miércoles, 7 de octubre de 2020

Cuñadas Amorosas


Parte 1

Ana y su cuñada Edith estaban jugando con la manguera esa calurosa tarde de verano, mojándose mutuamente mientras jugueteaban por el patio de la casa de verano de propiedad de Edith y su esposo, el que había ido esa mañana a la ciudad a cerrar unos negocios y las dejo solas por dos días.

Las dos mujeres dedicaron gran parte de la mañana a dormir y una vez que desayunaron, cerca de mediodía, Ana, que había despertado particularmente eufórica, sugirió tomarse un aperitivo antes de almorzar, el que se convirtió en mas de tres, lo que motivo que Edith se pusiera tan alegre como su cuñada, tal vez por su poca costumbre de beber.

Con una expresión maliciosa en su rostro, Ana tomó la manguera y proyecto el chorro sobre la esposa de su hermano, mojándola completamente, lo que era un agrado si se considera el calor que reinaba en el ambiente. Para no ser menos, Edith se fue sobre Ana y lucho con esta hasta que le arrebato la manguera y la dejo tan mojada como ella estaba. Se abrazaron y entre risas intentaron unos pasos de baile, tomándose ambas de la cintura.

El agua había pegado sus vestidos al cuerpo, haciendo resaltar sus formas, especialmente los senos, que en ambas mujeres se veían mas generosos que de costumbre y sus muslos gruesos, firmes y tostados. Ambas cuñadas eran mujeres jóvenes, cercanas a los treinta años, bien formadas y hermosos rasgos. Mientras bailaban Edith notó que las piernas de su cuñada se apretaban a las suyas, cosa que le produjo una extraña sensación de placer, especialmente cuando sintió el roce de su muslo sobre el suyo.


Se recostaron en las hamacas de la terraza a descansar y beber el quinto aperitivo de la mañana. Edith se sentía ligeramente mareada, pero al mismo tiempo le agradaba la sensación de libertad que el licor le proporcionaba. A ello se agregaba la curiosidad mezclada con placer que le produjo la intensidad con que su cuñada le apretó la cintura cuando bailaban al tiempo que sus piernas se juntaban y el seno de ella se unía al suyo. Lo sucedido no le había producido rechazo sino mas bien una curiosidad un tanto morbosa por saber si su cuñada se atrevería a seguir mas adelante. Entre los vapores del alcohol ingerido tan tempranamente ese día intentó razonar respecto de la actitud de la hermana de su esposo, pero prontamente deshecho sus pensamientos y prefirió abandonarse a la sensación vertiginosa del placer que le producía esta situación tan inesperada como anormal.

Entregada gratamente a este abandono en que el licor la sumía, Edith se estiro en la hamaca, poniendo intencionadamente sus brazos por detrás de su cabeza y cerró los ojos, consciente del efecto que producía en Ana su cuerpo mojado, el vestido pegado a su cuerpo, como una segunda piel, insinuando sus senos parados, sus piernas bien moldeadas, sus nalgas gruesas y firmes y ese paquetito que se asomaba por entre sus piernas y que empezó a humedecerse poco a poco ante el efecto que le producía el saberse observada mientras ella se exponía insinuantemente. No contenta aún con el efecto logrado sobre su cuñada y acicateada por el deseo de experimentar esa nueva sensación de sentirse deseada por otra mujer, se acomodó lenta e insinuantemente, entreabriendo sus piernas, haciendo mas visible el bulto que se asomaba entre ellas, ya que sus calzones blancos completamente mojados no ocultaban nada y mostraban una mancha negra que haría derretirse a cualquiera que viera ese espectáculo. y ella estaba segura que su cuñada no se resistiría. En efecto, Ana se acercó a la hamaca donde reposaba voluptuosamente Edith y bromeando y riendo, pero con una mirada de determinación que inquietó a Ana, empezó a hacerle cosquillas en la cintura, como siguiendo la travesura que habían empezado con la manguera. En su rostro había una expresión que preocupó a Edith, pues las cosas tomaban un giro más allá de sus fantasías y que las riendas de la situación en este juego erótico había pasado de sus manos a las de Ana y ella no sabía cómo proceder ahora salvo dejarse llevar por su cuñada, intuyendo que este juego terminaría en la cama. Y ese pensamiento no le era desagradable y se sentía atraída a continuar con este coqueteo, aún presintiendo el final del mismo.

"mira como has quedado, mujer"

Dijo Ana mientras pasaba sus manos sobre el vestido de Edith como intentando limpiarlo del agua que tenia. Esta seguía riendo, aunque algo nerviosa cuando se percató de las manos de su cuñada posándose sobre sus muslos, de manera que quería parecer casual. Edith no perdía detalle de los movimientos de su cuñada, pero no podía hacer nada para impedir que continuara, ya que todo sucedía de manera natural y, por otro lado, era ella quien había iniciado todo con su actitud insinuante. En todo caso, a cada momento se sentía mas a gusto con el manoseo a que la sometía la hermana de su esposo.

Las risas y las caricias de Ana se fueron aquietando, en la medida que el pecho de Edith se agitaba de emoción. La miró con un gesto serio en el rostro, su mano apretándole el muslo, muy cerca de su entrepierna, en tanto su cuñada, respirando agitadamente, se limitaba a mirarla fijamente, con la boca semi abierta y la lengua asomándose entre los labios secos. Ana siguió pasando sus manos, llevándolas cada vez mas cerca del paquete de Edith, en movimientos cada vez más lentos, hasta dejar posada su mano sobre el sexo de su cuñada, a la que miró largamente, como esperando una respuesta, la que le llegó en una mirada directa e intensa de parte de su cuñada, mientras le tomaba la mano, que aprieta suave pero firmemente y se levanta, diciendo en tono insinuante: "voy a cambiarme al dormitorio". Se fue moviendo sus caderas acompasadamente, como invitando a su Ana a seguirla, cosa que esta hizo de inmediato.

