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martes, 10 de enero de 2023

Mi tío Efraín


En primer lugar, confieso que las lecturas de esta página de SST me han resultado muy importantes para mi crecimiento interior, porque en el exterior ya estoy grandecita (57 años).

He escrito aquí algunos relatos, sólo uno fantasioso (“Desde la noche”), pero ese fue el producto de unas lecturas de “Corazones negros” y “Ojos”. Sin embargo, eso me removió recuerdos y deseos incumplidos.

Ya he contado que nací en el seno de una familia muy conservadora y seguidora ferviente de nuestra religión y que entre los familiares hay sacerdotes. También, la doble moral familiar actuaba cuando alguna quedaba embarazada, el secreto lo sabían sólo los cercanísimos y, si era un producto que pudiera avergonzar a la familia, la damita iba de vacaciones con su mamá o alguna tía a los Estados Unidos y a la semana ya estaba de regreso, a veces hasta con el himen restaurado. El caso es que algunos de esos secretos vergonzantes se referían a embarazos entre hermanos o padre e hija (me hubiera gustado que me tocara a mí, ya lo puse en mi fantasía del relato anterior).


El caso es que al leer el relato “el suegro de mamá” de MayaLugares, recibí, como un flashazo, el recuerdo de mi tío en el auto de mi padre y yo sentada en sus piernas, cercano a lo que Maya contaba. ¿Por qué nunca tuve ese recuerdo presente? ¿Habrá sido porque yo lo inhibí? ¿Quizá estuviese yo inventándolo?, pero, incluso ¡me vi sin calzones y a mi tío con el pantalón abajo! Yo habría tenido unos cinco años. Así que decidí salir de dudas y enfrentar a mi tío, unos diez años mayor que yo, y preguntarle qué pasó en esa ocasión, porque no me metió el pene ya que quien me desfloró fue mi primo Diego, como ya conté en “El primo diácono”.

Pensando en querer saber más y aclarar mis dudas sobre una realidad inventada por mí, o un “recuerdo incorporado” por no sé qué razones, decidí hablar con mi tío al día siguiente. Por si fuera poco, ese mismo día MayaLugares publicó un relato más: “En las piernas de mi tío” y allí me topé con la posible razón de que fuese un recuerdo inventado por un deseo reprimido. Trabajé buena parte de la noche con eso.

A todo esto, ¿quién es mi tío Efraín?, ¿cómo lo recuerdo? Él es el hermano menor de mi mamá. Antes las familias eran numerosas y tenían los hijos que Dios les diera, Efraín fue el más pequeño de todos. Guapo, y ligeramente mayor que Diego, el mayor de los primos y mi gran amor (ver “El primo diácono”). Al casarse, hizo feliz a su esposa y tuvo cuatro hijos con ella. A mí me tocó escuchar cómo concebían a algunos de mis primos, o algunos intentos para tenerlos. Recuerdo, eso sí, que me masturbé tan rico como lo hacía cuando escuchaba a mi papá y a mi mamá en la misma situación. La tía, su esposa quien murió hace más de un año en la pandemia, no se detenía para manifestar la lujuria que sentía: gritaba, pedía más rápido y luego, llorando decía “Gracias (besos), mañana estarán llenas de amor otra vez”, y yo imaginaba el tronco y las bolas de mi padre, tallándome más rápido la pepa. ¡Allí estaba la razón de que el “recuerdo” fuese un invento mío en el momento de la lectura de los relatos!

