miércoles, 29 de noviembre de 2023

A mi hermanita le crecieron pronto las tetas


Hoy en día es algo normal, pero cuando yo era pequeño era raro que a las chicas les crecieran pronto las tetas. Eso fue lo que le pasó a mi hermana Elena.

Me llamo Jorge, mi hermana y yo nos llevamos un año, yo soy menor que ella, y en aquella época no sabía lo que era el sexo, ni se me había pasado por la cabeza masturbarme. Recuerdo, eso sí, que a veces jugando con mi hermana nos tirábamos las almohadas de nuestras camas a la cabeza, dormíamos en la misma habitación los dos, con una litera para mí, y la cama de abajo para ella, nuestros padres no ganaban mucho dinero, y vivíamos en una casa humilde en el centro, con solo dos habitaciones y por eso teníamos que compartir habitación mi hermana y yo.


Cuando a veces la almohada caía sobre mi entrepierna en lugar de sobre mi cabeza, notaba un cosquilleo justo ahí abajo que me daba algo similar al placer. Una sensación desconocida en aquel entonces para mí, que era más un cosquilleo que otra cosa.

Elena se reía cuando la almohada daba en mi cabeza, pero más aun cuando me daba en mis partes, y se tapaba la boca para que no le saliera una risilla picara e inocente, pero que con el paso del tiempo se convirtió en algo menos inocente aún.

Muchas veces nuestros padres, Lorenzo y Lola, cuando volvían del trabajo nos encontraban jugando y nos regañaban para que dejáramos de hacer el tonto y arregláramos nuestra habitación.

Esos días a Elena le gustaba luego dormir conmigo, pero en la cama de abajo, la suya, y entonces se apoyaba contra mi pecho y dormíamos así casi abrazados. Yo notaba su respiración suave con su cabeza apoyada contra mí y también sus pechos. Creo que fue una de esas veces en las que dormía conmigo cuando tuve mi primera erección completa, se me puso tan dura que hasta me dolió. Elena no se enteró de nada porque seguía durmiendo como un bebé.

Llegó su cumpleaños y lo celebramos por todo lo alto, dentro de lo que podían permitirse mis padres.

Cuando la fiesta terminó, y nuestros amigos y familiares volvieron a sus casas, mi madre le dio un último regalo a mi hermana. Para nuestra sorpresa era un sujetador.

Elena se lo quedó mirando como si en realidad le hubieran regalado una bomba o algo así, y yo no dije nada.

Luego, por la noche, pude oír como mis padres hablaban entre ellos y mi madre le dijo a mi padre que mi hermana ya era toda una mujer, aunque aún no tuviera la regla, y que le habían crecido los pechos y que ya necesitaba un sujetador, de ahí el regalo.

Después apagaron la luz de su cuarto y comenzaba a moverse el somier y oía una especie de respiraciones acompasadas que venían de su cuarto, hasta que el somier temblaba más y más hasta que pareciera que fuera a romperse. Con sus años no tenía ni idea que estaban haciendo, pero antes de lo que supuse, lo descubriría.

El martes por la tarde mamá me dio dinero y una nota para que fuera a comprar algo de embutido al charcutero del barrio. Emilio, el charcutero, tenía su tienda justo en la esquina de la calle siguiente a la nuestra, por lo que podía ir andando hasta allí.

-Buenos días, Don Emilio. -le dije muy formal como cada día que acudía a la tienda.

-Buenos días, Jorge. Pasa, pasa, no te quedes ahí, la señora Martínez ya casi termina. -me dijo invitándome a entrar. Era tan tímido que muchas veces me quedaba en el umbral de la puerta, también cuando había mucha gente dentro, pero ese día solo estaba ella y Don Emilio ya le estaba cobrando.

Ella se fue dándome un toquecito en el hombro como solía hacer y diciéndome que les diera recuerdos a mis padres, yo le contesté educadamente y entonces me acerqué al mostrador y saqué la nota que me había dado mi madre del bolsillo del pantalón.

-¿Qué te pongo Jorge? -me preguntó limpiándose las manos en el delantal. A veces su limpieza no era tan buena como cabría esperar, pero eran los años 80 y si habíamos sobrevivido hasta entonces, un poco de suciedad en su delantal no nos iba a matar.

Empecé a leerle la nota que me dio mi madre y él comenzó a cortar el jamón, salchichón, chorizo, mortadela y el chóped que tantas tardes habían rellenado nuestros bocadillos.

Cuando terminó de cortar todo y colocarlo en el papel de envolver, dio media vuelta y salió del mostrador, no había nadie más aparte de mí en la tienda, y se puso justo a mi lado.

-Dile a tu hermana que venga a verme más a menudo. -me dijo en voz baja junto a mi oído.

