miércoles, 18 de enero de 2023

Soy un padre que ama a su hija


Mi esposa me llamó alterada. Yo estaba en mi trabajo, sacando facturas ficticias a para hombres peligrosos, cuando la pantalla azulada de mi teléfono se activó y me hizo saber que mi esposa me necesitaba urgentemente. “La niña huyó” dijo. ¿Cómo no iba a huir si ese monstruo que tiene por madre no le da tregua con los regaños? Informé a mi jefe de la situación y volví a salir. Conduje hacia el último lugar donde se le vio, fuera de su escuela. Se decía que subió al auto de un hombre, un adulto. Otros decían que fue a un taxi. Su amiga Yara dijo que subió a un autobús.
Ya eran pasadas de las siete. Oscurecía y yo seguía manejando por todos los lugares que a ella le gustaban. El parque de patinaje, su centro comercial favorito… es increíble lo poco que se conoce a alguien, aun siendo su padre. Finalmente, me detuve fuera de la casa de mi hermano. Sería mi última parada antes de ir a cargar gasolina. Bajé de mi auto y fui a la puerta para golpear. Me di vuelta para mirar por la acera. Estaba nervioso, tanto que olvidé que mi hermano se había de vacaciones. Estaba esperando tras una casa vacía.


Por ello, di un saltito cuando la puerta se abrió detrás de mí.

Ahí estaba. Delgada, alta, con caderas anchas y unas tetas de infarto. La culpa me invadió al verla. No era el remordimiento normal de un padre mirando a su hija aceptando su cuerpo en desarrollo. No. Este era diferente. Valía el doble.

-Papá.

-Itzel.

Se apartó para dejarme pasar. El contoneo de sus caderas me hipnotizó, la seguí para adentro. Mi cometido se había logrado. Fase uno completa… por decirlo de alguna manera cinematográfica.

-Nos diste un susto de muerte. ¿Qué te pasa?

-Lo siento papá, pero no puedo seguir viviendo ahí. Mamá es una arpía. No deja de gritarme y hablándome de forma horrible.

-Debes entender que ella viene de una casa complicada. Tenle paciencia.

-Ya le tuve demasiada. Además, encontré esto…

Se dirigió a su mochila escolar que estaba detrás del sillón de mi hermano, lo abrió y sacó un frasco. Mi rostro se llenó de sorpresa, pero ella no lo vio. Yo lo conocía bien, me lo había vendido un hombre en un bar casi dos años atrás.

-Hija…

-Son hormonas, papi. Mamá me ha estado dando esto quién sabe para qué. Las pone en mi comida, en mi leche y demás cosas. No sé por qué lo hace, pero me ha provocado muchas cosas.

-itzel… tu mamá debe tener sus razones – comencé a mentir con cuidado.

-¡No! ¡No hay razones para darle hormonas a tu hija de doce años! Esto explica por qué menstrué a los diez, también por qué tengo estas – se apretó las tetas con enojo – las otras chicas se burlan de mí. Dicen que en realidad soy mayor y que miento sobre mi edad… me siento mal y no sólo por lo que dicen de mí. Me siento rara todo el tiempo… ¿por qué mamá haría algo así?

Me acerqué para tomarla de los hombros y mirarla directamente.

-hija. Todo esto se arreglará. Hablaré con tu mamá y yo…

-Me siento caliente siempre – soltó – aquí abajo. No soy tonta, sé para qué sirve y para qué lo usan los adultos. Le dije al psicólogo de la escuela y ¿sabes qué hizo? Me bajó el pantalón y empezó a frotarme.

-hija… eso estuvo mal. – me comencé a enojar. Ese maldito…

-No lo detuve porque sentía rico. Le dije que yo me metía los dedos para controlar esto, pero él me dijo que no era su responsabilidad hacer eso.

-¿Entonces, qué piensas hacer? ¿Te consigo un dildo o…?

-Quiero que tú lo hagas. Lo he pensado mucho, pero no puedo hacerlo con claridad. No puedo dejar de pensar en meterme algo hasta gritar y babear en el suelo. Quiero y deseo meterme algo, pero no puedo conformarme con mis dedos. Necesito una verga.

-Tienes doce años.

-Quienes están dispuestos a acostarse conmigo son gente rara o peligrosa, sólo locos y enfermos. Necesito alguien de confianza y sabía que sólo tú me lograrías encontrar.

