lunes, 8 de enero de 2024

El pequeño problema de mi hijo


Un día, tomando un café con una amiga, me comentó que había llevado a su hijo al médico porque al parecer no se le descapullaba bien el pene, o sea, que cuando lo tenía en erección, no le salía bien el glande y le molestaba por tener la piel del prepucio demasiado corta. Yo me quedé un poco sorprendida por lo que me decía ella, ya que yo ni me había preocupado si a mi hijo le pasaría eso también, aparte del apuro que me daba hablar de estas cosas con ella, a pesar de la confianza que nos teníamos.

Su hijo era un poco mayor que el mío, ya que tenía 15 años mientras el mío acababa de cumplir los 14, y le pregunté cómo se había dado cuenta de que su hijo tenía ese problema, diciéndome ella que cuando se duchaba se le ponía muchas veces en erección y se había fijado en que no se le descubría bien el glande del todo, quejándose su hijo de que le molestaba al tirar de la piel hacia abajo, preguntándome ella:


—¿Tú no te has fijado en el tuyo, si lo tiene así?

—No, la verdad, además me da mucha vergüenza mirárselo, porque está creciendo mucho y ya lo tiene ya de buen tamaño.

—¡Ay, que tonta! Claro, como el mío, no veas como se le ha puesto al niño, así casi de repente. Yo no puedo evitar mirársela, porque siempre se le pone dura en la ducha.

—Es que están en la edad de desarrollo y pronto van a ser unos hombres ya.

—Pues por eso, deberías fijarte más en el tuyo, para evitar que en el fututo tenga un problema cuando tenga relaciones con las chicas.

—Es que yo ni me había dado cuenta de esas cosas, como todavía lo veo como un niño…… Además, mi marido tampoco me dijo nada sobre eso.

—¡Anda!, que ya no es tan niño, me he fijado en que se está poniendo muy guapo y seguro que ya tendrá una buena polla, como el mío. No me digas que cuando se la ves, no te pones un poco nerviosa, ya me entiendes…..

—Cuando se la veo así, toda empalmada, un poco, la verdad, pero no me atrevo a mirársela mucho por no incomodarle, porque está en la edad de la vergüenza y yo creo que le da apuro a él también, si ve que me fijo en como la tiene.

—Pues como el tuyo tenga también ese problema, prepárate, porque a mí el médico me mando hacer unos ejercicios en casa con él para que la piel le bajara bien y no estuviera tan tirante, porque al pobre le molestaba mucho.

—¿Qué ejercicios?

—Me dijo que lo mejor era hacérselos cuando se duchara, porque aprovechando que se les pone dura al enjabonarla, hacerle masajes con el jabón, o con un gel especial mejor, en el pene echándole la piel hacia atrás y hacia delante para que la piel se vaya estirando y le baje bien hasta que le quede todo el glande fuera. Cuando se lo vio el Médico, me dijo que no lo tenía muy cerrado como lo tienen otros niños y que con este ejercicio, se podría arreglar sin operación.

—¡Madre mía!, ¿tienes que hacerle eso a tu hijo? Yo me muero de vergüenza si tengo que estar tocándole de esa forma.

—Bueno, la verdad es que es casi como si le hicieras una paja. Pero tú eres su madre y tendrás que hacérselo. ¿No querrás que se lo haga su padre?

—No claro, pobre, menudo apuro.

—No es para tanto, mujer, además nosotras ya estamos acostumbradas a eso, ¿no?

—Sí, eso es verdad, jaja, tiene  gracia la cosa. Tendré que fijarme en el crío para ver si tiene ese problema, porque él nunca me dijo nada.

—Le daré vergüenza decírtelo, mujer.

Esa misma noche, cuando mi hijo se estaba duchando, vi que tenía una erección, pero no se le había descapullado su glande, manteniéndolo recubierto por la piel, así que me armé de valor para preguntarle:

—¡Oye hijo!, cuando se te pone así tan tieso, ¿nunca te sale el capullo afuera?

—Sí, mamá, pero tengo que echarme la piel hacia atrás, y me tira bastante y me duele.

—¡Vaya! Pues habrá que arreglar eso, ¿no?

—A un amigo mío le tuvieron que cortar la piel y ahora lo tiene siempre descapullado, pero a mí me da miedo que me hagan eso.

—Bueno, ya veremos lo que se puede hacer, mañana iremos a la pediatra.