Yo me quedé mirándole sin decir nada.

-Menudas tetas le han salido. ¿Te has fijado? -me dijo haciendo un gesto con la mano.

-No, no me he fijado. -le contesté nervioso sin saber muy bien que decir.

-Pues sí, tiene dos buenas peras, y eso que todavía es una cría. Seguro que si te has fijado, y hasta seguro que te has hecho pajas pensando en ellas. Por qué tú te haces pajas, ¿verdad? -me preguntó a un palmo de mi cara-. Me las hago yo que estoy casado, así que tú seguro que te la pelas cuando quieres, jejeje. -y se rio de forma muy basta, hasta que un cliente entró en la tienda, tenía una campanita de esas que avisan cuando entra un cliente, como se llevaba entonces, y se alzó, me tocó la cabeza y volvió de nuevo detrás del mostrador.

Me dio el pedido en una bolsa y yo le pagué lo que me había dicho, y volví a casa dándole vueltas a lo que acababa de decirme Don Emilio.

Merendamos mi hermana y yo en la cocina sentados uno enfrente del otro, y mientras comíamos un bocadillo, me fijé en lo que me había dicho el charcutero y efectivamente, las tetas de mi hermana habían crecido bastante y yo no me había fijado hasta ahora en ello.

Ella miraba la mesa sin decir nada mientras comía y no se dio cuenta de nada.

Cuando terminamos, nuestros padres estaban aun en el trabajo, Elena se fue a nuestra habitación, y yo me senté en el sofá del salón a ver la tele. Me tuve que colocar el pene para que fuera hacia arriba, porque noté como estaba empezando a ponerse duro, y no hacia abajo y hacerme daño.

Miré hacia el pasillo, y al ver que Elena no volvía, cogí el cojín que usaba mi padre para la espalda y comencé a pasarlo por mi entrepierna frotando mi pene que estaba ya tan duro como la otra vez, y comencé a sentir placer pasándolo arriba y abajo. Fue mi primera masturbación, aunque no llegaría a terminarla, porque al poco de frotarme con el cojín, empecé a sentir dolor en lugar de placer. Pensé que sería un castigo de dios por tocarme el pene, pero se trataba de otra cosa.

Tiré el cojín a un lado y fui casi corriendo al baño. Al bajarme el pantalón y el calzoncillo pude ver que mi pene estaba rojo en la punta. Luego me enteraría que era porque mi fimosis había cerrado casi el glande y me lo estaba estrangulando.

Giré la cabeza para coger papel higiénico y me encontré a mi hermana de pie en el umbral de la puerta del baño.

Antes de que pudiera decirle que no entrara, ya estaba junto a mí. Se quedo mirándome el pene muy seria.

-Te has estado tocando y se te ha puesto así. -me dijo cruzándose de brazos y hablando como si fuera una médica.

-No me he tocado nada. -le contesté igual de serio-. Yo no hago esas cosas.

-Seguro que sí, no lo niegues, es normal, ya empezarás a tener tus primeras erecciones. Yo también me toco y no pasa nada. -me contestó.

-No, eso es pecado. Yo no me toco, yo no me…

En ese momento me interrumpió el sonido de las llaves de la puerta de casa abriéndose. Eran papá y mamá que volvían de trabajar.

-Chicos. -preguntó papá-. ¿Dónde estáis?

-Aquí papá. -le contestó Elena.

Yo le hice un gesto para que no dijera nada, pero entonces papá apareció en la puerta del baño y me vio con el pene en ese estado.

-Dios mío. -dijo papá, pero realmente no estaba preocupado-. Hay que llevarle al médico Lola. Llamaré a un taxi, vístete, y nos vamos en cuanto llegue.

El taxi nos llevó hasta el centro médico. Mamá y Elena también fueron con nosotros y nos esperaron en la sala de espera.

-Bueno, pues hay que operarle. -dijo la doctora cuando terminó de examinarme-. Si puede ser ahora mismo, mejor. Os daré un volante para el hospital y os vais para allá.

Mi padre asintió y mientras me vestía, oí como hablaban entre ellos en voz baja.

-Debe haber tenido una erección bastante grande y eso ha forzado que se le haya estrangulado el glande. Seguro que ya se empieza a tocar ahí. -y le sonrió a mi padre picara-. Es normal, ya va teniendo una edad de descubrir lo que le da placer. A mi marido le pasó igual cuando era pequeño. Tomad esto y os vais para el hospital. Mejor, os pido una ambulancia.

Al poco llegó una ambulancia. Papá se fue conmigo y mamá y Elena nos siguieron en un taxi.

Llegamos a urgencias y después de verme lo que me pasaba, no tardaron mucho en meterme en el quirófano.

-Bueno jovencito. -me dijo un doctor antes de ponerse la mascarilla-. No es tan grave como parece, duele más de lo que realmente es.

