jueves, 7 de marzo de 2024

4 a.m.

Era evidente que si dos seres insomnes se unían terminaría siendo una vorágine desaforada de pasión, también influye en gran medida que él sea un sátiro y yo una ninfómana. El primer polvo de la noche sucedió previo a caer rendidos, pero nunca es suficiente cuando se trata de nosotros. El saber controlarnos y decir hasta qué punto el deseo es perjudicial para nuestros cuerpos es un tema con el cual aún estamos lidiando y de momento cuando perdemos el control, es difícil delimitar. 

Nuestros cuerpos despiertan por instinto y sobre todo por deseo. A veces nos enganchamos a drogas, y no me refiero a los alucinógenos, sino a otro tipo de contenido o en este caso de nosotros. Desde el principio le ofrecí mi cuerpo para calmar sus impulsos oscuros y nunca me he arrepentido de esa decisión. 

Nuestros cuerpos están unidos, pero no del todo, la molesta tela sirve como una débil barrera que separa nuestros cuerpos, solo de momento. Su fuerte mano se cuela debajo de su camisa, esa que uso para dormir y la cual nos resulta muy erótica a ambos. Le gusta declarar su posesión sobre mí y a mí me excita y me enamora que lo haga. Siento su respiración profunda sobre mi cuello, erizando mi piel, encendiendo mi deseo. 

Muerde ligeramente el lóbulo de mi oreja haciéndome suspirar, casi jadear. Su mano aprieta con firmeza mi coño, incitándome. Mi papi amoroso y cuidadoso ha sido devorado por el lobo que muy pronto entrará en mí. Su mano sibilante sube y aprieta mi seno derecho, luego se desliza repitiendo la acción en el izquierdo. Ninguno merece un trato más privilegiado suele afirmar con ese deje socarrón que tanto me encanta. 

– Buenas noches, princesita –susurra en mi oído. 

– Buenos días, papi –digo risueña. Para él sigue siendo de noche y para mí ya es de mañana, así que acordamos que cada quien lo tomaría como mejor le conviene. 

– Dime, ¿qué quieres hacer? –y con esa frase me entrega la llave a las puertas del averno. Es cierto que me domina, que es mi dueño, que es mi papi y muy mandón, pero no dejo de ser la niña de sus ojos. No soy una zorra o una puta, no, soy su princesa y soy yo quien le otorga el poder de usarme a su placer. Es mi decisión entregarle mi cuerpo sin reservas. 

– Úsame, papi, por favor –sello mi futuro inmediato con esa frase. 

Me encanta la facilidad con la que mueve mi cuerpo, me arrastra al lado derecho de la cama, está sobre mí y se inclina para coger algo de la mesita de noche. El delicado choker rosado, en la placa está grabada una P. El collar alrededor de mi cuello acompaña a la cadena con el colgante, para muchos es solo una pieza de puzle en una cadena, para nosotros es mucho más, es un símbolo de unión, al igual que la pulsera de cuero que él lleva en su muñeca izquierda. Son nuestras marcas discretas que los ordinarios pueden ver y jamás entender. 

Desde el inicio de nuestra relación ese colgante y la P escrita ya sea con labial o rotulador sobre mi monte venus, me acompañan a cualquier sitio al que voy. 

– Que guapa es mi niña. Desnúdate para papi –me dice con la voz ronca. 

Da marcha atrás separando nuestros cuerpos y su ausencia me inquieta, se levanta y enciende la luz, una notable erección ya se dibuja en su pantalón de chándal. Mientras posiciona la cámara y comienza a grabar, me lanza una traviesa sonrisa. A este paso necesitaremos un disco duro externo para almacenar la ingente cantidad de nuestros polvos. Es un guarro, que tiende a verlos con demasiada frecuencia, soy su porno favorito, en parte saber que me desnudo solo para él y que solo él puede grabarme o fotografiarme le da una sensación de triunfo que lo exalta. 

Hay noches donde le seduzco y juego con mi desnudez, o que uso alguna lencería para provocarle, pero en ese momento el deseo puede sobre mí. Lanzo por los aires su camisa que va a parar a cualquier parte de la habitación. Arrastra una silla y se sienta al borde de la cama, sobándose el paquete sin apartar la vista de mi cuerpo. Ha asumido el papel de espectador. Sus ojos se pasean por las diversas P que he trazado sobre mis pechos y abdomen. 

– ¿Todo eso es para mí?

– Sí papi –asiento sonrojada. 

– Es mío, tu cuerpo es mío –afirma con satisfacción. 

– Lo es –le regalo una tímida sonrisa mientras bajo mis braguitas. 

Me acomodo en el respaldo de la cama y abro mis piernas, lo máximo posible. Nuestros ojos están conectados. Llevo una de mis manos a mi coño y con mis dedos índice y corazón separo mi abertura. Algunos rastros de humedad ya se evidencian. 

– Eso es, ofréceme tu coño. Es mío, princesita. Ahora tócate para mí. Papi ve cómo te tocas.