Ya en su pieza, Edith se tiró en la cama, de espaldas, con su ropa mojada, como esperando. Ana entró, se paró a su lado y le dijo:

"¿Te ayudo?"

Pero Edith no respondió, limitándose a mirarla intensamente mientras se estiraba a lo largo de la cama, en actitud de espera y aceptación. Ana empezó a desabrochar el vestido de su cuñada, dejando al descubierto su cuerpo moreno cubierto solamente por unos calzones blancos y un diminuto brassiere del mismo color, ambos completamente mojados, en parte por el agua y en parte por el deseo.

En silencio, Ana abrió las piernas de su cuñada, que se dejó hacer de muy buen grado a lo que intuía que iba a suceder. Ana puso su cabeza entre las piernas de Edith, tomando su calzón y empezó a bajarlo lentamente, mientras su cuñada apretaba sus manos sobre la cama, no atreviéndose aún a tocar a Ana. Después de sacarle los calzones, se acercó al sexo húmedo y palpitante de la esposa de su hermano y metió su lengua entre los labios carnosos. Paseó lentamente su lengua por la parte interior de la vulva mientras Edith empezaba a moverse de manera descontrolada, tomando la cabeza de Ana y apretándola contra su gruta, como queriendo fundir la lengua de esta con su sexo.

Después de un rato, Ana llego al clítoris de su cuñada, lo que fue como un golpe de corriente para ésta, que se arqueó y quedó en suspenso un rato para posteriormente emitir un grito que fue como un alarido de gozo y comenzó a respirar entrecortadamente mientras llenaba la boca de su cuñada de jugos, los que esta tragó con fruición mientras le mordía suavemente los labios vaginales, produciéndoles una sensación tan intensa que Edith tuvo otro clímax, cuando aun no terminaba con el primero.

Ana se recostó al lado de su cuñada, la que después de un rato logró reponerse a medias, se dio vuelta hacia ella, la miró profundamente con un gesto de satisfacción entre los labios y sin pronunciar palabra se decidió a jugar su parte en esta obra. Le subió lentamente la falda a Ana, la cual levantó el cuerpo para permitirle dejar al descubierto sus piernas y su sexo, el cual quedó palpitante cerca de su rostro, invitándola a gozarlo. Edith sucumbió al deseo lésbico y rápidamente le bajó los calzones para posteriormente regalarle una mamada que aunque no tan experimentada como la que le había dado recién Ana, no se quedaba a la zaga en entusiasmo, llevándola prontamente a un clímax tan intenso como el que ella había tenido.

Continuaron este juego durante una hora, tiempo en el cual Edith se prestó de muy buen grado a todo cuanto Ana le proponía. Así fue como ambas se masturbaron, tanto separadamente como al unísono. Incluso cuando Ana introdujo uno de sus dedos en el culo de Edith, ésta respondió entusiasmada metiendo a su vez un dedo en el hoyo de su cuñada, hasta que las dos acabaron en medio de gritos de hembras en celo. Después de un breve descanso se prepararon otro aperitivo y lo bebieron en la cama misma, donde Edith abrazó sin ningún recato a su cuñada y le prodigó besos con lengua que denotaban un nuevo tipo de deseo no satisfecho completamente. Al cabo de un rato, la puso de espaldas en la cama y se sentó encima de ella, poniendo su raja directamente en la boca de Ana, para que le proporcionara otra mamada, a lo que esta no se hizo esperar y tomándola de las nalgas, al tiempo que le introducía un dedo por atrás, metió su lengua lo mas profundo que pudo, mientras Edith cabalgaba enloquecida, sin saber si era por la lengua en su sexo o por el dedo en su conducto trasero.

Mientras lengüeteaba el sexo de su cuñada y le exploraba el esfínter, Ana pensaba que su cuñada había resultado un excelente elemento para sus fantasías sexuales, pues mostraba una profunda inclinación a probar cosas nuevas y un entusiasmo que la hacia buscar cada vez algo más. Pensaba que podrían hacer un buen equipo en estas prácticas amatorias tan poco comprendidas.

Los líquidos de Edith la inundaron, sorprendiéndola en medio de sus pensamientos, centrados en la forma de conseguir que su cuñada la secundara en una aventura de perversión que había ideado mientras le chupaba el sexo.

Se abrazaron cubiertas de sudor, bebieron otra copa y Ana empezó a insinuar lo que pretendía de la esposa de su hermano:

"Nunca pensé que eras tan buena para la cama"

"Bueno, una nunca termina de conocerse, pues"

"Pobre Mario, lo debes tener al máximo de su capacidad sexual si eres tan apasionada como te mostraste conmigo"

"No te creas", dijo ella evasivamente.

"¿No te satisface?" intentó Edith, vislumbrando que había tocado un punto sensible que le daba una vía para plantear sus planes..

"Digamos que no esta mal"

"Pero no esta bien, ¿no?"

"Mmmmmm"

Edith no se abría como ella quería, por lo que se decidió a apuntar directo al blanco, segura de que su cuñada respondería al estímulo.

"Conmigo estuvo muy bien"

"¿Cómo?, ¿Tu y el?"

"Bueno fue antes de que se casara contigo, cuando ambos eramos unos adolescentes. Además, estas cosas suelen suceder entre hermanos cuando son jóvenes"

"Pero....."

"La curiosidad te va a perder, hijita", pensó Ana.

Fue para unas vacaciones, cuando estaba guardando mi ropa de invierno en la buhardilla. Yo estaba....., pero a lo mejor tu no quieres escuchar, perdona"

"Tu estabas ¿que?"

