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miércoles, 22 de junio de 2022

Cuando conocí a su madre

 

Capitulo 1

Era el invierno del 2016. Andaba soltero, salía mucho, pero no enganchaba con nadie. Un invierno antes mi prima había tenido un bebé. Cumplido el año hizo una pequeña fiesta de primer año, esas fiestas donde el motivo es el 1er año del niño, pero el fin es emborracharse y festejar.

Ese día conocí al pequeño Santino, bueno, en realidad conocí a su madre. Con quien entablé una pequeña conversación aludiendo su poca edad. Ella coqueta después me aclararía que tenía mucho más pero que le gustaba aparentar menos. Santino tenía 7 años. Debo aclarar que la confusión no fue coqueteo, sino porque ella parece muy menor. Es petisa muy culona y una carita de adolescente traviesa que enamora.


La primera cita después de ese encuentro ella estaba muy dispuesta. Me insinuó una vez, le cacé las intenciones y terminamos transando en una esquina. Le metí mano por todos lados, le toqué las tetas, el culo hermoso que aún tiene y le propuse ir a mi departamento. Ella al toque aceptó. Íbamos a tomar un taxi, pero recibió una llamada.

— Hola. ¿Si, que pasó? — Segundos después — Esta bien, voy para allá.

La miré, comencé a besarla. Ella siguió un rato, pero claramente estaba molesta y había perdido la onda.

— ¿Qué pasó? — le pregunté. Ella me miró, se colgó nuevamente de mi cuello. Y dijo.

— Me tengo que ir. Santino se puso mal.

Le dije que bueno. Que la llevaba en un taxi. Era un hermoso culito por el que bien valía esperar. Y valió la pena.

Seguiré.

Ella estaba feliz por ese detalle, no paró de besarme en todo el viaje para felicidad de los ojos del taxista.  Cuando llegó a su casa mandó un mensaje avisando que no era nada grave, pero que quizás la próxima vez, ahora q me conocía, podía ir a su departamento. Fue excelente, sirvió el taxi, sirvió ser galante. Finalmente, ese culito iba ser mío. Y también fue algo (o alguien) más.

Ese día llegó. Fue el próximo viernes. Llegué a su casa con pizza y una peli de chicos. Ya saben, si le caes bien al crío ya tienes media verga adentro.

La noche pasó sin inconvenientes. Nos sentamos en el sofá. Santino entre los dos. Ella me miraba y miraba a su hijo. Sonreía. Para un momento de la película Santino se había dormido.

— ¿Quieres que lleve a Santino a su cama? — Pregunté.  Ella sonrió apenada con esa carita tierna que hacen las mujeres cuando se sienten bien.

— Bueno, es la habitación al final del pasillo.

Levanté al niño. Un niño ligero para su edad, era muy delgadito y de aspecto frágil. Muy parecido de cara a su mamá. Lo sostuve desde la espalda y lo llevé. Él se acurrucó. Lo subí un poco más para llevarlo con comodidad y el nene me dio un beso en el cuello. Yo lo sentí muy tierno, como un hijo a su padre. Ya veríamos que no fue por eso.

Volví, ella había traído dos tragos. La película había terminado. Conversamos de nada durante dos minutos. Me acerqué a ella, que nunca se resistió ni nada. Ya les decía, primero con el crio y la concha está ganada. Nos besamos, besé su boquita de niña. Le besé el cuello, el pecho. Le bajé los breteles de la blusa. Ella se intimidó, me cubrió sus pechos semidesnudos con su brazo y me brindó una sonrisa muy sexual. Me acerqué, la besé. Besé su cuello. Tomé la blusa desde la parte de abajo y se la saqué por la cabeza. Ella subió sus brazos y dejó al descubierto las dos tetitas más hermosas que he visto. Perfectamente redonda, no caídas a pesar de su embarazo. Unas aureolas perfectamente rosadas y con la punta hacia arriba. Suspiré. No pude evitar bajar hasta ellas y chuparlas suavemente. Ella sacó el pecho. Digamos, me dio para chupar teta. Todo esto lo hacíamos semisentados casi como dos adolescentes en sus primeras veces.

Me tiré para atrás contra el espaldar del sofá. A ella la senté sobre mí y seguí chupando esas tetitas tan hermosas. Ahí fui que lo vi. Santino estaba escondido en las sombras del pasillo. Casi no se lo veía. Pero su pijama blanca lo delataba. Eso me puso mucho más caliente. Tomé a su madre de la cintura, le metí los dedos por entre el vestido. Tiré para abajo y quedó solo en calzoncito. Ella tenía un encaje negro que resaltaba su culito blanco. La atraje hacia mí. Besé su cuello otra vez, sus tetitas fueron devoradas con más fuerza. Estuve, así como diez minutos. Santino no perdía detalle desde el pasillo. Me levanté. Desnudé mi torso ella me besó el pecho, bajó despacio, desbotonó mi jean y liberó mi verga. Se la tragó de golpe hasta donde le llegó. Tosió un poco, pero siguió en el intento de comérsela toda. Yo la acariciaba de la cabeza. En un momento la tomé de las orejas y le empujé con fuerza la verga. Quería ver hasta donde aguantaba. Mis bolas chocaron contra su mentón, su nariz se presionó y dobló contra mi pubis. Ella abrió los brazos como pajarito queriendo aletear, pero no se resistió. Diez segundos después me golpeó las piernas. La solté. Ella se retiró con fuerza y tomó aire para recuperar su respiración.

— ¡Dámelo otra vez! — Le había encantado ser asfixiada por verga.

La tomé de la cabeza, le dirigí mi verga a la boca. Ella esperaba con la boca bien abierta.  Primero le embarré la cara con baba de pija.

Ella gemía y suspiraba.

— ¡Si, papi! ¡Si, papi! ¡Dale verga a tu bebé!

Obedeciendo sus órdenes. Le apunté la verga a su boca abierta y le empujé hasta el fondo. Lento pero seguro su mentó rozó mis bolas y su nariz mi pubis. La tuve dos segundos y comencé a cogerle la boca. Sus ojos lagrimeaban. La baba caía por su pecho. Tenía los brazos abiertos como la primera vez, pero ahora no se resistía. Estaba completamente entregada al placer de chupar verga.

Miré al pasillo. Ahí seguía Santino. Ya no tenía pantaloncito de pijama. Entre las sombras parecía que se tocaba la cola. Me miró, nos miramos y le sonreí. El siguió con lo suyo. Ninguno de los dos dijo nada. En ese momento su madre me golpeó la pierna. Me había olvidado de ella y la estaba asfixiando. Tosió, respiró. Sus ojos llorosos denotaban su sufrimiento. La solté y una leve sonrisa se le formó en su linda carita. Ella se abrazó a mis piernas.

— ¡Te odio! Dijo suspirando como una nena castigada. Y me besó las bolas.

La levanté de los brazos. Nos dimos un beso muy intenso. Me acordé del pequeño Santino que no dejaba de mirar. Entonces, para darle más morbo. Puse a su madre en posición de perrito sobre el sillón.

— ¡Quédate así! Me acerqué a su cara, le puse la verga en la boca y ella sola empezó a chupar. No hice nada. Puse las manos en la cintura y la dejé comer verga. Ella se agarró de mis glúteos y presionaba para que le entre más y más.

— ¡Que verga más rica! Decía entre gorgoteos — ¡Que huevos más ricos! Decía, y se los metía en la boca.

Voltee a ver a Santino y se había acercado. Estaba un poco más a la luz. No tenía pantalones, como había imaginado. Una mano la tenía en su verguita y la otra chupaba el dedo, así como su madre chupaba verga

Pensé rápido, reaccioné al ver el atrevimiento del niño. Así que tomé mi corbata y le puse como una venda en los ojos a la madre.

— Quiero que sientas todo lo que te voy a hacer, mi amor.

— Que rico, si mi amor. Hazme todo. Dijo ella.

Santino que para tener siete años era muy precoz, al ver a su madre con los ojos vendados y que yo aprobaba con mi silencio su accionar, se acercó a escasos dos metros de donde yo me estaba cogiendo a su madre. No dejaba de rozar su verguita dura y chupar un dedo.

— Hoy vas a ser mi zorrita, le dije al hoy. Ella solo gimió.

Le puse la verga otra vez en la boca. Ella se desesperó por metérsela toda en la boca. El pequeño Santino abrió la boca al ver a su madre hacer eso. Lo miré y solo para mostrarle tomé a su madre desde atrás de la cabeza y le empujé hasta que desapareció toda la verga. Ella se atragantó, pero aguantó. Miré al niño y le sonreí. El me miró un poco asustado, pero muy excitado. Sudaba y su mano había vuelto a su pequeño pene.

— ¿Te gustó? Pregunté.

— Hace mucho que nadie me ahogaba así con una verga. Estoy muy caliente.

— Uhm. Ahora traga despacito bebé

Le puse la punta de la verga en la boca y se la fui hundiendo lentamente. Su hijo no perdió detalle de como ella se tragaba la verga. En un momento lo vi pasar saliva.  Lentamente le saqué la verga. Ella le dio un besito en la punta.

— Que rico. ¡No te muevas!

Puso sus manos debajo de su mentón. Sosteniendo su cara. En ningún momento dejó de estar en posición de perrito. Di la vuelta. Ahí encontré ese precioso culito engalanado con ese precioso calzoncito de encaje negro. Metí mis narices en su conchita. Ella dio un gemido bastante fuerte.

— No grites! No querrás que despertar al pequeño. Le dije

El pequeño me miró asustado. Le sonreí.

— Ay, es verdad. Es que sentí tanto gusto.

