lunes, 18 de marzo de 2024

Yo Claudia


De princesa a reina

Princesa

Hasta lo 4 años fui hija única, era la princesa de la casa, caprichosa y malcriada. O al menos eso me contaron. A los 5 años, mi hermano tenía 1 año, seguía siendo la princesa, aunque había perdido algunos privilegios, obviamente. Aunque yo quería tener un hermanito, por eso no me molestó tanto. Dejé de ser la princesa de mamá, pero seguí siendo la princesa de papá. Después nació mi hermana y se completó la familia. Una familia típica, un matrimonio con tres niños.


Mi papá trabajaba bien, no teníamos mayores problemas económicos que los normales.

El problema más grande ocurrió poco después de cumplir los 15 años. Mi mamá presentó un problema de salud del cual no le dijo a nadie porque no le dio importancia.

Ella una dueña de casa con tres hijos escolares. Mi hermana de 6 en primero de básica, mi hermano de 12 en sexto de básica y yo, con 15 años en primero de la media.

Tenía que tener la casa limpia, lavar para todos, con mi hermana blusa blanca todos los días, mi hermano sus camisas blancas y las camisas de mi papá, cocinar, hacer las compras y todo lo que hace una dueña de casa. Nosotros ayudábamos los fines de semana, porque en la semana no nos dejaba hacer nada, sólo hacer las tareas y estudiar. Fueron pasando los meses y mi papá se dio cuenta de que algo no andaba bien y se lo dijo.

Un día ella misma tomó conciencia y pidió hora al médico. Hubo que esperar los resultados de los exámenes. A todo esto, nosotros, no sabíamos nada. Fue una sorpresa saber que la mamá tenía que operarse.

Hasta ese momento, todavía mi papá me decía princesa, se había acostumbrado a decirme así, cosa que a mi hermana le molestaba, ella quería ser la princesa.

Como princesa me tuve que hacer cargo de la casa mientras la reina se recuperaba.

Una lucha larga, en que a veces parecía triunfar, pero eran triunfos pasajeros.

– Hija, si a mí me pasa algo, ocúpate de tus hermanos y cuida a tu papá –

– Pero mamá! No digas eso – aunque ya estaba ocupándome de mis hermanos, aunque siempre lo hacía con sus deberes, ahora con su vestuario.

Ella tenía razón, aparte del pelo, había perdido mucho peso, estaba muy delgada.

Finalmente, y poco después de haber cumplido los 16, lo último que me dijo» cuida a tu padre «.

El mundo que conocía se quebró como un cristal y de la noche a la mañana, pasé de ser la princesa de mi hogar a ser la reina, yo Claudia.

Esa noche, después del funeral, cuando todo volvió a la calma, cada uno a su pieza a dormir su dolor.

Fui al baño a cepillarme los dientes antes de acostarme, la casa en silencio, sentí unos sollozos. Era mi padre sentado en la cama con las manos en la cara llorando. Ya tenía mucha pena, una angustia acumulada, no había llorado por no hacer más grande la tragedia de mi hermana chica.

Me senté a su lado, nos abrazamos y lloramos juntos.

– Acuéstate papá, no te preocupes, ahora estoy yo, me voy a hacer cargo de todo y de ti – le dije mientras lo acostaba y me acostaba a su lado. Nos abrazamos y nos quedamos así largo rato. Yo le hacía caricias y le daba besos como si fuera mi hijo.

Mi papá era joven, tendría en ese momento unos 38 años. Las caricias y besos fueron mutuos y sentí la erección de mi padre contra mí.

De chica lo había visto desnudo, el me bañaba y me vestía para el colegio. Vi sus erecciones en la ducha y cuando hacía el amor con mi mamá. Ahora era mi turno. Bajé mi mano y se lo tomé. Una ola de calor recorrió mi cuerpo, lo puse contra mi vagina y lo abracé. Inmediatamente se me subió encima y me penetró profundamente, con mi mano en la boca ahogué el gemido. Era mi primera vez, virgen hasta ese momento, los movimientos rítmicos de su pelvis hicieron que mi pelvis hiciera lo mismo. Fue un acto de amor, de entrega y de alivio.  Fue algo rápido, como con desesperación, algo que necesitábamos los dos. Después de ese momento turbulento, vino la calma.

– Perdona hija, no tenía intención…

– Está bien papá, mi mamá me pidió que te cuidara y no te voy a dejar sólo, no está ella, pero estoy yo para ti. Te amo papá –

– Yo también te amo hija, pero no tienes que sacrificarte por mí –

– No papá, no es ningún sacrificio, es todo lo contrario, me gustó mucho – él todavía estaba encima mío, talvez por la emoción del momento y después de haber acabado, seguía con su erección. En mi caso el orgasmo, talvez por ser el primero, se vino muy rápido y quedé con gusto a poco. Quería más y con mis besos y caricias comenzamos de nuevo. Esta vez partimos de cero y lentamente comenzamos a coger. Ahora lo estaba disfrutando, algo que alguna vez siendo chica, se me pasó por la cabeza, cuando los veía coger con mi mamá, pero era un imposible. Ahora era realidad, y con mis piernas cruzadas por su espalda los empujaba suavemente contra mí, nos besábamos y llorábamos. ¿Por qué llorábamos? No lo sé, creo que era un poco por liberar la angustia y otro poco de felicidad. Después de largo rato de hacer el amor, de besarnos y decirnos que nos amábamos, cosa que ya sabíamos, pero es lindo que te lo digan al oído mientras te cogen. También estuvimos un rato largo descansando.

– Hija, vamos al baño –

– Si papá –

Después de evacuar todo el semen de mi papá y que era mucho, talvez por la enfermedad de mi mamá, me duché porque me había corrido por las piernas hasta los tobillos. Mi papá me bañó como cuando era niña, era su princesa. Sus manos con jabón siempre fueron cariños sobre mi piel. Ahora sentía los mismos, sus deseos por mis íntimos secretos y lo estaba disfrutando.

– Te acuerdas papá cuando chica me bañabas? –

– Estaba pensando en eso – dijo.

– Y que yo te tomaba tu» colita «, le decía yo, y se te ponía dura? –

– Si, lo recuerdo, por eso dejé de bañarme contigo, para que no te acostumbraras a eso.

– Sentí mucha pena por eso – mientras tomaba su erección como cuando niña.

Nunca imaginé que volvería a hacerlo nuevamente.

– Vamos a acostarnos – dijo.

En la cama me di vuelta y el me abrazó por detrás, tenía una especie de cosquillas en todo mi cuerpo, especialmente en mi vulva al sentir su miembro flácido contra ella. Era muy agradable, me pegué contra el y relajé todos mis músculos y pensamientos.

Ahora era una reina de verdad, completamente y feliz.

Por RISEVA

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