – pregunté al verla en la puerta.

-Carolina me llamó. Sé que no tienen dinero, tu hermana se retrasó dos años en la escuela por culpa de la niña y casi no tiene tiempo de cuidarla. Tú no puedes encargarte de ella, debes estudiar.

-Vienes a llevártela – dije con tristeza. No era una pregunta.

-Sí – respondió. – Son libres de visitarla cuando sea, pero se la llevarán hasta que ustedes estén mejor económicamente. Así me lo pidió tu hermana.

Carolina se despidió de la niña de casi cuatro años y dejó que nuestra tía se la llevara. Fue un día triste, pero al día siguiente, como en los siguientes años, volvimos a nuestra costumbre de follar y follar.

Capítulo 2

No tuvimos más hijos. Mi hermana y Carolina y yo follábamos a diario, pero el milagro de la vida no se dio de nuevo. Ya fuera porque me venía afuera de su coño o en su boca, simplemente no volvió a quedar embarazada de inmediato. Y la verdad, que bueno porque el dinero escaseaba. Fue grandioso encontrar una alternativa, su culo. En su cumpleaños número veinte me atreví a lubricarlo, meterle un par de dedos hasta dilatarlo y luego forcé mi buena verga de 18 centímetros en su interior. Ella estaba nerviosa, pero se relajó rápido al sentir el placer de estimularme. Los orgasmos que conseguíamos eran fenomenales, por lo que su culo lleno de leche significó una disminución en las posibilidades de tener más hijos.

Dolores creció con nuestra tía. Ella sabía bien que mi hermana era su madre, pero no que yo era su padre. La visitábamos seguido, pero éramos incapaces de mantenerla en nuestro pequeño departamento. Nuestra tía tenía una casa grande, sus inversiones le dieron bastante dinero y su trabajo era muy relajado. No perdía nada con tenerla, según ella, incluso la mantenía joven. Sin embargo, su postura contra mi hermana seguía firme. Quería saber quién era el padre de la niña.

-Yo seré su padre. – Le solía decir.

-Tonterías. Mejor consíguete una buena mujer y haz tu propia familia. Si consigues un buen trabajo, le ayudas a tu hermana, pero no te comprometas con niños que no son tuyos. – me respondía.

Tonta tía Josefina. No sabía que yo era el padre de esa niña. Y si se lo imaginaba, la culpa de tanta depravación la llevaba a arrodillarse y rezar. Dos hermanos jamás podrían fornicar, mucho menos concebir. Tonta tía, ni se imaginaba lo mucho que gozábamos con mi verga entrando en el culo de mi hermana.

Pasaron los años y Carolina y yo nos las arreglamos para estudiar y trabajar al mismo tiempo. Mi tía Josefina nos daba unos billetes de vez en cuando para aliviar el alquiler, pero siempre era una lucha con los horarios. Follábamos cuando podíamos, pero había ocasiones donde debíamos decidir si visitar a nuestra adorada Dolores o desencadenar nuestro placer. Eso nos alejó de ella por varios años. Para cuando ella cumplió ocho, era más hija de Josefina que nuestra.

-Es una lástima. Quería que nos adorara como lo hacemos tú y yo. – Me dijo mi rubia Carolina reposando en mi pecho después de destruirle su bien formado culito.

-¿Qué quieres decir? ¿Quieres que lo haga con nosotros?

-¿No te gustaría? Se ve que se pondrá muy linda.

No seguimos hablando de eso, pero la idea no desapareció de mi mente.

El tiempo pasó. Carolina y yo nos graduamos y comenzamos a trabajar a tiempo completo. El dinero comenzó a ser menos inestable y comenzamos a planear mudarnos a un departamento más grande, esta vez con nuestra Dolores como invitada permanente.

-No puede irse. – nos dijo nuestra tía cuando se lo sugerimos. – ¿Creen que tienen la madurez para criarla? No, todavía no. Además, es una maldita, sólo provoca problemas en la escuela. Me grita y quiere pelear por todo. No. No la podrán controlar. Si quieren, pueden quedarse aquí. Ya están muy grandes para vivir juntos.

