lunes, 21 de junio de 2021

El diario de Cari


Antes de nada: Cari es mi hermana. Es dos años menor que yo (tiene ahora 16 recién cumplidos). Vivimos con nuestra madre en una casa amplia, que paga el pardillo de mi padre como parte del acuerdo de divorcio.

¿Se nota que no tengo demasiada simpatía por mi padre?. Es que nos dejó cuando yo sólo tenía 12 años. Prefirió antes que la elegancia y el cuerpo cuidado de su esposa, los para mí, dudosos encantos de su secretaria, rubia teñida, culona y con unas tetazas que debían sin duda caérsele hasta la cintura cuando se despojara de las dos tiendas de campaña que no eran capaces de contenerlas. Y encima, dos años mayor que él. No tiene perdón de Dios.

Mi madre trabaja como "creativa" de una empresa de publicidad. Creo que es buena en su trabajo, y está muy bien considerada por sus jefes. La única parte mala, es que viaja continuamente. Yo la comprendo. Sé que no quiere volver a depender nunca más de un hombre, y por eso -y quizá por otras razones- se esfuerza mucho en su profesión.

Se me "fue la olla". Estaba hablando de Cari. Cari era ya una monada desde los 14, cuando el odontólogo la permitió prescindir de su horrible corrector, que le hacía hablar como si tuviera la boca llena de gachas.

En los dos años siguientes, pude asistir a un cambio espectacular. Los pequeños medios limoncitos que ella se empeñaba en cubrir con un sujetador que no le hacía ninguna falta (seguramente porque eso la hacía sentirse más mayor) crecieron y se hincharon hasta convertirse en dos hermosos senos, altos y bien formados, que tampoco necesitaban de ayuda, por cierto (es que dentro de casa usa camisetas holgadas, sin nada debajo, y se aprecia perfectamente que se mantienen erguidos por sí mismos).


Sus escurridas caderas, se fueron llenando poco a poco, y su trasero sufrió la misma evolución, al igual que sus muslos. Puede parecer que estoy intentando decir que está llenita, pero no lo creáis: es una mujer de bandera, así de claro.

Ahora estáis pensando: "el salido este andaba persiguiendo a su hermana desde que se encontró con una mujer en lugar de una niña". Pues no, queridas y queridos míos.

Bueno, maticemos. Hay un momento, cuando pasas de niño a hombre (a las chicas creo que les sucede lo mismo, aunque antes) en que se te alborotan las hormonas. Las funciones del cerebro y las del pene tienden a mezclarse, quiero decir que piensas con la polla. Es cuando normalmente escondes tus primeras revistas eróticas en un lugar absolutamente secreto (que tu madre descubre en la primera limpieza) y te encierras con ellas en el baño, y luego tienes que lavarte las manos, y mirar a ver si queda algún resto por algún lado…

En ese período difícil de todo adolescente, en el que andas la mayor parte del tiempo salido como un mono, no te puede para nada pasar desapercibido un cuerpo femenino, aunque sea el de tu hermana. Ellas no lo hacen conscientemente (al menos la inmensa mayoría, supongo). Pero es que la convivencia diaria genera situaciones…

Por ejemplo. Estás con tu madre y tu hermana, sentados los tres en el tresillo, viendo televisión. Tu hermana está absolutamente despreocupada: está en familia, no tiene que cuidarse de no parecer una descocada, así que se relaja, se olvida de que la falda está subida un poco más de lo conveniente, cruza las piernas enfrente de ti, y lo hace cuando por casualidad estás mirando hacia ella, sin intención, pero no puedes evitar contemplar la totalidad de sus muslos, y la entrepierna ligeramente abultada de sus braguitas. Tú miras rápidamente hacia otro lado, pero el mal (en forma de protuberancia entre tus piernas) ya está hecho.

O, ella se olvida algo en el baño. SABE que tú estás en tu habitación, estudiando, y no tiene ningún reparo en ir desde su dormitorio, vestida sólo con braguitas y sujetador. Y en ese mismo instante, a ti te ha apetecido un refresco o algo, abres la puerta, y te la encuentras medio desnuda por el pasillo.