La operación terminó más rápido de lo que esperaba, y poco tiempo después pudimos volver a casa.

Ahora tocaban los cuidados postoperatorios. Durante unos días no fui al colegio para evitar las infecciones al orinar en los baños, y sobre todo para que no rieran de mi.

El medico me había dado un justificante para no ir alegando que tenía gripe.

Estaba en casa tranquilamente sentado en el sofá, no tenía deberes ni nada que hacer, mis padres estaban en el trabajo, cuando Elena apareció en el salón.

-Toca curarte hermanito. -me dijo-. Aunque solo era un año mayor que yo, parecía que fuera mucho más adulta.

-Puedo hacerlo yo solo. -le contesté sin apartar la vista de la tv.

-Anda, vamos. -me contestó tirando de mi brazo.

-No quiero que me veas el pito. -le dije muy serio.

-No pasa nada hermanito, todos los pitos son iguales. -me contestó como si fuera mi madre en lugar de mi hermana.

Fuimos hasta el baño y me hizo desnudarme de cintura para abajo y sentarme en el bidet, casi todas las casas de la época tenían uno en lugar de ducha. Yo nunca lo vi demasiado higiénico, pero es lo que había.

Mi pene se veía raro, cubierto con una gasa y con los puntos. Elena ya tenía en sus manos lo que hoy llamamos Betadine y otra gasa limpia.

-Vamos lávate el pito o tendré que hacerlo yo. -me dijo cruzándose de brazos.

Yo lo hacía como podía, no era muy ducho en ello, pero tampoco quería que fuera ella la que me tocara.

Al ver que el agua del bidet se salía y mojaba el suelo, mi hermana decidió lavarme ella. Dejó la gasa y el bote en el lavabo, y se agachó frente a mí. Joder, no me había fijado hasta ahora en que llevaba una camiseta sin nada debajo, porque sus pezones se marcaban bajo la tela.

Vaya tetas que le habían crecido a mi hermana. Parecía que hasta ahora yo era el único que no me había fijado en ello.

Pero el hecho de tener a mi hermana delante mía, agachada y lavándome el pene, era demasiado para mí. A mis años no sabía nada de sexo, solo esas esporádicas masturbaciones que ni siquiera sabía hacer bien.

Elena me mojaba el pene con cuidado y luego lo sacaba del agua y se lo quedaba mirando como aquello fuera lo más hermoso del mundo.

-Nada de que se te ponga tiesa. -me dijo sonriendo.

No sabía cómo podía haber oído lo que el medico les había dicho a mis padres, pero con esos movimientos que hacía para lavarme era difícil mantenerla flácida, aunque el dolor que aún tenía me hacía olvidarme de mis erecciones.

Por fin terminó mi pequeña tortura y Elena salió del baño para que me secara yo solo, después, se encargaría de volver a cubrirme el glande con una gasa.

Estaba en salón de nuevo tratando de tomarme los medicamentos cuando me fijé en que mi hermana había vuelto a entrar en el baño.

Tenía la manía desde hacía tiempo de lavarse completamente desnuda sentada en el bidet, por lo que ahora con la puerta entreabierta, supuestamente aposta, podía ver sus tetas firmes y erguidas frente a mi mientras mojaba sus dedos en el agua y lavaba sus partes íntimas.

Veía como entrecerraba los ojos y se mordía el labio inferior. El agua se movía agitadamente por lo que supuse que estaría tocándose como me había confesado aquella vez que hacía.

No cerró para nada la puerta, sabiendo que probablemente yo estaría mirando como se masturbaba.

El timbre del portero me hizo acudir a contestar, era el cartero que traía cartas para otro vecino que no estaba ahora, y cuando le abrí y volví al salón, mi hermana ya había terminado con lo que estaba haciendo, y volvía a estar vestida. No me dijo nada, solo me miró con cara picara y un rato después volvieron nuestros padres del trabajo.

Esos días transcurrieron tranquilos, salvo por los movimientos nocturnos del somier de la cama de mis padres, que a veces no me dejaban dormir.

Finalmente me quitaron los puntos, con lo que ya no tenía que depender de los cuidados de Elena y pude lavarme el pito yo solo. Lo malo fue la noche en que mis padres se fueron a cenar con unos amigos, y mi hermana insistió en que durmiera con ella en su cama como las veces que he contado que nuestros padres nos regañaban.

De hecho, me acordé esa noche de la vez en que Marcelo, un compañero de clase y unos de mis mejores amigos, me contó después de volver al colegio como se debía de hacer uno una paja.

