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viernes, 23 de septiembre de 2022

Una autora incestuosa


He escrito sobre incesto y embarazos entre familiares. Es una fantasía que me encanta y me lleva a masturbarme cada mañana. En este relato les cuento por qué me gusta tanto escribir sobre eso. Espero que les guste.

Nunca he creído nada de lo que se encuentra en esta página. Todo me parece ficción, fantasías de amantes del tabú. No digo que sean mentiras, pero desde el anonimato cualquier confesión podría ser falsa. Me gusta no saber si lo leído es real o no. Pero esta vez les pido que me crean. Esta es mi historia, aunque podría ser falsa. Mi nombre es Brenda, aunque también podría ser Fernanda, Raquel o Alejandro. Tengo veinte años, pero bien podrían ser 13 o 55, y lo que les contaré pasó en el 2019, dos meses antes de los primeros anuncios del coronavirus que paralizó al mundo. Les contaré por qué me gusta escribir tanto sobre incesto y endogamia.


Vivo en México en una casa pequeña. Vivo con papá y mamá. También tengo un hermano, pero él ya se casó y se fue a vivir a otro lado. Lo importante es que tengo una habitación para mí. Está junto a la de mis papás y todo se escucha. Fue así que después de un periodo de pleitos y enfados, ellos decidieron ir a terapia y revivir su vida sexual. Lo supe porque los escuchaba en las noches.

Un día salí de mi habitación y comprobé que mamá se estaba dando un baño. Mi intención era ver la televisión, pero antes debía organizar mi ropa recién lavada. Noté que me faltaba uno de mis calzoncitos.

Como nuestra casa era tan pequeña, no podía haber secretos. A diferencia de mis amigas, yo mencionaba con total confianza mis problemas con mi ropa interior, y como ahora me faltaban unos, decidí ir con papá para saber si sabía donde se encontraban los perdidos.

Su puerta estaba entreabierta cuando escuché una respiración agitada al otro lado. Miré y mi corazón se detuvo al ver que su verga estaba envuelta en mis calzones, al tiempo que se estimulaba con ellos. Pero eso no fue lo más sorprendente, sino que parecía murmurar algo, mi nombre, conforme aumentaba de velocidad.

No tardó mucho en venirse. Lo hizo con unos cuantos gruñidos y jadeos ahogados. Su pecho subía y bajaba, a la vez que dejaba caer la cabeza sobre las almohadas. La mayor parte de su semen había quedado contenido en mis calzones, pero le que escurría o había salido volando, lo limpió con la misma tela.

Entonces escuché la voz de mamá proveniente del baño. Le pedía una crema que había dejado en el cuarto.

Papá se levantó y yo me alejé. Él salió vestido de nuevo y entró con mamá a dejarle la crema. Esa pequeña ventana de tiempo me sirvió para entrar a toda velocidad a su cuarto y robar mi calzoncito, el cual había dejado debajo de su cama.

Me encerré en mi habitación, jadeando inexplicablemente por lo que acababa de ver. Y aunque me daba asco la sustancia en la tela de mi trusa, algo en su olor o en su cremosidad despertaba algo en mí. Estaba tibia. Era blanca para dejaba una mancha gris alrededor de dónde había caido. Era una gran cantidad. En la escuela y en el porno habíamos visto para qué servía. Nadie están ingenuo como en esos relatos donde la chiquilla muy desarrollada para su edad no sabe para qué sirve esa leche. Claro que lo sabemos. La sorpresa no es por su desconocimiento, sino por tenerla por primera vez. Es una sustancia sagrada, mágica. Con ella puedes crear bebés si la pones en el lugar correcto. Dispararla en la cara de alguien significa propiedad, incluso amor. Y papá decía mi nombre mientras se venía. Él fantaseaba con echármela, con introducirla en mi interior.

Guiada por esos pensamientos, me abrí los pantalones y me los bajé hasta las rodillas. Pasé un dedo por uno de eso blanquecinos grumos y me aseguré de embadurnarlo con la mayor cantidad posible. Luego, cegada por una respiración anormal y una humedad incontrolable, lo llevé hacia la cuevita por la que introducía cosas al masturbarme.

-papi… – murmuré. Nunca lo llamaba así, le decía “pa”, pero algo me llevó a hacerlo de ese modo.

Tomé otro poco y lo volví a introducir. Me estimulaba, pensaba que de alguna manera eso ayudaba a distribuirlo bien.

Fue entonces que no pude más e hizo bola esas bragas y gracias a la lubricación las introduje con el afán de sentirlo todo dentro mí. Luego me estimulé el clítoris porque me estaba matando. Dios, todo en mí estaba excitado. Mi coño estaba por completo mojado, mis pezones duros y mi clítoris hinchado. Tuve que taparme la boca para no gritar mientras me frotaba en busca de uno de los mejores orgamos de mi vida.