Y ya el colmo: ella acaba de darse un baño. Olvidó la ropa en su dormitorio, y está sola en casa, así que se envuelve en una toalla grande. Total, solo son cinco pasos. Tú acabas de llegar (ella no te ha oído) y al pasar del salón al pasillo, la ves de espaldas. Lleva la toalla sujeta sobre los pechos, pero se ha abierto por detrás, y tienes una maravillosa visión de su parte posterior sin ropa alguna. Te das la vuelta de puntillas para no avergonzarla, y luego haces ruido, como si entraras desde la calle, y te encierras en el baño, donde etcétera, etcétera.

Además, tengo que hacer una precisión: yo la quiero y la trato como mi hermana, pero en realidad no lo es. Es mi prima carnal. Mis padres la adoptaron cuando solo tenía 18 meses, y el hermano de mi madre y su esposa, sus verdaderos progenitores, fallecieron en un desgraciado accidente de automóvil. ¿Es incesto tener relaciones con tu prima?. Muchos diréis que sí, pero hasta la Iglesia Católica acepta incluso el matrimonio entre primos, de modo que…

De nuevo me he desviado del tema, aunque bien pensado, explicar mi relación con Cari viene muy al caso.

La historia comienza un día en que yo estaba preparando un trabajo para clase en el ordenador. Me había salido "de cine". Solo faltaba imprimirlo, y ¡zas! me quedo sin papel en la impresora a la segunda hoja. «¿Dónde c… está el paquete que compré hace dos meses?». Caigo en la cuenta de que esas dos hojas eran las últimas del susodicho paquete. Necesito imprimirlo sin falta, así que me dirijo al dormitorio de Cari, que dispone también de su propio ordenador.

Toco con los nudillos en la puerta antes de entrar, aunque está prácticamente abierta. Cari está escribiendo en un pequeño cuaderno con tapas duras, que oculta rápidamente en un cajón al advertir mi presencia.

A los dos días, se repite la misma historia. Esta vez no iba a su habitación, pero al pasar por delante, de nuevo la sorprendo escribiendo afanosamente en el cuadernito aquel. Llevo los zapatos de calle, y mis tacones suenan sobre el parquet. Y cuando llego ante la puerta, otra vez abierta, veo por el rabillo del ojo que Cari de nuevo esconde rápida el librito bajo una pila de apuntes.

Y claro, me picó la curiosidad: ¿por qué mi hermana escondía tan aprisa aquello cada vez que me veía?.

Al día siguiente cuando llegué, no había nadie en la casa. Y el demonio ese que todos tenemos detrás de la oreja me sopló: "ahora es la ocasión", Y yo, "que no, que eso es una violación de su intimidad". Y él "¡vamos, gilipollas!, que nadie se va a enterar". Total, que abro el cajón, y allí estaba: "Mi diario", cerrado con un pequeño candado de esos de combinación.

Lo devuelvo a su lugar, y doy media vuelta. Y el demonio otra vez "pero si no es nada. Así, de paso te enteras de si tu hermana tiene alguna dificultad, para poder protegerla". Y lo vuelvo a tomar, y dudo durante mucho tiempo. Y al final me decido a abrirlo. Pero hay un problema: el candado. Pienso durante unos instantes, y luego compongo una cifra: "2", "9", "0", "5" (día y mes de su cumpleaños). ¡Clic!, el candado se abre, mientras pienso en lo ingenua que es la gente con esto de las claves y contraseñas. De nuevo dudo. Finalmente, la curiosidad me puede, y lo abro. Sólo dos páginas escritas con su elegante letra inclinada:

2 de septiembre:

Hoy he tenido un sueño de esos que no se recuerdan, pero me he despertado tremendamente excitada. El sueño ha debido ser muy sensual, porque tenía las braguitas mojadas.

(¡Joder!. Parece que esto de las hormonas revueltas no es solo cosa de los varones).

Más tarde, en la ducha, el roce de mis manos sobre mi propio cuerpo, me ha producido sensaciones… cerrando los ojos, podía por un momento imaginar que eran sus grandes manos cubiertas de un vello muy fino las que acariciaban mi cuello, bajaban por mi pecho, se detenían en mis senos, y los masajeaban circularmente.

Mis pezones se han endurecido inmediatamente por el contacto de sus dedos, fuertes y suaves al mismo tiempo.

(¡Mierda!. Y a mí se me había endurecido otra cosa, sin poder evitarlo).

Ahora mis manos -sus manos- acarician suavemente mi vientre, en el que siento un cosquilleo de anticipación. Descienden por mis ingles, ¡van a tocar mi sexo!… pero pasan de largo, y es la cara interior de mis muslos la que recibe su caricia.

