martes, 5 de marzo de 2024

Al caer la noche


Muchos ven el día a día como una serie interminable de sucesos que van conformando la cotidianidad, pero algunos tenemos una cotidianidad más determinante que otros. Y no puedo negar la ansiedad que me recorre a medida que pasan las horas. Una sensación que acelera mi pulso hasta desbocarlo. Cada día aparento normalidad, sonrió y bromeo como todos los demás. Oculto de todos lo que sucede en mi habitación al caer la noche.

Es evidente que hay ciertas personas que no deberían ser padres, los míos, por ejemplo. Mi madre desde que tengo razón de ser es una maniática depresiva que se dopa de pastillas día sí y día también. Y luego está mi padre, ese hombre tosco, de espalda ancha y profundos ojos tan negros como su cabello que lleva casi al ras, como el buen militar que es.


Todavía recuerdo la primera vez, no tenía ni dos dígitos en mi edad, cuando irrumpió cual sátiro y profanó cada agujero que se podía profanar. Esto no ha variado y en mis catorce años de edad he tenido que lidiar con esta realidad. Tiemblo de solo recordarlo. Y hoy es un día de esos que me da pavor ¿La razón? Papá estaba de servicio, cumpliendo sus deberes de oficio, varias semanas fuera y mi cuerpo sabe lo que eso significa. Este tipo de días son a los que más recelo guardo.

Llego a clases del instituto con el pulso desbocado, él ya está sentado en el sofá, viendo el partido del día. La camisa marca sus bíceps, y su fría mirada se posa inmediatamente en mí, paralizandome, anulando mi ser. A una temprana edad, comprendí que me iba mejor si acataba sus órdenes en vez de sublevarse. Sus fríos ojos me atraviesan, son tan inexpresivos como su rostro, es un hombre duro, no es de los que sonríe, las pocas veces que lo he visto curvando la comisura de sus labios es en las noches en las que violenta mi cuerpo a su placer, así que en definitiva es mejor no verle sonreír.

  • Hola muñequita -dice con esa voz fría que me corta como si se tratara de una navaja suiza.

  • Señor.

  • Ven -me ordena, me desplazo diligente hasta sentarme en su regazo.

Dentro de mí, una pequeña parte aún sopesa la posibilidad de sublevarse ante su yugo abusivo, sinceramente he barajado una serie de posibilidades en su contra, lamentablemente sigue siendo mi padre y esa parte, puede que propia del adoctrinamiento que ha ejercido sobre mí, me impide actuar en su contra. Solo puedo callar y obedecer, conozco el protocolo, no es tan difícil de seguir, si me cercioro que mi cerebro vaya en automático, la experiencia será algo tan monótono como ir a por el pan. 

Ni lento ni perezoso. No pierde tiempo, sus manos de pulpo magrean mi cuerpo, aguanto impune el asedio. Me embarga su aliento a whisky, tabaco y su colonia. No se corta en repasar sus manos con callos por mi tersa piel. Sus grandes manos se detienen especialmente en mis pequeños senos, sé que encuentra un morbo especial en morder y lamerlos, por suerte en la tarde solo se limita a este tipo de asaltos. 

Yo cumplo con mi papel de hija perfecta, la hija diligente, la hermosa rubia de ojos azules de tirabuzones, la de perfectas calificaciones, la obediente, la modélica, la que cumple con todas las expectativas de su padre, el modelo que construyó para satisfacer sus necesidades, la pequeña menuda, su muñeca, tal como me llama desde que tengo memoria. Al parecer yo tengo éxito donde mi madre fracaso, considerar hasta qué punto este hecho es favorecedor para mí, es debatible. 

  • Que linda debes verte con unas coletas -sugiere, con una orden implícita en ello. 

Coletas, hoy será de esas noches donde no puedo contemplar nada que no sea satisfacer su oscuridad. Asiento y con una cabezada me da la orden para seguir con el ritual de este tipo de días. Preparar la comida, echarle un ojo a mi desdichada madre, y lo más importante; preparar mi cuerpo para recibirlo. Mis agujeros terminarán muy abiertos y llenos de su simiente, en el mejor de los casos. Procedo a cumplir con el ritual de rigor, preparar la cena, vuelvo a asegurarme que mi madre siga completamente dopada, no es como que le importe lo que suceda lejos de su pequeño foso de miseria y autocompasión.
 
Sin vello, es una de sus reglas que cumplo a rajatabla, lo siguiente es un baño a conciencia, incluyendo una profunda limpieza de mi culo, no quiero que se repita la vez en la que tuve un accidente mientras irrumpía en mi puerta trasera, las consecuencias no me permitieron conciliar el sueño los siguientes días. 

Al caer la noche mi cuerpo aparentemente descansa sobre mi mullida cama, siento el tic tac del reloj del pasillo, siendo la sentencia que marca el suceso, que anuncia su llegada. Pasada la medianoche, como en cada ocasión, la puerta de mi habitación se abre sigilosamente y mi padre emerge como una figura imponente y poderosa. Como un demonio encarnado. Sin camisa y con el cinturón desajustado. Esa mirada me indica que esta noche será de las desagradables. Cualquier atisbo de esperanza abandona mi cuerpo al ver como se cierra la puerta con tal delicadeza que parece impropio en un hombre como él, por supuesto que es así, solamente que al sátiro le gusta actuar conforme a sus retorcidos pensamientos. En su mente lo que hace es correcto, y no lo digo por justificarlo, tengo la certeza de que su instinto lo conlleva a forzarme de esta forma. 

Dos delicadas coletas caen sobre mis hombros al incorporarme. El recorrido visual de rigor, cerciorándose de que haya cumplido con sus exigencias. Lleva una de sus manos sobre su prominente erección y la aprieta con descaro para hacerme saber que yo soy el motivo de su presencia. 