Lo meditamos un poco. Podríamos ir a vivir con nuestra tía, pero sería difícil follar. Teníamos una rutina muy estricta de sexo y no queríamos romperla. Pero al mismo tiempo queríamos estar con nuestra hija. Después de mucho dialogo, decidimos hacer una serie de pruebas. Pasariamos la noche con ella y encontrábamos cómo hacerlo sin ser descubiertos, nos quedaríamos ahí.

Dolores se puso feliz. Su mamá y su tío estarían con ella una semana. Qué alegría. Nuestra niña acababa de cumplir diez años y era hermosa. Tenía el cabello rubio oscuro como el de Carolina y sus facciones eran la de una niña hermosísima. Ojos grandes y labios delgados. Aunque era mi hija, al verla recordaba a mi hermana insinuándome fornicarla. Trataba de no pensar en eso. Primero era el experimento.

Rápidamente nos dimos cuenta de que la tía salía muy poco, casi siempre sólo a la iglesia, al mercado o a hablar con alguna vecina sobre chismes y nostalgia. Dolores iba a la escuela en la mañana, al mismo tiempo que nosotros trabajábamos. Yo llegaba una media hora antes que Carolina. La tía enviaba a Dolores a dormir a la diez y se quedaba hasta casi las doce viendo la televisión. Carolina se quedaba en la sala acompañándola, esperando a que el vejestorio se fuese a la cama. Fue hasta el jueves que encontramos una oportunidad. La tía se nos acercó antes de salir a trabajar para informarnos que saldría a practicar con el coro de la iglesia a las seis de la tarde. No pareció maravilloso. Dolores también informó que saldría a hacer la tarea con una amiga suya. Casi tuve una erección al escuchar esas noticias.

Me apresuré a llegar a la casa y Carolina hizo lo mismo. Después de asegurarme de estar sólos, la miré y nos besamos con mucha pasión. Aunque me hubiese gustado follarla ahí mismo, era necesario ir a mi habitación. Dormíamos separados. Me abrió la camisa en el camino y empujó la puerta al entrar. Me lancé sobre el lecho y me quité los pantalones. Ella se subió arriba de mí y comenzó a frotar su dulce coño en mi verga.

-Satisface a la vagina que te dio una hija. – dijo al tomar mi durísima verga y llevarla a la entrada de su delicioso coño. Una mujer de veinticinco años era la madre de mi hija y, por coincidencia, también era mi hermana.

Me cabalgó con desesperación. Nos besamos o, mejor dicho, nos comíamos. Su cadera subía y bajaba empapando mi viril mástil mientras su lengua entraba en mí. Me buscaba ordeñar, sacarme toda mi leche, pero sobre todo, buscaba el amor de su hermano. Hacía mucho que no pasábamos un solo día sin follar. Ni siquiera en sus días menstruales me limitaba. Su coño y su ano eran míos cuando los ojos de los demás quedaban obstruidos por nuestros muros. El secreto de nuestro parentesco no lo sabía nadie. Pero tampoco nadie preguntaba. Quienes nos veían como pareja suponían nuestras fornicaciones. Seguro imaginaban a esta hermosa rubia montando esta gran verga. Carolina saltaba hasta introducirse tan adentro como su biología le permitía. Quería tenerme sólo para él. Aprendimos juntos a usar nuestro cuerpo y ahora nos reclamábamos mutuamente.

Carolina se comenzó a retorcer. Sus convulsiones sólo significaban la cúspide del placer. La tomé de la cadera y guiado por mi excitación aumenté la velocidad. Estaba cerca, muy cerca. En la oscuridad de la habitación me sentí iluminado un orgasmo transmitido por mi propia hermana. Ella se vino primero y luego yo. Solté un potente chorro de leche en su interior, empapando lo ya mojado del interior de su vientre.

Nuestros gritos y rugidos de satisfacción atrajeron la atención de una persona al otro lado del pasillo. Carolina no cerró por completo la puerta en nuestro apuro por entregarnos al placer. Una línea de luz se hizo más y más grande cuando la puerta fue abierta por una niña de diez años. Dolores estaba atónita, pero no escandalizada. Miraba a sus padres desnudos con conmoción, pero no miedo.