"Estaba subida en una escala de tijeras, como a tres metros de altura y de pronto vi de reojo que la cabeza de Mario se ocultaba tras la puerta de una pieza que había frente a donde yo estaba. Comprendí que el muy pícaro se estaba divirtiendo con mis piernas y mis nalgas, las que podía ver sin problemas y a su regalado gusto desde la posición en que se encontraba. Siendo Mario mayor que yo, al principio me dio temor, pero pronto sentí que la situación era oportuna para mostrar mis bondades a un hombre, lo que me excitó, ya que no era primera vez había sorprendido a mi hermano mirándome las piernas. Pero esta vez estábamos solos en la casa y yo andaba particularmente excitada y deseosa de sexo. Me mantuve un rato en la escala, como buscando algo en la buhardilla, regalándole a mi hermanito la vista de mis calzones, para lo cual estiraba mis piernas. En un momento determinado me decidí y subí, dándole por un minuto a Mario el espectáculo de mis piernas y mis calzones en todo su esplendor antes de desaparecer en el interior de la buhardilla. Ya arriba, me puse de frente a la puerta y llamé a mi hermano para que me ayudara. Grité fuerte para no darle a entender que sabia donde estaba y lo que estaba haciendo. Este subió la escala y se asomó por la puerta de la buhardilla, encontrándose frente a sus ojos con el espectáculo de su hermana menor sentada frente a el, con las piernas abiertas y sin calzones, mientras le decía: "¿no te gustaría hacerlo en lugar de estar mirando?". El superó rápidamente el estupor de encontrarse con mi sexo tan cerca de su cara y me tomo de los pies, me acercó a él y, sin dejar de la escala, me hizo una mamada de ensueño, para enseguida subir al cuarto y metérmelo hasta hacerme acabar tres veces. Después me bajó hasta su dormitorio y ahí me desnudo y me dio vuelta, metiéndome su herramienta por el culo. No contento con ello, me tomó y me metió su verga en la boca. Mi hermano me quito la virginidad por delante, por el culo y por la boca, todo el mismo día."

"¿Esa fue la única vez?"

Preguntó Edith en un hilo de voz, ya que la excitación la había invadido nuevamente, pero ahora era por el relato que le hacia su cuñada y por su imaginación de los hechos.

"¿Como crees? estuvimos en esto varios años, hasta que te conoció"

"¿y ya de casado, nunca intento nada contigo?"

Ah, esta Edith resulto mas degenerada de lo que imaginaba, se dijo Ana. No sabe la sorpresa que le espera. y mientras metía lentamente uno de sus dedos en el sexo de su cuñada, continuo:

"La verdad, soy yo la que he sentido en mas de una ocasión el deseo de probar la verga de mi hermano nuevamente, pero pensaba que contigo estaba mas que satisfecho"

Mientras así decía, introducía un segundo dedo en la vulva de su cuñada, la que ya se encontraba medio húmeda por la excitación que le produjera imaginar a los dos hermanos copulando.

"Debo confesarte que conmigo no es ninguna maravilla. quizás extraña a su hermanita"

"¿Y eso te molesta?"

Dijo, mientras aumentaba la intensidad de la penetración de sus dedos.

"Ahora que te probé, no quiero soltarte y no me importa compartirte. hmmmmmmmmmmm, que ricoooooo"

"¿Aunque sea con tu Mario?"

"Ayyyyy, m'hijita. ¿la verdad?, no me importaría"

Bueno, se dijo Ana, esta chiquita esta a punto y lo único que desea es una experiencia nueva y eso es lo que le daré.

La puso de lado de manera de poder introducirle un tercer dedo, pero éste iría a explorar la retaguardia de su cuñadita, a lo que ésta respondió moviéndose pausadamente, haciendo durar la satisfacción que le producía sentirse penetrada por dos partes a la vez.

"Y.... ¿me compartirías con otro que no sea Mario?"

En lugar de sorprenderse y reaccionar molesta, Edith se limitó a aumentar el movimiento de su pelvis y preguntó:

"¿Quien?"

"Esa es una sorpresa. Tu solo di si te importa o no"

"¿Una sorpresa? ¿Entonces le conozco?"

Este pensamiento la excitó mas de lo que estaba con los dedos de su cuñada, la que los movía con maestría, producto de los años de práctica.

A Ana no había pasado desapercibido el hecho de que Edith en ningún momento denotara rechazo a la idea. Al contrario, sus preguntas-respuestas indicaban una aceptación tácita.

"Si, y el te conoce muy bien"

Le dijo con voz apagada, mientras le chupaba un seno.

"¿Se puede confiar en el?"

Dijo Edith en medio de unos espasmos producto del clímax al que había llegado tanto por los dedos de Ana como por sus besos en los senos, pero por sobre todo por la posibilidad que le planteaba su cuñada y que excitaba su imaginación.

"¡Absolutamente, mi amor! Y vas a gozar como nunca con el"

Y Edith acabó intensa y largamente, quedando extenuada a lo ancho de la cama, con una sonrisa de satisfacción pensando en lo que la hermana de su esposo le había hecho vivir y en la sorpresa que le preparaba.

Al cabo de un rato, cuando al fin logro reponerse, la abrazó fuertemente, le dio un intenso y sonoro beso en la boca y mirándola fija e intensamente preguntó:

"¿Cuando?"

Parte 2

Eran pasadas las 10 de la mañana y aun no se decidía a levantarse, retozando complacida entre las sabanas mientras recordaba los momentos vividos con Ana la tarde anterior, cuando la hermana de su esposo le diera a conocer las bondades de los placeres lesbianos.

No se consideraba anormal en cuestiones sexuales, pero las sensaciones que le hiciera vivir su cuñada no se comparaban con las que sentía cuando tenía relaciones con su esposo. Aun cuando el placer de sentir un trozo de carne como el de su esposo penetrarla era único, las sensaciones que los labios y dedos de su cuñada le brindaran en esa misma cama tenían un sabor a prohibido, a algo nuevo, que la satisfacía mas que la penetración misma.