Estoy temblando. Noto en mi vulva la ansiedad de recibir el roce de esas manos… ¿qué digo?, daría algo porque fuera su boca la que se posara en mi intimidad, que besara y lamiera todo el interior de mi sexo caliente, que probara el sabor de mi excitación…

No puedo seguir leyendo. Me encierro en el baño, etcétera, etcétera.

Luego, recuerdo que el diario ha quedado abierto sobre la mesa. Temiendo que llegara de un momento a otro, hago ademán de cerrar el candado. Pero aquello es superior a mí.

Mi mano -su mano- se posa al fin sobre mi vulva, la acaricia… ¡Dios, que placer!. Nunca había experimentado algo así. Y el orgasmo llega. Primero como suaves contracciones, que poco a poco van convirtiéndose en olas que me arrollan, que me estremecen hasta lo más íntimo para luego retirarse y volver, aún más fuertes.

Grito su nombre, sin poder contenerme, completamente loca de placer. Y al fin me relajo, satisfecha, pero no saciada. Porque anhelo en lo más profundo que sean sus manos, su boca, y después su pene, los que me lleven a un éxtasis que intuyo infinitamente superior al que acabo de vivir.

(Pero, ¿quién es el tío que provoca estos sentimientos en mi hermana?).

Oigo la llave en la cerradura. En menos de tres segundos, el candado está cerrado, y el diario de nuevo en el cajón. Salgo rápidamente, pero sin hacer ruido, me siento ante mi escritorio, y simulo estar estudiando. Entra en mi habitación sin llamar, como suele:

- ¡Hola, Alex! -exclama alegremente-. ¿Qué tal tu día?.

Me besa suavemente en los labios, un beso inocente, costumbre entre toda mi familia desde siempre, pero hoy ese beso me produce un sentimiento distinto: me vuelvo a empalmar, sin poder evitarlo.

Cari sale de mi dormitorio. Y advierto que el libro en el que simulaba leer está puesto del revés. ¿Se habrá dado cuenta?.

¿Habéis oído aquello de que "el asesino vuelve siempre al lugar del crimen"?. Yo también lo hice al día siguiente, pero decidido a cometer otro. Ibamos a salir al cine con mi madre, y Cari se estaba bañando y acicalando, y en eso tarda horaaaaas. Mi madre había salido un momento a comprar no sé qué. Tenía unos minutos y… esta vez no dudé demasiado.

3 de septiembre.

Después de lo de ayer, hoy me he estremecido solo al verle. Mi vista se ha posado, como si fuera independiente de mi voluntad, en el bulto de su entrepierna, y no he podido por menos de tratar de imaginar como será sin ropa. No imagino un pene gigantesco, como el de los modelos de "esa" página de Internet…

(¡Coño, coño y recoño!. ¡Joder con la niña!. Tan recatadita y pudorosa, y ahí la tienes: accediendo a páginas "porno". Bueno, no es tan niña, ya es mayor de edad. Lo que pasa es que para mí sigue siendo la cría de doce años que jugaba conmigo a hacerme cosquillas, de forma totalmente inocente. Por más que, evidentemente, hace años ya que no se permite tantas confianzas).

… más bien lo imagino suave, hermoso, sin desmesuras, como todo lo demás en su cuerpo.

Apenas puedo contener mis ansias de acariciar sus fuertes piernas por encima del pantalón. ¿Qué digo?. Mi verdadera ansia es tenerle desnudo entre mis brazos, piel contra piel, recorrer con mis manos su cuerpo apenas velludo, y que luego mis labios acaricien su pecho. Mmmmmm. Y luego entregarme completamente a él, ser suya por fin.

Después de salir de clase, cuando me ha besado en la boca, he sentido que todo mi vello se erizaba con sólo el dulce contacto de sus labios suaves, y he sentido por un momento su aliento quemándome. Pero él sigue indiferente, y yo ya no puedo contenerme ni un instante más. Le necesito. Más que el comer y el respirar. No puedo soportar ni un momento el ansia de llenarme con su olor, sentir el contacto de su piel en mi cara o mis manos, aunque sea apenas un segundo. Tenerle tan cerca y tan lejos al mismo tiempo es…

(¿Qué hago?. ¿Hablo con ella?. Porque alguien tendría que decirle que no puede ponerse tan en evidencia como intuyo que lo está haciendo. Que es posible que él no esté tan enamorado como ella parece estarlo, y que podría utilizarla, para después de saciados sus deseos, echarla a un lado. Pero no puedo reconocer que he leído sus pensamientos más íntimos. Y, ¡joder!, ha conseguido excitarme de nuevo, y ya tengo una erección del demonio).

