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martes, 24 de enero de 2023

Amor es mucho más que un deseo



Me quede adormecida a su lado y me despierto confundida y vacilante, una extraña sensación de aturdimiento, volvía a surgir en mi esa tentación irrefrenable de tocarlo. Otra vez sentía ese deseo impetuoso, un ansia quizás aberrante, y no tengo la capacidad de controlarme. Es el poder de la carne contra la razón.


Lentamente mi mano se mueve en la dirección de mi fetiche, acarició su muslo y mi mano sigue su camino hacia arriba hasta que mis largas uñas sienten el duro sexo. Una corriente eléctrica recorre mi brazo y lo retiro atemorizada de esa descarga de energía sobre mi piel erizada.
Me estremezco y después de ese roce, acerco mis dedos a mi nariz, hay un pequeño halo de su aroma, lo llevo a mi boca para degustar ese magnifico manjar, mi lengua ávida y famélica busca el sabor a macho joven, siento mucho placer haciendo estas cosas pecaminosas. Mi cuerpo es débil, la carne es débil. Trato de reflexionar en este difícil momento, complicado y lleno de dilemas.

¿Se le pueden poner limites a una madre? ¿Hay alguien que pueda juzgar mi comportamiento? ¿Cuál es la diferencia entre un amor u otro? ¿Quién estipula lo que es correcto y lo que no lo es? ¿Cuál es la justa medida entre el deber y el deseo? ¿Existe algún confín entre obligación y placer? ¿Dónde encuentro la fuerza para detenerme? ¿Quiero detenerme? ¿Sería capaz de abandonarlo todo? Todo esto me parece una lucha anfractuosa, una batalla donde vengo derrotada una y otra vez.

Me auto convenzo de que, si todo lo mantengo en mi secreta intimidad, todo estará bien, nadie podrá juzgar nada de mi y de mi conducta. Quizás las complicaciones vengan luego. Interrogativas y pensamientos que no impiden mi actuar. No puedo explicarlo, hay algo más fuerte de mí y me obliga a continuar, ya no puedo parar. Debo descubrir lo que realmente quiero. Tengo mis fantasías de lo que podría suceder y quiero hacerlas realidad, ese es mi fuerte deseo.

Vuelvo a mirarlo, toco su hombro y lo sacudo, no hay ninguna reacción. Levanto lentamente la sábana que lo cubre parcialmente, el yace ahí desnudo. Admiro su cuerpo apolíneo, es un Adonis, su cuerpo masculino es perfecto. Sus pectorales bien marcados, su vientre plano con estrías de músculos, sus muslos llenos y fuertes, sus brazos poderosos. Su respiración es rítmica y monótona y veo que su miembro se manifiesta espontáneamente, ya no está pegado a su abdomen, ahora se ha puesto duro y se alza autónomamente, es una erección.

Una erección es como un tácito llamado, como una señal, mi cerebro lo interpreta en ese modo y me fuerza a acercarme, es irresistible para mí. Me inclino sobre su vientre, mis largos cabellos se arremolinan sobre su musculoso abdomen, mi respiración se agita y mis suspiros nacen y mueren a centímetros de su pija. Saco mi lengua y con impúdico descaro dejo que mi saliva goteé sobre su glande amoratado y enardecido, mis manos son como las de una autómata, se acercan a la base de ese obelisco de carne y lo aferran con delicadez. Todo invita a la acción, mi carne trema, mi cuerpo entero trema y mis delicadas y rosáceas carnes en medio a mis piernas se humedece autónomamente. Lo envuelvo suavemente, lo achucho entre mis dedos, siento las palpitaciones de ese polo de carne excitada.     Esparzo mi saliva moviendo su prepucio en sentido vertical. La túmida cabeza de su pija aparece y desaparece en los pliegues afelpados de su elástica piel, me atrae su brillo, es cómo una luz guía Me asalta un deseo pujante de besarlo con el más puro y casto sentimiento de una madre. ¡¡¡Su polla hermosa es la fuente de mi deseo y la quiero toda para mí!!!

Ya no controlo mi lengua humedecida, la hago viajar sobre mis carnosos y resecos labios, luego me acerco a ras de piel.      Mis labios rozan su sexo tumefacto, lo acarician, siguen los relieves de su piel.      Bajo mi cabeza y tímidamente hago viajar mi lengua desde sus testículos hacia arriba, hasta esa amoratada cabeza resplandeciente, llegando a su glande caliente, abro mi boca y la cierro alrededor de esa cabeza ardiente como un volcán que ya comienza a rezumar su lava blanquecina.      Recojo ese manjar con mi lengua y comienzo a chupar su pija con gusto.

Su pene chapotea en mi boca salivosa, su palpitar es frenético, como un tambor marca el ritmo de mis chupadas, casi como una canción, una oda de amor.      Una entrega de madre.      La realidad a veces resulta absurda, pero también la vida lo es.

Mi respiración se ha vuelto afanosa e intensa.      Mi corazón quisiera escapar por mi garganta con violentos latidos.     Una y otra vez trato de recomponerme, busco valor, pero este se desvanece a cada segundo.      No sé cual es la barrera para el amor de madre, ni siquiera sé si exista y ya no quiero averiguarlo.

Siento su mano en mis cabellos.      Me detengo paralizada.      Tengo miedo que se haya despertado y me rechace.      Luego siento la presión que me infunde fuerzas para continuar, ese empujón que basta para pasar el límite de lo permisible y dar paso a lo morboso, a lo perverso y ceder al llamado ancestral de la carne.