—¡Jo!, qué vergüenza, mamá, que ya soy mayor para que me vea la pediatra.

—Qué vergüenza ni nada, si ella te está viendo desde que naciste.

—¿Pero como le voy a decir esto y ponérmela dura delante de ella?

—Te estás haciendo mayor, que no es lo mismo, así que  tendrá que seguir viéndote ella un tiempo. Además, ella ya estará acostumbrada a ver estas cosas en otros niños.

Mi hijo no se quedó muy convencido, pero al día siguiente fuimos a la pediatra, y mientras ella le mandaba desvestirse, yo le comenté que me preocupaba ese problema y que se lo revisara, aunque a él le daba un poco de vergüenza.

—No te preocupes, vienen muchos niños así con ese problema y sé cómo tratarlos.

Yo me quedé a su lado, mientras la pediatra le revisaba, palpándole la polla y los testículos, hasta que le dijo:

—¡Está todo genial, y veo que te ha salido bastante vello en el pubis. Te estás haciendo un hombre ¿eh? Vamos a ver lo demás si se está desarrollando correctamente.

La pediatra empezó a tocarle el pene directamente, moviéndolo de un lado a otro y tirando de la piel hacia atrás, pero como mi hijo seguía bastante cortado, a pesar de los toqueteos de la pediatra para ponérsela dura, no se le ponía, diciéndome ella a mí:

—Bueno, parece que está un poco nervioso. Tendré que hacer lo que hago con otros críos así tan tímidos.

Y acto seguido, veo sorprendida como la pediatra se desabrocha la bata y deja sus pechos a la vista de mi hijo, saltando como un resorte su pene con una erección muy fuerte, guiñándome un ojo la pediatra  con una sonrisa, mientras seguía actuando de forma natural:

—¿lo ves? Jaja, esto nunca falla a estas edades.

—¿Lo has tenido que hacer muchas veces?

—Alguna vez, pero hay algunos con mucha picardía que siempre esperan a que les enseñe los pechos.

—Son tremendos. Se nota que se van haciendo hombres.

—Es la ley de la naturaleza. Mira, ves como a pesar de tener una erección, la piel le recubre casi todo el glande.

—Sí, ya se lo vi el otro día, que no se descapullaba del todo.

La pediatra seguía explicándome:

—Si le tiro de la piel hacia atrás se descubre más, pero tiene mucha tirantez y le tiene que molestar. ¿Te molesta si tiro de la piel, no? —le preguntó la pediatra a mi hijo.

—Sí, me duele.

—Como no lo tienes muy cerrado, esto se puede solucionar. Vamos a ver si haciendo unos ejercicios, podemos evitar la operación, que tampoco tiene mucha importancia, pero si lo arreglamos así mejor. ¿No te parece? —Intentando tranquilizar a mi hijo.

—Sí, menos mal. —respiró aliviado él.

Pero yo, recordando lo que me había dicho mi amiga, me salió una lamentación:

—¡Vaya, los ejercicios….¡

—¿Qué pasa, mujer? ¿Ya sabes cómo son?

—Sí, algo me dijo una amiga, que se los tiene que hacer también a su hijo, porque tenía este problema.

—Claro, es algo muy normal a estas edades.

—¿Pero tengo que hacérselos yo a la fuerza?

—Sí, es lo mejor. Ya sé que a muchas madres les da apuro hacerlo, pero es conveniente que sea así porque si se lo hacen ellos mismos, empieza a darles el gusto y se ponen a masturbarse hasta que eyaculan muy rápido y así no son tan efectivos los ejercicios.

—¡Ah!, ya entiendo, pero si se lo hago yo, le va a pasar eso igual, o más rápido todavía.

—Sí, está claro, pero te voy a enseñar cómo hay que hacerlo, para que le ayudes a aprender a controlar su eyaculación. No sé si se lo habrás hecho a tu marido alguna vez.

—¿El qué? ¿Hacerle pajas?

—No, jaja, bueno, sí, masturbarle pero parando cuando notas que va a eyacular, para volver a empezar, y así aprenden a correrse más tarde.

—Pues eso no, jaja. No me deja hacérselo. Él se corre cuando tiene ganas y ya está.

—Todos los hombres deberían aprender a hacer eso, porque si no se controlan, luego pasa que a las mujeres nos dejan con las ganas.