Sin darle respiro le volví a chupar la concha sobre el calzón. Ella gimió ahogando el grito en el sofá. Corrí el calzón a un costado. Metí mi lengua en esa concha hermosa. A pesar de haber tenido un hijo aun parecía de una adolescente. Una vulva hinchada con labios gordos. Me hundí y sin respirar estuve un largo rato chupando concha. Me alejé. Diez centímetros para tomar impulso. Divisé su ojete marrón y sin pensarlo le di un beso muy sonoro.  Le hundí la lengua en ese agujerito marrón y metí mi dedo a sobar su clítoris durito. Ella se sacudía, pero aguantaba sumisa en su posición de perrito.

— ¡Ay no! ¡Ay no! ¡Ay no! No sigas que voy a gritar y Santino se va despertar. ¡Ay no! — Decía.

Yo dejé de frotar su clítoris, pero hundí aún más mi lengua en su esfínter marrón.

— ¡Ayyyyyy! Se escuchó. — ¡Méteme la verga papi que ya me vengo!

Me paré. Santino me vio y se asustó. Pero yo lo miré y le sonreí. Apunté mi verga a la concha de su madre y la froté por todo el borde. Abrí sus suaves labios vaginales con mi glande. El pequeño miraba, noté q con una de sus manos tocaba un pezón y con la otra rozaba sus labios. Me sorprendió que no tocara su verguita. El grito de su madre me sacó de mis pensamientos.

— ¡Métela! ¡Métela! Métela de golpe por favor, ¡No aguanto!

Cumplí sus deseos, me sostuve de su cintura, ubiqué mi verga en el centro de su conchita pelada y se la empujé sin piedad. Mi verga gruesa se abrió paso entre los pliegues de su concha. No paré hasta sentir la entrada de su útero. Ella empezó a temblar.

— ¡Más! ¡Más! ¡Más por favor! — Y no dejaba de temblar. Yo no me detuve le daba rapido y duro. Ella seguía temblando. Subí sobre ella y le toqué los pezones. Los tenía duros y calientes. Se los pellizqué. Le besé el cuello, las orejas. Metí una mano y le froté su clítoris con mucha rapidez.

— ¡Ahhh!!!! Gimió otra vez. No dejaba de temblar. Yo me detuve. Aún no había terminado. Ella era de orgasmo rápido y multiorgásmica. Una delicia de mujercita.

Ella atinó a sacarse la venda de los ojos. Pero yo la sostuve. Miré a donde estaba el crio y él me entendió a la perfección. Se levantó y se escondió otra vez en las sombras. Sin embargo, no dejé q ella pudiera ver.

— Aún no terminamos mi amor. Le dije.

— Ay papi, me has hecho temblar como nunca me han hecho.

— Si, pero aún no te doy mi leche.

— Cierto mi amor, pero quiero ver cómo me coges.

— No, esta vez no. Esta vez solo sentirás como te chupo y te penetro por todos lados.

— Mmmm! ¿Por todos lados?

— Si ¡Lo adivinaste!

— Ven, déjame ajustar esto. — Le saqué la venda. Ella entre abrió los ojos y me dio un beso con una sonrisa de oreja a oreja.

— ¿Me vas a romper el culito también?

— No creas que iba dejar pasar la oportunidad de gozar de esa delicia que tienes.

— ¿Me va doler?

— Lo vas a disfrutar mucho.

— Pero me va doler. Dijo e hizo pucherito

Capté sus verdaderas intenciones. Tenía mi mano derecha frotando su pubis y conchita. Le dejé caer un pequeño golpe en sus labios exteriores.

— ¡Auch! — Gimió.

— ¡Claro que te va doler! — Le di otro golpe, ligeramente más fuerte

— ¡Auch! ¿Mucho, mucho, mucho papi? — Ella abrió un poco más sus piernas. Anticipando otro golpe más. No me hice rogar. Le di otro golpe más, el más fuerte hasta ese momento.  La miré. Ella estaba con los ojos cerrados. Le crispaban los dedos. Pero aun así no cerraba las piernas.

¡Flap! Sonó un golpe más.

— ¡Duele! ¡Duele! ¡Duele tan rico! — Decía y abría las piernas. Mi verga estaba dura como una piedra. La puse en perrito nuevamente, le afiancé con fuerza la venda improvisada y le di una cachetada en las nalgas.

— ¡Vas a gozar como una perra! Y ni se te ocurra gritar. Recuerda q el niño se puede despertar y no vas a querer que vea a su madre sometida como una puta.

— ¡Tienes razón! — lloriqueaba. — Tienes razón. No gritaré. No gritaré. ¡Auch! — Lo dijo en un susurro apenas audible. Mezclado con el llanto y el dolor. Le había estampado mi mano abierta contra su concha y culo desde atrás.

Santino, el niño, después de ver que vendé los ojos de su madre volvió a primera fila. Vio abriendo su boquita por el asombro como golpeé en la concha a su madre. Vio como la trataba como una perra sumisa. Lo hermoso era que su ropita estaba en el pasillo. Él estaba completamente desnudo a unos metros de donde cogía a su madre. Lo que me sorprendió gratamente es que el niño tenía un lindo cuerpo. Pálido como el de su madre, no tan voluptuoso dado q era un niño aun, pero si parecía tener unas tetitas, como si fuera una nena por convertirse en mujer. Vi eso y mi verga se puso más dura aún. Golpee una vez más, casi mostrando mi pija al niño. Y sin avisar, de golpe y sin piedad. Le hundí la verga en el ano a la madre. La verga me dolió. Pero a ella el agujero le dolió mucho más.

— ¡Awuchnm! Dijo. Quiso escapar, pero ya era demasiado tarde. La sujeté del pelo. Pude ver como sujetaba el sillón con los dedos crispados por el dolor. La espalda le sudaba. Arqueaba la espalda sacando más culo. Sin duda le gustaba ser penetrada violentamente, sin duda, aun así, nunca emitió ningún grito. Todo fueron gemidos apagados y suspiros ahogados. Unos minutos después nuestros cuerpos comenzaron a aplaudir entre ellos ¡flap! ¡flap! ¡flap!

— ¡No pares! ¡Me vengo! ¡Me vengo! Comenzó a corcovear como yegua arisca. Yo la domaba. La sujetaba con fuerza de la cabellera y de la espalda y la penetraba sin pausa. Mi verga se hundía en su cuerpo con la fuerza de un caballo. Ella la yegua no le quedaba otra que aguantar y relinchar.

— ¡Me vengo! ¡Me vengo! ¡Me vengo! Susurraba. Tuve una idea Me agaché hasta su cabeza, le hundí la verga de golpe hasta los huevos y le dije — Quiero que te mates tu solita bebé. — Pareció no entender. Metí mi mano por debajo de su vientre, la levanté en el aire sin sacarle nunca la pija de su culo. Me di vuelta y me senté en el sillón. Ella quedó sentada arriba mío con la verga metida en su ano y sin saber que hacer. Se iba sacar la venda. Santino que estaba atento se asustó. Él no sabía que eso lo hacía por él. Por qué quería que viera en todo su esplendor como me cogía a su madre. Ella no reaccionaba.

Abrí mis piernas y las piernas de ella se abrieron. Dejando concha y culo lleno de verga a la vista del niño. Le di una nalgada.

— ¡Cabalga putita!

— ¡auch! Se empezó a mover de adelante para atrás en forma circular. Le sujeté del pelo con fuerza y le di otra nalgada.

— ¡Cabalga más rápido!

Santino en primera fila miraba como rebotaban las tetitas de su madre, como la verga se le hundía en el culo. Como lloriqueaba de placer. Abrí más mis piernas, abriendo más las de ella. Pasé mi mano para adelante y le di un leve golpecito en la concha. A la vez que le masturbaba la concha. Ella dio un pequeño saltito. Comenzó a subir y bajar por mi pija. Mis dedos se encharcaron en su concha. Le hundí tres de ellos. Los saqué y le di otro golpe un poco más fuerte. Ella comenzó a subir y bajar con más rapidez.  Dejé de sujetarle el pelo y bajé mi mano a una de sus tetas. Se la pellizqué

— ¡Me vengo! ¡Me vengo! Susurró otra vez.

La saqué de su posición.

— No, ¿Qué haces papi? — Le di la vuelta y la volví a penetrar por el culo. Ella cabalgó más rápido. Vi entonces a Santino que subía y bajaba donde estaba sentado. Se había sentado arriba del zapato en punta de su madre y la punta la tenía en su culito. Casi como su madre sobre mi en ese momento. Me calentó mucho la situación. Acerqué las tetas de su madre a mi boca y la agarré de la cintura. Tomándola de ahí le marqué el ritmo. Ella se agarró los pezones y se los pellizcaba con fuerza. Sin dudas a esta mujercita le gustaba el trato bruto.

— ¡Me vengo! — Gritó.

Yo que la tenía de la cintura tiré para abajo y la penetré hasta las bolas. Ella se retorció y empezó a temblar. Ahí se dio varios golpes más en las tetas.

Dio un largo ahogado gemido — ¡Auwchmm!

— ¡Oh si! — Dije — Putita te has ganado cada gota de leche.

Le di más rápido y más fuerte. Eran golpes rápidos de cintura.  Hasta finalmente en un empujón dejarle toda la leche adentro. Ella no dejaba de contorsionarse en sus múltiples orgasmos.

— ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!

Santino tomaba más velocidad sobre la punta del zapato de su madre. Ahora tenía las dos manos en su cintura. Seguro empujando más para abajo.

Hasta que ella dejó de gritar. Aún tenía pequeños espasmos en todo el cuerpo. Se calmó. Nos calmamos. Con mi mano derecha le hice señas al niño que se vaya. Quien muy obediente se levantó caminó hasta el pasillo, levantó su ropa, y se fue. Vi que la punta del zapato: estaba húmeda.

— ¡Te amo! ¡Mi Amor! Quiero ser siempre tuya. Me cogiste como no me habían cogido nunca. —Dijo Y empezó a llorar.

