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miércoles, 24 de agosto de 2022

Cuna de Lobos


“Es mi niña bonita
con su carita de rosa
es mi niña bonita
cada día más preciosa”

Bolero

Prólogo

El padre, sumamente orgulloso de su hija, camina por la plaza principal. La lleva de la mano con su vestido nuevo, zapatitos de charol y una hermosa tiara que enmarca su rostro de felicidad. Camina lento, alardeando ante el mundo, sin palabras, de la mujercita que camina a su lado. La niña se sabe protegida, ese hombre que la guía de la mano es su papá, el hombre más importante de su vida. Un hombre guapo, masculino, musculoso. Es su hombre. Ella es su mujercita.


La gente que se cruza en el paseo matinal se da vuelta a mirar a esta pareja singular. Les brindan una sonrisa las mujeres que ven en ellos una imagen familiar; a él le hacen un leve y conocedor gesto los varones que advierten algo más.

La niña le dice algo a su padre y él se detiene frente a ella. Su dote enmarcada en un par de dockers de color beige queda frente al rostro de la pequeña que lo observa y luego mira al papá, luego lo mira otra vez y vuelve a levantar la vista con una sonrisa pícara.

A ella se le ha antojado un helado y el hombre busca con la mirada una mesa exterior disponible en un puesto frente a la plaza. Ubica una y sienta a la pequeña en sus piernas. Cuando ella está saboreando su helado, una gota escapa de sus labios y el padre la detiene con su dedo que luego acerca a su boquita para que lo chupe.

Ella chupa el dedo para recuperar la crema que estuvo a punto de manchar su vestido mientras mira al padre con sus ojitos brillantes. El padre le acaricia el rostro con el dorso de sus dedos y la mira con amor.

La niña se acomoda en las piernas del padre y en su afán se afirma en su entrepierna. Este, disimuladamente, se acomoda algo entre sus pantalones.

La niña, curiosa, trata de ver qué es aquello que sintió con su mano, pero el padre tiene ahora la suya en ese lugar impidiéndole ver.

La hermosa niña le dice algo al oído al padre. Este se para con ella de la mano y se dirige al baño. Hay dos puertas, una con la silueta de una dama de sombrero alado y otra con la de un hombre con sombrero de copa. El hombre duda un instante, y luego entra en el de varones con la niña de la mano.

En el interior hay un hombre frente a un urinario. El padre dirige a la pequeña a uno de los cubículos y entra con ella. Allí le baja sus calzoncitos y la sienta. Él también necesita orinar. “Sería tan fácil…”, piensa él, para salir luego y ubicarse en el urinario ahora vacío.

Al poco rato otro hombre se para a su lado, comienza a orinar cuando él ya está terminando. Luego el padre se dirige al lavamanos, se asea y seca las manos con papel toalla. Desde el espejo puede ver al hombre terminando de orinar y sacudiendo su miembro. Una idea cruza por su mente.

Se dirige al cubículo donde su hija ya ha cumplido con su necesidad y la ayuda a arreglar su ropa. El baño ahora está vacío. La guía hacia el lavamanos y lava sus manos y las lava de nuevo y una vez más y mira por el espejo. De pronto entra un hombre. Un padre como él seguramente. En sus 40s. El hombre los mira con curiosidad. Luego desenvaina despreocupado. El padre levanta a la niña en sus brazos para que ella lave una vez más sus manos por sí misma. La niña mira por el espejo. El hombre en el urinario ya ha terminado, pero continúa mirando los azulejos de la pared. La niña sigue mirando, el padre la sostiene un rato más. Luego la baja y se dirige nuevamente al cubículo. Le dice algo a la niña en el oído y esta vez entra él mientras la niña espera al otro lado de la puerta.

Desde el interior del cubículo observa desde la rendija de la puerta al hombre que aún está parado frente al urinario. De pronto este se voltea un poco, solo un poco. El padre ve al hombre, pero no logra ver a su hija. Mientras, ella mira con su carita sonrojada lo que el desconocido sostiene en su mano. El hombre mira hacia la entrada. No viene nadie. Entra en el cubículo que se encuentra al costado. El padre espera. Luego se inclina para mirar hacia el cubículo adyacente por debajo de la separación.  El hombre está sentado en el inodoro, sus pantalones abajo, la niña de pie frente a él.

El padre espera un rato. Sus sentidos aguzados. mira de nuevo; ahora el hombre está de pie y los pies de la niña cuelgan al estar sentada en el inodoro. Espera un poco más, hasta que siente un sonido que le parece conocido. Deja pasar par de minutos más y luego hace ruido al ponerse de pie, baja y sube el cierre de la bragueta y simula abrocharse el cinturón. Cuando sale del cubículo la niña lo está esperando afuera. El padre se acerca al lavamanos, espera un poco. Aún nadie sale del cubículo. Espera un poco más. Esta vez sí sale el hombre. Se acerca también al lavamanos. Mira al padre y su hija con curiosidad. Luego, se lava las manos y toma un trozo de toalla de papel y en vez de secarse con él, lo acerca a la niña y limpia unas gotitas que se exhiben como perlas en su cuello. El padre mira la escena y luego le agradece al desconocido. Este se seca las manos y con una venia se despide. El padre toma a la niña de la mano y juntos entran nuevamente a un cubículo. Un rato después ambos salen del baño.

Una hermosa tarde de sol. Un padre y su hija dan un paseo por la plaza principal.

1.

Cuando mi madre se casó con mi padre ella se encontraba en avanzado estado de embarazo. Según me ha contado, los primeros 3 o 4 años de casados fueron de escasez y de mucho trabajo. Mi padre era mecánico (aún lo es). Un hombre muy trabajador que poco a poco fue montando su propio negocio hasta que junto a su hermano puso un taller en la casa que fue de mis abuelos y que quedó para mi madre como herencia. Yo no recuerdo esos tiempos, pero entiendo que hicieron un gran esfuerzo en formar un hogar propio y darme a mí educación.

Así y todo, mi niñez fue de mucha felicidad. Mi padre, José Miguel Lobos, era un hombre muy guapo; alto y trigueño, velludo y de sonrisa amplia. Era conocido por su buen carácter y su amabilidad. Mi tío, Luis Armando Lobos, también era un hombre muy guapo. Casi tan alto como mi padre, pero más delgado. Un hombre de mundo, un tanto misterioso, de personalidad recia. Nunca se casó. Vivía en el segundo piso del taller que construyó junto a mi padre. Cuando pequeña yo era muy apegada a mi tío. Por muchas razones.

También tengo un hermano, José Antonio Lobos. Él es mayor que yo y nació cuando mi papá era muy joven, pero los padres de la chica no permitieron que mi papá se casara con su hija. Sin embargo, cuando el chico creció, buscó a mi papá y comenzaron a construir una relación de padre e hijo. La primera vez que lo vi a él fue cuando yo ya había comenzado a asistir a la escuela y él era un hombre muy guapo, de ojos color de miel y pelo rizado, igual que mi papi, pero su participación en esta historia comienza años después de los eventos principales.

Mi mamá no sabe nada de las cosas que hacíamos y espero que nunca lo sepa. No sé cómo reaccionaría. Aunque ella también tuvo una historia paralela en la que no me voy a extender, solo digo que todos tenemos algo que ocultar.

Tanto mi padre como mi tío dejaron en mí una marca indeleble, pero en un buen sentido. Cuando los veo quisiera volver a ser niña otra vez y revivir los momentos maravillosos que pasé con ellos. Los quiero mucho a los hombres de mi familia; fueron los Lobos de mi niñez.

Cuando yo cumplí 6 años me hicieron una fiesta en la casa. Lo recuerdo como si fuera hoy. Mi madre hizo una torta de chocolate, mi favorita. Tenía de invitados a mis amigos del barrio y en nuestra casa todo era algarabía. Cuando llegó el momento de apagar las velitas, mi tío Luis me sentó en sus piernas en la cabecera de la mesa y todos los demás se ubicaron alrededor. Esa es el primer recuerdo que tengo de su mano entre mis piernas, aferrando firmemente mi conchita. Recuerdo claramente que mientras me sostenía y todos cantaban, el apretaba su mano en mi vulva, oculta a los demás por la posición de la mesa, causándome una sensación que jamás había sentido.

En esa ocasión también estuvo presente mi hermano mayor. Creo que esa fue la primera vez que compartía con nosotros. Ya lo había visto antes, pero él ya tenía 21 años así que yo no le hice mucho caso, aunque sí recuerdo que me miraba con mucha atención y a ratos, cuando lo pillaba mirándome, me dedicaba una sonrisa muy cálida. Él, en esos años, vivía en otro lugar. A esa fecha, mi padre tenía 38, y mi tío era tres años menor, por lo tanto, debe haber tenido unos 35 años.

Mi tío era muy viril y de personalidad suficiente. El típico hombre de experiencia que se muestra ante el mundo con la confianza en sí mismo que le ha permitido ir con certezas por la vida. Muy querendón y simpático conmigo, yo era su única sobrina y sumamente regalona. Siempre me brindó una caricia, una sonrisa, un comentario, un tomarme en cuenta y así se ganó mi corazón. Mi madre se enojaba con él porque siempre me tenía chocolates o me compraba helados sin que ella supiera. Eso sí, yo no tenía permitido visitarlo en su casa. Mi mamá decía que tenía que respetar su privacidad, aunque en realidad ella temía por mi seguridad porque para acceder a su casa desde la mía había una escalera en el patio que daba a su terraza. Era una escalera bien segura, pero yo era muy pequeña para subir por ella sin control de un adulto. En todo caso mi tío pasaba casi todo el día en el taller y almorzaba con nosotros así es que la ocupaba poco de día.

Ya antes de mi cumpleaños mi tío había comenzado a incluir un mayor contacto conmigo, una suerte de código secreto que me gustaba mucho porque indicaba que yo era importante para él y además era algo que solo conocíamos él y yo. Un guiño de ojos, una sonrisa maliciosa, una ligera caricia que para los demás era el típico trato del tío afectuoso, pero para nosotros representaba algo más. Para mí era algo excitante y privado. No lo consideraba algo malo, mucho menos pecaminoso, concepto que ni siquiera conocía a esa edad, sino más bien una suerte de juego entre mi tío y yo.

Esta suerte de íntima complicidad, fue variando sutilmente, profundizándose en ciertos aspectos un tanto indefinibles. Lo cierto es que desde el principio él me abrazaba mucho, me sentaba en sus piernas cuando veíamos televisión en el living, me acariciaba, me prestaba mucha atención, pero eso también lo hacía mi padre y, sin embargo, no advertía en él lo que sí parecía notar en mi tío; algo indescriptible, pero que hacía de su comportamiento algo distinto. Si bien no tenía nada de reprochable, por algún motivo yo lo asociaba a una vaga experiencia que había tenido tiempo antes y eso me causaba una tensión, un deseo de estar con él, de tener su atención, pero a la vez, esa atención me provocaba un nerviosismo causado por algo que a esa edad no lograba elaborar. Contradictorio, lo sé.

Poco a poco, los abrazos fueron haciéndose levemente más apretados, más duraderos; los momentos de compartir en el living fueron incluyendo suaves caricias en mis piernas o apretones para “acomodarme”, sus sonrisas conmigo fueron haciéndose más personales que sociales, y yo comencé a notar que sus atenciones comenzaron a desplazarse más y más a momentos privados; en algún instante se agregó a todo esto lo que algunos conocen como “mano boba”, esa que roza el culo sin intención aparente; esa mano exploratoria que toca, pero no toca; que palpa, pretendiendo no ser advertida; que alcanza tus genitales en forma aparentemente inocua. Indagando reacciones, enseñando que los límites se pueden cruzar sin que pase nada malo.

Esas tácticas predatorias, porque no son otra cosa, seamos sinceros, me crispaban los nervios. En un principio me descolocaba; mi mente infantil no sabía de acosos ni relacionaba este comportamiento con ulteriores intenciones. Pero por algún motivo que no logro explicar, en mi mente vinculaba este comportamiento con una anécdota que me había ocurrido poco antes de conocerlo a él y que referiré más adelante.

Sentía que siempre había una oscilación entre lo que yo suponía genuinas muestras de afecto y aquel comportamiento que recibía de manera diferente y que me provocaban un deseo de estar con él, de ser el centro de su atención, de sentir sus manos en mi piel, de tocarlo. Lo cierto es que todo eso me causaba una tensión que a esa edad no lograba elaborar.

Cuando cumplí 6 años y sentí su mano en mi conchita por primera vez, ya tenía una rudimentaria noción de que mi relación con mi tío era, de algún modo, algo que debía mantener en secreto. ¿Por qué si lo que hacía no era nada explícitamente sexual? Es que allí radica el misterio de la seducción. En tender una red, capturarte y lograr que nunca, ni siquiera cuando has caído, te des cuenta de lo que ocurrió. Eso fue lo que me pasó a mí. Caí prontamente en la red que mi tío tendió y, como si eso no bastara, me transformé en coadyuvante inocente de mi propia seducción.

—“A ti siempre te gustó, Dorita, lo buscabas” —me repetía en años posteriores, instalando así la responsabilidad en mí.

¿Qué tío no ha tomado en brazos a su sobrina querida con sus manos posadas en su traserito? Que la mano que te sostiene te apriete una nalga, primero suavemente, mientras conversa con los demás, no debería significar nada, porque a fin de cuentas hay más gente alrededor, ¿no?, pero cuando la presión de los dedos se hace más evidente, más íntima, y además a ti te gusta, la señal que decodifica tu cerebro es una de placer, es una señal de cariño que te hace disfrutar, anhelar que ocurra más seguido, esperar con ansias la siguiente vez. Y esta llega de variadas maneras: una vez fue la mano en el culo; otra, el besito que alcanzó la comisura de tus labios; otra más, el aprovechar la altura para abrazarte de pie y hacerte notar que allí tienes algo que tiene vida propia.

En fin, mi tío hacía todo eso y más. Y yo anhelaba que él continuara profundizando esa sensación de vértigo que me producía el estar junto a él. Mi deseo se confundía con la vergüenza, con los nervios, con la incerteza de que eso fuera real. ¿Y si en realidad nada fuera como yo lo imaginaba, sino que simplemente mi tío era muy cariñoso conmigo?, ¿y si no era más que su forma de demostrarme su cariño? ¡Ay!, yo esperaba que no fuera así, sino que él en realidad jugaba conmigo a los secretos, aunque nunca me lo había dicho de ese modo. Hoy que soy una mujer adulta me doy cuenta de que, en mi interior, yo esperaba que él me siguiera guiando en ese camino de descubrimientos.

Uno de esos descubrimientos fueron los pelos. Mi tío, al igual que mi padre, era un hombre de torso velludo, con brazos y piernas oscurecidos por su pilosidad, y esa característica por alguna razón me fascinaba. Cuando, ya fuera mi tío o mi papá, me sostenían en sus piernas en el living con un brazo cruzando mi pecho, yo me deleitaba pasando mis dedos por los vellos de sus brazos; ello me producía una infantil excitación, un cosquilleo sutil y placentero que mi tío advertía y, lo supe después, mi padre también.

En oposición a lo que se podría creer, yo era una chica muy pudorosa. Era la única niña de la casa y mi madre me había enseñado a no mostrar de más. Sin que mamá lo dijera, entendía que debía guardar recato ante los hombres. Mi padre a veces se cambiaba descuidadamente ante mí y me causaba un escozor verlo en slips, casi desnudo. Me avergonzaba, pero a la vez me atraía. Mi padre era muy atractivo, de piernas musculosas y espaldas anchas; jugaba al futbol junto a mi tío en el equipo del barrio. En cuanto a mi tío, en más de una ocasión lo vi semidesnudo tendiendo ropa o tomando sol en su terraza; desde abajo se veía como un artista de cine o así lo veía yo.

Por ese entonces, comencé a fijarme más en mi papá. Probablemente ya había cumplido 7 años. Era una cría inexperta que ni siquiera entendía sus propios sentimientos respecto de las cosas que le excitaban. No sabía qué me ocurría, no sabía por qué me atraía mirar a esos hombres que habitaban mi casa, sentía un extraño ardor al verlos semi desnudos y recordaba sensaciones pretéritas que no lograba fijar en ninguna imagen permanente.

Un sentimiento comenzó a apoderarse de mí que venía de antiguo. Antiguo, en un sentido infantil, claro está. Ya antes comenté que el comportamiento de mi tío solía asociarlo a una vaga experiencia que había tenido en algún momento. Tenía unos 4 años y recuerdo que me celebraron el cumpleaños. Aún vivían mis abuelos.