Empecé a fantasear. Mil escenarios aparecieron en mi mente. Padre penetrando a hija. Hija recibiendo la leche de su padre. Hija embarazada y con la verga de su padre en la boca. Hija siendo follada por su padre por el culo al tiempo que el hijo de ambos la penetra por la vagina. Padre e hijo en las tetas de la madre. Padre follando a la hija de perrito mientras esta le da sexo oral a la madre… mil generaciones de embarazos incestuosos en todos los sentidos posibles: padre e hija, hija con hermanos, hija con tíos, hija con abuelo, hija con sus propios hijos, padre con las hijas que tuvo con su hija…

Y me vine con tanta fuerza que caí al suelo mientras me retorcía de placer. El piso quedó mojado y yo por poco pensé que me desmayaría. Sí me quedé en el suelo, tratando de recuperarme justo como lo hacía papá, respirando hondo sin importar que el corazón se me quisiera escapar del cuerpo.

La voz de mamá me hizo regresar al mundo de los vivos. Avisó que la comida ya casi estaba lista, así que, ya despejada, me saqué las bragas de mi interior y las observé. Estaban empapadas, no sólo de mis jugos y de los de papá, sino de una mezcla de olores muy deliciosos. No era ajena al sexo. Tal vez tuviera diecisiete años, pero había tenido un par de novios con las manos largas y las vergas inquietas. Mi experiencia era corta, pero me decía a mí misma que sólo iba empezando. Sólo pude preguntarme por qué esas bragas no olían como las sesiones sexuales con ellos. ¿Acaso el semen de papá era mejor?

Cual fuera la respuesta no la encontré de inmediato. Escondí mis calzones y me fui a comer. La próxima vez que tuve que lavar ropa los volví a sacar para masturbarme oliéndolos un poco y luego los puse para lavar.

Lo lamento, no entré a la habitación de papá y le dije que quería ser su mujer ni nada similar. Mamá nunca se fue de viaje o fue a visitar a una hermana suya. Continuamos como si nada, porque él no podía admitir que buscaba mis calzones y yo no podía decir que me metí su semen en su vagina. Fue un incomodo silencio, el cual duró hasta la llegada de la pandemia.

Tuve fuertes dolores de cabeza, debilidad general e incluso vómitos. La información sobre el virus era confusa, pero parecía que el rasgo principal era la tos, aunque no en todos los casos. Fui llevada a un hospital y me hicieron una prueba. No tenía ese recién nombrado COVID-19, pero sí algo creciendo en mi interior. Me preguntaron cuando fue mi última relación sexual y no me creyeron cuando les dije que en mayo del 2019.

Mi mamá estaba furiosa. Me pedía saber quien era el padre, pero ni yo lo sabía. No tenía en mente lo del semen de papá en mis calzones y tampoco se lo iba a revelar a mamá aunque lo recordara.

Papá murió cuando yo tenía seis meses de embarazo. El virus lo alcanzó y por pura suerte no nos lo contagió. Nunca supe si él sabía lo que había hecho con los calzones que él había ensuciado, pero si mi suposición era cierta, yo estaba cargando a su hijo. Por más culpa que sintiera, me mojaba al pensar en eso. La posibilidad era pequeñísima, pero ahí estaba. Crecía con cada semana y mis compañeros de escuela no se enteraron gracias al aislamiento.

Había sido embarazada por mi propio padre. Fue mi culpa, pero cumplí de alguna manera su fantasía. Nuestra hija nació en agosto del 2020 y sólo porque sus ojos se parecían a los de él, mamá la adoró y cuidó con locura. Fue así como me interesé por estos relatos, los cuales ya conocía, pero que ahora me parecían más asombrosos y personales a la vez. Muchos hablan de sexo con niñas pequeñas, otros de experiencias muy, muy jóvenes, pero a mí sólo me interesaban aquellos donde la sangre se reproducía con la sangre. Papi e hija, madre e hijo, hermano y hermana, primos, tíos, abuelos o todos con todos. Verme con mi pancita me excitaba y me hacía imaginar cómo me habría visto siendo todavía más joven con semejante testimonio de pecado. Fantaseaba con todo tipo de hombre penetrándome al tiempo que mi vientre brincara con cada embestida. Mis tetas lactantes debían ser aprovechadas por mis familiares y mi boca debía llevarle semen a mis hijas nonatas.

Son sólo fantasías que he querido compartir con ustedes. Sé que hay otros afines a mis gustos y otros que preferirían algo más realista. No los culpo. A mí me gustaría tener hijos con mi padre en una casa sólo para él, con la esperanza de ver a nuestros hijos crecer para luego ser usada por ellos. No es realista porque no estoy tomando en cuenta los ingresos necesarios para mantener una familia de ese tamaño, la presión y discriminación social y los problemas médicos que puede conllevar la endogamia. Es triste, pero por eso tenemos esta página donde puedo compartirles estas historias nacidas de mis noches más húmedas.

Gracias por leer y, tal vez, por creer mi historia. Es la única vez que contaré algo personal. Disfruten de otras historias no sólo mías sino de muchos otros excelentes escritores. Nos vemos luego. Besitos.

Por Brendy

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