martes, 15 de noviembre de 2022

Hotel Taboo III: La Colegiala


El auto de su padre estaba allí, como se lo había prometido hacía ya semanas, en su cumpleaños número quince. Ximena le hizo escribir una promesa: que el último día escuela él la recogería. Y la había cumplido.

Era una camioneta negra y alta. Él la esperaba afuera con una sonrisa.

Ella corrió, y su falda se levantó un poco con el viento. Debajo tenía un short negro, pequeño, que se le pegaba y marcaba su culo apretado, firme y adolescente. Tampoco es que le hubiera importado. Era el último día del año escolar y las preocupaciones de seguir las normas de la escuela quedaban atrás.


Lo saludó con un beso en la mejilla, junto en la esquina de los labios. Él la abrazó y la ayudó a subir, acariciando de paso los muslos que estaban cubiertos parcialmente por las medias blancas del uniforme escolar.

—¿Cómo te fue hoy?—preguntó él, con ese tono relajado pero paternal —. ¿Qué hicieron?

—Me fue bien. Y no hicimos mucho—La voz de Ximena era suave, apenas estaba dejando de lado el tono infantil.

—Muy bien. Te tengo una sorpresa.

Ella abrió los ojos, entusiasmada. Sus pequeños labios rosados se abrieron de alegría. Su padre siempre le daba sorpresas. Ella quería saber que le tenía preparado.

—Mira atrás—continuó él.

Ximena volteó a mirar. En el asiento de atrás había un par de maletas. No necesitó preguntar demasiado.

—¿A dónde vamos?—No podía esconder la emoción. Pocas veces tenía la ocasión de viajar con él.

—A un lugar que te va a encantar–Le puso la mano en la cara y le recorrió la mejilla con suavidad. Con el pulgar recorrió parte de sus labios—. Un lugar en el que los dos nos vamos a divertir. Te lo prometo.

Ximena confiaba en esa promesa. Él siempre cumplía lo que prometía.

El viaje duró más o menos una hora. Y no hicieron ninguna parada. Ella seguía en el mismo uniforme.

Su padre le puso la mano en una pierna cuando llegaron. Ella se había distraído y él la sacó de ese mundo con pequeños y delicados golpes en el muslo.

Su destino era un lugar muy particular: una casona grande, sin ningún tipo de letrero, ni nada que indicara donde estaban.

La ayudó a bajar de la misma manera que la había subido al auto. Y ella notó que no había nadie allí. Ningún visitante.

Entraron al lugar y lo primero que vio fueron los cuadros: mujeres y hombres, niños y niñas. Una mujer los estaba esperando. Era mayor que su padre por unos cuantos años, pero había conservado su belleza. 

La mujer le habló a su padre:

—Buenas tardes, ¿tienen reservación?

—Sí señora—respondió él—: a nombre de Francisco.

—Francisco y Ximena. Bienvenidos sean, su habitación es la número uno. Suben las escaleras. Es imposible no encontrarla.

Y siguiendo las instrucciones de la mujer, subieron y se encontraron con tres habitaciones. Dos de ellas estaban cerradas, pero la habitación número uno estaba abierta.

Su pieza era más grande por dentro de lo parecía por fuera. Con un baño, un gran vestidor, una cama en la que fácilmente cabían ellos dos y más personas. Un escritorio.

Sobre este último una caja, acompañada de una carta dirigida a Ximena.

—Es para ti—dijo Francisco.

Ximena leyó la carta:

“Para Ximena:

Bienvenida al Hotel Taboo

Para que tengas un buen inicio de vacaciones, te hemos hecho un presente, para que puedas dejar volar tu imaginación cuando quieras. Estamos seguros que te va a gustar.

Úsalo.

Sade”.

Abrió el regalo. Un cuaderno y un lapicero. En la portada, una frase: “mi diario”.

Su padre se acercó a ella.

—Mira, tú que querías uno hace rato. Sigo sin entender por qué.

—Para guardar mis secretos—Ella tomó el diario y lo abrió. Estaba en blanco.

—¿Secretos? ¿Acaso tienes secretos?

—Si. 

—¿Cómo cuales?—Él se rió cuando hizo la pregunta–¿Un amor oculto? 

Ella también soltó una risita.

—Supongo que cuando escribas algo no me vas a dejar leer…¿o si?

—Pues es que ya no sería secreto. Ese es el punto de un diario.

—Pero niña adorada, yo te conozco. ¿Qué secretos vas a tener? ¿Te gusta un muchacho o algo?

Ella no respondió. Bajó la mirada.

—Vaya. ¿Quién es?—insistió Francisco—. ¿Ya sabe él que te gusta?

—No. Y no creo que le diga.

—¿Por qué no?

—Pues…—Ximena dudó un segundo—: es que mis amigas ya van muy avanzadas en esas cosas y ya tienen novio. Y no sé como…decirle.

—Ya entiendo el problema. Y en parte es por eso que estamos aquí. Ven, siéntate en la cama.

Ella obedeció y se sentó en la cama. Los ojos marrones de su padre la miraron.

—¿Cómo así que tus amigas están avanzadas? ¿Qué te han dicho?

—Pues que ya se dan besos y todo.

Volvió a bajar la mirada. Se sentía extraña hablando de esto con su padre.

—Nunca te has dado un beso con nadie, asumo.

Ximena negó con la cabeza.

—¿Quieres que te enseñe?

Ella lo miró a los ojos. Un poco sorprendida por la proposición. Sin embargo, las palabras salieron de su boca con bastante rapidez.

—Bueno.

—Está bien. 

Su padre se acercó a ella. Los labios de él se fueron juntando con los suyos. Era su primer beso. Su primer beso se lo había dado su padre.