— Yo también te amo mi pequeña putita. — Le dije. No sabía cómo responder a ese “amor” Yo solo quería meterle la verga.  Pero ahora la tenía enamorada. En fin. Seguiré con ella. Un culito como ese con un cuerpo tan moldeable y dócil al sexo duro no se encuentra todos los días.

Capitulo 2

Esa noche dormí con ella. Primero nos levantamos del sofá. Me puse mi boxer. Ella estaba acurrucada en el sillón; después de tanto “maltrato” no tenía fuerzas ni para moverse.  Me acerqué, le di un beso tierno en los labios. 

— Voy a mirar al pequeño.  

Ella me sonrió.  

— Eres tan bueno y atento mi vida— Dijo. Se acurrucó más. 

— Espérame, ahora vuelvo por ti. Para ir a bañarnos.  

Ella me sonrió. Tomó mi camisa y se cubrió su pequeño cuerpo.  

He de decir que el pequeño me había cautivado. Siempre me han gustado las chicas. Aun hoy puedo decir q ese gusto no ha cambiado. Sin embargo, mi gusto por las chicas es particular. Me gustan más jóvenes de apariencia, como la madre de Santino, casi adolescente. Se que existen normas en la sociedad que impide que te lleves una niña a la cama, pero diablos, son hermosas. Porque hablo de niñas si Santino es un nene, porque se parecía mucho a la madre, una mujercita hermosa. Tiene aún hoy, unos labios hermosos, gorditos en la parte de abajo, siempre los tiene húmedos. Y al ser tan trompudo anda con la boca semi abierta. Es casi una invitación a comerlo a besos. Pero claro, en ese momento Santino era un niño de siete años con tendencias un tanto dudosas sobre su precoz sexualidad.  

Recordemos que fue él quien se acercó, que fue él quien se desnudó, que él mismo se frotaba los labios y sus pezones. Nunca se frotó la pija, que, si bien la tenía dura, parecía no llamarle la atención como centro de placer. Y que, por último, fue él mismo quien se sentó arriba de la punta del zapato. No cabe duda que había descubierto, por curiosidad o incitado por alguien, el placer en el perineo. 

Y ahí estaba yo, curioso y caliente, yendo a la habitación de este pequeño que minutos antes me había visto coger rudamente a su madre. La verga se me puso morcillona. El solo saber que quizás lo iba encontrar despierto o desnudo, o quizás, ambas; me ponía la verga dura.  

Entré a la habitación. Estaba a oscuras. En la cama estaba Santino acurrucado. Parecía q dormía desde hace horas.  Me quedé en la puerta mirando algo anormal, pero nada. Era un angelito durmiendo. Me iba acercar, quería tocarlo, tocar algo de él. En ese momento. 

— ¿Mi amor? — escuché el susurro de la madre atrás mío. Por dios, casi me da un infarto.  

— Es muy lindo. Viste. Tan tranquilo durmiendo en su camita. — Ella me miró con ojos de madre orgullosa. Continué. — Me dio mucha ternura. Casi como si fuera su padre.  

Esa palabra, esa frase terminó descolocándola. Me abrazó la cintura. Voltee a verla y le lagrimeaban los ojos. La abracé y la miré.  

— Eres muy hermosa. Una hermosa madre. Una hermosa mujer y sobre todo una hermosa compañera sexual. Al decirle esta última frase me acerqué a su oído y lo susurré.  Ella me dio un beso y luego otro, y otro, y otro.  

— Espera. Son las 4 de la mañana. ¿Vamos a bañarnos y descansar?  

— Si. Tienes razón. Aún estoy un poco adolorida acá atrás. — Dijo y se sonrió al llevarse la mano al culito. — Casi me dejas renga.  

Ahí la abracé desde el culo y la levanté a mi altura. Ella me abrazó con sus piernas blancas y tersas. Con mi mano sujeté sus dos glúteos, los masajeé con suavidad.  

— Es el culito más hermoso que he visto en mi vida. — le dije.  

— ¡jajaja!  Sabes que me gusta lo zalamero que eres. Vamos a terminar haciendo el amor otra vez.  

— Tienes razón, recapacitemos. Tus nalgas son una tentación difícil de decir que no, pero es necesario parar un poco. — Miré al crio y le dije — A ver si despierta.  

Así como estábamos la llevé caminando hasta la ducha. En algún momento me detenía y la besaba a su vez que le saqué la bombacha, me saqué el boxer y le metí los dedos en la raja. Un par de veces le toqué su esfínter anal, pero ella dio un salto de incomodidad. Sin duda había quedado lastimada de ese agujerito.  Así como estábamos la llevé al baño. “sin querer” dejé la puerta entre abierta. Tenía la esperanza que el crio apareciera por ahí.  

Nunca me gustó q me observaran mientras tengo sexo, pero la calentura que me provocaba tener al hijo viendo como cogía a su madre me liberaba de cualquier atadura. Entré con ella a la ducha. Ella aún colgaba de mi cuello. Puse el agua tibia y entramos los dos. En ningún momento había dejado de masajearle las nalgas y de besarla. Con tanta caricia mi verga estaba dura otra vez. Ella miró. 

— ¿No íbamos a descansar? — Su sonrisa pícara y felina me cautivó. Le di otro beso debajo del agua.  

Así como estábamos, ella colgada como mono. Le apunté mi pija a su concha. Le enterré despacio. La quería disfrutar. 

— ¡Ay! ¡Ay! No. Espera. Me duele. Me arde. — Gritó. El agua cubría un poco los gritos, pero estoy seguro que se escucharon con fuerza para afuera del baño. Sobre todo, por la puerta entornada.  

Yo me detuve, la miré con asombro. Hace minutos habíamos cogido de forma bastante bruta y ahora le dolía. No entendía nada.  

— ¿Qué pasa? — Pregunté con asombrado. 

— Me arde. Siento mi conchita como piel al rojo vivo. Y me arde.  

La bajé al piso de la ducha. La puse de espaldas a la puerta. Siempre precavido por si aparecía nuestro mirón.  Me arrodillé. Miré esa conchita. Y sí, estaba al rojo vivo. La rocé con mi dedo y dio un pequeño gritito.  

— Creo q eso fue todo por hoy. — Dije con marcada pena. Sin embargo, acerqué mis labios y le di un pequeño beso. Ella no gritó. Le di otro. Le muchos más. Ella tomó de mis pelos y me detuvo.  

— No quiero ser penetrada otra vez. ¿Sí? ¿Porfi? 

— Pero si tienes la conchita más deliciosa para chupar. Y ese culito sabe a gloria. — Al mismo tiempo que decía eso le daba vuelta y la empinaba contra la pared. Ella apoyaba sus tetitas la pared y levantaba el morro.  Que vista más preciosa. Culo y conchita dispuestos a ser chupados. A esa tarea me di. No sé cuantos minutos estuvimos así. Ella gemía y suspiraba. El ruido de la ducha amortiguaba los gritos de ella, o al menos eso pensábamos nosotros. De reojo vi como el pequeño mirón estaba otra vez ahí. Ella dio un gemido largo, agónico se desparramó sobre mi cara. Había terminado. Me levanté. La tomé de la cintura, le apoyé la verga dura en sus nalgas. Y le susurré 

— Ahora me toca a mí, mi amor. Ella entendió de inmediato el pedido. Se arrodilló. Sopesó los huevos con una mano, con la otra me hizo una leve paja para luego abrir la boca y chuparme la cabeza del glande. Iba y venía por el cuerpo venoso del pene frotando sus labios y lamiendo con su lengua. Chupaba los huevos y volvía otra vez por el tronco hasta el glande y lo envolvía con su lengua, después tomaba un poquito de aire y se hundía la verga en la garganta hasta donde podía. Yo no hacía nada, quizás en otro momento la hubiera tomado de la cabeza y le hubiera hundido todo hasta que mis bolas choquen con su mentón, pero ahora no. Ahora quería dejarla que fuera ella la que siguiera el ritmo. Iba y venía, me tenía al borde del orgasmo. En cualquier momento mi leche iba salir disparada. Ella lo sabía y cuando sentía que me estaba calentando mucho se detenía. Estaba dando clases de como chupar una verga. Ella sin saberlo le estaba enseñando al pequeño Santino como chupar una verga. Él miraba boquiabierto como su madre era ella quien sin que nadie la obligara y por puro placer chupaba una verga y se tragaba todas las babas de verga.  

— ¡Que rico mi amor! ¡Que rica es tu verga! ¡mmmmm! Quiero chuparla toda la vida. Me encanta lo dura y venosa que se siente. ¡uhgmm! — hablaba con la boca llena y al final se metía la verga hasta donde le llegaba. 

La miré a los ojos, le tomé del cabello y de la cara. Como un padre tomaría a su hija para hacerle cariño. Le acaricié un cachete que se inflaba por la presión de mi glande y le dije —¡Eres la mejor putita come vergas que existe! Sigue que pronto obtendrás tu leche. Y dejé nuevamente que fuera ella la que hiciera todo. Miraba como trabajaba y miraba a Santino en la puerta. Tenía una mano que se perdía por debajo de la camisa del pijama. Y la otra con su dedo índice en la boca. Estoy seguro, que acariciaba el dedo con la lengua como su madre acariciaba mi verga. Ella le estaba enseñando a chupar pija y él, sin dudarlo, estaba aprendiendo muy rápido.  

La visión del nene de7 años tocándose y mirándonos como su madre me extrae la leche de las bolas fue demasiado. Sentí como un calor intenso me salía del centro de la próstata a través de los huevos y llegaba a la punta del pene.  

— Ahí viene — grité, casi sin aire. 