Mi padre, en ese entonces, tenía 36 años y usaba barba. Esa fiesta continuó de noche con los adultos y en algún momento él salió a la puerta de la calle con otros amigos y familiares a fumar y cuando entró se encontró conmigo en el corredor. Me tomó en brazos y preguntó si lo quería. Tenía olor a cerveza, pero eso no me molestó; no era la primera vez que lo veía así.

—Sí —le dije yo, porque no se me ocurrió qué más decir.

Entonces él me dio un beso en la mejilla y luego me pidió que yo le diera uno a él. Cuando lo besé, su barba de días me picó y llamó mi atención, por lo que me puse a jugar con sus pelitos. Él volvió a darme un besito, esta vez en los labios, lo que se llama un piquito y yo lo abracé del cuello y le di un beso bien apretado como a veces hacen los niños. Él me miró con sorpresa y luego miró hacia ambos lados del pasillo y me besó de vuelta, esta vez acariciándome el culo; sentí la diferencia, una urgencia, algo distinto. Un dedo hurgó entre mis nalgas y avanzó hacia mi conchita caliente y la tocó como de casualidad. Luego me bajó. Si alguien hubiera pasado por ahí en ese momento solo habría visto a un padre amoroso y su hija querida ¿Puede haber algo más inocente? Un hombre que carga a su hija que recién está cumpliendo 4 años, que la besa y le pide que le diga si lo quiere no podría ser considerado sino como un acto de ternura, ¿verdad? Sin embargo, en el afán de ser fiel a mis recuerdos, de algún modo aquella escena se fijó en mi mente como algo escondido, quedó una sensación de que mi padre quiso que ocurriera algo, pero luego se arrepintió y lo menciono porque realmente ese instante me quedó grabado como la primera vez que tuve contacto con un hombre adulto que, aunque tiendo a creer que estuvo desprovisto de intención sexual, no lo olvidé y cuando mi tío comenzó los juegos de seducción conmigo, yo vinculaba las sensaciones que me provocaba él con aquellas que con el tiempo fui creando en torno a esa anécdota que acabo de mencionar.

Sé que puede ser difícil de entender, pero la mente humana tiene complejidades que no son fáciles de explicar.

La seducción continuó por un tiempo con acciones que cada vez eran más evidentes y, por lo tanto, ya no era posible encontrarles justificación: las “manos bobas” se transformaron en manos expertas y las caricias en el culo tornaron en agarrones bien dados; los besos en las comisuras de los labios perdieron su inocencia, pero por un largo tiempo, la abierta intención y simulada casualidad, coexistieron.

Tal vez sea necesario aclarar que la seducción por parte de mi tío no fue, en mi opinión, un acto deliberado, sino más bien un desarrollo de acontecimientos que por su naturaleza anclada en los deseos más profundos no siempre fueron planeados. En las cosas que ocurrieron en esa primera etapa en que él trataba de llevarme al plano sexual, había un modo tácito de actuar que no le permitía hablar abiertamente de ello. Y eso ocurría simplemente porque no sabía cómo hacerlo o prefería fundirlo todo en una supuesta naturalidad.

Mi madre cumplía turnos en un supermercado; de mañana a tarde o de tarde a noche, cuando trabajaba en la bodega, pero cuando le tocaba turno de reponer mercaderías entraba a las 12 de la noche y regresaba en la mañana. Según el turno que tenía, a veces era ella y otras veces mi padre quien me llevaba a la escuela. Y en la casa había una señora, de nombre Charo, que ayudaba con el aseo y el almuerzo. Ella iba solo unas horas en la mañana y se retiraba pasado el mediodía, pero solo cuando mi mamá tenía turno de noche o de mañana que era dos o tres semanas en el mes.

En las tardes en que mi madre estaba trabajando yo solía pasar bastante tiempo en el taller con mi papá, pero a veces me quedaba sola en la casa que tenía acceso al taller desde el patio. En algunas ocasiones en que el trabajo estaba flojo o simplemente porque querían, uno de los dos, mi padre o mi tío, me acompañaban en la casa y veíamos una película juntos.

Una tarde fue mi tío quien apareció con una bolsa de popcorn y me dijo que íbamos a ver una película. Traía un video de “Liberen a Willy”. Nos instalamos en el living, sentados uno al lado del otro. Él se había sacado el overall de trabajo y vestía unos shorts de correr y zapatillas. Yo andaba con un vestido holgado ya que era un día de calor. Él pasó un brazo por mis hombros y comenzamos a ver la peli. Su mano posada en mi cadera jugaba con mi vestido. En un momento, distraídamente, corrió su mano derecha hacia mi pierna y con su otra mano tomó la mía y la llevó hacia su cuerpo. Mi mano quedó en su entrepierna. Así estuvimos un buen rato.

Al rato después él se paró y se fue al baño. Ahora entiendo que seguramente cuando no pudo aguantar más se fue a masturbar. Pero al menos lo que ocurrió fue un inicio de lo que pasaría después.

Mi sensación era de saber y no entender. Sabía lo que él estaba haciendo, pero no lo entendía por completo. Era como entrar en una “dimensión desconocida”. Sabía lo que él hacía en el detalle, pero no sabía por qué ocurría eso en lo general. Me asustaba sentir tantas cosas contradictorias, pero quería que siguieran ocurriendo. Y siguieron ocurriendo.

De algún modo yo sabía que eso no se podía repetir a diario, pero soñaba con que apareciera por la puerta en las tardes en que estaba sola.

Una tarde fue mi papá quien apareció. Se duchó y me dijo que dormiría un poco en la tarde. Yo me quedé en mi cuarto, pero harto rato después quise ver si mi padre estaba viendo televisión en su pieza y me dirigí al suyo.

A diferencia de esa primera vez con mi tío, mi papá no hizo nada que pudiera considerarse inapropiado, pero estoy segura de que a esas alturas él debe haberse dado cuenta que las cosas habían comenzado a avanzar inexorablemente por un camino que no podría ser desandado.

Por mi parte, los deseos que mi tío había despertado en mí hacían que mi propia percepción de las cosas estuviese desdibujada. Sabía que mi tío hacía cosas “prohibidas”, pero mi imaginación trasladaba también estos actos a los de mi padre que, siendo similares, no cabían en la misma categoría de lo prohibido. Había una sutil diferencia entre el abrazo de mi tío y el de mi padre; entre los besos de uno y de otro; entre las intenciones de uno y de otro; sin embargo, yo solía borrar esa tenue línea y en mi mente confundía frecuentemente las acciones de cada uno. Eso hacía que si mi padre me besaba esperaba que fuera más allá y creo que él se daba cuenta de que a mis 7 años yo tenía deseos sexuales que lo involucraban, pero él no actuaba en respuesta a ellos. No todavía.

Nunca le pregunté a mi papá qué es lo que él sentía en esos momentos. Yo supongo que quería, pero se resistía. Y tal vez ese sería el mejor resumen de lo que hasta ahora he contado:

Yo deseaba, mi tío perpetraba, mi padre se resistía.

2.

La primera vez que visité la casita de mi tío en el segundo piso fue porque me lo pidió mi papá. Fue una tarde en que me encontraba con ellos en el taller y a mi tío se le olvidó el celular y cuando quiso ir a buscarlo y viendo mi papá que él estaba ocupado con un auto, me dijo que mejor fuera yo y que él llamaría para que supiera dónde estaba.

Cuando subí me sentí muy emocionada de estar en ese espacio que me había estado vedado. Era un lugar simple, con un estar, televisión y a un costado el dormitorio. Cuando vi la cama me quedé parada pensando que ahí era dónde dormía él. Sin pensarlo, me senté en esa cama y luego me acosté en ella. Las sábanas tenían su olor. Al mirar por la ventana me di cuenta de que se podía ver parte del living de mi casa.

El sonido del celular me sacó de mis pensamientos. Estaba sobre el velador. Lo tomé y bajé con él.

Mi madre ignoraba por completo lo que me ocurría. Con ella yo era la hija de siempre: estudiosa, cariñosa, inquieta. En realidad, mi personalidad era la de siempre en toda circunstancia excepto aquellas en que estaba con mi tío porque sabía que con él sentiría “cosas” que con los demás no.

Un punto de quiebre en este estado de cosas ocurrió en las celebraciones de fiestas patrias. Los trabajadores del taller quisieron celebrar con sus familias y mi padre ofreció su patio ya que allí tenía un quincho para asar carnes. Los trabajadores con sus señoras y sus hijos llegaron temprano para engalanar el lugar y hasta algunos vecinos fueron a ayudar invitados por mi papá. Mi mamá tuvo harto trabajo porque como eran días feriados, la señora que ayudaba en la casa no estaba.

Todo el día fue de ajetreo y con harta música típica. Los niños tuvimos juegos y bebidas, los mayores estaban bien abastecidos de alcohol, carnes y platos varios. Las mujeres iban de un lugar a otro. Un día magnífico que todos, adultos y menores, disfrutamos mucho.

En la noche, los hombres estaban todos tomando y algunos ya ebrios. Mi mamá se ofreció para ir a dejar a una de las señoras con sus hijos ya que su esposo quería continuar bebiendo y no estaba en condiciones de conducir. Otra de las señoras iba en su propio auto y se retiró con los niños y dejó también a su esposo. Al final, quedaron en el patio, mi papá, mi tío, los dos trabajadores: Orlando, que era mayor que mi papá y Humberto que era como de la edad de mi tío, y dos vecinos. Yo me quedé en la casa sola viendo televisión porque no me quería acostar mientras no volviera mi mamá.

Mi tío entró a la casa para ir al baño que le quedaba más cerca que subir al suyo. Estaba un poco mareado, pero igual me hizo un cariño en el pelo cuando pasó por el living.

Allí fue cuando tuve el impulso de verlo. Esperé un rato y luego lo seguí, pero tenía la puerta cerrada y no pude verlo. Mi tío justo salió del baño cuando yo estaba ahí y solo se me ocurrió decirle que quería usar el baño. Él dudó un segundo, pero cuando se disponía a entrar conmigo, justo apareció mi papá que también quería usar el baño. Mi papá nos dio una mirada un poco extraña, pero no dijo nada. Yo entré y no hice nada, pero esperé un minuto y luego salí y entró mi papá. Mi tío ya se había ido al patio.

La celebración continuó hasta altas horas de la noche. Mi mamá me mandó a la cama y yo me puse a pensar en todas las cosas que sentía. Seguramente a esa edad no me daba cuenta cabalmente, pero estaba consumida por la calentura. Me hubiera gustado vérsela a mi tío. También pensaba en mi papá o en los otros hombres que estaban bebiendo en el patio, pero nada de eso ocurrió y eso me tenía frustrada.

También pensé en que mi papá me había mirado raro cuando estaba con mi tío en la puerta del baño y me puse a pensar en cómo sería si él me hiciera lo mismo que mi tío. ¡Tenía tantas ganas! Además, supongo que por influencia de la televisión, desde hacía poco sentía una urgencia por saber cómo sería que me dieran un beso. Esto lo sentía en especial con mi papá.

Una cosa más que ocurrió aquella noche de fiestas patrias, ocurrió poco después de que volviera mi madre. Cuando ella llegó me hizo ir a la cama, pero yo quería despedirme de mi papi por lo que salí al patio para darle un beso. Antes de que pudiera hacerlo, mi tío me acercó hacia él y tomándome de la cintura me dijo que primero tenía que despedirme de él y antes de que pudiera hacer nada, me dio un besito en los labios dándome una nalgada delante de todos. Fue muy rápido, pero sentí muy rico cuando juntó sus labios con los míos, a pesar de que tenía olor a cerveza.

Entonces me volví hacia donde estaba mi papi y me paré entre sus piernas y me abracé a él. Él me dio un beso en la frente, pero luego, en un arranque me tomó de la cintura y me sentó en sus piernas.

—¿Cómo está mi bebé? —me decía en su embriaguez—, ¿cuánto quiere a su papito?

—¡Mucho! —le decía yo.

En ese momento sentí su mano en mi culito. Me apretó una nalguita por sobre el calzón y luego la acarició.

—Deme un besito —me dijo y en eso mi madre me llamó para que me fuera a acostar. Le di un beso que él, tomándome del mentón redirigió hacia su boca y recibí su beso en los labios. La sensación que tuve con mi tío se repitió exactamente con el beso de mi papá.

Don Orlando y Humberto nos miraban sonriendo.

Después de eso, de un salto me paré y salí corriendo hacia donde estaba mi mamá.

El día siguiente era domingo y mi mamá se levantó temprano y se puso a limpiar el patio. Había mucho qué hacer, pero mi papá no se levantó. Y mi tío tampoco. Yo ayudé a mi madre a llevar fuentes y platos sucios al lavadero al lado del asador. Y ella se dedicó gran parte de la mañana a barrer, lavar y dejar el patio limpio.

Como dije antes, esa celebración la considero como un punto de quiebre en mi vida y la verdad es que no pasó nada ese día, pero la razón de por qué la considero una fecha primordial es que a partir de ese momento se desencadenaron varios hechos fundamentales:

El tercer día de fiestas mi mamá me despertó para desayunar porque ella tenía turno para trabajar. Era el último día feriado, pero por eso mismo le pagaban en forma extraordinaria por trabajar unas pocas horas. Yo me levanté con mucho sueño y cuando mi mamá se fue se me ocurrió meterme a la cama con mi papá. Al contrario de lo que se podría creer, a pesar de todo lo que estaba sintiendo, esa mañana solo quería estar calentita con mi papá y dormir un ratito más.

Mi papá ni sintió cuando me acosté a su lado y yo me quedé dormida.

Desperté cuando mi papá me tenía abrazada en cucharita y me había bajado el calzón mientras con una mano me acariciaba la conchita. Me quedé quietecita, emocionada. Mi papi me estaba frotando un dedo húmedo por toda la rajita. Lo sentí tan rico que ahogué un gemido, pero no pude evitar un temblor en mi cuerpo.

No sé si mi papá estaba dormido o no, pero cuando sintió que me moví reaccionó y se retiró. Se puso de espaldas y dejó de tocarme.

Entonces yo hice lo mismo que había hecho tiempo antes y me di vuelta y lo abracé con los ojos cerrados, puse mi cabeza en su pecho y la mano en su barriga peludita y se la comencé a acariciar muy despacito.

Mi papá entonces me dio un beso en la frente, pero dejó que yo siguiera jugando con sus pelitos. Yo comencé a bajar mi mano poco a poco, primero un dedo, después otro, tanteando el terreno, quería saber si mi papá me iba a quitar la mano, pero no lo hizo, me dejó continuar. Fue como continuar aquello que había comenzado una vez y que no había llegado más allá.

besito en los labios sin decir palabra. De ahí en adelante nos dimos besitos varias veces, hasta que sentí su lengua en mis labios y yo los abrí instintivamente. Mi papá metió la lengua en mi boca y jugueteó con la mía. ¡Qué rico sentí los besos de mi papá! Quería que siguiera más y más. Yo también aprendí a meterle la lengua y me sentía la niña más dichosa al estar así con mi papá. De pronto sentí su dureza encerrada en el slip. Primero la sentí en la pierna, pero luego mi papá me acomodó de forma que todo el bulto duro quedó tocándome la conchita. Él la apretaba fuerte y se restregaba en mí, pero yo quería tocarla por lo que llevé mi mano hacia abajo y ahora sí, como pude la metí entre nuestros cuerpos y la toqué por sobre el slip. Mi padre entonces se separó un poco de mí y sin más se bajó sus interiores dejando libre el pico y las bolas. Tenía la pichula durísima y yo no podía más de la emoción y la calentura. Ya no había nada que disimular, la rodeé con mis dedos y toqué por primera vez en mi vida la verga de mi padre. La agarré como pude y la apreté en mi mano.

Mi padre levantó las piernas y terminó de sacarse el slip. Cuando hizo eso, las sábanas se levantaron lo suficiente para ver lo que tenía en mi mano y realmente era algo que me hizo arder la cara de la emoción. Era una verga gruesa, de cabeza violácea que emergía de un manchón de pelos. Yo la tenía agarrada por el centro y aún sobraba mucho del tronco por la base y por la punta.

Mi papá, viendo mi interés por la pichula, se acostó de espaldas y me dejó manipularla libremente. Luego de un rato, él se subió un poco hacia el respaldo de la cama quedando a medias sentado y mi cabeza muy cerquita del pico.

Mi papá puso su mano en mi cabeza y me dijo:

—Chúpalo, te va a gustar. Dale un besito.