Yo jadeaba por el esfuerzo, igual que mi sudorosa Carolina, pero el miedo me paralizó al ver a esa delgada y dulce niña. Mi hermana, por otra parte, aun recuperando el aliento, se llevó un dedo a los labios pidiéndole silencio a su hija. Dolores, con una sonrisa llena de complicidad, asintió y cerró la puerta.

Mi hermana se dejó caer sobre mí. Su vientre estaba lleno de mi esperma.

El experimento fue un fracaso.

Capítulo 3

Los teléfonos celulares se volvieron una moda. Yo compré uno, pero lo usaba poco. Mi tía debió ser mi tercera o cuarta llamada de la semana. La edad la estaba volviendo inútil y me pidió ir a la escuela de Dolores para ver por qué estaba en la oficina del director. Al llegar e identificarme como su tío, me encontré con un hombre delgado y nervioso al otro lado de un sencillo escritorio. Mi hija de ahora trece años miraba al suelo desde una silla frente a él.

Obsenidad en el baño de la institución, me dijo. La encontró en una situación comprometedora con otro chico. Eran adolescentes y cada vez más incontrolables, por lo que eso no era nada nuevo. El problema fue las condiciones por las que lo hizo.

-Cien pesos. – dijo Dolores sin dejar de mirar al suelo. – Andrés me dio cien pesos y ahora los quiere de vuelta porque no terminé.

Suspensión de una semana y devolverle el dinero al imbécil estafado.

Me llevé a Dolores al auto, al pasar por las ventanas de las aulas, unas chicas parecieron felicitarla por el negocio. Una incluso escribió en su libreta “No lo devuelvas”.

-¿Qué hiciste? – le pregunté estando en mi auto.

-Nada, déjame en paz. No puedes juzgarme por nada.

Ella no entendió la pregunta.

-Me refiero a qué te pidió. Es mucho dinero para sólo una manuela – Estimularlo con la mano – y muy poco para cogerte. ¿Qué hiciste hasta que te interrumpieron?

Se llevó el puño a la boca e hizo como si hiciera una mamada. Miró por la ventanilla para no seguir hablándome.

-No le digas a mi tía. – fue todo lo que dijo.

No lo haría, jamás lo haría.

-¿Es la primera vez que lo haces?

Movió la cabeza para indicar que no.

-¿Hasta dónde has llegado?

-Mamadas, besos y masturbaciones… hubo un chico que me quiso meter el dedo, pero me asusté y me detuve. Le devolví su puto dinero. – se quedó en silencio. Comencé a manejar. Después de unos minutos volvió a hablar. – ¿Puedo preguntarte algo?

Sabía hacia donde iba todo eso.

-Claro.

-¿De verdad mamá y tú son hermanos? Mi tía dice que sí, pero no creo que los hermanos deban coger unos con otros.

Me puse nervioso, pero al mismo tiempo, sentí que debía decirle la verdad.

-Sí somos hermanos. También soy tu padre, aunque tu tía no lo sepa.

Se quedó sin palabras.

-¿Eso se puede? Quiero decir, ¿eso es legal?

-Puedes follar con quien quieras siempre que el otro te desee. Carolina y yo descubrimos nuestra sexualidad juntos y por azares de la vida te tuvimos. Pero una cosa son las leyes y otras la sociedad. Nadie aceptaría nuestra unión, mucho menos saber que tuvimos a una hermosa niña juntos.

-Eran muy jóvenes… -dijo pensativa.

-Como de tu edad.

Nos mantuvimos en silencio por el resto del camino. Al llegar a la casa de la tía no abrió la puerta.

-Tío… papá. – Me sorprendió que me dijera así, pero me sorprendió más su cara roja. – ¿Crees que…? Nada olvídalo. Es algo muy tonto.

-Dime hija. – era la primera vez que se lo decía de frente.

-Dijiste que mamá y tú descubrieron su sexualidad juntos. ¿Ustedes… ustedes podrían ayudarme con la mía?

Sonreí y cambié de camino. En vez de llevarla la casa de nuestra tía, llevé a Dolores al departamento que compartía con Carolina. Una vez ahí, le pedí que se quitara el uniforme escolar y se mirara en el espejo vertical que teníamos detrás de la puerta de nuestra recamara. Me coloqué detrás de ella y pasé mis manos por sus caderas, luego por sus muslos y luego las hice ascender hasta sus pequeñas tetas.