Poco a poco, se fue formando mi decisión. ¡Tenía que conocer al varón perfecto, al "príncipe azul" que parecía destinado a terminar con la virginidad de mi hermana!. «Si es que todavía es virgen -pensé con una irracional punzada de celos-».

Esa tarde, salí de la Facultad nada más terminar la penúltima clase. Tenía tiempo más que de sobra para esconderme en los alrededores de su Centro de estudios, y ver con mis propios ojos… Temblaba al pensar en que pudiera descubrirme. ¿Qué le diría?. ¿Cómo se lo tomaría ella?. Pero era arrastrado por una fuerza irresistible. Y otra vez tuve que apartar de mi mente la insidiosa serpiente de unos celos absurdos. ¡Es mi hermana!. Y alguna vez tiene que encontrar un hombre que la haga mujer, con el que conocer por primera vez el éxtasis del amor y del sexo.

Pero el "adorado tormento" de Cari no apareció: volvió sola a casa, y no se detuvo a hablar con nadie en todo el camino. Y sentí un alivio inmenso por ello, y me recriminé mi estúpida actitud. No, nunca más. No volvería a espiar su diario, ni a seguirla. Si acaso, una conversación con ella acerca de estos temas, nada personal, hablando en general, en el momento adecuado.

Pero algo había cambiado en mí. Y aquella misma tarde, cuando me besó al llegar yo a casa, fue mi vello el que se erizó por su contacto. Y huí de allí, recriminándome una y mil veces por aquella reacción impropia, porque no se trataba de cualquier mujer, sino de mi hermana Cari. Y el diablillo soplándome en el oído: "no es tu hermana, es tu prima". ¿Y qué demonios de diferencia había?.

Bueno, todo esto sucedió hace semanas, en las que el deseo me mataba por las noches. Días y días de atesorar pequeños detalles, como por ejemplo la caricia de sus manos en mi cara, cuando le dije no recuerdo qué. O aquel beso al encontrarnos en la tarde, que duró mucho más de lo acostumbrado.

Luché contra ello, palabra que lo hice. Nunca más me permití tocar su diario, resistí mis tentaciones de seguirla para saber por fin quién era el hombre que conocería lo que me estaba vedado, que me robaría el cariño de mi hermana. Tenía momentos en que pensaba que lo había vencido, para luego caer de nuevo en la profunda sima de mi amor inconfesable.

Durante todo el lunes, me concentré en las clases, y cuando al final me dirigía hacia casa, pensé con satisfacción en que había conseguido apartar de mi mente todo el día lo que llegué a temer que se convirtiera en una obsesión. Porque hasta el domingo, ya no era temor de que algún malnacido se aprovechara de ella, ¡eran celos!, al fin tuve que reconocerlo. Y con ello, había llegado otro sentimiento aún más peligroso: no podía apartar mis ojos de su cuerpo cuando estábamos juntos. Ni podía dejar de imaginar sus manos recorriendo mi piel desnuda, sus labios posados en mi pecho… Aquel fin de semana, lo pasé prácticamente encerrado en mi habitación, sin querer ni verla. Y ella, que asomaba de vez en cuando la cabeza por la puerta, solícita: "De veras, Alex, ¿te encuentras bien?. Casi no has comido, y me preocupas".

Pero toda mi tranquilidad se derrumbó en un momento. Llamé en alta voz, pero nadie me respondió, con lo que asumí que aún no había llegado (mi madre no regresa hasta las 8 p.m., las 9, la mayor parte de los días). Me dirigí al aseo y abrí la puerta, y al hacerlo, sentí el agua de la ducha correr, y advertí el ligero vapor que llenaba el recinto. Y, tras las cortinas, el cuerpo desnudo de Cari, como una sombra rosada en la que no se distinguían apenas sus formas.

¿Cómo es que había olvidado bloquear el pestillo, ella, tan celosa normalmente de su intimidad?. Cerré la puerta, y me recosté sobre la madera. Porque la falsa confianza acumulada durante todo el día se había ido al garete. Y otra vez me asaltó el deseo irresistible por mi hermana. Algo que no podía, que no debía ser de ninguna forma.