—Es verdad, pero a muchos no les importa eso. Solo el darse gusto ellos.

—Los hombres son unos egoístas, que le vamos a hacer….. Mira, te voy a enseñar lo que tienes que hacer con tu hijo. El niño tiene que empalmar bien, aunque le moleste. Tienes que usar este gel, que es mejor que hacerlo con jabón, porque acaban irritando la piel del pene, y este gel es neutro y lubrica muy bien. Si quieres, también vale algún aceite o crema que tengas para cuando tu marido te hace anal.

—¡Uuyy!  Eso no le dejo hacérmelo tampoco, jaja.

—¿Porqué, mujer? Si es algo muy placentero, para nosotras también.

—Te debo parecer una tonta, la verdad es que a veces me lo pide, pero es que me da miedo a que me haga daño, aunque ahora me lo pensaré cuando me lo pida.

—No, para nada. En la pareja cada uno hace lo que quiere. Bueno, sigo explicándote…. Se lo echas en la punta del pene y empiezas a masajearlo así estando bien duro, echando la piel hacia atrás despacio y aguantando un poco la tirantez para que la piel se vaya adaptando y el prepucio se vaya estirando. Y tú sigues así, moviéndolo adelante y atrás despacio, sin que llegue a ser una masturbación, cuidando de que tu hijo no eyacule, para que mantenga más tiempo así la pollita dura. Si ves que al crío empieza a venirle el gusto, paras un momento apretando su glande con los dedos y luego sigues haciéndoselo otra vez, y así durante todo el tiempo que puedas, hasta que él no aguante más y acabe eyaculando. Y esto, todos los días, y si son dos veces, mejor.

Todo esto me lo explicaba mientras se lo estaba haciendo a mi hijo, que estaba muy excitado, escapándosele algún gemido, y viendo yo la escena, como la pediatra movía y masajeaba su polla, era difícil no excitarse, por lo que creo que empecé a sentir la humedad en mi vagina, aunque intentara quitarme esa sensación de la cabeza, porque no me imaginaba cómo iba a poder hacérselo yo en casa  sin ponerme cachonda perdida.

Pero la pediatra siguió instruyéndome:

—¿Te das cuenta? Ya tiene el glande completamente fuera. Fíjate el tamaño del que se le ha puesto, más grueso también, porque se le llena de sangre. Esto es bueno, para que sea más efectivo el ejercicio, y así se le podrá desarrollar mejor el pene, para que cuando sea mayor pueda tener una buena polla y dar gusto a una mujer, como decimos nosotras.

—Ya veo… ¡Uuuffff!, vaya como se le ha puesto, está hermosa, nunca se la había visto así de grande.

—A esta edad se les empieza a poner el pene ya como a un adulto y haciéndole esto, lo va a tener casi como su padre en poco tiempo. Si me permites, voy a acabar de hacerle la paja, porque el pobre está aguantando demasiado ya y debe ser una tortura para él. Es bueno que se desahoguen también, cuando se lo hagas tú.

La pediatra empezó a masturbarle con más rapidez, hasta que en un momento, mi hijo empezó a soltar chorros de semen que le salpicaron entre sus pechos, gimiendo de placer.

La pediatra, a pesar de su experiencia, se mostró un poco turbada cuando se puso a limpiarse el semen, diciéndome algo resignada.

—Pues sí que tenía semen retenido tu hijo. Ha echado una barbaridad. Va a tener que masturbarse con más frecuencia para que se le vaya renovando, porque producen mucho a esta edad.

Yo no salía de mi asombro:

—¡Madre mía! Y pensar que me pueda pasar eso a mí, teniéndolo en la mano mientras le hago estos ejercicios…..

—Muchas mamás me han dicho que acaban excitándose, claro, pero en esas cosas ya no me meto yo, jajaja.

—Ya, ya, me da un montón de vergüenza que me pase eso a mí con mi hijo, que hasta hace poco era mi niño.

—Pues ya me contarás. Volvéis en mes y medio y me comentas como han ido las cosas, y veremos si se le va corrigiendo el problema.

Ya de vuelta a casa, por la noche le mandé a la ducha y cuando terminó de lavarse, le dije, bastante nerviosa por la situación:

—Bueno, hijo, vamos a hacer los ejercicios.

Me puse a echarle el gel por su pene, pero notaba que no acababa de ponerse bien duro como me había dicho la pediatra, por lo que él me dijo:

—Tendrás que hacer lo que hizo la pediatra, enseñarme las tetas.