-Lo primero que debes aprender es a conocerte. -Le dije. Mi verga estaba dura y apoyada contra su culito. – ¿Dónde te gusta tocarte?

Sus tetas eran pequeñas, pero podía cubrirlas con mis manos a la perfección. Ella comenzaba a jadear por la excitación de alguien tocarndola.

-No lo sé. Mi tía Josefina dice que tocarme está mal.

-Tonterías. Debes saber qué quieres y en dónde. Por ejemplo, ¿esto te gusta?

Asintió con un gemido. Sus pezoncitos estaban duros.

-¿Qué sientes? – pregunté susurrándole al oído.

-Me estoy mojando. – respondió.

-¿Esto te pasa cuando le mamas la verga a los chicos de tu escuela por cien pesos?

Volvió a asentir con un gemido. Cerraba los ojos por el placer. Le solté una de sus tetas y llevé mi mano a su coñito. Comencé a pasarlo por su rajita casi sin pelos de adelante a atrás. De verdad estaba mojadas. Era tan pequeña. No me imaginaba mi dedo entrando ahí, mucho menos mi verga, pero igual lo intentaría. Ahora gemía más fuerte, en especial cuando la punta de mi dedo estaba en la parte delantera.

-Me gusta ahí… ah… pero ten cuidado… no tan fuerte.

-Este es tu clítoris. -dije al pasar la yema de mi dedo por esa parte. – si quieres sentir más placer tocate aquí o haz que alguien más te lo toque. Pero ten cuidado que es muy sensible. A tu mamá le gusta que le pase la lengua por aquí. Estará feliz de hacer eso contigo.

-Quiero intentarlo…

Le di vuelta y la puse frente a mí. Le di un beso en los labios como si con eso buscara mojarla más y luego la llevé a la cama. Se sentó primero y después la empujé para que se acostara. Abrí sus piernas y metí mi cabeza. Mi lengua recorrió toda su rajita abierta y mojada. Ella apretó las piernas.

-¡Otra vez!

Volví a lamerla y sentí como se estremeció.

-¡Más!

Volví a lamerla, pero esta vez una y otra vez. Primero lo hacía rápido, pero cuando pasaba por su clítoris lo hacía lento. Eso la hacía temblar. Gemía y chillaba de placer. Comencé a tomar ritmo hasta que al final se llevó las manos a la boca para taparlas ante una convulsión aun más poderosa.

-¿Estás bien?

Asintió.

-Eso estuvo muy bien… No sé qué me pasó.

-Se llaman orgasmos, hija. Esos sólo se obtienen si obtienes más placer de lo normal.

-Quiero más, tío… digo, papá.

Me puse de pie y llevé mi mano a su coño. Con un dedo la recorrí, seguía sin creer lo pequeña que era. Llegué al huequito más húmedo.

-Estos son tus labios mayores, estos son los inferiores y esto – introduje mi dedo. – es por donde entrarán las vergas. – Se lo metí y saqué varías veces. No pude contenerme, estaba tan mojada y su aroma era embriagador. Cualquiera habría buscado cogérsela de inmediato. Ella lanzaba chillidos de placer confuso. Estaba descubriendo funciones en su cuerpo que hasta ese momento habían sido prohibidas. – Por aquí tendrás bebés.

-Ah.. ah…¿Tus bebes?… ah, ah..

Esas palabras fueron un detonador en mí. Si mi verga ya estaba erecta, para ese momento estaría a punto de explotar. Cuando mi hermana me mencionó la posibilidad de incluir a nuestra hija, lo primero que imaginé fue mi pene saliendo de su coño seguido por una cascada de mi leche. Las imaginé embarazadas y desnudas.

Me quité los pantalones y la ropa interior. Por los ojos como platos de Dolores, supe que nunca había visto una verga tan grande. Los 18 centímetros habían quedado en el pasado adolescente. Ahora eran veintidós y bastante ancha.

-Es enorme…

-Sólo lo mejor para mi niña.