El primer contacto es una suave hostia, le gusta ver mis pómulos enrojecidos por su acción. Me sujeta de la nuca para atraerme, siento la dureza de su miembro chocando contra mi rostro. La correa termina de deslizarse buscando un nuevo objetivo, mi cuello. La aprieta con dureza, casi asfixiándome, pronto sus pantalones caen y su polla invade mi boca sin contemplación.

Sus manos se deslizan hasta coger las coletas, sustituyendo el juego con la correa lo cual me permite respirar un poco mejor. Jala de mi pelo con tal fuerza que siento que algunos cabellos amenazan con desprenderse, eso solo le provoca más deseo. La ligera curvatura de su miembro dificulta un poco mi labor. Simplemente me dejo hacer, con mis brazos caídos, de rodillas ante ese hombre que en momentos como este tiene más poder que una deidad, al menos sobre mi cuerpo. Es mi deber como su hija, o es lo que me ha repetido infinidad de veces hasta el cansancio, así que succiono más cuando lo ordena. 

No hay tregua, abusa de mi garganta provocándome arcadas, duele la dureza con la folla mi boca, la entierra hasta el fondo, solo lo cuándo siente mi arcada la retira, bañando de babas mi cuerpo, estas caen lubricando su polla. Golpea mi rostro con su verga mientras intento recuperar el aliento con mi boca abierta. Tenía la intención de calentarlo lo suficiente como para hacer que se corriese en mi boca y darle un poco de temple a su furor. Mis planes se acaban de ir por un despeñadero al ver la intensidad con la que me observa. 

Me arrastra por la cama, como la muñeca que soy, me da vuelta y un doble azote en cada una de mis nalgas, sirve de preludio, es el momento de pasarlo mal. Una sucesión de azotes violentos se encuentra contra mi piel, enrojeciéndola en el proceso. Le encanta destrozar mi trasero con su gran palma masculina. 

Tengo el coño seco como el desierto, eso no lo corta, tira de la correa cortándome la respiración a la vez que ahoga mi grito de dolor al sentir como su mástil me abre sin más lubricación que mi saliva en su polla. Es una punzada dolorosa, inclemente, que no se detiene. Al retirarlo siento como si se tratara de un cuchillo ardiente. Grito y suplico, lo cual solo lo excita más, que le pida clemencia provoca un movimiento involuntario de su duro miembro. 

Vuelve a enterrarse, y yo me retuerzo, gimoteo, mis quejidos no se hacen esperar y por más que intento hacerlo retroceder, eso solo conlleva a que se entierre con más dureza en mi interior, las lágrimas que corren por mi rostro son absorbidas por mi almohada. 

Contengo la respiración, no lo miro, si lo miro será peor. Aunque por sus movimientos, intuyo que es lo que está por venir. Escupe, sobre mi otra entrada, es un masoquista y aunque la maniobra también resienta su polla, se deja ir de golpe. Es una follada intensa, dolorosa, aunque ahora se facilita con cierto líquido rojo, mi sangre sirve de lubricante. Intento gritar de dolor, pero su gran mano sobre mi boca acalla mis quejidos lastimeros, y atrapan las lágrimas que emergen de mis ojos. Se inclina para lamer mi pómulo y saborear mi dolor. 

En determinado momento medio inconsciente por el dolor, se retira, me da vuelta y se vuelve a hundir en mi primera entrada, doy gracias por la tregua.  Siento su respiración sobre mis tetas, las muerde y succiona mientras su ariete rompe, agresivo entrando en mi coño seco, pero entra más fácil gracias a la sangre de mi culo. 

Arde, duele, quema. La fricción de nuestros sexos no es agradable. Hoy no se ha molestado en estimularme. Miro de reojo el lubricante y los condones que dejé sobre la mesita de noche, objetos que mi padre ha ignorado adrede. Gruñe como una bestia, como arde, siento que destroza las paredes de mi intimidad. Cuando grito nuevamente su gran mano cubre mi boca impidiéndome cualquier tipo de queja. Me retuerzo buscando alguna escapatoria, imposible.

Y es en ese instante en el que muerde mi pezón, cuando mi cuerpo me traiciona, mi coño comienza a lubricar, la fuente se ha desatado, y me mojo, la fricción sería placentera si no hubiésemos tenido ese brutal inicio forzado. Mi humedad y el roce interno me provoca un involuntario placer, no el suficiente como para correrme, pero, si para amortiguar el dolor previo, acelera la follada hasta que una gran cantidad de semen sale disparado hacia mi interior, regándome con su semilla. 

Después de ello, su cuerpo se desploma sobre el mío, laxo y satisfecho por la violación de esta noche. Se acomoda a mi lado, apretando mi cuerpo en la pequeña cama, hace años que mis padres no comparten lecho ni siquiera para dormir. Me guste o no, soy suya.

  • Buenas noches, muñequita. 

  • Buenas noches, papi. 

Me da un beso en la frente antes de deshacerse de las coletas, dando por finalizado el encuentro. En esos momentos se vuelve hasta cariñoso. No tengo escapatoria y aunque la tuviera no la tomaría. Soy hija obediente, me crié para esto. Hundo mi rostro en su pecho y lo abrazo. No todas las noches son malas, está es una excepción. Mentiría si dijera que a pesar del miedo no lo deseo, mentiría si dijera que me da igual si folla a otra. No es tan malo, la mayoría de las veces lo disfruto, y ambos sabemos que en estas ocasiones también lo hago. Pertenezco a mi padre y a pesar de que mi culo sangre y mi coño arda, seguiré esperando al caer la noche. 

Por MIRUS

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