Recordaba con deleite cuando metió su lengua en la vulva de Ana, mientras esta la penetraba por atrás con su dedo hasta enloquecerla. O cuando su cuñada la besó por vez primera en su sexo, regalándole el primero de muchos orgasmos, el que nunca olvidaría por lo intenso y novedoso

Las palabras de Ana vinieron a su mente con su carga de recuerdos y promesas.

La confidencia que le hiciera respecto de su iniciación sexual con su hermano, el que ahora era su esposo, no podía apartarla de sus pensamientos y cada vez que lo recordaba volvía a sentir que la excitación se apoderaba de ella, imaginando a Mario penetrando a su propia hermana, mientras esta gozaba con el instrumento de él en su interior. Imaginaba el sexo de Ana dilatarse para darle paso a la verga de su hermano y el recuerdo de que ella había besado los sexos de ambos hermanos y que ambos la habían penetrado, cada uno de ellos a su manera, le hizo sonreír divertida.

Recordaba la promesa de Ana de tener un encuentro con otro hombre que no fuera su esposo, sin darle datos de él, excepto que la conocía y ella a él. Pensar que su cuerpo era deseado por alguien que no fuera su marido le produjo nuevas emociones que se unieron a las que el recuerdo de su tarde de sexo con su cuñada le brindaba y le pareció natural llevar su mano a su sexo y empezar a acariciarlo con los ojos cerrados mientras revivía los momentos de deleite con Ana o se imaginaba cómo sería el ser penetrada por ese conocido aún desconocido.

Se imaginó con las piernas abiertas, esperando ansiosa el monstruo de carne, venas y sangre que se acercaba raudo a su monte de venus en pos de su vulva roja, de labios gruesos y húmedos por el deseo. Esa verga pertenecía a un cuerpo bien formado, ligeramente atlético, pero sin rostro. Lo que la excitaba más era pensar en esa verga sin saber quien era su dueño.

Ella abre las piernas inconscientemente, como si la verga que en sus pensamientos avanza para penetrarla estuviera presente en la cama. Le parece sentir la masa palpitante de carne que se pone en la entrada de su gruta y pugna por entrar. Sus labios vaginales ceden y abren paso al visitante, que empieza a invadirla lentamente, ensanchando las paredes de su sexo al paso de la cabeza de ese intruso tronco. Con sus ojos aún cerrados, una mano acariciando su vulva y la otra sobre uno de sus senos, Edith se imagina penetrada por ese hombre desconocido que le hace sentir el grosor de su herramienta en su interior.

Su excitación aumenta con el pensamiento de que su gruta se ensancha a medida que es invadida por esa verga descomunal que va en busca de su clítoris para producirle un orgasmo. Le parece sentir el roce de ese pedazo de carne en las paredes de su túnel de amor, que se dilatan para brindar el cálido abrigo de su ardiente humedad. Y abre más aún sus piernas, en tanto su mano acelera las caricias en su vulva, produciéndole una deliciosa sensación de abandono, de querer hacer durar este momento para siempre, mientras con los ojos cerrados y los dientes apretados comienza a emitir cada vez más fuertes quejidos de hembra en celo, a punto de acabar.

¿Sería así de deliciosa la sensación que sentiría cuando realmente fuera penetrada por el hombre que le presentaría su cuñada?

El cúmulo de sensaciones tuvo su recompensa y Edith empezó a sentir la exquisita corriente de vida que se habría paso desde su interior, embotándole los pensamientos y poniéndole la piel altamente sensible, como si un escalofrío la recorriera completamente. Apretó más aún los dientes y aumentó los masajes en su vulva, metiendo y sacando con desesperación dos de sus dedos, en tanto intentaba subir uno de sus senos para chuparlo, pero no pudo a pesar del esfuerzo que hizo por alcanzar su pezón con sus labios.

En su desesperación por aumentar el goce, llevó su otra mano atrás e introdujo uno de sus dedos por el orificio posterior, metiéndolo apresuradamente, sin preocuparse de las consecuencias. La doble invasión manual le produjo el orgasmo que ella buscaba y sus líquidos se derramaron con intensidad sobre las sábanas, en tanto retiraba el dedo de su parte posterior, que produjo un ligero ruido como de algo que fuera destapado.

Quedó totalmente agotada, respirando de manera entrecortada, mientras una sonrisa de satisfacción bailaba en sus labios. Ya recuperada de tan deliciosa sensación, fue a la ducha para iniciar el día. El agua que caía sobre su cuerpo le hizo meditar en lo mucho que había cambiado su vida desde que se pusiera a jugar con agua con su cuñada, la tarde anterior. De ser una seria esposa dedicada a su hogar, en minutos se convirtió en una adicta al sexo, que había probado en su forma lesbiana y ahora el sólo pensamiento de tener otra verga en su interior le hacía masturbarse de manera anormalmente increíble.

¿Así era ella realmente? ¿Su cuñada había despertado en ella el verdadero ser que yacía dormido? ¿Era una viciosa del sexo, a la cual su esposo no lograba satisfacer y que necesitaba buscar satisfacerse fuera del lecho conyugal, en una verga que no fuera la de él?

Se preguntaba si su esposo se daría cuenta del cambio operado en ella, que ahora ansiaba experiencias que hasta ayer le eran desconocidas, como el ser penetrada por atrás, el besar una vulva, acariciar otros senos o desear ser penetrada por otra verga que no fuera la de él.

Con estos pensamientos volvió a su dormitorio donde se vistió lentamente. Se sentía nerviosa por la posibilidad de que alguna actitud de ella la delatara cuando estuviera en la cama con él. Debía poner toda su atención para no equivocarse cuando Mario la buscara, pues amaba a su esposo y no quería perderlo por una locura momentánea que no sabía si se repetiría o si tendría algún futuro.

Después de sopesar las circunstancias por un buen rato, decidió que lo mejor sería olvidarlo todo y optar por su vida anterior, guardando en lo más íntimo de su ser el recuerdo de los locos instantes pasados con su cuñada. No era lógico llevar las cosas más adelante y poner en peligro su estabilidad matrimonial. Lo más sensato era tomar una decisión inteligente y debía adoptarla ahora mismo.

