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martes, 13 de abril de 2021

Cada uno de nosotros lo merecíamos


Me llamo Julián, vivo en Madrid y tengo ahora 20 años. Lo que me dispongo a contar me ocurrió hace cinco años, o sea, cuando tenía 15. Mi mejor amigo de entonces (y el de hoy por hoy también) era Leonardo o Leo para los amigos. Él era dos años mayor, tenía 17, un chico más fuerte y valiente que yo y al que consideraba mi protector, pues en más de una ocasión me sacó de alguno de los líos en los que tan frecuentemente yo me metía. La pobre mamá tenía que ir cada dos por tres al centro escolar donde estudiaba a hablar con el psicólogo infantil y este le explicaba cual era mi situación y que lo problemático en mí, el hecho de meterme en peleas y sacar malas notas se debía sobre todo a que mis padres se acababan de divorciar. Mamá y yo lo pasamos muy mal pues papá nos había abandonado por irse con otra mujer.


Mi madre pensaba que se debía a que ya no era atractiva y lloraba continuamente por ello. En mis conversaciones con Leo le expliqué cuales eran las preocupaciones de mamá y él me decía que no lo entendía, ya que opinaba que mi madre era muy guapa y que estaba muy buena. Si eso de que mi madre "estaba muy buena" lo hubiese dicho otro, quizá le hubiese dado un puñetazo, pero Leo era mi amigo y confiaba siempre en él. Además a él se le daban tan bien las chicas que no entendía porqué iba a fijarse en mamá, que al fin y al cabo ya tenía 40 años. Leo tenía tanto éxito con las chicas de su edad que se podía permitir lujos como el que tuvo por ejemplo la noche de un sábado que aún recuerdo. Leo cogió el coche de su padre y ambos nos fuimos en busca de Fabiola, la novia que él tenía por entonces. Mi amigo me había enseñado a conducir y me pidió que condujese por barrios donde no hubiera mucha vigilancia mientras el se montaba en la parte trasera con Fabiola a ver si se enrollaba con ella a base de bien porque la tía, para sólo tener dieciséis, estaba de buena para reventar.

Dimos unas vueltas y yo vi por el retrovisor como se daban besos y se toqueteaban, lo que me excitó bastante; pronto Leo quiso bajarle las bragas a Fabiola, pero esta se negó a continuar con aquel juego y mucho menos en mi presencia, pues yo le parecía un estúpido y un salido. Oír aquello me entristeció, y Leonardo se enfadó con ella diciéndole casi a gritos que yo era su amigo y que no merecía ese trato. Por tanto Leo decidió que la llevásemos a su casa. Al detenernos en el portal de la calle donde vivía Fabiola, vimos que allí se encontraban Mirian, la hermana mayor de Fabiola, y otra amiga suya, una tal Estela, además de sus respectivos novios, unos chavales que ni a Leo ni a mi nos caían bien. Cuando Fabiola bajo del coche lo hizo casi entre lágrimas después de lo sucedido un rato antes entre Leo y ella. Mirian, su hermana, la vio y se acercó hasta nosotros para preguntar que le habíamos hecho a Fabiola. Leo le dijo que no había pasado nada y Mirian no le creyó.

Después Leo dijo que era algo largo de contar lo que había pasado y Mirian replicó que tenía toda la noche para oírlo, así que Leo propuso hablarlo metidos en el coche lejos de allí, pero a la otra no le pareció buena idea ir sola, por tanto llamó a su novio, lo que a Leo tampoco le convenció, y le dijo que podía venir su amiga Estela o si no nadie. Mirian aceptó y llamó a Estela que estuvo de acuerdo; ambas montaron en el coche atrás con Leo diciéndoles a sus novios que volverían en menos de media hora. Los tíos se quedaron con cara de cabreo. Nos pusimos en marcha y mi amigo me sugirió, pues yo seguía conduciendo mientras él iba sentado atrás entre las dos chicas, que me dirigiese al "Paraíso" (un enorme parque solitario en el que podríamos estar tranquilos). Mirian y Estela no supieron donde estaba aquello, por lo que no pudieron objetar nada. Al decirme Leo que fuésemos a aquel lugar pude imaginar que intenciones se traía, pero me quedé mudo de asombró cuando comprobé lo que fue capaz de conseguir.

Durante el trayecto en coche Leo no le dijo a Mirian nada más y nada menos que la verdad de lo que había sucedido con Fabiola. Que si quiso enrollarse con ella y la chica se negó ante mi presencia, etc, etc. Además Leo le dijo que si Fabiola seguía en ese plan de nunca querer enrollarse no tendría más remedio que abandonarla, a lo que Mirian contestó que no le hiciera eso pues su hermana se deprimiría mucho. Mi amigo se quejó de que aquella noche él tenía muchas ganas de sexo y Fabiola se negó solo porque estaba yo. En esto que llegamos a aquel parque solitario y oscuro. Mirian comprendió la situación y le propuso el siguiente trato a Leo: ella le daría satisfacción a cambio de que no dejase a su hermana. Leo aceptó pero poniendo otra condición; Mirian le miró con gesto interrogante y Leo señaló con la vista hacia Estela.