Ella, seguramente bien aleccionada en su vida sexual, dejó de chupar suavemente y se hundió la verga hasta el fondo de la garganta. Me agarró de las nalgas y se hundió un poco más la verga. Yo no pude evitar tomarla de la cabeza y empujar lo último que faltaba para que mi pija se hundiera por completo en su garganta. Mentiría si dijese que fueron litros de semen. Fue lo que hubo. Pero si fue muy intenso. Ella nunca sacó la verga de la boca, la leche que salió se la tragó y lo que no pudo tragarse se escapó un poco por la nariz y otro poco por la comisura de los labios. Yo me estiraba y me encogía en estertores de placer. Me había olvidado del niño que miraba y aprendía. Era solo mi placer en esa boca.   

Finalmente terminé de retorcerme de placer. Ella soltó mis nalgas y se sacó mi verga de la garganta. Tomó una bocanada de aire al tiempo que sonreía feliz. Nunca había visto ni volvería a ver a alguien que tuviera tanto placer por ser maltratada por una verga en su garganta. Era sin duda algo nato de ella. Quien sabe, quizás sea hereditario, pensé. Y en ese momento recordé al pequeño santino que miraba atento como su madre era violada oralmente otra vez. Lo recordé y ella quizás me leyó el pensamiento y miró hacia la puerta. No quise seguirle la mirada, no quería ser parte del encuentro entre una madre entregada y el hijo mirón. No quería que se rompa ese mágico momento. Sin embargo, ella solo dio un pequeño suspiro y se levantó. Fue hasta la puerta del baño y la cerró.  

Volvió  a la ducha, me miró y dijo.  

— Tenemos que tener cuidado. Santino nos puede ver.  

— ¿Cómo?  

— Que Santino puede escucharnos y vernos.  Aunque tiene el sueño pesado. Nosotros hemos hecho mucho ruido esta noche. — Se le notaba preocupada.  

La atraje hacía mi con mucha delicadeza. La envolví en un abrazo de contención. Ella se acurrucó en mi pecho. Les digo, sepan, que después del sexo duro y sin freno hay que ser muy dulce y tierno con la hembra de turno. Ella se sentirá muy bien, porque piensa, aunque no sea nuestra idea. Que está protegida y contenida. Se sentirá feliz y complaciente en entregarse completamente a ese macho tan tierno que le voltea los ojos en blanco cuando la penetra. Es así.   

La atraje, tomé un poco de jabón y le acaricié el cuerpo con él. El agua caliente nos acariciaba. Ella también me enjabonada. En dos minutos se había olvidado de la puerta abierta y del riesgo de que Santino nos vea. Le di un piquito en los labios. Ella me regaló una hermosa sonrisa. Casi que éramos dos enamorados de toda la vida. Cerré el agua, tomé un toallón que había ahí. La medio sequé, me sequé un poco yo y la envolví en el toallón. Yo así desnudo con las bolas al aire y la verga colgando la llevé a su cama.  

No había entrado a su habitación hasta ese momento. Es una habitación grande con decoración moderna. Tenía un ropero empotrado con una puerta donde había un espejo muy grande. Ella me miraba embelesada como la trataba con tanto cariño. Abrí la cama y la deposité en un lado. Ella se revolvió en la cama, como si fuera una niña juguetona.  

 Yo también me acosté. Ella se apoyó en mi pecho. Ambos estábamos desnudos. Era noviembre, podíamos estar así. Ella me abrazó el pecho y apoyó su cabeza en mi hombro. Dio un largo suspiro y quedó en silencio. 

Yo estuve unos minutos pensando en todo lo sucedido. Sobre todo, en el pequeño Santino. ¿Será la primera vez que espía a su madre teniendo sexo? No sabía que tan seguido llevaba ella hombres a su casa. Si no había tenido oportunidad el pequeño no habría tenido oportunidad de mirar. Otra cuestión era que significaba las acciones de Santino. Chuparse el dedo puede ser buscar el placer oral, mucho más si estás viendo a tu madre tragarse un verga hasta los huevos. Pero, sentarse arriba del zapato y moverse era otra cosa, claramente el niño tenía la sensibilidad anal muy a flor de piel. ¿Era gay? Quizás solo sea exploración. Quizás en realidad tenga ganas de meterle verga a su madre y yo tenga los pensamientos sucios. Así, con esos pensamientos me dormí. Hasta el día siguiente 

— ¡Mamá! ¡Mamá! — ¡Son las 9 y no fui a la escuela!  El pequeño Santino entró corriendo y gritando a la habitación de su madre. Ahí estaba yo desnudo con su madre desnuda en la cama. Medio cubiertos por el acolchado. Ella se levantó de golpe sin darse cuenta que así quedaba desnuda y mucho más me mostraba desnudo a mí. Santino se detuvo, nos vio.  

¡Ay! Santino. No entrés así. — Le dijo cariñosamente. — ¡Dios! Que tarde es.  

Yo me hacía el dormido. Sentía un leve fresco por mis partes, seguramente Santino las había visto. Ella parece q se percató de ello y me cubrió. Se levantó desnuda como estaba, caminó hasta el ropero. Sacó una bata y se cubrió. Santino aún seguía ahí. Miraba a su madre sin ningún problema. Ella tampoco mostraba signos de pudor.  Se acercó a donde estaba y me dio un beso en la frente. Estaba su hijo era claro que aun quería guardar apariencias. Abrí los ojos y me dijo.  

— Voy a traer tu ropa, debe estar abajo. Tenemos q ir a dejar a Santino y yo tengo que ir a trabajar.  

— Y yo debo trabajar. — Le dije, secundando la idea.  

Así empezaba ese día q me iba dar una sorpresa más.  

Capitulo 3

La miré como se levantaba y revoloteaba la habitación buscando que ponerse. Era realmente hermosa, como les había dicho. Trigueña por el sol, con cuerpo de adolescente. Delgada y de estatura normal para abajo. Con unas ricas caderas y con un culito respingón que la marca del bronceado resaltaba aún más. Tetitas que no, no eran enormes, pero si perfectas para su tamaño. Con un detalle que a mí personalmente me fascina: el pezón para arriba, que cuando está excitada parecen dos puntas de merengues rosados listos para ser mordidos.  

— ¡Espera! — Le dije. Antes que se levante de la cama. Le tomé de la mano, la tiré un poco hacia mí. Y la miré. Así como miras a alguien que no quieres olvidar jamás.  

— ¿Qué pasa? — Miró un poco extrañada.  

— Fue la mejor noche de mi vida. — Dije. Había tenido noches muy buenas, que quizás luego les cuente. Pero esa noche, si esa noche con ella merecía estar entre las cinco mejores, sin duda. Sentí la necesidad de decírselo. Recuerden siempre acariciar no solo el cuerpo, sino también el corazón de sus parejas, siempre van a estar más predispuestas a hacer cualquier cosa después.  

Ella me miró con ojos de enamorada. Por un momento se le aguaron con algunas lágrimas, que estoy seguro eran de emoción. Ella se acercó más, se subió arriba mía. Solo la sábana separaba nuestros sexos. Mi verga con ese movimiento se comenzó a poner dura. Yo la tomé de la cintura, le acerqué su pecho a mi boca y chupé sus pezones duros.  Ella desnuda sobre mí, doblaba espalda para acercarme aún más sus tetas a la cara. Que tiempo estuve, no lo sé. Ella se frotaba muy suavemente la concha sobre la sábana que cubría mi verga. Cómo pude metí mi mano en busca de ese húmedo tesoro. Cuando la toqué ella dio un ligero grito, que no era de placer.  

— ¡Ay! ¡Ay! Espera. ¡Espera! 

Me asusté por su desesperación. La dejé completamente. Ella se levantó con cuidado completamente sonrojada.  

— Creo q no vamos a poder seguir. — Y lo dijo con una pena en los ojos que daba ternura. — Mira como estoy.  

Sacó la mano y me mostró la conchita. La tenía paspada. Realmente daba pena, hinchada muy colorada. En algunas partes se veía más roja, parecía que le faltaba piel. Nunca imaginé que una mujer se podía lastimar así. Pero me gustaba. Me gustaba que ella sufriera y quisiera seguir. Era sin duda un diamante en bruto y como tal con paciencia se lo podría pulir a gusto.  

— ¡Mi amor! — Le dije, al tiempo q cubría delicadamente su delicada conchita.  

Ella claro, miraba con una sonrisita de niña como le cubría la conchita como si fuera un tesoro, un pequeño animalito lastimado.  

— Creo, mi amor, que no vamos a volver a tener sexo por una semana. No puedes andar así.  

— ¿Cómo? — Dijo ella. 

— Eso mismo. Tenemos que cuidarte. 

— Pero yo… — hizo una pausa de timidez. 

— Si, ya se tienes ganas de hacer el amor, revolcarnos y sentir la dureza de mi verga. 

Ella se puso muy colorada tanto por las palabras sexuales dichas, así como por mi mano que la cubría y le metía levemente el dedo. 

— No, yo quería decir que…— Medio q movía su cintura en pequeños círculos. Sus manos fueron a sus pezones. Los pellizcó con fuerza. Abrió su boquita para exhalar aire. Que rápido se calentaba esta mujer. 

— ¿Qué quieres sentir mi verga dura taladrando tu culo? 

—  Mmmmm. ¡Oh dios! 

Sin duda podría haberla penetrado otra vez, aunque le doliera ella se dejaría, pero un grito nos sacó de nuestro juego.  

— ¡Mamá! — Era Santino desde la cocina.  

Ella reaccionó. Se levantó y caminó a buscar ropa. Insisto con lo delicioso que es verla caminar desnuda. Poco a poco se fue vistiendo. Cuando estuvo lista me miró extrañada. 

— ¿No te vas a vestir? Es lindo verte con tu “eso” colgando, pero nos tenemos que ir. 

— Mi eso se llama verga. — Aclaré. 