—¿Pero qué dices? No seas sinvergüenza, que soy tu madre. ¿Es que yo te excito?

—Mi hijo hizo un gesto sin contestar y como eso seguía sin empalmarse bien, tuve que hacer muy a mi pesar lo mismo que hizo la pediatra, para poder seguir bien con los ejercicios.

Me bajé la camiseta enseñándole mis pechos, y al dejarlos al aire, mi hijo se quedó mirándolos con la boca abierta:

—Mamá, son más grandes que los de la pediatra.

—Como tu padre me vea haciéndote esto, me mata. Ni se te ocurra decirle nada. —No me había atrevido a contárselo a mi marido por miedo a que no lo entendiera o le pareciera mal y como él llegaba bastante tarde a casa, tampoco tenía porqué enterarse.

—No mamá, no le digo nada.

Enseñarle mis pechos había hecho su efecto, porque su pollita se le puso muy dura, apuntando hacia el techo, por lo que puede empezar en ese momento a tirar de su piel hacia atrás, ayudada del gel, con mi mano, moviéndolo hacia adelante y atrás, dejándome llevar por la excitación de ver su precioso glande brillante por el gel con un aspecto de lo más delicioso, dándome ganas de yo que sé, sin poder evitar hacérselo cada vez más rápido, hasta que vi como su semen salió disparado hacia mis pechos, manchándome toda, y viendo la cara de satisfacción que había puesto mi hijo, tuve que decirle:

—Perdona, que te lo he hecho demasiado deprisa y ha pasado esto. Tendré que controlarme la próxima vez.

—Da igual, mamá. Me ha gustado mucho.

—Claro, ya lo sé, sinvergüenza, pero hay que hacer los ejercicios bien, como dijo la pediatra,  para que te cures.

Durante los siguientes días seguimos con ellos, y como muchas las veces acababa corriéndose en la ducha antes de tiempo, iba por la noche a su cama para hacérselo otra vez, para que fuera más efectivo.

Y así, cuando aprendí a hacérselo controlando su eyaculación, al final él siempre me pedía que se lo hiciera rápido para que se pudiera correr y dormir mejor, por lo que de esta forma, me había convertido en una masturbadora de mi propio hijo, acabando yo también con el coño todo empapado por la excitación, por lo que cuando me iba a la cama, tenía que masturbarme todas esas noches que no follaba con mi marido.

En esta situación de morbo total, que acababa escapándose de mi control, tengo que reconocer que en alguna ocasión, en la intimidad de la habitación de mi hijo, no había podido evitar la tentación de llevármela a la boca y saborear esa delicia de glande que se le ponía. Entonces era la locura total y mientras se la chupaba como la zorra en que me había convertido, con la otra mano me iba tocando el coño para masturbarme porque no me aguantaba más.

Mi hija pequeña, tres años menor que su hermano, no tardó en interesarse por lo que hacía yo en el baño con él tanto tiempo y una vez entró a curiosear y me vio allí, con la polla de su hermano en mi mano, moviéndosela arriba y abajo, preguntándome:

—Para que tu hermano se cure de un problema que tiene aquí. La pediatra me dijo que teníamos que hacer estos ejercicios.

—¡Ala!, que gracia, que grande se le ha puesto.

—¡Anda, niña!, no seas descarada, tú no deberías estar viendo esto.

—¿Por qué?

—Porque eres muy pequeña para ver estas cosas, y aunque sea tu hermano, no está bien.

—Bueno, pero déjame verlo, que me gusta ver como lo haces.

—Claro, menuda pilla me has salido. Vas a aprender tú mucho enseguida.

—Jajajaja —se río mi hija con picardía, como sabiendo que estaba viendo algo que no debía.

Pero ella siguió allí mirando:

—Mamá, ¿puedo hacérselo yo?

—Nooo, que cosas dices, bastante es que te dejo mirar.

—Bueno, pero si te cansas, me lo dices.

En ese momento me llamaron al teléfono y tuve que interrumpir los masajes a mi hijo y como no quería que se le bajara, no sé por qué se me ocurrió decirle a su hermana:

—Anda, puedes hacérselo tú un poco mientras hablo por teléfono.

En ese momento, veo a mi hija muy decidida, agarrar el pene de su hermano y empezar a movérselo con un buen ritmo, por lo que le tuve que decir:

—Despacio, hija, más despacio.