-Te tumbas en la cama, o sentado en el sofá, y cuando la tengas dura la coges así. -cogió un lápiz y puso su mano alrededor y comenzó a subir y bajar la mano por el lápiz, con lo que ahora tenía bastante claro cómo debía hacerlo, cuando, de repente, Elena se metió en la cama conmigo y se pegó a mí.

-Hola hermanito. -me dijo mientras apoyaba su mano sobre mi costado-. ¿Qué tal tu pito? Hace días que no lo veo, desde que te quitaron los puntos.

-Pues está mejor, la verdad. -le contesté tratando de cortar la conversación lo antes posible.

-¿Me lo enseñas? Se que ha estado malito y me gustaría verlo ya sano. ¿Qué te parece?

-No, no, no te lo enseño. Quiero dormir hermanita, anda, vamos a dormir.

-Anda, déjame verlo. No seas tímido. -me dijo insistiendo mucho.

-Que no, que no te lo enseño. -le dije subiéndome el pantalón del pijama que ella había intentado bajarme.

-Tengo calor hermanito. -me dijo poniendo ahora cara de niña buena-. Tengo un calor que me sube desde abajo hasta arriba. Mira, ¿ves? Estoy sudando ahora mismo.

La miré y efectivamente estaba sudando, pero en nuestra habitación no hacia tanto calor para que estuviera así. Aprendería enseguida a que se debía su calor.

Elena se giró hasta pegarse de costado a mi cuerpo, sentía su entrepierna rozándome y entonces comenzó a frotarse literalmente contra mí como si fuera el perro de Charo, nuestra vecina del quinto, que se frotaba contra la pierna de mamá o la mía cuando estaba en celo.

-Hermanito, estoy muy caliente, necesito acabarme. -me dijo con un hilo de voz.

¿Acabarse? ¿A qué se refería con acabarse? Con el tiempo supe que se refería a correrse, pero a nuestra edad lo que único que le salió fue “acabarme”

Yo no quería que mis padres llegaran a casa de repente y escucharan que su cama se movía como la suya cuando hacían eso.

La intenté detener, pero Elena no se paraba, y la vi mirar hacia el techo y poner cara de poseída, pero en realidad debía de estar disfrutando como una loca lo que yo todavía no había conseguido del todo.

Cuando se cansó de ver que yo no reaccionaba, dejó de frotarse contra mí, y vi para mi sorpresa que se había metido en la cama en bragas y sujetador. Una mancha destacaba en el centro de sus bragas, justo donde estaba su rajita, aquel misterio que mi hermana estaba a punto de revelarme, y sin tardar demasiado.

Debo ordenar ahora mis pensamientos para contar lo que pasó, en el tiempo en que pasó, y en la secuencia correcta, porque se acumulan tantos pensamientos en mi mente, y sobre todo sensaciones. Sensaciones y placeres que me hicieron despertar al sexo quizá demasiado pronto. Si, demasiado.

Era viernes, el mejor día para ir a la escuela, solo que este viernes no habría clases.

El colegio nos llevaba de excursión a un pueblo en las afueras de Madrid, Manzanares el Real. Estaríamos todo el día fuera y nos olvidaríamos de las lecciones y deberes, aunque fuera solo por un día.

Elena y yo subimos al autocar y me llevó de la mano hasta la última fila, donde nos sentamos conmigo pegado a la ventana.

Aun no había subido todo el mundo. Yo miraba desde el cristal de la ventanilla como algunos alumnos despedían a sus padres y madres. No podían verme porque los últimos cristales eran ahumados y desde fuera no podían verme.

Elena andaba inquieta. Se asomaba por el asiento para mirar desde el pasillo al principio del autocar.

Volvió a sentarse de nuevo y me miró fijamente. Sin decirme nada bajó su mano hasta el pantalón de mi chándal, y pasó sus dedos sobre mi pene por encima de la tela. Yo la miré sin decirle nada tampoco, y ella lo entendió como que le daba permiso para tocarme, y siguió moviendo sus dedos arriba y abajo hasta que mi pene empezó a ponerse duro.

Ya la tenía tiesa. Ahora la sensación era distinta a cuanto tenía fimosis. El hecho de tenerla así de dura, y que el glande estuviera libre de la piel del prepucio, hacía que el roce de las manos de mi hermana sobre el se sintiera lo mejor del mundo.

Miró de nuevo al pasillo, y al ver que nadie se fijaba en nosotros, cogió mi mano, y la guio bajo su camiseta, no llevaba sujetador, y la dejó sobre su pecho izquierdo. Era la primera vez, y no sería la última en que sentiría su piel tan suave sobre mis manos, la curva de su pecho tan firme a su edad, y claro, el pezón erecto que enmarcaba aquella bella creación.

Estaba recreándome en acariciar con calma el pecho virginal de mi hermana, cuando una voz que venía del fondo nos sobresaltó.

