lunes, 26 de diciembre de 2022

Desde la noche


Desde pequeña escuchaba a mis padres cuando hacían el amor. Esto se debía a que ellos dejaban abierta la puerta de su recámara para escuchar alguna señal por si nosotras, las niñas, hacíamos algún ruido que requiriera su atención. A mí me despertaban los quejidos, leves, de mi madre cuando la empalaba mi papá. A mí me encantaba escuchar a mis padres haciendo el amor y me arriesgaba a acercarme. 


Mis hermanas hacían como que no oían, o tal vez no oían; no pocas veces, me levanté y avancé arrastrándome hacia su recámara para ver las escenas donde apreciaba el palote de mi padre y el baile de las tetas de mi mamá, que daba cuenta que la penetraban con enjundia, y después de la culminación yo quedaba muy excitada, deseando el lugar de mi madre, y regresaba muy caliente y con mi panochita mojada a sobarme la cuquita y tintilarme el clítoris como si fuese badajo de campana (Le digo así por qué me imaginaba que era el badajo de una campana pequeña haciendo “tin”, “tin”). Me tallaba el sexo recordando el falo de mi padre y las mamadas que mi mamá le hacía. Varias veces soñé que mi padre me hacía el amor a mí.

Cuando era niña solo me mojaba al ver cómo mi papá se cogía a mi mamá, ella lo gozaba y pedía más; pero ya de adolescente me pajeaba y tenía un orgasmo tras otro imaginando que yo era mi mamá y tenía esa trancota entre mis piernas. Yo suponía que a mi papá no le parecíamos atractivas sus hijas. Ya sé que muchos dirán que los padres deben respetar a sus hijas, pero ¿qué hay de las que sí queremos a papá?

Desde los doce años me crecieron las tetas y también tuve la grasa que nos da a las mujeres el atractivo para los hombres. Obviamente, eso no pasó desapercibido para mi padre, quien se volvió más cariñoso conmigo. Mi madre se daba cuenta, pero ella solo sonreía cuando mi papá le decía “Ishtar se está poniendo tan hermosa como tú”, al tiempo que bajaba sus manos por mi pecho, pegándome su bulto en mis nalgas.

Yo me ponía muy arrecha cuando él me acariciaba las piernas, iniciando en mis rodillas, pero su mano subía siguiendo la caricia bajo la falda hasta terminar en mi montecito con vellos incipientes, los que acariciaba con uno o dos dedos haciendo el calzón a un lado. “Pues ya tienes otra mujer completa”, le decía mamá, quien miraba mi rostro colorado y cómo me retorcía yo con los roces de mi padre en la raja mojada. “Será pronto”, le contestaba mi padre.

A los pocos días, mientras yo me daba tremenda paja viéndolos cómo se cogían a mamá en cuatro extremidades, mi mamá volteó hacia donde yo estaba observándolos escondida y al descubrirme sonrió y volteó a ver a mi padre exigiéndole más velocidad, “con la enjundia en que me fornicaste la primera vez”, remató. Mi padre obedeció y en pocos segundos gritaron al unísono… y yo también.

Dos días después, yo estaba acostada, acariciándome tetas y panocha, en espera de escucharlos para ver el espectáculo que me gustaba y escuché que la puerta de mi cuarto se abrió y a trasluz vi la figura desnuda de mi papá. Yo me hice la dormida, pero él se acercó a mí y puso su pene en mis labios. Sentí la humedad del pre semen y creí que era porque ya se había cogido a mi madre (“y yo no los escuché”), pensé al abrir instintivamente la boca y me puse a mamar.

Mi boca abarcó lo más que pudo de esa deliciosa carne de sabor excitante, mis manos apretaron el tronco largo y los ovoides resbaladizos en esa bolsa del escroto. ¡Mamé tan bien, que en poco tiempo se me llenó la boca de semen!, el cual saboreé y deglutí con agradecimiento. Al terminar, mi padre me dio un beso en la boca y probó su pasión en mis labios.

Se retiró y besó a mi madre, quien había visto todo desde la puerta. ella se lo llevó jalándolo suavemente del aparato, desde la base de los huevos y parte de la pija; escuché a mi madre, o quizás lo imagine, “A ver cuánto quedó para mí”.

Al día siguiente, mi madre me habló sin ambages.

–Así disfruté las primeras caricias con tu abuelo, yo también me excitaba cuando él hacía el amor con mi madrastra –pues mi abuela murió cuando nació mi madre–, y te diré lo que ella me dijo cuando me descubrió viéndolos: “Es bueno que una aprenda de alguien que la ama”.

Mi madre me contó que ella también había probado el semen de mi abuelo, como primera lección práctica, después de tantas lecciones “audiovisuales”, y me preparó para lo que seguía: mi desfloración, que se dio también en mi cuarto y con la venia de mamá en su puesto de observación. Esa vez solo fue un pequeño dolor y mucha lujuria, pero mi padre no se vino dentro de mí, solo me regó el semen en mi ombligo y tetas, distribuyéndolo amorosamente con la mano en esa zona de mi cuerpo, mientras me besaba y con la otra mano jugaba con mis nalgas y mi ano.

Al día siguiente, mamá me llevó con el médico para que me pusiera un DIU. “Es para que sientas los orgasmos en plenitud, sin peligro de embarazo”, precisó. Y tuvo ella mucha razón, pues papá tuvo que dar amor a dos mujeres en el mismo tálamo.

Allí estaba yo, tirada transversalmente en la orilla inferior de la cama, con las piernas abiertas sobre los hombros recios de mi padre, quien está de pie en el piso, me sostiene de las muñecas. Papá me jala hacia su cuerpo, en el cual mis ojos quedan fijos y anhelantes en su gran pene con el glande, escurriendo gotas de líquido pre seminal y me clava su trancota de un solo envión, deslizándola en mi encharcada panocha. Mi papá está cogiéndome con penetradas muy rápidas y siento en mis tetas el sudor que está cayéndome de su rostro; en tanto que mi madre, recargada en la cabecera de la cama, con las piernas abiertas y flexionadas, está viéndonos y pajeándose al ritmo de las embestidas que marca mi padre. Grito de placer “Así, papi, así…”. 

En un par de minutos, mi padre gruñe, me suelta su carga llenando de tibieza mi vagina y es la señal para que inicie mi orgasmo múltiple e interminable, que acompaño con varios “¡Ah, ah, ah..! Escucho, como eco, la misma canción en los labios de mi madre, por las mismas razones de su placer propio estimulado por el nuestro. Después, solo respiraciones apuradas de los tres, jalando y expirando mucho aire. Papá yace sobre mí y mi boca busca la suya cuando los jadeos se van calmando. Por último, en pleno beso, y sin que yo pueda evitarlo, las contracciones del “perrito” de mi vagina, le agradecen al falo de papi la felicidad que me ha dado.

A los pocos años, papi tuvo más trabajo, pero yo siempre me sentí la amante más afortunada. Bueno, no es cierto, pues afortunada fue mi madre quien tuvo embarazos del hombre que la amó…

Por Ishtar

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