—¡Ah!, vale, ¿así, mamá?

—Sí, así, muy bien. —Mientras hablaba por teléfono, precisamente con mi amiga, que me preguntaba cómo iba con mi hijo, muriéndose de risa al decirla yo, que ahora se lo estaba haciendo su hermana mientras hablaba por teléfono con ella.

En ese momento, escuché como le decía mi hijo a su hermana:

—Mamá me enseña las tetas para que no se me baje, pero como tú no las tienes, tienes que enseñarme la rajita.

Mi hija se quedó mirándome y sin darme tiempo a decir nada, se bajó las bragas, dejando a la vista de su hermano toda la vagina abriéndosela ligeramente con la otra mano, por lo que ya tuve que colgar el teléfono a mi amiga, porque me daba miedo ver cómo podía acabar eso.

—A ver, hija, ¿cómo eres tan desvergonzada, por qué le enseñas eso a tu hermano?

—Tú también le enseñas las tetas, ¿no? Me lo dijo él.

—Sí tienes razón, lo que pasa es que no debería haberte dejado que le hicieras esto a tu hermano.

Interviniendo mi hijo:

—Déjala acabar, mamá, que ya me falta poco.

—Bueno, venga, acaba de una vez.

Pero yo veo como su hermano le dice al oído:

—Házmelo más rápido.

Y al poco tiempo de acelerar los movimientos de su mano, mi hijo acabó corriéndose, sorprendiendo a su hermana:

—¡Mamaaa!, ¿qué es eso? Parece como leche.

—Sí, hija, eso es porque le has dado mucho gusto y los hombres echan eso.

—Es muy pegajosa. Se me queda pegada en los dedos.

—Sí, no toques eso, cochina, vete a limpiarte.

En mi cabeza me preguntaba, como habíamos llegado a esto, y como yo había permitido que mi hija pequeña masturbara a su hermano delante de mí, por lo que ya no sabía lo que iba a pasar de ahora en adelante.

En los siguientes días, cada vez que hacía los ejercicios con mi hijo, a su hermana no había quien la echara de allí, y siempre tenía que acabar dejándola hacérselo un ratito, a veces incluso hasta que se corría su hermano, con gran alborozo por parte de ella, como si consiguiera un premio.

No sé si esto se me estaba yendo de las manos, pero mi hijo había conseguido que yo también le enseñara el coño mientras se lo hacía, al igual que su hermana, y mi excitación cada vez aumentaba más viendo el tamaño que iba teniendo el pene de mi hijo con los ejercicios y el morbo que sentía por estar con su hermana en esa situación, las dos pendientes de la polla tan buena que se le estaba poniendo, que cada vez se parecía más a la de su padre, mientras mi hija seguía haciéndome preguntas y comentarios cada vez más indiscretos:

—Una amiga me dijo que había visto a su mamá como se la chupaba a su padre. ¿Eso se puede hacer?

—Sí, hija, entre los papás se hacen esas cosas.

—¿Entonces tú también se la chupas a papá?

—Que preguntas haces. Eso a ti no te importa.

— Jajaja, te has puesto toda roja, seguro que sí lo haces ¿a qué sabe?

—No sé, no te lo puedo explicar. Eso ya lo verás tú cuando seas mayor.

—Pero quiero saberlo ahora, ¿puedo chupar la de mi hermano?

La verdad es que yo me quedé sin saber que contestar a esas preguntas tan directas de mi hija, pero enseguida intervino su hermano:

—¡Síii, déjala, mamá!

Yo estaba cada vez más confundida y acabe aceptando:

—Bueno, un poco sólo ¿eh?

Mi hija acercó la boca al pene todo empalmado de su hermano y dudando un poco, pasó la lengua primero por su glande, relamiéndose:

—Está rica.

Y acto seguido, se la metió completamente en la boca, diciéndole su hermano:

—Tienes que hacer con la boca lo mismo que con la mano, meterla y sacarla.

Mi hija le hizo caso y se puso a hacerle una mamada en toda regla, sujetando mi hijo la cabeza de su hermana para acompañarla en el ritmo que él quería, hasta que lanzó un fuerte gemido al correrse en su boca, por lo que me dijo mi hija, un poco alarmada:

—¡Mamá!, ¿qué hago? Me echó la leche en la boca.