-¡Jorge, Elena, venid aquí adelante! -nos gritó Concepción, la profesora de educación física.

Respiramos aliviados cuando descubrimos que se refería a que nos sentáramos en los primeros asientos ya que casi todo el autocar iba vacío, y en la parte de atrás no iría nadie. Ni siquiera se había dado cuenta de lo que estábamos haciendo.

Mi hermana colocó la pequeña bolsa de deporte que llevaba entre nosotros y puso su mano disimuladamente sobre el bulto de mi pantalón.

En cada traqueteo que daba el autobús, su mano se agarraba a mi paquete simulando que la bolsa se caía. Así llegamos a nuestro destino.

La intención de mi hermana de quedarnos solos un rato no fue posible durante toda la excursión, ya que Concepción la profesora, no nos quitaba ojo de encima. No solo a nosotros, si no a todos los demás compañeros. Chicos y chicas que solo se preocupaban de jugar, saltar y pasárselo bien. Nosotros que estábamos a otra cosa no pudimos satisfacer nuestros deseos. Pero eso tendría fácil solución muy pronto.

Domingo, noche lluviosa. Hacía tres horas que había empezado a llover de forma intensa. Mamá y papá estaban en casa de los tíos. Herminio, el hermano de mamá, estaba cuidando de su mujer que no se encontraba demasiado bien. Era mayor y nuestros padres habían preferido que nos quedáramos en casa para no verla en ese estado.

Yo no tenía muchas ganas de ver la televisión. Solo de acostarme temprano y tal vez, probar a hacerme una paja como me había enseñado Marcelo. Elena no había dado señales de vida en un buen rato.

El morbo me llevó a acostarme en la cama de mis padres. Estaba boca arriba a punto de sacarme el pene que ya se empinaba hacia arriba casi erecto del todo, cuando una sombra apareció de la nada frente a mí.

Elena se puso encima mío sin darme tiempo a reaccionar.

Se adelantó hasta poner sus bragas frente a mi cara.

-Quítame las bragas hermanito. -me pidió en voz baja, aunque estábamos solos en casa.

Presa de una excitación que antes no había sentido, mis manos ardían mientras tocaba la tela y le bajaba las bragas a mi hermana, y las tiré a un lado de la cama.

En ese momento me di cuenta de que no llevaba sujetador. Ahora tenía su vulva, sobre mi boca, entonces no sabía que eso se llamaba vulva de forma técnica. Hasta ese momento solo lo conocía como coño.

Elena se abrió los labios con las manos y bajó hasta poner su coño a uno o dos centímetros de mi boca.

-Bebe de mi fuente. -fue lo único que le salió decirme, presa de la excitación que tenía.

No sabía bien que era eso de beber de su fuente, pero imaginé que se refería a su vulva. Ahí encima de mi con mi polla a punto de reventar rozándose con su tripa, saqué la lengua, y sin saber bien que hacer, comencé a pasarla por sus labios vaginales, pequeños y rosados. A esos años tenía la vulva sin un pelo, y sus labios puros, que solo habían sido tocados por sus dedos, y ahora acariciados por mi lengua inexperta.

Pronto noté el agua que manaba de su fuente.

Era un liquido amargo, su flujo, lo que lubrica la vagina de una mujer cuando esta se excita para facilitar la penetración del hombre. Conceptos que descubriría más tarde cuando finalmente la penetré.

Ahora estaba concentrado en lamer sus labios y beberme todo lo que mi hermana me estaba entregado. Su flujo se intercambiaba con mi saliva, y Elena soltó sus labios para apoyarse en mis hombros mientras echaba su cabeza hacia atrás y se mordía el labio inferior experimentado un placer que a mi aún se me había vetado.

Cada vez se humedecía más. Yo hacía todo lo posible para lamer todo lo que expulsaba de su coño para beberme entera a mi hermana y no manchar las sábanas de la cama de nuestros padres.

Cuando dejó de apoyarse en mis hombros, se movió un poco más adelante, entonces cambió de postura, y me hizo bajarme hasta los pies de la cama y se colocó sobre mi cabeza con sus piernas a los lados y su vulva de nuevo sobre mi cara.

Al ver que no reaccionaba, me hizo un gesto para que me diera la vuelta. Entonces lo entendí. Quedé con mi cabeza entre sus piernas y así en esa postura me facilitó la comida que le estaba haciendo en el coño.

-Bébeme entera. -volvió a pedirme.

Yo obedecí como buen hermano que era. Para entonces mi polla ya no daba más de sí, y si hubiera tenido edad, habría expulsado ya el liquido preseminal.

Mi lengua se perdía entre sus labios, y entonces Elena se agarró los muslos experimentando su primer orgasmo gracias a mí, y no a sus dedos. Su respiración, agitada ya de por sí, fue incrementándose mientras todo su cuerpo temblaba y se estremecía mientras se corría con mi cabeza entre sus piernas, y mi lengua en sus labios vaginales.