Comienzo a rozar mi clítoris, lento, muy lento, lo estimulo con mi dedo índice, y noto la reacción inmediata, estoy muy caliente. Aumento un poco el ritmo y otro de mis dedos se suma al asedio de mi botón del placer. 

– Mete un dedo, muy lento, sé una buena niña y follate para papi. 

Asiento, mis mejillas arden y uno de mis dedos se cuela dentro, causándome una agradable descarga eléctrica. Me remuevo elevando un poco mis caderas, acompañando el movimiento de mi dedo dentro de mí.

– No vayas a correrte –me advierte, se deshace del pantalón y su erección se yergue vanidosa–. Mete dos dedos, y aumenta el ritmo.

– Si papi –musito con la voz entrecortada. 

Mis dedos aceleran el ir y venir, los meto muy adentro y con los dedos de la otra mano estimulo mi clítoris, acelero el ritmo, deseosa de obtener mi placer.

– Para –ordena–. ¿De quién es ese coño?

– Es tuyo papi. 

– ¿No te falta algo? Coloca las pinzas y mete tu juguete rosado por el culo. Enculate para papi.

Asiento, azorada, sus designios son órdenes para mí. Cojo las pinzas. Aumenta el ritmo de su paja al ver mi rostro contraído por el dolor al cerrarse alrededor de mis pezones. Chupo el dildo rosado antes de meterlo en mi esfínter, es pequeño, entra sin dificultad, papi tiene una fijación con anal, antes de conocerlo solo tuve un par de experiencias previas no del todo agradable, ahora puedo decir que soy casi tan adicta como él para que me dé por mi puerta trasera. 

– Eso, se sucia, follate para papi, hazlo a tres dedos. Pero cuidado, ya sabemos lo estrecha que eres, no quiero que te lastimes. 

Mis gemidos van en aumento, al igual que el ritmo inclemente con el que me follo. Es tan intenso, la mezcla de dolor en mis pezones se cruza con el placer de mi coño y la invasión de mi culo. 

– Aguanta, papi no quiere que te corras todavía.

Asiento y sigo masturbándome para él, lo más excitante es que me vea, me hace sentir unas cosquillas indescriptibles, no pensé que disfrutaría tanto siendo un objeto del deseo. Su rostro imperturbable esboza esa tenue sonrisa socarrona. 

– Quita las pinzas, te duelen –ordena cuando ve que ya el dolor puede sobre mí y me está cortando el rollo. 

– Si papi, gracias –las retiro con cuidado, mis dedos entran muy adentro, los remuevo con fuerza dentro de mí, tanto que siento como estoy a punto de correrme. 

– Para –me dice, pero lo ignoro por un segundo – ¡He dicho que pares! –me detengo en seco, no era mi intención desobedecerle –Niña desobediente, si te digo que pares, lo haces ¿Vale?

– Si, papi, lo siento papi –dijo bajito.

– Sácalos, saca tus dedos. Tu coño es mío, sólo yo decido cuándo puedes correrte –mi rostro se contrae en un puchero–. Nada de pucheros jovencita, obedece a tu padre. 

Sin muchas ganas los retiro. Resignada, excitada, en el fondo ambos sabemos que me encanta que controle mi orgasmo. De hecho, fue una de mis peticiones al comenzar nuestra relación, él nunca había experimentado ese control y ha terminado encaprichado con él. Saber que tiene ese poder sobre mi intimidad lo lleva a pedirme que me toque siempre que desea, aunque los lugares no sean los más propicios, aunque estemos separados físicamente, me escribe y yo me toco, ese es el trato. A veces está en el trabajo, o en alguna reunión con sus amigos e insiste en ello. Afirmamos estar locos, pero es una locura muy placentera. 

– Mete dos dedos y ábrelo lo más que puedas –sigo sus órdenes–. Mantenlo así –se levanta de la silla y se cuela entre mis piernas, siempre que me toco tengo que abrirme lo máximo posible, es una de sus posiciones favoritas, donde estoy vulnerable y expuesta para él–. Voy a correrme ahí.

Aumenta el ritmo de su paja hasta que el primer chorro va directo a mi interior, caliente, pegajoso, espeso. A pesar de haberse corrido su erección no baja del todo. Lleva sus dedos dentro de mí, esparciendo su leche en mi interior. Un ritmo rápido y furioso.

– Papi, papi, papi –gimo, sabe que estoy a punto, solo puedo articular ese apelativo si estoy por correrme. 

– Sácalo princesa, correte para mí, tu coño es mío y quiero que lo exprimas. Dale tu jugo a papi. 

Antes de que termine la frase convulsiono por el placer, retira sus dedos y un chorro potente baña su mano, que lo recoge y lo lleva a su boca. Lo bebe sediento y se inclina para besarme. Nuestros labios se funden. Coge mis manos llevándolas por sobre mi cabeza y continúa besándome. Nuestros sexos se rozan, puedo sentir como su recuperación va más rápido que de costumbre.