—Escúpela, anda.

—Sabe rica, pero se me queda pegada en la lengua.

—Lávate la boca con agua. ¡Dios mío!, no sé qué estoy haciendo con mis hijos. Espero que vuestro padre no se entere de todo esto, porque me mata.

Ya había pasado casi el mes y medio en el que teníamos que volver a la pediatra y el aspecto del pene de mi hijo no podía ser mejor. Me decía que ya casi no le molestaba, sólo cuando se le ponía muy dura, pero todo esto había tenido unas consecuencias que no sabía ya como parar, porque más de una vez había sorprendido a mi hija en la cama de su hermano, masturbándole y chupándosela y tenía que echarla de allí antes de que hicieran cosas peores.

Por fin llegó la visita a la Pediatra, y en la revisión me dijo que la tenía estupenda ya y que había mejorado mucho, descubriéndosele prácticamente todo el glande, simplemente con la erección.

—¿Cómo ha mejorado tanto tu niño en tan poco tiempo?. Debes haberle hecho los ejercicios muchas veces por lo que veo, y eso que decías que te iba a dar apuro hacérselos.

—Bueno, me da vergüenza confesártelo, pero su hermana ha ayudado también lo suyo.

—¡No me digas! Jajaja, eso está muy bien. Todos tienen que colaborar. Que  graciosa tu hija.

—Sí, pero es que su hermana va a hacer 11 años ahora y no me parece que esté nada bien que le haga estas cosas a su hermano.

—No te preocupes tanto, Yo aquí he visto de todo y no es la primera niña que lo hace. Incluso me han traído niñas de esa edad que ya no son ni vírgenes.

—¡Qué barbaridad! Espero que eso no pase con la mía.

—De momento ha ayudado a su hermano y lo demás tendrás que controlarlo tú. Como ves, el crío lo tiene ya muy bien, pero ahora viene la segunda fase, que es comprobar si haciendo la penetración le sigue molestando.

—¡Vaya!, lo que faltaba ahora ya. Pero eso ya no tendrá que hacerlo conmigo ¿no?

—No, eso ya no te puedo pedir que lo haga contigo, aunque sé que alguna mamá llegó a hacer eso también, pero puede que no sea necesario, porque a esta edad normalmente empiezan a tener sus primeras relaciones con chicas y es cuando ellos notan si están realmente curados. Mientras tanto tendrás que seguir con los ejercicios hasta que pueda tener esa experiencia.

De vuelta a casa, no paraba de darle vueltas a la cabeza con lo que me había dicho la Pediatra. O sea, que mi hijo tendría que tener una vida sexual activa para que no volviera atrás en lo que habíamos avanzado, y yo no sabía cuándo iba a poder empezar a tenerla, ya que era muy joven todavía.

A veces, mientras hacíamos los ejercicios, mi hijo me decía:

—Mamá, las chicas de mi colegio no quieren tener sexo conmigo, y no sé si me va a molestar haciéndolo.

—Pues que quieres que te diga. Tendrás que esperar a que alguna quiera o echarte una novia, yo que sé.

—Pero es que yo quiero saber si estoy ya curado del todo. ¿Por qué no puedo hacerlo contigo?

—¿Estás loco? ¿Cómo vas a hacer eso conmigo, si soy tu madre?

—Pues igual que esto, que decías que tampoco podías hacérmelo.

—Sí, tienes razón, pero es que eso es muy fuerte. Sólo lo hago con tu padre. ¿Quién te crees que soy yo?

A mi hijo no parecían convencerle mucho mis palabras y él seguía insistiendo cada día, hasta que en una de las ocasiones que se lo estaba haciendo en su cama, al vérsela tan dura y tan desarrollada ya, no me aguantaba de la excitación que tenía y en un momento de debilidad le dije:

—Bueno, mira, vamos a probar un poco, a ver qué tal ¿eh?

—¿Me vas a dejar metértela?

—Sí, pero un poco sólo, hasta que veas si te molesta.

—Vale, mamá. Gracias.

Me tumbé en la cama a su lado y le dije que se pusiera encima de mí y guiándole su polla con mi mano, la puse en la entrada de mi coño y le mandé que empujara para meterla. Yo estaba tan mojada, que al primer empujón de mi hijo, su pene entró dentro de mi vagina completamente, y al sentirlo dentro, me dijo:

—Qué gusto da, mamá. Está muy mojado y caliente.