Tu amiga –dijo Leo- se tiene que enrollar con mi amigo. A mi me entusiasmo la idea, pero Estela, que era una rubia de ojos azules y que estaba divina, se negó diciendo que yo sólo era un crío. Yo me entristecí, porque nadie allí tenía más de tres años que yo. Leo le dijo entonces que si el problema era ese, la solución sería que también Estela se enrollase con él; o sea, que las dos con Leo y además en mi presencia. Ambas chicas acabaron convencidas.

Así era Leo. Allí estaba en el asiento trasero del coche con una chica a cada lado, cada cual más sexy; Estela, la formidable rubia esbelta de tetas puntiagudas y cuerpo de diosa y Mirian, morena exótica de enormes tetas y mejor culo. Las dos dispuestas a cumplir su parte del trato, cosa que con Leo como amante no les supondría el más mínimo sacrificio. Pronto apareció la empinada polla de mi amigo entre las delicadas manos de Estela, que se moría de ansias por acariciar aquel enorme aparato, mientras Mirian lo besaba en la boca y ponía las tetas a disposición del chico. En pocos segundos las chicas se bajaron las bragas y enseñaros sus rajitas de escaso vello púbico, todo para el deleite de mis vista y el deleite pleno de Leo que las acarició y lamió todo cuanto quiso.

La misma Mirian me sugirió que me hiciese si quería una paja e igualmente me animaron Estela y Leo, el cual cogió a las chicas de la cabeza y las llevó a ambas a que le mamaran la polla, y muy bien lo tendrían que hacer, pues él se retorcía de gusto en el asiento trasero del coche. No tardó en correrse. No había duda de que las chicas eran enormes expertas, pues lo exprimieron al máximo. Poco después yo mismo eyaculaba. Leo les pidió que esperasen pues quería metérsela por el coño al menos a una de ellas. Mirian y Estela rieron diciendo que eso era cosa sólo para sus novios. ¡Qué putas sois! –les dijo Leo-. Y en eso quedó la cosa, ambas besaron a mi amigo en la boca recordándole cual era el trato y recomendándole que no se quejara, pues otros, como por ejemplo yo, se tenían que conformar con menos.

Leo y yo tuvimos una charla después. Él se quejaba amargamente de que no podía conseguir follar con ninguna, que sólo eran caricias, pajas y nada más. Yo le dije que se fijase en mí, que aún pillaba menos. Los dos nos reímos de buena gana con aquello. Luego, entre risas me dijo que ya que nos habíamos visto la polla el uno al otro en aquella situación, podíamos ver algún día en casa una buena peli porno y hacernos una paja cada uno. Me pareció una excelente idea y propuse que fuésemos al día siguiente a mi casa, ya que por la tarde mi madre saldría.

Era una tarde de domingo y allí estábamos Leo y yo en mi casa, cada uno sentado en un extremo del sillón, pues éramos tan jóvenes que pensábamos que los hombres si se rozaban entre sí se contaminaban, pero haciéndonos cada uno por nuestro lado una suave paja. La verdad es que la polla de Leo era enorme y él presumía de ello.

El argumento de la película consistía en que un hombre sorprendía a su mujer follando con su mejor amigo y tras algunas dudas, tensión y excitación, finalmente se animaba a formar un trío con ellos, cosa que el amigo y la mujer recibían con mucho entusiasmo. Leo y yo hablábamos si seríamos capaces algún día de compartir a nuestras mujeres; él decía que si y yo, que en todo lo admiraba dije que también. Nos reímos, hablamos de todo aquello y nos distrajimos tanto que no advertimos que mi madre se había plantado justo detrás de nosotros. Probablemente observó y escuchó cuanto rato le dio la gana. Y viendo la peli porno y a nosotros con la polla en la mano, no sé que cosas pudo imaginar y pensar. No advertimos su presencia hasta que no carraspeó. Yo dí un respingo y me subí inmediatamente los pantalones, Leo no hizo lo mismo, el se quedó inmóvil como una piedra y con la polla... pues eso, como una piedra. Me quise disculpar ante mamá, pero ella silenciosa me hizo un gesto como diciendo que no pasaba nada. Entre tanto las imágenes de la peli porno seguía mostrando a una mujer que disfrutaba como una posesa con las pollas de dos hombres. Mi madre se sentó entre nosotros mirándonos con cara entre comprensión y lástima; nos dijo que entendía las frustraciones sexuales de los adolescentes y que aquello que hacíamos era normal.

De vez en cuando miraba la pantalla, hasta que se le ocurrió decir entre bromas y veras que algunas tenían tanta suerte que disponían de dos hombres y otras de ninguno, refiriéndose a ella. Pensé en que mamá se sentía mal, poco atractiva y poco deseada sólo por el hecho de que mi padre la había abandonado por otra. Luego pensé en la frustración de Leo, cuyo anhelo era meter su polla en un coño y experimentar un coito, y finalmente me compadecí de mi mismo pues únicamente me conformaría con poder acariciar el cuerpo entero de una mujer y que ella me acariciase a mi. O sea, tres seres de carne y hueso tristes por no consumar sus deseos.

