miércoles, 16 de noviembre de 2022

Hotel Taboo IV: Un nuevo juguete


Helena vio a su hijo salir de la ducha. Estaba envuelto en una bata blanca. Desde ahí podía ver que su hijo llevaba una erección. Tal vez había puesto a prueba lo aprendido unos minutos antes.

Le pareció incluso más inocente que antes. Era la persona que más amaba en el mundo. Siempre habían sido ellos dos. Y era normal, era lo correcto que ella ahora le enseñara otras cosas que jamás nadie le enseñaría. Para ella era importante que Felipe estuviera preparado para disfrutar de su cuerpo.


Era lo que ella hubiera querido aprender. Hubiera sido mejor que alguien la guiara en estos asuntos, pero, desafortunadamente, todo lo que había aprendido lo había aprendido ella sola. No creía que su hijo se mereciera esa soledad. Quería estar allí para él, explicarle, ayudarlo a explorar sentimientos que seguro sentiría en los próximos años.

Ella lo esperaba sentada en la cama, desnuda. 

—Ven. Siéntate.

Felipe obedeció. Se sentó en la cama junto a ella. Pudo ver que él tampoco llevaba ninguna ropa más que la bata.

—¿Quieres estrenar el regalo que te hicieron?—Lo miró a los ojos.

—Bueno—notó que él no podía evitar la emoción.

Y no era sorprendente. Era su cumpleaños y quería divertirse. Quería ver qué era lo que hacía este nuevo juguete que le habían regalado.

Ella se levantó. Caminó hacía al escritorio. Tomó la caja y sacó el juguete. Luego, en la mesa de noche, encontró una botellita de lubricante. Preparó todo y lo dejó sobre la cama.

—Quiero advertirte—dijo con ternura—: te va a parecer extraño, incluso incómodo al principio, pero te aseguro que no te voy a hacer daño.

Él solamente la miraba, expectante.

Se inclinó y le dio un pequeño beso en los labios. Sus manos abrieron la bata y se encontró con el pene de su hijo. Erecto, como lo había visto cuando salió del baño.

—¿Hiciste lo que te dije? ¿Te limpiaste bien?

Felipe asintió con la cabeza.

—Bien.

Volvió a besarlo, y con los dedos acarició suavemente la polla de su hijo. Guiando el cuerpo, hizo que se acostara boca arriba.

No lo dejó de besar. Bajó por su pecho. Dándole pequeños besos. Luego a su pelvis y a su pene. Lo besó en el tronco, y en los testículos. Le separó gentilmente las piernas.

—¿Estás listo?

—Si—Lo sintió temblar—, estoy listo.

Se llevó el dedo índice a la boca. Lo chupó y lamió por unos segundos. Cuando decidió que estaba suficientemente húmedo, con ese mismo dedo acarició el perineo de Felipe.

Él se estremeció, pero después de un rato se acomodó a la sensación. 

Ella subió y bajó a lo largo de esa área, asegurándose de hacer pequeños círculos por encima del ano, relajando esa entrada.

Se llevó el índice a la boca para volver a humedecer el dedo. Y otra vez volvió al perineo. Se centró en el culo de su hijo.

Jugó con el dedo humedecido sobre el ano por unos minutos. Cuando le pareció que ya estaba listo, tomó un poco de lubricante y lo esparció sobre su índice. 

—Tranquilo—le dijo a Felipe.

Lentamente introdujo el dedo. Poco a poco, para no causarle ningún daño o algo que no fuera placentero.

Felipe se tensó al principio. Helena lo miró con amor, con suavidad. Lo sintió relajarse.

Con la misma delicadeza, sacó el dedo. Y lo volvió a meter. Lo dejó adentro unos segundos y repitió el proceso. 

Afuera y adentro.

Pronto tomó un ritmo. No fue despacio como para que él se aburriera, pero tampoco rápido para que a Felipe le pareciera incómodo.

El pene de Felipe creció algunos milímetros más. Era obvio que esto le estaba gustando. Entonces, Helena sacó el dedo índice. Vertió un poco más de lubricante en ese dedo, pero también lo hizo en el dedo medio.