– Di cosas sucias sobre ti, princesita, dime que eres –susurra en mi oído antes de bajar y servirse con mis pezones, los lame, chupa y mordisquea ligeramente. 

– Soy tuya papi, soy tu zorrita, tu putita, tu perrita –jadeo desesperada. 

– Eso –con su mano libre conduce a su polla a mi interior, resbala sin problemas. Se siente más apretado por la presión del dildo en mi culo–. Eres mía ¡Joder! –exclama mientras se entierra hasta el fondo–. Que caliente estás, ¿es por mí?

– Solo por ti, papi –musito llorosa por el placer–. Solo por ti, soy tuya –nuestras miradas se conectan–. Eres mío.

– Si mi niña, soy solo tuyo, eres la única que puede tener a papi –me besa acelerando el ritmo. 

Mi coño palpita, no tardaré mucho en correrme y él lo sabe, claro que lo sabe y no se detiene, se entierra hasta el fondo, la saca y la deja ir de golpe. Siento el impacto en mi vientre, que bien se siente. 

Eleva mis piernas hasta colocarlas sobre sus hombros y sigue con un ritmo rápido y demoledor, el segundo orgasmo, se encadena con un tercero y un cuarto. A su lado pierdo la cuenta de corridas, y cada una suelta más flujo que la anterior. Aprisiona mi cuerpo contra el suyo. Que bien se siente. Cuando jala de la correa del choker un nuevo orgasmo más intenso que los anteriores no se hace esperar. 

– Más, me ordena –entierra su polla con dureza, nuestras respiraciones se desbocan–. ¿Sabes lo que quiero verdad?

– Si, papi. 

– Pues dámelo. Pídemelo. 

– Por favor papi, ¿puedes follarme el culito?

– Por supuesto mi zorrita, papi te dará lo que quieres. 

Retira su miembro de mi interior, mi coño escuece un poco, pero todavía tiene más flujo para dar. Saca el dildo con cuidado y deja caer una genero cantidad de lubricante en el agujero dilatado. Luego otro poco en su polla y se deja ir, firme y lento. 

Hundo mi rostro en el colchón y ahogo mi gritito de placer y tenue dolor. Siento una presión en mi cuello mientras tira de la correa. Me sodomiza sin clemencia, entra duro y rápido, ya hemos llegado a ese punto donde puede follarme tan duro como quiera y no lo resiento demasiado. Salvo que sigo estando un tanto sensible. Un gritito lo alerta. 

– ¿Estás bien? 

– Sí –miento–, sigue.

– No, me estoy calentando demasiado, voy a lastimarte –dice sin retirarse.

– Sigue, no me importa, reviéntalo, úsame.

– ¡Joder! ¡Lo que pida mi zorrita! –exclama retomando el ritmo violento. Es increíble como un nuevo orgasmo me sobreviene, sin siquiera tocarme–. ¡Si! –grita, eufórico, le encanta que me corra mientras me encula. 

Entra tan adentro, el martilleo es potente, inclemente. Lo combina con azotes a mi culo. Luego lleva una mano hacia mi coño y le da un sonoro azote, está tan encharcado que unas gotitas salpican. 

– Mi voy a correr mi niña –jadea, acelerando el ritmo–. Sale –dice antes de darme una estocada final. Siento los chorros de leche invadiendo mi culo sin clemencia. 

Su cuerpo se derrumba sobre el mío, desbordado por el esfuerzo. Tras un minuto saca su polla de mi interior y sin que me lo pida, bajo a limpiarla. Su lefa escurre entre mis piernas y él me empuja contra la cama. 

– Quiero más de tu fuente –me pide–. Uno más. 

Coge otro de los juguetes de la mesita, ya su polla no da para más por lo que usa el consolador y lo entierra. Suelto un gritito de placer y un tanto de dolor, estoy al límite. Continúa follándome con él los siguientes minutos. Cortando el orgasmo cada vez que estoy a punto, castigándome y complaciéndome a la vez. En medio de mis súplicas por fin me otorga la cota máxima de placer. Un gran chorro, el más abundante hasta la fecha, sale volando y lo baña por completo. Nos toma por sorpresa a ambos, que nos quedamos sorprendidos. Tras la impresión inicial rompemos a reír, como dos chiquillos. 

Se levanta y apaga el video. Luego la luz y se mete en la cama, me da de beber para recuperar un poco el aliento, apenas puedo moverme. Con calma retira el collar alrededor de mi cuerpo, hemos hecho un desastre, como cada madrugada juntos. Me arrastra hasta quedar pegadita a él. 

– ¿Estás bien? –pregunta preocupado–. Creo que me he pasado. 

– Lasai, estoy bien –le doy un beso–. Gracias.

– Eres increíble, mi pequeña fuente del placer. Nunca había conocido a una chica que se corra como tú. Eres la mejor, mi niña. Ahora a dormir.

– Buenas noches papi –susurró antes de caer rendida entre sus brazos. 

Por Mirus

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