Yo lo escuché sin quitar la vista del miembro portentoso que tenía en mi mano. Lo observé con atención. Era un pene moreno, venoso, tenía como un tubito que corría a lo largo del tronco hasta llegar a los cocos que estaban cubiertos de pelos oscuros y eran como dos pelotas de esas de tenis, pero más chicas y la piel que los cubría se veía muy arrugada. El pico tenía una cabeza amoratada y soltaba un juguito que ya me llegaba hasta la mano con que lo sostenía.

—¿Qué es eso que sale por la puntita? —le pregunté a mi papá con una inocencia que debe haber sonado totalmente fuera de lugar.

—Pruébalo. Es el juguito que sale antes de la leche.

—¿Qué leche? —pregunté curiosa.

—Si lo chupas bien, el pico da una leche especial para las niñas —dijo mi papi—, dale un besito y luego métetelo bien adentro.

No lograba imaginar eso, pero quería probar y sin decir nada más acerqué la boca a la punta del pico. Lo sentía caliente y como con una consistencia dura, pero gomosa. Como un juguete de goma. Era algo magnético, no podía quitarle la vista de encima y así, como en cámara lenta, me lo eché a la boca.

Primero le di un beso como me dijo mi papi e inmediatamente después chupé la cabecita. Mi papá emitió un ruido entre los dientes de puro gusto.

—Así, chúpalo más, mételo bien adentro —me instruyó mi papá y eso hice.

—¡Ahhh, Doriiita!, ¡qué rico! —escuché a mi padre nuevamente. Su voz sonaba lejana.

Tomó mi cabeza con ambas manos y enseguida comenzó a bombearme el pico en la boca que me causó una arcada. Ahí se detuvo un segundo, pero luego siguió metiendo y sacando la pichula cuidando de no meterla tan adentro. Al principio yo no sabía cómo hacer para no dañarlo con los dientes, pero a él no parecía importarle.

De pronto me dijo que lo tragara todo. Yo pensé que se refería a que me tragara el pene y no supe qué hacer porque eso era imposible, sin embargo, no alcancé a pensar mucho en eso cuando eyaculó en mi boca con borbotones calientes que me sorprendieron mucho. Como no sabía qué era, me dio mucho asco, casi me vomito ahí mismo y retiré la cabeza con fuerza y escupí en la sábana lo que aún tenía en la boca.

—¡Te hiciste pichí! —le grité a mi papá y este, un poco asustado, me dijo que no, que eso era leche y me mostró lo que había caído en su barriga. Yo aún no entendía qué era eso, pero mi papá retiró un poco con los dedos y se los llevó a la boca y los saboreó.

—¿Ves que no es algo malo? —me dijo—. Es leche; si la pruebas, te va a gustar.

Yo no quedé muy convencida, pero al menos ya sabía que no era pichí.

Hasta ese momento yo todavía estaba con una camiseta de pijama y mis calzones, pero mi papá repentinamente retiró bien la sábana y me sacó la ropa. Cuando me tuvo desnuda me tomó por la cintura y literalmente me sentó sobre su cabeza con mi chorito en su boca.

Creí morir de gusto. Nunca había experimentado algo así. su boca caliente en mi chorito me hacía estremecer. Pasaba insistentemente la lengua por una parte de mi concha que me hacía temblar de calentura. Era como si allí tuviera un botoncito que me daba electricidad. ¡Tenía tanto que aprender! En ese instante supe que eso era algo que quería sentir siempre. Cerré los ojos y me dediqué solo a disfrutar de las sensaciones que eso me producía.

Lo que pasó enseguida fue un shock. De pronto mi padre me tiró violentamente en la cama y se sentó intentando cubrirse. Yo no sabía qué había pasado, pero cuando quise darme cuenta, mi padre había saltado al piso y salió corriendo fuera de la habitación. Yo me vestí asustadísima. Veía que en cualquier momento mi mamá aparecía por la puerta con un cinturón para pegarme. Me fui corriendo a mi cuarto y me encerré.

El rato que pasó se me hizo una eternidad. Me vestí y me quedé sentada en la cama llorando. Al rato después mi papá me golpeó la puerta y yo no quería abrir.

—¡Hija, ábrame la puerta! —me dijo en un tono que no supe si era de enojo o de calma.

Como me di cuenta de que no era mi mamá, abrí. Mi papá ya se había puesto un short, aunque aún estaba a torso desnudo.

Entró sin decir nada y solo se sentó a mi lado y me abrazó con mi cabecita en su pecho.

—Shhh —me consoló—, no pasa nada, cálmese. No pasa nada.

Yo sollozaba porque no sabía si mi mamá me iba a pegar o qué. Entonces mi papá me dijo:

—Cálmese, séquese las lágrimas mire que si su mamá la ve así va a querer saber qué pasó.

En ese momento lo miré y le pregunté:

—¿No ha llegado mi mamá?

—No, tontita, no era su mamá. Tranquilita.

—¿Y entonces…?

—Era el tío Luis, pero él no va a decir nada. Tranquila.

En ese momento me volvió al alma al cuerpo. El tío Luis nos había visto, pero se me ocurrió que eso no era algo malo. No pasó mucho rato después del susto y el llanto en que ya me encontraba imaginándome muchas cosas que podrían pasar.

Mi papá me tomó de la mano y me llevó al baño para lavarme la cara y después fuimos al living donde el tío Luis estaba viendo televisión. Cuando me vio me extendió los brazos.

—Venga a saludar a su tío, mi niña hermosa —me dijo.

Yo fui y le di un besito y él me abrazó bien fuerte. Mi papá estaba parado a un lado. Luego mi tío tomó mi cara con sus manos y me dio un piquito.

—¿Está bien, mi amor?

—Si, tío —le dije y él me sonrió.

—Qué bueno, mi amorcito. Su papá y yo la queremos mucho, mucho—. Yo sonreí y miré a mi papá que también nos miraba sonriendo.

Cuando llegó mi mamá, encontró a mi papi y a mi tío cocinando y yo ya tenía la mesa puesta para almorzar.

Por varios días no hubo ningún encuentro nuevamente. Mi tío me miraba con ganas; a veces, cuando solo yo lo veía se agarraba el paquete y me sonreía. Mi papá seguía su rutina de siempre, pero ahora ninguno de los dos venía en las tardes cuando mi mamá no estaba, aunque yo sí pasaba mucho tiempo en el taller. Había un trabajador en especial que me gustaba mucho, era nuevo y muy joven y guapo. Mi papá una vez se dio cuenta que yo lo miraba mucho y a solas en la casa me dijo que los trabajadores y cualquier hombre que no fuera él o el tío quedaban absolutamente prohibidos. Fue la primera y única vez que me habló así de claro respecto a ese tema. Yo entendí de inmediato que esa era una línea que no podía cruzar, pero a ratos me pillaba sin querer mirando a ese joven y me imaginaba muchas cosas.

Mi tío también se dio cuenta que él me atraía porque una vez me descubrió mirándolo cuando estaba trabajando con el overall abierto y me sonrió y me hizo un gesto con un dedo que quería decir que no, pero no lo hizo serio, sino que sonriendo.

No ayudaba el hecho de que el trabajador era muy simpático y siempre que me veía me hacía bromas o me desordenaba el pelo, pero yo solo sonreía y lo miraba no más. El problema para mí es que después de todas las cosas que habían pasado, yo andaba pendiente de todos los hombres, no solo de mi papá y de mi tío. Ahora miraba a los trabajadores con otros ojos y también a los profesores y vecinos. Pero no quería que mi papá se enojara conmigo.

Otra persona que también me miró de una manera reveladora fue un cliente de mi papá que yo había visto un par de veces. Él era un hombre muy distinguido que solía llevar el auto al taller para afinarlo. La primera vez que lo vi, me llamó la atención porque iba muy bien vestido y se notaba que era un señor elegante.

La primera vez que lo vi me sonrió con mucha simpatía y luego se quedó conversando con mi papi. La segunda vez que fue, yo no estaba cuando dejó el auto, pero alcancé a verlo cuando se iba. Él también me vio y me saludó con la mano en alto y se sonrió. Debo reconocer que él me provocaba algo que no sé definir muy bien, pero me gustaba y creo que yo también le gustaba a él.

Para esa fecha, otra distracción para mí fue que la señora que ayudaba a mi mami en el aseo y el almuerzo tenía un hijo que a veces la acompañaba. Tenía como 14 años y se llamaba Jorge. Era muy simpático, pero yo lo miraba como un niño grande. Le decíamos “Choche”.

A esas alturas yo todavía desconocía muchas cosas, pero una cosa había aprendido con mi papá y con mi tío: a darme cuenta de cuando alguien me miraba con ojos de hombre como el cliente de mi papá. También lo vi una vez en don Orlando, uno de los trabajadores de mi papá en las fiestas patrias. No es que él haya hecho algo, pero yo sé que me miraba de una manera distinta a como miraba a sus hijas; y otra vez lo noté en Choche, el hijo de la señora Charo. Y si no fuera porque me estaba vedado, yo los habría mirado también de otra manera, pero no podía. Sin embargo, una vez que Choche estaba en la casa, yo quise sacar unas galletas de un mueble alto y cuando estaba acercando una silla él me dijo:

—¿Te ayudo yo? —Y en vez de sacarlas él que no necesitaba la silla, me tomó en brazos para que yo las sacara y cuando me bajó me restregó el pico por la barriga y el pecho. No lo tenía parado, pero yo sentí el bulto. Cuando me bajó me sonreía maliciosamente, pero yo no podía hacer nada. La señora Charo estaba limpiando en el living y él me llamó a un rincón de la cocina donde podía ver a la mamá por la ventana. Él me preguntó si quería jugo y me sirvió en un vaso y me hizo sentarme en la mesa. Luego se paró a mi lado donde podía ver a su mamá, pero si ella miraba solo lo podía ver desde el pecho para arriba.

Entonces se comenzó a tocar su verga erecta que ya abultaba a un costado y mientras tanto me hablaba preguntándome cosas como si fuera la cosa más natural del mundo. Yo no decía nada, pero estaba atenta a sus manos y lo que estaba haciendo. Su miembro había crecido hasta dejar a la vista un tubo cilíndrico en su pantalón que brincaba bajo la tela de los jeans. Estaba completamente erecto y mirando por la ventana, me dijo que lo tocara. Yo no solo lo toqué, sino que traté de bajarle el cierre, pero se puso nervioso y tomó mi mano y se retiró quedando de espaldas a la puerta de la cocina.

La señora Charo entró entonces y me vio tomando jugo y comiendo galletas y continuó con sus labores. Choche sacó una galleta y se sirvió también un vaso de jugo. Yo me quedé pensando en lo dura que se la había sentido, aunque mucho más pequeña que la de mi papá o la de mi tío.

3.

Los domingos eran días de fútbol para mi papá y mi tío y mi mamá se sorprendió mucho cuando yo empecé a insistir en que fuéramos a verlos jugar. Ellos iban temprano y al regreso mi papá iba a la feria con mi mamá. A mí me empezó a gustar que fuéramos todos porque también jugaban los trabajadores y me gustaba verlos todo sudorosos. Cuando terminaban de jugar, generalmente usaban shorts o pantalón largo de deporte. Ambas prendas de vestir eran mis preferidas por dos razones: cuando usaban shorts, yo podía sentarme al lado de mi papá o de mi tío y tocar sus piernas peludas. ¡Adoraba eso!; pero, por otro lado, cuando usaban pantalones largos de deportes, sus miembros marcaban un bulto que me encantaba observar.

Al principio mi padre no se daba cuenta de cómo me atraía verlo así, pero después de lo que ocurrió siempre que me pillaba mirándolo acentuaba el bulto o, si nadie lo veía, se lo marcaba con la mano para mi deleite. Cuando me sentaba a su lado, solía poner una mano en su pierna muy cerca de sus partes y si bien él pronto tomaba mi mano entre la suya impidiéndome acercarme demasiado, tampoco parecía darle mucha importancia. Ambos sabíamos lo que yo quería, pero él tenía más experiencia para no dejar que las cosas se salieran de su control.

Mi madre decía siempre que mi papi y mi tío me tenían demasiado consentida y era cierto, ambos a su manera me malcriaban y a mí me gustaba mucho. ¡Claro que si ella hubiera sabido hasta donde llegaban los mimos no sé qué hubiera pasado!

Un sábado por la noche mi papá y mi tío se quedaron tomando en el patio hasta tarde con sus amigos. En esos días supongo que el campeonato de fútbol había terminado porque no tenían que ir a la cancha el domingo, pero mi mamá se levantó temprano y a media mañana me pidió que fuera a despertar a mi papá porque tenían que ir a la feria y se estaba haciendo tarde. Yo partí rauda, pero este ya se había levantado. Cuando entré a su pieza, venía saliendo del baño cubierto con la toalla, pero como yo ya estaba interesada en esa parte de su cuerpo, lo miré y se le notaba un bulto en el centro. Mi papi se veía muy apuesto, él era un hombre muy masculino y verlo hizo que sintiera cosas a las que todavía no me acostumbraba. Cuando lo miré a la cara, él me estaba mirando fijamente y aún estuvo un rato más así, sin impedirme mirarlo.

—¿Y la mamá qué está haciendo? —me preguntó.

—Está en la cocina. Me mandó a despertarte para ir a la feria —le dije.

Él se acercó a la puerta y miró por el pasillo y sin apuro se sacó la toalla. Luego se dio vuelta y lentamente avanzó hacia la cama donde tenía su trusa lista para ponérsela. Además de shorts y una playera. Su pene se bamboleó de un lado a otro.

—Bueno —me respondió—, ya estoy casi listo—. Y acto seguido se subió el bóxer dejando a la vista por un instante sus nalgas peludas. Luego se puso el short y la playera y me extendió los brazos. Yo me acerqué y él me abrazó y puso su cabeza en mi hombro y me dio besitos en el cuello. Su cara áspera me dio cosquillas. Olía a loción de afeitar.

—¡Cuánto te quiero, mi bebé! —me dijo. Yo creí morir de felicidad. Luego me dio un beso de lengua y me dijo:

—Ahora no podemos, mi amor, esperaremos a que no esté su mamá, ¿sí?

—Sí —le dije yo en su oreja.

Luego salimos al patio. Mi mamá ya nos estaba esperando. Mi papá preguntó si mi tío no había bajado aún y mi mamá respondió que no. Que de seguro aún estaba durmiendo.

Entonces yo le pregunté a mi mamá si me podía quedar en la casa, pero mi mamá no estaba muy convencida de que me quedara sola. Al final mi papá intercedió y mi mamá accedió a que no los acompañara, pero mi papá antes de salir llamó por el celular a mi tío avisándole que yo me iba a quedar sola, para que bajara a cuidarme. Cuando lo escuché sentí que mi corazoncito dio un saltito.

Al poco rato apareció mi tío por la terraza y le dijo a mi papá que yo subiera a ver televisión, que él quería dormir un rato más. Curiosamente mi mamá fue la primera en aceptar y me pidió que subiera al piso de mi tío con la advertencia de que viera televisión a bajo volumen para que no lo molestara. Al parecer, subir a la casa de mi tío ya no estaba tan prohibido.

Una vez que subí mi tío encendió el televisor y me dijo que él iba a dormir un ratito más. Luego entró al dormitorio y por un buen rato no supe de él. Cuando escuché un ruido nuevamente fue porque él había entrado a ducharse. Tuve la intención de ver si tenía la puerta abierta como la vez anterior cuando lo vi en el baño, pero no me atreví y de pronto ya estaba vestido con un short y con el pecho desnudo y se sentó a mi lado. Tenía un olorcito muy rico y yo me pegué a él. Entonces él pasó un brazo por sobre mis hombros y me abrazó. Cuando hizo eso, me acordé de esa vez en que estábamos en mi casa y vimos “Liberen a Willy”, pero esta vez no hizo nada, sino que vimos juntos una serie un rato y cuando terminó me tomó de la cintura y me sentó encima de él y me abrazó.

—¿Qué quiere, mi amor? —me dijo.

—Nada —le dije yo.

—Deme un besito —me pidió.

Yo le busqué la cara para darle un beso, pero él movió la cabeza y buscó que le diera un besito en los labios y yo me reí, pero él siguió serio y me buscó los labios y me dio un besito largo, pero de solo tocar los labios, nada más. Luego se separó un poco de mí y me miró a los ojos. Yo no sabía qué quería, pero me acordaba de las dos veces en que había hechos cosas “secretas” conmigo y tenía muchas ganas que hiciera algo más, pero no sabía cómo pedírselo. Más bien, no quería pedírselo, lo que quería era que él lo hiciera sin que yo se lo pidiera. Que me tocara o que tomara mi mano y me hiciera tocarlo como esa vez en el living, pero no hizo eso.