Sí, lo mejor sería dar un corte de inmediato a lo que estaba empezando con Ana, pues sus consecuencias podrían ser desastrosas, sin considerar el hecho de que si se dejaba seducir, se sentiría muy mal consigo misma cuando terminara esta espiral de sexo anormal. Comprendía que ella sería la única afectada y que las consecuencias no valían la pena el peligro a que la sometía su ardiente y viciosa cuñada.

Ya más tranquila por la decisión adoptada, aunque no muy convencida de que tuviera las fuerzas suficientes como para resistir la tentación, se dirigió a la puerta para abordar su vehículo.

Estaba cerrando la puerta cuando la campanilla del teléfono le hizo volver y tomar el auricular.

¿Edith? Soy Ana.

Sintió que la sangre subía por su rostro a borbotones.

Hola, ¿Qué tal?

Bien, te llamaba por lo que conversamos ayer, ¿recuerdas?

Sí.

Ven a mi departamento esta tarde, a las 7, ¿te parece?

Se escuchó a si misma a lo lejos, como si fuera otra persona la que respondía y no ella, a la que el sudor perlaba su frente.

Bueno.

Un besito cariño.

Cuando colgó temblaba de pies a cabeza. Todo lo que se había propuesto no sirvió de nada. Bastó una llamada para que olvidara sus buenas intenciones y ahora no quería pensar en nada, solamente que esa tarde estaría con Ana nuevamente y con el hombre desconocido al que se entregaría.

Cerró su mente a cualquier otro pensamiento y sólo escuchaba los latidos apresurados de su corazón ante la proximidad de los hechos.

Se sentó para tranquilizarse y después de un rato salió y fue a hacer sus compras para recibir a Mario, que llegaba ese fin de semana, sin querer pensar en nada que le hiciera recordar sus buenas intenciones de hacía un momento.

No podía apartar de su mente los pensamientos y sensaciones que tuvo en la cama esa mañana ni el recuerdo de las horas de amor lésbico que le hiciera vivir Ana la tarde anterior. Mientras iba manejando sus pensamientos iban de una al otro, mezclando el goce que le brindaran ambos, lo que le hizo excitarse y cada vez que frenaba o aceleraba, su pierna rozaba la otra aumentando la sensación que los pensamientos le producían. Pronto el movimiento de sus piernas aumentó y los que se rozaban eran sus muslos, los que apretaba uno encima del otro de manera de que su sexo fuera acariciado por ambos, mientras sentía que un escalofrío la recorría completamente.

Antes de llegar al supermercado debió detener al auto pues tuvo un orgasmo que le impidió seguir conduciendo. Con los ojos cerrados, las manos sobre el volante y sintiendo el frescor del aire matutino en su rostro, dejó fluir el líquido que salía de su sexo para escurrirse entre sus piernas.

Una vez calmada, emprendió nuevamente la marcha, tan deliciosamente interrumpidas.

Parte 3

Detuvo su auto a una cuadra del departamento de Ana y aferrándose al volante cerró sus ojos y sopesó las consecuencias de lo que estaba por hacer. Sabía que su decisión no cambiaría, pero quería estar segura de las alternativas que se le presentarían y cómo podría enfrentarlas.

¿Quién sería el desconocido al que se entregaría en un rato mas? Quería suponer que se trataba de algún amigo de su esposo o tal vez un familiar de suyo. ¿Cómo afectaría esta aventura a su matrimonio? Ello dependería del grado de parentesco de Mario con el desconocido que conocería. Se imaginaba que no podría ser un familiar cercano, más bien se inclinaba por pensar que se trataba de un amigo común.

En todo caso, creía poder manejar la situación y salir airosa de esta locura sexual que estaba por acometer, ya que se trataba de alguien que ella conocía y que si se había atrevido a secundar a Ana en sus planes era debido a que él también habría pensado en las consecuencias de esta aventura. Sí, era un amigo, ¿pero cual de ellos?

Se imaginaba que era joven, como de su edad, apasionado y dispuesto a hacerla suya a pesar de las dificultades que implicaban los lazos afectivos. Y ella se sentía segura de que no tendría problemas para entregarse a él, pues lo suponía alguien respecto del cual no se sentiría atemorizada de que no pudiera manejar la situación.

Prefirió desechar cualquiera otra posibilidad que no fuera la de un amigo de Mario y de ella y sacudiendo su cabeza para ahuyentar todo pensamiento que la hiciera debilitar en su decisión, bajó del vehículo y se dirigió decidida a su encuentro con el desconocido, aunque un ligero temblor en su cuerpo delataba el nerviosismo que la invadía a pesar de la seguridad que su paso decidido quería demostrar.

Ana abrió la puerta y la recibió con un beso en la mejilla, invitándola a entrar. Entró y su vista recorrió todo el recinto pero no había nadie más a la vista.

Desilusionada por este primer traspié, se sentó a charlar con su cuñada sin atreverse a preguntar por el invitado desconocido. Ana se sentó a su lado y puso una de sus manos en uno de sus muslos, en tanto la miraba a los ojos con expresión divertida y sin decir palabra alguna.

Un escalofrío recorrió a Edith por todo el cuerpo y apuró su bebida para ocultar el nerviosismo que le causaba la mano de su cuñada tan cerca de su sexo, que se encontraba sensible a las caricias después del masaje que se diera en la mañana.

Ana continuó con su mano en la parte superior de su muslo mientras con la otra la abrazaba y acercaba su rostro al de ella, en busca de su boca. Edith giró la cabeza y la miró directamente a los ojos y luego a sus labios carnosos, húmedos, de rojo intenso, incitadores. Se acercó a su cuñada ofreciéndole su boca para que la besara, lo que Ana hizo suavemente, posando con delicadeza sus labios en los de ella que los esperaban secos por el deseo y anhelantes por la excitación.