— La señora “verga” no se va vestir. — Al decir esto se acercó me la sopesó con la mano y me dio un piquito en los labios.  

— Ya quisiera, pero mi ropa está toda en el living.  

— Oh, claro. Ja. Pequeño detalle. Ahora la traigo. — Ella se dio vuelta. Aproveché para tomarla de la cintura desde atrás besarle el cuello y meter un dedo en su concha.  

— ¡Ay! Me arde. — Dijo. Y escabulléndose de mis brazos se fue. 

Me tiré en la cama nuevamente a esperar que me trajera la ropa.  Me sentía el hombre de la casa y sin dudar lo era en ese momento. Desnudo, tirado en la cama de la mujer dueña de esa casa. Siendo atendido después de haber llenado de mi esperma los agujeros de esa mujer, que ahora estaba tan feliz. Si, sin dudarlo era el hombre de la casa. 

En esas cavilaciones me encontraba cuando golpearon delicadamente la puerta. Invité a pasar, como si fuese mi habitación.  

— Adelante mi amor. Dije. No apareció nadie. — Pasa bebé. — dije con más fuerza.  

Y ahí apareció Santino. Traía mi ropa entre sus brazos. 

— Mi mamá me pidió que le alcance señor — dijo. No entró a la habitación. Se quedó en la puerta. Dudaba si entrar o no. Miró para afuera, quizás tenía miedo que venga su madre. Quizás me tenía miedo a mí. Lo cual era muy lógico. Era un extraño que la noche anterior había hecho con su madre muchas cosas sucias y él, ese pequeño que ahora era tímido, había visto todo.  

Y él lo sabía, yo lo sabía.  

— ¿Santino llevaste la ropa!!? — Desde abajo se escuchaba la voz de su madre. Ese grito sacó de sus pensamientos al niño. Sirvió para que él se animara a entrar. 

Con mucha timidez me estiró el manojo de ropa. Yo me estiré, seguía recostado en la cama, cubierto por una sábana, aunque desnudo. Él se acercó muy tímido. Yo me levanté y “sin darme cuenta” dejé caer la sábana que cubría mi desnudez. El quedó boquiabierto vio mi pene dormido, descansando, pero aun así grueso y peludo. Pensar que tenía un niño tan lindo viéndome completamente desnudo solo hizo que mi verga se pusiera cada vez más dura y fuera levantando de su letargo. Se parecía tanto a su madre. Tenía los mismos ojos y la misma boca. Por breves segundos recordé la boca de su madre llena de mi verga. Mirándome con los ojos brillosos del esfuerzo. Los mismos ojos que este niño. Mi verga su puso muy dura.  

— ¡Santino! — El grito de su madre me hizo volver a la realidad. Aun que ahí seguía ese infante precioso. Ahora movía los labios y parecía que tragaba saliva.  

— ¡Mamá! —  

— ¿Entregaste lo que te pedí? La voz de la madre era inquisidora. Seguramente quería saber si había cumplido con el mandado y sobre todo, porque demoraba tanto. No me convenía por las suspicacias de la madre demorar más al nene. No, no ha pasado nada aún. Quizás no pase, pero quería tener la confianza de ella. Un cuerpito tan dispuesto para el disfrute no se puede perder así nada más.  

Me acerqué a él, lo tomé de la mano y lo empujé a la puerta. — Anda — Le dije, no sin antes dirigir mi mano a su paquete. Él se asustó quiso sacar la manito, pero yo lo agarré con más fuerza y recordándole que teníamos secretos lo dejé ir.  

Me di la vuelta. Comencé a cambiarme con tranquilidad. Al fin, yo entraba a medio día a trabajar, no tenía ningún apuro.  

Un minuto después entró la madre sin avisar, casi como queriendo encontrar una sorpresa. Me miró, miro para todos lados y me preguntó: 

— ¿Dónde está Santino? 

— No se, hace rato dejó mi ropa y se fue. — La mentira me salió muy natural, desde luego tenía cosas de verdad. Se había ido, no hace mucho, si hubiera llegado un minuto antes me hubiera encontrado con la mano de su hijo en mi verga.   

— Donde está este niño. ¡Santino! — Santino apareció por la puerta, sonriente. 

— ¿Dónde estabas? 

— Le dejé la ropa al señor y me fui a mi habitación a terminar de arreglar mi mochila. — El niño era muy listo, había creado una coartada perfecta en menos de un minuto. Cada vez me caía mejor ese pequeño. 

La madre se quedó mirando a su hijo. Estaba contenta, era un chico listo y hermoso.  

Santino se fue. Yo me acerqué por atrás y la abracé. Ella se recostó en mis brazos y suspiró.  

— ¿Qué sucede? Pregunté.  

— Nada. Tonterías mías. — No quise indagar, no quería escuchar algo que diera alguna sospecha. — Sabes, este niño pronto me va hacer abuela. Es muy listo y esa sonrisa enamora. El otro día una niña me gritó suegra. Imagínatelo — Al decir eso se sonrió como quien recuerda algo divertido. — Pobre Santino, no sabía dónde meterse.  

Ella pensaba, seguro, que le iba dar muchas nueras y seguramente más adelante iba tener q espantarle las noviecitas. Yo no estaba tan seguro de eso. Pero ya veríamos.  

Ese día transcurrió en completa tranquilidad. Con la única novedad que recibí un mensaje que decía simplemente.  “Me arde al sentarme, pero quiero más” Yo sonreí. Sin duda tenía en mis manos a la muñequita madre de Santino. Llegó la noche. Fui a mi departamento. Me bañe. Cociné algo ligero, como siempre. Estaba por sentarme a mirar un poco de televisión y el teléfono vibró. Era un mensaje de la madre de Santino. No recordaba ninguna cita ni nada.  Siempre me ha gustado manejarme de manera independiente. Por eso vivo solo y por eso no establezco relaciones muy fuertes. Me extrañó su mensaje.  

El mensaje en Telegram era simple. Ella con las piernas abiertas con su dedo índice y medio abriendo los labios de su concha. El texto abajo era: Te extraña. 

Cualquier hombre en sus cabales con una foto así tomaría un taxi e iría corriendo a coger esa concha. Si, sin duda. Al principio yo era así. Un calentón que corría atrás de un culo disponible y estaba ahí atrás. Pero, eso solo significa una cosa: ella tiene el poder, el poder de la concha mojada. Al final la chica sabe de su poder y hace lo que quiere. No olviden el dicho más fuerte es el pelo de una concha que una yunta de bueyes. Explicado esto. Decidí no responderle.  

A la hora de almuerzo, a medio día, decidí pasar por la escuela de Santino.  Compré un chocolate y pasé por la puerta. El me reconoció me sonrió de una manera que quedé prendado de su frescura y alegría. No era ese niño callado de la noche anterior. Era alegre, les dijo a sus amigos que su papá había venido a buscarlo. Sin duda el niño necesitaba una figura paterna que lo guiara (y vaya si lo iba hacer) y esa misma figura lo colocaba en otro lugar dentro del grupo de sus amigos. Ya no sería el niño que nunca viene su papá. Sino el que tiene una familia completa.  

La preceptora me vio. Preguntó por el permiso para llevarlo. Le dije q no era necesario porque no iba llevarlo, sino que esperaría a la madre. La preceptora me hizo entrar y me indicó unos bancos de cemento donde esperar. Le di el chocolate a Santino y me senté con él a esperar. Él estaba super contento. Me contó sobre sus amigos y como sus papás se turnan para llevarlos a casa y qué él siempre estaba triste porque no tenía papá, pero que ahora que yo le “daba” a su mamá iba poder pasar por él a la escuela. Le acaricié el pelo de manera muy paternal. Y le dije que me explique que se refería con eso de “daba”. Él me miró, sonrió un poco y miró al piso con timidez. Se quedó callado. Le aclaré que no había problema en lo que me iba contar. Lo sujeté de la barbilla y le hice girar el rostro hacia mí. Que lindo era, un fiel reflejo de su madre, pero en varoncito y de solo 7 años.  Yo le sonreí y el me devolvió la sonrisa. 

— Que le “Dabas”, que metías tu cosa grande en mi mamá. Los niños dicen así cuando hacen eso.  

— ¿Los niños? ¿Hay niños que dicen eso? 

Miró asustado por haber dicho algo malo o prohibido.  

— Si, pero lo dicen por los perros cuando se juntan. Así como tú con mamá, aunque los perros solo lo hacen de una forma.  

— Claro, le dije, esquivando claramente el detalle anterior. Las personas somos más creativas. Y tenemos más movilidad. Los perritos solo tienen esa posición, no pueden hacerlo de otra forma.  

— ¿Te puedo decir algo? Preguntó 

— Desde luego, quiero que confíes completamente en mí. Soy tu papá ahora.  

— Me gustó verte el otro día con mamá. Ella se la veía muy feliz. Me hizo ciertas cosquillas en el cuerpo.  

La ternura del infante era enorme. Me decía todo eso en el banco de espera de su escuela. Mientras esperábamos que llegara su madre. La verga se me empezó a poner dura. Que iba hacer.  

— Es que viste lo que es dar y recibir amor. Por eso tuviste cosquillas en el cuerpo.  

Un niño pasó por ahí y lo llamó a los gritos. Santino fue tras él dejando sus cosas conmigo.  

Reflexioné de todo en esos momentos. Podía ser un niño tan precoz sexualmente. Podía sentir placer. Nunca antes había tenido esos sentimientos hacia un hombrecito. Si, había visto con muchas ganas a niñas que eran verdaderas muñecas, pero un niño, nunca. Pero Santino era distinto. Era una mujercita en forma de varón. Repito, era la copia fiel de su madre. Estaba seguro que si se colocaba peluca iba ser como su madre y en eso no me equivoqué.  

Pensaba en esas cosas y en cómo había llegado a ese punto cuando sentí una sombra delante mío.  