Me volvió a dar un beso, esta vez me pidió, en un susurro apenas audible, que abriera los labios. Entonces metió la puntita de la lengua y me dijo que hiciera lo mismo y yo le metí la puntita de mi lengua entre sus labios. Después él metió su lengua bien adentro y comenzó como una lucha con mi lengua. Yo ya tenía la experiencia de los besos con mi papi así que hice lo mismo; metí la lengua y jugué con la de él. A ratos le chupaba la lengua y a ratos jugaba con ella. ¡Sentía tan rico hacer eso con mi tío! Él abría su boca como si me quisiera comer y estuvimos un buen rato besándonos así. Mi tío y mi papá sabían tantas cosas.

Enseguida él miró la hora en el celular, me tomó de la mano y me llevó a su dormitorio. Se subió a la cama y se puso de costado indicándome que me acostara junto a él. Yo subí a la cama también y me sentí tan chiquitita a su lado. Él solo me miraba con una sonrisa apenas insinuada, y cara de incredulidad. Yo no sabía qué hacer. Luego puso su mano en mi barriguita, por encima del top. Yo estaba usando un top y una falda cortita.

—¡Ay, chiquita! —murmuró de pronto entre dientes, recostándose de espaldas y yo hice lo que me salió del alma. Me abracé a su torso desnudo y cerré los ojos. Lo mismo que había hecho con mi papá tiempo antes. Pero este no era mi papá, era mi tío.

Cuando abrí los ojos mi tío me estaba mirando fijamente. En seguida me dijo:

—¿Le puedo sacar esto, mi amor? —y empezó a tirar de mi top para sacármelo.

En ese momento sonó su celular. Era mi papá. Mi tío se sentó frente a mí y tirando de mi falda, me dijo que lo contestara y le dijera que él se había ido a duchar.

—Mi tío me dijo que contestara porque él se fue a duchar —le dije.

—Dígale que cuando terminemos las compras lo llamo. Pórtese bien —me dijo y cortó.

Yo miré a mi tío y él no dijo nada, solo dejó el celular sobre el velador, se sacó el short y se tendió a mi lado. Yo ahora estaba solo en calzones.

No decía nada, solo me miraba y me acariciaba los pechitos y me pasaba los dedos por los labios y me miraba absorto. Sin palabras yo entendí que él quería que le chupara la puntita de los dedos y luego él pasaba la yema mojadita por los diminutos pezoncitos que apenas se percibían en mi pecho. Al principio no sabía por qué hacía eso, pero luego comencé a sentir algo en los puntitos oscuros de mi pechito.

Mi cara se había vuelto roja de excitación, vergüenza, deseos, ganas, me ardían las orejas. No sabía qué hacer. Me sentía morir de solo sentir las yemas de sus dedos por mi piel. Su olor me enardecía y él solo me miraba y me acariciaba. A ratos me daba un temblorcito por el cuerpo, pero él seguía impertérrito.

Después de un buen rato se ubicó frente a mí con el pico muy parado y con las manos abrió exageradamente mis piernas y las puso sobre sus hombros. Se inclinó y comenzó a comerme el chorito con una lentitud que me exasperaba.

Volví a sentir lo mismo que había sentido con mi papá. Me pasaba la lengua por el mismo lugar que me provocaba un temblor en las piernas; luego ponía la lengua en punta y me la introducía por el agujero. Me la metía y me la sacaba una y otra vez. Luego me chupaba toda la concha. Yo arqueaba la espalda, movía la cabeza de un lado a otro. No resistía la sensación de querer gritar o de hacer no sé qué. Le apretaba la cabeza con mis piernas y él me tomaba el botoncito de carne entre sus labios y lo estiraba.

Comencé a gemir y él más se empeñaba en matarme de gusto. Le golpeaba la espalda con los talones, trataba de incorporarme y en un momento hasta le alcancé a tirar del pelo por la insoportable sensación de estar en un lugar desconocido en el que quería permanecer, pero que, a la vez, me atemorizaba.

De pronto se acostó de espaldas y en un rápido movimiento me sentó en el pico. Sentía su verga estirada a lo largo de mi rajita y yo misma comencé a moverme de atrás adelante, frotándome la conchita con la pichula. Él puso las manos detrás de su cabeza y se dejó hacer. Yo a cada momento aprendía más de cómo darle placer también a él.

Cuando me cansé, me tomó de la cintura y me depositó en la cama con mucha suavidad y con su cuerpo a mi costado y su rostro frente a mí me preguntó:

—¿Le daría un besito a su tío? —Y sin esperar respuesta me dio un beso suavecito en los labios y sin despegarse de mí me besaba y me lamía la cara. Enseguida me dio vuelta en la cama y me dejó boca abajo y comenzó a lamerme la espalda. Eso fue enervante. Cada cosa que hacía me parecía más caliente que la anterior. Me besó la espalda hasta llegar a mi culito que abrió con ambas manos como quien abre una sandía y sentí su beso en mi hoyito. En cualquier otra circunstancia eso me habría parecido el acto más asqueroso que pudiera existir. Pero mi tío me tenía completamente entregada y creo que cualquier cosa que hubiera querido hacer en ese instante yo lo habría aceptado.

Cuando me puso de espaldas, nuevamente me abrió las piernas y con su mano comenzó a darme unos golpecitos en la concha con la palma abierta. Eso me provocaba una sensación que no puedo explicar, era como un entumecimiento primero y un escalofrío después que recorría mi cuerpo cada vez que su mano me tocaba.

En esa espiral de sensaciones en que parecía que todo daba vueltas, de pronto me levantó de las caderas y con un solo movimiento literalmente me sentó en su boca exactamente como había hecho mi padre antes. Su lengua se movía raspaba, lamía, se introducía, me clavaba con la puntita. Todo ello me tenía a punto de hacerme pipí de gusto. Quise advertirle.

—¡Tío!, ¡tío! —le decía—, pero él no hizo caso. Y cuando solté un chorrito toda su boca se apoderó de mi conchita y me vacié en él.

Me dio mucha vergüenza eso, pero mi tío no sacó nunca su boca de mi chorito, al contrario, todavía se demoró un rato más en lamerme y chuparme hasta dejarme limpiecita. Hasta que sonó el celular de nuevo. Esta vez contestó él.

—Ok —dijo y luego me llevó al baño, me lavó y me vistió. Después él se puso su short y la playera.

Esa mañana, mi tío se dedicó completamente a mí. Fue como una lección de sexo, pero increíblemente no hubo un solo instante en que se preocupara realmente de él, sino que todo lo que hizo fue darme placer a mí. Cada acto, cada caricia, cada mimo, cada palabra, estuvo dedicada a que yo disfrutara al máximo y ¡vaya que sí disfruté! Pero también quería aprender a darle placer a él y eso aún no lo sabía. A pesar de haber estado solos por casi 2 horas, no pude verle el sexo o tocárselo como yo quería. Ya tendría tiempo para aprender a satisfacerlo a él.

Yo bajé desde el segundo piso a toda prisa y me tío me siguió. Yo estaba feliz y mi papá me preguntó cómo me había portado y yo le dije que bien. Pero no pude evitar decirlo con una sonrisa y mi papá también se sonrió.

—Me imagino —dijo.

Mi mamá me dijo que la ayudara en la cocina y me fui con ella, mientras mi papá y mi tío se quedaron en el living conversando y tomando cerveza.

Esa semana mi papá y mi tío tuvieron mucho trabajo y no se preocuparon mucho de mí. Pasé largos ratos sola en la casa y eso me dio la oportunidad de explorar mi cuerpo. Después de la sesión con mi tío quedé con una gran curiosidad sobre por qué esa parte de mi cuerpo me causaba tanto placer y decidí que debía averiguar más. Una tarde me desnudé completamente en mi cama y me miré la conchita con un espejo. Nunca la había visto así. Me toqué con los dedos y me froté. Descubrí que tenía una gran sensibilidad al tacto; que tocarme allí me producía sensaciones muy agradables. También descubrí que me podía meter un dedo y salía mojadito. Pero por sobre todas las cosas, lo que me gustó más fue que en la parte de arriba de la concha tenía un capuchoncito que guardaba una lengüita que se ponía bien dura cuando la tocaba y cuando la frotaba me daba como calambres. Estoy segura de que eso fue lo que me comían mi tío y mi papá porque se sentía casi igual, aunque no exactamente igual porque ellos lo hacían con la lengua y me la succionaban con la boca y así se sentía más rico. “Ojalá lo hagan de nuevo”, pensaba.

Un día en que estábamos almorzando, mi mamá le preguntó a mi papi si no notaba que yo había crecido.

—Se está convirtiendo en una señorita —dijo mi tío.

La verdad es que aún faltaba para cumplir 8 años, pero igual me sentía grande por todas las cosas que sentía y había hecho. Mi papá me miró y me dijo que para él sería siempre su bebé. Y yo me retorcí en mi asiento con el gusto de que me dijera eso. Después me abracé a mi papá y me estiré para darle un beso en la cara y él me acarició la pierna derecha bien cerquita del chorito sin que lo notara mi mamá.

También en esos días, mi hermano José Antonio comenzó a visitarnos más seguido. Solo iba al taller y conversaba un ratito con mi papá y me hacía cariños y me preguntaba cómo me había portado. A veces me llevaba dulces también. Cuando no me encontraba en el taller pasaba a verme a la casa. Mi mamá siempre lo invitaba a una bebida y él se sentaba un ratito conmigo en el living. Según él, yo había crecido mucho, aunque yo no creía que tanto. Creo que desde estas visitas yo comencé a encariñarme con él. Lo encontraba muy atractivo y su voz muy varonil y me sonreía y se notaba que yo le agradaba.

Debido al trabajo en el taller y a los turnos de mi mami hubo varios días en que pasé sola y ni mi papi ni mi tío me venían a ver a la casa, así que empecé a quedarme en el taller. Mi papá no quería que pasara tanto tiempo allí con ellos, porque estaban ocupados y no podían estar pendientes de mí, pero yo no quería estar sola en la casa, así que me entretenía en una oficinita que tenía mi papá al fondo del garaje.

Cuando estaba en el taller de mi papi, yo me metía a la oficinita de él y desde allí miraba a los trabajadores de mi papá que eran tres. Los dos que estuvieron en la celebración de fiestas patrias con sus familias y uno joven que había llegado hacía poco. Se llamaba Carlos. Él era un joven muy atractivo. Tenía pelo en la cara, pero no una barba crecida, sino que como la de mi papá cuando no se afeita un par de días. Cuando recién llegó, mi papá se dio cuenta que me gustaba y fue la primera vez que me dijo que los trabajadores me estaban prohibidos, pero él era como una tentación para mí. Podía mirar, pero no tocar.

Cuando lo veía siempre se sonreía conmigo. Debe haber tenido unos 21 años, no creo que más. Lo que me gustaba de él es que frecuentemente usaba su overall un poco abierto y dejaba ver su pecho desnudo y eso me atraía. A veces me quedaba absorta cuando lo veía así y él debe haberlo notado, porque una vez que lo estaba mirando se metió la mano para acariciarse el pecho y me miró sonriendo. Menos mal que nadie se dio cuenta.

En el taller tenían unos calendarios con mujeres en trajes de baño que siempre me llamaban la atención porque tenían tetas muy grandes y unos culos que mostraban impúdicamente. Yo me miraba y no tenía nada y me sentía tan inadecuada. Los otros trabajadores eran mayores y tenían hijos de mi edad. Uno era mayor que mi papá, incluso.

Una vez Carlos estuvo a punto de ser despedido por mi culpa.

Yo entré al baño del taller, a pesar de que mi papá siempre me había dicho que si quería ir al baño tenía que cruzar el patio e ir a la casa, pero esa vez me dieron muchas ganas y me fui corriendo al baño y cuando entré me encontré de frente con Carlos que tenía su pene afuera y estaba orinando. Me quedé parada con la boca abierta y no atiné a decir nada, él tampoco dijo nada, solo la sostuvo en la mano un rato y cuando terminó de orinar se puso de frente a mí y se la comenzó a guardar despacito para darme tiempo a que se la viera, pero justo en eso apareció mi tío y me sacó de un brazo y Carlos salió muy asustado detrás de nosotros, pero yo me solté y entré de nuevo porque de verdad estaba casi orinándome. Cuando salí del baño vi a mi papá hablando con el trabajador. A él lo vi muy compungido y yo me sentí muy mal porque veía que mi papá lo estaba retando. En seguida, mi papá me miró:

—Vamos —me dijo y ahí supe que estaba en problemas.

Lo seguí a la casa y allí me pidió que le contara qué había pasado.

Yo le dije la verdad, que yo había entrado al baño porque quería orinar y no iba a alcanzar a llegar a la casa.

Me preguntó si Carlos me había hecho algo y yo le contesté que no, que él estaba orinando y yo no sabía que él estaba ahí.

Se sentó en el sofá y me sentó en sus piernas. Entonces me preguntó bien bajito en la orejita:

—¿Le vio el pico, mi amor?

Yo no supe qué decir porque no sabía si se iba a enojar, pero después decidí que mejor era decirle la verdad porque mi papá se enojaba mucho si mentía.

—Sí —le dije con la cabeza gacha.

—¿Y se lo tocó?

—¡No! —le dije haciéndome la indignada lo que debe haber sido cómico para mi papá porque era evidente que yo me moría de ganas y él me conocía mejor que yo misma.

—Pero quería tocársela, ¿verdad?

Yo me quedé calladita con la cabeza gacha y balanceando las piernas.

—¿Se acuerda de lo que le dije hace unos días? Le dije que con los trabajadores no, solo su tío y yo.

—¡Pero ustedes hace días que trabajan y trabajan y ya no me vienen a ver! —la queja me salió del alma e inmediatamente me crucé de brazos y con cara de enojo, en un acto histriónico y exagerado.

Mi papá se rio de mi exabrupto y me dijo que muy pronto me iban a dar una sorpresa, que debía tener paciencia. Me besó suavemente en los labios y me arregló el flequillo. Luego, sin previo aviso, me recostó en el sofá, me sacó los calzones y quedé con una pierna flectada arriba y la otra colgando, luego me abrió todavía más las piernas y me chupó la conchita. ¡Había echado tanto de menos que me comiera el chorito que hasta suspiré!

Por un buen rato me estuvo metiendo la lengua y frotándome el clítoris hasta que de repente se paró y me dijo que lo esperara. Al rato apareció con un tubito de crema que me puso en la abertura de la conchita y me metió un dedo. Estuvo un rato metiendo y sacando la punta del dedo hasta que de pronto me lo metió fuerte y me dio un tirón por dentro que me dolió al principio, pero luego se me pasó.

Cuando me sacó el dedo salió con un hilito de sangre y eso me dio mucho miedo, pero él me dijo que me fuera a bañar y que de ahí en adelante tenía que meterme los dedos en la noche para abrir más el hoyito.

Luego me dio un beso y me dijo que me quería mucho.

—Suficiente —me dijo luego—. Ahora se va a portar como una buena hija, ¿sí? No quiero que vaya al taller por ahora.

Yo esperaba que me pusiera a mamar también esa vez, pero no lo hizo. Se fue taller y me dejó con las ganas y un tenue dolor en la conchita que se manifestaba cada vez que abría o cerraba las piernas.

4.

Mi mamá siempre fue una persona muy jovial y alegre. Nunca la vi enojada y ahora entiendo que yo era culpable de buena parte de su buen humor, aunque en ese tiempo no lo entendía. Mi padre la mantenía plenamente satisfecha. De eso me vine a dar cuenta de casualidad.

Ocurre que a pesar de la intimidad que ya había tenido con mi papi y con mi tío, yo aún era muy ignorante en materia sexual. No se me había ocurrido que mis padres también tenían sexo y lo descubrí en forma totalmente casual. Fue una noche de domingo; mi mamá entraba al turno de noche esa semana y seguramente mi padre la quiso despedir bien cogida. Yo vi televisión hasta tarde y como me dio sueño me fui a acostar, pero antes quise despedirme de mi mamá que partía al trabajo a eso de las 11:30.

Cuando me dirigía a la habitación de mis padres, noté que la puerta se había entreabierto y pude verlos desnudos en la cama; mi padre moviéndose sobre mi madre. Eso me provocó una gran impresión, primero de verlos así y luego, temor de que ellos me vieran a mí. Eso duró solo unos segundos y me devolví rápidamente a mi cuarto. Me parecía que los veía venir detrás de mí para darme un reto y me metí a la cama de un salto.