Y volví a abrir la puerta lentamente, sin ruido alguno, y estuve durante largo rato… ¡sí, espiando a mi hermana!. Y los movimientos de sus brazos alzados de vez en cuando me hacían imaginar más que ver sus pechos erguidos por la postura. Y, cuando se puso frente a la cortina unos instantes, percibí la sombra un poco más oscura de su vello púbico. Cerré la puerta, con el corazón batiendo como un tambor.

Sin poder evitarlo, di un paso más en mi camino hacia no sabía donde: me senté en un sillón, en una posición tal que dominaba todo el pasillo donde estaba el aseo, fingiendo leer un diario. No tuve que esperar mucho. Cari salió al pasillo vestida solo con sus braguitas, y una toalla sobre los hombros, que se mantuvo abierta solo el tiempo preciso para ofrecerme una visión fugaz de sus senos desnudos. Se detuvo un momento, con cara de sorpresa, y luego avanzó hacia donde yo estaba, sonriente, sujetando con una mano los dos extremos de la felpa que cubría ahora su pecho. Se inclinó sobre mí y me besó en los labios, como siempre, en un beso que era no de pasión, sino de familiaridad, no de deseo, sino de cariño fraternal. Al menos por su parte.

A duras penas pude contener mis ansias de atraerla contra mí, de depositar en sus labios llenos otro beso, distinto del que me había regalado. De abrazarla contra mi cuerpo, de acariciar su piel desnuda…

Ya no puedo resistirme más a la evidencia: amo a mi hermana, con amor de hombre por una mujer, la deseo casi dolorosamente. Y la conciencia de la imposibilidad de este amor, máxime cuando ella está enamorada de otro, se clava como un puñal en mi corazón.

- Chicos, tengo que salir de viaje esta tarde, y estaré fuera cuatro días -dijo mi madre, mientras estábamos de sobremesa, tras la cena -.

- ¿A dónde esta vez? -pregunté-.

- A París.

- Mmmmmm, ¡París! -dijo Cari-. Me encantaría tener una vida tan interesante como la tuya, siempre viajando, conociendo lugares y gente nueva.

- Más bien es una lata. Apenas me deja tiempo el trabajo, vuelvo al hotel deseando quitarme los zapatos de tacón que me están matando, darme un baño caliente, y dormir. Además, ya te llegará la ocasión, cuando termines los estudios. O antes. Quizá podríamos hacer una escapada los tres juntos, en las vacaciones del próximo año.

Cari palmoteó como una chiquilla excitada.

- ¿Lo prometes, mami?.

- Bueno, habrá que ver… Pero sí, considéralo como una promesa.

Yo no podía dejar de pensar en las cuatro cenas con Cary, los dos solos en la pequeña mesa de la cocina, en las cuatro noches con Cari durmiendo muy cerca de mí, en la otra habitación, como una tentación permanente, para la que no sería barrera la presencia de mi madre en el dormitorio principal… Pero no, tenía que arrojar lejos de mí tales pensamientos, porque no se trataba de cualquier mujer, sino de mi hermana.

Esta mañana, mi madre ya no estaba cuando me levanté. Había un acuerdo tácito, según el cual yo utilizaba el aseo antes que mi hermana, porque ella tardaba un tiempo infinito en ducharse y vestirse, y yo tenía una clase que empezaba media hora antes que la primera de las suyas. Luego protestaba: "que si lo dejaba todo encharcado, que si no me molestaba en colgar las toallas húmedas"…

Y entonces, ocurrió.

Tres minutos para el cepillado de dientes, cinco para la rasuradora eléctrica, otros cinco para una ducha rápida. Como todos los días. Y su irrupción en el baño me sorprendió completamente desnudo, de frente a la puerta, mientras aplicaba la loción en mi cara. Ella terminaba de levantarse. Llevaba puesto un corto camisón semitransparente, que permitía distinguir sus hermosos senos, y sobre el que resaltaban los bultitos de sus pezones erectos. Una mínima braguita, y nada más. Se quedó inmóvil durante muchos segundos, con los ojos muy abiertos, y luego salió apresuradamente. Pero, si miró hacia abajo, TUVO que advertir que mi pene estaba creciendo a marchas forzadas.