— ¿Qué haces acá? Era la madre de Santino. Había llegado y no me había dado cuenta tan ensimismado estaba con mis pensamientos.  

— ¡Hola mi amor!  Vine a darles una sorpresa a los dos. Y traerles un pequeño regalo. Le di el chocolate (de los más caros que encontré) y también le di un beso en los labios mientras la abrazaba.  

El semblante se le cambió. Casi que le lloraban los ojos de emoción. Tenía la mirada más dulce y enamorada que había visto.  

— Eres un tierno. Te amo…. te amo. — Y me abrazó. 

Santino nos vio y corrió hacia nosotros. A los gritos de ¡mamá!, ¡mamá! 

Salimos de la escuela, como una familia feliz. Entramos en mi auto y nos fuimos.  Durante el Santino no paró de hablar de todo lo que pasaba en la escuela. Se lo notaba muy feliz. Ella tenía la sonrisa perenne. Estaba sin duda contenta y reflexionaba para bien. Llegamos 

— Hoy fue un día muy largo. Todo se acumula para última hora.  Dijo ella.  

— No te preocupes. Ya terminó. El trabajo hay que dejarlo en el trabajo. No en casa. — Decía esto y le acariciaba el cuello y los hombros. Ella se dio vuelta, se me colgó y me dio un beso.  

— Tienes razón. Voy a cambiarme por algo más cómodo.  

Santino hacía rato q había ido corriendo a su habitación, volvió con unos pequeños shorcitos que le quedaban divinos y una camiseta muy infantil. Era un niño, claro, un niño precioso. 

Ella volvió, tenía ropa holgada se puso a cocinar. Yo la ayudé y pronto cenamos los tres. Luego nos fuimos al sofá a ver tele y pronto Santino se quedó dormido.  

— Que, pesado este niño, dijo ella. Otra vez se quedó dormido acá.  

— ¿Quieres que lo lleve a su cama? Así también quedamos solos. — Al decir esto la miré. Ella me devolvió la mirada con una sonrisa pícara. Y asintió con la cabeza.  

Levanté a Santino, no pesaba nada. Lo llevé con cuidado. Realmente no quería que se despertara. Llegué a su habitación y lo deposité en la cama. Al dejarlo me abrazó del cuello y me dijo  

— Te quiero papi. Y me dio un piquito.  — Yo me quedé de piedra un segundo.  

— Yo también te quiero — le dije. Y le di otro piquito, un poco más húmedo que el que él me dio. Su cuerpo se puso flojito. Metí mi mano por debajo de su camiseta y le acaricié el abdomen. Bajé y le besé el cuello delicado que tenía. Casi meto mi mano por sus shorcito, pero recordé a su madre y ahí lo dejé.  

Volví con ella. Estaba tomando vino en el sofá.  Me puse atrás de ella y comencé a hacerle masajes. Ella se dio vuelta, se subió al sofá y de ahí le agarré de los cachetes de las nalgas y la levanté rumbo a su habitación. Nos comíamos a besos muy intensos. Le levantaba la camiseta y le chupaba las tetas Ella se dejaba llevar. Se entregaba. Pasamos por la habitación de Santino que tenía la puerta entornada.  

Dejé también la puerta de la habitación ligeramente entornada. Ella nunca se dio cuenta, pero ese detalle se lo dejé al pequeño cómplice. La tiré en la cama. La desnudaba, casi que le arrancaba la ropa.  

Ella se arrodilló delante mío. Si no supiera que era madre y tenía 25 años; juraría que delante mío tenía a una adolescente con las hormonas reventadas dispuesta a dejarse penetrar por una manada de hombres. Metió su mano por mi pantalón, sacó mi verga y se la metió en la boca de golpe hasta la garganta.  

— bebé, deja te ayudo. — le dije. Tomé su cabello le hice un bollo y de ahí la sujeté y empujé su cara contra mi verga. Ella abrió la boca y se dejó hacer. Empujé despacio, pero con fuerza. Ella me miró, sus ojos llorosos denotaban el esfuerzo. Estuvimos así un rato.  

— Quiero sentir más— me dijo. Justo en ese momento vi la puerta medio abrirse. Era Santino, sin duda. Le daría otra vez un show, para que vaya aprendiendo.  

— Te ato. — Contesté. Seco y tajante, con la voz elevada. Santino tenía que haber escuchado. 

— Si, ¡Por favor! — Contestó ella relamiéndose los labios y sacando las tetas para adelante.  

— ¡No te escucho! — Le solté una bofetada que le volteó la cara. Ella me miró con los ojos rojos y llorosos.  

— ¡Por Favor! Átame y cógeme la boca. — Su voz era fuerte y tenía un delicioso dejo de calentura y entrega. Sujeté su pelo. Le empujé el rostro contra el piso frio. Ella no se defendió. Tomé sus manos y se las até con mi corbata en su espalda. Ahí estaba desnuda, con el culo al aire, las manos atadas a la espalda y la cara contra el piso. La tomé del pelo y levanté su rostro. Ella quiso ponerse de pie, pero le di una nalgada y la dejé arrodillada. Sonreía. Tenía la sonrisa maliciosa, sacaba la lengua y abría la boca. La agarré de sus cabellos otra vez y la empujé con fuerza contra mi verga. Le usaba la boca, le movía la cabeza de adelante para atrás. Ella solo mantenía la boca abierta. Sus ojos lloraban lágrimas de felicidad y estaban rojos por el esfuerzo.  

Aclaro que estábamos en el piso a los pies de la cama. La puerta de la habitación estaba a un costado nuestro. La puerta se había abierto momentos antes, seguro Santino estaba parado ahí. Si estaba desnudo, si estaba tocándose no lo sabía; por ahora. 

Vi que la puerta se movió otra vez. Pude ver la sombra del cuerpo de Santino. Eso me enardeció. Su madre pagaría (o gozaría) las consecuencias. Le tomé con las dos manos de la cabeza y empujé con fuerza hasta que su boca llegó a la base de mi verga. Su mentón rozaba mis huevos. Su nariz se aplastaba contra mi pubis. La dejé unos segundos así. Se la saqué y la baba le cayó por todo su pecho. Respiró profundamente. En su cara se notaba el placer de la pija hundida hasta el fondo y el pánico de no haber podido respirar. Repetí esto unas cuantas veces más. Ella estaba bañada en baba, despeinada y atada.  

— ¡Ya vuelvo! — Dije. Me levanté, guardé la verga en el pantalón y caminé hacia la puerta. 

— ¡No te vayas! — Gritó. Su voz sonó fuerte, no era súplica. Era levemente autoritaria. Me di la vuelta 

— No te he pedido permiso, perrita. — Le di una bofetada. — No te muevas de este lugar. — Ella asintió ligeramente con la cabeza. No dijo cuando caminé hacia la puerta. Era seguro que Santino, astuto muchachito, no estaba ahí. Abrí la puerta de par en par. Me di la vuelta y llevé un dedo a los labios en señal de silencio y le señalé a donde estaba la habitación de Santino. Me fui hacia la cocina.  

La dejé con la puerta abierta, era un pequeño riesgo, podía levantarse y seguirme, pero estaba seguro que ella se quedaría en su lugar como buena sumisa que se estaba volviendo. Afuera Santino se había escondido en su habitación. Le abrí la puerta de la habitación. Él estaba en su cama, de hecho, parecía que estaba durmiendo. Me acerqué a él. Le susurré y movió la cabeza. Es un pícaro, pensé para mí. Le dije claro y pausado, para que entendiera. 

— Voy a dejar la puerta medio abierta. Cuando escuches que le digo a tu madre que “está lista” puedes entrar a ver. Ella no va poder verte. Claro, si quieres, si no, quédate durmiendo.  

Él me miró, no dijo nada. Me levanté y me fui al living. Saqué un antifaz de dormir de mochila. Y fui para arriba. Santino me esperaba en la puerta. Tenía puesto solo una camiseta de pijama. Pude ver cuando me acercaba q no tenía calzoncitos. Este infante me estaba volviendo loco. A mí, que nunca me gustaron ni los hombres ni los niños. Me acerqué a él. Verlo así me puso dura la verga debajo del pantalón no pude evitar levantarle el mentón y darle un beso húmedo en su boquita, esa boquita carnosa igual a la de su madre. Santino estiró los brazos para sostenerse de mi cuello, pero lo dejé, su madre esperaba arrodillada. Caminé rápido y la encontré. Estaba aún arrodillada, pero había bajado su cara contra el piso y por ello había levantado las nalgas. Se la veía hermosa y excitante.    

— Te extrañe mi amor. — Dijo, casi en tono de súplica. Su hijo pudo escuchar eso.  

— ¿Extrañaste mi verga o mis caricias?  

— Extrañe tu verga atorando mi garganta. — Y me mostró su boca abierta y su lengua afuera. — Dámela 

— Ahora vas a sentir más. Mira lo que traje. — Le mostré el antifaz, ella no entendía, solo podía ver una pequeña prenda negra. Yo me acerqué le metí la mano en la concha, le metí dos dedos. Ella gimió con fuerza. Se levantó de la fuerza. Yo le tomé la cabeza y le puse el antifáz.  

— ¡Ahora estás lista! — mi voz sonó más fuerte, clara. Era para que Santino me escuchase. 

— ¿Lista para que mi amor?  

— Para hacerte gozar bebé. Abre la boca y saca las tetas. — Le acaricié con mucha fuerza las tetas, ella dio un gritito, pero pedía más.  Pellizqué esos pezones con la punta para arriba que me volvían loco. Ella pedía más. 