Me sentía avergonzada, pero a la vez sentía una cosquillita en la conchita y mi mente me devolvía una y otra vez la imagen de mi papá con su espalda y sus nalgas desnudas y cubiertas de vello oscuro que me provocaban un deseo inexplicable de ser yo quien estaba bajo su cuerpo de hombre maduro. Estuve un ratito así, pero luego mis ganas de seguir viendo eran tantas que, temblando de susto y excitación, salí de mi cama y me dirigí de nuevo al cuarto de mis padres por si podía ver algo más. Ahora mi papá tenía a mi mamá con sus piernas sobre sus hombros y podía ver de lado que le estaba metiendo el pico en el choro. Aunque no podía ver bien el cuerpo de mi mami, sí podía ver a mi papá que metía y sacaba su pene de la concha de mi mamá. La raja peluda y los cocos cimbreantes. Las ganas de estar ahí, de ser yo la que recibía el pene de mi padre eran tales que respiraba agitada frotándome el chorito, metiéndome un dedo, luego dos, imaginando que eran los dedos de mi papá, para luego fantasear conque mi papá me estaba introduciendo su miembro.

De pronto los gemidos de mi madre aumentaron en intensidad y vi como ella se aferraba a mi padre cruzando las piernas por su espalda mientras este la embistió violentamente unas pocas veces más y luego se quedó quieto con su pene completamente inserto en la concha de mi mamá, respirando ambos muy agitadamente. Entonces mi papá giró su cabeza y miró hacia donde estaba yo. El pánico que sentí me hizo dar un salto hacia atrás y luego corrí a mi pieza y me tapé hasta la cabeza.

Esa noche, cuando mi mamá ya se había ido a su trabajo, mi papi se acostó conmigo. Aquella noche comenzamos una suerte de pacto secreto entre mi papá, mi tío y yo que culminaría con mi desfloración tiempo después.

Yo ya llevaba algún tiempo introduciéndome los dedos como él me lo pedía, pero aun así mi abertura no era lo suficientemente grande como para dar cabida al miembro de mi papi sin dolor, no era el momento aún. Mi padre y mi tío lo sabían y ambos fueron muy pacientes para enseñarme, prepararme, ponerme a punto para recibir sus vergas. Procuraron por todos los medios que mi primera vez no fuera un evento traumático. Aunque yo, absolutamente carente de experiencia en estas prácticas, solo quería que me metieran las pichulas de una buena vez. Claramente, no sabía lo que me esperaba.

Mi padre llegó desnudo a mi habitación y se acostó a mi lado sin decir palabra. Solo me abrazó por detrás y me hizo sentir su cuerpo cálido. Me besó el cuello con mucha ternura mientras pasaba un brazo por detrás apoderándose de mi bajo vientre y me traspasó las piernas con su miembro erecto sin introducirlo en la vagina. Me mantuvo así, apretadita contra su pecho, Me sentí tan pequeñita como efectivamente lo era. El leve movimiento de mi papá me mantenía al borde de la desesperación; su pene rozaba mi clítoris en un vaivén que me llevaba y me devolvía por el camino del placer físico. El interior de mis piernas, bien lubricadas por los jugos de su falo, se cerraban sobre el pico causándome cosquillas que se replicaban por mi cuerpo. De mi boca salían tenues gemidos confundidos con su respiración en mi nuca. Su barba de un día me picaba en mi piel, pero de una manera deliciosa. Su olor, mezcla de sudor de hombre y loción de afeitar, me causaban una sensación de placer inexplicable. Me hacían consciente de que quien me tenía abrazada con su pecho peludo tocando mi espalda era nada menos que mi padre adorado. El macho a quien yo pertenecía por derecho propio. El hombre que me había creado y que ahora tomaba lo que era suyo de la manera más perversa y arrebatadora posible.

No supe en qué momento se comunicó con mi tío, si le mandó un mensaje o ya habían planeado con anterioridad encontrarse en mi cuarto a esa hora, pero de pronto solo sentí que alguien más subía a la cama y cuando abrí los ojos y vi a mi tío, una corriente me recorrió entera, de gusto, de deseo, de perversión, de plenitud al tener junto a mí a los dos hombres de mi vida.

Por supuesto, todo esto que digo es la recreación que hago hoy, en mi adultez, de lo que sentía a mis ocho años porque en ese instante, seguramente no habría podido verbalizar mis sentimientos de niña con tanta exactitud, por mucho que estuviera haciendo cosas de grandes.

Mi tío se arrodilló en la cama frente a mí con el pico en la mano y dirigiéndolo a mis labios me lo introdujo con fuerza tomándome del pelo con una mano. Su calor, su olor, su autoridad me dejaron atrapada en su concupiscencia. Suspiré fuertemente de puro gusto y mi padre tomó mi mentón con una mano para que abriera la boca aun más y dejara entrar el falo de su hermano. Ahora mis ojos estaban muy abiertos. Me impresionaba la pelambrera oscura que exhibía mi tío sobre y alrededor del pico. Este sabía distinto al de mi padre según recordaba. Tenía un olor más fuerte y un sabor más pronunciado. Aquello en vez de causarme rechazo, me hizo tratar de tragarlo más adentro. La cabecita de la pichula era tan suave; le pasaba la lengua y la chupaba una y otra vez. Mi tío me miraba absorto. Admirado tal vez de mi capacidad para chuparle la carne morena que pugnaba por meterse más y más en mi boca hasta que de pronto la retiré tosiendo. Me ahogué con ella de tan adentro que me la había metido.

—Tranquilita —me susurró mi papá, tomando la verga de su hermano y poniéndomela en la boca otra vez—, chúpela bien, mi amor. Chúpela rico, sáquele los mocos.

¡Uf!, me estremezco de solo recordar lo que sentí esa noche. Me sentía la niña más feliz del mundo entre esos dos animales sexuales que eran mi tío y mi papá. Dos machos experimentados, sabedores de cómo se satisface una niña caliente como yo.

Esa noche ambos intentaron ponérmela, pero ninguno lo hizo plenamente. Mi papá me metió la cabeza del pico en el choro, pero no fue más allá. Mi tío, por su lado, me enseñó que por detrás también se puede, aunque también él se resignó a esperar.

Esa noche me tragué los mocos de mi tío por primera vez. Mi papá descargó con la cabeza del pico metido en mi choro y luego dejó que chorreara por mis piernas y mis nalgas hasta mojar las sábanas. Cuando me quedé dormida lo hice en brazos de mi papá, pero en sueños varias veces sentí cuando uno u otro me acariciaba o me metía el pico entre las piernas. El solo hecho de estar como jamón del sandwich entre ambos varones me hacía sentir protegida y resguardada.

Esa noche en que dormimos los tres juntos se repitió varias veces. Algunas noches mi papá me permitió dormir con mi tío en su casa. otras noches estuve solita con mi papá. Para mí cada noche era una aventura. Mi tío me había mostrado algunos videos por lo que sabía que llegaría el momento en que podría comerme las vergas completas y ansiaba que llegara ese día, aunque también me daba nervios al pensar que tal vez la primera vez sería dolorosa, pero la verdad es que no hubo tal primera penetración propiamente tal, sino que fue un proceso en que noche a noche, ocasión tras ocasión, mi papá me preparaba un poquito más. Primero con los dedos y, a veces, poniéndome apenas la puntita. Mi tío por su parte también participaba en esta suerte de entrenamiento en que cada vez recibía un poquito más de sus penes.

La primera vez que me la dejaron ir completita fue también una noche en que mi mamá estaba trabajando. Yo ya tenía unos ocho años y medio y estaba bien enviciada en el sexo. Pensaba en ello noche y día. En la escuela miraba a los profesores sabiendo que ellos también eran hombres como mi papá y mi tío, pero sabía que mi papá se enojaría mucho si le permitiera a alguien hacer algo como lo que hacía él.

También había vuelto a pasar tiempo en el taller, una tarde mi papá me dijo que me quedara en su oficina jugando en el computador. Todos los trabajadores me saludaron cuando me vieron, pero Carlos se cuidaba de no mirarme mucho y no andaba con el overall abierto como antes. Don Orlando a veces me cerraba un ojo o me hacía un gesto; él siempre me miraba de una manera bien especial, creo que ya lo dije. En cuanto a Humberto, él siempre estaba muy ocupado y no me ponía mucha atención.

En realidad, todos los trabajadores pasaban siempre muy ocupados así que mi papá me decía que no los interrumpiera y me dejaba jugando en su computador. De vez en cuando yo sí aprovechaba de mirarlos a los tres aprovechando que la oficina tenía grandes ventanales de vidrio porque ahora que sabía más, me daba curiosidad de saber cómo serían ellos. ¿También les enseñarían a sus hijas? Don Orlando tenía dos hijas, una de mi edad y una más grande; Humberto tenía dos, un niño y una niña un poco menores que yo.

A veces mi papá entraba a la oficina a ver cómo estaba.

—¿Qué está haciendo mi princesita? —me decía en un tono que me encantaba. Se acercaba y me hacía cariñitos en el pelo.

A veces me tomaba en brazos cuidando de no ensuciar mi ropa y me tomaba descuidadamente del potito y una vez vi a don Orlando que pasó por el otro lado de la ventana sonriendo. Otra vez, justo mi papá me tenía metida la mano dentro del calzón y me estaba acariciando el chorito cuando llegó mi hermano, pero no sé si este alcanzó a darse cuenta.

Como dije antes, la primera vez que mi papá realmente me culeó tenía 8 años y medio. Lo recuerdo muy claramente. También fue una noche en que mi mami estaba trabajando y lo preparó con mi tío. Días antes me había dicho que pronto me la iba a poner. Que ya estaba lista y así no más fue.

Esa noche mi papá y yo nos metimos juntos a la ducha. Yo estaba fascinada de verlo completamente desnudo. Ya lo había visto antes, pero igual me sentía emocionada porque mi papá me gustaba mucho y verlo así, todo peludo, con el pico y las bolas colgando frente a mí, con su cuerpo de macho me volvía loquita. Además, sabía lo que pasaría y lo deseaba mucho.

Mi tío llegó cuando mi papi me estaba preparando con un enema. Venía muy alegre, parece que había tomado unos tragos.

Cuando mi papi me llevó en brazos a su cama, mi tío aún estaba vestido. Me miraba embobado y sonriendo. Yo me sentía una verdadera reina. Sabía el efecto que provocaba en ellos el verme así, desnuda. Aunque fuera solo una niña aún no desarrollada, ya tenía unos pequeños montecitos en el lugar donde luego exhibiría mis tetas y a los dos les encantaba chuparme los pezoncitos que, aunque chiquitos, me provocaban ya un cosquilleo muy placentero.

Mi tío se desvistió con la pichula ya completamente erecta.

—Ud. me tiene así, mi amor —me dijo y mi papá solo sonrió; a él también se le había parado.

Mi papi me ubicó bien al centro de la cama y se dedicó a comerme el chorito mientras mi tío me daba besitos con lengua y me acariciaba las pequeñas tetitas, amasándolas, estirándolas, tratando de agarrar uno de mis minúsculos pezones entre sus dedos para luego dedicarse a chuparme los pechitos como pequeños promontorios; primero una tetita y luego la otra. Algo que caracterizaba a los dos hermanos es que siempre pensaban en mí antes que en ellos mismos. Me hacían sentir como una reina y a mí me encantaba esa idea de que ellos estaban allí para servirme a mí. Sin embargo, yo también ya sentía ganas de dedicarme a sus pichulas. Las veía enormes y me entraban unas ganas de chuparlas y comérmelas a besos que se me hacía casi intolerable. No sabía aun lo que me esperaba.

Mi papá se había untado un dedo con un lubricante y mientras me metía la lengua muy adentro en el choro, me incrustó el dedo en el ano. Yo di un respingo, pero mi tío me estaba besando bien rico y no pude emitir sonido alguno. Así, con el dedo completamente metido en el culo, me iba flexibilizando de a poco el esfínter interno, el más reacio a aceptar la invasión digital. En poco tiempo fueron dos, luego tres los dedos que me penetraban mi orificio posterior. Me causaba incomodidad, sí, pero no al extremo de rechazarlos. Por mi papi, podía aguantar todo.

De pronto mi tío se subió a horcajadas sobre mi cabeza y afirmándose en el respaldo de la cama, me metió fuertemente el pico en la boca al punto que me dio arcadas al tocarme con la cabeza la úvula. Sus movimientos de pelvis hacía que la pichula entrara y saliera rítmicamente de mi boca. De a poco fui aceptando el órgano viril aprendiendo a contener el acto reflejo de resistencia. El sabor de la pichula y de los jugos se desparramaron por mi lengua y mi paladar. Quise chupar el pico y sacarle el juguito a mi ritmo, pero mi tío nunca dejó de cogerme la boca con movimientos rápidos y no pude dedicarme a él como yo quería.

Cuando la sacó por un rato, me azotó la cara con ella, la tomó de la base y me pegó con el pico en los labios, la cara, la frente. Yo solo atinaba a abrir exageradamente la boca con el propósito de capturarla en el aire. No quería dejar de comerle la verga. Era algo demasiado delicioso para mí.

Cuando se hizo a un lado fue porque mi papi se subió sobre mí y afirmado en los codos para no aplastarme me dio un beso que creí morir de gusto; introdujo su lengua dentro de mi boca y jugueteó con la mía mientras sus caderas se apegaban a mí haciéndome sentir el poderío de su pichula resbalando por mi entrepierna en un movimiento de vaivén hacia mi barriga. Mi papito alejó un poco su rostro y el sudor de su frente transformado en gotitas captó mi atención; sin pensarlo, lo tomé de la cabeza y limpié su sudor con una mano. Mientras, y sin que yo lo advirtiera, puso la cabeza del pico en mi chorito, luego me besó nuevamente y con un empujón de su pelvis me enterró la pichula de manera que me sacó un grito que se ahogó en su boca. Lo miré espantada con los ojos bien abiertos; no esperaba ese dolor, como un desgarro, un tirón ardiente que me cortó la respiración. Creo que en ese momento se me volvió a romper lo que ya se había roto con mis dedos, pero luego se me fue pasando de a poquito. Sentía su verga gruesa, inmóvil, atravesando la concha que se abrió dilatando las paredes para dar cabida al trozo de carne que me estaba convirtiendo en mujer. La mujer de papá.

Miré al costado donde mi tío me miraba con una cara sonriente y ojos tiernos. Estaba recostado a mi lado, mirando la escena de mi desfloración y esperando su turno.

Mi papi separó un poco su torso de mi pecho y comenzó un rítmico movimiento en que hacía entrar y salir el pico de mi concha caliente. Al principio solo unos centímetros, pero después me puso más lubricante en la concha y comenzó a meter más y más el grueso falo que me reclamaba como su mujer. Entonces fui adquiriendo conciencia del poder del acto de ser cogida. Sentir el pico entrar en lo más profundo de mi ser tenía una potencia, un poder de sometimiento que ahora aprendía en los brazos de mi padre. Las bolas chocando en mi culo sudoroso, el cosquilleo de mi entrepierna que se extendía hacia el resto de mi cuerpo. Todo me decía que ahora yo era una mujercita y que en adelante ya no podría mirar a ningún hombre de la forma en que lo había hecho hasta entonces. Ahora sabía el valor de lo que tenía entre las piernas. Tenía la concha caliente, húmeda y hambrienta.

Mi padre me culeaba con movimientos cada vez más potentes y rápidos. De pronto sentí que todo me daba vueltas y un sopor se apoderó de mi conciencia. Sentía el pene de mi padre como un émbolo entrando y saliendo de mi conchi a la vez que caía en una especie de desfallecimiento que me hizo cerrar los ojos por un instante. Cuando los abrí, me pareció que habían pasado solo unos segundos, pero mi papi tenía un rictus en la cara mientras el pico daba saltitos en mi concha descargándose muy dentro de mí. Juro que sentí el líquido caliente impregnando las paredes internas de mi chorito. Tan abundante que hasta percibí cómo se chorreaba desde mi concha hacia el culo. Me sentí cansada, pero tan, tan satisfecha que no sabría cómo describir esa experiencia más allá de las palabras que he utilizado y que reconozco insuficientes para recrear ese momento único en que mi papá me hizo suya.