Luego, durante la cena, ninguno hizo la menor intención de referirse al incidente. Uno más, provocado por la convivencia. Nada extraño, entre hermanos que comparten el mismo techo. Pero después, mientras charlábamos ante el televisor encendido, al que ninguno hacia el menor caso, mi vista no cesaba de dirigirse hacia el escote de Cari, por el que de vez en cuando podía vislumbrar algo más de la mitad de sus pechos, en algún movimiento fortuito. O a sus muslos, descubiertos hasta la mitad por la postura. O a su entrepierna, fugazmente mostrada en dos ocasiones. Pretexté sueño, y me fui a mi habitación, tremendamente excitado.

Son las 2 a.m. y el sueño se resiste a aliviar mis enfebrecidos pensamientos. Se ha levantado viento, y huele a humedad. Me levanto, y cierro la persiana, no del todo, lo suficiente para que el viento no haga ondear la cortina casi horizontalmente.

Suena un trueno lejano, seguido de otro. La luz de un relámpago pasa a través de las ranuras de la persiana entreabierta, llenando la habitación de fugaces líneas luminosas. Escucho las primeras gotas de lluvia golpear contra el alféizar.

El siguiente trueno es como la explosión de una bomba sobre el tejado. Recuerdo que hay que evitar las corrientes de aire en una tormenta, de modo que me levanto, con intención de comprobar si todas las ventanas están cerradas. Abro la puerta, y me sobresalta la figura blanca parada en el pasillo:

- ¡Por Dios Cari, vaya susto me has dado!.

- No soporto los truenos. Ya sé que es una chiquillada, pero no puedo evitarlo, me asustan. Y hoy no está mamá para acostarme con ella…

Me estoy poniendo enfermo. Imagino a mi hermana en la cama junto a mí, y el deseo vuelve, insidioso, casi irresistible. No puedo ni moverme, estoy paralizado. Siento el ansia de estrecharla entre mis brazos, de acariciar su pelo, de besar sus labios…

El cielo se desagarra de nuevo encima de nuestras cabezas. Cari grita mi nombre, y se me abraza fuertemente. Y ya no pienso en nada. La acompaño a mi cama, y abro el embozo. Ella se introduce entre las sábanas.

- Por favor, Alex, acuéstate a mi lado y abrázame, como antes, cuando éramos niños.

Pero ya no lo somos. Cari se abraza a mi cintura, estrechando su hermoso cuerpo contra el mío. Tengo conciencia de sus senos en contacto con mi pecho desnudo, a través de la liviana tela de su prenda de dormir, de su vientre oprimiendo mi erección, que no puedo evitar de modo alguno, de la piel de sus muslos como una caricia en los míos. Paso una mano bajo su cuello, y la dejo abierta, acariciando levemente su espalda. Mi otra mano, como dotada de voluntad propia, se desliza más abajo de su camisón, subido hasta la cintura, y se posa sobre la parte superior de sus nalgas. Advierto que el camisón es su única prenda, y mi excitación alcanza cotas insoportables.

La indistinta claridad del alumbrado exterior tamizado por la persiana entreabierta, basta para distinguir que Cari me mira muy fijamente, con su rostro casi en contacto con el mío. Percibo su dulce aliento, entrecortado, sobre mi boca. Y algo explota dentro de mí. No pienso, no mido las consecuencias, estoy más allá de todo ello. Ahora solo la beso, intensamente, con la boca entreabierta. Y Cari se aprieta aún más fuertemente contra mi pecho, y responde al beso, permitiendo a mi lengua probar la suavidad del interior de su boca. Y su pierna desnuda pasa sobre las mías, completando un doble abrazo del que no quisiera desprenderme nunca.

Poco a poco, la cordura se impone a mi instinto. La conciencia de la enormidad de lo que acabo de hacer, me abruma como un peso insoportable.

- Cari, yo… lo siento.

Ella pone uno de sus dedos sobre mis labios.

- ¡Sssssssss!, no hables, cariño. Limítate a abrazarme.

Y entonces, como un mazazo, la revelación se abre paso en mi mente afiebrada: ¡no hay "príncipe azul", nunca lo hubo!. ¡Soy yo quién llena por las noches los pensamientos de mi hermana!. ¡Es mi cuerpo el que ella ansía tener entre sus brazos, mi pecho, el objeto de deseo para sus labios!.