—Sí hijo, ahora muévete dentro de mí, a ver si te molesta.

—Mi hijo empezó primero despacio, pero acabó en una auténtica follada conmigo mientras yo me moría de gusto, por lo que le dejé que siguiera metiéndomela una y otra vez, dándome cada vez más fuerte hasta que acabó corriéndose dentro de mí, prácticamente a la vez que a mí me llegaba el orgasmo, juntándose nuestros gritos de placer en uno sólo, de tal forma que los oyó mi hija, presentándose en la habitación de su hermano para ver lo que estaba pasando, encontrándonos en esa situación que no dejaba lugar a dudas, pero ella preguntó:

—¿Qué hacéis?

Enseguida le contestó su hermano:

—Estoy follando a mamá.

—¡Ala!, que fuerte, y ¿te gusta?

—¡Buuuffff!, es una pasada.

Antes de que siguieran con su entusiasmo, le dije a mi hija:

—Bueno, fue solo para probar si le molestaba con la penetración, como nos dijo la pediatra. Pero no sé si habrá valido la prueba, porque mi coño está ya muy dilatado y su pene entró muy fácilmente en él. —y dirigiéndome a mi hijo— Eso tendrías que probarlo con chicas de tu edad que lo tienen más estrecho y tendrás más roce con ellas.

Por lo que dijo mi hija:

—Entonces que lo haga conmigo, a ver si le duele.

—Pero ¿qué dices? Tú eres su hermana y esto no se hace entre hermanos. Además a quien te va a doler es a ti, porque eres pequeña todavía y eres virgen.

—Pues igual que hice lo demás, también puedo hacer eso.

Volviendo a decir su hermano, continuando con su entusiasmo:

—Sí, déjala probar a ella. Así ya sé que estoy curado de verdad.

—Esto es el colmo. Pero como te voy a prohibir a ti hacer algo que yo tampoco debería haber hecho. —le dije a mi hija— A ver, ponte en la cama con tu hermano. Primero hay que prepararte la vagina, para que no te duela.

Entre su hermano y yo empezamos a masturbarla con los dedos para que se le mojara bien y pudiera entrar en ella la polla de su hermano con más facilidad. Supongo que por la excitación que  sentíamos todos, acabamos lamiendo su vagina, turnándonos su hermano y yo, provocando con eso que mi hija tuviera su primer orgasmo, por lo que cada vez más excitada,  me pidió que su hermano se la metiera ya, así que le dije a mi hijo que se tumbara en la cama, para que su hermana se le pusiera encima y que ella misma se fuera metiendo su polla poco a poco, para que no la doliera tanto.

Cómo estaba muy lubricada, el glande de su hermano le entró con cierta facilidad, encontrando la pequeña resistencia de su virginidad, por lo que cuando ya se había acostumbrado a tener el glande de su hermano metido en su vagina, la dije que se lo metiera del todo hasta el fondo, pero al hacerlo lanzó un grito diciendo que la dolía.

Intenté calmarla dándole besos mientras la hacía moverse sobre la polla de su hermano, hasta que empezó a venirle el placer nuevamente, al moverse el miembro de su hermano en su interior, diciéndome él que no le molestaba para nada y que iba a correrse otra vez, porque le estaba dando más gusto que conmigo.

—Claro, hijo, tu hermana lo tiene más apretadito y sentirás más la presión de su coño.

Mi hija también estaba gozando mucho con su hermano y cuando se corrió dentro de ella, gemía como una loca fuera de sí, acabando completamente agotada, con el semen saliéndosele por su vagina.

En los sucesivos días ya era normal en mi casa, que bien por separado o juntas disfrutáramos de mi hijo y en alguna ocasión que yo estaba en su habitación, encima de él montándolo, apareciera mi hija y se quedara mirando diciéndome:

—Déjame a mi montarlo un poco, mamá.

—Sí hija, súbete, que tú hermano ahora aguanta una barbaridad, yo ya me corrí dos veces con él.

Después de todo esto, mi hijo parecía que se le había corregido ese pequeño problema que suelen tener muchos chicos en esas edades, pero lógicamente, las cosas en nuestra casa habían cambiado mucho, sin vuelta atrás, por lo que las relaciones intrafamiliares se fueron sucediendo casi a diario, intentando que mi marido no llegara a enterarse de lo que pasaba en su casa.

Por Veronicca

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