Después de eso, descansé entre mis dos hombres, ambos con los picos renuentes a bajar de su estado de completa erección. Mi papá me tomó en sus brazos y me acostó sobre su cuerpo y me volvió a penetrar, pero esta vez en una posición estática, incluso romántica, en que me acarició, me besó y me sostuvo sobre su cuerpo caliente y me mantuvo así, con la pichula incrustada en mí, pero sin moverse. Mi tío continuó a un costado y sus dedos fueron a dar a mi cavidad inundada de semen paterno. Se encharcó los dedos en la leche y así me metió dos dedos en el culo con total beneplácito de mi parte. Por un buen rato estuvo así, culeándome con los dedos. Hasta que decidió que ya era su momento de enseñarme algo más.

Cuando me di cuenta ya mi tío se había subido sobre mí y me frotaba la cabeza de su pichula por el canal entre las nalgas, hasta ese momento todavía no me lo imaginaba, ni siquiera se me pasó por la mente lo que sucedería a pesar de toda la preparación previa.

Cuando comenzó a intentar meterla me dolió mucho, pero a mi tío creo que no le importó. Me abrió bien los cachetes y me punzó con el pico sin lograr meter la cabeza. Mi papá siguió acariciándome la espalda y el rostro. Me daba besitos suavecitos como tratando de tranquilizarme, pero el afán de mi tío por metérmela por detrás no cesaba y el dolor continuaba. Quise soltarme del abrazo de mi padre, pero este no me dejó.

—Shhh —me trató de tranquilizar—, déjelo entrar. Deje entrar a su tío, mi amor. Relájese. Suelte el potito. Suéltelo —me hablaba bajito en la oreja, arrastrando las palabras. Susurrándome suavemente, en forma apenas audible mientras con una mano me acariciaba las nalgas y con la otra me arreglaba el flequillo.

Cuando la cabeza de la pichula logró entrar en mi ano, el dolor que sentí fue indescriptible. Sentí como si algo se rasgara en mi orificio posterior, pero mi tío luego de introducir la cabeza se quedó muy quieto. Mi papá continuaba acariciándome, mientras su pene había comenzado un casi imperceptible movimiento en mi chorito. Sentía arder el culo, pero la concha estaba despertando nuevamente ante la fuerza del pico que me sometía.

De a poco mi tío fue entrando en mí con ayuda de un tubito de lubricante con el que facilitó la entrada de su hombría, pero nada pudo aminorar el agudo dolor que me hacía apretar los dientes con los ojos cerrados. Mi padre me consolaba:

—Aguante un poquito más, mi chiquita —me susurraba en la oreja —, aguante un poquito, mi bebé hermoso.

Sus palabras me hacían querer complacerlo y aguantar a mi tío un poquito más, pero a ratos sentía que desfallecía. Mi papá ya me había sacado la verga comprendiendo que las dos a la vez no era posible para mí, al menos no en mi primera vez y cuando mi tío logró introducir unos centímetros más del tronco ardiente que me clavaba sobre el cuerpo de mi padre comprendí que ya no había vuelta atrás, que no me la sacaría mientras no se deslechara en mí. Me abracé fuertemente a mi papá y dejé que mi tío se moviera dentro de mí con dolor, pero con paciencia, rogando porque aquello terminara luego. Afortunadamente mi tío estaba demasiado caliente para aguantar mucho rato y luego de unas cuantas sacudidas se estremeció sobre mi cuerpo y acabó llenándome el culo de leche y se quedó muy quieto mientras mi papá soportaba los cuerpos de ambos

Aquella noche recibí también a mi tío por delante y a mi papá por detrás. Muchos sentimientos me invadieron luego de aquella experiencia, por un lado, sentía un amor inconmensurable por mi papi y mi tío, y por otro, me invadió el pánico cuando sentí que no podía cerrar el agujero del culo; pensé que se quedaría así para siempre. Me tocaba con los dedos y lo sentía como una canoa de bordes hinchados en vez de un agujero circular. Mi tío se dio cuenta de mi preocupación y me enseñó a no temerle a las reacciones de mi organismo. El resto de la noche lo pasé entre los brazos de uno y de otro. Me sentí mimada, querida y protegida por mis hombres.  ¡Y qué hombres!

5.

El día de mi cumpleaños se acercaba de prisa y mi mamá volvió a comentar a la hora del almuerzo que yo estaba creciendo mucho y era cierto; yo sentía mis pechitos más prominentes, la vulva un poco más hinchada. Claro que mi mamá no sabía que yo llevaba semanas culeando con adultos. Mi papá y mi tío se miraron sin decir nada, pero luego comenzaron a bromear con que cualquier día les iba a presentar a un novio y cosas así.

Lo que mi papá no previó fue que mi mamá decidió un día llevarme al médico y no le dijo a él hasta último momento. Advertí la preocupación en la cara de mi papá, pero ya nada se podía hacer.

En la consulta me llevé la sorpresa de que el doctor que me atendía siempre estaba de vacaciones por lo que me vería otro médico. Y fue una real sorpresa. ¡Él era el cliente de mi papá que siempre me miraba y me sonreía!

Cuando me vio me reconoció enseguida. Se presentó con mi mami y le comentó que conocía a mi papá. Mi mamá quedó encantada con él. Yo percibía su actitud. El doctor era un hombre alto y guapo, de innegable simpatía y que se esmeró en atendernos de la manera más cordial que uno se podría imaginar. Preguntó por mi papá. Me hizo sentarme en una camilla cubierta con un papel blanco y luego se dedicó a conversar con mi mami sobre su preocupación. Él la escuchó con mucha atención y cada cierto tiempo escribía algo en su laptop.

—A ver, princesita , vamos a ver qué tiene —me dijo tomándome de la cintura y sentándome un poco más al centro de la camilla. Me hizo varias preguntas y mientras me tomaba la temperatura. Recuerdo con claridad sus manos suaves y cálidas y los pelos en el dorso de sus dedos. Yo ya sabía que los hombres tienen muchos pelos y eso me producía una especie de fascinación. Cuando el doctor me estaba examinando me puse roja por estar pensando en esas cosas, pero él hizo como que no se dio cuenta.

Mi mamá sentada en una silla miraba con una sonrisa en los labios. Yo veía cómo miraba al doctor y la atracción que le producía.

En eso el doctor le dijo a mi mamá que iba a hacer un examen genital y que ella podía permanecer allí, pero que iba a necesitar su ayuda para que yo entendiera lo que estaba haciendo. Mi mamá se paró y siguiendo las órdenes del doctor me sacó los calzones y luego me acostó en la camilla. Me explicó que el doctor me iba a examinar “ahí”.

La posición de la camilla obligaba a mi mamá a ubicarse en una posición tal que cuando el doctor me pidió que levantara las rodillas, el vestido me tapó y mi conchita quedó fuera de su ángulo de visión.

El doctor tenía una especie de linterna pequeñita y otros adminículos y sus manos enfundadas en unos guantes celestes. No sé qué hizo en mi conchita porque yo tampoco podía ver, pero sí sentí por un momento que un dedo encremado ingresó por un instante hasta el fondo de mi orificio sin que mi mamá pudiera verlo.

Todo fue muy rápido, me puse los calzones nuevamente y luego me hizo sacarme el vestido y exploró mis pechitos con sus manos. Palpó los pezones, los tomó entre sus dedos, aunque casi no había nada allí.

Enseguida se dirigió a mi mamá y le dijo que no había nada de qué preocuparse. Que estaba en una etapa normal de desarrollo y que no era tan inusual que esos cambios estuvieran ocurriendo tan temprano; que mi organismo se estaba preparando para entrar en la adolescencia, pero que seguiría siendo la niña adorable que era por mucho tiempo más. Mientras decía esto, me acariciaba el pelo y me miraba a mí y luego a mi madre. También me recetó vitaminas para crecer fuerte y saludable y le pidió a mi mamá que me llevara nuevamente si notaba algo raro.

Mi mamá se quedó muy tranquila después de ver al doctor y dejó de preocuparse por mí.

Una semana después, el doctor llegó al taller con su auto BMW. Vestía con ropa muy casual y en cuanto me vio se dirigió a mí y me preguntó cómo estaba y me regaló unos caramelos que sacó de su bolsillo. Al meter la mano para sacar los caramelos pude notar con mucha claridad el tubo que colgaba al costado izquierdo de su pantalón. Yo ya sabía qué era eso y cuando lo vi me puse un poco nerviosa, pero él solo sonrió y se giró para hablar con mi papá que ya se acercaba hacia donde estábamos nosotros.

No sé qué le dijo el doctor, pero mi papi lo invitó a pasar a la oficina y allí estuvieron por un buen rato. Cuando salieron, el doctor me dio una caricia en mi mentón y luego se fue. Mi papá no dijo nada. Fue una visita bien curiosa, porque no dejó el auto ni pidió que se lo revisaran.

A la semana siguiente, cuando mi mamá estuvo de turno de tarde, mi papá dejó a mi tío a cargo del taller y me arregló muy bonita, con un vestido de tirantes, zapatos de charol, calcetas blancas con vuelos y sin calzones y salió conmigo en el auto. No me dijo de inmediato hacia dónde íbamos, pero sí me dijo que el lugar al que íbamos era un secreto entre él y yo; luego me dijo que íbamos a ver al doctor Legrand.

Al ir sin calzones supe de inmediato a qué iba. Mientras pensaba en qué haría el doctor, el aire se metía por debajo del vestido y me hacía sentir una cosita muy rica en el chorito peladito.

Cuando llegamos al edificio donde vivía el doctor, este nos estaba esperando en el lobby. Nos saludó efusivamente y nos dirigimos de inmediato al ascensor. El doctor vivía en un piso muy alto. Luego supe que en realidad no vivía allí, sino que usaba ese departamento para encuentros privados.

El departamento era muy espacioso y amoblado con finura. Se notaba que el dueño era un hombre adinerado. El doctor nos ofreció algo para beber, pero yo no quise nada. La verdad, estaba un poquito asustada y se me notaba nerviosa. Mi papá aceptó una cerveza y cuando la iba a recibir miró con una cara de sorpresa hacia un costado. Cuando me di cuenta, la hija del doctor saludó. Era una niña de mi edad de unos ocho años, un poquito menor que yo quizás. Clarita era muy hermosa. Una niña de pelo castaño y piel muy blanca, de sonrisa amplia y vestida con un short, sandalias y una playera. Nada muy sofisticado, pero lucía espléndida. Mi papá se dirigió a saludarla y le dio un beso en la mejilla. Yo también la saludé de la misma manera.

Con Clarita nos fuimos a jugar a su pieza mientras mi papá conversaba con el doctor en el living. Ella me dijo que íbamos a hacer “las cambiaditas” con los papás. Yo me reí y ella también, nos miramos y nos volvimos a reír sin saber bien por qué.

Al principio, Clarita me mostró las fotos que tenía en el celular y unos videos de ella bailando en Tik Tok. También me mostró una foto de ella y su papá en la playa. El doctor se veía muy guapo, de pecho amplio y peludo y piernas muy largas. El notorio bulto en su bañador no ocultaba que era un hombre dotado.

Clarita me miró y me preguntó de qué tamaño tenía “la cosa” mi papá. Yo le dije que era grande, pero en realidad yo no sabía bien de los tamaños de las vergas. Clarita me contó que su papá también la tenía grande, pero que ella ya se había acostumbrado.

—Cuando te la meta vas a ver  —me dijo riendo y después nos pusimos a ver videos musicales.

Un ratito después apareció el doctor con mi papi y nos dijo que nos iban a acompañar. Entonces mi papi me sentó en la cama y me dijo que él se iba a quedar a hacerle compañía a Clarita y que yo fuera con el Doctor a su dormitorio.

—Pórtese bien con él —me dijo—, haga todo lo que le diga—.

Luego me dio un beso en la frente y el doctor me tomó de la mano y me llevó con él. Cuando iba saliendo me di vuelta y vi a Clarita que estaba entre las piernas de mi papi desabrochándole la camisa.

El cuarto del doctor era bastante simple. Una cama grande con un televisor al frente y una cómoda a un costado y un escritorio al otro. En cuanto entramos él cerró la puerta y me dijo que me sentara en la cama. Él luego se paró frente a mí, se veía muy alto y me dijo que se la sacara.

Yo recordé las palabras de mi papi e inmediatamente le bajé el cierre de la bragueta y metí mi mano. No la tenía completamente dura, sino que caía por el costado del bóxer y se notaba larga e hinchada. Le bajé el elástico del bóxer y tomé el pico para sacarlo de su encierro. Era un pene muy grueso y blanco, con hartos pelos muy negros. El doctor me miraba desde la altura con cara seria y las manos en las caderas dejándome hacer el trabajo solita.

Por un momento me quedé absorta mirando la cabeza del pico. Rojo y brillante. Húmedo y oloroso. Sentí un impulso grande de darle un chupetón y eso hice. Le chupé la cabeza ávidamente, como queriendo sacarle los mocos de una vez. El doctor hizo un el típico sonido del paso de aire entre los dientes que ya he sentido antes cuando un hombre siente un gusto muy grande.

Se la chupé metiéndome la verga cada vez más adentro de la boca y jugando a meter la punta de la lengua en el agujerito de la pichula. El doctor se soltó el cinturón del pantalón y de un tirón se bajó todo dejándome a la vista un par de bolas hermosas. Más oscuras que la verga, peludas y colgantes. Las tomé con una mano y las sopesé. Las sentí contundentes y huidizas al tacto. Les di unos besitos y el doctor entonces me tomó de los brazos y me puso de pie.

—Desnúdame —me ordenó.

Yo me subí a la cama y le desabroché la camisa. El abundante vello de su pecho me atraía como un imán; le acaricié todo el pecho antes de bajar de la cama y sacarle el pantalón que ya lo tenía a los pies. Le saqué los zapatos y así desnudo se ubicó al centro de la cama. Luego subí yo.

Me abrazó de frente y me besó en la boca. No me dijo nada, solo me abrazó y me besó. Su boca sabía deliciosa. Su aroma me embriagaba. Cerré los ojos para retener todas esas sensaciones mientras él me acariciaba con sus manos en mis nalgas y su boca en mis labios.

—¡Chiquita hermosa! —me susurraba con las palabras muy arrastradas—, eres tan linda, mi muñequita. Te quiero culear, meterte el pico entero en tu zorrita. ¿Me vas a dar tu chorito, bebé?

Sus palabras me estremecían. A todo le decía que sí, y pensaba en que tanto Clarita como yo éramos afortunadas de tener a los padres que teníamos.

Un dedo se coló por mi entrepierna y se introdujo completo en mi agujero. En un acto reflejo traté de cerrar las piernas, pero no alcancé a impedir que el dedo se introdujera en mi intimidad. El continuo mete y saca alternado con movimientos en círculos pronto me provocaron una especie de adormecimiento que me estremecían de gusto.

Enseguida alcanzó un pote de crema y me embadurnó completamente la zona de mi concha que palpitaba bajo en su mano acariciante.

Así, en la más tradicional de las posiciones se puso sobre mí y sin posar su cuerpo sobre el mío, cuidando de no aplastarme, me puso el pico en el choro y lo hundió hasta el fondo. Se me cortó la respiración en ese momento, pero a él no le importó. Me comenzó a culear con un ritmo constante apoyado en sus codos y sujetando mis hombros por detrás. Su rostro evidenciaba el profundo goce de culear a una niña preadolescente; una chiquilla que casi no tenía tetas ni pelos en la concha; una niña que a pesar de su edad disfrutaba la acometida viril con un deseo que igualaba al suyo.

La diferencia de tamaños entre ambos hacía que mi rostro quedara frente a su pecho que comencé a besar y a acariciar. Sus pezones grandes y carnosos se me hacían apetitosos entre mis labios en un aprendizaje autodidacta que llevaba a este macho animal al nirvana del placer. Traté de cerrar mis piernecitas por su espalda, pero no alcanzaba a cruzarlas. Así y todo, sus bolas redondas y llenas de leche me golpeaban las nalgas en cada ingreso de la verga en mi orificio completamente dilatado y lubricado.

El falo del doctor se encontraba en un estado de máxima erección, la concha extendida por su grosor daba cuenta de ello y mi clítoris se estiraba en cada entrada de la verga causándome espasmos que yo creía que me desmayaba cada vez que la pichula inmisericorde me hacía suya.

¡Cuánto placer! Veía la frente del doctor perlada por el sudor y sentía mi cuello mojado por el esfuerzo, pero mi calentura no disminuía, por el contrario, creía que le debía a ese hombre la entrega de cuánto podía dar y eso aún estaba por verse. Con mis caderas impulsaba mi entrepierna al encuentro de la herramienta varonil que se apoderaba de todo mi ser en cada intrusión en mi chorito que aún no cumplía 9 añitos.