Y con ella, la última barrera de mi control desaparece pulverizada. Y mis manos acarician sus hermosos pechos, sintiendo en las palmas la suave rugosidad de sus pezones erectos, y su boca se posa en mis tetillas, y las besa, suave como una pluma.

Mis manos ahora la ayudan a desprenderse de la única prenda que impide a mi piel conocer la dicha de estar en contacto con la suya. Y ella, con suaves tirones, hace descender mi pantalón corto hasta las rodillas, y yo la ayudo, deseoso como estoy de percibir la maravillosa sensación de nuestros cuerpos desnudos enlazados.

Ahora son sus manos las que recorren mi espalda, y uno de sus dedos resigue mi espina dorsal, para retirarse cuando se introduce en el canal entre mis nalgas. Mi mano ya ha descendido hasta posarse en la suavidad de la cara interior de sus muslos, sin atreverse aún a hollar su intimidad. Pero son las suyas las que apresan la mía, y la obligan a posarse sobre su vulva ya humedecida de deseo.

Luego se retiran, y tímidamente rozan mi erección, leves, solo con las yemas de sus dedos. Y yo empujo ligeramente con las caderas, para conseguir que la totalidad de mi pene tome contacto con las palmas de sus manos.

Nos besamos intensamente, durante muchos segundos, con besos que poco a poco van transformándose en ansiosos. Mis manos han comenzado a recorrer lentamente la hendidura de su sexo. Las suyas acarician mi hombría, suaves como plumas, y me desbordan las sensaciones.

Me tiendo lentamente boca arriba, arrastrando el cuerpo de Cari en mi movimiento, hasta que su leve peso descansa sobre mí. Se ha deslizado ligeramente hacia arriba, con lo que ahora mi glande está en contacto con su feminidad. Siento que mi cuerpo es recorrido por leves temblores, y una pequeña contracción involuntaria de mis nalgas, causa un gesto de dolor en su precioso rostro, rápidamente reprimido.

- Espera, cariño, despacio -susurra en mi oído-.

Un último resto de cordura me detiene por un instante.

- Cari, no debo…

- No hables, mi amor. Soy feliz de entregarme a ti por vez primera, de que seas quien me haga mujer. Nadie, nunca, podría hacerme más dichosa que tú en este momento.

Ella introduce la mano entre nuestros cuerpos, y toma mi pene excitado, marcando el ritmo de la penetración. Siento que su flor se abre ligeramente, y mi glande queda atrapado en el mismo inicio de su vagina. Yo estoy inmóvil, con mis manos acariciando sus nalgas muy abajo, casi tocando su sexo. Controlo mi instinto, que me impulsa a introducirme dentro de ella, y permito que Cari, con mucha lentitud, vaya descendiendo milímetro a milímetro sobre mi cuerpo. Ahora ya puedo sentir que su estrecho conducto ha recibido la totalidad de mi glande, y en su rostro hay una pequeña mueca de dolor.

Sus senos resbalan un poco más sobre mi pecho, y noto perfectamente la pequeña resistencia al avance. Cari se queda muy quieta, con los ojos llenos de lágrimas. No puedo hacer otra cosa que besarla, tratando de aliviar su pequeño dolor, con mis manos en torno a sus mejillas. Ella me mira dulcemente, después sonríe y desciende un poco más, y la resistencia cede.

Tiembla como una hoja. La acuno entre mis brazos.

- Cari, mi amor, no quiero causarte el más leve daño.

- Soy feliz, Alex. Nunca he sido más feliz que en este momento.

Ahora su deslizamiento es mayor, y siento como mi dureza se abre camino en su interior unos centímetros. Ella contrae ligeramente el gesto, y después empuja fuertemente. Y la totalidad de mi carne ardiente queda abrazada por la suya, mientras ella me mira intensamente, y sus labios componen una sonrisa amorosa.

Me quedo muy quieto, sin osar mover mi cuerpo durante mucho tiempo. Pero mis manos acarician su espalda, y mi boca deposita pequeños besos sobre su rostro. Ella susurra de nuevo.

- Alex, mi amor…

- ¿Estás segura? -pregunto-.

- Nunca estuve más segura de algo, ni fui más feliz ni más dichosa.

Y entonces, muy despacio, hago oscilar mis caderas. Mi pene se desliza hacia el exterior, muy lento, sólo hasta la mitad. Una nueva contracción lo vuelve a introducir profundamente, pero muy poco a poco. Seguimos así unos segundos.