Después de una noche con sueños y despertares frecuentes, muchos de ellos imaginando a mi tío Efraín ofreciéndome su pene al que yo chupaba con lascivia. Pero era el pene de José (ver mi relato “¡Rico!) y en esa parte me di cuenta que el tío Efraín seguramente estaría en buena forma (seis años menor que José), además de llevar casi dos años de supuesta abstinencia donde seguramente extrañaría la concupiscencia de la jovencita que embarazó, y por ello tuvo que casarse. La tía, cuando murió, tendría unos tres años más que los que ahora tengo yo, así que pensé “¿Por qué no intentarlo?” Mi marido apagó mi calentura nocturna con “el mañanero”. Así que mientras nos bañábamos lo pensé mejor, quizá esa sería la manera de acercarme más fácilmente a la confidencia de lo que yo necesitaba saber y tomando el falo de mi esposo para enjabonar mi sexo con él, tomé la decisión de intentarlo.

Nos desayunamos casi en silencio: mi marido pensando en la manera de organizar el trabajo de ese día, y yo pensando en cómo abordar a mi tío. Estaba decidida, no sólo a saber la verdad, sino también a conocer el tamaño de la pasión que mi tía tenía por él.

La bienvenida que recibí fue cariñosa, pues ya me esperaba, y desde el abrazo de “Feliz año 2023”, abrí muy bien los brazos para que se viera la magnitud de la parte que aún hace suspirar a muchos. ¡Y vaya que me las apretó en el abrazo…”

–Sigues tan hermosa como siempre, Ishtar – dijo separándose un poco para apreciarme mejor y luego volvió a abrazarme.

–Y tú ya aprendiste a mentir –dije dándome una vuelta para que me viera de cuerpo completo, no sólo de escote provocativo que usé–, estoy más vieja y otra vez engordando –concluí.

–¿Vieja? ¡Sí! Tu marido lo ha de apreciar en toda la extensión de las acciones: vista, tacto gusto y olfato. ¡Qué no haría yo con una vieja así de hermosa! –contestó sin ambages y me ruboricé por la lujuria que derramaban su vista y el tono de sus palabras.

–Pues tú también te ves muy guapo, y seguro que tienes alguien escondida que te lo dice –dije sintiéndome bien por la marcha de la conversación.

–Siéntate, por favor –pidió y lo hice como sé que les gusta, cuando se notan atentos para ver si se ve algo; y sí, poco, pero, mostré (levemente más de 20 cm arriba de la rodilla en uno de los muslos)–. ¿Quieres tomar algún refresco, vino o algo más para brindar por el nuevo año? –dijo volteando sus ojos hacia los míos.

–Lo que tú quieras, tío.

–¿Te gusta el tequila? Compré un par de botellas de uno muy suave cuando fui a Jalisco. Y sí, está riquísimo.

–Bueno, pero poquito porque se me sube fácilmente –lo cual es cierto.

–No te preocupes, nadie sabrá que te emborrachaste –dijo tomando la botella y me sirvió un “caballito” hasta el tope.

–¡Es mucho! –Lo borracha no me importa, lo malo es que me pongo impertinente –lo cual también es cierto y recordé la vez que, con menos que eso, ya le estaba acariciando a José sus “bolitas” frente a otro compañero de él, quien se hizo desentendido cuando entre risas de borracha, dije “Son bolitas o están de buen tamaño”.

–Tampoco eso saldrá fuera de aquí, tranquilízate, preciosa –dijo, y después, chocando su vaso con el mío, hizo el brindis–. ¡Salud por tu belleza y el año nuevo! –era claro que él había entendido lo que yo traía entre manos.

Bebimos, ese y otro vaso más, yo estaba muy caliente, porque me pongo arrecha cuando tomo. y le solté un beso en la boca al tiempo que ponía mi mano en su bulto que había crecido por el movimiento que hacían mis tetas cuando me reía. Él correspondió y el pene se le puso más rígido. Lo apreté hasta que sentí la humedad de su presemen en el pantalón. Bebimos lo que aún quedaba en los vasos y nos deshicimos de ellos para comenzar el morreo.