En tanto sus labios se unían en un prolongado beso y mientras sus lenguas se buscaban ansiosas, Edith sintió que la mano de su cuñada se metía por debajo de su vestido y subía en procura del premio que había al final de sus entrepiernas. Abrió sus muslos para facilitarle la incursión y abrazó a Ana con pasión, entregándose completamente a los deseos de esa mujer que la enloquecía con sus manos.

Se desprendió de su cuñada, se levantó y sacó su vestido por arriba de la cabeza, quedando delante de su amante compañera solamente en sostén y bragas, ambos de un excitante color blanco. Ana, se levantó a su vez y sin quitar los ojos del sexo de Edith, se desprendió del vestido y se quedó delante de su cuñada completamente desnuda, pues no traía nada puesto debajo.

La visión del cuerpo escultural de Ana la dejó atónita, pues su belleza era mayor a la que había exhibido el día anterior. Sus dos senos parados desafiaban a las leyes de la naturaleza. Sus piernas tostadas por el sol lucían como dos columnas de ébano perfectas, que realzaban una cintura digna de una modelo. Sus muslos eran el remate ideal para sus piernas largas y bien formadas.

El conjunto formaba una figura digna de lucir en un calendario, para deleite de los hombres, pero ahora estaba a su disposición para que obtuviera del mismo los goces que ella quisiera. Y pensaba disfrutarlo a plenitud.

Ana se acercó y le quitó el sostén y luego las bragas, lo que hizo de rodilla frente a ella. Con las bragas en el suelo, aprovechó que su cuñada levantó un pié para desprenderse de su prenda íntima para meter su rostro entre sus piernas, buscando su sexo cuyos labios mordió con los suyos delicadamente, estirándolos ligeramente mientras respiraba profundamente sobre el hueco del túnel amoroso de Edith, la que casi pierde el equilibrio por la exquisita sensación que le produjera el mordisco y el aliento caliente de su cuñada en la vulva y le pidió que fueran la llevara al dormitorio, al que acudieron abrazadas y besándose apasionadamente.

Ya en el dormitorio, Edith no necesitó invitación para tumbarse de espalda en la cama y abrir sus piernas, esperando que Ana la besara en sus partes íntimas para sentir la deliciosa sensación que le brindara el día anterior en su casa cuando por primera vez la hizo gozar con su boca.

Pero Ana tenía otros planes, pues se acercó al velador y sacó un consolador, que exhibió delante de ella con la clara intención de usarlo.

¿Quieres probarlo?

¡Sí!

Respondió Edith, abriendo aún más sus piernas para recibir este inesperado visitante, que tan bien respondía a su nombre, ya que era un consuelo ante la ausencia del invitado de su cuñada.

¿Alguna vez lo has hecho vendada de los ojos?

No, nunca.

De esta forma tu imaginación aumenta las sensaciones.

Ana le pasó una máscara de dormir de esas que se usan en los aviones, la que cubrió completamente su visión, sumiéndola en la oscuridad. Se sintió abandonada, aislada, en un medio desconocido, indefensa ante todo lo que pudiera sucederle, pero excitada en extremo sabiendo que todo lo que vendría sería en exclusivo beneficio de su erotismo.

En la penumbra a la que se había sometido sólo podía sentir y escuchar. Y sintió que uno de sus pezones era aprisionado por unos labios que tiraban del mismo con suavidad. La excitación fue instantánea y ella se revolvió inquieta por la necesidad de algo más concreto. El otro pezón fue aprisionado entre dos dedos y también respondió de inmediato al estímulo. Ambos pezones se endurecieron denotando el grado de excitación de su dueña, que se movía de un lado a otro en busca de un labio, un seno o cualquier cosa que besar.

Sintió como su túnel de amor era invadido pero no por el consolador que ella esperaba sino que por una lengua que iba en busca de su clítoris, para hacerlo explotar de excitación. Aunque con menos pasión que la primera vez, esta lengua igualmente logró su objetivo y Edith sintió fluir una corriente de líquido espeso en tributo del gozo obtenido, mientras sus manos se aferraban a las sábanas ya que no tenía otra cosa a la cual tomarse. Esta misma incapacidad de tocar a su amante ayudaba a que el goce que experimentaba fuera aún mayor. No podía ver ni tocar, solamente podía dejarse hacer, entregando su cuerpo a la voluntad de su bella compañera.

¿Te gusta, cariño?

¡Es lo máximo, vida!

Y aún falta lo mejor

Sintió las manos de Ana que abrían más aún sus piernas y luego la cabeza del consolador se ponía a la entrada de su sexo, moviéndose acompasadamente entre sus labios vaginales pero sin decidirse a entrar.

¡Métemelo ya, cielo!

Pero Ana quería hacer durar el momento y llevar su excitación al límite, pues siguió moviendo el instrumento en la entrada mientras Edith se revolvía enloquecida por el deseo, sintiendo que su ceguera momentánea y la imposibilidad de poder tocar nada la llevaban al delirio.

¡Ya, por favor, métemelo!

¿Lo quieres adentro?

¡Sí, vida, por favor, ya!

Y Edith levantaba su pelvis como intentando ir al encuentro del consolador, en tanto su cuerpo se llenaba de sudor por el deseo y el esfuerzo por ser penetrada, mientras sus manos se hundían en la cama, lo único tangible que tenía a su alcance.

Las manos de Ana apretaron más fuerte sus piernas, dejándolas bien abiertas y sujetas a la cama, impidiéndole moverlas.

Ahora, cariño

¡Sí, métemelo todo, por favor!

Poco a poco su túnel fue invadido y Edith perdió todo control cuando sintió el instrumento en su interior, moviendo enloquecida su cuerpo. Era tal su gozo que soltó las sábanas y buscó aferrar a su compañera de juego para tocarla mientras el consolador la penetraba, pero sólo pudo tocar un cuerpo varonil.