En eso apareció Santino en el umbral de la puerta. Vestía igual, pero tenía la pequeña verga muy dura. Traía en sus manos un desodorante, eso me sorprendió, pero le sonreí aprobándolo. Santino se acercó a menos de dos metros de nosotros. Venía descalzo era imposible que ella se diera cuenta. Esta vez era diferente. Ahora iba ver todo con buena luz y sin problemas que su madre se enterara. Y sobre todo muy cerca, bastante cerca. 

Capitulo 4

Santino se acercó a donde estaba su madre arrodillada con la verga en la boca chupando el glande desesperada, mientras yo le sujetaba la cabeza. Él, como dije, se quedó a un metro o un poco más de distancia y observaba atento. 

— Abre la boca. — Grité. Saqué mi verga dura de sus labios. Se la restregué por la cara. Ella aprovechó para chuparme los huevos. Santino miraba boquiabierto. Nuevamente se la puse en los labios y de un solo empujón se la hundí hasta la los huevos. Ella movía los brazos como pajarito queriendo volar. Yo la sujetaba con fuerza desde atrás de la cabeza para que no escape. Su garganta se hinchaba con el grosor de mi verga. En un momento dejó de mover los brazos al costado y empezó a querer retirarme. Yo la dejé unos segundos más. Santino me miró y se acercó un poco más expectante a lo que sucedía con su madre. Yo lo miré con cara de pocos amigos, él entendió y se quedó en su lugar.  Después saqué mi verga. Ella tosió, gimoteaba desesperada.

— Casi no podía respirar— dijo medio llorando.

— Es tu culpa. Tienes que aprender a respirar por la nariz. Así puedes tener mi verga todo el tiempo que sea necesario sin que te falte el aire. — Al decir esto miré a Santino, eran claras indicaciones para él también. Aun no había indicios de que algo iba pasar con el pequeño, pero era necesario que supiera las técnicas para que llegado el momento lo haga bien.

— ¡No sabía!

Terminó de decir esto y abrió la boca buscando mi pija. Ella ciega por el antifaz movía la cabeza de un lado a otro buscando la cabeza de la verga desesperada. Yo le volví a restregar los huevos y la verga por toda la cara. Hundí su boca en mi ingle. Tiré para abajo para que me chupe los huevos.  Recordemos que todo lo dirigía yo, ya que ella estaba con las manos atadas a la espalda y los ojos vendados. Santino miraba y pasaba uno de sus dedos por sus propios labios.

— Vamos a atorarte otra vez perrita. — Tomé de sus pelos y tiré de un lado a otro para dirigirla.

— Si, mi amor. Si. Por favo… — No terminó de decir palabra cuando le hundí mi verga otra vez.

Se la sacaba y se la hundía. Varias veces. La baba de verga le fue llenando la cara y el pecho. De su boca solo se escuchaban leves gorgoteos por el esfuerzo.

Yo miré a Santino y estaba de piedra. Para mí que había dejado de pestañear. Estaba petrificado. Hasta que me miró y se mordió los labios.

Ahí, cuando Santino me miró retiré, mi verga de la boca de su madre y la volví a hundir con más fuerza. Su boca y mi verga se hicieron como un pistón. Un poco de baba de verga saltó al cuerpito del niño. La sujeté ahí, fuerte, sin que pueda retirar mi verga de su garganta. Taponando toda su boca. Tenía que aprender a respirar por la nariz para poder mamarla profundamente.

Esa noche debía salir con el master completo en mamada de verga.

Empezó a mover los brazos como pajarito otra vez. Su cuerpo no entendía que debía hacer. En un momento me golpeó para que me retire, no lo hice. Esperé unos segundo más. Hasta que vimos, Santino y yo, que en la nariz de su madre se formaban pequeñas burbujas por el aire al respirar. Santino esbozó una pequeña sonrisa que a mí me pareció de malicia. ¿Estaba formando un pequeño sádico, o un pequeño sumiso, o ambos? Seguí bombeando sin sacar completamente mi verga de esa boca. Ella respiraba por la boca y la nariz de forma alternada. Lo había logrado. Saqué mi verga de su boca y le dije.

— ¡Lo lograste!

— Si mi amor. — ella volvió a abrir la boca. — ¡Dame más!

La agarré de la cabeza entonces, Sujeté su pelo en forma de coleta y tiré para atrás. Ella abrió la boca y sacó la lengua. Empujé mi verga hasta los huevos. La dejé ahí unos segundos. Retiré mi verga de su garganta y boca y repetí el proceso.

Ella cada vez que tenía la verga fuera de la boca repetía

— ¡Más! ¡Más! ¡Más!

Miré a Santino, el me miraba boquiabierto. Tenía una mano en la verga. No se masturbaba, solamente se la frotaba. Saqué la verga de la boca de su madre y le señalé mi verga y me la jalé con la mano en forma de tubo, para enseñarle. Él aprendió rápido, envolvió con su manito su propia verga y tiraba de adelante para atrás el prepucio mostrando el glande. Empujé otra vez la verga dentro de la garganta de su madre. Santino no dejaba de sonreír ni de chuparse el dedo. Ese nene me calentaba mucho. El miraba y se relamía el dedo con su boquita. Ambos nos mirábamos en clara complicidad. Tanto así que había casi olvidado que tenía atorada a su madre hasta los huevos. Ella en un momento quiso gritar para que la deje respirar. Saqué mi verga de su garganta y se largó a llorar.

— Casi me asfixió. — Gritó

— No iba suceder. — Le respondí. — Está todo planificado. Confía en mí.

Sólo lloró. No dijo nada más. Me agaché entonces y con mi mano derecha le froté el clítoris. Tenía la concha chorreando jugos. Ella dio un grito y se encogió sobre mi mano. Y empezó a gemir. Gemía mucho y Santino movía más rápido su manito sobre su pene.  Para darle mejor visión al nene puse a su madre en perrito con la concha y el culo apuntando hacia él. Quedó boquiabierto. No lo podía creer. El ano marrón y la concha depilada de su madre no tenían secretos ahora. Se relamió. No sabía que hacer el nene. Se acercó un poco más. Yo lo miré y se detuvo. Era claro que si no le decía nada la hubiera tocado. Se sentó sobre la alfombra del piso. Una de sus manos se las llevó a su anito, la otra seguía dándole a su verguita. Quise ser más explícito abrí las nalgas y le metí un dedo por la concha, un dedo por el culo. Ella gritó ante la invasión. Santino daba pequeños movimientos de cadera. Entendí que tenía picazón en el ano, quería sentir algo en su ano todo producto de la excitación. 

— ¡Métemela! ¡Méteme la verga por favor! ¡Usa mis agujeros!

— Shisst. Calla putita. Hoy vas a salir experta chupando verga. — Le decía esto y le sonreía a Santino. A quien le parecía divertido que tratara así a su madre.

— ¿Más adentro?

— No. Ahora te voy a coger la boca.

— ¡Cogeme! Lo que sea, pero quiero sentir tu verga. Me arde la concha. Me pica. Siento que tiene vida propia. Se abre y se cierra. ¡¡Quiere verga!! — Era verdad, saqué la mano de su concha y los labios se abrían y cerraban solos. Parecía la boca de un pez fuera del agua. Santino miró asombrado.

La levanté, la tiré sobre la cama. Ella seguía con las manos atadas a la espalda. Su pequeño cuerpo era como un juguete para mí. La puse sobre la cama boca arriba, con la cabeza un poco colgada hacia afuera.  

— ¡Abre la boca putita! Puse mi verga en su boca. Empujé. Ella no pudo. Se retorció y sacó la cabeza. — Que pasa putita, ¿no puedes tragarte mi verga?

— Me llena toda. Siento que la concha me explota. Métemela por la concha por favor.

Santino miraba asustado. Su madre estaba sacada por una verga y el solo miraba ojiplático con la boca abierta. Podía ver como tenía la concha que le palpitaba. La veía entregada. Él desde luego estaba aprendiendo.

Miré a Santino. Ambos nos miramos. Yo seguí golpeando con la verga la boca de su madre.

Miré al nene y le dije:

— ¿Me quieres chupar la verga?

— Si mi amor, pónmela en la boca. Húndela hasta atorarme. — La madre me contestó.

Hundí mi verga sin piedad hasta que mis huevos tocaron su nariz. Esperé unos segundos, ella empezó a moverte por la falta de aire. Se la saqué, sonó como un chupón que se despega.

— ¿La quieres? — No le hablaba a la madre, miraba a Santino que con los ojos abiertos y relamiéndose los labios no me contestaba. Su madre, sin embargo, no dejaba de pedir más y más.  — ¿La quieres? — Volví a preguntar. El niño, tímidamente, movió la cabeza. Su manito apretó su verguita y la otra mano que recorría sus labios la llevó a su culito.

Agarré mi verga y la hundí hasta los huevos en la garganta de la madre. Empecé a cogerla. Metía y sacaba mi verga. En su boca se formaba espuma, baba de macho. Ella se dejaba hacer mientras yo decía — ¡Así te gusta, Así! — Miraba a Santino. Él movía frenéticamente la mano sobre su verga y daba muchos sentones sobre su manita. En ese momento la madre empezó a convulsionar y un chorro de humedad salió de su concha. Yo sujeté la cabeza de ella y le mantuve la verga bien metida en la garganta. Santino podía ver como se formaba el bulto de mi pija en su cuello. Ella, siguó convulsionando en su orgasmo un momento más. La dejé. Me agaché y le dije al oido, siempre mirando a Santino para que sepa que la pregunta era para él.

— ¿Te gustó?  Un silencio siguió mi pregunta. Ella no contestaba.

De repente se largó a llorar mucho. Estaba por mandar a Santino a su habitación y sacarle la venda para ver que sucedía y ella entonces dijo con la voz cortada por su llanto.

— Me gustó mucho. Soy una perra. Me gusta que me lastimen. Quiero más. ¡¡Quiero más!!