No podía decir con exactitud a qué le había sabido él, pero sabía que le había gustado. Él se volvió a acercar. Y le dio otro beso. Y luego otro.

—Voy a intentar otra cosa—dijo él tomándola de la cara—; abre un poco la boca. Te va a gustar y tus amigas van a estar impresionadas contigo. Lo mismo que el chico misterioso.

Ximena abrió la boca como él se lo había indicado. Sintió el beso y luego la lengua. Por instinto, siguió a su padre, y dejó que su lengua y la de él jugaran un poco.

Entonces sintió que algo se mojaba en sus panties. Ya le habían explicado en clases lo que eso significaba, pero no esperaba que eso le sucediera por un beso.

Su padre se detuvo por un momento.

—¿Te gustó?

—Si—respondió Ximena tímidamente—, pero sentí algo…

—¿Qué sentiste?

—Es que en clases me dijeron que…que si te gustaba algo o alguien, pues algo pasaba ahí…

—Oh—Estaba segura que su padre había entendido a lo que ella se refería—. ¿A tus amigas también les pasa eso?

—Creo. Me han dicho que les pasa, pero que no han hecho mucho con sus novios.

—Está bien. ¿Quieres que te enseñe algo para eso también?

Ximena asintió con la cabeza.

Su padre le volvió a dar un beso, que incluía lengua. Entonces él le desabotonó la camisa del uniforme. Uno por uno, los botones se fueron separando y dejaron expuesto su brasier: blanco, sin muchas decoraciones. Sus pechos eran medianos, le habían crecido un poco.

Su coño juvenil estaba cada vez más mojado.

Su padre dejó de besarla en la cara. Y bajó a su cuello. A su pecho. Le desabrochó el brasier y la dejó expuesta. Tetas medianas, en crecimiento, con pezones rosaditos y paraditos. 

Él la beso ahí. Chupó sus pezones un rato. Los lamió. Ella disfrutaba con lo que pasaba.

Francisco bajó hacia el ombligo y se encontró con la falda. No se la quitó.

Más bien, le abrió las piernas y le bajó el short que llevaba. Ella sintió como miraba los panties cacheteros azul claro, que se habían oscurecido y transparentado por su húmedad. También se los bajó.

Y le recogió la falda, para que pudiera besar la parte de los muslos que no estaba cubierta por sus medias. 

El coño de Ximena tenía algunos vellos púbicos, los suficientes para saber que ya se estaba convirtiendo en una mujer, pero no demasiados, lo que indicaba que todavía era una niña.

Él le dió un beso en la vagina. Lamió y chupó. Con los dedos, empezó a hacer círculos en el clítoris.

Ximena jamás había sentido algo como eso. Sentía placer por primera vez en su vida. Se dejó caer sobre la cama con su padre arrodillado y con la cabeza metida entre sus piernas.

Sentía su lengua moverse por su coño, y sentía los dedos de su padre jugar con su clítoris. Cuando estaba a punto de llegar al orgasmo, él se detuvo.

—Dame tu mano—dijo.

Ella le extendió la mano. Él se la puso sobre el coñó y la guió. Dibujó primero círculos sobre los labios y luego sobre el clítoris. Ella siguió el ritmo que su padre le había impuesto. Luego él la dejó ir.

Ella siguió haciendo círculos. Muchas veces había intentado hacerlo como se lo habían dicho sus amigas, pero nunca había conseguido hacerlo de una forma que le diera placer. Ahora, con su padre como instructor, estaba disfrutando como nunca antes.

—Eso es. Ahora, si quieres mete un dedo.

Ximena dejó de hacer círculos y metió lentamente un dedo. Nunca había tenido algo dentro de ella. Gimió un poco.

—Ahora sácalo. Y lo vuelves a meter.

Ella sacó el dedo. Y lo metió otra vez. Otro gemido salió de su boca. 

Otra vez. Adentro. Afuera.

Lo hacía más rápido con cada sesión.

Adentro y afuera. Ya comprendía el ritmo. 

Su padre volvió a besar sus tetas. Chupaba sus pezones mientras ella metía y sacaba su dedo. Y pronto le pareció que un dedo era muy poco. Entonces introdujo otro.

Ahora se masturbaba con dos dedos.

Entraban y salían rápidamente gracias a lo mojada que estaba. Su padre, mientras tanto, lamía sus tetas y besaba su cuello.

Adentro. Gemía suavemente.

Afuera. Su gemido salía más alto.

Adentro. Sentía como la lengua de su padre jugaba con sus pezones. Afuera. Él besaba su cuello, su pecho, su estómago. 

Ximena iba cada vez más rápido.

Dentro y afuera. Mete y saca.

Y luego…explotó.

Sintió que su corazón se paró por un segundo. Gimió suavemente cuando metió por última vez sus dedos. Y sintió el líquido escurrirse por entre las piernas y en su mano.

Su padre tomó su mano y se metió los dedos llenos de su jugo a la boca.

Acababa de masturbarse con la ayuda de su padre. Seguramente escribiría eso en su diario.

Cuando se recompuso, miró a su padre. Él le sonreía.

—Eso es lo que tienes que hacer. Muy bien.

Él se acercó a ella y le dió un beso en la frente. 

—Después te daré más lecciones, porque tenemos tiempo—Vió como su padre se acariciaba la entrepierna por encima del pantalón—. Ahora ve a limpiarte y a cambiarte que hay otros secretos para escribir en tu nuevo diario.

Ella se levantó y recogió su ropa interior. Entró al baño. Sintió como otra vez, volvía a sentirse húmeda.

Su padre, mientras tanto, se preparaba para otras cosas…

Por New Punk

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