Alarmada, llevó su mano a la máscara que cubría sus ojos pero otra mano se lo impidió y la voz de Ana en uno de sus oídos le dijo:

Esta es la sorpresa que te tenía preparada. Continúa con los ojos cerrados y disfruta el momento antes de saber quien es el que te está poseyendo.

Edith se quedó quieta, cohibida con la presencia del desconocido que la tenía ensartada. Un dejo de vergüenza la invadió y sintió que sus ímpetus se aquietaban, pues no sabía cómo actuar, ya que estaba completamente indefensa mientras ese hombre disfrutaba a plenitud de su desnudez.

Pero el desconocido continuó metiéndole la verga con calma, tomándola de las nalgas, resoplando con cada embestida que le daba. Sintió que a la vergüenza daba paso la curiosidad de sentirse invadida hasta lo más íntimo, disfrutada sin saber a quien entregaba su cuerpo, con sus nalgas en las manos de ese hombre que la conocía bien, sin que ella pudiera hacer nada al respecto ya que no sabía quien era el dueño de esa verga que ocupaba su sexo. Y a la curiosidad siguió el morbo. Al cabo de un rato sus movimientos pelvianos secundaron los de su amante y buscó ese rostro desconocido que besó apasionadamente.

Edith levantó sus piernas por encima de la espalda del desconocido y apresuró sus movimientos, sintiendo un deseo de sexo como nunca antes lo sintiera con otro hombre. Ambos cuerpos transpiraban copiosamente y buscaban fundirse en una cópula frenética. La locura sexual se había apoderado de Edith y sólo deseaba que este momento durara una eternidad, mientras su cintura iba en busca de la de su desconocido amante como intentando meterse toda la verga que fuera posible, apretando sus piernas en la espalda de él cuando sentía que tenía toda su barra de carne dentro. Estaba enloquecida de sexo. Ambos habían enloquecido.

Cuando el clímax estaba por reclamar lo suyo de Edith, cuando sintió que la excitación llegaba a su punto culminante y que lo único que importaba para ella era sentir esa verga dentro suyo, cuando un escalofrío de gozo invadía todo su ser, Ana le quitó la máscara.

Al principio se sintió deslumbrada, pero poco a poco una silueta se fue perfilando: la del padre de Mario que poseído por el deseo continuaba metiéndole la verga. Era su suegro que la miraba intensamente, con el rostro desencajado por el deseo, que la tenía tomada de las nalgas y metía y sacaba su verga de su sexo.

Ya era tarde para arrepentimientos. Las preguntas vendrían después. Ahora sólo podía pensar en acabar. Le miró a su vez y tomándose de sus hombros aceleró el ritmo de sus movimientos hasta que ambos eyacularon al mismo tiempo, en una suerte de conjunción de dos seres que recién están conociéndose verdaderamente y que funden sus vidas en un beso final que ella no hubiera imagino antes.

Una vez calmada su excitación, vino el momento de las confesiones y aclaraciones.

Ahora, explíquenme

Es que siempre te deseé, Edith

Eso es evidente, pero ¿Cómo lo supo Ana?

Eso también es evidente, ¿no te parece?

¿Ustedes dos?

Sí.

Ana se acercó y mientras acariciaba sus senos le explicó que ella y su padre eran amantes desde que era adolescente.

Edith sintió que las caricias de Ana empezaban a hacer efecto en ella y con su suegro junto a ellas mirándolas con el deseo renacido, sintió que el morbo ganaba terreno apresuradamente. Recordó que el relato del incesto de Ana y Mario la había excitado grandemente y se imaginó que lo sucedido entre su cuñada y su padre debiera ser más perturbador.

No puedo creerlo

Tienes que creerlo, cariño

¿Y cómo pudo ser?

Ana comprendió que su cuñada quería que le contara su primera relación con su padre al igual como lo hiciera con su hermano. A Edith le gustaba imaginar las situaciones que le describían y así lograba excitarse en mayor grado.

La primera vez sucedió en la casa, estando ambos solos, cuando yo tenía diecisiete años de edad. Papá de un tiempo a esa parte me miraba con otros ojos desde que me viera masturbando en el dormitorio a donde entró sin avisar. Yo intenté disimular con las sábanas lo que estaba haciendo, pero no pasó desapercibido a sus ojos las actividades secretas de su niña.

A partir de entonces no perdía oportunidad de espiarme y yo me sentía encantada con el acoso, por lo que en la inconsciencia de mi juventud fui alimentando sus deseos con espectáculos que le tenían a mal traer, ya sea vistiéndome provocativamente o mostrándole mis piernas o senos cuando podía. Y cuando estaba en mi dormitorio y sentía que el estaba escuchando por la puerta, me masturbaba mientras emitía gemidos de placer que estaba segura el escuchaba. Esta situación era encantadoramente excitante y más de alguna vez logré el orgasmo pensando en mi padre tras la puerta espiándome. Pero mi excitación estaba desvinculada de su persona como progenitor sino que veía en él un hombre cuya proximidad despertaba en mí las fibras de mi erotismo. No era mi padre como tal el que me excitaba sino la presencia de un hombre que me espiaba y al cual no veía.

Mi actitud era torpe, ridícula, inocente y peligrosa, pero no lo ví así hasta que fue tarde.

Nunca me dijo nada, por lo que yo seguía confiada incitándolo sin pensar en las consecuencias de mi tonto proceder.

La tarde en cuestión él leía en su dormitorio y yo entré en busca de un libro. Iba con una minifalda corta a rabiar y una blusa transparente que reflejaba mis senos, pues andaba sin sostén.

Mientras mi padre leía acostado en la cama yo busqué en el librero que se encontraba frente suyo. En un momento determinado busqué en los anaqueles inferiores y al agacharme mi trasero quedó al descubierto y regalé a papá el espectáculo de mis nalgas al aire, pues tampoco llevaba puesta bragas.