Yo me reía porque el alcohol me tenía exageradamente caliente y las mamadas de chiche que me daba me prendían. Él ya me había quitado la blusa y el sostén. Me zafé la falda y quedé con mis llantitas sobresaliendo del elástico de mis pantaletas húmedas de tantas ganas. Así que comencé a desvestir a mi tío, él se dejaba hacer. Desde que vi su pene erecto, me di cuenta del banquete que me daría, ¡eran como 20cm de suculencia, el prepucio cubría la mitad del capullo, el cual brillaba por el presemen. Le di una lamida y continué con mi tarea hasta tenerlo como vino al mundo. Sus vellos eran una invitación a contarle las canas, menos que las de José, pero el hombre se veía muy “interesante”. Se abrió de piernas y la visión me hizo ir golosa con la boca abierta hacia mi premio. Efraín me tomó del pelo para poder ver la fruición con la que le estiraba el escroto y masajeaba sus bolas. Seguí dando la función y sentí el primer chorro de esperma, sin sacarlo, retiré un poco el tronco y vino el segundo chorro que deglutí con deleite: sabor semidulce, suave y tibio… Me enderecé y lo besé con ternura para compartirle su sabor. Mientras nuestras lenguas se frotaban simulando una pelea de peces betta, él fue bajándome la pantaleta y lo ayudé.

Nos pusimos de pie y me acarició y besó el cuerpo, desde la cara hasta los pies. Yo miraba como se reponía lentamente la rigidez de su falo. Fue tierno cuando le tocaron los besos a mi panza, la cual lamió comenzando por el ombligo. Los lametones también le tocaron a mis nalgas y piernas. Sentí una descarga eléctrica y una risa incontrolable cuando su lengua entró en mi ano. “¡No!”, grité en medio de mis carcajadas y, supongo que, por lo bebida que yo estaba, no pude sostener el equilibrio. Antes de que pasara a mayores, sus fuertes brazos me detuvieron rápidamente, con sus manos apretándome firmemente las chiches y al erguirse por completo pasó su miembro entre mis nalgas, “Por ahí no”, le dije al sentir que me punteaba el culo. “Entonces, será por acá” y, agachándome un poco, lo acomodó en la entrada de mis labios. No pude evitar echarme hacia atrás para que lo metiera todo. Resbaló con suma facilidad y en pocos viajes me sacó un orgasmo tras otro acompañado de mis gemidos, risas y gritos. ¿Qué tienen los mayores que saben bien cómo satisfacer a su dama? No, él ya satisfacía a su mujer desde que ella tenía 16 años.

Después de ese primer coito, descansamos. Supongo que no se vino porque aún mantenía la erección. En el descanso, yo seguía en mi borrachera y jugaba con su pene: lo hacía hacia un lado y al soltarlo le decía “boing”, porque saltaba como resorte. Efraín me levantaba una teta y al soltármela también decía “boing”, y yo me carcajeaba para volver a repetir la broma que él también continuaba. Me fui calmando para entrar al asunto que me quedaba pendiente.

–¿Me puedes platicar lo que me hacías con esto cuando era niña? –pregunté moviéndole el tronco cuando dije “esto”.

–No, a ti no, tú estabas muy pequeña. Lo que sí me dijo Saraí, mi esposa, es que varias veces nos habías escuchado haciendo el amor. “¿Y por qué no me dijiste cuando te diste cuenta?”, le pregunté, ya que fue muchos años después. “Porque ibas a dejar de hacerlo”, contestó.

–Sí, ¿cómo ibas a suspender algo tan bello sólo porque una adolescente se masturbaba escuchándolos? Ella tenía razón. Dije. ¿La extrañas?

–Sí, fue una mujer que me hizo sentir el sexo a plenitud. Aprendimos juntos el placer de hacer el amor, hasta el último día…–y puso una cara triste, al tiempo que el miembro se puso flácido de golpe.

–¡Perdón!, no quise hacer eso –dije moviéndole su falo de un lado a otro, como si quisiera tocar una campana.