Mamá se descalzó y se quedó sentada entre nosotros. Yo sentía algo de corte, pero al igual que Leo permanecí inmóvil. Aquellas tres personas de la tele follaban como locos y mamá nos sugirió que continuásemos disfrutando tal y como lo estábamos haciendo antes de que apareciese o si no se tendría que volver a marchar, cosa que no le apetecía pues admitió que ella también quería disfrutar con aquellas imágenes. Aquello me pareció increíble en mamá, pero en cierto modo la comprendí. Leo no se cortó un pelo a la hora de reiniciar su masturbación, a mi me costó más hacerlo pero finalmente también me meneé mi verga. No me explico aún cómo mi amigo se decidió a preguntar a mi madre si las mujeres no recurrían a menudo a la autosatisfacción, pues si nosotros lo disfrutábamos de aquel modo, porqué ella no.

Mi madre dijo a Leo que llevaba toda la razón y ni corta ni perezosa se arremangó la falda e introdujo sus dedos bajo las braguitas para así darse gusto en su clítoris y en su raja. Un poco cortados al principio, pero allí estábamos los tres masturbándonos sin ningún tipo de complejos, felices a nuestro modo, mirando hacia la tele y mirándonos entre nosotros mismos. Leo dijo a mi madre que si nuestras pollas estaban a la vista, por qué no enseñaba ella algo de lo suyo.

Mi madre me miró y yo dije que era lo justo. Mamá no sólo se bajo las bragas y nos mostró su húmedo coño cubierto de una espesa mata de pelos, sino que también desabrochó su camisa y su sujetador dejando al descubierto sus impresionantes senos, que al instante captaron nuestra atención. ¡Joder, qué buena está tu madre!- exclamó Leo-. Mamá se puso como loca al oír aquel piropo enorme. ¿De verdad? – preguntó ella misma-. De verdad dijo él. De repente yo pregunté: ¿te la follarías Leo?. Mamá se estremeció al escuchar como le proponía aquello a un amigo.

Leo dijo, que si ella y yo estábamos de acuerdo, que lo haría. Mi madre estaba ya tan excitada y caliente que no necesitó dar ningún tipo de aprobación. Leo se abalanzó a chuparle las tetas. Mi madre dijo que en mi presencia le daba vergüenza, pero Leo replicó que ya no había vuelta atrás y que todos íbamos en el mismo vagón. Agradecí aquel gesto de lealtad hacia mí de mi amigo. ¡Fóllate a mi madre amigo mío! ¡Sois lo único que tengo en la vida! ¿Porqué no veros disfrutar juntos?. En tanto decía esto ya habían montado un sesenta y nueve en a lo largo del sillón; ambos disfrutaban y gemían mientras yo me machacaba mi pija. Mamá no dejaba de alabar el gran tamaño del pene de Leo ¡Quiero follar! –decía él. Lo vas a hacer conmigo -exclamaba mi madre entre convulsiones de gozo-. Tiró a mi madre al suelo y la puso a cuatro patas. Le iba a dar desde atrás, pero aún me tenía reservada una sorpresa mi amigo Leo. ¿Te apetece una mamada?- me preguntó él-.

Si, -dije yo-. Pues tu madre te la va a hacer –me anunció Leo-. ¿Quieres decir que se la tengo que chupar a mi hijo? –preguntó mamá. Eso es –le dijo Leo- él merece esto tanto como nosotros. Así que todos íbamos a experimentar algo nuevo. Mi madre se sitúo a cuatro patas sobre el suelo apoyada sobre mis piernas abiertas, pues yo estaba sentado en el sillón. Detrás de ella se sitúo Leo, que de una sola embestida y como si lo hubiera estado haciendo toda la vida, se la clavó a mi madre desde atrás. Un poco más le costó decidirse a ella a chupármela a mi, pero finalmente lo hizo. Ni que decir tiene que, dado a que mi madre me lo hizo de maravilla y que yo era un inexperto, no tardé en correrme en su boca. Tampoco tardó en eyacular Leo en la vagina de aquella maravillosa amante que nos surgió aquella tarde.

O mejor dicho, aquella noche, pues repuestos de nuestros orgasmos no quisimos que aquello parase en una simple anécdota y continuamos nuestros juegos, ya sin ningún límite. Y digo sin ningún límite porque al final convencimos a mamá de que yo también había de penetrarla, como hice para gloria y placer de nuestro trío. Viendo la peli porno, observamos como aquellos hombres hacían un emparedado con la mujer y nos propusimos hacerlo también nosotros. Leo tuvo el privilegio, y en algo había de notarse su jerarquía, de ser el que penetró a mamá por el ano, el cual casi destroza, pero bajo el consentimiento y placer de ella. Yo se la introduje en el coño, y los tres nos corrimos al unísono.

Follamos todo cuanto nos apeteció, hasta hartarnos, y planeando otra juerga para otra noche. Algo que ya contaré dentro de poco. Pero quiero dar las gracias sobre todo a mi amigo Leo, pues a él le debemos mi madre y yo el haber podido superar nuestros traumas gracias al sexo que él nos propuso.

Por Andrés

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