Tembló de nuevo, soltó sus manos de sus muslos y me agarró la cabeza, mientras su coño manaba tanto líquido que no pude bebérmelo todo, y terminó manchando las sábanas, cosa en que ese momento había dejado de importarme. Solo quería beberme a mi hermana entera, aunque no pudiera y se escapara tanto liquido de mi boca.

Cuando paró de estremecerse, se estiró en la cama, y yo saqué finalmente la cabeza de entre sus piernas. Ella me besó en la boca y compartimos su flujo y nuestra saliva.

Elena estaba tumbada junto a mí en la cama y estaba preciosa. Sus pechos estaban mojados por pequeñas gotas de sudor, y de fondo solo oíamos el ruido de la lluvia golpeando rítmicamente la ventana de nuestra habitación.

La calle estaba tan húmeda como nosotros.

-Anda, vamos a seguir. -me dijo cambiando de postura.

-¿No estas agotada? -le pregunté-. ¿Puedes seguir?

-Claro, tonto. -me respondió riendo-. Las chicas no tenemos periodo refractario, y podemos corrernos seguido.

No tenía ni idea de que era eso de periodo refractario, pero como en el resto de cosas, pronto lo aprendería.

Yo me quedé como estaba, mientras Elena me dio la espalda y se colocó sobre mi polla, mientras su coño volvía a quedar al alcance de mi lengua.

Esta vez inició lo que se llama un 69. Ella se metió mi pene en la boca, y yo volví a lamer sus labios.

Mi hermana chupaba al principio solo la punta de mi pene, y yo seguía lamiendo sus labios, hasta que noté como se iba metiendo cada vez más mi pene en su boca, hasta la mitad. Ella me animó para que me comiera su coño.

-Haz como si comieras un helado, o algo realmente rico. -me dijo.

En ese momento no me imaginaba algo más rico que su vulva, su coño adolescente que en mi boca volvía a mojar mis labios.

Le hice caso y comencé a comerle, con cuidado eso sí, su coñito que para mí se abría como una puerta que hubiera permanecido entreabierta mucho tiempo.

Ahora entendía las caras de felicidad que veía en mis padres la mañana después de oírlos hacerlo.

Y eso que todavía no había experimentado el placer de la penetración, pero en aquel momento solo existía el sexo oral, el coño de mi hermana que me daba de beber todo su líquido, y el placer que me estaba dando, tragándose casi del todo mi polla.

En ese momento el tiempo se paró. Dejé de oír la lluvia golpeando los cristales. Algo subía desde mis huevos hasta el glande. Empecé a temblar como Elena lo había hecho antes, y entonces experimenté mi primer orgasmo.

Un gemido ahogado salió de mi boca, y dejé de comerle el coño a mi hermana. Ahora veía una luz, como si algo maravilloso hubiera entrado en la habitación. Pero en realidad no había entrado nada. Solo salía de mi interior una fuerza maravillosa que no había llegado a experimentar hasta ahora.

Elena me miró sonriente y dejó de chupar mi pene, se sentó en la cama cara a mí, y dejó que terminara de estremecerme, y finalmente calmarme.

Luego volvió a ponerse a horcajadas sobre mí, y dejó que le acaricia largamente los pechos y me recreara en sus pezones tan sensibles.

Finalmente nos quedamos un rato así. Ella encima mío y yo con mis manos en sus pechos sin querer soltarlos, como si fuera a escaparse de mí, pero en realidad no era verdad. Ahora nos habíamos unido más que nunca.

Elena se separó de mí solo unos centímetros. Bajó los dedos de su mano derecha hasta su vulva, y se acarició los labios vaginales mientras me miraba mordiéndose el labio inferior como hacia cuando disfrutaba tanto. Sus pechos estaban ya muy húmedos, y entonces ella se abrió un poco más el coño, acariciando con la otra mano su clítoris que ahora se mostraba por primera vez ante mis ojos, e introduciéndose el dedo índice de la mano izquierda en su coñito tan tierno que había estado en mi boca hacia solo unos minutos.

Comenzó a meterse y sacarse el dedo rápidamente follándose a sí misma, y yo me acerqué a ella y volví a agarrarle los pechos mientras ella terminaba de masturbarse.

La vi temblar de nuevo y el brillo en sus ojos, su respiración agitada, su cabeza que volvía a echar hacia atrás, y como traspasaba su electricidad por mis manos a través de sus pechos mientras volvía a correrse como antes.

-¡Hermaaaniiitooooo! -gimió sacudiéndose, aumentado el ritmo de la penetración de su dedo y los masajes que hacía con el dedo de la otra mano sobre su clítoris.