–A ver, quizá con una mamadita te perdone –dijo sonriendo al tiempo que adquiría dureza la verga en mi mano, y se la di…

Yo esperaba saborear otra vez ese delicioso semen, pero cuando faltaba poco, me separó. Me puso bocarriba y me penetró. Fueron unos cuantos movimientos y se vino abundantemente, sentí una ráfaga de calor en mi interior al tiempo que gritaba “Saraí, te amoooo”. Quedó sobre mí y aunque seguramente yo peso más, me empecé a sentir sofocada y traté de salir de esa pesada carga. “Perdón, estuvo muy rico, amor” y se deslizó bajo de mí. No supe si aún estaba en el espejismo de estar cogiendo con su esposa o si la palabra “amor” era para mí. No quise importunarlo y me comencé a vestir.

–Espera, linda, ahorita te llevo –me dijo al reponerse.

–No hace falta, traigo carro –le respondí y le fui pasando la ropa conforme se fue vistiendo–. Ahorita te ayudo a limpiar aquí –dije tomando los vasos para irlos a lavar a la cocina.

Regresé con un poco de espuma y algunos secadores que encontré. “Creo que dejamos muchas manchas” le dije cuando empecé a tallar el sofá, Efraín siguió mi ejemplo y limpió la alfombra.

–¿De veras no me hiciste algo de niña? –regresé al punto y le conté lo de mi visión en el auto de mi padre.

–Sí, me acuerdo que nos metíamos al Cadillac y le enseñaba a tu hermana Maguita sentada en mis piernas cómo eran las velocidades del carro. Supongo que eso no le interesaba, tampoco a mí, pues lo que queríamos era sentir nuestros sexos. Sí, yo me bajaba el pantalón, aunque otras veces sólo me sacaba el pene sin bajarme el pantalón, pero a ella sí le bajaba los calzones.

–¿Se la metiste? –pregunté alucinada con la escena.

–No, entonces no, ella era muy chica, como de nueve años, tú tenías cinco. Sólo le frotaba mi verga en sus labios o en sus nalguitas hasta que me venía. Mientras la besaba, sacaba mi pañuelo y la limpiaba.

–A ver, dos preguntas: una, ¿por qué lo recuerdo yo como algo mío?; y dos, sí te la cogiste después, ¿verdad?

–Jajaja. Sí, la desvirgue, pero cuando ella tenía quince y lo seguimos haciendo hasta que… me casé –dijo volviendo a su cara la sombra de tristeza.

Supongo que triste también por mi hermana, de la misma edad que Saraí, su finada esposa. Mi hermana murió hace unos meses. Hasta ese momento me expliqué la razón del cambio de conducta de Mague al casarse Efraín: se apagó su alegría y se retrajo, quizá también avergonzada de haber perdido la virginidad, tan importante en el medio donde nos desenvolvimos. Siempre nos pareció una santa y comulgaba cada semana. No recuerdo haberla visto acercarse a Efraín después de la boda.

–¿Y lo otro? –le urgí a que respondiera.

–¡Te juro que no lo sé!, pero sí recuerdo que mientras yo “le enseñaba a manejar”, tú estabas en el asiento de atrás, “de pasajera”, quizá viste algo y luego lo soñaste para ti, o algo parecido.

Sí, seguramente fue así –dije convincentemente al recordar que sí le vi el pene una de esas veces y después, posiblemente lo imaginé como si fuese el de mi papá cuando escuché coger a Saraí con Efraín–. ¡Qué cosas tiene la vida para envolvernos los pensamientos con los deseos y los recuerdos! –exclamé.

–No fue tan malo, gracias a esa curiosidad tuya y los recuerdos tuve el mejor de los momentos desde hace un año y diez meses. ¿Cuándo volverás a darme otro? –me dijo después que tomé mi bolso y saqué las llaves de mi auto.

Lo besé con amor y, sinceramente, le contesté “Ojalá que pronto, si no, en el siguiente año nuevo”.

Por Ishtar

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