Penetró el culo de Felipe con los dos dedos. Suave pero con un ritmo constante. Adentro y afuera. Con la mano libre, masturbó a su hijo. Arriba y abajo.

Movía las dos manos al mismo tiempo. Y al mismo ritmo. Subía cuando sus dedos estaban dentro y bajaba cuando los sacaba. 

Subía…adentro. 

Bajaba…afuera.

Veía a su hijo temblar y arquear su espalda de placer. Gemía un poco. 

Incrementó el ritmo de las dos cosas: de la masturbación y de la penetración. Se movía con perfecta sincronía mientras sentía y lo observaba llenarse de placer.

Lo llevó hasta el borde. Los jugos preseminales de su hijo le mojaron la mano. Y cuando estuvo a punto de hacer correr a su hijo, se detuvo de golpe.

Lamió el líquido que le había dejado su hijo en la mano.

—Creo que ahora estás listo para estrenar el juguete—Ella se rió y una sonrisa se formó en la boca de su hijo.

El consolador era plateado, de unos 15 centímetros de largo. No muy ancho. Le puso lubricante a la punta y lo esparció de la misma manera que había masturbado a su hijo. Pensó en todas las formas que Felipe jugaría con esto en el futuro. Le iba a enseñar a usarlo. Acarició las letras que formaban el nombre de su hijo. Pensó, de igual forma, como sería el pene de su hijo cuando fuera más grande. Tal vez más largo y grueso. Todavía él no estaba listo para penetrar a nadie, todavía le faltaban uno o dos años para que pudiera enseñarle cómo se satisfacía a una mujer, pero le podía enseñar muchas otras cosas mientras tanto.

Presionó el consolador sobre el ano de Felipe. Él se sacudió, seguramente del frío. Ella presionó más hasta que la punta entró.

Era más grueso que los dedos, pero no por mucho.

Penetró solo unos dos o tres centímetros y lo volvió a sacar. Un gemido salió de la boca de Felipe.

Volvió a penetrar, esta vez más adentro. 5 o 6 centímetros. Lo sacó con la misma velocidad y suavidad. Y otra vez. Más adentro, 8, 9 centímetros. Y afuera otra vez.

Felipe gemía de placer. Su voz ya no era la de un niño, pero tampoco la de un hombre. 

Una cuarta vez. Lo metió casi completo. Y lo dejó ahí mientras volvía a masturbar a su hijo. Al principio lentamente. Sacó el consolador intentando sincronizar ese movimiento con el ritmo de la paja. 

Tardó unos cuantos segundos pero logró llegar al ritmo otra vez. Arriba y adentro. Abajo y afuera.

Metía el consolador hasta la mitad y subía hasta la cabeza del pene. Sacaba el consolador y bajaba hasta la base del pene.

Arriba.

Adentro.

Abajo.

Afuera.

Cada vez más rápido, aumentando de a poco la velocidad para darle más placer a Felipe. Arriba y abajo mientras penetraba su culo.

Con cada empujón, Felipe se acercaba más al orgasmo. Disfrutaba mucho tener este consolador adentro. Helena disfrutaba de penetrar a su hijo.

Más rápido. Más rápido.

Metió el consolador y subió desde la base hasta la cabeza del pene. Felipe arqueó la espalda. Gimió fuerte. Llegó al orgasmo en la mitad de la cama. Una sonrisa en sus labios.

Ella sacó el consolador. Miró a su hijo relajarse y volver en sí. Respiraba profundamente. Estaba mirando al techo. 

Lo besó en el perineo. Lamió los jugos del pene de su hijo. Subió por la pelvis y por el estómago. Luego al pecho. Al cuello. Le dio pequeños besos en la mejilla, en la frente. Terminó con un largo beso en la boca.

Para Helena era perfecto. Esperaba que él hubiera disfrutado del regalo de cumpleaños. Se imaginaba lo que vendría en el futuro. Todas las charlas que tendría con su hijo acerca de su cuerpo y de lo que sentía. Había tantos años por delante y tantas lecciones que darle. Estaba apenas comenzando su adolescencia.

Lo abrazó. Él le devolvió el gesto. Los dos cerraron los ojos. Una siesta en esa gran cama, desnudos madre e hijo. ¿Qué más podría suceder?

Por New Punk

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