Finalmente solté sus pechos mientas ella caía casi desmayada de gusto sobre la cama.

Tembló un poco más, hasta que finalmente se calmó y se quedó así quieta con las piernas abiertas y su coñito rezumando su flujo.

Me acerqué y le abrí un poco más la vulva contemplando de cerca su botoncito de placer enrojecido por el frotamiento y por el orgasmo que acababa de proporcionarle.

Nuestros padres no volverían hasta el día siguiente, por lo que tuvimos tiempo de cambiar las sábanas, ducharnos para lavarnos bien, y acostarnos juntos en nuestra habitación, desnudos y abrazados, hasta que finalmente nos dormimos con el ruido de la lluvia de fondo.

Pasaron unos días en los que volvimos a la rutina diaria. Ir al colegio, volver, hacer los deberes, acostarnos y vuelta a empezar otro día.

Una tarde volvía del colegio andando a paso rápido detrás de Elena. Estaba lloviendo e iba tratando de esquivar los charcos, llevaba botas de agua, pero no nos habíamos llevado el paraguas, pese a que mamá nos había avisado de que iba a llover.

Al final llegué a casa acalorado y por la noche tenía fiebre.

No tenía ganas de nada al día siguiente. Me dolía todo y mamá me tomó la temperatura. Tenía 38,5 grados de fiebre.

-Vaya por dios. -me dijo ella cuando miró el termómetro un par de veces-. Parece que hayas cogido un buen catarro. Eso te pasó por correr sin paraguas. -me regañó.

Mamá llamó al colegio para decir que no iría, que estaba constipado o quizá tenía la gripe.

Los dos se fueron a trabajar y yo me quedé solo con mi hermana.

Elena vino a verme mientras estaba en la cama. Me había dejado su cama y ella dormiría en la litera por si yo necesitaba ir al baño y así poder ir más deprisa.

-¿Qué tal estas hermanito? -me preguntó dulcemente tocándome la cara con su mano pequeña y suave.

-Bueno, cansado, con fiebre y pachucho. -le respondí.

-Tengo algo para que te mejores. -me dijo levantando la sabana y metiéndose conmigo en la cama.

-Elena, voy a pegártelo si te acuestas conmigo. -le dije.

-No pasa nada. -me contestó estirando del pantalón del pijama hasta bajármelo del todo-. En un rato te sentirás mejor.

Fue oír eso y mi pene empezó a despertarse.

Elena me ayudó a incorporarme hasta que quedamos los dos sentados en la cama. Se agachó y se metió el glande en mi boca y comenzó a chuparlo lentamente, como hacía en verano con los polos de limón que tanto le gustaban.

-Mmmm. -gemí.

-Tú no te preocupes de nada y disfruta, hermanito. Te quiero mucho. -me dijo parando un momento.

Para entonces mi polla estaba al máximo de erección, y si no hubiera estado tan pachucho, hubiera bebido con ganas de su fuente.

Cuando mi pene apuntaba ya a su cara, casi me dolía de lo duro que estaba, Elena se mojó la mano con saliva y comenzó a hacerme una paja lenta, suave, que me llevaba al cielo del placer que me hacía sentir. Cuando estaba al borde del orgasmo, paraba, dejaba que perdiera un poco la erección, y luego volvía a retomarla.

Una de las veces, no pudo evitarlo, y no le dio tiempo a parar porque en ese momento, yo me corrí gimiendo fuerte y noté como temblaba mi pene. Creí que iba a eyacular, pero aún no tenía edad para ello.

En mi orgasmo además de gemir, me retorcí de placer y me agarré a las sábanas hasta que la cama dejó de temblar, pero en realidad era yo el que temblaba y no la cama.

-¿Cuándo podré beber de tu fuente? -le pregunté después de relajarme mirando a mi hermana que estaba más guapa que nunca.

-Cuando estes mejor hermanito. -me dijo volviendo a acariciarme la cara-. Seguro que ya te encuentras algo mejor. ¿a que sí?

-Un poco sí. Aunque ahora tengo más calor que antes. -y me reí-. La fiebre y el orgasmo me habían acalorado bastante.

Elena me dejó solo y me volví a tumbar y al poco rato me quedé dormido.

Los siguientes días seguía con fiebre por lo que no fui al colegio.

Cada tarde, después de clase, Elena entraba en nuestra habitación y me hacia una paja como esa primera vez.

Al quinto día ella también cogió fiebre.

-Vaya, así que le has pegado la fiebre a tu hermana. -me dijo mamá después de tomarnos a los dos la temperatura.

-No tengo la culpa mamá. -le contesté disculpándome.

-Ya lo sé tesoro. Dormís en la misma habitación y es normal.

Cuando los dos se fueron a trabajar, Elena se metió de nuevo en la cama conmigo.