De pronto, un estremecimiento me hizo caer en un letargo en que cada golpe, cada movimiento, cada punzada del pico se me fue desvaneciendo y quedé ahíta de placer sexual. Casi al mismo tiempo sentí que mi doctor, el macho que me poseía, dio un gemido gutural y se clavó completamente en mí para luego quedarse quieto y unirse a mí en ese estado de embriaguez y de exquisita modorra en que ambos vagamos unidos por el sexo por el cielo de los perversos; vagamos juntos por el paraíso de quienes estamos hechos para quebrantar las leyes de la moral. El pico saltaba dentro mío inundándome de los mocos del macho alfa que ahora unía su pecho al mío y me devoraba en un beso profundo de amor y lujuria. ¡Cuánto placer!

Después del arrebatador momento de lujuria y placer. El doctor me chupó la concha y los jugos que recuperó los traspasó de su boca a la mía para enseguida darme la oportunidad de lamer su verga como una perra que acaba de desabotonarse de su macho.

El doctor me dijo que me veía adorable con mi rostro enrojecido.

—Eres una muñequita caliente y encantadora —me decía sonriente.

Yo lo veía como a un dios del sexo, el epítome de la masculinidad, pero no le dije nada. No me salían las palabras.

“Qué suerte la de Clarita” —pensé.

En eso me acordé que Clarita estaba con mi papi.

“¿Habrán culeado también?” —El pensamiento se me cruzó por la mente reflejando una duda que me delataba como la niña que era, aun cuando acababa de ser cogida como toda una mujer.

Después de un rato de descanso en que nunca dejó de acariciarme y tocar mi cuerpo, el doctor me ofreció jugar con su verga. Simplemente se acostó de espaldas y me dijo que jugara con el pico todo lo que quisiera y eso hice. Me ubiqué boca abajo entre sus piernas y me deleité chupándole las bolas, la pichula que iba y venía en distintos estados de erección. En un momento él levantó las rodillas y pude observar el camino oscuro de pelos que va desde la parte de abajo de las bolas hacia el ano.

—¿Quieres ver? —me dijo levantando las piernas y abriéndose las nalgas con ambas manos. El espectáculo de ver el hoyo del culo en una maraña de pelos negros y rizados fue algo que no esperaba. Me sorprendió y a la vez me incitó a hacer algo, pero no me atrevía. Fue el doctor el que me guio.

—Dale un besito, te va a gustar —me dijo, pero yo no me atreví.

Entonces, ante mi titubeo, el doctor me tomó por las axilas y me subió sobre su cuerpo hasta sentarme en su cara. En ese instante su lengua se introdujo en mi ano con un apetito novedoso para mí. No lo niego, me pareció un acto repugnante, pero a la vez, me producía mucha curiosidad. ¿Por qué me daba tanto gusto? Mientras más retorcía mis nalgas, más me punzaba el doctor con la lengua. ¡Qué gusto me daba!

—Tienes tanto que aprender, bebé —me dijo luego depositándome suavemente a un costado para enseguida darme muchos besitos en mis ojos cerrados, en la frente, en los labios. Besos castos, aparentemente inocentes y puros, aunque cargados de malicia.

Nuevamente estuvimos así, entregados el uno al otro en un abrazo noble y honesto, sin querer, representando un juego de abalorios en que los conceptos de virtud se engarzan como cuentas con aquellos en que priman la carne y la lujuria.

El doctor, sin aviso, subió a horcajadas sobre mi pecho y me puso la pichula enhiesta en la boca. No dijo nada, solo dejó que mi iniciativa lo llevara a donde yo quisiera llevarlo. La chupé con la ansiedad del bebé que se aferra a su biberón. Jugué a cubrir su cabeza con la piel y descubrirla luego para atraparla con la boca, también me dejé llevar un poco por el deseo de llevarme a la boca el par de bolas peludas que atrapé entre mis labios y estiré hasta que el doctor me detuvo.

—Eres una chica muy pícara —me dijo y me golpeó el rostro con el pico lo que me enardeció y deseé que lo hiciera de nuevo.

Él pareció comprender y prosiguió dándome pichulazos en la cara, la boca, los ojos. Yo abría la boca tratando de atrapar el miembro hasta que él dejó que lo alcanzara y nuevamente me dediqué a comerle la verga. Cuando sentí que estaba por acabar, apresuré una paja con una mano en la base del tronco y el resto entre mis labios hasta que el hombre descargó chorros de mocos calientes en mi boca los que tragué con gusto.

Al regreso, mi papá me preguntó si me había gustado la visita al doctor y yo le respondí con una amplia sonrisa que lo dijo todo.

—¿Te gustaría volver? —preguntó.

—¡Sí! —respondí con entusiasmo.

Entonces él tomó mi mano y la metió dentro de su pantalón y así nos fuimos el resto del viaje, con su verga en mi mano hasta unas pocas cuadras de la casa.

En el camino me fui pensando en lo que habría hecho él con Clarita y cada vez que le apretaba la pichula esta saltaba en mi mano, entonces yo miraba a mi papá y este me devolvía una sonrisa y la hacía saltar de nuevo.

Esa noche me acosté temprano, necesitaba descansar y repasar los eventos de la tarde. Me parecía estar viviendo un sueño y no quería despertar de él. Quería preservar en mi memoria cada detalle de todo lo que había ocurrido. Al salir del departamento del doctor, Clarita me dijo que revisara mi WhatsApp porque me enviaría algo.

Cuando lo revisé, era una foto de ella con la cabeza de una verga entre sus labios. La reconocí de inmediato y me alegré mucho de que mi papá también hubiera tenido una buena tarde.

Antes de dormirme me quedé pensando en lo rico que se siente cuando una está llena de pico, cuando la verga te extiende el choro haciendo que te sientas llena, cuando te la clavan y te sientes morir, cuando las bolas chocan con tus nalgas, cuando tu carita se frota en un pecho peludo y sudoroso, cuando un macho te hace suya y te somete entera. Y el poderoso sentimiento de dominio que te invade cuando, a pesar de toda la fuerza masculina, los hombres se convierten en gatitos indefensos una vez que eyaculan. He aprendido tanto en los últimos meses que quiero más, mucho más y el doctor había sido un peldaño en esa escalera que, sin advertirlo, había comenzado a escalar. Me había encantado estar con él, pero también me gustaba mi papá y mi tío y a pesar de que mi padre me había advertido que no debía mirar otros hombres, este lo había propiciado él, por lo tanto, no me sentía faltando a sus deseos.

La siguiente vez que vi al doctor Legrand fue en su consulta nuevamente. Según mi madre, necesitaba estar segura de que todo estaba bien y me llevó con él a pesar de que yo no sentía que hubiese necesidad, pero al fin, qué sabe una a esa edad.

El doctor nos recibió con su amabilidad característica y me revisó con cuidado. Nuevamente lo tuve con sus instrumentos frente a mi conchita desnuda, esta vez con mi madre a mi lado. También revisó mis pechitos y tomó entre sus dedos mis minúsculos pezones y acarició con sus manos las protuberancias apenas insinuadas de mis pechos. No hizo nada que pudiera interpretarse como inapropiado frente a mi madre, pero cuando terminó me llevó a un cuarto lateral donde me pidió que esperara mientras él conversaba con mi madre. Me causó curiosidad que se demorara tanto y cuando volvió, venía sin su bata blanca.

Cuando nos retiramos de su consulta se despidió de mí con un beso en la mejilla y luego besó también a mi madre quien se mostraba sonrojada, como si hubiese hecho un gran esfuerzo.

6.

Dos semanas antes de mi cumpleaños, mi hermano estuvo un par de horas conversando con mi papá en la pequeña oficinita del taller. Para la fecha ya tenía 24 años. No usaba barba, pero sí andaba siempre con la sombra de algunos días sin afeitarse. Se parecía mucho a mi papi que cuando se rasuraba, se dejaba la sombra de la barba de un par de días también.

Unos días después, mis padres se sentaron conmigo en el living y me contaron una noticia sorprendente: mi hermano iba a vivir con nosotros por un tiempo. Estaba terminando sus estudios en la universidad ese año y luego comenzaría a buscar trabajo y, posiblemente, se iría a vivir a otro lugar.

Yo le había agarrado mucho cariño a él y saber que iba a vivir con nosotros me parecía excitante y estimulaba mi curiosidad.

Mi papá me explicó que con él en casa deberíamos tener mucho cuidado con las cosas que hacíamos porque él no debía enterarse. Yo me puse un poquito triste por eso, pero de todos modos quería estar con él y conocerlo más.

Mientras tanto, continué teniendo sexo con mi padre, mi tío y el doctor que nos recibía ciertos días del mes. Cada vez aprendía más y más cosas.

Un domingo en que mi papá tenía un compromiso con mi mamá, le pidió a mi tío que me llevara con la excusa de salir a pasear en la tarde. Así fue como mi tío y el doctor nos tuvieron a Clarita y a mí al mismo tiempo. Fue mi primera vez con dos hombres en ausencia de mi papi y me gustó muchísimo.

Clarita me llevó al dormitorio de su papá y allí nos desnudamos la una a la otra mientras los hombres conversaban y tomaban alcohol en el living.

Cuando estuvimos desnudas, clarita me enseñó algunas cosas, como hacer un 69 chupándonos nuestras conchitas. Clarita tenía la piel tan blanca que su chorito tenía los bordes rosados y me gustó mucho chupárselo y meterle la lengua como hacía mi papá conmigo. también nos sentamos una frente a la otra y cruzamos nuestras piernas rozando las conchitas frotándolas muy rico. Clarita me dijo que eso se llamaba hacer tijeras. Clarita sabía mucho de sexo. También me enseñó a meterle la lengua en el choro con ella sentada en mi boca. A ratos me ahogaba, pero igual me gustó. Después ella hizo lo mismo conmigo.

Cuando mi tío y el doctor entraron al cuarto, Clarita me tenía metido un dedo completo en la concha y no lo sacó ni siquiera cuando los hombres se subieron a la cama uno a cada lado de nosotras. Entonces mi tío me puso a mamar de su pico y el doctor lo siguió, haciendo lo mismo. Se la chupaba a uno y luego al otro hasta que Clarita decidió que también quería y se subió sobre mí para alcanzar las vergas con su boca. A ratos nos reíamos, porque las vergas se nos escapaban y al tratar de alcanzarlas nos dábamos besos. En un momento, a mí se me ocurrió tomar la cara de Clarita y le seguí dando un beso con lengua y nos despreocupamos por un rato de las pichulas. Los hombres nos miraban extasiados, pero después no aguantaron y cada uno nos metió el pico en la boca de nuevo, pero esta vez a mí me tocó el doctor y Clarita se la chupó a mi tío. Yo pensé que nos darían leche en la boca, pero antes de que ocurriera eso, mi tío nos pidió que nos acostáramos una al lado de la otra y luego ambos machos nos culearon en la posición del misionero muy juntitos uno y otro. Fue muy rico mirar a Clarita y verle la cara de éxtasis total con su padre clavándosela hasta los cocos. Seguramente ese éxtasis también se reflejaba en mi rostro porque el gusto que sentía con la pichula de mi tío entrando y saliendo de mi concha me tenían en un estado de absoluto placer; ¡no quería que aquello terminara nunca!

Como robots sincronizados y animados por una misma fuerza, los machos que nos culeaban de pronto se levantaron quedando arrodillados frente a nuestros cuerpos pequeñitos y levantando nuestras piernas se incrustaron aún más si es que se puede y en una mueca de inenarrable placer, nos anegaron las conchas con los mocos que salían a borbotones de sus pichulas palpitantes. Clarita y yo nos miramos al mismo tiempo, divisando nuestros rostros demudados por el vértigo del placer carnal. Mi tío retiró entonces el pico y mi concha siguió latiendo, reclamando el trozo de carne que la había abandonado. ¡Qué ganas de seguir clavada en la pichula!

Después del esfuerzo, nos quedamos los cuatro agotados haciéndonos cariños, abrazados, yo aproveché de mirar bien al doctor. Su cuerpo me traía loca, me encantaban sus piernas, sus brazos, el mechón de pelo rebelde que caía sobre su frente perlada de sudor; su pecho que se levantaba en un rítmico movimiento. Yo pensé que después de eso, ya no habría nada más, pero me equivocaba. Todavía faltaba una enculada que me dejó el hoyo abierto. Esta vez fue el doctor el que me la puso por el culo y admito que a pesar del lubricante y de ser un camino ya recorrido, todavía sufría mucho la penetración por esa vía. Mientras tanto, Clarita hacía con mi tío lo que yo todavía no me había atrevido a hacer con ninguno: comerle el culo. En ese momento supe que ese acto de depravación suprema era un manjar que tenía que probar a la brevedad.

—¡Ah, qué culito más delicioso! —susurraba el doctor con los ojos semicerrados. Más que hablarme a mí, se hablaba a sí mismo. —lo tienes tan apretadito, Dorita —lo escuché decir al tiempo que mis sentidos estaban inmersos en las sensaciones que me provocaba su arma que me traspasaba hundiéndose completamente en mi interior.

Los vellos de su pecho acariciaban mis nacientes pezones provocándome un escalofrío recurrente que nacía de mis tetitas y se extendía por todo mi cuerpo. Todo mi ser era como un instrumento de un placer arcano.

Un gemido de mi tío me sacó de mi concentración y al mirarlos a ellos vi a mi tío sujetando sus piernas junto a su pecho mientras Clarita le comía el pico con fruición y con una mano le metía y sacaba los dedos de su posterior.

“¡Cuánto sabe Clarita” —pensé.

En ese momento el doctor Legrand me desenculó repentinamente y avanzó sobre mí lanzándome los mocos en el pecho y la cara.  En un acto reflejo, me froté con una mano como quien esparce crema corporal y me gustó el contacto con la leche aún caliente. La sentí suave y espesa y, sin pensar, me llevé los dedos a la boca ante el beneplácito del doctor que me miraba con sus rodillas a mis costados todavía cansado por el esfuerzo, pero ahíto de placer.

Mi tío todavía demoró un poco más en su propio nirvana. Cuando se decidió a culear a Clarita, lo hizo de la manera más tradicional y yo sentí un súbito impulso de ir hacia ellos, pero me retuve y miré al doctor quien me autorizó con un gesto. Entonces me ubiqué entre las piernas de mi tío y mientras este clavaba a la niña con su estaca, abrí sus nalgas peludas y le clavé la lengua en el hoyo.

Me había vuelto una perra insaciable.

Entre ese momento y mi cumpleaños pasó una semana. En ese lapso no hubo ninguna otra oportunidad para estar con alguno de mis machos. Yo estaba muy ansiosa y sé que ellos también. Mi hermano ya estaba instalado en nuestra casa y me gustaba mucho verlo. Él se preocupaba mucho por mí; me acariciaba el pelo, me hacía bromas, se reía y jugaba conmigo.

Mi cumpleaños cayó un jueves, pero mis padres quisieron celebrarme el sábado. José Antonio me regaló un juego de maquillaje muy lindo para niñas de mi edad. El regalo de mi tío era un micrófono de karaoke, pero me dijo que me tenía otro regalo más para cuando subiera al segundo piso con él. Yo me quedé intrigada sobre qué podría ser, pero estaba obligada a esperar para saber; mis padres me regalaron un vestido precioso, un par de aros y zapatillas con luces led que yo les había pedido; Clarita me llevó una mochila rosa que me encantó y dentro de la mochila iba una tarjetita que decía que el tío me tenía una sorpresa más de parte del doctor. Clarita me miró con mirada pícara.

Ese día recibí muchos regalos más y me entretuve todo el día. Mi mamá y mi papá también se veían muy contentos. Los adultos se dedicaron a conversar y a beber mientras los niños jugamos toda la tarde.

Esa noche, mi hermano me fue a ver cuando ya estaba acostada y yo, acostumbrada como estaba a obtener de los hombres lo que yo quería, quise tantear el terreno con él aun sabiendo que mi papá me lo había prohibido. Cuando mi hermano se sentó en la cama a mi lado, me preguntó si me había gustado mi cumpleaños y yo le dije que sí, pero al mismo tiempo le puse mi mano en la pierna y comencé a jugar allí con mis dedos. Al principio él no dijo nada, pero cuando notó que yo llevaba lenta, pero decididamente mi mano hacia su entrepierna, la tomó con la suya y sin decir nada la retiró.

No supe qué decir. Él solo me miró en silencio y luego siguió como si nada preguntándome cosas que yo respondí, esta vez, un poquito avergonzada.