Me coloqué entre sus piernas. Mi verga comenzó a frotarse en ese pequeño e inexperto coño. Entraría yo antes que sus propios dedos. Nuestra tía la había convertido en una mojigata, pero había conservado cierto nivel de inocencia. Ahora mi glande la exploraría antes que ella misma. Puse la punta en sus labios. La humedad me permitió entrar y haberla dedeado antes ayudó a relajarla, por lo que mi verga entró con poca resistencia. Eso no le quitaba presión. Estaba muy apretada y mojada. No la estaba forzando, su cuerpo me deseaba.

-Ah… Tío… algo no lo deja pasar… ¿qué es?

-Aguarda hija. Un empujón y ya.

Aquello que ella sentía era el himen. Y como dije, un empujón bastó para romper ese ultimo tope de virginidad. Entró mi pene hasta lo más hondo y ella sólo gimió aun más fuerte. Seguí entrando hasta llegar a un tope. Miré a su vientre y se veía ligeramente abultado en su pubis. Me moví hacia atrás para sacársela un poco y vi cómo ese pequeño bulto desaparecía. Eso me motivó todavía más.

-Preparate hija, porque esto sólo acaba de empezar.

Tomé velocidad y la penetré hasta el fondo. Lo hice una y otra vez. Lo hice sin descanso. Ella sólo gemía y jadeaba. Intentaba reconocer las sensaciones que le llegaban a su joven cerebro. Eran cosas desconocidas para ella y yo era su maestro. Quien mejor que su padre para enseñarle a hacer el amor. Follarla era un privilegio que muchos tendrían en su vida, pero penetrarla por primera vez era algo sólo mío.

No pasó mucho antes de que dejara de limitar sus emociones. Ya no ahogaba sus gemidos, sino que gritaba, aullaba y rugía. Eran chillidos agudos y deliciosos, llenos de lagrimas y palabras sin sentido. Me recordaba a cuando le hacía cosquillas y reía sin parar. Me encantaban sus ruidos sexuales.

-Ahora hija te enseñaré para qué es la leche que sale de las vergas.

Ella se llevó sus manitas a las tetas y comenzó a apretarlas. Creí que lo hacía para más placer, pero en realidad o hacía porque quería controlar su cuerpo. Se convulsionaba. Los espasmos de su orgasmo no le permitían hablar, sólo hablar y estimularse aun más. Un chorro de liquido salió de su coñito y yo aceleré el ritmo. Yo tampoco podía aguantar más. Mi verga estaba más dura, lista para inundarla con mi leche paternal.

-¡PAPÁ! – gritó al mismo tiempo que yo disparé mi leche en su interior. Fueron seis chorros, una recomenpenza para la niña más hermosa del mundo. Pero ya no era una niña, era una mujer.

Saqué mi verga entre jadeos. Sus piernas temblaban y trataba de recuperar sus capacidades del habla. Miré mi verga semiflacida con tanto semen como de sus fluidos lubricantes. Me di vuelta para buscar algo en un cajón de la habitación y lo dejé junto a la cara de mi hija. Era un billete de doscientos.

-chúpame la verga.

Como pudo se levantó de la cama, pero cayó casi de inmediato a la alfombra. Sus piernas aun no le respondían. Yo me senté y abrí las piernas. Su cabeza se acercó a mi boca y se introdujo mi buen falo.

-No lo esperaba, Dolores. Tienes un coño delicioso… – le decía mientras su boca subía y bajaba. – Tu mamá estará orgullosa de ti… me sacaste mucha leche.

Se sacó mi verga sólo para decirme:

-Pero no me dijiste para que sirve esta leche. – y volvió a su mamadora tarea.

-En los huevos guardamos unas cosas llamadas espermatozoides. Estos viajan en ese liquido blanco y son los que hacen que las mujeres tengan hijos. En este momento te estás comiendo algunos de ellos jaja.

-¿Tendré a tus hijos? -preguntó con cara emocionada.

-No lo sé. Tal vez. Eso depende de cuando fue la ultima vez que te bajó.

-Hace diez días.

Puse mi mano sobre su cabeza y la bajé para que no dejara de mamar.

-Tal vez tengamos suerte, mi amor.

No la tuvimos en ese momento. Pasaron unos años, pero lo logramos.

Por Brendy

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