-Ahora los dos estamos igual, así que puedes beber de mi fuente.

Se quitó las bragas y el sujetador y nos abrazamos desnudos después de haberme quitado yo el pijama y los calzoncillos.

Le acaricié los pechos como me gustaba y luego intenté torpemente chuparle los pezones. Ya le tenía dura de nuevo y Elena me hizo una paja suave como esos días.

Me animó a que le metería un dedo en el coñito. Ella me ayudó guiando mi mano hasta su cueva, mientras con la otra mano seguía meneándomela.

-Así hermanito, así de suave, lo haces muy bien.

Yo sentía mi dedo en ese coñito que por dentro era suave y esponjoso, era como meter la mano en gelatina o algo así. La sensación de estar dentro de algo húmedo y caliente a la vez.

Al poco de sacarlo y meterlo, comencé a sacarlo húmedo. El flujo se enredaba en mi dedo y Elena gemía mientras yo la follaba con mi dedo.

-Ahora puedes beber de mi fuente. -me dijo parando un momento y colocándose a horcajadas sobre mí.

Yo me había acostumbrado al sabor amargo de su flujo y lo bebí como si fuera el néctar de una flor, como un líquido maravilloso que me unía a mi hermana una y otra vez, y me llenaba la boca de su sabor. Algo tan cálido y hermoso no podía ser malo.

Elena tuvo al menos dos orgasmos, lo noté por las veces que se estremeció, hasta que finalmente me pidió algo que no esperaba escuchar.

-¿Me quieres, verdad hermanito? -me preguntó como si no supiera algo que era obvio.

-Si, Elena, por supuesto. ¿por qué lo preguntas? -le dije.

-Porque te quiero dentro de mí. Te quiero en mi interior. Quiero que nos unamos tú y yo esta vez y para siempre.

No entendía bien a que se refería.

-Te quiero dentro. -volvió a decir-. Como se unen papá y mamá cada noche en que oímos como se mueve su cama. ¿Me entiendes? -me dijo. pero no tenía ni idea de a que se refería.

-¿A qué te refieres? -le pregunté poniendo cara de no entender nada.

-Que inocente eres hermanito. Quiero que me metas el pene dentro. En mi coño. Ahí dentro. -me dijo señalando a su rajita.

-Eh..

-Si, eso mismo. Quiero que me metas tu pene en mi interior. Amor de hermanos, así, nada ni nadie nos podrá separar y estaremos siempre juntos. Vamos, túmbate a mi lado, yo te guiaré.

Hice lo que me dijo y me tumbé a su lado poniéndome de costado. Mi pene palpitaba, el roce de la ingle de mi hermana contra el y el hecho de tener sus pechos encima mío, me volvía loco.

Elena cogió mi pene con su mano derecha y lo fue llevando hasta su coño. Alzó un poco la pierna derecha y me atrajo hasta ella y lo fue introduciendo poco a poco. Se mordió el labio inferior, creo que le dolía más que disfrutaba.

Yo me agarré a su espalda e hice un intento de llevarla más dentro, de clavársela hasta el fondo, que palabra, clavársela, esa palabra la utilizaría de adulto, pero ahora estaba ahí, en mi mente.

-Vamos, vamos, que ya casi entra del todo hermanito. -me animó Elena.

En ese momento enterré mi pene hasta el fondo. Noté como horadaba todo su interior. No sangró, pero del porqué me enteraría después.

-Aaaah hermanito. Ahora estas dentro de mi. No te vayas a salir. Debes moverte, no te quedes parado. -me indicó.

Yo comencé a moverme un poco torpemente. Elena me agarró de los costados y me guio para que fuera metiéndosela y sacándosela.

Mi pene entraba y salía casi del todo, pero Elena no le permitía que saliera del todo. La imagen de mi pene en su interior era maravillosa, y la sensación aun más. Ver mi miembro dentro de mí hermana me volvía loco. Era todo lo que había deseado y más, mucho más placentero que las pajas que me había hecho mi hermana.

Pero como todo lo bueno se acaba, y sobre todo por ser mi primera vez, bastaron unos cuantos empujones que para que llegara al orgasmo y terminara antes de lo que esperaba.

Mi hermana no me reprochó nada, solo me sonrió cuando saqué mi pene de su interior temblando de gusto, de un orgasmo que acababa de terminar, y me tumbaba en la cama.

Ella volvió a ponerse a horcajadas sobre mí y me besó en la boca. Acabábamos de sellar una unión que ya no se perdería nunca.

-Te quiero mucho Elena. -le dije después de quedarnos un rato así.

-Y a ti Jorge. Siempre te he querido y siempre te querré. -me contestó.

Que feliz era en aquel momento.

Por ALDEBARAN110

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