Exprimo con mi mano ese fruto candente y nuevas gotas asoman en ese diminuto cráter de dulzura, parecen esperar las caricias de mis pronunciados labios, no puedo resistir el impulso de apropiármelas y beberlas.      Acompaño con mis manos la invitante pija a mis acogedores, suaves y delicados labios, mi lengua vibra en frenesí, el calor de mi boca lo envuelve y succiono con perverso placer ese divino sabor salino.

Degusto ese gustillo tibio que baña mi paladar y humedece mi boca, su cuerpo tiembla y se funde en ardorosas contorsiones de su pelvis, también mi cuerpo reacciona, mi boca succiona con mayor fogosidad y mi panocha trema de escalofríos y continua a empapar mis pliegues vaginales.      Sus manos continúan a acompañar el sube y baja de mi cabeza, gobernando mis movimientos y urgiéndome a tragar más y más de su verga rezumante, controla mi voluntad a su placer y empuja mi cabeza levantando su ingle para profundizar mi chupada, siento que su glande se atasca en mi garganta y me libero con un golpe de tos, pero no le doy tregua y vuelvo a engullirlo hasta sus bolas, un poco en apnea hago descender ese tronco algunos centímetros por mi garganta y lo hago que folle mi boca.     Siento que su placer va en aumento y yo continúo sin parar, sin abandonarlo, enloquecida y enfebrecida por el cosquilleo que él da a todo mi cuerpo.

¡¡Qué sensación más maravillosa!!    Sigo más convencida que nunca de que estoy haciendo lo correcto, es mi deber, es mi rol de madre atenta y cariñosa.      Sus jadeos se incrementan y se convierten en suspiros, gruñidos y gemidos de placer.      Sus manos no abandonan mi cabeza, percibo los latidos en su pija, escucho que me llama, casi en un plañido de voz me pide que no me detenga, que no le deje ahora.      Con un estremecimiento más intenso su joven cuerpo se tensa por entero, hincha sus pulmones, sus piernas están tiesas, su vientre hundido y ondulante, mantengo su polla apretada en mi boca, sus temblores se transmiten en ondas de goce a mi propio cuerpo.

Palpo con mis manos sus cojones de pura felpa, están llenos y calientes, mantengo mi boca bien cerrada alrededor de su hermosa pija, hermética, esta vez nada escapará por la comisura de mi boca, el elixir de vida esta pronto a escurrir por sus ductos dilatados, veo sus venas azulinas engrosadas al máximo y está durísimo, más duro que un diamante y vibra cálido entre mis labios.

Lo siento, todos los signos son evidentes, lo delatan. Es incontenible para él. La naturaleza es sabia y poderosa, se manifiesta en sus gruñidos y gemidos. Las contorsiones que él no puede controlar. Me preparo, lo aferró bien con mis manos, mi lengua danza alrededor de su glande y estimula la explosión que se avecina … y de pronto:   ¡¡Se corre en la boa de su madre!! Su semen agridulce llena mi boca, asemeja a un manantial de agua que brota de un rio en crecida.

Mucho estremecimiento, muchos jadeos, resoplidos y bramidos, chorros continuos y completos que descienden por mi garganta y me ahogan, retrocedo con mi cabeza para que su tibia semilla recorra mi paladar y bañe mis papilas, mi boca prueba su joven esencia masculina antes de tragar con avidez.

Ciertamente mi actuar puede ser discutible, soy una mujer con debilidades, me entrego al placer desenfrenado e incestuoso, ese placer que por ser prohibido se rinde más deseable, es el atractivo de este goce obscuro y compartido, porque a él también le gusta, le atrae y le excita.

Como nada detiene al agua que corre hacia el mar. Los borbotones de su impetuosa juventud tampoco cesan, es demasiado.      Necesito de aire, alejo mi boca de su arnés increíble y siento que arroja sobre mi piel su esperma diluido y templado.      Una gruesa hebra lechosa cubre mis parpados, otra golpea la hendedura de mis senos acogedores y enciende mis pezones, por instinto extiendo mis manos y baño mis tetas de madre.

No puedo apartarme de ese contacto morboso, su endurecido pene agota su emisión de semen, pero se mantiene entiesado, rígido para que mis manos lo acaricien y expriman.      Me estremezco mirándolo perversamente y todavía con deseos, el pene se agita y late.      Paso mis manos por mi cara en el intento de borrar las huellas húmedas de su esperma, inevitablemente mis dedos terminan en mi boca complaciente y me deleito con ese exquisito manjar, lo vuelvo a sentir y lo vuelvo a degustar.      Es delicioso, es el semen de mí hijo.

Los minutos pasan. Lo observo con su rostro calmo y beato de niño bueno.      Ha caído en un sopor y continua su sueño. Velo su sueño como madre privilegiada, acaba de regalarme con un baño de parte de su ser, me he bebido su briosa esencia juvenil, me pertenece, la he deglutido. Solo mis traicioneros jadeos delatan ese calorcillo que se ha extendido por todo mi cuerpo.

Permanezco arrodillada impotente con mi debilidad de mujer, no quiero que se despierte y me vea con restos de su hombría en mi piel, su magnífico pene no tiene ninguna intención de calmarse y sigue enhiesto y desafiante. Encuentro esa pizca de razón que me faltaba y destierro de mi mente cualquier otra perversa fantasía. Me levanto y lo arropo como a un bebé. Trémula todavía por la pasión, huyo hacia mi cuarto con su intrigante sabor en mi boca.

En la obscuridad de mi habitación, mil pensamientos impiden mi descanso, mis senos suben y bajan con mi acompasada respiración. Tengo un sinfín de preguntas, pero las respuestas son escasas, la única certeza es que lo amo.      Amo a mi hijo.

Por Juan Alberto

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