Nuestras bocas han vuelto a encontrarse, y Cari ahora atrapa mis labios entre los suyos, para luego soltarlos, y permitir que mi lengua juegue con la suya. Poco a poco nos va invadiendo la pasión. Ella pasa los brazos tras mi espalda, y se aprieta convulsivamente contra mi cuerpo. Su respiración es cada vez más acelerada, y pequeños gemidos empiezan a escapar de sus labios.

No sé si es mi deseo o el suyo el que ha impreso un ritmo mayor a mis penetraciones, que ahora son más rápidas. Cari abre aún más las piernas, apretando mis costados entre sus rodillas. Siento, imparable, mi eyaculación, y me detengo, pero ella también está ya más allá de cualquier posibilidad de controlarse. Comienza a moverse sobre mí, empujando y relajando su pelvis, y ahora ya no puedo evitar que mi semen fluya a borbotones, y cada una de las contracciones de mi pene es acompañada como por una corriente eléctrica que recorre todo mi cuerpo. Cari no se detiene, y yo reinicio mis movimientos.

Su pelvis ahora se mueve espasmódicamente sobre mi cuerpo.

- Alex, ¡¡por favor!!. ¡Cariño, no te detengas!.

Me muerde los labios, en el paroxismo de su excitación, y su voz se torna gutural, casi un chillido:

- ¡¡¡Aleeeeeeex!!!. ¡¡Me viene, siento que me viene!!. ¡¡Sí, síiiiiiii!!.

Mis movimientos ahora son más lentos, pero cada vez la introducción es más profunda. Cari incrementa aún más la oscilación de sus caderas.

- ¡¡¡¡Mi amor!!!. ¡¡Mmmmmm!!. ¡¡¡Yaaaaaa!!!. ¡¡Ah!!, ¡¡Ah!!, ¡¡¡Ahhhhhhhhhhh!!!.

Con un último gemido, se desploma sobre mí, con los ojos anegados en lágrimas. Apoya la cara en mi pecho, y se queda muy quieta, mientras sus temblores van desapareciendo lentamente.

Estamos así, inmóviles, durante muchos minutos. Por fin, ella levanta la cabeza, me mira con dulzura, y besa suavemente mis labios. Luego se desliza por mi costado, y yo no tengo más remedio que girar, para poder quedar de nuevo abrazados, frente a frente.

No dejo de pensar en qué vamos a hacer a partir de ahora. ¿Cómo enfrentar a nuestra madre, y hacerla partícipe de aquello?. O, por el contrario, ¿cómo poder vivir ocultándolo, comportándonos únicamente como hermanos ante los ojos de los demás?. Pienso en las noches solitarias, sabiendo que el objeto de nuestro amor está al otro lado de la pared, pero sin poder satisfacer nuestro anhelo. La tensa espera por las mañanas, hasta que mi madre cierre la puerta tras de sí, para lanzarnos uno en brazos del otro…

Pero aún quedan tres noches más, noches en que de nuevo dormiremos abrazados. Tres tardes en las que la sentaré sobre mis rodillas, y le diré al oído todo el amor que siento por ella… Tres días y tres noches que serán una eternidad, y al mismo tiempo demasiado cortos para satisfacer por completo nuestra ansia.

Le estoy acariciando las sienes con la yema de los dedos. No puedo apartar mi vista ni por un segundo de su precioso rostro, que me sonríe con amor. Soy el primero en romper el silencio:

- ¡Si supieras, cariño!. Los días interminables en que te he deseado. Las noches en blanco suspirando por tu cuerpo, tan cercano y al mismo tiempo tan inalcanzable…

Ella me muerde ligeramente la barbilla.

- Pues has tardado demasiado en decidirte. No sabía ya que hacer para que me miraras como mujer…

- ¡Qué estúpidos podemos ser!. Ambos soñando con el otro, y ninguno daba el primer paso.

- Yo sí.

Me mira con cara de malicia.

- ¿O crees que dejé el diario a tu alcance por casualidad, y con una clave que sabía que no tardarías ni dos segundos en descubrir?...

Decididamente, los hombres somos más simples que el asa de un cubo, pero me da igual. Nada importa su argucia, ni mi ingenuidad. Nos queremos, y eso basta. Al menos hasta dentro de cuatro días, en que habremos de volver a la dura realidad.

Por Lachlainn

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