Yo le di un beso en los labios babosos. Tenía a una adolescente de cuerpo, pero una mujer en papeles. Era el sueño de todo hombre. No iba negarle cariño en ese momento. Besé mis babas. Le metí la lengua hasta la garganta. Ella se movía buscando mis besos.

— Ahora quiero romperte el culo. — Le aclaré.

— Si mi amor. Pero además de tratarme como una puta reventada. Sólo otra cosa te pido. No hagamos ruido. Me muero si Santino se despierta y nos ve haciendo estas cosas. No sé qué pensaría de su madre. 

— Pensaría que su madre una putita reventada y deliciosa.  jeje — Se largó a llorar otra vez. Desde luego ella seguía con los ojos vendados y Santino miraba asombrado a su madre. Estoy seguro que él la deseaba. Deseaba participar chupar mi verga. Tocar a su madre. Sentir las caricias de ella y mías. Ella seguía llorando muy bajito. La tomé de los hombros y la levanté. Ella se mantuvo de pie con mucha dificultad.

— Ponte como perra, mi amor — Santino se chupaba el dedo, no como un infante engreído, sino sexualmente. Chupaba su dedo índice. Le hice señas que se acerque. El, un poco tímido se acercó, se colocó un poco atrás mío. Seguro no quería que su madre lo descubriera por error. Le puse mi dedo en la boca, él lo besó suavemente, eso me encendió. Empujé el dedo e hice como si fuera un pene que entra y sale de esa boquita. Santino había aprendido bien, puso los labios en forma de O y dejó la boca flojita para que hiciera lo que quisiera. En un momento el pequeño movió la lengua sobre la punta de mi dedo de forma circular. Era un infante muy listo, estaba repitiendo movimientos que minutos antes había visto a la madre. Lo dejé, él siguió jugando con sus labios y mi dedo. La madre trastabilló un poco y se arrodilló — ¡Como perra! — Ella apoyó el pecho en el piso y levantó la cola. Santino se masturbaba con mucha velocidad. Saqué el dedo de su boca y lo hundí en el ano de la madre. Luego otro. Inicié una penetración rápida de mis dedos en ese culo.

— Ay, Ay. Si mi amor, sí. Rómpeme, rómpeme! — Mañana quiero llorar cuando vaya al baño. Rómpeme.

Saqué mis dedos de ese culo y los llevé a la boca de Santino. Él puso carita de asco y no quiso. Yo metí mis dedos a mi boca y los volví a meter en el ano de su madre. El miro asombrado. Todo era excitante y nuevo para él. Que estaba construyendo, que tipo de pervertido. No pensé demasiado. Me levanté terminé de desnudarme. Santino seguía arrodillado con una mano en su verguita y otra mano en su ano. Su cabeza llegaba un poco más abajo de mi verga. Me acerqué un poco a más, él no se movía, era una presa hipnotizada de una serpiente.

— Hazlo fuerte mi amor, no tengas piedad. ¡Rómpeme!

La madre involuntariamente nos sacó del trance di la vuelta. Puedo asegurar que Santino estaba abriendo lentamente la boca. En otro momento lo hubiera puesto a mamar verga dura, ya veríamos eso, pero hoy se salvaba.

— ¡Silencio! ¡Acuérdate de Santino! ¡Nos puede escuchar! — Le decía eso y le sonreía al mismo Santino.

— ¡Perdón! ¡Perdón!

Di la vuelta. Abrí los cantos de la madera con ambas manos. Escupí un poco de saliva en el ojete. Esparcí la saliva con mis dedos mientras la penetraba y le cacheteaba las nalgas. Ella no dejaba de gritar. Puse mis piernas a los costados de ella, no quería ocultar el espectáculo a su hijo. Tomé mi verga y se la coloqué en el centro de su ano, presioné levemente para que se hunda el glande y después tomé su cintura para penetrar con fuerza mi pene.

— ¡Rómpeme! ¡Rómpeme! No gritaré. — Decía en susurros. — ¡No gritaré!

Con malicia y sabiendo que ella haría lo posible por no gritar para no asustar a Santino. Que, que ironía, estaba mirando todo a menos de un metro de distancia. La agarré con fuerza de la cintura y hundí mi pene de golpe en su pequeño agujero. Ella tuvo un rictus en todo el cuerpo. Los dedos de las manos se le crisparon del dolor. Un grito ahogado salió de su garganta. Levantó un poco el pecho para aguantar el dolor, pero solo logró que la penetración sea más profunda. Se la saqué y se la metí, varias veces. Con fuerza. Ella solo gemía y gimoteaba. Yo sentí mi leche venirse. Le di más rápido y más fuerte si aún se podía.

— ¡Rómpeme el culo! ¡Rómpeme el culo! ¡Rómpeme el culo! — Repetía casi llorando.

En un último empujón le dejé mi leche en el fondo de sus intestinos

— ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! Toma mi leche. ¡¡Toma!!

Ella se dejó caer contra el piso, yo caí sobre ella que empezó a tener espasmos de su orgasmo.

— ¡Siiiiiiii!

Después de unos segundos recobraba el aliento. Yo volteé a ver a Santino. Le hice señas de que se fuera. Él se levantó, sacó su manita de su culito tenía también el desodorante con la punta húmeda. Se dio la vuelta y salió. Pude ver una humedad en el ano del pequeño. Sin duda lo había pasado muy bien.

Cuando Santino salió de la habitación le saqué las ataduras a la madre, tenía los brazos ligeramente marcados, pero nada q no desapareciera en unos momentos. Le saqué la venda de dormir de los ojos. Ella se levantó como pudo se dio la vuelta y se me tiró encima. Me abrazó con brazos y piernas así pequeña como era.

— ¡Te amo! ¡Te amo! No me dejes nunca.

— Yo también te amo, mi amor. — ¿Mentía? Quizás eso no haya sido mentira, pero lo siguiente. — No te voy a dejar nunca. — Eso si fue una mentira, aunque no queriendo.

Me levanté con ella como mono, sujeta a mi cintura. La dejé en la cama. Ahí vi su fragilidad. Delgada y pequeña con un culito redondo grande para su cuerpo, aunque no gigante. Perfecto. Sus tetitas en punta por la excitación. Se tiraba a la cama y se metía entre las sábanas como una niña. No Era una adolescente, pero en mi mente era una quinceañera caliente que se dejaba maltratar por la verga.

Me iba ir a bañar, le pedí una toalla. Ella me pidió que por favor durmiera así. Quería que nuestros olores quedaran impregnados en su cama. Quería dormir en nuestros olores. Le di el placer. Era lo menos que podía hacer por ella después que le rompí literalmente el ojete.

Ella se levantó. Caminaba rengueando. No dijo nada al respecto. Sólo se dio la vuelta y dijo

— Voy al baño, pero tú no vengas, por las dudas. — y soltó una risita cómplice.

Tardó unos minutos, yo casi me había dormido. Entró caminando con dificultad.

— Fui a verlo. Duerme muy bien — Dijo esto, yo le seguí la corriente

— ¿Fuiste a ver a Santino? Qué bueno que no se despertó. Sirvió mucho que no gritaras. — Al decir eso le mandé una sonrisa malévola. Ella bajó la cabeza. Pero alcancé a ver una ligera sonrisa. Se tiró en la cama y me dio pequeños golpecitos en el pecho.

— ¡Eres muy malo!

— ¿Te gustó?

— Lo haría todos los días, pero creo que me lastimaría mucho.

— Vamos despacio. Hay que tener cuidado con Santino.

— Es verdad. Muero de vergüenza si Santino nos descubre.

— Por mi parte soy muy discreto. No tengo ganas que tu hijo me vea como te rompo ese culito

Me golpeó el pecho otra vez.

— ¡Malo!

— La verdad por delante. Pregunto otra vez. ¿Te gustó?

— Me duele mucho, pero me encanta. No sé qué me pasa, me duele y me produce orgasmos intensos. No conté todos los que tuve.

— Te amo. — Esta vez se lo dije sinceramente. Le di un beso en la frente, otro en los labios y la acurruqué.

Así dormimos

A la mañana siguiente era sábado. Yo no trabajaba y ella si trabajaba porque trabajaba en un comercio. Aun dormía apoyada en mi pecho. Miré el reloj. Eran las 9 de la mañana. Me acurruqué a ella. Le hice cucharita. Ella se despertó un poco. Vio el reloj y se asustó. Los sábados trabajaba de 9 a 13hs. Estaba tarde, muy tarde.

— Debo irme. De irme. — Repetía.

— Bueno, vamos— le dije.

— Si, dale. — Hay que despertar a Santino y llevarlo con su abuela.

— Cálmate. — Le pedí — No quieres ir rápido a trabajar yo me quedo con Santino hasta la hora que sales. No hago nada hasta las 15hs que tengo q ir por el auto.

Se sentó sobre la cama, desnuda como estaba, sus pechos apuntaban hacia mi desafiantes. Ella me miró con mucho amor y cariño.

— Eres un ángel. Me estás haciendo amarte demasiado.

Yo la sujeté de su cintura la atraje hacia mí y le di un beso largo.

— Yo te estoy amando demasiado. Ve y vuelve rápido, así Santino y yo no te extrañamos mucho. — Pero avísale a Santino, así no se asusta al verme en la casa. 

— Tienes razón.

Ella se levantó se cambió lo más rápido. Era un festín para la mirada verla caminar primero desnuda, después en ropa interior y luego lista para salir. Caminaba raro al principio, pero luego fue acomodándose.

Estuvo lista, se tiró encima mío y me dio un piquito en los labios

— Cuida a Santino, por favor.

— No te preocupes. Lo haré como si fuera mi hijo.

Al decir eso ella me dio otro beso mucho más intenso que el anterior.

Ella se fue. Ahora que pasaría, ni yo lo sabía. Vi que la puerta se abría y la figura de Santino entraba..

Por Federico M.

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