En los días que siguieron, mi hermano se acercó muchas veces a conversar conmigo, me ponía atención, me buscaba, le gustaba hablar conmigo y mis padres estaban muy contentos de que nos lleváramos tan bien. Aun así, yo no entendía por qué me había rechazado y preferí creer que yo le gustaba, pero no me lo quería decir.

Las cosas estuvieron a punto de tornarse una catástrofe unos días después. Fue la noche en que mi mamá comenzó su horario nocturno.

Mi padre no me dejó dormir con él porque mi hermano podía darse cuenta, pero en la madrugada, entró a mi pieza y se metió a mi cama desnudo. Yo no quería porque tenía mucho sueño, pero muy pronto sus caricias me prendieron tanto que desperté completamente. Mi papá estaba a mi lado y me estaba frotando el clítoris con sus dedos. Yo arqueaba la espalda de gusto. ¡Había extrañado tanto las atenciones de mi papi! Me estiré y lo tomé del cuello y le di un beso como sé que a él le gustan.

De pronto ambos sentimos un ruido y mi papá rápidamente se acostó a mi lado como si nada ocurriera. Lo que pasó esa noche lo descubrí mucho después.

Esa noche mi papá estuvo un ratito más conmigo, pero ya no hizo nada más y luego se fue a su dormitorio.

Al día siguiente no me dijo nada, pero por varios días sentí que me rehuía o bien sería que estaba muy ocupado en el taller, pero estuvimos sin tener sexo un tiempo hasta que pasó lo que paso a relatar.

Mi hermano José Antonio continuó siendo muy cercano a mí. A veces lo descubría mirándome cuando pensaba que no lo veía y yo me sentía muy halagada, aunque no me decía nada. Me gustaba tomarlo de la mano cuando salíamos a pasear. En esos momentos yo sentía que era su novia y que él se casaría conmigo. Su mano era cálida y tenía pelitos en el dorso de los dedos. Sus brazos eran muy peludos y me gustaba acercar mi cara y posarla en ellos. Sin duda que él se daba cuenta de mi calentura, pero yo no sabía.

Una noche me dijo que si quería que me leyera un cuento antes de dormir y yo casi salté de alegría. Él se rio y me preguntó qué cuento quería escuchar y yo no sabía porque nunca nadie me había leído un cuento, así que él me dijo que entonces lo elegiría él.

Esa noche me acosté tempranito esperando que él llegara, pero se demoró bastante. Cuando entró a mi cuarto, llevaba consigo un pequeño librito en la mano.

Se sentó en la cama a mi lado y me acarició el rostro y luego me arregló un mechón de pelo que me caía por la cara. Yo lo miraba arrobada y con una sonrisa bobalicona que no se me despegaba. Me sentía feliz, pero también nerviosa de estar así con él. Mi hermano era un hombre muy guapo, de barba bien cuidada, con un rizo que siempre que caía por su frente y mirada honesta.

La historia que me contó esa noche era sobre Estela, una niña pobre que vivía en el campo con su padre y su hermano mayor. Marco, el hermano, amaba a su hermanita, pero no sabía cómo decírselo sin que ella se asustara de lo que sentía. Estela, amaba a su hermano en secreto y tampoco sabía cómo hacer para que él lo notara, pero como eran tan pobres, ellos tenían una sola cama que compartían. Estela decidió que esa noche “tocaría” a su hermano “ahí”. Ella sabía que los hombres se vuelven locos si les tocan esa parte y pensó que si su hermano la quería, también querría tocarla de vuelta. Así, esa noche cuando Estela se fue a acostar, esperó a que su hermano se durmiera y lentamente acarició su vientre peludo llevando su mano suavecita a la parte donde los pelitos se pierden dentro del slip. Cuando hubo llegado allí, Marco, que había despertado con la caricia, tomó la mano de su hermanita y la guio dentro del calzoncillo haciendo que la pequeña niña tocara su virilidad caliente y dura. Estela entonces comenzó un suave movimiento corriendo la piel de “la cosa” de su hermano para arriba y para abajo y antes de que se diera cuenta, él le había bajado sus calzoncitos y con sus dedos húmedos le tocaba la rajita en una caricia tan rica que se sintió desfallecer. Así fue como Marco y Estela se hicieron novios esa noche y vivieron muy felices junto a su papá.

Me puse toda coloradita al escuchar el cuento de boca de mi hermano con su voz ronca y susurrada. Yo quería ser Estela y pensé que tal vez debía hacer algo al respecto.

La siguiente vez que mi mamá tuvo turno de noche, pasó un par de noches en que mi hermano continuó con su historia y al constatar que mi papá no me visitaba desde que ocurrió aquel percance, decidí que yo visitaría a mi hermano.

La tercera noche esperé a que las luces se apagaran y me deslicé a su cuarto y me metí en su cama. Una vez allí sabía lo que tenía que hacer, pero en mi imaginación todo era mucho más fácil que en la realidad. Sentí miedo de que si mi hermano despertaba podría regañarme, pero antes de que decidiera tocar a José Antonio, este me abrazó sin decir nada y me acercó a su cuerpo. Me acarició la espalda en silencio y tomó mi mano que depositó en su barriga llena de pelos. Entonces supe lo que tenía que hacer. Lentamente recorrí el frondoso camino que llevaba al tesoro escondido de la virilidad que tanto me atraía. Antes de que llegara siquiera al elástico, José Antonio simplemente se sacó el slip quedando completamente a mi merced.

Jugué con los pelos que anteceden a la verga, pero cuando toqué el trozo de carne solté un gemido de sorpresa. Sabía que mi papá y mi tío tenían vergas grandes, también la del doctor era un vergón de aquellos, pero cuando traté de tomar la verga de mi hermano con los dedos, me di cuenta de que no había forma de que pudiera rodearla con mis dedos por el exagerado grosor del tronco. Mi sorpresa no fue por el largo de la herramienta que seguramente era menor a las que ya conocía, pero su diámetro era algo a lo que no estaba acostumbrada.

—No te asustes, Dorita —me dijo mi hermano con una voz que delataba su calentura—. Ya verás que te la comes toda.

Me senté en la cama tratando de ver aquello que a medias sostenía en mi mano y retirando la sábana pude divisar el contorno del potente vergón que estaba a punto de comerme. Entonces mi hermano encendió la luz de la lámpara por unos instantes y pude observar las increíbles dimensiones del pico fraterno, de la pichula que palpitaba en mi mano como una mascota de la que yo era dueña. José Antonio volvió a apagar la luz y me empujó por los hombros hasta que mis labios hicieron contacto con la piel caliente de su pichula.

Abrí los labios exageradamente y chupé el glande cubriendo y descubriendo la carne rosada y jugosa con los movimientos masturbatorios que tan bien había aprendido.

José Antonio suspiraba con los ojos cerrados en una suerte de resignación mezclada con la perversa noción de estar disfrutando del sexo con su hermana. Más tarde me contaría que mis nueve añitos le parecían la aberración más grande y, a la vez, el mayor y más depravado de sus sueños.

Mi boca devoraba cuanto podía del vergajo a punto de explotar, aunque yo aún no tenía la experiencia suficiente para prever cuando esto estaba a punto de ocurrir. Mi hermano no pudo más y eyaculó en mi boca abundantemente. Yo, pillada de sorpresa, solo atiné a tragar y tragar rápidamente todo lo que salió del pico de mi adorado hermano.

Cuando hemos conversado con mi hermano de aquella primera vez, me ha confesado que para él eso no era usual, eyacular tan precozmente fue algo que no pudo contener porque el incestuoso acto de estupro fue demasiado excitante y simplemente no fue capaz de aguantar un minuto más. Pero también pensaba que aún tenía toda la noche y no pensaba dormir. Y así fue.

José Antonio tenía amplia experiencia con mujeres, pero yo era la primera niña con la que él yacía; sabía que sus técnicas amatorias tenían que ser diferentes y al igual que nuestro padre y nuestro tío, decidió que yo estaba primero, que mi placer antecedía al de él y puso toda su atención en hacer que yo viviera una noche inigualable de placer sexual. Yo por mi parte, quería tanto a mi hermano que también pensé lo mismo, sin embargo, el natural egoísmo de los niños llevó a que en cuanto mi hermano me comenzara a comer la concha me olvidara de todo y pensara solo en gozar.

En ese momento sentí unos deseos irresistibles de ver la cara de mi hermano entre mis piernas y en un hilo de voz le pedí que encendiera la luz. Este lo hizo volviendo inmediatamente a su lugar en mi entrepierna. Yo lo veía como a un ser fantástico, un príncipe de cuentos que venía de noche a hacerme el amor. Me derretía de amor por mi hermano, sus ojos color miel me miraban mientras su lengua roja se afanaba en horadar mi cuevita pelada y olorosa.

Me retorcía de gusto con las piernas en los hombros de José Antonio. La barba me hacía cosquillas en mis muslos internos y en ese inefable universo de sensaciones no me di cuenta cuando, sin querer, solté un pedo. Creí morir de vergüenza, pensé que mi hermano me enviaría de vuelta a mi cama y casi me pongo a llorar cuando mi hermano me dice:

—¡Eres una cerdita! —, y acto seguido levantó mis piernas y abriéndome bien las nalgas comenzó a comerme el hoyo del culo con tal ahínco que se me olvidó el acto grosero e inadecuado que había protagonizado unos segundos antes.

Hasta ese punto, había olvidado completamente que yo también quería hacer que mi hermano gozara de lo que yo había aprendido y pasado un par de minutos, se me ocurrió pedirle algo. José Antonio no preguntó nada, solo me hizo caso y se acostó con las piernas flectadas. Yo, presurosa, me ubiqué entre sus piernas y cuando él creía que le comería el portento de pichula que se erguía poderosa en su bajo vientre, yo tomé sus piernas y las levanté abalanzándome a comerle el culo de la misma manera en que él acababa de comérmelo a mí. Mi hermano casi grita del gusto de sentir mi lengua afilada tocando las rugosidades de su orificio anal y por la sorpresa de que yo, una cría que apenas sabía vestirse sola, fuera capaz de hacerle algo que ni sus novias adultas habían sugerido siquiera. Pero eso no fue todo, si el sentir mi apéndice húmedo en su rajita fue un regalo de los dioses, cuando puse la lengua durita y perversamente le horadé el hoyo con ella, se puso a temblar incontrolablemente y con los ojos en blanco solo atinaba a gemir:

—¡Dorita!, ¡Dorita!, ¡Ay, Dorita!, ¡qué me estás haciendo!

De pronto sentí un sabor salobre en la lengua y me asusté creyendo que tal vez… pero no, eran los jugos que soltaba la pichula y que corrían por las bolas hacia la zona de la cueva peluda invadida por mi lengua.

Cuando ya no pudo más, mi hermano bajó las piernas y me posó sobre su pecho. Primero me miró con una mirada extraviada y su frente perlada de sudor. Luego me acercó a sus labios y me besó. Fue un beso romántico, caliente, perverso, con lengua, con saliva, con ardor, con la calentura de un hombre y una niña que descubren que se pertenecen uno al otro, un lobo y una loba en celo.

—¿Te la han metido ya? —me dijo al oído.

Yo no contesté; no quería que él supiera que no era el primero como si eso fuera posible.

No esperó mi respuesta, me posó delicadamente en el centro de la cama y subió sobre mí. Me aterrorizó saber que “eso” entraría en mí, pero no me atreví a negarme. Sacó un pote de lubricante de su velador y se ubicó entre mis piernas. Embadurnó mi cuevita y su verga. No intentó ninguna pose extraña; simplemente subió sobre mí sin apoyar su cuerpo completamente en el mío y levantó mis piernas apuntando con su arma a mi conchita babeante. Luego introdujo la punta en la concha y la mantuvo ahí por un rato.

—¿Me la vas a aguantar, Dorita? —preguntó.

—Sí —contesté con un hilo de voz. La verdad es que no estaba segura, pero no quería decepcionarlo, deseaba con toda mi alma ser capaz de recibir su pichula entera en mi chorito.

Con la punta del pico encajada en mi orificio, se posó en sus codos, tomó mis hombros por debajo y comenzó a presionar, suave, pero firmemente. La verga entró un par de centímetros y mi concha se estiró provocándome un dolor intenso, pero aguanté la primera embestida sin quejas. Después de unos segundos en que mi hermano se quedó quieto, volvió a presionar, con mayor fuerza si cabe y la verga se fue hacia adentro arrancándome un grito de dolor. Mi hermano miró instintivamente hacia la puerta y se quedó quieto. En medio de mi dolor desgarrador, yo también esperé lo peor, que mi padre apareciera por la puerta y luego de varios minutos, cuando ya parecía que todo estaba bien, mi padre entró. Estaba completamente desnudo y con la verga erecta.

José Antonio no dio muestras de nerviosismo ni se detuvo en su tarea de penetrarme completamente. Mi padre se hincó a mi lado y me puso el pico en la boca. En ese instante no supe a quién amaba más, si a mi hermano o a mi papi. Con el vergajo paterno en la boca no me fue posible emitir queja alguna, mi hermano se hundió completamente en mi concha y me culeó con fuerza, como culearía a una mujer, una zorra, una loba hambrienta. Fue una cogida violenta y continua, José Antonio no se detuvo ni disminuyó el ritmo hasta que de pronto la clavó muy adentro y se quedó quieto con el rostro demudado de placer eyaculando su leche en mis entrañas. Cuando papá se dio cuenta también él eyaculó en mi boca. Me sentí llena de semen, plena de amor, satisfecha, agotada, pero feliz. Cuando mi hermano subió sobre mí y me puso el pico en la boca para que se lo limpiara, noté la cara de sorpresa de mi papá ante la evidencia de lo que me había comido. Sorpresa, admiración y orgullo. Padre e hijo se abrazaron ante mí en un gesto que yo no entendí en ese momento, pero que con el tiempo he llegado a comprender como un rito de aceptación del líder al cachorro o algo así.

Desde ese momento, los tres lobos: mi padre, mi tío y mi hermano, se encargaron de mi educación en formas que apenas había comenzado a avizorar. Mis encuentros con el doctor continuaron por mucho tiempo más, incluso después de que, recovecos del destino, mis padres se separaron y mi madre se fue a vivir con él. Yo me quedé viviendo con mi padre, tengo una hija a la que llamé Estela y que es la adoración de los hombres de mi hogar.

Epílogo

El padre, sumamente orgulloso de su hija camina por la plaza principal. La lleva de la mano con su vestido nuevo, zapatitos de charol y una hermosa tiara que enmarca su rostro de felicidad. Camina lento, alardeando ante el mundo, sin palabras, de la mujercita que camina a su lado. La niña se sabe protegida, ese hombre que la guía de la mano es su papá, el hombre más importante de su vida. Un hombre guapo, masculino, musculoso. Es su hombre. Ella es su mujercita.

La gente que se cruza en el paseo matinal se da vuelta a mirar a esta pareja singular. Les brindan una sonrisa las mujeres que ven en ellos una imagen familiar; a él le hacen un leve y conocedor gesto los varones que advierten algo más.

La niña y su padre acaban de salir del baño público. Ella, radiante de felicidad, con una sonrisa que enmarca su rostro y sus ojos color miel brillan con un destello que habla de misterios y verdades ocultas; el padre, apuesto y viril, con un rizo rebelde que cae por su frente y su barba recortada con esmero.

Más allá, en una mesa está sentado un hombre. El padre lo reconoce como aquel que limpió el cuello de la niña con una toalla de papel. Al cruzar por su lado, ambos se saludan con una venia, la niña lo mira y advierte que “eso” aún se hace notar bajo la tela del pantalón, levanta la vista y el hombre le hace un gesto de saludo apenas perceptible. Su mano izquierda enmarca su virilidad en la tela.

Al regresar a casa, la niña corre a los brazos de su abuelo que la levanta en el aire y le da un sonoro beso. La niña ríe y se aferra a su cuello al ver que su madre se acerca. La niña ama a su mamá, pero también adora a su abuelo, a su papá y a su padrino Luis.

—¿Disfrutaron del paseo? —pregunta el abuelo.

—Mucho —contesta su hijo.

Esa noche, cuando ya todos duermen, una figura cruza la oscuridad del cuarto de la pequeña y se acerca a su cama. Ella reconoce el olor de su abuelo y espera impaciente que se acueste a su lado, pero este espera un momento:

—Abra la boquita, Estelita —le susurra—, chúpeme un poquito el pico, ¿sí?

Y la niña recibe el vergón del macho maduro entre sus labios. Es la tercera pichula que chupa ese día.

FIN

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