Se abrió el botón de su falda escolar. Mientras la prenda caía al suelo, desabrochó el mío. Comprobó que bajo mi trusa había un gran miembro, duro por toda la información que me dio.

Comencé a desabrochar los botones de su blusa. Ya usaba un sujetador de adulta para ocultar unas tetas imposibles para cualquier otra mujercita de esa edad.

-¿por qué no te resistes? – preguntó sin aliento – Soy tu hija.

Le abrí el brasier y lo dejé caer. Esas enormes tetas colgaron al instante, pero con una firmeza inesperada. Mis dos pulgares rozaron sus pezones con tranquilidad. Soltó un suspiro.

-Porque soy un padre que ama a su hija. Mi niña sufre y yo debo ayudarla en todo lo que necesite.

Su panty era lo único que quedaba. Lo bajé y subí sólo para usar mi mano para abrir sus labios vaginales. El pelo que había desarrollado gracias a las hormonas no me molestaba. Era castaño, como su largo cabello.

Me llegó un aroma húmedo, acompañado de suspiros y gemidos. Itzel me tomó de la muñeca y me condujo hacia más abajo, hacia donde la humedad parecía invitar a mi dedo a entrar. Quién era yo para negarme. Mi dedo entró en ella y la escuché soltar un gemido, seguido de un movimiento instintivo para introducirlo más adentro.

-papi… no puedo… tu dedo es grueso, pero necesito más.

Desesperada, me bajó la trusa y me sacó la verga. Se aferró a ella con fuerza y comenzó a pajearme. Con la otra mano se sujetó una teta y se mordió un labio.

-La quiero dentro.

Yo también lo deseaba, pero su pequeño coño apenas podía con uno de mis dedos. ¿De verdad iba a lograr meter algo tan grueso?

-Hija… – protesté.

-Por favor, papi… estoy sufriendo.

Me soltó la verga y se apartó de mí. Caminó hacia la mesa del comedor y apoyándose en sus manos logró subir y acostarse. Piernas abiertas, culo en borde. Sus finos dedos se abrieron los labios, dejando caer una pequeña cascada de flujo vaginal plateado. El aroma entró en mi nariz y me hizo sentir como un tiburón sintiendo la sangre.

-haré lo que quieras… sólo necesito tu verga.

Me acerqué y puse mi verga entre sus labiecitos. Ella trató de tomármela para introducírsela ella misma, pero yo se las aparté. El remordimiento me consumía.

-Hija tienes que saber algo.

Mi glande comenzó a introducirse. Ella abrió la boca conforme el placer y el dolor de sentir a un verdadero hombre la invadían. Se sujetó las tetas con fuerza hasta marcarlas y luego cerró los ojos para resistir. Centímetro a centímetro la hacía mía.

-No fue tu madre quien te daba esas pastillas.

Di un empujón cuando sentí un tope. No cedió. Lo intenté de nuevo. Sabía que la tercera vez, con la fuerza adecuada, se abriría como cuando desvirgué a su madre y a mi antigua amiga Laura.

-¿Qué quieres decir papi? – logró decir a pesar del placer y el dolor.

Unos centímetros atrás y con fuerza volví a clavarla. Ella gritó al sentirme adentro hasta el fondo. Me puse sus piernas en mis hombros y con fuerza repetí cada embestida mientras su rostro se deformaba con cada sensación diferente.

-Fui yo, Itzel. Fui yo quien te dio esos medicamentos… fui yo quien te dio esas hormonas. Yo te hice señorita a tus diez años y te provoqué ese cuerpo. Me debes tus tetas, tu culo, ese cuerpecito que atrae miradas de enfermos y pervertidos… seguramente tienes más amigos ahora, ¿no? Ellos también quieren cogerte… pero no podrán. No podrán… -aceleré las penetraciones. No me importó ver su cara de desconcierto, mucho menos el del llanto. Sólo lo hice, aceleré, aumenté la fuerza. Mi verga la abría en dos y mi glande martillaba contra su cérvix. Su blanco rostro ahora era rojo y su mandíbula se había apretado – ¿sabes por qué no podrán?… ¿sabes por qué no podrán follarte? Porque eres mía… mía… ¡DILO!

Sus gemidos la ahogaban. No podía llorar y sentir placer a la vez.