Mi padre dejó el libro a un lado y con un brillo de deseo en los ojos me pidió que me acercara. Yo me senté en la cama, frente a él y comenzó a hablarme de trivialidades mientras sus ojos no se apartaban de mis muslos. Sin pensarlo mayormente y divertida por la expresión de deseo que veía en su cara, encogí mis piernas para quedar más cómoda y con ello el espectáculo que él tenía delante abarcaba hasta mi sexo desnudo al final de mis piernas.

Mientras me hablaba puso una mano en mis muslos y fue apretando poco a poco. Yo estaba pendiente de sus movimientos pero puse una cara de inocencia que le alentó a seguir adelante y fue subiendo lentamente su mano hasta llegar al final de mis piernas. La sensación de su mano entre los pelos de mi sexo fue tan exquisita que involuntariamente separé mis piernas, lo que fue mi perdición.

Mi padre cubrió mi vagina con su mano y uno de sus dedos se puso a la entrada de esta, pugnando por entrar. Ya no podía hacerme la desentendida y con cara de asombro le pregunté por lo que estaba haciendo. Pero ya era tarde para respuestas y mi padre destapó las sábanas y dejó al descubierto su verga inmensa que apuntaba amenazadora. Sus ojos desorbitados eran claro indicio de que nada podría hacer para que él no cumpliera sus deseos. Recién entonces pude entender la magnitud de mi proceder insensato, pero ya era tarde para arrepentimientos.

Se levantó y abriéndome las piernas puso su herramienta en mi sexo y empezó a empujar hasta que logró penetrar, arrastrando todo a su paso, incluida mi virginidad. Mis gritos y esfuerzos por desprenderme de mi violador nada pudieron contra su loco deseo de poseerme y continuó metiendo y sacando su verga repetidamente, sin pausa, hasta que me inundó con su semen en una explosión de orgasmo que golpeó lo más profundo de mi vagina.

Ya calmado, se fue al baño mientras yo lloraba en la cama por el ultraje al que había sido sometida por mi irresponsable actitud provocadora anterior. No podía reprocharle a él más que el haber sido débil ante mis insinuaciones; más bien debía recriminarme a mi misma por haber sido tan infantil y provocarlo de la manera en que lo hice. El reaccionó como cualquier hombre lo habría hecho al ver los espectáculos que yo lo daba tan irresponsablemente. Tarde lo comprendía.

El dolor de la violación fue desapareciendo poco a poco y en su lugar el recuerdo del momento vivido fue creciendo y con ello la sensación de que después de todo el dolor vivido quedaba un exquisito deseo de volver a sentir ese pedazo de carne dentro. Total, el dolor no podría ser tan intenso como la primera vez, pensaba. Probablemente no habría dolor la próxima vez sino el gusto del que tanto hablaban mis compañeras de colegio.

Mi padre volvió y me abrazó pidiéndome perdón por lo hecho, arrepentido de la debilidad que había tenido. Yo me abracé a él, pero como estaba sentada en la cama y él parado a un costado, su estómago quedaba a la altura de mi rostro. Me di cuenta de ello pero no me importó pues una idea empezaba a germinar en mí: quería ser violada nuevamente pero con mi participación activa. Quería sentir esas sensaciones maravillosas de que tanto me hablaban mis compañeras cuando en el baño del colegio nos masturbábamos unas a otras (una historia interesante de la que te contaré después, pues en esos días nació mi gusto por las mujeres, a las que disfruto tanto como a los hombres).

Apoyé mi cabeza en su estómago mientras me abraza fuertemente a él, para que sintiera mi cercanía y estimularlo para continuar lo que tan dolorosamente habíamos empezado. Como era lógico, la cercanía produjo el efecto esperado y mi padre tuvo otra erección, la que sentí de inmediato cuando su verga se apretó a mi pecho. Sin pensarlo dos veces abrí su bata y tomé su instrumento, el que al contacto se hizo de mayores dimensiones aún. Lo saqué a la luz y me entretuve viéndolo como crecía a ojos vista, apretándolo suavemente.

Me tumbé en la cama, abriendo mis piernas para recibir nuevamente la verga de mi padre en mi vagina. El me miró con agradecimiento y se sacó la bata. Se puso encima mío y me introdujo la verga que fue penetrándome lentamente y sin el dolor de la vez primera.

El sentir su trozo de carne en mí me llevó al paroxismo y empecé a moverme sin control, acabando tres veces antes de que él tuviera su segundo orgasmo. Y sin esperar a que se repusiera me apoderé de su instrumento y empecé a manipularlo hasta lograr que se pusiera enhiesto y me regalara nuevamente sus jugos después de explorar por tercera vez mi cueva ávida de sexo..

Esa tarde hicimos el amor incontables veces, hasta perder la cuenta de las veces en que acabé con la verga de mi padre. Y continuamos los días siguientes, cuando teníamos oportunidad para ello, enceguecidos por la pasión que se había apoderado de los dos. Al cabo de una semana, cuando fuimos a un hotel fuera de la ciudad, empezamos a explorar nuevas facetas de nuestra relación, la que se consolidó definitivamente cuando le entregué mis nalgas para que explorara mi región posterior y encontrara nuevos senderos para gozar.

Pero esta es una historia larga de contar y ya me cansé, así que por ahora déjame tener también mi cuota de sexo contigo y después continuaré respondiendo tus preguntas, que imagino son muchas.

Edith se acomodó pues la jornada iba a ser larga. Por una parte tenía muchas preguntas que debían ser respondidas y por otro lado había mucho sexo que disfrutar aún, tanto con su cuñada como con su suegro.

Pero cada cosa a su tiempo se dijo y abriéndole las piernas a Ana metió su cabeza para explorar su exquisita cueva de amor, que ya goteaba un preludio orgásmico, en tanto su suegro acercaba su verga a las nalgas que Edith le mostraba impúdicamente.

Por Salvador

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