-¿Creí que esto era lo que querías?

-sí, pero no así papi… me traicionaste… todo fue una trampa.

-¿entonces por qué sigues queriendo mi verga, ¿eh?

Dejó de mirarme. Inclinó su cabeza hacia un lado. Yo continué, cada vez más fuerte, más profundo. Cerraba los ojos con fuerza, pero no por el dolor. Lo hacía por el placer, una sensación que no quería aceptar. Lo sabía bien.

Solté sus caderas y le sujeté las tetas que rebotaban con cada embestida. Hermosas y preciosas. Eran maravillosas, más que las de cualquier otra mujer. Eran de verdad, de mi hermosa hija y estaban en mis manos. Las amasé, apretujé y pellizqué. Sus ojos se abrían, pero los volvía a cerrar. Sus lágrimas dejaban de salir.

Se tapó los ojos con las manos.

-¡NO! ¡NO ME VEAS! – gritó.

Estaba más mojada que antes. Me hizo sonreír y aceleré aun más. Con mucha fuerza castigaba el interior de su cuerpo y sus tetas sintieron la presión de mis dedos. Eran más grandes que el diámetro de mi mano, ¿cómo era posible eso?

Empezó a gemir con más intensidad y más seguido. Antes de darme cuenta tenía la boca bien abierta y curveaba la espalda. Gritó y chilló sin quitarse las manos de los ojos. Mi cadera y pubis fueron bañados de un liquido transparente producto de aquel éxtasis forzado.

-Dios… hija…

Aceleré aun más. Maravilloso. Una total maravilla. Delicioso. Mi hija se acababa de venir y todo gracias a mi verga.

-Yo te di la vida con esta verga, te hice señorita y ahora te haré mi mujer.

La clavé en lo más profundo. Solté un chorro. La volví a clavar con fuerza, disparé otro chorro. Lo hice de nuevo y de nuevo y de nuevo. Sus tetas quedaron blancas de tanto que las apreté. Al soltarlas, mis manos estaban perfectamente marcadas ahí.

-ahora límpiate, hija. – dije al sacársela. Una catarata de leche cayó de su agujerito enrojecido hasta el suelo – Tu pobre madre debe estar preocupada.

No la golpeó ni le gritó. Mi madre abrazó a Itzel con el rostro rojo de llanto y le pidió no volver a irse. Cambiaría, prometió. Yo le creí en verdad, pero sólo el tiempo diría si fue verdad o mentira. Itzel, con mirada ausente y sollozante respondió a su abrazo con fuerza.

-Hija, ¿por qué caminas raro?

Pasó un mes. Itzel y yo no hablábamos más que lo indispensable. Apenas y cruzábamos miradas más que las suficientes para no levantar sospechas de su renovada madre. Ahora cualquier observación la pedía por favor y buen tono. Yo, en cambio, mantenía mi distancia. Había logrado mi cometido y había salido magnifico.

Volvió a hablarme una noche, cuando yo estaba quedándome dormido frente al televisor con una cerveza en la mano. Se puso entre la luz de la pantalla y yo. Tenía los brazos cruzados.

-Eres mi padre. Te odio, pero eres mi padre – Se dio vuelta y se inclinó frente a mí levantando el culo – Te odio, pero no he dejado de tomar las pastillas. Odio lo que me hiciste, pero lo necesito – se comenzó a bajar los pantalones de su pijama. Su culo y su coño me miraban – Te necesito papi. Por más que te odie, necesito tu verga.

Agité la lata para saber cuanta quedaba. Le di un sorbo y luego se la di a mi hija para que le bebiera. Me levanté y me coloqué detrás de ella. Me bajé el boxer para que mi verga se abriera paso entre sus piernas.

-Pudiste ir con cualquiera, pero no lo hiciste. ¿sabes por qué? – movió la cabeza a los lados para decir que no – porque sabes que tu padre te ama.

Me enfilé para penetrarla, pero entonces su voz me detuvo.

-No -dijo con firmeza, lejos de la debilidad de hacía unos momentos – vine porque soy tuya. Mamá es tu esposa, pero yo soy tu mujer… ahora méteme tu verga, papá… te lo suplico.

De maravilla. Cada penetración salió de puta maravilla, mejor de lo esperado. Ahora sólo quedaba soltar mi leche en ese hermoso cuerpecito.

Por Brendy



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